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Atención: Menciones de abuso mental, físico y psicológico.


Todo estaba preparado para el entrenamiento. Se encontraban en una zona remota de la aldea, rodeados de varios ninjas de élite, y habían erigido una barrera de chakra alrededor del área en caso de que su poder resultara demasiado explosivo.

Athena no iba a engañarse a sí misma: estaba muerta de miedo. No sabía cómo la iban a torturar ni si sería capaz de dominar ese poder. Los días anteriores, había estado hecha un manojo de nervios y ni siquiera la presencia de lady Tsunade había podido calmarla.

Al alzar la mirada, vio que la Hokage se aproximaba a ella, acompañada de un ninja con una venda en la cabeza y una expresión de pocos amigos. El corazón de Athena comenzó a latir frenéticamente, golpeando contra su pecho con una fuerza inusitada. Sentía que el miedo y la anticipación se le enroscaban en el estómago.

—¿Estás lista? —preguntó lady Tsunade apenas llegó a su altura.

Athena solo asintió, pues, al parecer, se había comido la lengua.

La Hokage se giró hacia el ninja.

—Ibiki, dame un minuto con ella.

El ninja asintió y se retiró. Athena no supo que había estado temblando hasta que lady Tsunade le tomó el rostro entre las manos y la obligó a mirarla a los ojos.

—Jamás te había visto así. ¿Estás segura de que quieres hacerlo? —le preguntó con suavidad.

Athena cerró los ojos por un momento, tratando de calmar su respiración acelerada.

—S-sí, milady. Hay que hacerlo.

Los ojos de lady Tsunade reflejaban preocupación.

—Escúchame. Lo más importante de este ejercicio es que puedas ser consciente de ese poder, que puedas sentirlo, que puedas experimentar la forma en que despierta en tu cuerpo. ¿Está bien?

Athena asintió y lady Tsunade dejó ir su rostro con una última caricia. El ninja volvió a acercarse, se paró frente a ella y le posó la mano sobre la cabeza. Athena cerró los ojos y de ahí vino la oscuridad.


Abrió los ojos y se encontró en un lugar que le era familiar: modesta pero acogedora, con sus paredes cubiertas de papel tapiz floral descolorido y el aroma a lavanda flotando en el aire. Los muebles de madera oscura y los cojines tejidos a mano por su abuela evocaban calidez y nostalgia, mientras las fotos en la cómoda revelaban recuerdos mezclados: la sonrisa amable de su abuela y la expresión severa de su madre. ¿Cómo había llegado hasta allí? Hacía solo unos momentos estaba en el campo de entrenamiento, al lado de lady Tsunade y...

—Athena, ¿cuántas veces te he dicho que no salgas? ¿Por qué eres tan rebelde?

Una voz a su espalda la arrancó de sus pensamientos y le heló la sangre. Cuando se giró hacia ella, un manotazo en la cara la recibió.

—¿Por qué te pareces tanto al desgraciado de tu padre?

Otro golpe, más fuerte esta vez. Athena se acurrucó y escondió el rostro entre las rodillas, tratando de protegerse.

—¡Maldita sea la hora que parí una niña tan malcriada! —Golpe—. ¡No te mereces nada de mí! —Golpe—. ¡Ojalá te hubiera parido muerta!

Athena no podía respirar, quería salir de ahí. Trató de ponerse de pie después de los golpes, pero sus piernas le fallaron.

—¡Esa es la hija de la puta esa que acogió Akira! —otra voz resonó en la habitación, cargada de desprecio.

—¡La lesbiana que abusó de Jun! ¡No se acerquen a ella!

Las palabras se clavaban en su mente como dagas envenenadas.

—¡Cállense! —les gritó, su voz rota por el dolor y la desesperación.

—Mi mamá no me deja jugar contigo porque dice que eres un monstruo.

—¡Cierren la boca! —Se acurrucó más y se llevó las manos a los oídos—. Malditos... Cómo quisiera...

Y entonces, un gruñido gutural salió de ella, profundo y lleno de una furia primordial.


Tsunade debió de haberlo previsto. Athena no tenía un bijuu en su interior, pero parecía poseer la fuerza devastadora de uno. A los pocos minutos de que Ibiki iniciara, Athena soltó un grito desgarrador y el chakra púrpura comenzó a envolverle el cuerpo; se veía incluso más intenso que aquella vez que Athena había perdido el control al tratar de escapar. Sus facciones se endurecieron, sus ojos se tornaron fríos y letales.

—Los mataré a todos.

Tsunade se sobresaltó. ¿Esa había sido la voz de Athena? Todos los ninjas se pusieron en guardia, con la orden de no atacarla, a no ser que ella lo hiciera primero; cosa que hizo un segundo después. En un abrir y cerrar de ojos, le lanzó un puñetazo a Ibiki, quien logró bloquearlo, pero la fuerza del impacto lo impulsó varios metros hacia atrás. Shikamaru, Shikaku y Kurenai la rodearon para tratar de reducirla con el jutsu Atadura de sombras y un genjutsu paralizador. Por unos momentos, pareció que surtían efecto; sin embargo, Athena expulsó más chakra y rompió todas las técnicas sobre ella. Era demasiado fuerte, el suelo parecía rugir bajo su poder.

—Kakashi, Gai —gritó Tsunade—. Traten de calmarla.

Ambos jounins se acercaron con cautela, intentando razonar con ella.

—¡Cállense! —gruñó la chica.

Sus movimientos eran ágiles y mortíferos; si no fuera por la velocidad y los reflejos de Kakashi y Gai, habrían salido muy heridos. Con un solo golpe, Athena podía convertir árboles y piedras en polvo. Un combate cuerpo a cuerpo sería una locura, incluso Gai tendría que abrir unas cuantas puertas para vencerla.

—¡Lo voy a intentar yo! —gritó Tsunade, y vio que ellos le lanzaban una mirada de preocupación—. Athena —se fue acercando, con voz firme pero calmada—. Mírame.

La chica apartó la atención de ellos y se enfocó en ella, sus ojos llenos de confusión y furia.

—Todo está bien... solo respira —dijo Tsunade con suavidad.

Athena apretó las manos en puños y rechinó los dientes.

—No se callan.

—¿Quiénes no se callan?

—¡Ellos! —gritó, expulsando más chakra en una oleada furiosa.

—Ellos no están aquí, Athena. Somos de Konoha. Aquí estás a salvo.

—¡No!

Athena arremetió contra ella, y Tsunade se preparó para combatir, su corazón latiendo con fuerza mientras veía la tormenta desatada en los ojos de la chica.


Athena aún estaba acurrucada, tapándose los oídos, cuando el eco de la voz de lady Tsunade se filtró a través del caos. Quería que los demás se callaran, pero ella no. Sus palabras siempre eran amables y su voz le transmitía tranquilidad. Sí, a ella sí quería escucharla.

Con lentitud, se descubrió los oídos. En un parpadeo, se encontró de pie, con un brazo extendido, con el puño a unos centímetros del rostro de la Hokage y rodeada de varios ninjas en tensión. La sensación en la boca del estómago la quemaba y la rabia aún le recorría las venas como un veneno. No obstante, al fijarse en la expresión de lady Tsunade llena de preocupación, el pánico se apoderó de ella. Dejó salir toda la ira en una exhalación forzada y cayó al suelo, de rodillas, casi hiperventilando.

Miró sus manos, aún temblorosas, y sintió una oleada de vergüenza y desesperación. Los ecos de las voces en su mente se desvanecían lentamente, reemplazados por la constante y tranquilizadora presencia de lady Tsunade, quien se arrodilló a su lado y la tomó suavemente de la mano.


Athena se había detenido. La había atacado, y Tsunade había estado preparada para defenderse, pero la chica se había congelado en el último segundo. Tsunade vio el momento exacto en que volvió en sí, pues, cuando sus ojos se encontraron, un destello de miedo alumbró en ellos. La chica exhaló y el chakra púrpura que la envolvía comenzó a disiparse como una niebla espesa. Luego cayó al suelo de rodillas, sudando y respirando superficialmente.

Tsunade no perdió tiempo: se arrodilló, la acostó bocarriba y comenzó a examinarla.

—¿Estás bien? ¿Te duele algo? —le preguntó con urgencia.

La chica sacudió la cabeza débilmente.

—Mírame. Inhala. —La alivió que Athena la imitara—. Exhala.

Estuvieron haciendo ese ejercicio durante varios minutos, el sonido de sus respiraciones sincronizándose hasta que la respiración de la chica se reguló. No tenía heridas visibles ni había perdido el conocimiento después de usar ese chakra desbordante, así que podría decirse que había habido un pequeño progreso.

Athena se incorporó con esfuerzo, aún temblando.

—¿Herí a alguien? —preguntó con preocupación, aunque sus ojos parecían perdidos.

—No —respondió Tsunade con firmeza.

La chica se levantó y echó un vistazo alrededor. Su mandíbula se abrió un poco al descubrir lo que sus golpes le habían hecho al campo. Se pasó la mano por el rostro, abatida.

—¿P-puedo irme?

Tsunade no pudo evitar sentirse preocupada. Athena no se veía bien; aunque físicamente no tenía daños aparentes, la tortura mental de Ibiki seguramente le había dejado secuelas profundas.

—Sí, pero alguien te acompañará. Lo haría yo, pero necesito encargarme de lo ocurrido aquí.

Athena negó con la cabeza.

—Quiero estar sola —susurró—. Pueden seguirme, si eso es lo que se requiere, pero no quiero hablar con nadie.

El deseo de abrazar a la chica la recorrió, aun así, se resistió; estaban rodeadas de varios ninjas.

—Está bien —dijo con suavidad, y luego se quedó observando cómo Athena se alejaba, su figura frágil y solitaria en medio del paisaje devastado.

Tsunade coordinó los arreglos del campo de entrenamiento, habló con los ninjas sobre lo ocurrido y escribió los debidos informes con Shizune. Sin embargo, no podía sacarse de la cabeza la mirada vacía de Athena antes de marcharse.

—Shizune, voy a verla.

Su asistente asintió en comprensión.

—No se preocupe. Yo terminaré esto —dijo señalando las hojas donde habían estado escribiendo.

Minutos después, se encontró frente a la puerta de Athena. La chica no respondía a sus llamados, y Tsunade estaba segura de que estaba en casa, pues el ANBU a cargo de su vigilancia confirmó que había ido allí directamente después del entrenamiento y no había vuelto a salir.

Bajó donde Hana y le pidió la llave de repuesto. Sabía que de alguna manera iba a vulnerar la privacidad de la chica, pero quería asegurarse de que estuviera bien.

Al entrar y quitarse los tacones, notó que todo estaba oscuro y en total silencio. Encontró a Athena en la cama, de medio lado, dándole la espalda a la puerta de su habitación, de cara a la pared. La chica giró la cabeza para mirarla, pero no habló; aún tenía los ojos vacíos. Luego volvió el rostro hacia la pared. Tsunade se acercó, se quitó el haori, abrió la manta y se acostó a su lado. La abrazó por cintura, pegando el frente de su cuerpo a la espalda de Athena. Oyó que la chica soltaba un suspiro.

Se quedaron así durante un largo rato hasta que Tsunade empezó a escuchar sollozos. Se apretó más contra ella y la acarició suavemente, hasta donde su posición en la cama lo permitía.

—¿S-sabe? Mi madre no me quería —dijo Athena con voz entrecortada—. Cada vez que la recuerdo, s-solo se me viene a la mente la imagen de su mirada llena de o-odio y rabia. ¿E-es normal que no pueda recordar ni una caricia ni una palabra amable de la persona que me dio la v-vida? —Se estremeció. Tsunade buscó su mano entre la manta y se la tomó—. Probablemente, las hubo, p-pero están muy ocultas en mis memorias. —Un sollozo—. ¿Qué fue lo que le hice? M-muchas veces me lo he preguntado. No era una niña rebelde, como ella decía. S-siempre la obedecía porque deseaba su amor y su aprobación. —Otro sollozo—. Pero n-nunca era suficiente. Quizá... —hizo una pausa—, sí le arruiné la vida. N-no debí de haber nacido.

Tsunade se incorporó de golpe, haló el brazo de Athena para que quedara bocarriba y se subió a horcajadas sobre su cintura, acostándose sobre ella.

—Athena, no vuelvas a decir algo así —le dijo mirándola a los ojos con firmeza—. Desconozco las razones del comportamiento de tu madre, pero el mundo es un lugar mejor contigo en él. —Le besó la mejilla—. ¿Te imaginas la vida de tu abuela sin ti? —Le besó la frente—. ¿Te imaginas la vida de Hana sin ti? —Le besó la punta de la nariz—. ¿Te imaginas la vida de tus compañeros y amigos sin ti? —Acercó sus labios a los ella—. ¿Te imaginas mi vida sin ti? —Y la besó.

El beso fue suave, pero Tsunade esperaba que la chica hubiese percibido la intensidad de sus sentimientos, la veracidad de sus palabras y su desasosiego al imaginarse un mundo sin ella. Era posible que su amor por Athena le trajera remordimiento, sin embargo, su presencia le había dado luz a su vida y había desempolvado su maltrecho corazón.