Capítulo 3: Realmente eres tú
Gracias a su experiencia como capitán de los Diez Mandamientos, Meliodas sabía que hay muchas cosas y seres en quienes no puede confiar, y ésta era una de esas cosas en las que no podía ni debía confiar, después de todo ¡¿cómo es posible que la mujer a la que amas más que a nada ni a nadie en el mundo estuviera en frente de tu cuando se supone murió hace 3,000 años en frente de ti?!
Mientras más la observaba, más pensaba que realmente se trataba de SU Elizabeth. El mismo cabello largo, lacio y plateado que brillaba como la luna. Los mismos ojos azules que parecían mirar a través de tu alma que nunca guardarían odio hacia nada ni nadie. Las mismas delicadas y hermosas facciones que parecían haber sido talladas gentilmente. La misma piel de porcelana que no poseía ninguna imperfección. Sin duda alguna era Elizabeth, SU Elizabeth, o eso deseaba decir, pero en su espalda faltaba algo que diría que realmente era ella: sus alas. Sus blancas, hermosas, suaves y esponjosas alas que rodeaban gentilmente a alguien para mostrar amor ya no estaban en su espalda. Otra diferencia que notó era que su ojo derecho se encontraba tapado por su fleco, lo cual lo extrañó, pues Elizabeth nunca tuvo necesidad de hacer algo así, además no era su estilo.
Otra diferencia que puso notar era que esta chica se encontraba mojada y con la ropa puesta, lo cual indicaba que era la persona que se cayó al agua, algo que SU Elizabeth no hubiera hecho al tener sus alas y tantos años de experiencia en combate.
Se vio obligado a salir de sus pensamientos cuando escuchó su voz, aquella voz que hace 3,000 años no escuchaba y que había anhelado escuchar en todo este tiempo, más el tono que uso no fue el que esperó.
-¡L-Lo siento mucho! ¿Se encuentra bien?-aquella chica se vio y escuchó no solamente alarmada, sino también apenada, como si el que estuviera en el lago fuera él y no ella.
-¿Por qué no debería de estar bien cuando la persona que no lo está eres tú?-preguntó usando el mismo tono que se había visto obligado a usar durante los últimos 3,000 años, aunque le partía el corazón usarlo con una chica que se parecía a Elizabeth, una chica que se vio confundida ante su pregunta y lo afirmó al preguntarle:
-¿A qué se refiere?- El tono que usó fue tímido y confuso, así que Meliodas tuvo que señalar su ropa y la reacción de la chica demostró las sospechas de Meliodas, aquella chica era sin duda...
Tonta. Fue ese el primer pensamiento que tuvo Meliodas al ver como la chica intentaba pararse para volver a caer en el agua y mojarse aún más.
Torpe. Fue el segundo pensamiento de Meliodas al ver como la chica volvía a caerse en el agua, aunque esa torpeza la hacía ver algo o muy adorable a los ojos de Meliodas, como si se tratara de una bebé que apenas estaba aprendiendo a pararse y tenía que ser protegida de la crueldad del mundo.
Tan pronto como la chica hizo su quinto intento y estuvo a punto de volver a caerse por quinta vez, Meliodas la sostuvo de manera protectora al rodear su cintura con su brazo derecho. Tan pronto como logró pararle firmemente en el suelo, la chica se soltó lo más rápido que puso de él y dio unos dos pasos hacia atrás, mas no fue como su lo hiciera por miedo, sino como si lo hiciera por nervios.
-¡La-Lamento los problemas que le he causado! ¡Gracias por ayudarme!- dijo la chica nerviosa hasta los huesos y con la cara roja como un tomate.
Al haberse alejado lo suficiente, Meliodas pudo ver mejor la vestimenta de la chia. Traía puesto un vestido color verde agua de un tono muy oscuro. El vestido dejaba al descubierto un escote de corazón que resaltaba el gran busto de la chica, además, se pegaba a la cintura y remarcaba la figura esbelta de la chica. Las mangas eran largar hasta casi cubrirle las manos y parecían abrirse casi como campanas, mientras que la falda era recta y le llegaba a cubrir los pies. Para cubrirse traía una capa negra con capucha, y finalmente, la chica traía en su mano izquierda una canasta con botellas y frascos que contenían líquidos extraños, además de un libro que parecía haber sido hecho de piel y con símbolos extraños, que parecían haber sido hechos de plata, en la portada. Todo estaba mojado a causa del chapuzón, al parecer imprevisto, que se acababa de echar la chica.
-No, no tienes que preocuparte. Dejando eso de lado ¿tú quién eres? Es peligroso para una humana estar en este bosque, por eso deberías irte-le dijo Meliodas a la chica mientras se volteaba y cerraba los ojos para que esa chica no vea el dolor que le causaba verla.
-Ah, lamento no haberme presentado antes, por favor discúlpeme por mis malos modales. Soy la tercera princesa de Liones, Elizabeth-se presentó la chica con una elegante reverencia e impresionando a Meliodas.
Elzabeth.
Ahora no sólo el rostro, sino también el nombre era igual. Ahora sólo faltaba que tuviera el símbolo del Clan de las Diosas en el ojo que ocultaba y tuviera los poderes de ese maldito clan y el definitivamente se volvería loco.
-Sobre lo segundo, por favor no se preocupe por mí. Soy una maga en entrenamiento y he venido al bosque junto con mi maestra para practicar algunos hechizos, pero me temo que he perdido a mi maestra-admitió la Elizabeth con la vergüenza pintada e su rostro.
-¿Y? ¿Quién es tu maestra? Te ayudaré a buscarla-se ofreció Meliodas para así poder comprobar si aquella chica es realmente SU Elizabeth o alguien que sólo se le parecía en todo.
-Agradezco su ayuda y me disculpo, pues mi maestra siempre me dice que no revele su nombre a desconocidos-se disculpó Elizabeth aún más avergonzada y con los ojos viendo el suelo.
-Te acabo de ayudar y aconsejar, supongo que ya no soy un desconocido, supongo que estoy en la categoría de "Salvador".
Que excusa más estúpida, ni siquiera ella me creería. Pero ese pensamiento salió volando en cuanto vio el rostro iluminado de Elizabeth, como si acabara de aprender algo nuevo.
-Es verdad, acaba de ayudarme sin saber si tengo algo de valor y ha demostrado preocupación por mi. Realmente es mi salvador-dijo Elizabeth mientras volteaba a verlo con una sonrisa llena de gratitud y alegría, una sonrisa nadie la había mostrado en mucho tiempo, una sonrisa que nadie más que SU Elizabeth le mostraba.
-Cambiando de tema, ¿vas a presentarte así como estas ante tu maestra? Porque no creo que quiera seguir entrenándote al verte en el estado en el que te encuentras-dijo Meliodas mientras observaba otra vez a la mojada Elizabeth, quien se sonrojó al darse cuenta de que olvidó que estaba mojada.
-¡E-Es verdad! Gracias por recordármelo, por favor sólo deme un minuto y nos vamos-pidió Elizabeth mientras alzaba su mano izquierda y con un chasquido su ropa y sus pertenencias se secaron instantáneamente.
-¿Entonces? ¿Cuál es el nombre de tu maestra?
-Oh, es verdad, no se lo he dicho. El nombre de mi maestra es Merlín-dijo Elizabeth con una gran sonrisa.
Merlín.
¿Por qué demonios Merlín se tomaría la molestia de entrenar a la tercera princesa de Liones? Y no es que sea algo inusual, ya que Merlín entrenaba magos de Liones, Camelot y Danafor y los convertía en maestros de la magia, mas no era algo usual que entrenara a una princesa que no parecía tener mucho control de su propia magia, menos a una princesa de Liones, pues Merlín vivía en Camelot y ayudaba al actual rey, Arthur Pendragon, a gobernar el reino.
-Oh no, esto es muy malo-dijo Elizabeth con preocupación mientras observaba el brazo derecho de Meliodas, quien dirigió su vista al mismo punto y ahí estaba: una cortada un tanto profunda que bajaba desde el hombro hasta casi llegar al codo-Debió lastimarse cuando me ayudó a pararme ¡Nuevamente me disculpo por las molestias causadas!-el tono que usó y la mirada de preocupación que inundaba el ojo de Elizabeth provocó un sentimiento de culpa y alegría en Meliodas, como si no quisiera que ella se encontrara triste, pero a la vez felicidad al saber que se preocupaba por el.
-No es nada por lo que haya que preocuparse. De cualquier modo, vamos en busca de tu maestra-dijo Meliodas mientras empezaba a caminar, pero se detuvo en cuanto Elizabeth se puso en medio de su camino.
-¡No! No importa que tan pequeña sea una herida ¡no puede ser ignorada!-dijo Elizabeth mientras ponía sus manos en frente de la herida de Meliodas-Antes que nada ¿le puedo pedir un favor?-le preguntó Elizabeth tímidamente a Meliodas.
-¿De qué se trata?-preguntó Meliodas curioso mientras veía como Elizabeth se iba poniendo más y más nerviosa.
-Mi maestra siempre me dice que no le muestre este poder a nadie sin su permiso ni que se lo mencione a nadie que ella haya aprobado, por eso le pido que por favor no le mencione a nadie lo que voy a hacer-dijo Elizabeth tímidamente al pensar en que le volvería a causar molestias a su salvador, quien, por primera vez en mucho tiempo, sonrió gentilmente y le acarició la cabeza a Elizabeth.
-De acuerdo, no le diré a nadie-prometió Meliodas, recibiendo una gran sonrisa de Elizabeth, quien volteó a ver la herida de Meliodas, y de sus manos salió una luz brillante. Muy pronto, en donde estaba la herida ya no quedó nada, ni siquiera una cicatriz, mas no sólo eso impresionó a Meliodas, sino también que mientras era curado por Elizabeth una leve ráfaga de aire movió un poco del fleco de Elizabeth, revelando el símbolo del Clan de las Diosas en su ojo derecho.
Realmente eres tú.
