"SINFONÍA DE LA PRINCESA Y EL HÉROE"
Por Light of Moon
NOTA DE LA AUTORA: Hola a todos nuevamente. Les traigo el quinto capítulo de esta historia que espero estén disfrutando, en donde ya estamos algo cerca del primer arco argumental tanto de Zelda como de Link, por lo que a partir de este momento, los capítulos comenzarán a ser más largos, siendo este uno de ellos, ya que veremos la visita al dominio zora, reacciones de Zelda y Link respecto de su primer encuentro y comenzaremos a ver caras conocidas de Breath of the Wild. Pero bueno, no spoileo más, dejaré que lo descubran por sí mismos.
Ojalá disfruten tanto de esta historia como yo lo he hecho de escribirla.
[ Summary]:"Nunca había sentido envidia de nadie y ahora venía a conocerla de un joven que, aunque aparentemente insignificante, de eso no tenía nada, siendo esa su mayor molestia, porque ese chico había logrado tener su atención también; una vez que sus ojos se cruzaron con los de él, hubo algo que no permitió que pudiera quitarle la vista de encima; tal vez fue su modestia, los modales refinados pese a la sencillez de su vestimenta, o esa mirada azul tan profunda que infundía valor sin necesidad de palabras. "
CAPÍTULO 5: SERENATA DEL AGUA
Una fuerte movilización de la caballería real se dispersó ese día alrededor de Hyrule; gracias al atentado que había sufrido la Princesa y sus acompañantes, el Rey había tomado la decisión de que toda la guardia se desplegaría alrededor de todas las tierras con el objetivo de encontrar a los escurridizos miembros del Clan Yiga, que a partir de ese momento, se habían convertido en el enemigo público número uno del reino; teniendo la orden de arrestar a cualquiera que fuera parte de dicho clan, trasladándolos a las mazmorras reales vivos o muertos, no podían correr el riesgo de que algo le sucediera a la heredera de la diosa.
Por el momento, las visitas de la joven sacerdotiza al Templo del Tiempo y a las diversas fuentes consagradas a Hylia estarían suspendidas y sus oraciones se limitarían a la capilla del Castillo Real, en tanto, no consiguieran un guardaespaldas para ella; esa era otra de las decisiones importantes que el líder de Hyrule había tomado para la protección de su hija, tendría a su propio escolta que velara por la integridad de Zelda con su vida, buscando al mejor guerrero de todo el reino de ser necesario; pero esa sería una tarea que se llevaría a cabo después de las visitas diplomáticas al dominio zora. Por lo pronto, la ciudadela del Castillo quedaría resguardada por una considerable legión de soldados a cargo del Capitán Denahí y el nuevo integrante de la caballería real; Link.
A pesar de que la edad mínima para ingresar en el ejército real era de veintiún años, debido a la destreza y valerosidad que el joven había mostrado esa tarde, el Rey Rhoam lo nombró caballero a sus escasos diecisiete años, asegurando que era uno de los mejores espadachines de Hyrule, además de la confianza premeditada al ser hijo de su hombre de confianza.
Habían sucedido tantos cambios en tan poco tiempo, que todos habían sido muy complicados de asimilar, eso incluía a la joven princesa que estaba teniendo problemas en la concentración de sus oraciones por dicha situación.
La Princesa caminaba con rumbo a sus aposentos, cuando se encontró con Kai quien, consternado se acercó a ella.
—Su Alteza, supe del terrible atentado que sufrió hoy junto con Lady Impa. ¿Se encuentra bien?
—Afortunadamente no pasó nada, Kai, sólo el susto.
—Un guardián es bastante peligroso, en nuestra cultura se tiene el conocimiento de que eran unas verdaderas máquinas de guerra. —Comentó el sheikah haciendo gala de los conocimientos sobre su casta.
—Lo son, nos asustamos bastante. —Dijo ella dándole la razón al poeta.
—Si algún día desea tener mayor información sobre la tecnología ancestral y más conocimientos sheikah's, será un placer servirle con mi conocimiento sobre mi tribu. —Ofreció dando una pequeña reverencia.
Zelda no pudo evitar ruborizarse ante la galantería del apuesto joven sheikah, a lo que esbozó una sonrisa, agradeciendo el gesto.
—Lo tomaré muy en cuenta. Gracias por preocuparte, Kai.
—Siempre me preocuparé por su Alteza Real, más allá de la preocupación de súbdito.
En ese momento, alguien carraspeó la garganta para llamar la atención de los presentes, quienes dieron un paso hacia atrás
—Su Alteza, las mucamas tienen listo su baño. —Anunció Impa haciendo una interrupción al evidente coqueteo del poeta de la corte con la heredera al trono.
—Con permiso, Kai.
—Que tenga una buena noche, princesa.
Diciendo esto, Zelda se retiró a sus habitaciones a solas, en donde como bien había dicho su nana, las empleadas del castillo ya le habían preparado su baño de tina caliente con sales y minerales traídos desde la aldea Ona ona, colocando pétalos de las flores más exquisitas del reino.
Regularmente, por su estirpe de Alteza Real y futura Majestad, los nobles de su categoría solían ser auxiliados a la hora del baño por sus sirvientas y sirvientes; sin embargo, al tener tan pocos momentos de privacidad, Zelda prefería hacer esta tarea a solas, disfrutando aunque fuera un breve momento de su soledad.
Una vez que las mucamas se retiraron, la Princesa ingresó en el baño iluminado únicamente por la suave luz de las velas y perfumado por incienso aromático, lo cual le daba un nivel de relajación que la ayudaba a distraerse un poco de todas las presiones que la abrumaban. Se quitó la ropa con calma y una vez sin ella se metió en la tina, sintiendo como el agua caliente hacia su trabajo de quitar la tensión de sus pies doloridos por esos incómodos zapatos de tacón que tenía que usar a diario.
Se sumergió para mojar su larga cabellera rubia en el líquido y sintió como poco a poco se dejaba inundar por la tranquilidad; no obstante, pese a la calma de su fisionomía, aún había un hecho que mantenía inquieta a la princesa.
El atentado que había sufrido la había asustado bastante; sin embargo, no lo suficiente como para quitarle el sueño, no por confiada, sino porque sabía que su padre incrementaría la vigilancia a su persona y aunque ese Clan Yiga parecía implacable, las fuerzas del reino podrían con ellos, pero de Ganon, no estaba segura. Se preguntaba cuándo sería digna para despertar su poder, cuándo sería suficiente, cuándo sería digna de confianza.
Esas preocupaciones la rememoraron a los acontecimientos de aquella tarde, en donde tanto la guardia como su mismo padre parecían enormemente sorprendidos por el chico que los había salvado del guardián; tanta, que el Rey había decidido nombrarlo caballero a pesar de su juventud; a pesar de su no tan alta estatura, a pesar de ser un aparente novato… Esa admiración, esos aplausos, ese reconocimiento, la confianza… Todo por lo que ella había luchado a lo largo de su joven vida con tanto desespero, ese muchacho lo había obtenido en una tarde. Y eso la hizo sentir fatal.
Nunca había sentido envidia de nadie y ahora venía a conocerla de un joven que, aunque aparentemente insignificante, de eso no tenía nada, siendo esa su mayor molestia, porque ese chico había logrado tener su atención también; una vez que sus ojos se cruzaron con los de él, hubo algo que no permitió que pudiera quitarle la vista de encima; tal vez fue su modestia, los modales refinados pese a la sencillez de su vestimenta, o esa mirada azul tan profunda que infundía valor sin necesidad de palabras.
Se sorprendió a sí misma dedicándole tanto tiempo al más joven de los caballeros de su reino y se reprendió al tener ese tipo de pensamientos cargados de envidia y otra emoción que no lograba descifrar cuál era, pero que indudablemente la distraían de sus deberes de sacerdotisa y futura reina de Hyrule. Además, por más caballero que fuera, hábil y diestro, no dejaba de ser un plebeyo, una persona más del pueblo que tanto murmuraba de ella y que no le brindaban ni un poco de confianza, optando por no darle mayor importancia la chico que, seguramente, no volvería a ver más y si lo hacía, no tendrían ningún tipo de trato, por lo que la princesa optó por dejar el asunto de lado, no valía la pena perder el tiempo en ese tipo de pensamientos intrusivos e inútiles, mañana emprendería un viaje al dominio zora y tenía que descansar.
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Terminó de empacar en la valija sus últimas mudas de ropa, la ocarina de madera y finalmente, tomó con ambas manos el retrato que descansaba en la mesita de noche al que le dedicó una última contemplación cargada de nostalgia; observó en la fotografía el retrato en donde se apreciaba su imagen y la de sus padres, mirando con cierta tristeza la sonrisa de su madre que había fallecido tres años atrás, cuando intentaba dar a luz a su segundo hijo que, por desgracia, tampoco se logró.
Desde entonces, su padre se había marchado a vivir de manera casi definitiva a la Ciudadela del Castillo y él se había quedado en la pequeña granja de Hatelia; como si de alguna manera, quedarse en esa casita significara estar cerca de Malon y evitara olvidar aquellos días en que había sido genuinamente feliz y que ya parecían tan lejanos. Y ahora, sin siquiera planearlo o pretenderlo, tenía que mudarse con su padre a la Ciudadela del Castillo para servir al Rey al lado de su padre, teniendo que dejar su vida tranquila en el campo. Link entendía que, el honor que había recibido por parte del monarca de Hyrule era muy grande, pero en la misma medida era la responsabilidad; su Majestad confiaba en él, pero sobretodo, su padre también lo hacía. Su sueño siempre había sido formar parte de los caballeros del Rey junto a Denahí pero nunca creyó que este deseo se le cumpliría tan pronto y menos aún, cuando quizás no estaba listo para dejar Hatelia y con ello, los últimos vestigios de lo que un día fue su vida feliz. No obstante, Denahí lo había criado bajo un alto sentido del deber por lo que dudar, no le estaba permitido.
Terminó de colocar la fotografía de su familia, no sin antes darle un abrazo contra su pecho, cerrando finalmente la pequeña valija en donde llevaría sus cosas para emprender mañana a primera hora su viaje, el cual no sería muy largo, si cortaba camino rumbo al rancho de Picos Gemelos.
A pesar de que ya era bastante tarde, hacía mucho calor y aún tenía sangre seca pegada en los brazos, estragos de la batalla que había tenido esa tarde con el guardián, por lo que decidió quitarse la ropa y meterse al pequeño estanque que yacía al pie del árbol de manzanas que había plantado junto con su madre hacía tantos años atrás. Se deshizo de la liga que amarraba su cabello rubio el cual estaba peinado en una media coleta y lo soltó, su melena ya estaba bastante larga, llegando a los hombros, se pasó una mano por las doradas hebras y enseguida se dio un chapuzón, saltando de un clavado en el agua. Se sumergió profundamente, sintiendo la temperatura agradable y apartando los lirios submarinos hacia un lado, mientras flotaba en el pequeño estanque. Esa noche el cielo estaba estrellado y la luna en su punto máximo, mostrando una belleza que pocas veces había visto, quedándose observándola fijamente, pensando en que pocas veces había visto algo tan hermoso en comparación. Fue entonces que sus pensamientos lo traicionaron y el recuerdo de la princesa Zelda vino a su mente como un relámpago.
En varias ocasiones, había tenido oportunidad de ver a una distancia corta al Rey Rhoam, debido a la cercanía de su padre con el monarca que, aunque imponente con su gran estatura y barbas y cabellos blancos a juego con los oropeles, no le había causado tal impresión como su hija. En un sinfín de veces había visitado la Ciudadela y también el Castillo en compañía de su progenitor y había conocido —y fraternizado incluso —, con algunos miembros de la nobleza, pero jamás había tenido la oportunidad de conocer en persona a la princesa real, ni siquiera de verla a lo lejos, por lo que no tenía ni idea de cómo era; esta era la primera vez que se encontraban frente a frente.
Había oído hablar de ella en incontables ocasiones; cosas buenas y otras bastante desagradables, chismorreos del pueblo que su padre siempre le inculcó el ignorar, debido a que, mencionaba que por el solo hecho de ser una descendiente de Hylia merecía ya todo el respeto de la gente; Denahi siempre había sido implacable en cuanto a comportamientos majaderos y vulgares propios de otras personas, pero no de su familia, cosa que Link había respetado siempre. Por lo que al considerar a la hija del Rey una especie de deidad, pensó que posiblemente tendría miles de ocupaciones y deberes reales y, era por ello que casi nunca sus caminos se habían cruzado, ni se cruzarían, por lo que ni siquiera se había imaginado cómo sería ella. Cuál fue su sorpresa al ver que su Alteza Real era una jovencita apenas menor que él, pero no menos bella; tenía una increíble cabellera rubia como rayos de sol que le llegaban casi a las caderas, piel lisa y tersa que parecía de un melocotón, labios carnosos, dentadura perfecta y facciones dulces, siendo la cereza de su encanto unos enormes y encantadores ojos verdes, que le recordaron a la llanura de Hyrule, esos campos y bosques de su tierra que tantas veces había explorado y que nunca se cansaba de admirar. Ni toda la belleza de las cordilleras del reino, ni el cielo espectacular de esa noche junto con la luna, podrían ser más hermosos que la Princesa Zelda.
A pesar de sólo haber cruzado su vista con la de ella unos segundos, se sintió terriblemente abrumado ante su presencia, quedándose paralizado y, ante el miedo de ser impropio o grosero de mirar a su Alteza a los ojos, fue que decidió bajar la mirada e inclinarse para hacer una reverencia, señal de todo su respeto que la descendiente de la diosa merecía.
Y en nombre de este respeto es que se sintió mal consigo mismo de estar pensando de esa manera en la princesa, de ninguna manera quería ofenderla y consideró que quizás era muy frívolo de su parte pensar en ella como una chica bonita cuando, antes que ello, ella era la reencarnación de Hylia, la guardiana de su pueblo y una futura jefa de Estado; Zelda era mucho más que sólo su belleza y eso lo tenía bastante claro, pero de alguna forma, no entendía porqué no podía sacar su imagen de su cabeza, sintiéndose abrumado por un momento, por ese instante en que no podía tener control de esos pensamientos dispersos.
En ese tenor, salió del agua y se fue a dormir, antes de que el sol saliera, él tenía que marcharse de la aldea.
A la mañana siguiente, el sol con sus primeros rayos, se encontraba coloreando las colinas de Lanayru, cuando Link ya se encontraba en la Ciudadela, portando las prendas metálicas propias de los caballeros de Hyrule, llevando en el pecho el grabado con el símbolo de la familia real de Hyrule. Su padre le informó que su primera misión como caballero sería acompañar a la familia real a un viaje diplomático al dominio de los zora, debido a que, el rey había decidido que tanto el capitán Denahí y algunos otros caballeros, se quedarían a cargo de la ciudadela mientras él no se encontraba presente. Así las cosas, Link se uniría a la legión de caballeros reales que acompañarían al Rey Rhoam, a la princesa Zelda y a lady Impa en su viaje, por lo que apenas tuvo tiempo de instalarse y prepararse para nuevamente partir hacia la región de Lanayru.
En cuanto estuvo listo, su padre le designó uno de los caballos destinados para los caballeros, dejando a Epona su fiel yegua, en el establo, ya que hoy había galopado sin cesar hasta traerlo sano y salvo; tal vez él hoy no tendría un descanso, pero su amiga equina se lo había ganado. En cuanto estuvo listo, ensilló su caballo y se fue al Castillo para unirse a sus compañeros, era su primer día y tenía que hacer un buen papel.
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—Entonces, ¿es cierto que todas las bestias divinas han sido encontradas? —Comentó Zelda con entusiasmo.
—Así es, Prunia y Rotver están liderando las últimas investigaciones para averiguar su funcionamiento, si todo sale bien, sólo estaríamos buscando un piloto para Vah Medoh; la bestia Orni y podríamos comenzar cuanto antes los entrenamientos. —Anunció Impa.
—Qué emoción, este es el avance más impresionante desde el hallazgo de la tableta sheikah. Al fin estamos viendo una luz al final del túnel.
—Esperemos que el Rey Dorphan acepte el manejo de Vah Ruta.
—Espero en Hylia lo mismo. ¿La carta para Prunia ya fue enviada? —Preguntó la chica de cabellos dorados a la joven sheikah.
—A primera hora, junto con los vestigios del guardián que enloqueció. —Afirmó la nana.
—Bien, quizás después de la visita diplomática sea posible hacer una visita al laboratorio.
—Y entre más rápido nos vayamos mejor, tu padre y la guardia ya nos esperan, así que vámonos. —Apremió Impa a la princesa, a la vez que la ayudó con su largo vestido rosado con blanco y la joyería real, atuendo especial de las visitas diplomáticas y de ocasiones especiales, en este caso, para conocer a su futuro marido.
Ambas mujeres se dieron prisa y como había dicho la mujer de cabello gris ya el Rey Rhoam las esperaba para partir estando él encabezando el cortejo real, montado en su caballo, seguido por la legión de caballeros reales que los acompañarían, sin embargo, observó allí una cara nueva; a pesar del casco de los caballeros, estaba segura que a él no lo había visto con la legión antes.
Le cochero se acercó e hizo una reverencia antes de abrirle la puerta a su Alteza Real y ayudarla a subir al coche, antes de repetir la acción con lady Impa.
—Hay alguien nuevo en la guardia. —Murmuró Zelda una vez que se acomodó en su asiento.
—¿Ah sí?
—Sí, estoy segura que hay una cara nueva.
—Gracias, Louie. —Dijo la sheikah una vez que subió por completo al vehículo y antes de que el cochero cerrara la puerta, comentó. —Veo que hay nuevos integrantes en esta legión.
—Sólo uno, lady Impa, se ha integrado esta mañana.
—¿Ah sí? ¿Y quién es?
—Link, el joven al que su Majestad decidió nombrar caballero real.
Impa asintió y el cochero cerró la puerta para enseguida tomar su asiento y dar la señal para que pudieran iniciar el viaje, partiendo a la hora esperada.
Mientras avanzaban, la princesa Zelda no dejaba de intentar mirar a través de la ventanilla del carruaje, como si tratara insistentemente ver algo o a alguien.
—Al parecer, no te cayó nada bien que el chico de ayer se integrara a la legión de tu padre. —Dijo Impa mientras intentaba leer un libro y observaba la mueca de notoria incomodidad de la más joven.
—No es eso.
—Entonces, ¿qué es?
—Es sólo que, me preguntaba qué tiene de especial para que mi padre le dé tantas consideraciones a un joven que apenas conoce. —Contestó con cierto resentimiento en la voz.
—Bueno, es un gran guerrero, básicamente le debemos la vida y, asumir que tu padre no lo conoce, no es exacto. recuerda que es hijo del caballero de confianza de tu padre, el Capitán Denahí. —Comentó la nana.
—Ya sé y lo sé, pero eso no quita que todo esto sea muy extraño. —Se defendió.
—¿No te agrada?
—No tengo ninguna opinión sobre él, es sólo que… Básicamente no lo conocemos, no sabemos cómo es, no sabemos si podemos confiar en él. —Dijo acomodándose los guantes de las manos. —Ayer ni siquiera abrió la boca para decir algo.
—No parece una mala persona, tal vez el chico sólo es tímido. —Respondió la mayor, restándole importancia.
—O es un presumido.
Impa puso los ojos en blanco, evidentemente, Zelda ya tenía la cabeza llena de prejuicios en contra del recién llegado, pero hoy no iba a rebatirla, hoy ella tenía que mostrar su mejor cara en el dominio de los zora.
Por otro lado, Link cabalgaba escoltando la parte trasera del carruaje, a unos metros de la princesa. Nuevamente, había tenido la oportunidad de verla de cerca y hoy, se veía particularmente más hermosa que el día anterior; con el vestido blanco y largo que arrastraba a unos metros de distancia parecía como si la princesa levitara en lugar de caminar, y los adornos rosados a juego con la joyería de la realeza y el cabello peinado en ondas a medio hacer, condecorado con las guirnaldas de oro, le recordó a los seres mágicos de los que tanto se hablaba en las leyendas de Hyrule, como una gran hada que yace en su estanque cuando está en flor. La observó nuevamente por una fracción de segundos y por segunda ocasión no fue capaz de sostener su mirada contra la de Zelda, desviando su vista rápidamente para no ser sorprendido cuando la observaba.
Concentrado en su labor vigilaba el camino y los recodos, procurando que no hubiera ninguna amenaza que pudiera hacerle daño a los descendientes de la diosa.
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El dominio zora establecido en el manantial de Lanayru, era una de las construcciones más impresionantes del reino, debido a su estilo arquitectónico elegante y refinado; tanto el castillo, como sus embalses y columnas habían sido construidos a base de gemas luminosas que, dado su color azul brillante aunado al aura fosforescente que la piedra emitía durante la oscuridad, por las noches la ciudad donde habitaban los zoras, daban la impresión de ser un diamante gigantesco decorando la región de la diosa de la sabiduría.
Una vez en el dominio, los habitantes ya esperaban la llegada de los reyes de Hyrule; siendo recibidos por una legión de soldados comandados por el Mayor de las defensas de élite de esa raza, quiénes luego de hacer una reverencia, formaron una valla en la entrada para honrar la llegada de la familia real de Hyrule.
Una vez en el bastión del palacio zora, ya los esperaban el Rey Dorphan, su consejero real Muzun y la princesa Mipha.
—Su Majestad, es un honor que visite nuestras tierras y más aún, en compañía de su Alteza Real, la princesa Zelda. —Mencionó el Rey Dorphan haciendo una reverencia ante los descendientes de Hylia.
El Rey Rhoam asintió y Zelda hizo una pequeña reverencia con la cabeza en señal de respeto al líder de la raza que vivía en el manantial de Lanayru.
—Gracias por recibirnos, su Alteza. —Refirió la rubia y enseguida Impa hizo una reverencia también.
La princesa Mipha, que se había mantenido estoica ante la situación y con las manos en puños debido a los evidentes nervios que le provocaba estar frente a frente con los monarcas de todo el reino, finalmente se acercó de manera tímida e hizo una reverencia.
—Esperamos que su visita al Reino Zora, sea de lo más confortable.
—Agradecemos de antemano sus atenciones, princesa Mipha. —Mencionó Rhoam con amabilidad, con intención de que la joven se relajara.
Muzun, el consejero real quien observaba todo en silencio, se limitó a hacer una reverencia para mostrar sus respetos; sin embargo, Zelda alcanzó a percibir cierto desagrado en su expresión.
Como ya era costumbre, una vez que se llevaba a cabo el protocolo real entre las familias nobles del Reino, los monarcas solían presentarse en el balcón del palacio, en donde saludarían al pueblo que ya lo esperaba en la plazuela principal.
Ambos reyes y sus hijas, en compañía de lady Impa y Muzun ya caminaban en dirección al palco real cuando Zelda se atrevió a preguntar por uno de los asuntos que la traían aquí.
—¿El Príncipe Sidón nos acompañará? —Preguntó con cierta ansiedad en la voz, ya que tenía bastante curiosidad acerca del arreglo matrimonial que su padre había propuesto con el líder de los zora.
—Claro que sí. —Afirmó Dorphan quien, haciendo un movimiento de mano, hizo un llamado a uno de los sirvientes del palacio. Uno de los capitanes carraspeo la garganta, y enseguida anunció con voz firme:
—Su Majestad, Altezas, ante ustedes, se anuncia la llegada del Príncipe Sidon.
En ese momento, Zelda sintió que el corazón le dio un vuelco al escuchar la presentación del que posiblemente, sería su futuro marido, preguntándose si sería igual de imponente que el Rey Dorphan.
Fue así que las puertas de una de las habitaciones laterales se abrieron y los guardias se pusieron en posición de firmes, para recibir al hijo del monarca de Lanayru, ante las miradas expectantes de Zelda e Impa; sin embargo, el rostro de probable sorpresa, enseguida se transformó en uno de incredulidad que, pese al protocolo de mantener las emociones a raya, esta vez la heredera al trono de Hyrule no pudo disimular su incredulidad. En ese acto, aparecieron dos nanas, que llevaban de la mano a un pequeño infante de la raza zora, quien apenas medía un metro de estatura, compartía los rasgos de su hermana Mipha con relación a la tonalidad roja y blanca de la piel y los ojos ambarinos, sin embargo, aún mostraba una cara evidentemente infantil, con mejillas llenas y sonrosadas, aunado a una sonrisa ancha con dientes pequeños, la cual esbozó al encontrarse frente a frente con la Princesa Zelda.
—¿Él es el príncipe Sidon?
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—Pueblo zora. —Dijo Muzun con voz solemne. —Es para nosotros un honor anunciar la visita a nuestro hogar de sus Majestades Reales; el Rey Rhoam Bosphoramus Hyrule y la princesa Zelda, quienes honran con su compañía a nuestras Altezas Serenísimas, el Rey Dorphan, la princesa Mipha y el príncipe Sidon.
Después del anuncio, los monarcas se acercaron a saludar al pueblo por el balcón, mientras los habitantes del dominio zora, aplaudían y vitoreaban, particularmente, ante la presencia de la princesa Mipha, quien portaba un tridente de plata, condecorado con gemas preciosas, el cual la hacía ver como una figura de respeto.
A medida que los ojos de los presentes se posaban encima de las familias reales, las tensiones e inseguridades de la princesa Zelda iban en aumento; aún no terminaba de entender cómo es que su padre intentaba comprometerla con el príncipe Sidon cuando este apenas era un niño pequeño, por más que su padre le había jurado y perjurado que tenían la misma edad; sumado a que sentía las propias inseguridades crecer más aún, debido a la contrastante relación que Mipha tenía con los súbditos de los zoras, quienes la respetaban y depositaban su confianza en ella, cuando en su caso, lo único que obtenía del pueblo eran críticas y chismorreos incómodos.
Mirando de reojo, la monarca de Hyrule observaba como Mipha saludaba dulcemente con las manos a los súbditos, dejando de lado la timidez de momentos antes, sintiéndose cómoda y cobijada con su gente. No obstante, la futura reina de Hyrule miró como los bellos ojos dorados de la heredera de los zoras se posaban constantemente al lugar en donde yacía la guardia real que los escoltaban, prestando toda su atención a los soldados, específicamente, a uno de ellos.
Zelda hiperventiló y sintió como si el aire comenzara a faltarle, sin saber si se debía por el apretado corsé de sus ropas o por todo el estupor que le provocaba su visita al dominio de la gente de Lanayru, por lo que sin pretenderlo, el color de sus mejillas comenzó a abandonarle y palideció, cayendo desplomada en el frío mármol luminiscente del piso.
No tuvo certeza de cuánto tiempo pasó antes de que la consciencia le abandonara pero una sensación de alivio y confort la embargó a tal grado que abrió los ojos lentamente, encontrándose con los ojos dorados de la princesa Mipha, quien mantenía su mano colocada de manera suave en la frente de Zelda.
—¿Se encuentra mejor, su Alteza? —Preguntó Mipha una vez que Zelda hubo despertado.
La rubia suspiró y se sintió visiblemente mejor, además de que el color de sus mejillas volvía a su tono rosado natural.
—Sí, estoy bien. —Dijo mientras permanecía recostada en la cama de agua de la habitación real. —De hecho me siento mucho mejor.
—Creo que se encontraba agotada su Alteza, pero ahora sus fuerzas se han renovado.
—El don curativo de la princesa Mipha es impresionante. —Mencionó el Rey Rhoam a su colega, gratamente sorprendido.
—Y ha sido una bendición entre el pueblo Zora. —Afirmó Dorphan. —Desde que Mipha tuvo consciencia de sus poderes no ha reparado en ayudar a la gente y al pueblo con sus dolencias.
La princesa Zora, que aún tenía su mano sobre la frente de Zelda, notó como esta conversación comenzó a inquietar nuevamente a la heredera de Hylia, por lo que optó por intervenir.
—Su Alteza, quizás le haga bien tomar un poco de aire fresco, el embalse oriental es un buen punto de interés para que quizás pueda reponer sus fuerzas.
—Es una gran idea, me refrescaré un poco y acepto con gusto el paseo. —Aceptó Zelda intentando ponerse de pie de la cama.
—Tómese su tiempo. —Mencionó la de ojos dorados y se puso de pie para darle privacidad a Zelda, con todos los demás haciendo lo mismo, respetando el espacio de la futura monarca, excepto Impa que, como ya era costumbre, la acompañaba la mayor parte del tiempo.
Una vez que estuvieron a solas, Impa se acercó a Zelda para interrogarla de lo que pasó.
—¿Te sientes mejor?
—No sé qué me sucedió, de repente me empezó a faltar el aire y perdí la consciencia, pero ya me siento mucho mejor.
—Se nota en tu semblante, te veías bastante mal cuando te desmayaste. Tu padre ya iba a llamar a todos los médicos del Reino cuando el Rey Dorphan lo tranquilizó y le aseguró que Mipha te curaría. —Explicó. —Y así fue.
Zelda se encogió de hombros.
—Realmente el poder curativo de Mipha es impresionante; ojalá yo tuviera la misma facilidad que ella para utilizar mis poderes, si así fuera, nada me daría más gusto que ayudar al pueblo como lo hace ella. —Mencionó con tristeza en la voz y haciéndose un ovillo en la cama de agua de la habitación que le había sido designada.
—Ánimo, tus poderes despertarán, ya lo verás. —Apremió Impa con una sonrisa. —Pero bueno, cambiando de tema, ¿aceptarás el compromiso?
Por un segundo, Zelda había olvidado el tema del compromiso que su padre había pactado con el monarca de los zoras, reaccionando de golpe ante el cuestionamiento.
—¡Por la Diosa! Tengo que hablar con mi padre de eso. —Dijo sentándose rápidamente. —¡El Príncipe Sidon es sólo un niño! No sé cómo mi padre pudo pensar en semejante arreglo.
—Bueno, tu padre dice que Sidon y tú nacieron en el mismo año. —Explicó la sheikah.
Zelda se quedó pensando, aunque no tenía sentido que ella y el príncipe tuvieran la misma edad, vino a su mente la imagen de Mipha, quien por alguna razón, pese a que ella la recordaba mayor cuando se conocieron de muy niñas, ahora ella se veía más joven todavía.
—¿Qué edad tiene Mipha? —Cuestionó la heredera de Hylia.
La de cabello gris se rascó el mentón.
—Mmmmm… Mipha es un poco mayor que mi yo y mi hermana Prunia, creo que la Princesa Zora probablemente nació hace veintiocho o veintinueve años.
La rubia levantó las cejas con incredulidad.
—Increíble, ¡ella aparenta la mitad de esa edad!
—Quizás los zoras envejecen más lento que los hylianos. —Concluyó la de la tribu de Kakariko.
—Debí suponerlo, el Rey Dorphan es contemporáneo de mi abuelo, el padre de mi madre, eran amigos cercanos. —Comentó la ojiverde haciendo memoria. —Pero aún así, es una unión ilógica, Sidon es apenas un bebé.
—Bueno, tu padre dijo que la boda no sería de inmediato, sólo buscarían sellar el compromiso.
—Para cuando el príncipe Sidón tenga apariencia adulta, yo luciré como una abuela.
La joven sheikah se quedó callada unos segundos, no podía rebatir nada contra esa lógica.
—Sólo te digo que, si no aceptas el compromiso con Sidon, el Consejo de los Sabios no va a dejar de insistir hasta que tu padre encuentre otro candidato.
—Pero, ¿con quién voy a casarme?
—No lo sé, no leo la mente del Rey.
Zelda suspiró.
—Me pregunto si Mipha pasará por esta misma presión que yo.
—Hasta donde yo sé, —dijo Impa sentándose al lado de la futura reina. —Las princesas de esta raza tienen permitido escoger a su marido. De hecho desde muy jóvenes empiezan a confeccionar una armadura que sirve como regalo de matrimonio a sus futuros esposos.
La joven se silenció dubitativa; no creyó posible que las princesas zoras les fuera permitido escoger al hombre con el que pasarían el resto de su vida.
—¿Te gustaría escoger a tu marido?
La princesa pestañeó, realmente nunca se había hecho ese cuestionamiento en su vida. Si le permitieran escoger a su futuro esposo, realmente no sabría a quién elegir porque nunca pensó que tendría esa posibilidad a su alcance; además de que, no conocía a muchos hombres fuera de los de su entorno. Pensó en Kai, era un joven bastante apuesto y agradable, la adulaba y era un gran conversador, se preguntó si…
—¿Crees que Mipha ya haya escogido a su futuro esposo?
—No lo sé, aunque es posible. —Dedujo la chica sheikah.
Fue entonces que Zelda recordó el cómo Mipha dedicaba bastante atención a los caballeros de su padre.
—Sabes, hoy durante el evento en el palco real, me percaté que miraba con bastante interés a los caballeros de la escolta real, específicamente al chico nuevo. —Comentó la rubia.
—¿En serio?
—Sí, lo buscaba con la mirada cada que tenía oportunidad, como si buscara el contacto visual con él.
—A lo mejor se conocen o se siente atraída por él.
—Eso no puede ser, Mipha es una princesa, no le permitirían casarse con alguien que no es de su estirpe. —Protestó la ojiverde.
—Bueno, quien sabe, cómo te dije a las princesas zoras les permiten escoger a su marido y tal vez a ella no le importe casarse con alguien que no pertenece a la nobleza. —Explicó la de más edad.
—Pero ¿dónde quedan las reglas, la tradición, su deber de princesa? —Cuestionó Zelda verdaderamente interesada.
Impa sonrió, estimaba mucho a la princesa y la consideraba como una especie de hermana menor y a veces, le sorprendía lo mucho que ella estaba desconectada de sus emociones por tener como prioridad el deber real.
—Zelda, muchas veces todo eso pasa a segundo término, hay otros intereses en una persona, además de los deberes reales.
—No lo entiendo. ¿Cómo puede alguien dejar de lado el deber real tan fácil?
—Quizás un día lo comprendas. ¿Tú te casarías con alguien que no es de la nobleza?
Zelda se quedó callada, no imaginaba uniendo su vida con alguien que no perteneciera a la realeza, no porque considerara de menos valía a la gente del pueblo, sino porque temía ofender a la Diosa al no casarse con alguien de estirpe real para conservar el linaje sagrado. Y por otro lado, no lograba entender qué tenía de especial ese chico que parecía encantar a las personas que le conocían, a todos, menos a ella.
—Quizás debamos ver a tu padre, si no salimos, posiblemente empiece a preocuparse.
Se encaminaron con dirección a la sala del trono del palacio zora, en donde yacían ambos jefes de Estado, hablando acerca de las bestias divinas.
—Ya no me siento lo suficientemente hábil para pilotar a Vah Ruta. —Mencionó Dorphan.
—Sin las bestias divinas, no podremos hacerle frente a la calamidad. —Apremió Rhoam.
—Mis tiempos de gloria ya fueron, Majestad. Mucho me temo que no sería de gran ayuda en la guerra que se viene.
—Entonces tendremos que buscar al más diestro guerrero de los zoras para que pueda luchar al mando de la bestia divina Vah Ruta.
—No hay necesidad de ello. —Dijo una voz femenina, interviniendo en la conversación. —Si me lo permite, su Majestad, para mí sería un gran honor servirle en esta lucha contra Ganon Calamidad, y pilotar a Vah Ruta para defender a mi pueblo y a todo Hyrule. —Finalizó Mipha, haciendo una reverencia en señal de humildad pero con la firmeza suficiente para sonar convencida de lo que quería hacer; y eso era, unirse a la guerra contra la malicia de antaño, ante la sorpresa de Impa y Zelda y, sobretodo, del consejero real, Muzun.
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SIGUIENTE CAPÍTULO: Pieza del Viento
