"SINFONÍA DE LA PRINCESA Y EL HÉROE"
Por Light of Moon
NOTA DE LA AUTORA: ¡Hola! Espero que se encuentren bien todas y todos ustedes. Les saludo nuevamente después de casi un año haber terminado al fin "Legend of Zelda: Tears of the Kingdom" y con ello, llegado el golpe de inspiración que necesitaba para terminar esta historia. Antes que nada, pido relajación al respecto, no habrá spoilers, aquí la ubicación es pre BOTW por lo que podrán leer tranquilos.
Es esta oportunidad podrán, ver lo que ha ocurrido después del funeral de la reina y el destino que le espera a Hyrule con este acontecimiento que, al final, dejaré un poco la presentación de alguien importante.
Sin más, espero que disfruten la lectura tanto como yo disfruté de escribirla. Ojalá puedan dejar un comentario, me ayudan bastante. ¡Les envío saludos!
[ Summary]: "—Rey Rhoam. —Dijo un anciano acercándose con paso lento hacia el patriarca de Hyrule, haciendo una reverencia de por medio. —A nombre de toda la comunidad Sheikah, le damos nuestro más sentido pésame, a usted y a la joven princesa, por la pérdida de la Reina Zelda. Rezamos por el descanso de su alma al lado de las diosas de la creación y que su espíritu ya sea uno solo con Hylia."
CAPÍTULO 3: MINUÉ DEL BOSQUE
El cielo gris se extendía por toda la llanura de Hyrule, eclipsando la luz del sol. A pesar de que ya era más de medio día, el clima era frío y el ambiente lúgubre, como si la naturaleza supiera y guardara el luto por la pérdida de la reina. Al día siguiente de los funerales de su esposa, el Rey Rhoam organizó una expedición hacia la aldea Kakariko, acompañado de los líderes de las tribus más importantes del reino; Urbosa, Daruk, Tecón y Dorphan, para reunirse con el consejo de los sheikah's.
El viaje fue solemne y silencioso; en razón de las recientes circunstancias de duelo, no hubo lugar para hacer la mínima conversación en el transcurso del camino; sólo se escuchaban las patas de los caballos chocar contra la hierba seca y el metal de las armaduras de la guardia real haciendo un ruido sordo con el trotar de sus monturas.
La Villa Kakariko había sido por generaciones el hogar de los sheikah's quienes se ocupaban casi exclusivamente a vivir bajo el servicio de la familia real desde tiempos inmemorables, por lo cual, la corona los tenía siempre en gran estima. Sin embargo, esto no siempre fue así.
Como en cualquier otra historia digna de contarse, esta tuvo sus altibajos; uno de los más antiguos versaba sobre el mito de una mazmorra construida por la tribu en cuestión bajo la Villa Kakariko, previa orden del entonces Rey de Hyrule, por razones bastante cuestionables. La leyenda contaba sobre un hombre que podía conocer la verdad gracias a un espejo mágico; un objeto tan poderoso que no tardó en llegar a oídos del castillo de Hyrule provocando el temor de la familia real, considerándolo una amenaza. Los sheikah's al ser fieles servidores de la Corona, fueron instruidos para construir debajo de su aldea una cámara de tortura subterránea, destinada a acabar con los enemigos de los descendientes de Hylia, siendo el portador del espejo de la verdad el primero en inaugurar el recinto macabro, cortándole las manos y acabando con su vida decapitándolo. Durante un largo periodo oscuro, la familia real ordenó la muerte brutal de cientos de personas a manos de los sheikas's, fundándose el mito de que los cimientos de Kakariko se habían regado con sangre. No obstante, este no sería el único capítulo incómodo en la historia del pueblo y el castillo.
Los caballos se detuvieron justo en la entrada de la aldea en donde ya los esperaba un séquito formado por los habitantes del pueblo, quienes en silencio hicieron una reverencia al Rey y a sus acompañantes, para luego encaminarlos por las veredas angostas, hasta que llegaron a una de las casas que estaba justo en el corazón de la villa y que era la más grande de todas. Los presentes hicieron una señal de respeto hacia siete estatuas que descansaban por fuera de la construcción, como si fuesen guardianes que resguardaban el recinto, para luego continuar por las escaleras de madera, que rechinaban debido al crujir de sus años y la lluvia que empezaba a caer en gotas rápidas, como si fuese el reflejo del ambiente triste.
Al llegar a la entrada, se abrió la puerta corrediza, abriendo paso a un salón que sólo estaba iluminado por velas de cera y varitas de incienso, que perfumaban el ambiente solemne. Había una mesa al centro de forma cuadrada, con dos cojines de cada lado listos para recibir a los invitados.
—Rey Rhoam. —Dijo un anciano acercándose con paso lento hacia el patriarca de Hyrule, haciendo una reverencia de por medio. —A nombre de toda la comunidad Sheikah, le damos nuestro más sentido pésame, a usted y a la joven princesa, por la pérdida de la Reina Zelda. Rezamos por el descanso de su alma al lado de las diosas de la creación y que su espíritu ya sea uno solo con Hylia.
Rhoam sólo se limitó a asentir y aceptar en silencio las condolencias por parte de sus fieles servidores y procedió a tomar asiento, a lo que le siguió Urbosa y Dorphan a su derecha, y Daruk y Tecón a su izquierda.
Frente a él, tomó su lugar el anciano Sheikah junto con dos jóvenes que se posaron a sus espaldas en ambos flancos; las chicas tendrían una edad de entre 16 y 18 años y pese a tener cierto parecido en las facciones con piel bronceada, cabello blanco y vivaces ojos color rojo, se distinguían por el largo cabello de la más joven, llevándolo casi a las rodillas, sumado a que tenía el tatuaje distintivo de los sheikah en el nacimiento de su frente. La otra en cambio, llevaba el cabello corto a los hombros, con un un mechón rojo que caía en la frente, y gafas del mismo color, luciendo un aspecto un poco más desenfadado que la otra mujer.
Cual si fueran estatuas de piedra, las dos féminas se quedaron de brazos cruzados al lado del hombre de mayor edad, fungiendo de guardaespaldas personales.
—Agradezco que nos hayas recibido en tu casa, Kaknab. —Mencionó el líder de Hyrule.
—Para los sheikah's, siempre será un honor servir a los descendientes de Hylia.
—¿Podemos empezar? —Preguntó el interlocutor.
—Por supuesto.
El anciano hizo una señal y ambas jóvenes se movieron rápidamente hacia uno de los pasillos, haciendo ruidos casi imperceptibles, para regresar en cuestión de segundos con una especie de mortero de piedra y frascos que contenían pociones de colores llamativos.
—A todos los presentes, les ruego que sean respetuosos de lo que van a ver aquí y sobretodo, que tengan fe, ya que si bien todo esto es considerado leyenda, para nosotros, son hechos ciertos y verídicos; es lo que ha construido a nuestra tribu y lo que nos guiará hacia la verdad.
Los líderes de las tribus gerudo, orni, zora y goron levantaron la palma de la mano derecha en señal de juramento y el viejo sheikah, inició sin preámbulos.
—Cuando nació la princesa Zelda, se cumplió el mandato de la diosa Hylia, acerca de reencarnar en la primogénita de sus descendientes, a quien ha dotado de su poder mágico para preservar esta tierra, el Reino de Hyrule; que ha vivido un largo periodo de paz y prosperidad, en donde no ha sido necesaria la intervención del poder de la diosa, ya que el pueblo ha sabido defenderse solo de las adversidades. Sin embargo, esto no siempre ha sido así…
Una de las jóvenes, colocó el recipiente de piedra frente a la mesa, mientras la otra vaciaba el contenido de la botella, que al ser totalmente vertido comenzó a revelar imágenes claras en colores vibrantes, como si fuese una segunda dimensión paralela frente a los ojos de los presentes.
—Desde que este mundo fue creado, se sabe que siempre ha existido el mal que ha intentado destruir y conquistar este Reino y que ya lo ha intentado en varias ocasiones, estando cada vez más cerca de nosotros, siendo la más próxima, aquella del hombre que surgió del desierto, el único voe nacido entre un pueblo vai, el impar varón gerudo que llevó por nombre Ganondorf…
Y de entre las imágenes formadas ante a los presentes, se dibujaron las formas de un ente que a leguas parecía malvado, pero que tenía forma de hombre con rasgos gerudo; gran altura y musculatura, cabellera roja, piel bronceada y ojos dorados, vistiendo la armadura de sus capitanes y la capa de la matriarca, montando un enorme caballo negro de crin fuego y espuelas de oro; cual soldado del infierno, un rey maldito del desierto. Ante tal aparición, el rostro de todos los presentes dibujó una mueca de incredulidad, erizándoles la piel, ya que no pensaban que fuera posible la existencia de un hombre nacido de la casta gerudo. Pero sobretodo, esta imagen logró inquietar a Urbosa, que no dudó en mostrar su descontento ante esa versión de la historia.
—Un momento. —Mencionó Urbosa golpeando la mesa y marcando arrugas en su frente. —El mal no pudo haber surgido de nuestra tierra, siempre hemos sido fieles servidoras del Reino. —Dijo Urbosa con enfado y el orgullo herido; nadie osaría manchar el nombre de su gente en su presencia.
—Nabooru, pensaba lo mismo que tú, matriarca Gerudo. —Respondió Kaknab sin inmutarse.
Al escuchar estas palabras, Urbosa relajó la postura y extendió sus manos que momentos antes estaban apretadas en forma de puño.
—Sin embargo, nada malo había en tus antepasadas ni lo hay ahora; el mal las eligió, más no ustedes a él, por lo que se inició una rebelión entre las vai, liderada por tu ancestra Nabooru, quien al volverse una sabia de Hyrule junto con Rauru, Saria, Ruto, Darunia e Impa, ayudaron a la princesa Zelda a sellar al malvado emperador Ganondorf que, durante siete largos años, hundió a Hyrule en la devastación.
De repente, observaron una imagen que los horrorizaría. Se trataba de la ciudadela completamente destrozada; la vegetación había sido quemada, las casas saqueadas y dejadas en ruinas, así como la ausencia de personas en su interior, ya que sólo había una especie de seres momificados que vagaban entre las calles desiertas cual ánimas en pena, caminando encorvados a la vez que emitían gemidos lastimeros que provocaban escalofríos al escucharlos. Y el Templo del Tiempo, su sitio más emblemático y valorado por los habitantes del Reino, debido a que les recordaba la conexión y protección de Hylia, estaba en completo abandono, descuidado, ultrajado por la maldad gobernante. Dicha fatalidad dejó sin habla a todos los presentes, sobre todo al Rey Rhoam, que sintió el temor escalar por la espina dorsal, por el sólo hecho de pensar que eso volviera a suceder en Hyrule si no era capaz de proteger sus tierras.
Entonces, la escena cambió; de repente surgieron siete individuos de todas las tribus que se posaban sobre un sello enmedio de un portal místico, mientras la princesa luchaba junto con un joven desconocido, para detener al malvado que ahora se hacía llamar Ganon, y que ya no tenía forma de hombre, sino de una bestia oscura.
—¿Quién es el chico? —Se atrevió a preguntar Daruk al observar a un caballero de vestiduras color verde, luchar al lado de la princesa Zelda, portando una espada de luz resplandeciente.
—Él es una pieza clave junto con la princesa para poder vencer al mal; es el héroe que blande la Espada Maestra que doblega la oscuridad. Se dice que en el interior de la espada, reside el espíritu de Fay y la bendición de la misma Hylia, para ayudar al héroe a vencer a Ganon. Pero este poderoso artefacto, sólo puede ser portado por el elegido. —Explicó Kaknab.
—¿Y quién es ese héroe? —Cuestionó Tecón.
—No lo sabemos. —Respondió Kaknab—A lo largo de la historia, la leyenda se ha referido a él con diferentes apelativos: héroe de Hyrule, héroe del tiempo; del crepúsculo, del viento, de la luz y de la leyenda. Sin embargo, su nombre no se conoce, ni tampoco se sabe más de él, fuera de su obra salvadora.
—Entonces hay que designar a alguno de nuestros caballeros más fuertes para que pueda buscar esa espada y blandirla.. —Dijo Rhoam.
—Oh, señor, no se puede designar al héroe, la espada elige a su amo, sólo quien esté destinado a blandirla, podrá liberarla de su resguardo.
El monarca suspiró. Había mucho en juego y básicamente estaban a ciegas. "Encontrar a ese héroe, sería como encontrar a una aguja dentro de un pajar." Pensó
—¿Cuánto tiempo nos queda?
—No lo sabemos con precisión, su Majestad. Como le expliqué el día del nacimiento de la Princesa, sólo sabemos que la Calamidad está cerca y no puede tomarnos desprevenidos.
—Su Majestad, no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras ese héroe aparece. —Mencionó Urbosa.
—Tiene razón. —Dijo Tecón.
—¿Qué podemos hacer, Kaknab? —Cuestionó el Rey de Hyrule al anciano sheikah.
—Hace más de diez mil años, fue la última batalla de la que se tuvo conocimiento entre Ganon, la Princesa y el Héroe, en donde se vieron victoriosos con la ayuda de los guardianes y las bestias divinas que fueron creados por nuestros antepasados, con el uso de la tecnología ancestral Sheikah'...
En ese momento, se dibujaron las formas de unos seres robóticos y cíclopes de patas alargadas que, presumiblemente, asumieron que se trataban de los guardianes, y por otro lado, se observaron a las bestias divinas, gigantes imponentes creados por la tribu que vivía en Kakariko, las cuales tenían formas de cuatro animales; elefante, camello, salamandra y un ave.
El Rey Rhoam bajó la cabeza, pensando en que blindar a su ejército no sería suficiente, ya que para vencer a ese horrible ser demoníaco, también eran necesarias las bestias divinas y los guardianes. Y no sería tarea fácil el traerlos de regreso.
—¿Y dónde están esas bestias divinas? —Cuestionó Daruk.
—Nadie lo sabe, jefe Goron. —Contestó Kaknab. —Hace un par de años los científicos sheikah's organizaron expediciones para buscar los restos de esa tecnología que, se piensa está enterrada en los alrededores de Hyrule.
—Retomaremos las investigaciones mañana mismo, reúne a tus arqueólogos y científicos, mañana mismo nos congregaremos en el castillo, no podemos perder más tiempo. —Ordenó Roham poniéndose de pie, con todos imitándolo a la misma vez. —Sólo una cosa más, Kaknab. Necesito un guardián para mi hija, alguien que cuide de ella y pueda entrenarla y educarla ahora que perdió a su madre. —Solicitó con cierto aire sombrío.
—Cualquiera de mis nietas, Impa o Prunia serían ideales para la tarea. —Respondió el anciano, señalando a las jóvenes que ahora estaban recargadas al lado de la puerta principal.
—Preferiría a un guerrero experto y a una nana un poco mayor. —Mencionó el Rey, de una forma educada.
—Su Majestad, puede tener ambos requisitos en una sola, se lo garantizo.
Y sin decir nada, de la fragilidad del hombre mayor no quedó nada y tomó la espada que llevaba en la cintura la matriarca Gerudo, lanzándosela directamente a ambas jóvenes, quienes la esquivaron con agilidad, haciendo gala de acrobacias y su perfecto equilibrio, mientras Impa, la joven del cabello largo se colocaba en posición de combate y sostenía el arma.
—Impa y Prunia no sólo son estudiosas de nuestra cultura y tradiciones; también son formidables guerreras, que le aseguro Majestad, sabrán cuidar de la Princesa.
Todos los presentes se quedaron atónitos ante las notables habilidades de Impa y Prunia pese a su juventud; por lo que el Rey pactó con el abuelo de las mismas, el llevarse a una de ellas al Castillo Real para que le sirviera de nana y compañía a la joven princesa huérfana, reforzando nuevamente la confianza entre el pueblo que habitaba la villa Kakariko y los descendientes de Hylia; no obstante, aún había hilos sueltos que tensaban las relaciones diplomáticas del pueblo de la villa y la Casa Real.
Corrían rumores que, dentro del Reino existían traidores; sujetos que antes eran sheikah's, ahora eran anarquistas renegados que planeaban derrocar a la monarquía de Hyrule, provocando una fractura y tensiones en la comunidad de Kakariko, ya que lejos, en el desierto, se gestaba una posible guerra civil, orquestada por quienes se hacían llamar "Clan Yiga"; no obstante, este era el menor de los problemas que agobiaban en ese momento al Rey, debido a que, su principal preocupación era encontrar al héroe que podía blandir la llamada "Espada Maestra".
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Lejos de la pompa y elegancia del castillo de Hyrule, en la región boscosa y colindante con Lanayru, se encontraba la aldea Hatelia, un pequeño poblado, pintoresco y cálido, donde vivían unas pocas personas; el pueblo se dedicaba principalmente a la producción agrícola y ganadera, pero, si existía algo característico de este lugar era su innovador servicio de tintorería, siendo los mejores tratantes de telas y sastres de todo el reino, abasteciendo a Hyrule de materia prima para la elaboración de prendas, desde las sencillas capuchas invernales, hasta los complicados vestuarios de la familia real.
En la aldea, todo el mundo era amable y servicial, conociéndose entre todos los vecinos, particularmente, al hombre que vivía en las afueras del lugar.
Denahi era un caballero de la guardia real y escolta cercano del mismo Rey de Hyrule, quien había iniciado su carrera desde abajo empezando como escudero, pero con esfuerzo y habilidad, había logrado convertirse en el hombre de confianza de Rhoam, luchando valientemente a su lado y saliendo siempre victorioso.
Por su carácter y valerosidad, Denahi era muy apreciado en su aldea de origen, en donde solía vivir en su antigua casa, antes de mudarse a la ciudadela de Hyrule, junto con su esposa Malon y su único hijo, Link.
El pequeño era un niño inquieto, de cabello rubio cenizo, facciones dulces y una mirada profundamente azul, quien, pese a su juventud, era intrépido, audaz, como si la valentía fuera el motor y guía en su vida, en la cual, aspiraba a tener el mismo camino de su padre.
Pese a que pasaban gran parte de su tiempo en la vivienda de la ciudadela de Hyrule, aprovechaban el poco tiempo libre para convivir en la granja de Hatelia en donde la madre de Link, disfrutaba de la tranquilidad y aire fresco del campo.
De su huerto casero, cortaba un par de manzanas y calabazas para la cena, siendo el menú de hoy calabaza rellena de carne y vegetales y de postre, tarta de manzana y frutos secos, siendo este pastelillo el favorito de su hijo, quien devoraba todos y cada uno de los exquisitos platos cocinados por su madre, mostrando curiosidad por preservar el sazón familiar.
A la hora de dormir, Malón acudió a acostar en el lecho a su hijo, no sin antes haber tocado una canción en una pequeña ocarina de madera para que este se relajara y tuviera dulces sueños, despidiéndose de él y terminando la rutina del día, con un beso cariñoso en la frente.
—Descansa mi niño, porque esta noche, tu madre cuidará de ti. —Murmuró amorosa la mujer, mientras acomodaba los mechones de hebras doradas en la frente del menor, quien dormía tranquilo en su habitación, a la vez que una lluvia suave le daba ligeros golpecitos a la ventana, arrullando al infante con su canto.
Una vida sencilla pero llena de amor, era la que rodeaba al niño que, sin saberlo todavía, le aguardaba un destino muy distinto al que añoraba.
SIGUIENTE CAPÍTULO: Canción del Tiempo
