SINFONÍA DE LA PRINCESA Y EL HÉROE

Por Luz de Luna


[Summary]:"—El heredero de la Espada Maestra, ha regresado…"


NOTA DE LA AUTORA: ¡Hola a todos otra vez!

Me da mucho gusto traerles este nuevo episodio que como había anticipado, es un poco más extenso que el anterior, ya que veremos la aparición de personajes queridos a los que espero hacerles justicia. Con este capítulo, cerramos el primer arco de esta historia, el cual es la presentación argumental de la misma, ojalá les guste. Para mayor disfrute del fic, les recomiendo escuchar la canción "Power of the triforce" de DragonForce, ya descubrirán por qué.
Agradezco infinitamente a mi beta Polatrixu, a mis amigas Stelle y Nelida que me motivan a continuar escribiendo este dramón, sin ustedes y su apoyo este fic no sería posible y pos supuesto, también a todos los lectores.

Sus comentarios me animan y motivan mucho para saber y conocer si estoy haciendo bien mi trabajo, así que, cualquier cosa que quieran decir es bienvenida.

Les envío un abrazo y espero que disfruten tanto de leer esta historia como yo de escribirla.


RESPUESTA A REVIEWS:

Iku of Katalan: ¡Hola! Muchas gracias por haberte tomado la molestia de haber dejado un comentario, me ayudan mucho a crecer como escritora, más en este fandom nuevo, básicamente esta es mi fanfic debut. Realmente el capítulo 1 es un preludio de toda la historia que sucedió previamente a lo acontecido en BOTW y aunque coincido que parece lenta en un principio, ya cobrará sentido conforme vayan pasando los episodios, no quiero hacer spoilers, pero te prometo que lo hará. Espero que disfrutes el resto de los episodios y esta actualización. ¡Te envío saludos!


CAPÍTULO 7: COMPOSICIÓN DE LOS CAMPEONES

La corte se encontraba reunida en pleno, encabezada por el consejo de ancianos y el Rey Rhoam haciendo las veces de juez, celebrando la audiencia en donde se definiría la suerte de Yiram, el integrante del clan Yiga que había sido atrapado intentando dañar a la Princesa de Hyrule.

—Al acusado se le imputan los delitos de intento de magnicidio, conspiración y traición al Reino de Hyrule; derivado de los hechos consistentes en un ataque armado por un guardián que previamente había sido robado de la posesión de los sheikah's y utilizado para fines terroristas y crímenes de estado en contra de la casa real y, por tanto, del Reino mismo. —Dijo el sabio que fungía como fiscal, explicando a la corte los cargos por los cuales el detenido estaba siendo juzgado. —Como representante de la justicia y de la diosa, es que solicitamos con todo respeto a su Majestad, la pena de muerte para el traidor.

Al escuchar la solicitud de la parte acusadora, Yiram se estremeció pero no iba a demostrar miedo delante de sus enemigos.

El Rey dio un asentimiento.

—¿Estás consciente de que el delito que cometiste es considerado alta traición al Reino de Hyrule y a la diosa Hylia? —Preguntó el Rey tomando la palabra.

—Lo estoy. —Respondió altanero el ex integrante de los sheikah's.

—Si cooperas con nuestras tropas, revelando la ubicación del clan y de tu líder, te perdonaremos la vida y quizás salgas de las mazmorras en cuanto llegues a la vejez. —Mencionó Rhoam.

—El gran Rey Rhoam Bosphoramus Hyrule, pidiéndole ayuda a un "traidor" como yo. —Comentó en tono burlón.

—Eres tú quien necesita la ayuda y la clemencia de la corona.

El interpelado soltó una carcajada irónica.

—Su amenaza no surte ningún efecto en mí. Primero me cortaré la lengua antes de soltar una sola palabra en contra de mi clan.

—Todos caerán uno a uno, tarde o temprano. —Contestó Rhoam.

—Eso es lo que usted cree.

—Si no cooperas, firmarás tu sentencia de muerte.

—¿El Rey de Hyrule derramando la sangre de quienes no se subyugan a la corona? ¡Qué novedad! —dijo el integrante del Clan Yiga sarcásticamente.—Ustedes han provocado esto, la rebelión de su pueblo, la desintegración de Kakariko. ¿O acaso olvida que usted y sus antepasados obligaron a mi tribu a perseguir y asesinar a cualquier individuo que pudiese llegar a tener mayor poder que los Reyes de Hyrule?

El Rey pasó saliva, pero disimuló.

—El despotismo de la casa real llevará a Hyrule a su fin.

—¿Es todo lo que tienes qué decir? —Cuestionó Rhoam.

—Acepto con gusto mi condena.

—El jurado declara culpable de traición a la patria, conspiración e intento de asesinato a la princesa Zelda al individuo que se hace llamar Yiram, integrante del Clan Yiga.

—Llévenselo. Su ejecución se llevará a cabo al amanecer. —Sentenció el monarca, dando por cerrada la audiencia de juicio, con los capitanes de la guardia llevándose de regreso a la mazmorra a Yiram.

El recién declarado culpable comenzó a reír de manera casi histérica, soltando carcajadas que estremecieron a todos los presentes.

—¡Podrán eliminarme mañana, pero nunca podrán derrotar a nuestro legado! ¡Gloria a Ganon Calamidad!

Al escuchar el nombre de la Calamidad, los sabios se pusieron de pie, incluído el Rey, rompiéndose el silencio con los murmullos de los presentes.

—¿Cree que eso sea una amenaza, su Majestad? —Preguntó Denahí.

—No, esto no fue una amenaza, esto es lo que persiguen.

Después del juicio, el rumor de que el objeto del Clan Yiga era resucitar a Ganon Calamidad se había convertido rápidamente en una certeza, una que el Rey no podía ocultar por mucho tiempo al pueblo, ni mucho menos a la Princesa.

—Me parece espantoso que el objetivo del Clan Yiga sea el unirse a la causa de Ganon. —Comentó Zelda mientras Impa tejía su cabello en una trenza.

—Son unos inadaptados, es obvio que intenten lo que sea por perjudicar al Reino.

—Lo que no entiendo es por qué sienten tanto desprecio por la Familia Real, porque al escuchar los comentarios de mi padre y de los sabios, tal parece que el problema del Clan Yiga no es con Hyrule sino que es personal… Y en contra de nosotros. —Dijo la rubia mientras sacaba del cajón de su tocador la tableta sheikah.

—Sólo Hylia sabe lo que debe pasar por la mente de esos psicópatas. —Comentó Impa distraídamente, tratando de no darle muchas vueltas al asunto.

—¿Crees que deba averiguar cuál es el problema de los rebeldes?

Al escuchar estas palabras, a la mujer sheikah se le resbaló de las manos el peine que sostenía en las manos.

—¿Estás bien? —Preguntó la Princesa con desconcierto; Impa tenía nervios y reflejos de acero, por lo que no era propio de ella el que se sobresaltara así.

—Oh claro, sólo me desconcentré un poco. —Respondió la joven, mientras recogía el objeto del piso y continuaba peinando los cabellos dorados de Zelda; sin embargo, esta respuesta no fue suficiente para la Princesa.

—Como te decía, quizás si investigo un poco más sobre ese Clan, pueda ser de utilidad para derrotarlos; alguna razón deben de tener para haber abandonado a tu tribu.

—No vale la pena, estoy segura que el Rey y sus tropas lograrán detenerlos sin mayor dificultad.

—Impa, ¿no lo entiendes? Si ellos ya juraron lealtad a Ganon, es porque tiene más datos que nosotros respecto de la Calamidad, nos llevan un paso de ventaja.

—Tenemos a los guardianes y a las bestias divinas de nuestro lado, no vale la pena que te arriesgues. Es mejor que te concentres en tus poderes y dejar que tu padre y la guardia se encarguen de los rebeldes.

Sin decir nada, Zelda se puso de pie y se irguió sobre su estatura, poniéndose frente a frente con su nana.

—Muy bien, ¿qué es lo que me están ocultando? —Dijo cruzándose de brazos.

—Absolutamente nada, ¿por qué habríamos de hacerlo?

—¿Sucedió algo más en la audiencia de hoy con el prisionero, no es así?

—No pasó nada, Princesa. Figuraciones tuyas. —Insistió la de cabello blanco con la mayor tranquilidad que pudo disimular.

—Muy bien. Entonces iré a preguntárselo a mi padre o a los sabios.

—Zelda. —La llamó por su nombre de pila. —Sabes que a tu padre no le gusta que intervengas en los asuntos judiciales del Reino; no hasta que cumplas 17 años.

—Entonces se lo preguntaré a los guardias, no se negarán en cuanto les diga que es una orden de su Alteza Real el que me cuenten lo que sucedió hoy en la audiencia. —Dijo con decisión.

—Zelda…

—Bajaré a la mazmorra y se lo preguntaré al prisionero, si es necesario. —Determinó obstinada, caminando a la puerta de su alcoba, firme en cumplir lo que había dicho.

Impa quien, viéndose acorralada, no tuvo otra opción más que ceder.

—Oye, espera… —Llamó deteniendo el paso de Zelda, quien volvió a su lugar original. —No es necesario que te expongas así, yo te contaré todo.

La joven rubia se sentó en el diván recargándose en el dosel de su cama y su nana se puso de pie.

—Tu padre va a matarme. —Mencionó estrujándose las sienes.

—No lo hará si no se entera de que tuvimos esta conversación. —Insistió la futura reina con curiosidad. —Además, ha sido una orden mía.

—Prometeme que no harás nada imprudente después de que obtengas de mí la información que quieres saber; haz gala de tu don de la sabiduría y no hagas enfurecer a la diosa ni a mí haciendo algo estúpido.

—Lo prometo. —Dijo poniendo su mano en alto, en señal de su juramento.

—Muy bien. —Impa suspiró y se sentó frente a ella. —Como tu sabes, desde que se tiene conocimiento, mi tribu siempre ha jurado lealtad con la casa real de Hyrule, obedeciendo sus órdenes fielmente, sin cuestionarlas.

—Tu pueblo siempre contará con el favor y la gratitud de la familia real, Impa. —Mencionó ella con orgullo.

—Y bajo ese estándar, es que los sheikah's nos hemos conducido toda nuestra vida; sin embargo, nuestra historia y la de la familia real no ha sido fácil, Princesa.

Por el tono de voz de su compañera, la futura reina supo que aquí venía la parte complicada de la historia.

—Hace muchos años, miles de ellos a decir verdad, mi pueblo recibió una orden por parte del entonces gobernante de Hyrule; la cual consistía en construir una mazmorra en los cimientos de Kakariko para allí aprisionar a los enemigos de la corona. Al principio, sirvió para contener a los renegados que pretendían iniciar una guerra civil debido a la multiculturalidad de razas que habitaban en el Reino, en donde se había iniciado una lucha encarnizada por la división de las tierras; sin embargo, el destino de la mazmorra fue cambiando conforme pasaba el tiempo. Existió un hombre de nuestra cultura, del cual se sabe muy poco, sólo que había logrado forjar un artefacto muy poderoso, llamado "el lente de la verdad", un objeto que mostraba las intenciones reales de cualquier persona, por lo que era imposible mentir. Un poder de tal calibre, intimidó al Rey de Hyrule quien ordenó que el hombre fuera llevado a la mazmorra, en donde mediante instrumentos de tortura le fueron cortadas las manos, debido a que se había negado a hablar sobre el cómo había conseguido crear la lente y al no obtener una respuesta; fue decapitado y con el resto de su cuerpo lapidado bajo las rocas, quendando allí sepultado para siempre. —Contó la de mayor edad.

La Princesa retrocedió incrédula y se llevó una mano para contener un grito ahogado; no le cabía en la cabeza el hecho de que la familia real hubiese ordenado una cámara de tortura para perjudicar a los súbditos. Era escalofriante.

—Muchos integrantes de la tribu, quedaron inconformes con el proceder de los sheikah's en ese momento, pues consideraron déspota e injusto el comportamiento de la Casa Real; no obstante, continuaron leales sin importar la división de Kakariko. Unos siglos más tarde, en la guerra donde Ganon reencarnó por última vez y tanto guardianes como bestias divinas fueron una pieza clave para ayudar a la princesa y al héroe a derrotar a sus enemigos; la Corona ordenó que toda la tecnología sheikah fuera sepultada alrededor del Reino, ya que era peligroso que máquinas de guerra tan poderosas, estuvieran a disposición de nuestra gente en tiempos de paz; consiguiendo así aún más descontento en mi pueblo y, aunque muchos obedecieron sin cuestionar, se incrementaron las tensiones hasta que se llegó a lo inevitable, la separación de los sheikah's, formándose el Clan Yiga por esas razones; porque consideran que la Casa Real no ha correspondido como se debe a los sheikahs y se habían portado de manera tiránica con el pueblo, considerando que es mejor tener el favor de Ganon, la Calamidad que el de Hylia. Esto último se supo hoy, en la audiencia del juicio contra el prisionero que intentó atacarnos el otro día.

—Diosas. —Murmuró la Princesa quien se llevó ambas manos a los labios. —No puedo creer lo que me has contado, Impa. El comportamiento de nuestros antepasados fue cruel, monstruoso. Una completa aberración.

—No es algo que nos haga sentir orgullosos a nosotros ni a los tuyos; sin embargo, es parte de nuestra historia y es nuestro deber conocerla, con todos sus matices.

—¿Por qué me ocultaron todo esto?

—El Rey consideró que no era necesario que lo supieras ya que no había existido la necesidad de sacarlo a colación. No es una historia fácil de contar, además necesitabas concentrarte al cien por ciento en despertar tus poderes y no abrumarte con estos temas políticos.

—La situación es grave, Impa. No dejamos de cometer errores y seguimos así, como sin nada. —Dijo poniéndose de pie. —Dándonos golpes de pecho en nombre de nuestra fe, del honor, de la tradición, actuando como si fuéramos perfectos.

—Bueno, eso es parte del protocolo real.

—Pero no está bien, no hicimos las cosas bien.

Zelda se recargó sobre su ventana y miró el reino a través de ella; era como si una venda se le hubiera caído de los ojos; creyendo toda su vida a su casta incapaz de cometer actos indebidos; ahora sabía que habían sido capaces de cometer tantas atrocidades, crímenes en contra de su misma gente.

Fue entonces la primera vez en que se cuestionó realmente, si valía la pena apegarse a ese protocolo tan rígido y estricto. Y si la diosa estaría orgullosa con ello.

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En el suroeste de Hyrule, se encontraba la región de Gerudo, donde las temperaturas extremas, el paisaje árido y la poca variedad de alimentos hubieran diezmado la voluntad de cualquiera, pero no de ellas; el pueblo de las vai.

La tribu conformada únicamente por mujeres se había establecido en la ciudadela del desierto, logrando formar una hegemonía matriarcal, en donde las guerreras eran lideradas por la más fuerte, la más diestra en combate y la más sabia: Urbosa.

De imponente estatura, complexión hercúlea y una melena abundante y roja como la sangre, eran los rasgos más distintivos de la mujer de facciones puntiagudas y que se condecoraba de maravillosas joyas forjadas en oro y rubíes. La líder se erguía en su trono, rodeada por sus imponentes capitanas que la escoltaban empuñando sus dos lanzas, como si la matriarca necesitara imponer aún más respeto y temor del que ya imponía por sí misma.

—Princesa de Hyrule. —Dijo con imponente voz. —Acepto su propuesta sin reserva alguna. El mismo Clan Yiga que pretende resucitar a Ganon, también busca robar nuestro tesoro más valioso. —Explicó señalando con la mirada a un casco de oro y piedras preciosas, que descansaba en su propio sitio al lado del trono de la matriarca. —Es por eso, que me uniré a su noble causa.

—Matriarca Gerudo, Urbosa. —Contestó Zelda alzando la cabeza con dignidad. —En nombre del Rey de Hyrule, se lo agradezco. —Terminó haciendo una pequeña reverencia junto con sus doncellas que la escoltaban en ambos flancos, terminando con éxito, su última misión diplomática, antes de iniciar sus planes para vencer a la calamidad.

Ese mismo día, cayendo la tarde, Zelda y Urbosa dejando de lado su papel como representantes de Estado, decidieron dar un paseo a las afueras de la ciudadela, observando el cielo estrellado y el paisaje del desierto, en donde las dunas se bañaban de los rayos de plata de la luna, formando un paisaje severo pero sublime, a pesar de la sencillez de sus colores.

—¿Te digo algo, Urbosa? —Dijo la Princesa entre risas. —Yo nunca te había visto tan seria.

—¿Ah no? Pues qué curioso, mi rayo de luz. —Respondió con afecto. —Hace diez años yo te vi igual de seria.

—Urbosa, quiero preguntarte algo, si no te molesta. ¿De dónde viene eso, lo de "rayo de luz"? —Cuestionó acerca del mote cariñoso por el que siempre le llamaba la matriarca Gerudo.

La monarca se detuvo unos pasos atrás de la Princesa y observó de reojo a dos varones que caminaban a unos pasos de la ciudadela.

—¡Hey! Ustedes dos. A diferencia de su vil calaña, yo no ataco a traición.

Zelda se quedó paralizada sin entender nada cuando de repente, la mayor se dio la vuelta y desenvainó la cimitarra de la ira.

—¿Qué esperan?

Antes de que la heredera de la diosa Hylia pudiera darse cuenta de qué pasaba, la matriarca de las Gerudo estaba luchando en un duelo de espadas con los dos sujetos que se habían transformado en dos integrantes del clan traidor, quienes se abalanzaron encima, intentando herirla con sus espadas; no obstante, la destreza de Urbosa era superior.

Como si fuera una danza del desierto, Urbosa se movía con agilidad y rapidez haciendo uso de la cimitarra para repeler los ataques, dando furiosos contragolpes contra los enemigos, quienes salían volando debido a la fuerza de sus embates. Los ojos verdes de Urbosa brillaban intimidantes ante sus adversarios.

Uno de ellos, cayó de bruces frente a ella; no obstante, el otro que aún estaba de pie, iba a atacarla por la espalda.

—¡Urbosa! —Gritó Zelda, asustada, aún decidiendo si debía correr a pedir ayuda o tratar de salvar a la lider de las Gerudo.

La mujer sin inmutarse, hizo un chasquido con los dedos e inmediatamente, un rayo apareció detrás de ella, dando una descarga eléctrica a su oponente, quien cayó tendido en el suelo, ante la cara horrorizada de Zelda quien, no sabía si estaba asustada por el atentado, o el poder desmedido de la Gerudo.

—Por respeto a la Princesa, les perdono la vida. —Indicó Urbosa, amenazando con el filo de la cimitarra de la ira a sus oponentes. —¡Largo!

Sin decirles dos veces, los integrantes del Clan Yiga se marcharon despavoridos desapareciendo en el desierto y con ello, también volvió la respiración normal de Zelda.

—¿Quieres saber la historia de ese nombre? —Preguntó la matriarca, buscando distraer a la princesa del susto, con el objeto de hacerla sentir que nunca estuvieron en peligro real.

Zelda asintió en respuesta y la matriarca dio un suspiro que tranquilizó a la Princesa de Hyrule.

—Apenas eras una niña y una gran amiga mía te llamaba así. Lo decía con tanta ternura. —Explicó Urbosa mirando al cielo, con una sonrisa que no le llegó a los ojos.

Fue entonces que la hija del Rey Rhoam, desempolvó uno de sus muchos antiguos recuerdos enterrados de su infancia, de los días felices en que no llevaba esa carga en la espalda acerca de las responsabilidades de su poder interior, la diosa y el reino. Aquéllos días en que sólo era Zelda, una infante que se sentía la más cuidada, protegida y valorada en los brazos de quien le dio la vida.

—Era mi madre… —Concluyó.

—Hace unos diez años, recién acababas de perder a tu madre. —Narró la mujer llevándose una mano a la cadera. —Pero ya hacías lo necesario para cumplir con tu deber como princesa del Reino. —Añadió y miró nuevamente a la adolescente con ternura. —Viendo tu postura tan seria, te lo dije sin pensar.

Un nudo comenzó a formarse en la garganta de la Princesa, producto del recuerdo de su madre en su memoria; empero, ella se había prometido no volver a llorar, por lo que decidió cambiar el tema con su interlocutora.

—Ese atentado me asustó muchísimo. —Comentó Zelda casi sin aliento.

—Entendible. Pero no venían por ti, venían por mí. Esas escorias desde hace un tiempo planean robar nuestro casco del trueno.

—Ya sufrí un atentado hace unos días. —Comentó.

—Lo sé, pero eran muy pocos para venir por ti. Eran espías, sólo que los descubrí primero.

—¿Cómo mantienes la calma ante el peligro? —Preguntó la Princesa.

—Tener miedo no sirve de nada; además, las Gerudo entrenamos toda nuestra vida para poder luchar y defendernos en casos como este.

—Admiro sus habilidades.

—Podrías aprender si quisieras. —Dijo caminando a su lado, indicando que debían volver al palacio real.

—¿Yo? No, no creo poder lograrlo. —Mencionó la chiquilla.

—¿Por qué no? Tienes todo para conseguirlo. —Comentó la matriarca, animando a la hija de su mejor amiga.

—Aunque me encantaría, creo que esa idea no le agradaría a mi padre y a los sabios del consejo. No quieren que interrumpa mis oraciones para despertar mi poder interior cuanto antes y también quieren que continúe con mis deberes reales.

—¿Qué clase de deberes reales?

—Bueno, mi padre y los sabios creen que es hora que me comprometa en matrimonio, para así continuar con el mandato de la diosa.

Urbosa enarcó una ceja.

—Vaya, vaya, así que ya vas a casarte. —Dijo sorprendida.

—No, aún no, pero padre quiere que al menos ya tenga un prometido.

—¿Y quién es el joven afortunado? Me supongo que es un voe a tu altura, digno de ti, el mejor del reino. Además de muy apuesto. —Comentó Urbosa con orgullo.

—Mi padre sugirió que me comprometiera con Sidon, el príncipe de los zora.

Al escuchar la respuesta de la princesa, la matriarca se frenó en seco.

—¿Qué dijiste?

—Lo que oíste, mi padre me sugirió al príncipe Sidon de la región zora como un candidato para ser mi futuro esposo.

—Pero ¿qué pasa con Rhoam? —Se quejó la Gerudo llevándose una mano a la cabeza con incredulidad. —¡Sidon es apenas una criatura! Además de que es un zora y tú una hyliana.

—Lo mismo le dije a papá respecto de la diferencia de edades, pero dice que tarde o temprano nos veremos de la misma edad y que podemos posponer el matrimonio varios años hasta que esto suceda. —Explicó. —Y respecto a lo otro, me contaron que hay algunos zoras que han hecho uniones con hylianos, no sería la primera vez.

Urbosa puso los ojos en blanco.

—¿Pero de qué vas a hablar con él? Independientemente de la diferencia de edad, la diferencia de culturas es abismal; los zoras tienen otras costumbres, un trato totalmente opuesto al de los hylianos. ¿De qué van a hablar? ¿Cómo van a congeniar? Y cuando lleguen los hijos, ¿cómo será la crianza? ¿Predominará la casta de los zora o la tuya?

Zelda se quedó callada; eran demasiadas preguntas las cuáles no tenía ni idea de cómo responder porque nunca se las había planteado.

—Cariño, sé que no soy la más indicada para hablarte de los voe, pero la elección de un marido es algo más profundo que cumplir con un protocolo real. —Explicó con ternura, agachándose hasta quedar de su estatura. —Y mucho me temo que no tienes ni idea de cómo funciona el matrimonio ni lo que conlleva, fuera de continuar con el legado de la diosa.

—¿Por qué lo dices? —Preguntó realmente intrigada.

—Esto no es lo que quería tu madre, mi rayo de luz. —Explicó llamándola por su mote cariñoso. —Segura estoy que ella hubiera querido que te casaras por amor y no por obligación.

—¿Casarme por amor? Pero el amor viene después en el matrimonio; con el trato, con la convivencia, ¿no es así? —Cuestionó sintiéndose muy confundida.

—No, cariño. El amor viene antes.

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Varios días después, había una gran agitación en el Castillo y la ciudadela, debido a que ya estaba cerca la ceremonia para nombrar a los cuatro campeones de las tribus más representativas del reino, quienes pilotearían a las bestias divinas Vah Ruta, Vah Medoh, Vah Naboris y Vah Rudania, por lo que la guardia respectiva de cada una de las castas, se iba congregando poco a poco en la cercanía del castillo, disminuyendo con ello la carga de trabajo de los caballeros del Rey, en donde después de un mes de trabajar sin descanso, Link finalmente se había ganado un par de días para él solo.

Desde que había tenido el sueño con Saria, se preguntaba qué había querido decir o si simplemente había sido eso, un producto de su inconsciente; sin embargo, después de investigar un poco en la biblioteca de la ciudadela y en los antiguos pergaminos que se guardaban en Kakariko y que eran de acceso al público logró averiguar que efectivamente, hace miles de años existió una kokiri con ese nombre y que fue considerada una sabia del reino; pero desafortunadamente, no había encontrado mayor información al respecto. Alguien le había sugerido que, probablemente, podría encontrar más datos en la gran biblioteca del castillo real; no obstante, no tenía ningún motivo para poder solicitarle esa petición al Rey que, si bien es cierto, posiblemente con ayuda de su padre, este seguramente no le negaría el acceso a los libros, no se atrevía a contarle de esos sueños ni a su pariente más cercano, por lo que dejó esa idea por la paz.

Así las cosas, decidió que iría a pasar sus días de descanso al rancho del bosque, diciéndole a su padre que necesitaba despejarse un poco de la ciudadela y que aprovecharía esos días para acampar cerca de Eldin; así como visitar las aguas termales que prometían bastante. Entonces sin más, preparó su alforja y se echó al galope con Epona, disfrutando del aire fresco del campo que acariciaba su rostro.

Pese a que el Gran Bosque de Hyrule era bastante cercano a la ciudadela, Link optó por tomar el camino largo, por la llanura de Romani para pasar primero por Eldin. Iba pasando por el puente de Thims cuando de repente un estruendo llamó su atención; se detuvo para mirar y dejó a su yegua al otro lado del puente para no exponerla y no alcanzó a mirar nada sospechoso; por un segundo, creyó que sería algún moblin el que podría estar haciendo estragos en la colina, sin embargo, sólo miró a una roca gigante obstruyendo sospechosamente el camino. Sin darle mayor importancia, se dio media vuelta para montar a lomos de Epona cuando un fragmento de piedra venía directo hacia él, a punto de aplastarlo sin piedad.

Gracias a sus buenos reflejos, logró hacerse a un lado y esquivar la embestida, mirando con sorpresa la criatura que se alzaba frente a él; lo que había parecido un monolito pequeño, ahora cobraba vida en un coloso de roca, que se alzaba furioso contra él, buscando asesinarle si este se lo permitía.

Sacó la espada de caballero que llevaba en la cintura y se lanzó contra él, aún sin tener idea de cómo diablos iba a derrotar a una roca.

Por otro lado, a unos metros de distancia, desfilaba un caminante solitario, cargando un machaca-rocas en la espalda, mientras contemplaba distraídamente el paisaje de Hyrule, cuando de repente, miró a lo lejos una batalla que se libraba entre lo que parecía ser un coloso de piedra y un hyliano.

—¡Santos Goronios! ¡Ese talus va a matar al hyliano! —Diciendo esto, el goron se echó a correr para ayudar al joven que se encontraba en medio de un aprieto.

A pesar de que Link trataba con todas sus fuerzas el tratar de evitar los ataques de la bestia, logrando atinar un par de estocadas contra su anatomía, todos sus intentos resultaron inútiles, ya que no lograba causarle ningún daño y al contrario, sólo su espada estaba desgastándose cada vez más, al igual que su escudo.

De repente, la criatura soltó un golpe que Link logró contraatacar con ayuda de su blasón, el cual se rompió en el proceso, dejándolo totalmente expuesto; cargando una roca obtenida de la tierra bajo sus pies, el coloso la lanzó directamente hacia el hyliano quien no tuvo tiempo de reaccionar y sólo intentó cubrirse para que el golpe no fuera recibido en su cabeza, cuando entonces la roca fue derribada y él se vio cubierto por una especie de campo de fuerza de color rojo, cual si fuera una burbuja protectora o un caparazón. A su lado, apareció un goron imponente, de largos cabellos, vestido con la túnica característica de su tribu, añadiendo cadenas de acero y muñequeras de hierro a su vestimenta, quien estaba formando el campo de fuerza con los puños.

—¿Estás bien, chico? —Preguntó el goron mientras seguía sosteniendo el campo de fuerza que los cubría a ambos.

Link asintió y se puso de pie, poniendo su espada en posición de combate para luchar al lado de su inesperado aliado.

—Con esa espada no lograrás hacerle ningún daño a ese talus; esas escorias son resistentes. ¿Ves esa veta mineral que está en la punta del cuerpo del coloso? Debemos destruirla si queremos acabar con él.

El hyliano observó el señalamiento de su compañero y en efecto, estaba ahí el cuerpo mineral del que hablaba, al parecer, ese era el punto débil del monstruo.

—Escucha muchacho, voy a darle un golpe con mi machaca-rocas a ese cara de piedra, para apartarlo y tengamos unos segundos de movimiento. Te lanzaré directo hacia él y si logras darle con alguna de tus flechas explosivas, ese monstruo será un montón de tierra en menos de lo que canta un cucco.

El rubio asintió y a la cuenta de tres, el goron retiró el escudo y, con agilidad, se retiró el machaca-rocas de la espalda para acertar un golpe a la criatura lo cual la hizo retroceder. Inmediatamente; Link se colocó a su lado y su compañero lo impulsó por los pies, lanzándolo con los brazos; haciendo que el hyliano se acercara por los aires a su oponente, sacando el arco y la flecha explosiva, apuntando directamente a la veta mineral.

Con un tiro certero, la veta comenzó a agrietarse, reventándose por el impacto, soltando varios minerales en el camino; acto seguido, el talus comenzó a debilitarse para caer desplomado en el suelo, seguido de una explosión de tierra y polvo, indicando que el monstruo había sido derrotado.

—¡Buen tiro, muchacho! —Felicitó a la vez que se acercaba al más joven de manera amistosa. —Creo que hacemos un buen equipo. Ya lo dicen los antiguos gorons como el gran Darunia; los hylianos y los gorons siempre hemos sido razas muy amigas. Fuiste muy valiente al enfrentarte tú solo a un Talus; esos adefesios que creíamos extintos, nunca los habíamos visto cerca de la llanura, es bueno saber que ahora no sólo tenemos que cuidarnos de ellos en el Valle de Eldin, sino también en el resto de los caminos del reino, será mejor contarle de esto al Rey. —Dijo como si hablara para sí mismo y nuevamente se dirigió a Link. —¡Buen trabajo! —Volvió a felicitar, dándole unas palmadas en la espalda al hyliano que lo hicieron perder un poco el equilibrio debido a la fuerza descomunal del Goron. —Qué grosero, no me he presentado, soy Daruk el líder de los goron. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

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—Has estado muy callada, ¿te pasa algo? —Preguntó Impa mientras la Princesa terminaba de bordar con lentejuelas la figura de la bestia divina Vah Rudania, del pañuelo que pertenecería al líder de los goron.

Zelda, quien evidentemente escondía algo, era hábil en mentirle a todos, menos a su nana, quien más allá de ser su cuidadora y confidente, era también su mejor amiga.

—No es nada.

—A mí no tienes que mentirme; pero si no quieres hablarlo, lo respeto.

Zelda suspiró, quizás le vendría bien hablar de sus inquietudes con la sheikah, inquietudes que, desde que había vuelto de la ciudadela Gerudo, no eran pocas.

—Es sólo que, me he estado preguntando acerca de mi deber divino; me cuestionaba si lo he hecho bien. —Habló finalmente.

—Te esfuerzas más que nadie en este reino por lo que a tus deberes respecta; has obedecido y seguido cada orden de los sabios al pie de la letra.

—Ese es el punto. —Mencionó. —¿Qué pasaría si los sabios están equivocados en su encomienda? ¿Qué pasaría si las largas rutinas de meditación no sirven de nada para despertar mi poder divino? Al fin y al cabo, los sabios sólo están suponiendo lo que le agradaría a la diosa, más no tienen ningún conocimiento empírico de este poder interior; ese sólo lo tenía mi madre y sus antepasadas.

Impa se encogió de hombros; las dudas de la princesa estaban justamente fundamentadas, incluso ella se había preguntado lo mismo muchas veces; sin embargo, sembrar la duda en alguien que apenas era una adolescente y aún tenía mucho que aprender podría provocar que la Princesa se volviera rebelde y una confrontación contra su padre, era lo que menos necesitaban en estos momentos.

—Tal vez esa es una posibilidad, Princesa. Pero por ahora, sólo tenemos el conocimiento de los sabios para poder guiarte. —Sugirió Impa sin invalidar las dudas de la futura reina.

—Ojalá mamá estuviera aquí, ella sabría qué hacer. —Mencionó con tristeza.

Impa puso una mano en el hombro de la más joven en señal de consuelo; sin embargo la joven continuaba con su tarea hasta que terminó.

—¡Listo! El pañuelo de Daruk está completamente listo y con ello, todas las prendas de los campeones. —Dijo cuando terminó de bordar la última cuenta en la figura de Vah Rudania.

—Excelente, justo a tiempo para la ceremonia de hoy. —Felicitó la nana. —El castillo está quedando precioso ¿Estás lista?

—Sí. —Dijo poniéndose de pie y doblando el manto junto con los demás que serían depositados en un cofre antiguo. —De hecho, estoy ansiosa.

—Cuéntame.

—Quiero volver a ver al guerrero orni. La última vez que hablamos, Revali me contó sobre la posibilidad de ir hacia el bosque perdido y buscar la espada maestra.

Impa hizo una mueca.

—Zelda, no quiero ser pesimista, pero no creo que eso sea posible. —Afirmó. —Además, de que se me hace muy pretencioso por parte de Revali el insinuar que va a poder encontrar la espada maestra y que encima, podría portarla. La espada elige a su amo, no al revés y tal parece que el guerrero orni no le importan ni respeta nuestras profecías.

—Entiendo que Revali sea un poco presuntuoso, pero vamos, es un guerrero increíble. Hay personas que ya son presumidas y no tienen motivos para serlo. Además, con su habilidad de volar, quizás pueda tener una mejor vista del gran bosque hyrule desde los aires.

—Según nuestras leyendas, el héroe siempre es un hyliano y es algo que dudo que cambie, el pacto de la espada se hizo con nuestra raza.

—Impa, tengo que intentarlo. —Dijo con mirada suplicante. —Si no logro despertar mis poderes y la Calamidad nos alcanza, lo único que nos queda como defensa del pueblo son los campeones y el héroe. —Habló mirando con cierta nostalgia las túnicas que acababa de bordar. —Tengo que intentarlo, se lo debo a Hyrule.

A pesar de su desacuerdo, Impa no podía rebatir a la princesa; ya que si no le permitía intentar todo lo que ella creía que podía ayudar al reino, sólo aumentaría su frustración, que ya era bastante.

—Está bien, supongo que nada se pierde al intentarlo. —Comentó la mayor con resignación. —Pero creo que es hora de que empieces a arreglarte para esta tarde, todo el reino estará allí y tienen que ver bien a su Princesa.

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Después de su batalla contra el Talus, Link decidió ir con rumbo al rancho del bosque para tomar un descanso, ya que el coloso lo había desgastado físicamente de manera considerable; además de que Epona necesitaba descansar. A pesar de ese obstáculo en su camino, el día le había resultado en cierta forma provechoso, ya que había conseguido conocer a Daruk, el líder de los Goron que vivían en las faldas de la Montaña de la Muerte en Eldin. A pesar de ser un guerrero de tal calibre, Daruk resultó ser un individuo bastante apacible, sencillo y amigable, que rápidamente entabló una amistad con Link, argumentando que uno de sus antiguos líderes Darunia, había establecido que el pueblo Goron y los hylianos siempre serían amigos y aliados, pacto que él se encargaría de cumplir hasta estos días. El líder de la raza que vivía en la montaña, además de haberle brindado su confianza, le había compartido también una de las rocas sazonadas que eran parte de la dieta de los goron. Aunque al principio, no le pareció atractivo el aspecto del mineral y creyó que posiblemente se volaría un diente al intentar comerlo; pensó que era muy grosero de su parte el rechazar un alimento ofrecido por su nuevo amigo y, al final del día, sólo era comida y él adoraba la comida.

No se la pensó y se llevó a la boca la roca entregada por Daruk que, aunque era dura para los parámetros hylianos, no lo eran más que las nueces deku que a veces solía comer y, contrario a su expectativa, la roca estaba bastante sabrosa.

El líder Goron soltó una carcajada estando bastante complacido de que Link degustara las delicias que su región tenía para ofrecer, ya que según él, los hylianos no solían comer los mismos alimentos que los Goron. Finalmente, Daruk se despidió y tomaron caminos separados, porque según sus propias palabras, tenía que dirigirse al castillo para ver al Rey y a la Princesa, reiterándole que siempre que lo quisiera, sería bienvenido en el pueblo al pie de la montaña.

Una vez en el rancho del bosque, el caballero pagó una noche en la estancia y un lugar en el establo para Epona, en donde se encargarían de que la yegua fuera cepillada y alimentada correctamente; los gremios establecidos en los ranchos trataban a sus caballos como su posesión más valiosa, por lo que Link se sintió tranquilo al dejar a Epona bajo su cuidado. Según sus planes, pensaba en aprovechar gran parte del día explorando los alrededores del Gran Bosque de Hyrule, pero debido a su interrupción con el Talus, ya faltaba poco para que oscureciera y pensó que no era buena idea acercarse al bosque sin el beneficio de la luz del día, por lo que pospuso sus planes para la mañana del día siguiente.

Debido a que el clima era bastante agradable, la cocinera del rancho había decidido servir la cena de esa noche en el comedor exterior alrededor de la fogata, que era donde se reunían los viajeros para charlar y contar las aventuras de sus travesías, mientras disfrutaban de la vista del lago Nish.

Con una porción generosa de risotto con setas del bosque, Link se sentó en uno de los troncos alrededor del fuego, junto con los otros clientes del rancho, quienes también estaban cenando y hablando de las nuevas noticias del reino.

—Te lo digo, socio; hoy el Rey se reunirá con los campeones de las otras tribus que lucharán al lado de la Princesa Zelda, para así vencer a la Calamidad que se aproxima.

—Ese rumor de la Calamidad, son sólo cuentos que se inventaron los sheikahs para congratularse con el Rey. —Dijo un hombretón de gran estatura, mientras se llevaba un gran bocado de comida a la boca.

—Si fueran cuentos no habría tantos rumores acerca de la Princesa. Dicen que no ha podido despertar su poder interior.

—¡Tonterías! La princesa es sólo una niña mimada que busca atención.

Link hizo un respingo ante el comentario del desconocido. Le parecía bastante grosero y descortés que alguien se expresara así de la princesa que, por el sólo hecho de ser la reencarnación de Hylia, ya merecía todo su respeto.

—Yo también he escuchado los rumores de la Calamidad. —Dijo una mujer integrándose a la plática. —Dicen que por eso el Rey ha estado colaborando con los sheikahs, porque están diseñando máquinas de guerra en caso de que un conflicto armado estalle.

—Hyrule ha tenido un largo periodo de paz y eso no cambiará pronto. —Insistió.

—Entonces, ¿cómo explicas que últimamente hay más monstruos en el camino? —Dijo el primero, cuestionando al más escéptico.

—Tenemos a las tropas del Rey para eso.

—Aún así hay monstruos temibles. —Intervino por primera vez la cocinera. —Se rumora que en Eldin han aparecido nuevos monstruos hechos de roca y, que incluso a los gorons, les ha costado vencerles.

—Esos son chismes baratos de la gente de los ranchos; no existen tales monstruos de roca ni tampoco esa mentira de la Calamidad. —Insistió el hombre más alto, defendiendo su postura.

Link disimuló una sonrisa ante el último comentario, definitivamente hubiera sido grandioso que este individuo hubiera visto al Talus con sus propios ojos.

—Los sheikahs al igual que siempre están montando un show para sentirse más que los demás hylianos. Los de siempre haciendo lo de siempre.

—¿Tú qué opinas, chico? —Dijo la viajera dirigiéndose a Link, haciéndolo partícipe de la conversación colectiva.

Link se quedó callado; no deseaba enfrascarse en una discusión con el hombre escéptico ni con los demás, a pesar de tener buenos argumentos que aportar a la charla.

—Haces bien en no ser pronto al hablar, muchacho. —Mencionó un anciano que trabajaba en el rancho, acercándose a la fogata. —La ignorancia tiene una lengua larga y venenosa, como la de las serpientes.

—¿No me digas que tú también crees en esas patrañas inventadas por los sheikahs? —Comentó el hombre.

—Las profecías de los sheikahs. —Corrigió. —Son casi tan antiguas como el reino mismo. Aunque la última batalla entre Ganon, la princesa y el héroe de la leyenda fue hace más de diez mil años, esta no es la primera vez que ocurre e Hyrule ha tenido que pagar un precio muy alto para asegurar su libertad.

Uno de ellos pasó saliva de manera audible por el tono que estaba tomando la conversación y el anciano continuó:

—El reino ha sido conquistado, sumido en las sombras e incluso hundido, es por eso que se teme tanto de la Calamidad, porque no sabremos cuál será la consecuencia trágica que traerá consigo el retorno de Ganon.

—¡Por la diosa! Eso es espantoso. —Mencionó la viajera con preocupación. —¿Y cómo se podrá derrotar a esa Calamidad?

—Sólo la Princesa del Destino y el Héroe Legendario, podrán lograrlo.

—Pero hasta donde sabemos, el héroe aún no aparece. —Comentó el primer viajero.

—Aparecerá. La Espada lo llamará en el momento indicado. Cuando el héroe aparezca, sabremos que la Calamidad está cerca.

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El ambiente en el Castillo de Hyrule era de gran alegría y expectación. Era un gran alivio para el pueblo el conocer a los campeones que defenderían el Reino de la amenaza de Ganon y pilotearían las bestias divinas; esas máquinas de pelea imponentes, que lograrían intimidar incluso al ejército más poderoso. La ceremonia de nombramiento de los elegidos llenaba de esperanza a todo Hyrule, por lo que se había decidido ofrecer un banquete en su honor; sin embargo, el ambiente de bonanza no era suficiente para aplacar la inquietud del Rey.

Rhoam que previamente se había reunido con Daruk, se encontraba intranquilo debido al aviso del líder de los gorons, en donde le contó que habían aparecido colosos de roca en la región de Eldin, pese a creerles extintos y que poco a poco se iban acercando a los caminos más transitados del reino. La inseguridad iba aumentando a pasos agigantados en los últimos días, lo cual se estaba convirtiendo en una preocupación constante para el Rey, temiendo que la guardia real no fuera suficiente para proteger a los habitantes de Hyrule.

—Guarde la calma, su Majestad. —Mencionó Kaknab al mirar la inquietud en los ojos del Rey.

—La Calamidad vendrá en cualquier momento.

—Pero no hoy. —Aseguró el líder de los sheikahs. —Cuando Ganon vuelva, estaremos preparados, Hylia no nos ha de abandonar.

Por otro lado, la Princesa se encontraba junto con su doncella Impa, esperando detrás de una de las enormes puertas que conducían al bastión central del castillo, estando impaciente para hacer su aparición.

Esa noche, Zelda llevaba un vestido rosado y violeta a juego con hombreras de oro y las joyas de la casa real, sumado a un manto colorido que llevaba al frente de la falda el cual se presumía era un atuendo antiguo y ceremonial, idéntico al que usaba una de sus antepasadas; específicamente, la que había luchado codo a codo con el héroe del tiempo.

Impa le acomodaba la diadema de oro entre sus hebras de cabello de la misma tonalidad cuando escucharon el anuncio del exterior.

—Pueblo de Hyrule, ante ustedes su Majestad el Rey Rhoam Bosphoramus Hyrule.

Enseguida, se escuchó musica de trompetas anunciar la llegada del Rey quien fue directo a su trono con su porte solemne, ahora a la espera de la aparición de su hija.

—Y ante ustedes, la encarnación de la Diosa, heredera del Destino y Sacerdotisa de Hyrule; su Alteza Real, la Princesa Zelda.

—Suerte… —Murmuró Impa antes de desaparecer en las sombras a la vez que las enormes puertas se abrieron, dejando ver la figura de la Princesa que desfilaban por todo lo alto, ante todos los súbditos del Reino.

En ese momento, todos los ojos se posaron sobre la futura gobernante, en donde ella pudo ver a todas las razas de Hyrule congregadas en el castillo y divisó también a los campeones; Urbosa, acompañada de dos de sus capitanes, Revali con el patriarca Tecón y dos guerreros más, Daruk junto con dos ancianos gorons y finalmente Mipha, escoltada por su padre, el Rey Dorphan y Muzun, el consejero real. Por un segundo, Zelda se sintió intimidada ante la presencia de tanta gente; no obstante, recordó que ella era la Princesa y tenía que demostrar orgullo y dignidad a sus habitantes, para que así no dudaran de ella.

En poco tiempo, Zelda le hizo compañía a su padre en la sala del trono, quedándose a su derecha, mientras permanecía de pie, a la vez que los campeones se colocaban alrededor del bastión central; enseguida apareció Impa con el cofre en donde llevaba las túnicas y se colocó a un lado de la Princesa.

—Súbditos de Hyrule. —Habló finalmente el Rey. —Esta noche, las diosas nos han favorecido, al permitirnos conocer a los cuatro campeones que llevarán a Hyrule hacia la victoria sobre la maldad de Ganon.

En ese momento, aplausos y vitoreos inundaban el bastión, en donde todas las razas depositaron sus sueños y esperanzas en sus representantes.

—Nobles guerreros. —Dijo esta vez dirigiéndose a Daruk, Urbosa, Revali y Mipha. —Les agradezco que hayan viajado tan lejos para aceptar valerosamente una misión de esta magnitud. Como Rey de Hyrule, los nombro campeones y les confiero estas vestimentas.

En ese momento, la Princesa dio un paso al frente con Impa detrás de ella y abrió cuidadosamente el cofre, sacando con cuidado una de las túnicas que había preparado y colocándola en sus manos para que tanto el pueblo y los elegidos pudieran verla.

—Ese tono azul, —explicó Rhoam —es el símbolo de la familia real, el legado de nuestros antepasados. Las prendas que llevan fueron elaboradas por mi hija, Zelda. Pórtenlas con valor y con orgullo y reciban también su bendición.

La princesa bajó con cuidado los escalones del palco del trono del Rey y se fue acercando a cada uno de los campeones, que se encontraban de pie alrededor del bastión central, seguido de los estandartes representativos de sus pueblos y flanqueados por sus guerreros, para entregarles sus prendas reales, siendo Mipha la primera en recibirlas.

—Princesa Mipha, hija de Lanayru, yo te nombro campeona de los zoras; recibe estas prendas como insignia de tu deber real y como nueva dueña de la bestia divina Vah Ruta. Hylia te bendice con el agua que representas para que con su sabiduría y su calma, nos lleven hasta la victoria contra Ganon. —Habló Zelda colocando su mano derecha encima de la coronilla de la cabeza de la princesa, quien permanecía arrodillada para recibir la bendición.

—Así sea.

Diciendo esto, Mipha se colgó el manto con la ayuda de uno de sus prendedores de plata propios de la realeza de su clase y se puso de pie, en medio de un fuerte aplauso por parte de los zoras. El siguiente en ser honrado, fue Revali.

—Guerrero orni, Revali, hijo de Tabanta; recibe estas prendas como insignia de tu deber real y como legítimo dueño de la bestia divina Vah Medoh. Hylia te bendice con los vientos que te hagan surcar los cielos y que ellos mismos, soplen la esperanza en Hyrule.

Con su carácter altivo, el guerrero orni recibió gratamente complacido los honores reales y se colocó la túnica a modo de bufanda, sintiéndose profundamente halagado por los aplausos y ser el centro de atención de toda la región. La siguiente en ser honrada, fue Urbosa.

—Lady Urbosa, matriarca Gerudo e hija del desierto; recibe estas prendas como insignia de tu deber real y como garantía de nueva dueña de la bestia divina Vah Naboris. Hylia te bendice con el rayo que te representa, para que con su ira y su estruendo, luche fieramente contra nuestros enemigos.

—Así sea.

Urbosa se colocó encima de su falda la túnica real, amarrándose a un lado de su cadera, mirándose imponente y majestuosa, brindando esperanza a su pueblo y a todo Hyrule.

Finalmente fue el turno de Daruk.

—Daruk, líder de los goron e hijo de Eldin; recibe estas prendas como insignia de tu deber real y como estandarte que te proclama como dueño de Vah Rudania. Hylia te bendice con el fuego que representas, siendo este elemento divino que da vida y muerte, el que nos guíe con su luz y calor hasta la victoria.

Daruk se colocó el manto encima de sus ropas e hizo una reverencia adicional al Rey, agradeciendo el honor de ser el elegido para defender a su pueblo y a Hyrule.

En ese momento, el Rey se dirigió hacia su hija, que yacía al centro del bastión.

—Zelda, te encomiendo la tarea que te corresponde como heredera de la familia real; lidera a los campeones para que juntos defiendan al reino de Hyrule de la malicia de Ganon.

La princesa aceptó con un asentimiento y una reverencia, finalizando así la ceremonia formal, con el castillo llenándose de aplausos y rechiflas, a la vez que fuegos artificiales iluminaron el cielo y balas de salva de los cañones se dispararon en la fortaleza de Akkala, en honor a los campeones.

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La noche apenas comenzaba y todos los viajeros y usuarios del rancho del bosque que solían acostarse temprano, regularmente cansados por el viaje, se encontraban durmiendo; excepto por los encargados que rolaban el turno nocturno, para recibir a las personas que necesitaran hospedaje durante la madrugada. Mykal el encargado de la recepción y el anciano Eslan se encontraban calentándose en la fogata, ya que empezaba a hacer frío y el viento se unía a los murmullos de la noche, junto con las cigarras y el canto de los grillos.

En su cama, el joven hyliano descansaba plácidamente hasta que escuchó que una voz familiar lo llamó.

"¡Link, Link! ¡Despierta, ha llegado el momento!"

Cómo si fuera un resorte, se levantó de la cama y aunque sentía aún la pesadez del sueño, por alguna razón no podía dejar de obedecer a la voz que lo llamaba. Caminó sin hacer ruido hasta la entrada del rancho y pudo ver a lo lejos el gran castillo de Hyrule, que se alzaba orgulloso sobre todos los lugares del reino. En el sentido opuesto del camino que conducía al castillo, Link pudo observar la figura pequeña y menuda de Saria, quien lo saludaba con la mano y le indicaba que lo siguiera.

Unas nubes comenzaron a alzarse en el cielo que parecía despejados, anunciando que una tormenta estaba cerca.

—Pero mira eso, al parecer hoy caerá un chubasco. —Dijo Mikal, señalando al cielo.

—Será mejor que entremos, —mencionó Eslan, —no hay que arriesgarnos cuando hay una tormenta eléctrica.

Apagaron la fogata y continuaron su camino a la entrada de la posada, cuando observaron la figura de un joven, correr a toda velocidad por la vereda que llevaba al bosque perdido.

—Pero ¿qué es eso?

—Es el viajero que se está hospedando en el rancho. —Mencionó el anciano que lo reconoció al instante y le gritó: —¡Muchacho, vuelve aquí! ¡Los caminos no son seguros de noche!

Link no se encontraba muy lejos cuando Eslan lo llamó; sin embargo, al escuchar la voz de un tercero, decidió ir más rápido.

—Pero, ¿qué le pasa a ese demente? ¿Acaso ha enloquecido? —Dijo Mykal quién también lo llamaba haciendo movimientos con los brazos.

—No lo sé, pero debemos detenerlo. Va camino al Bosque Minish y si se adentra al Bosque Perdido no podremos seguirlo. —¡Muchacho, vuelve aquí! ¡El bosque es peligroso!

—¡Joven, regrese! ¡No exponga su vida!

A pesar de los gritos y advertencias, Link continúo con su camino, ignorando a las personas que le pedían detenerse, mientras los hombres veían incrédulos como el chico continuaba su camino, como si fuera siguiendo a alguien, a pesar de encontrarse completamente solo.

—¿Qué fueron esos gritos? —Preguntó uno de los viajeros que salió con una vela para alumbrarse, con los otros huéspedes detrás de él.

—Un chico se adentró en el bosque Minish e iba directamente al bosque perdido. —Informó Mikal.

—¿Pero qué rayos? ¡Hay que detenerlo! —Dijo uno de ellos.

—Pero una tormenta va a caer. —Mencionó otro.

—Tenemos que intentarlo, o de lo contrario, morirá. —Dijo yendo rápidamente a ponerse sus ropas de regreso. —¿Hacia dónde se fue?

—Corrió a la vereda del Bosque Minish. ¡Pronto, hay que ayudar!

Y sin decir nada, un pequeño grupo de hombres se alistaron junto con sus caballos para armar una brigada de búsqueda que fuera a traer de regreso al joven fugitivo.

A bastantes metros de distancia del rancho, Link se adentraba en compañía de Saria en el bosque Minish, hasta que llegaron a la entrada del bosque perdido. Link se detuvo en cuanto la densa niebla comenzó a ocultar la vereda, pues una parte de él, le advertía que era peligroso.

—No te detengas, Link. Debemos entrar. —Insistió la niña que llevándolo de la mano, arrastrándolo hacia adentro de la floresta.

Debido a la densa niebla, apenas y se podía ver algo a través del camino, como la luminiscencia de los hongos acechadores y las campanas mudas que iluminaban levemente los recodos.

—¡Vamos, Link! ¡Debemos darnos prisa! Ya nos esperan.

Link observó una pequeña rama que estaba encendida en el suelo, pensando que posiblemente le había caído un rayo debido a la tormenta eléctrica; sin embargo, miró que a pesar de la lluvia, esta no se apagaba. La tomó sin dudarlo para que hiciera las veces de antorcha y continuó su camino al lado de Saria.

Se dio cuenta cómo las chispas de fuego de la rama apuntaban hacia una dirección del camino, por lo que decidió seguirlas para no correr el riesgo de perderse en la neblina. A pesar de estar casi cegado, Link escuchaba la mayoría de todos los sonidos de los animales, como los zorros y las aves que deambulaban bajo sus pies, asustados por la presencia de extraños en su hogar; no obstante, juraría que escuchó también las risas de unas voces agudas, que murmuraban a sus espaldas. Sin darse cuenta, chocó contra el tronco de un árbol viejo que, al mirarlo, lo hizo retroceder, ya que su figura se mostraba aterradora.

—Ya casi llegamos. —Animó Saria.

Continuaron caminando hasta que llegaron a una especie de entrada en forma de arco de piedra, con bastantes años de antigüedad, en donde su compañera se detuvo.

—Es aquí donde nos separamos, Link.

Él iba a protestar, pero Saria no se lo permitió.

—Sé que tienes muchas preguntas, pero mi único propósito es mostrarte el camino; todas tus dudas, serán respondidas por alguien más. Sabrás qué hacer, salva a Hyrule.

Diciendo esto, la niña se echó a correr entre la espesa niebla, como si conociera perfectamente el camino, perdiéndose rápidamente de la vista de Link. Por un segundo, pensó en correr detrás de Saria, cuando una voz profunda lo llamó:

"Entra"

Y cual si fuera un autómata, caminó a través de la puerta, dando paso a un lugar que jamás imaginó; una luz cegadora lo deslumbró repentinamente, ya que en ese lugar al parecer no existía la noche y los rayos dorados de la luz, bañaban el claro que se presentaba ante sus ojos, lleno de las flores más exquisitas y la vegetación más verde que jamás había visto en su vida. Se percató de la existencia de unos pequeños seres que parecían ser vegetales, los cuáles le sonreían y lo saludaban con las manos, acercándose uno de ellos a saludar amistosamente.

—¿Es usted el señor héroe?

—¡El puede vernos! —Murmuró contento uno de ellos a los demás.

Link se sorprendió al ser llamado de esa forma, cuando de repente, un majestuoso árbol milenario de hojas rosadas comenzó a cobrar vida frente a él, hablándole con voz imponente.

—Link, héroe de Hyrule; descendiente del héroe del tiempo, del crepúsculo y del viento; finalmente, nos volvemos a encontrar. —Habló solemne. —Soy el Gran Árbol Deku, guardián del bosque, padre de los kokiris y de sus predecesores, los kologs.

Ahora lo entendía todo, probablemente se encontraba en el bosque kokiri del que tanto se hablaba en las leyendas y por alguna razón, ellos ahora eran los kologs, esas pequeñas criaturas del bosque.

—Y también soy el guardián de la Espada Maestra.

Link se sorprendió aún más al escuchar está revelación; al ser consciente de los mitos y leyendas de Hyrule, sabía perfectamente lo que significa estar en presencia de la Espada Maestra.

—Eres el descendiente de un gran linaje de héroes que han luchado por defender a Hyrule desde tiempos inmemoriales, la encarnación del valor y el hijo predilecto de Farore. —Mencionó. —Estas tierras se han visto nuevamente amenazadas por la malicia que ha intentado conquistarlas desde antaño; tu misión es detener a Ganon, apoyado por la sacerdotisa de Hyrule; sabiduría y valor, podrán derrotar al poder desmedido de la maldad.

Entonces, Link comprendió las palabras que Saria le había dicho en aquélla ocasión en donde tenía que ayudar a Zelda.

—Es peligroso que vayas sólo, héroe. Reclama la espada que descansa en el pedestal al centro del claro y devuelve la paz al mundo.

A unos metros de distancia, observó un altar antiguo en forma triangular, en donde miró que estaba tallada en el piso la trifuerza bendita; el símbolo de las diosas Din, Nayru y Farore y, al centro, yacía una espada clavada en la piedra, la cual era iluminada por un rayo de luz intensa.

Obedeciendo a las instrucciones del árbol Deku, el joven se encaminó hacia donde estaba la espada, pudiendo sentir cómo se estremecía conforme se iba acercando, como si pudiera sentir que dicha arma tenía vida propia. Alrededor del antiguo altar, descansaban flores delicadas con una tonalidad azul y blanco que desprendían su dulce aroma natural y decoraban el lugar sagrado.

Una vez que estuvo frente a su objetivo, sintió un escalofrío recorrer su espalda; no obstante, tomó con valor la empuñadura de la espada con ambas manos y comenzó a tirar de ella; a pesar de que el arma estaba clavada en roca, haciendo gala de su fuerza la misma comenzó a ceder, hasta que poco a poco fue liberándola de su cautiverio, mientras su hoja iba desprendiendo una luz de tonalidad azul celeste. En este punto, Link no supo si esto era una alucinación o realmente estaba pasando, pero en un momento se vio rodeado de cuatro jóvenes que lucían bastantes parecidos a él, pero que a diferencia, vestían vestimentas antiguas de caballeros en tonalidades verde claro y verde oliva.

Cuando finalmente la espada estuvo libre; la sostuvo firmemente con su mano derecha, sintiéndola natural al manejo; como si fuera una extensión de su cuerpo, como si fueran ahora uno mismo. Fue entonces, que un fuerte estruendo se escuchó en el bosque y una voz que no pudo distinguir, pero estaba seguro que provenía de la Espada Maestra, le habló:

"Amo, me pongo a sus órdenes."

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Una vez que el banquete se estaba celebrando en el Castillo, Zelda aprovechó para reunirse con Revali y continuar con sus planes de visitar el Gran Bosque y organizar la expedición que los llevara a encontrar la Espada Maestra.

—Como te decía, Princesa. —Explicó el guerrero orni. —Mañana mismo podemos iniciar con las labores de la búsqueda de la espada, incluso podría adelantarme al rancho del bosque para comenzar antes del amanecer.

—Quizás convenga ir primero al laboratorio de Prunia y podamos hacer uso de la tableta sheikah para recolectar información de la espada y nuestra búsqueda sea más fácil.

—Princesa, con mis habilidades, la búsqueda será pan comido. —Insistió Revali, restándole importancia a la investigación científica.

En ese momento, el maestro de ceremonias solicitó la atención de todos los presentes, ya que Kai, el poeta de la Corte, iba a recitar un poema antiguo que, según la creencia, era de buena suerte en los tiempos de tribulación. Zelda se acomodó en su asiento y prestó atención al recital del poeta, del que siempre consideró que era un gran deleite escucharlo.

—Su Majestad, Alteza. —Dijo refiriéndose al rey Rhoam y a su hija y haciendo una reverencia. —Pueblo de Hyrule, es para mí un honor el declamar estos versos antiguos que, desde tiempos inmemoriales, han servido para darle honor y gloria a las diosas de la creación y a Hylia, nuestra protectora. Que estos versos sean beneplácito de las deidades

para que nos bendigan y guíen a nuestro pueblo hasta la victoria.

Kai tomó la cítara y comenzó a arpegiar las cuerdas, formando una melodía armoniosa que hacía las veces de música de fondo mientras narraba los versos pretéritos.

—"Contemplen a la leyenda,

que se alza desde las puertas del tiempo,

ahora todos, sentirán la magia de la Espada Maestra.

Necesitamos un héroe, en la mágica tierra de Hyrule,

un héroe temido por fantasmas y demonios,

con el poder para salvarnos de la fuerza oscura de Ganon esta noche.

Luchando a través del mundo, rápido como un rayo,

con el trueno y la lluvia a sus espaldas,

va al Castillo para aplastar a los demonios malvados que se apoderan de esta noche.

Por la Princesa del Crepúsculo,

y la Malvada Sacerdotisa,

por el cofre del tesoro perdido más allá del cielo."

La melodía, de repente comenzó a hacerse más rápida y Kai moduló su voz a una más profunda y solemne.

—"Contemplen a la leyenda

que se alza desde las puertas del tiempo,

ahora todos sienten la magia,

de la Espada Maestra.

La sabiduría, el valor y el poder se unen,

ahora todos sienten la gloria de la Espada Maestra

y el poder de la Trifuerza."

Kai terminaba de entonar el último verso, cuando de repente un fuerte estruendo se escuchó al norte del Castillo, que sobresaltó a todos los presentes y un temblor de las profundidades de la tierra, empezó a sacudir los candelabros y las copas de los invitados.

—¡Es un terremoto! —Exclamó uno de los goron.

—Rápido, evacúen el castillo; mujeres y niños van primero.

Las personas comenzaron a salir por la puerta principal del bastión y buscaron un lugar seguro en donde refugiarse; siendo auxiliadas por los recién nombrados campeones, quienes se ofrecieron a ayudar a los habitantes del pueblo a desalojar el bastión, consiguiéndolo en tiempo récord, pese a la enorme psicosis social que se había formado.

Kaknab, el líder de los sheikah, determinó que no era ninguna casualidad esta cadena de hechos, así que acto seguido, llamó la atención de uno de los guerreros orni que acompañaban a Revali y le dio la instrucción de que volara por encima de las murallas del castillo.

El integrante la tribu orni, desplegó sus grandes alas y observó que había un gran rayo de luz que provenía desde el cielo, resistiendo a la oscuridad y a las nubes, señalando en dirección al Gran Bosque de Hyrule.

—¡Jefe, sheikah! —Gritó para llamar la atención del anciano. —¡Hay un rayo de luz que apunta al Gran Bosque de Hyrule, en dirección de donde vino el estruendo!

—¿Será posible…?

—Kaknab, ¿qué está pasando? —Preguntó Zelda, quien también presentía que la cadena de sucesos recientes, no eran simples casualidades.

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Después de un largo rato de buscar sin éxito, la pequeña brigada de rescate que pretendían traer de regreso al joven fugitivo, trataban de hacerle frente al espeso bosque de Minish, cuando sin previo aviso, escucharon también el estruendo que asustó a sus monturas, haciendo que quisieran huir despavoridas y se negaban a obedecer.

Mientras luchaban por mantener a raya a sus caballos y estos no escaparan de la vereda del bosque, una fuerte luz cegadora se abría ante ellos, a pocos metros de distancia.

—¿Qué será aquello? —Preguntó uno de ellos, al mirar los destellos que brillaban entre los matorrales.

—¿Será un hada de las leyendas? —Cuestionó otro.

—No lo sabremos hasta que nos acerquemos a averiguar. ¡Vamos! —Apremió el dueño del rancho, quien se apresuró a acercarse a donde estaba la iluminación, cabalgando a todo galope a pesar de la lluvia.

No pasó mucho tiempo cuando encontraron la razón de esa luz abrasadora, encontrando ante sus ojos, al chico que habían estado buscando desde hacía rato, tumbado en el suelo completamente inconsciente y que llevaba en la espalda una espada de hoja luminosa, la cual era la causante de esa luminiscencia en medio de tanta oscuridad. Por un segundo, creyeron que el chico estaba muerto, pero al mirar que su pecho subía y bajaba con suavidad, se percataron que aún respiraba y posiblemente solo se había desmayado.

El grupo de hombres se quedó atónito de la sorpresa, cuando el anciano se acercó presuroso y miró de cerca, el arma que el chico llevaba consigo, retrocediendo un paso debido al asombro.

—Ayúdenme a mover al chico, tenemos que llevarlo rápido al rancho y procuren no tocar la espada.

Los hombres obedecieron, cargando a Link por los hombros y las piernas, llevándolo con cuidado de regreso a la posta, a la vez que Eslan le daba instrucciones a otro de los viajeros.

—¡Tú! —Señaló a uno de los que iban a caballo. —Ve a toda prisa al Castillo de Hyrule y solicita hablar con el rey, explícale lo que sucedió y dile que tiene que ver esto con sus propios ojos. No pares de insistir hasta que el Rey venga contigo. ¡Rápido!

El hombre obedeció y partió a todo galope en dirección a la Ciudadela para cumplir con las órdenes del anciano, quien quedándose unos metros atrás y observando la recta final de la vereda del bosque Minish, exclamó en voz baja.

—El heredero de la Espada Maestra, ha regresado…

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SIGUIENTE CAPÍTULO: Sonata del héroe.