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A Athena le tomó unos días emerger del abismo emocional en el que había caído. Las palabras y el beso de lady Tsunade habían sido un ungüento para su alma herida, pero no podían borrar las profundas huellas de su pasado. En las noches silenciosas, las voces de su madre y los murmullos de los aldeanos seguían torturándola. Athena comprendía que quizás esos ecos sombríos siempre estarían presentes, como la cicatriz de la quemadura marcada en su costado; había sanado, pero aún era sensible al tacto.

Cuando retomó los entrenamientos, acordó con la Hokage no volver a intentar despertar ese poder por la fuerza. No obstante, había un rayo de esperanza en todo eso: había sentido conscientemente ese chakra fluir dentro de ella, así que el siguiente paso era tratar de invocar ese poder, sin depender de un estado emocional extremo.

Con el paso de los días, Sakura e Ino se unieron a sus entrenamientos. Ambas kunoichis estaban por hacer el examen chunnin y necesitaban todo el entrenamiento posible. Se turnaban para combatir entre ellas, contra Athena y la Hokage.

Una mañana, después de una pesadilla espantosa y muy vívida, Athena amaneció con un cosquilleo extraño en la boca del estómago. Un sudor frío la envolvía cada vez que recordaba el eco de los gritos de su madre, y el miedo se apoderaba de su pecho al recordar su expresión severa.

Mientras caminaba hacia el campo de entrenamiento, una pesadez familiar se cernió sobre ella; era la misma soledad abrumadora que sentía cada vez que su abuela debía ausentarse y la dejaba sola con su madre. La voz que le susurraba que no era necesaria para nadie, que no era suficiente, que no era amada. Con cada paso, esas viejas inseguridades renacían con fuerza en su ser. Inhaló profundamente, intentando acallar esos pensamientos. En Konoha ya no se sentía sola. Tenía amigos leales, compañeros que la apoyaban, el cariño de doña Hana y el am... el afecto de lady Tsunade.

Ese día, se concentrarían en los reflejos de Athena, así que Sakura e Ino se unieron para atacarla mientras lady Tsunade supervisaba con atención. A Athena le estaba costando mucho esquivar los ataques, las chicas combinadas eran muy rápidas. La pesadez que había experimentado en la mañana se le volvió a instalar en el cuerpo, haciéndola sentir que tanto entrenamiento era en vano. Su madre siempre había tenido razón: era una buena para nada, una donnadie; ni siquiera lady Tsunade quería estar con ella.

El burbujeo en la boca del estómago la tomó desprevenida, una sensación parecida a la que la había recorrido durante la tortura mental. Cerró los ojos con fuerza y tomó una gran bocanada de aire; no podía permitir que esa emoción la dominara. Si perdía el control, podría herir a las chicas y a lady Tsunade, y eso le dolería más que las crueles palabras que su madre aún le susurraba en la mente.

Detuvo el puño de Sakura con la mano abierta, sin sentir el dolor que debería haberle causado el impacto, aun cuando la chica había usado gran parte de su fuerza. Vio por el rabillo del ojo que Ino también le lanzaba un ataque, pero lo bloqueó con la otra mano. Las chicas la miraron estupefactas y, muy a lo lejos, escuchó que la Hokage les gritaba que se alejaran de ella.

Lady Tsunade se materializó en un segundo frente a ella mientras las chicas retrocedían.

—Athena, respira —dijo con suavidad, pero a la vez con urgencia.

A pesar de la ira que la invadía, Athena no se sentía fuera de sí. Se paró más erguida y bajó la mirada a su cuerpo, notando el chakra púrpura envolviéndole los brazos. Había un ligero hormigueo allí donde el color era más intenso. Exhaló lentamente, intentando calmarse, y el chakra comenzó a disiparse gradualmente. Era la primera vez que no perdía el control de sus acciones.

Mientras el aura púrpura desaparecía, una sensación de alivio la envolvió, aunque la tormenta aún rugía dentro de ella.


Tsunade estaba maravillada. Athena lo había logrado. El chakra se había manifestado y, sorprendentemente, la chica no había perdido el control, a pesar de que el aura se había concentrado en sus brazos y sus ojos habían contenido ese resplandor púrpura que le otorgaba un aire de dureza y frialdad inusitada.

—¿Te sientes bien? —le preguntó a la chica con cautela.

Athena solo asintió, sus ojos todavía irradiando una luz intimidante; sin embargo, pese a su expresión severa, seguía siendo ella. Tsunade les indicó a sus otras dos aprendices que se retiraran, queriendo un momento a solas con ella.

—¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo despertaste el chakra? —preguntó con curiosidad.

—Sentí en mi cuerpo la misma sensación que en otras ocasiones y empecé a respirar profundamente, tratando de calmarla —respondió con una voz contenida—. Sin embargo, tampoco dejé que desapareciera por completo.

Tsunade sonrió con aprobación.

—Eso es un muy buen avance. Si logras usar ese poder conscientemente, serás muy poderosa.

—Claro... —murmuró Athena, pero no se veía para nada entusiasmada, de hecho, parecía enojada. ¿Aún eran rezagos del chakra púrpura?

Un silencio pesado se instaló entre ellas.

—Milady, ¿es que no soy suficiente para usted? —inquirió la chica de repente.

La pregunta y el tono amargo con la que fue pronunciada tomó a Tsunade con la guardia baja. Frunció el ceño, intentando comprender.

—¿De qué estás hablando?

—¿La falta de experiencia entonces?

—Sigo sin entender...

Athena apretó la mandíbula y el brillo púrpura en sus ojos resurgió con intensidad.

—Las razones por las que no quiere estar conmigo.

—Athena..., tú sabes que quiero estar contigo.

—Entonces, ¿por qué no me acepta? —preguntó la chica con acritud.

—Ya te he explicado los motivos... Creía que los comprendías.

—Y lo hago... de verdad. Pero... —su voz se quebró— eso no quita el hecho de que me duela. —La mirada de Athena alternaba entre el brillo púrpura y una profunda aflicción.

Tsunade sintió el ardor de las lágrimas que amenazaban con salir. ¿Cómo podría explicarle a Athena que ella también sufría? ¿Que, a pesar de que cada día se despertaba con la imagen de su sonrisa y que en las noches se iba a dormir con el recuerdo de sus besos, existían obstáculos entre ellas?

—No puedo... —Estiró la mano para acunarle la mejilla, pero la chica dio un paso atrás.

—No, milady. No más palabras ni caricias. Usted me da la vida y luego me la quita.

Y antes de que Tsunade pudiera articular una respuesta, Athena se desvaneció, dejándola con el corazón y alma heridos.


Se fue en busca de refugio a la casa de doña Hana. Apenas la anciana la vio, la envolvió en sus brazos con una calidez maternal.

—¿Qué pasó, mi niña? — le preguntó mientras le acariciaba suavemente la espalda.

Athena no podía decirle la razón, eso conllevaría admitirle que le gustaban las mujeres, y no sabía si doña Hana lo aceptaría.

La anciana pareció entender su agitación, pues retrocedió del abrazo y le pidió que la siguiera. Athena obedeció en silencio.

Entraron al cuarto de doña Hana. Allí, la anciana le señaló una cajita de metal.

—Es mi caja fuerte. Cuando vives en medio de guerras, tratas de guardar cosas preciadas en lugares fortificados. Así —señaló las paredes—, si derriban esta casa, al menos habré salvado parte de mi historia.

Giró la perilla en la puerta de la cajita unas cuantas veces y después la abrió. Sacó un álbum de fotos y se sentó en la cama. Luego, palmoteó el colchón a su lado para que Athena también tomara asiento y abrió el álbum. Había fotos de una mujer de unos 30 años, de piel morena y ojos chocolate. En otras, estaba acompañada de otra mujer de piel clara y ojos azules. Athena dedujo que era una doña Hana más joven. Sin embargo, hubo una imagen en particular que captó su atención: una donde ambas mujeres estaban sentadas en el sofá, muy juntas, tomadas de la mano y con una sonrisa amorosa adornando sus rostros.

—Ella fue el amor de mi vida —empezó doña Hana—. Su nombre era Himari, y estuvimos 30 años juntas.

A Athena se le aceleró el corazón. ¿Acaso doña Hana...?

—Casi nadie lo sabía. Para la gente exterior, éramos unas viejas solteronas, pero la verdad que vivíamos en nuestra casa era muy diferente. —Los ojos de doña Hana brillaban—. Tuvimos tiempos difíciles, pero nos amamos con locura hasta que murió, hace diez años. —Una lágrima le rodó por la mejilla—. La extraño cada día y cada noche. Y espero poder reunirme con ella en el más allá.

A Athena se le escapó un suspiro. Qué hermoso vivir un amor así.

—Siento mucho su pérdida, doña Hana.

La anciana sacudió la cabeza.

—No te preocupes, a pesar de la tristeza de su partida, me dejó con un sinfín de recuerdos. Ellos me mantienen viva. —Se giró para encararla y le pasó la mano por la mejilla—. ¿Ahora me vas a contar sobre ese enamoramiento que tienes por la Hokage?

Athena ni siquiera se sorprendió de que ya lo supiera, pues era consciente de la perspicacia de la anciana. Así que le abrió su alma y le contó todo lo que había ocurrido desde que descubrió sus sentimientos por lady Tsunade hasta la discusión de aquella tarde.

Cuando terminó, doña Hana tenía una expresión suave y a la vez exasperada en el rostro.

—¿Por qué los jóvenes hacen del amor un tema tan complicado? —Suspiró.

Athena bajó la cabeza.

Doña Hana le subió el mentón con el dedo.

—Mi niña, hay algo que no puedes olvidar. Tsunade puede tener la apariencia de una mujer más joven, pero en realidad ha vivido más cosas de las que crees. Todas esas experiencias son las que han moldeado la persona que es hoy. —Le pasó la mano por el cabello—. Pero vamos a olvidarnos de ella por un momento y hablemos de ti. ¿Qué quieres de ella?

Athena lo pensó por un momento. Cuando no sabía que lady Tsunade sentía lo mismo por ella no tenía expectativas, se había contentado con tenerla cerca, como una presencia constante en su vida. Sin embargo, todo eso había cambiado en el momento en que supo que sus sentimientos eran correspondidos.

—Quiero que esté conmigo. Que tengamos una relación —admitió.

—Por supuesto.

—Creí que solo con el hecho de saber que sentía lo mismo por mí era suficiente —trató saliva—, pero me estaba mintiendo a mí misma. Me duele que no quiera o no pueda estar conmigo.

Doña Hana asintió.

—A veces —continuó Athena— desearía que no me hubiese dicho sobre sus sentimientos. —Se pasó la mano por la cara—. Eso es tonto, ¿verdad?

La anciana negó con la cabeza.

—No lo creo. Es normal que tengas expectativas. Por mucho que la quieras y la comprendas, es difícil explicarle a tu corazón las razones por las que se niega a estar contigo. —Hizo una pausa y le tomó el rostro entre las manos—. Debes dejar de pensar tanto en ella y enfocarte en ti.

Athena frunció el ceño.

—¿A qué se refiere, doña Hana?

—Mi niña, todos nos merecemos un amor que mande el mundo al carajo para estar con nosotros. Si Tsunade no es capaz de superar sus problemas y enfrentar los obstáculos que la separan de ti... entonces, quizás... ella no sea la persona para ti.

Las lágrimas salieron a borbotones. Era doloroso, pero también verdadero.

—¿Y qué hago con lo que siento? No quiero alejarme de ella. Es una persona importante para mí, con o sin sentimientos románticos de por medio.

—No tienes que romper el vínculo, pero quizás debas buscar la manera de separar lo uno de lo otro. Olvidarla será difícil, pero entre más esperanzas te des, más daño te harás.

Athena asintió en comprensión. Era la esperanza de que algún día podrían estar juntas lo que más la hería. Era hora de aceptar que no tenían una relación y que nunca la tendrían.