"SINFONÍA DE LA PRINCESA Y EL HÉROE"

Por Light of Moon


NOTA DE LA AUTORA: Hola a todos, espero que se encuentren bien.

Continuando con esta historia, aquí avanzaremos un largo paso en el tiempo para ver de lleno la vida de la Princesa y del Héroe entrando a los hechos de Breath of the Wild, del cual estoy tomando una alta inspiración para esta historia; observaremos las primeras inseguridades de la princesa en contraste con el talento natural del Link y cómo esto influirá en el destino del Reino, pero no spoileo más y mejor dejo que ustedes lo descubran.

Así que sin más preámbulo, ¡a leer! Espero que disfruten tanto leyendo esta historia, como yo lo hoice escribiéndola.

Ojalá puedan dejarme su opinión del fic, me motiva bastante y me incentiva a seguir escribiendo.

¡Les mando abrazos!


[ Summary]:"Sin decir nada, el muchacho hizo una reverencia ante el Rey, bajando la mirada al piso en señal de respeto y también para ocultarse del rango de visión de la Princesa quien, por alguna razón que no entendió en ese momento, lo intimidaba aún más que todo el ejército."


CAPÍTULO 4: CANCIÓN DEL TIEMPO

Habían pasado diez largos años desde aquél triste día de la partida de la Reina, en donde si bien, el dolor no se había ido del corazón de la princesa, al menos, este se había vuelto soportable, aprendiendo a ser feliz con lo que tenía y a sobrellevar su orfandad.

De aquella niña temerosa y retraída ya quedaba muy poco, se había convertido en una hermosa joven; piel de porcelana, formas esbeltas, cabellos dorados como rayos de sol, y una sonrisa amplia y dulce que, a pesar de ser sincera, casi nunca le llegaba a los ojos esmeralda. No obstante a tenerlo todo, la niña guardaba una inquietud en el corazón; a pesar de sus incesantes plegarias a Hylia, no había logrado despertar su poder interior, el don bendito, el legado de su estirpe se negaba a mostrarse ante ella.

Su madre, acaecida antes de que pudiera explicar el cómo podía activar sus poderes para derrotar a Ganon y sin absolutamente nadie que supiera cómo funcionaba este mecanismo de defensa, quedó a ciegas con la responsabilidad de salvar al reino sin que alguien la guiase. Ante un problema de tal magnitud, Rhoam se reunió con los sabios del reino, quienes concluyeron que la única manera de despertar el poder de la princesa era bajo severas rutinas de oración a Hylia y un estricto cumplimiento de su deber real, para así complacer a la diosa y que ésta se apiadara de Zelda y el reino.

Así las cosas y aún con el luto por la muerte de la Reina, la niña se dispuso a cumplir con rigor sus obligaciones reales y sus rezos, yendo todas las mañanas durante el alba a rezar en el templo del tiempo y antes de dormir, acudía a la capilla del castillo para continuar con sus oraciones; sin embargo, todos sus intentos hasta la fecha, habían sido inútiles, lo que levantó el descontento de la Corte de los Sabios y los chismorreos entre la gente del pueblo; ingratos de memoria corta que, diez años atrás, admiraban la templanza de Zelda ante la muerte de su madre.

"Quizás la devoción de la princesa no es verdadera", "no es digna de Hylia" y "tal vez el Rey debería de buscar otra estrategia por si los poderes de su hija nunca despiertan", eran los rumores con los que Rhoam tenía que lidiar todos los días y que alimentaban su frustración por no tener idea sobre qué podía hacer para ayudar a su hija, que, pese a no demostrarlo públicamente, se encontraba severamente afectada por estos comentarios crueles hechos a sus espaldas, en donde todo el mundo dudaba de sus capacidades, a tal punto, que ella también comenzó a creer que no era digna, teniendo su autoestima por el piso, creciendo en ella un abismo de temores e inseguridades que la consumían poco a poco y eran duras pedradas a su joven corazón.

—Sé que nadie confía en mí. —Mencionó con tristeza, mientras una joven peinaba sus cabellos dorados.

—Es porque no han visto lo mucho que te esfuerzas a diario. —Respondió mientras acomodaba el cabello de Zelda. —No hay nadie en el Reino que sea más dedicada y afanosa en sus deberes que tú. —Determinó mientras tejía una trenza gruesa en el cabello de la monarca.

—¿Y de qué ha servido, Impa? —Dijo la princesa mientras su nana y confidente la miraba sin saber qué decir.

—Es sólo cuestión de paciencia, cada vez estamos más cerca, estoy segura de eso.

La joven suspiró.

—Ojalá tengas razón.

En ese momento, sacó la tableta Sheikah y comenzó a realizar anotaciones a mano, en un pequeño cuaderno que guardaba en el cajón de su tocador.

—¿Has encontrado algo nuevo? —Preguntó la chica de cabello blanco.

—Aún no quiero hacer afirmaciones, pero analizando el funcionamiento de los antiguos guardianes, me atrevería a decir que su punto débil, es la parte del ojo. —Explicó con entusiasmo en la voz, mientras le enseñaba a su amiga, un diagrama con el enorme robot circular. —Quizás, debamos hablar con Prunia, para buscar alguna manera de reforzar esta debilidad o agregar algún mecanismo de defensa que no permita volverlos vulnerables ante un posible ataque.

—Sorprendente, este ha sido uno de tus mejores hallazgos, Zelda. —Felicitó la mujer a la más joven.

—Si no puedo ayudar en la batalla contra Ganon con mis poderes, espero que al menos pueda hacer algo con mis investigaciones sobre la tecnología Sheikah.

En ese momento, alguien interrumpió su conversación tocando la puerta de los aposentos.

—¡Alguien viene, escóndelo, pronto! —Pidió la princesa a su nana, quien se apresuró a colocar la tableta Sheikah en un pequeño baúl que descansaba frente a la cama de la sacerdotisa de Hyrule, mientras ella colocaba su cuaderno de apuntes de regreso en el cajón.

—Adelante. —Autorizó con voz serena.

Al escuchar a la princesa, la puerta se abrió y una de las mucamas se apresuró a entrar.

—Su Alteza. —Informó la recién llegada. — Su padre quiere hablar con usted.

En cuanto escuchó el recado, Zelda se puso de pie y trató de quitar las arrugas de la falda de su vestido para apersonarse ante su padre. Impa procedía a retirarse cuando la mano firme de la princesa la detuvo.

—Espera, no te vayas todavía. Hay un par de cartas que me gustaría que hicieras llegar a Prunia.

Impa dudó, ya que aunque el Rey Rhoam permitía que ella acompañara en todo momento a su hija, había asuntos de los que creía prudente no estar cerca para cuando fuesen tratados.

—Por favor, Impa. Sea lo que sea que vaya a decirme mi padre, me reconforta saber que estás a un lado mío. —Suplicó.

Finalmente, la joven Sheikah accedió a acompañar a Zelda para encontrarse con su padre, todo con tal de mantener serena a la adolescente.

Caminaron con rumbo al trono del Rey cuando de repente por una distracción de la princesa, ésta chocó por accidente con un joven que venía caminando desde los pasillos laterales, haciendo que éste último, tirara en el suelo la cítara que llevaba en las manos. Por instinto, la futura monarca iba a agacharse para recoger el instrumento musical, cuando el chico se adelantó para levantarla.

—Princesa, por favor, no se moleste. —Dijo a la vez que con agilidad levantaba el pequeño objeto de cuerdas y hacía una pequeña reverencia. —Ha sido mi culpa y le pido mil perdones. —Se disculpó educadamente.

—No te preocupes, Kai.

Ante ella, se encontraba el poeta de la corte real; un joven garbo, de buena estatura, esbelto, piel blanca que parecía que nunca haber sido dañada por el sol y contrastaba escandalosamente con su cabello color azabache que lo llevaba atado en un moño alto, herencia de su linaje sheikah. De una edad aproximada entre los diecisiete y dieciocho años, Kai guardaba una apariencia de alguien que no es un jovencillo común en el reino y, sumado a la vestimenta pulcra, el traje de lino y la bufanda que llevaba al cuello en donde mostraba con orgullo la noble condecoración de la familia real de Hyrule, se hacía confirmar su estrato social. Tal distinción se la había ganado por su habilidad con los versos, la sensibilidad al recitar y la solemnidad de su voz, siendo que, si no fuera porque tenía la apariencia de un hyliano, se podría jurar que su timbre de voz se asemejaba al de alguna aparición divina.

—Su Alteza, permítame por favor escoltarla a usted y a lady Impa. —Dijo clavando sus ojos vivaces en la mirada tímida de Zelda, quien se ruborizó un poco ante las atenciones del atractivo poeta.

—Claro. —Respondió con una sonrisa.

Al escuchar lo anterior, Impa puso los ojos en blanco y caminó del lado derecho de la princesa, mientras Kai se colocaba en el flanco izquierdo.

Cuando llegaron ante el trono de Rhoam, los recién llegados hicieron una reverencia y Kai tomó su lugar a un costado del salón, mientras Impa permaneció a unos metros de distancia de la princesa Zelda.

El Rey hizo una señal con las manos al poeta, quien asintió y comenzó a tocar una melodía suave en la cítara, formando una dulce música de ambiente que particularmente, relajaba bastante al monarca antes de tener una "conversación incómoda" con su hija. Situación que Zelda también entendía y sabía lo que se aproximaba.

—¿Me llamabas, padre?

—Así es, princesa. —Respondió Rhoam con voz imponente. —Como ya sabes, existen muchos rumores y hay una preocupación general en el Reino, con respecto al despertar de tus poderes.

Zelda bajó la cabeza, como si no fuera suficiente todos los rumores y chismorreos acerca de su incapacidad para despertar su poder interior, que ya eran de su conocimiento y del dominio público, ahora también su padre se lo echaría en cara. Otra vez.

—He hablado con los sabios del Reino y creen que para agradar a la diosa, no son suficientes las oraciones y los rezos, sino que también, debes hacer cumplir tu deber como princesa. Como ya sabes, es la voluntad de Hylia heredar su poder a cada primogénita de su linaje, así como tu abuela lo transmitió a tu madre y ella a ti.

La joven hizo una mueca, hablar de su madre no era un tema que le gustara tocar.

—Es entonces que los sabios han hecho notar en la Corte que ya tienes dieciséis años y todavía no estás comprometida con nadie…

—¿Compromiso? —Replicó la rubia dando un paso hacia atrás por la sorpresa, contraria a su costumbre de no interrumpir al Rey cuando hablaba. Por otra parte, el joven Kai quien siempre parecía absorto en su música ante las conversaciones reales, al escuchar este último diálogo de Rhoam, arqueó la ceja con interés, mientras Impa trataba de disimular su asombro.

—La reencarnación de la diosa Hylia ocurre a través de su descendencia, Zelda. —Explicó el rey, llamándola por su nombre, como si en esta ocasión hablara el padre y no el gobernante de Hyrule. —Los sabios consideran que ya estás en edad para estar comprometida y yo estoy de acuerdo con ellos.

El Rey miró la angustia y la preocupación reflejada en los ojos de la joven, por lo que continuó hablando para aplacarla.

—Por la elección de tu marido, no tienes por qué temer o preocuparte, elegiremos a un joven a tu altura, digno de la mano de la futura Reina y sacerdotisa de Hyrule. —Expresó con solemnidad.

Una sonrisa baja se dibujó en el rostro del trovador real, quien continuó entonando la melodía con mayor entusiasmo.

—Pero, ¿quién será ese joven? ¿Ya lo has elegido? —Preguntó la princesa.

—Así es, hemos elegido con el mayor cuidado al primer candidato; el Príncipe Sidon, de la región Zora.

Al escuchar la respuesta del monarca, la música entonada por Kai se detuvo abruptamente, seguido del sonido producido por el pequeño latigazo, provocado por la rotura de una de las cuerdas de la cítara.

El Rey y la princesa al escuchar el incidente voltearon a mirar al joven Sheikah, que trató de disimular su expresión desencajada.

—Me disculpo, Altezas. La cuerda de la cítara se ha roto. —Explicó estando levemente nervioso.

—Pues arreglala. —Resolvió rápidamente Rhoam, tomándole nula importancia al incidente y a los nervios del letrado, continuando la charla con su hija. —Como ya te expliqué, tu futuro esposo tiene que tener un origen distinguido; de las cuatro tribus que conforman el Reino, los Goron y los Orni son pueblos bárbaros, formados únicamente por guerreros y sus esposas, y sólo las gerudo y los zora, cuentan con la estirpe real y la estructura social idónea para que gobierne Hyrule a tu lado. Pero al ser las Gerudo un pueblo formado únicamente por mujeres, los Zora son la mejor opción.

Ahora lo entendía todo, su unión matrimonial también sería aprovechada como una alianza política, para disolver todo tipo de tensión en el reino; ya que, al no confiar en ella, Hyrule seguramente sí lo haría en su futuro esposo para salvaguardar su destino. Y al ser también un miembro real de una de las tribus, al menos su pueblo de origen lo aceptaría de inmediato.

Zelda fingió que no entendió la desagradable segunda intención de su matrimonio arreglado, ya que no quería entablar una nueva discusión con su padre, además, no era como que le afectara demasiado el tema; había dedicado toda su vida a su faceta de sacerdotisa, usando la mayor parte de su tiempo, metas y aspiraciones a los rezos a Hylia para despertar sus poderes, por lo que, no había tenido tiempo de ocuparse de otras cosas, como pensar en matrimonio. Le habían enseñado que esos sueños y esperanzas eran banales y del pueblo, sus metas eran mucho más importantes y, el hecho de tener que casarse con alguien, lo veía como un mero trámite, un requisito para que los poderes de Hylia perduraran con el tiempo. Así que, le daba igual casarse con un zora que con un hyliano o un orni.

—No te voy a imponer un marido, Zelda. He dejado claro que, haremos unas cuantas visitas diplomáticas al reino Zora para que fraternices con la gente y su cultura, y al final, serás tú quien decida si aceptas o no el enlace matrimonial.

—Gracias, padre. —Mencionó la princesa, quien después de intercambiar un par de palabras más con el Rey, pasó a retirarse de nueva cuenta a sus aposentos en compañía de Impa.

En cuanto llegaron a la recámara de la princesa, se encerraron con cerrojo, para asegurarse que nadie pudiera escuchar su conversación.

—¿Qué opinas del mandato real?

—Aquí ¿qué más da lo que yo opine?, lo importante es saber qué opinas tú.

—Sabes que desde que murió mi madre, lo único que me importa es despertar mis poderes. Y si casarme ayuda en algo, lo haré sin protestar. Papá y los sabios piensan que no puedo intuir la doble intención de este matrimonio arreglado. —Comentó a la vez que sacaba su libreta de apuntes y la tableta sheikah. —Evidentemente, el pueblo no confía en mí como una futura gobernante y tener el apoyo de los Zora apaciguara los ánimos del Reino.

Impa reprimió un suspiro, fuera de su deber real, apreciaba realmente a la joven princesa; infravalorada por todos y comprendida por nadie; desde niña había cargado con una responsabilidad que no eligió pero con templanza había sabido sobrellevar, honrando en todo momento a su casta, a su linaje, sacrificando y dándolo todo por un pueblo que sólo tenía para ella duros juicios.

—Quizás a su Alteza le haga bien el poder conocer a más personas que no sea su padre, la gente de servicio y yo. —Dijo para tratar de animarla. —Dicen que los Zoras son muy agradables.

—Sólo conozco al Rey Dorphan y a su hija Mipha, pero fue hace muchos años, era una niña la última vez que los vi. El Rey no era muy diferente a mi papá, actuaba como un representante de Estado y Mipha, recuerdo que era mayor que yo, pero daba la impresión de ser una chica muy tímida. Ambos fueron muy amables.

—¿Y qué hay de Sidon? ¿También es amable?

—Ni siquiera sabía que el Rey Dorphan tuviera otro hijo. —Respondió encogiéndose de hombros.

Impa levantó la vista impresionada.

—Bueno, supongo que será interesante conocerlo, para cuando tu padre organice la visita diplomática al dominio Zora.

Zelda volvió a tomar sus apuntes y guardó sus herramientas de estudio entre los cajones que contenían sus ropas, ya era hora de acudir al Templo del Tiempo para sus oraciones diarias.

Como cada vez que salían, Impa ordenó que prepararan el carruaje real de la Princesa que las llevaría el Templo del Tiempo, acompañadas por dos caballeros, además del cochero personal de Zelda; a pesar de que dicho templo quedaba muy cerca de la ciudadela, nunca estaba de más tomar precauciones.

—¿Crees que podamos detenernos cerca de la laguna de los anfibios? —Comentó la princesa apenas habían pasado el puesto de la guardia real.

—Zelda… —Mencionó la nana en tono de reprobación. —En esta ocasión no vamos solas.

—Me interesa investigar a las salamandras y a los lagartos correlones de allí. Podemos aprender mucho de ellos y en general de la vida silvestre de Hyrule.

—Lo sé y sabes que no es a mí a quien te toca convencer de eso, es a tu padre y al reino en general.

La descendiente de Hylia se encogió de hombros e iba a comentar algo cuando de repente se escuchó un fuerte estruendo que hizo tambalear el vehículo que las transportaba.

—¿Qué está pasando? —Gritó la más joven visiblemente asustada.

—¡Nos atacan! —Contestó la sheikah, tumbando en el piso del carruaje a la princesa, ocultándose ambas debajo de los asientos.

.

.

.

En la región norte de la meseta de los albores, a un costado del camino real, se encontraba el bosque de los espíritus, lugar en donde muchos viajeros solían adentrarse para cazar jabalíes, recolectar miel y hongos silvestres; ya que debido a la nobleza de esa tierra, ofrecía múltiples y variados recursos a los habitantes de Hyrule, por lo que era común que en la región abundaran los exploradores.

Debajo de un gran roble, se encontraba un joven frente a una fogata en donde previamente había colocado una cacerola que calentaba aceite a fuego medio, mientras se encontraba recargado sobre una piedra que hacía las veces de mesa y picaba un par de trufas y vegetales recién cortados, concentrado en preparar un guiso de verduras y hongos.

Una vez que cortó varios trozos de trufas centenarias, con zanahorias raudas y los característicos hongos de Hyrule, colocó una piedra de halita en un mortero para sazonar con los pequeños granos obtenidos los ingredientes, que poco después los colocó en la cacerola y empezó a freírlos con el cuidado de no quemarlos, ayudado por un cucharón de madera.

El chico, concentrado en su labor, no se había percatado del bullicio y los gritos que se escuchaban en el recodo del camino que llevaba a la ciudadela de Hyrule, sin embargo, el espeso bosque no le permitía ver con claridad de qué se trataba todo aquello. Animado más por la curiosidad, decidió subir a la copa de unos árboles cercanos en donde logró divisar a un ser robótico de patas alargadas que a través de su ojo cíclope lanzaba rayos que quemaban la hierba y amenazaban con hacer añicos lo que tocara, atacando a un carruaje que estaba siendo pobremente defendido por quienes parecían ser dos miembros de la guardia real.

Sin pensarlo, el chico bajó del árbol de un brinco, tomando su cucharón como único medio de defensa y usando la tapa de su cacerola como escudo, listo para ir al ataque de ese maligno ser.

.

.

.

—¡Esa cosa es demasiado rápida! —Gritó uno de los oficiales de caballería mientras volvía a fallar otra flecha en contra del guardian enfurecido, a la vez que galopaba el caballo para esquivar los rayos de la bestia metálica.

—¡Tenemos que resistir mientras llegan los refuerzos, nada puede sucederle a su Alteza! —Indicó el otro mientras trataba de atacar a su contrincante con una lanza.

Los caballeros habían indicado al cochero correr con el caballo hacia el puesto de la guardia real para solicitar refuerzos y luchar contra la máquina enloquecida; no importaría si dejaban la vida en ello, tenían que proteger a la princesa a toda costa.

El guardián había logrado tumbar a uno de los oficiales de su montura, la cual había salido corriendo despavorida perdiendo su lanza en el proceso, quedando tirado a un lado del camino; su compañero, intentando salvar al colega caído, disparó una flecha que apenas hizo daño en una de las patas de la bestia, la cual, parecía endemoniada disparando rayos por doquier, buscando aniquilar al que se le atravesara.

El guardián, dispuesto a destruir lo que estuviera a su paso, se acercó con paso desafiante al carruaje, dispuesto a dispararle uno de sus rayos, cuando de repente, recibió un ataque con una rama de árbol que logró distraerlo de su tarea.

Los oficiales del Rey, atónitos por la sorpresa, vieron que un chiquillo de no más de diecisiete años, portando un cucharón y una tapa de cacerola, ambas de madera, le estaba haciendo frente a la abominación de metal, como si fuera un espadachín experto.

El guardián con ataques brutales trataba de embestir al chico con sus brazos robóticos, quien con agilidad realizaba acrobacias saltando hacia atrás y a los lados para esquivarlo, con el objeto de darle a los oficiales el tiempo necesario para que volvieran a cubrir el carruaje que resguardaban.

El chico al observar a su oponente, intuyó que quizás, si atinaba a su ojo cíclope, posiblemente tuvieran una oportunidad, por lo que decidió que lanzaría su cucharón de madera con la suficiente fuerza para intentar embestirlo; sólo tenía una oportunidad y no iba a fallar.

.

.

.

—Zelda, pase lo que pase, no salgas. —Dijo Impa, mientras ocultaba a la princesa debajo del asiento, llamándola por su nombre, cosa que sucedía sólo cuando le pedía cosas como amiga, dejando atrás su estirpe de Alteza Real.

—¡No Impa, no vayas! —Suplicó ella, estando totalmente aterrada.

—Soy la última línea de defensa y tengo que hacerlo, por favor, sólo no salgas.

—¡No me pidas eso!

—A la cuenta de tres saldré. Uno...Dos…

—¡Impa, no!

Y en ese momento, se escuchó un estallido proveniente del exterior, que hizo que la de cabello gris levantara la cabeza hacia la ventanilla, viendo al guardián que los atacaba, totalmente destruido.

—El guardián ha caído. —Murmuró la mujer sheikah a la vez que ayudaba a salir a la princesa de su escondite.

—Su Majestad, lady Impa, ¿están bien? —Preguntó uno de los escoltas a la vez que abría la puerta del carruaje real para inspeccionar que las dos damas estuvieran de una pieza.

Impa y Zelda bajaron del carruaje cuando de repente observaron al batallón del Rey encabezado por el monarca Rhoam Bosphoramus Hyrule, venir a todo galope en su dirección.

Al mirar a su hija en el camino, el Rey se detuvo y observó el desastre que había ocasionado la batalla contra ese guardián que, ya hacía hecho añicos al lado de la hierba seca que se había quemado momentos antes.

—Zelda, ¿estás bien? —Preguntó el Rey, bajando rápidamente del caballo, verificando personalmente que su hija no tuviera ni un rasguño.

—Estoy bien, padre, sólo fue el susto. —Respondió la rubia recuperando la compostura.

—Lady Impa…

—También me encuentro bien, su Majestad.

—¿Qué fue lo que ocurrió? —Preguntó Rhoam dirigiéndose ahora a los escoltas de la princesa.

—Cabalgamos con rumbo al Templo del Tiempo, tal y como había sido la orden real, cuando de repente, un guardián salió de entre el bosque de los anfibios y nos atacó.

En ese momento, llegaron dos de los caballeros reales de alto rango arrastrando a un sujeto que vestía un traje de combate rojo y negro a juego con una máscara blanca con el dibujo del ojo característico de los sheikah. Los dos hombres se encontraban comandados por el caballero de confianza del Rey.

—Su Majestad, encontramos a este hombre tratando de huir por el bosque, en cuanto vimos que era un miembro del Clan Yiga, ordené su detención a lo cual respondió que se atribuían el atentado en contra de la Princesa. —Explicó el superior jerárquico al mandatario.

Rhoam sintió como la sangre le hervía al escuchar que esos malditos anarquistas habían intentado dañar a su hija y por poco lo conseguían; lo que pasó por su cabeza, fue decapitar ahí mismo a ese individuo, pero antes que un padre, era el jefe de Estado, por lo que tenía que pensar con la cabeza y no con la furia.

—Llévenlo a las mazmorras de la prisión e interróguenlo. Tendrá un juicio justo como cualquier individuo de Hyrule, pero si resulta ser condenado, no tengo reparo en decir que seré inmisericorde.

Los aludidos obedecieron la orden con un asentimiento y se llevaron a rastras al seguidor del Clan Yiga, para encerrarlo en la prisión de la ciudadela.

—Continúa. —Solicitó a los escoltas de Zelda.

—Ordenamos al cochero a ir por ayuda y estábamos a punto de no lograrlo, de no ser por este joven.

Y a lo lejos de los ostentosos trajes reales y de la guardia, yacía el chico que observaba todo en silencio, quien vestía un pantalón sencillo, zapatos del campo y una camisa de tejido característico de Hatelia, la cual estaba desgarrada de la manga derecha en forma de arañazo que posiblemente había recibido del guardián, ya que aún chorreaba un poco de sangre fresca.

Entonces todas las miradas se clavaron en el adolescente rubio y de ojos azul celeste, incrédulos de que un chiquillo que apenas había rebasado la pubertad hubiera sido crucial en una batalla tan peligrosa. Sintiéndose ligeramente intimidado por las miradas escrutadoras de todos los presentes, fue que desvió un segundo la propia hacia otro lado, cuando sin pretenderlo, su vista se cruzó con los ojos verdes de la princesa, quien al igual que los demás, no daba crédito que la victoria se la debieran al joven campesino.

Sin decir nada, el muchacho hizo una reverencia ante el Rey, bajando la mirada al piso en señal de respeto y también para ocultarse del rango de visión de la Princesa quien, por alguna razón que no entendió en ese momento, lo intimidaba aún más que todo el ejército.

—Antes que nada, agradezco tu valerosidad por haber salvado a mi hija y a su doncella, por lo que quiero saber tu nombre, para condecorar con honores tu valor. —Dijo el Rey usando un tono de voz que no dejaba lugar a dudas que era solemne.

—Es mi hijo, Link. —Respondió casi de manera inconsciente el capitán Denahí, igualmente sorprendido por la hazaña del muchacho.

.

.

.

SIGUIENTE CAPÍTULO: Serenata del agua