"SINFONÍA DE LA PRINCESA Y EL HÉROE"

Por Light of Moon


CAPÍTULO 2: ZELDA'S LULLABY

"Cuando más oscura es la noche, es porque el amanecer está más cerca".

Los primeros rayos del Sol, coloreaban los pastizales de la región de Lanayru, despertando a las flores, las aves silvestres y los animales salvajes, que salían a beber a las aguas del Río Zora. El rocío matutino decoraba con pequeñas gotitas toda la extensión de las mesetas y en la costa, un mar tranquilo acariciaba los pies de los viajeros con su oleaje suave. Todo en conjunto, formaba un saludo de buenos días por parte de la naturaleza al reino de Hyrule, dando esperanza y fe a las tierras bendecidas por Din, Nayru y Farore; sin embargo, no había lugar más gozoso en esa mañana que el castillo de Hyrule.

Al romper el alba, la Reina había dado a luz a su primogénita, la princesa que, por mandato y tradición real, llevaría el nombre de Zelda; razón por la cual, el palacio se encontraba de fiesta, pues su lideresa había nacido, llenando de orgullo a su padre, el Rey Rhoam Bosphoramus Hyrule.

"Súbditos de Hyrule, en este día, le damos la bienvenida, con humilde deber, a la primogénita de sus Altezas Reales; la reencarnación de la diosa Hylia, representación de la sabiduría en persona y la futura monarca de este pueblo, su Alteza Real, la princesa Zelda. Que pueda nuestra princesa vivir una larga vida, feliz y gloriosa, para un día reinar sobre nosotros. Que las diosas, salven a la princesa". Gritaba el pregonero real, enfundado en un traje festivo azul, mientras en el fuerte de Akala, los cañones disparaban salvas de honor, para celebrar la buena nueva.

El nacimiento de la princesa Zelda, era sin duda todo un acontecimiento para el Reino de Hyrule, ya que significaba que la bendición de Hylia, de alguna manera continuaba a su lado; era como si todas las esperanzas y la confianza de los súbditos, se depositaran en ella. El Rey Rhoam, estaba consciente de esto, sabiendo la enorme responsabilidad que yacía sobre sus hombros; ya que no sólo llevaba a la espalda la carga de dirigir a todo Hyrule, sino que también, estaba en su manos el educar a la futura monarca, quien heredaría todo este compromiso, cuando sus días en la tierra terminaran.

Por su parte, la Reina creía que todos esos adjetivos reales que todo el mundo usaba para referirse a su hija, eran demasiado abrumadores para alguien que acababa de llegar al mundo, por lo que ella sólo veía a su pequeña como eso; una bebé que necesitaba de su amor y protección, el protocolo real podía esperar.

—Mi rayo de luz…

Pese a la felicidad de ser padre primerizo, había una preocupación en el fondo del corazón del Rey Rhoam; la profecía.

Un anciano de la tribu Sheikah había anunciado que, la amenaza de Ganon estaba cerca y sólo su hija, la llamada por las leyendas como "la princesa del destino" podría detenerlo. Como Rey, estaba consciente de la obligación real de su hija como reencarnación de Hylia, a ser la protectora de su nación, sin embargo, como padre hubiera deseado evitar a toda costa que su pequeña se enfrentara a cualquier tipo de peligro.

Fue entonces que, en su papel de Rey y padre, ordenó una reunión privada con los Sheikah's para estudiar más a fondo la profecía calamitosa; ya que si no podía evitar el destino de Zelda, al menos haría todo lo posible por protegerla.

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"La princesa Zelda, es un digno ejemplo de fuerza y templanza", eran los rumores que corrían por el castillo y en general por todo Hyrule, cuando en el funeral de la Reina madre, la joven infanta no había derramado ni una sola lágrima, mostrando una resiliencia increíble que incluso, sorprendió al mismo Rey Rhoam, quien detrás de su expresión calmada, agregaba una pena más a su larga lista de preocupaciones; el criar solo a la princesa Zelda, que, ante la repentina muerte de su esposa, no había podido enseñarle a la heredera a despertar sus poderes divinos, de los cuáles, ni él ni nadie en todo el reino, tenían idea de cómo poder auxiliar a la pequeña de tan sólo seis años. Ante un problema de esa magnitud, el Rey no podía permitirse vivir el duelo de su temprana viudez, por lo que encerró su dolor en una coraza impenetrable que no lo distrajera de sus obligaciones reales.

—Deberías permitirte al menos, un día de descanso para afrontar la partida de la Reina. —Mencionó Urbosa cuando todos los asistentes al funeral de la Reina ya se habían marchado, estando únicamente en el recinto la princesa Zelda, el Rey Rhoam, y el caballero de confianza de este último.

—La Calamidad, no va a esperar. —Respondió Rhoam severamente.

—Ocultar las emociones, no es sinónimo de que no existan. —Espetó la lideresa de las Gerudo.

—Las emociones, nos alejan de nuestro deber divino; es nuestra obligación mantenernos alejados y al margen de los sentimientos mundanos, éstos, nos vuelven débiles y un monarca jamás debe verse vulnerable. —Expresó Rhoam sin bajar la mirada de las puertas del castillo, continuando sentado en su trono, aunque claramente, esas palabras tenían un destinatario.

Urbosa se irguió sobre su estatura y se cruzó de brazos con aire sombrío: a veces, o más bien, muchas veces, odiaba los protocolos reales, más los que implicaban volver de piedra a la gente. De linaje Gerudo, la líder de la tribu conformada por imponentes guerreras, no estaba acostumbrada a ocultar su carácter flemático tan característico de las provenientes del desierto, creyendo que esa antigua tradición de demostrar ante la gente que la realeza no perdía jamás la compostura, era estúpida.

Por su parte, la niña se mantenía serena y a la escucha de las palabras de su padre, calando hondo en su joven corazón, entendiendo cuál era su lugar en este mundo. Sin embargo, luego de unos momentos, la menor se levantó de su asiento y se acercó al trono de su progenitor.

—Padre, ¿puedo retirarme a mis aposentos? Estoy muy cansada y me gustaría dormir temprano. —Mencionó la princesa, hablando con una dicción y formalidad superior a su edad.

—Puedes retirarte. —Respondió Rhoam, quien hizo una señal a su caballero de confianza, para que escoltara a la princesa a su habitación.

—Gracias. Buenas noches. —Dijo la menor, quien se despidió de su padre y Urbosa con una reverencia, mientras esta última, sintió un enorme pesar por la infanta, ya que además de estar enormemente dolida por la pérdida de su mejor amiga Zelda, en su corazón también pesaba la impotencia de la soledad y orfandad con la que ahora se enfrentaría la princesa del mismo nombre y no podía hacer nada para evitarlo.

Una vez en su recámara y asegurándose de que nadie pudiera escucharla, Zelda echó el cerrojo a la puerta, pese a la prohibición de su padre y se tumbó en la cama para llorar profundamente. Sólo era una niña y ya había conocido el lado más amargo que la vida tenía para mostrarle, sintiéndose devastada, terriblemente sola y desprotegida sin la presencia de su madre, pensando en que jamás en la vida volvería a ver su cara, sus ojos y su sonrisa. La mujer más buena del mundo a sus ojos, había sido arrancada de golpe, como un insensato que corta una bella flor para matarla al instante, privando a todos de su belleza.

Sintió un terrible dolor en el pecho, como si el aire no pudiera ingresar a sus pulmones y le dificultaba respirar, mientras trataba de encontrar una explicación lógica a lo sucedido.

La Reina no era una mala persona, al contrario, su madre siempre era amable con todos, divertida, inteligente, sabía escuchar y aconsejar con amor; sin embargo, esto no bastó para que un día enfermara de repente y sin más, su vida se extinguiera, yéndose de este mundo en donde ni siquiera tuvo la oportunidad de despedirse. Su madre decía que a la gente buena nunca le pasaban cosas malas; sin embargo, la muerte había conseguido llevársela. Entonces, ¿qué había sucedido? Si la Reina no era una mala persona, entonces la explicación conducía a ella.

Tal vez la muerte de su madre era un castigo divino por sus malas acciones; quizás se debió a aquella vez en que no quiso comer sus vegetales, o en esa ocasión, en donde contestó mal a su padre y lo hizo enfadar porque no deseaba asistir a esa reunión con los sabios del reino. No encontraba otra explicación del porqué Hylia no había escuchado su plegaria cuando rogó que le devolviera la salud a su madre, siendo esta su única conclusión; ella era tan buena, que no la merecía.

Zelda se abrazó a su almohada y se hizo un ovillo en la cama, sintiendo una terrible culpa por la muerte de la Reina, pensando que, quizá de haber sido una mejor hija, las circunstancias serían diferentes y favorecedoras.

Sin un soporte emocional y ante el inflexible protocolo real, no había un consuelo ni palabras que sacaran esas ideas equivocadas del alma de la princesa, quien, además de estar abrumada por su propio duelo, sentía que ahora estaba fallando a su padre, a la diosa y a todo Hyrule, por no poder contener su llanto y su tristeza, sintiéndose miserable, porque a juicio del Rey ahora estaba mostrándose débil, cobarde.

Fue entonces que en medio de su soledad y su pena, que se juró a sí misma no volver a llorar ni a descomponerse, no se permitiría ser vulnerable, dedicando su vida de ahora en adelante a ser una buena hija y una buena monarca, haría sentir a su padre y al reino orgullosos de ella, pero al menos por hoy, lavaría toda su tristeza con todas las lágrimas que fueran necesarias.

Entonces, rompiendo el silencio lúgubre de su habitación, la niña comenzó a tararear una canción que su madre había compuesto para ella, una melodía de cuna que se gozaba de interpretar en su ocarina para consolar a Zelda, que con sus notas suaves y armonía delicada lograba relajar a la pequeña de ojos esmeralda.

Zelda lloró esa noche hasta quedarse dormida, vencida por el cansancio, dejándose arrastrar lentamente al mundo de los sueños, esperando

que este fuera mejor que la realidad, ya que al despertar, sería el primer día, el primer día del resto de su vida.