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Debería de haber sentido vergüenza, pero esa emoción ya no primaba cuando se trataba del consuelo de lady Tsunade. Había llorado sobre ella, como hacía mucho tiempo no lo hacía, y se sentía un poco mejor. Jamás pensó encontrar a alguien con quien pudiera descargar sus emociones y confiar el dolor de su alma.

Después de ver a doña Hana, se fue a casa y, mientras caminaba, se preguntaba cómo podía retribuirle a lady Tsunade su amabilidad. La mujer trabajaba incasablemente, a veces ni siquiera dormía; sin embargo, siempre tenía tiempo para Athena: la escuchaba, la aconsejaba y, además, le había salvado la vida a doña Hana. Independientemente de los sentimientos que albergara hacia ella, su corazón estaba lleno de gratitud.

Aunque, ¿qué se le podía dar a alguien que lo tenía todo? Era el ninja más importante de la aldea, no le faltaba riqueza y la Srta. Shizune se encargaba de su cuidado.

Se detuvo y miró al cielo. Pero también era la persona que manejaba más estrés, la que trabajaba largas horas, la que no tenía casi tiempo de ocio, la que no debía mostrar debilidad. Los únicos pasatiempos de lady Tsunade eran el sake y las apuestas y, cuando se trataba de su círculo social, solo salía con su asistente o Athena.

Eso le dio una idea, pero necesitaba un cómplice.

Cazar a la Srta. Shizune fue toda una aventura, ya que, normalmente, estaba con lady Tsunade; sin embargo, al fin pudo encontrarla dando rondas en el hospital.

—Srta. Shizune, buen día —la saludó con cortesía.

La asistente le sonrió.

—Hola, Athena. ¿Vienes a visitar a la Sra. Hana? Ya casi le daremos de alta.

—Sí, en un momento pasaré por su habitación. Sin embargo... —vaciló—, quería hablar con usted sobre algo.

La Srta. Shizune asintió y la miró con curiosidad.

Athena le contó el plan. Cuando terminó, la asistente tenía una expresión indescifrable en el rostro.

—Lady Tsunade no tiene mucho tiempo libre, pero haré lo pueda.

Athena inclinó la cabeza.

—Se lo agradezco.


Revisar las historias clínicas de los pacientes no era una tarea tan terrible; de hecho, prefería estar en el hospital que en su oficina. Ella había nacido para ser médica, para sanar y salvar vidas, no para estar sentada en un escritorio, haciendo todo ese trabajo burocrático.

—Milady —dijo Shizune a su lado—, me había olvidado de comentarle sobre una situación en los campos de entrenamiento.

Tsunade suspiró. Un problema más.

—¿Qué pasa?

—Creo que será mejor que nos dirijamos hacia allá.

Eso la preocupó. Si su asistente no podía explicárselo de antemano, quería decir que la situación era grave.

Caminaron hacia el bosque, pero notó que no se estaban dirigiendo exactamente a los campos de entrenamiento. ¿Por qué estaban yendo hacia el río? Iba a abrir la boca para preguntárselo a Shizune cuando la vio: Athena, debajo de un árbol, al lado del río, con un mantel en el suelo.

Tsunade entrecerró los ojos: ¿eso era comida?

Shizune se acercó a su hombro y le susurró.

—Que lo disfrute, milady. No llegue tarde a la reunión. —Después se giró y se marchó.

Tsunade se acercó a la chica. Estaba segura de que tenía una mirada de perplejidad estampada en el rostro. Athena le había preparado un pícnic. ¿Acaso era una cita? Casi se sonrojó ante aquel pensamiento, pero luego lo descartó, pues sabía que la chica jamás cruzaría esa línea.

—Milady —dijo Athena—, espero sea de su agrado.

Tsunade bajó la mirada hacia la manta. Había katsu sando, fruta y sake.

—Athena... —dijo casi sin aliento.

—Siéntese, por favor, milady. —Le señaló el cojín sobre la manta.

Tsunade obedeció, y Athena se sentó a su lado.

—¿Tiene hambre, milady?

Tsunade seguía sin palabras. No recordaba la última vez que alguien la había sorprendido de esa manera.

—Yo... sí —logró decir.

Athena tomó la canasta.

—Hice katsu sando con pechuga de pollo. —Un rubor le tiñó las mejillas—. N-no soy muy buena para la cocina, pero seguí al pie de la letra las indicaciones de doña Hana.

Tsunade se sintió cálida, la chica no solo le había preparado algo con sus propias manos, sino que también había tomado en cuenta lo mucho que le gustaba la pechuga de pollo.

Tomó el katsu sando y le dio un mordisco.

—Está delicioso —sonrió—. ¿Ves? No eres tan mala para cocinar.

Athena se rio entre dientes.

—Yo no hablaría tan rápido, milady. No sobreestime mis habilidades en ese campo sin haber probado más platillos.

—Bueno, solo tienes que cocinar más para mí, entonces —bromeó. Hizo una pausa y luego agregó—: No es que me esté quejando, pero ¿a qué se debe todo esto?

La chica se encogió de hombros.

—Es mi manera de agradecerle. Sé que es poco, pero pensé que quizás... la Hokage se merecía un descanso.

—Es un lindo detalle, pero no tienes nada que agradecerme.

Athena la miró con seriedad.

—Yo creo que sí. Milady, usted es la persona más amable y trabajadora de la aldea. Se encarga de los ninjas y del hospital. Incluso saca tiempo para lidiar conmigo —sonrió—. Ojalá pudiera hacer más para retribuirle todo lo que hace.

Tsunade estiró la mano y la posó sobre la de Athena.

—Tu compañía es suficiente retribución —le dijo en voz baja.

La chica tragó saliva y enrojeció. Se veía tan linda.

Comieron y charlaron de todo un poco. Athena le contó una anécdota de una de sus misiones y le habló sobre las ocurrencias de su compañero de equipo Ren. Tsunade sentía cómo la tensión de sus músculos la abandonaba. La compañía de la chica, el sonido del río, la luz del atardecer... todo la llenaba de calma.

Habían estado unos momentos en silencio cuando la voz de Athena lo rompió.

—¿Sabe, milady? Me gustaría hacer más cosas por usted —dijo con la mirada puesta en el río—. Usted siempre está ahí para mí, me reconforta y me ayuda con mis inseguridades. —Volvió la mirada hacia ella—. Ojalá pudiera ser el hombro en el cual usted también pudiera recostarse.

Esas palabras le reconfortaron el alma. Su posición como líder no le permitía mostrarse vulnerable, pero con Athena no le importaría hacerlo. Se recostó y posó la cabeza sobre el regazo de la chica. Desde abajo, podía notar las manchas carmesí en las mejillas de Athena. Cerró los ojos.

—Tú me das tranquilidad —susurró.

Sintió una mano vacilante sobre su mejilla.

—Mi-milady, ¿puedo? —murmuró Athena.

Tsunade solo asintió.

La chica le acunó la mejilla con ternura; sus dedos exploraron con delicadeza cada curva de su rostro: el pómulo, la mandíbula, el mentón. Al rozar su labio inferior con el pulgar, un escalofrío placentero le recorrió la piel. Supo que se había quedado dormida cuando escuchó la voz de Athena llamándola y, al abrir los ojos, se encontró con que la luz del día se había desvanecido casi por completo.

Se pasó la mano por el rostro para espantarse el sueño.

—Milady, me disculpo por despertarla, pero creo que tiene una reunión. —Arrugó el entrecejo—. Si llega tarde, la Srta. Shizune se enojará mucho conmigo.

Tsunade sonrió.

—No solo contigo. —Se sentó y bostezó mientras estiraba los brazos—. Esa fue una buena siesta. —Giró la cabeza para mirar a Athena—. Hacía mucho...

Sin embargo, lo que iba a decir murió en sus labios cuando captó el brillo en los ojos de la chica. Mariposas comenzaron a revolotearle en el estómago. Con los pocos rayos de luz, los rasgos de Athena se acentuaban. Qué hermosa se veía con esos ojos cafés oscuros que no ocultaban nada y esos rizos revueltos por el viento.

Tsunade siempre había sido una mujer impetuosa, así que solo obedeció el impulso de inclinarse y besar la mejilla de Athena. Qué suave era la piel allí y qué bien olía.

Al separarse, le susurró:

—Gracias por la sorpresa. La disfruté mucho —sonrió.

Athena parecía absorta, pero logró sacudir la cabeza y responder:

—D-de nada, milady. —Y esbozó la sonrisa más dulce que Tsunade le hubiese visto.

Tsunade se levantó.

—Debo irme. Siento no poder ayudarte a limpiar.

—No se preocupe, lady Tsunade, tampoco se lo hubiese permitido.

Mientras se alejaba, podía sentir la mirada de Athena clavada en su espalda. Ahora era mucho más consciente del efecto que tenía sobre la chica, y le encantaba lo nerviosa que se ponía, el rubor en sus mejillas y esa mirada cargada de ternura que solo reservaba para ella. Trató de encontrar un atisbo de vergüenza por lo que estaba sintiendo, pero no pudo. Estar con Athena la hacía sentirse completa de una manera que desde hacía mucho tiempo no experimentaba.

Mientras no fueran más allá de una amistad cariñosa y un tanto física, todo estaría bien.