13 "La Asgard más oculta"
Secunda – Jeremy Soule
Ubicación: Distrito de la Forja y la Magia, ciudad de Asgard.
Espacio: Sagrada Línea Temporal.
Tiempo: Hace centenares de años. Siglo XVI según el calendario terrestre.
En efecto, Asgard no solo era un reino de majestuosos dioses y palacios dorados. A sus pies se extendían mercados bulliciosos, barrios industriales y zonas donde los habitantes comunes vivían y trabajaban. Loki y Sigyn caminaron por una calle concurrida, sus atuendos midgardianos atrayendo muchas miradas curiosas… demasiadas. Por supuesto, ese no era el único motivo por el que la gente los observaba de forma tan inquietante e intrigada. Había que recordar que Loki tenía una cara bastante reconocible, incluso a pesar del paso de los años. En esta época, los dos eran bastante jóvenes, aunque la similitud con sus versiones más tiernas resultaba más que obvia, y las diferencias, solo perceptibles para los más avispados, aquellos que se fijaban en las arrugas de los demás. Para bien o para mal, los dioses ya tenían alguna cana y alguno de esos pliegues, reflejo del comienzo de su madurez. Con todo, ninguno aparentaba más de treinta y muchos años (o cuarenta y pocos, si se tenía en cuenta de que Loki era más mayor que ella).
Las casas de aquel distrito más humilde, hechas de madera vieja, estaban adornadas con estandartes rasgados y desgastados por el sol que ondeaban suavemente. El entorno allí estaba lleno del murmullo constante de conversaciones. Loki los guio hasta una pequeña tienda en un rincón tranquilo, lejos del constante cuchicheo, regateo y la mirada indiscreta de los más incrédulos. En aquel lugar apartado del bullicioso mercado de productos agrícolas, se encontraba un negocio al que pocos podían acudir sin recomendación previa. La fachada, discreta y sin pretensiones, llevaba un letrero colgante que rezaba: "La Aguja Encantada".
El dueño de la tienda, Alduin, era un hombre de mirada penetrante. Su reputación de no hacer preguntas y de tener siempre lo que uno necesitaba le había ganado la confianza de temerarios trotamundos y nobles por igual. Alduin, con sus manos hábiles y su conocimiento arcano, no solo confeccionaba ropas encantadas que ofrecían protección y habilidades especiales, sino que también tenía un inventario de armaduras y armas de dudoso origen y moral ocultas en la trastienda. Espadas que brillaban con una luz propia, dagas que parecían susurrar secretos y atuendos que podían resistir las estocadas y los hechizos más poderosos. Todo esto estaba disponible para aquellos que sabían cómo pedirlo.
El tendero era un hombre imponente, cuya presencia llenaba la habitación con una mezcla de respeto y temor. Su figura alta y musculosa recordaba a un guerrero curtido en mil batallas, con una fuerza que parecía casi sobrenatural. Su piel bronceada contrastaba con sus ojos claros, que brillaban con una intensidad que pocos podían sostener. Su cabello castaño, largo y ondulado, caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando un rostro castigado por las peleas del pasado. La barba espesa y bien cuidada de Alduin añadía un aire de misterio y sabiduría a su apariencia. Vestía con ropas sencillas pero elegantes, que denotaban su habilidad como sastre y encantador. A pesar de su aspecto rudo, había una calma en sus movimientos y una precisión en su trabajo que revelaban un corazón dedicado al oficio. Aquellos que lo conocían bien, como Loki, sabían que su verdadera habilidad residía en sus manos, capaces de crear las prendas más finas y los encantamientos más potentes. Era curioso ver a un hombre de su tamaño y fuerza manejando con tanta delicadeza las telas y los hilos. Sus dedos, aunque grandes y fuertes, se movían con una gracia que contrastaba con su exterior. Cada puntada era realizada con una maestría que solo podía venir de años de dedicación y práctica.
Aquella tarde de octubre, seca y soleada pero ya fresca e infértil, al mercader le sorprendió la visita de la pareja de aventureros. Sus prendas eran extrañas, hechas de materiales y estilos que no pertenecían a Asgard. Había oído rumores de ese mundo, pero nunca había prestado demasiada atención a las historias dada la lejana conexión de su reino con Midgard. Cuando la puerta se abrió con un suave tintineo, el sastre, que estaba ocupado en su trabajo, levantó la vista y saludó a aquella figura tan familiar. La de Loki, el príncipe de Asgard. Esta vez no estaba solo.
Tener al príncipe como cliente era tanto un honor como una ventaja estratégica. Su presencia no solo atraía a otros de alto perfil, sino que también le proporcionaba acceso a recursos y conocimientos que de otro modo serían inalcanzables. Loki valoraba la discreción y la calidad de su trabajo. A cambio de sus servicios, a menudo compartía secretos arcanos y materiales raros que el sastre utilizaba para mejorar sus creaciones. Y muchísimo oro, por supuesto. Esta relación de mutuo respeto permitía que el mercader ofreciera productos únicos y encantamientos que ningún otro podía igualar. Además, la protección implícita que venía con tener a Loki como cliente fiel era todo un privilegio. Pocos se atrevían a desafiar a Alduin sabiendo que contaba con el favor del príncipe. Esto le permitía operar con una tranquilidad que otros comerciantes solo podían soñar. En resumen, su relación profesional con Loki no solo elevaba el prestigio de "La Aguja Encantada", sino que también le proporcionaba los instrumentos necesarios para continuar ganándose el pan de aquella forma tan curiosa y siempre tan excitante.
―Alduin, viejo amigo ―saludó el dios con su sonrisa burlona―. Como puedes ver, estamos desesperados por tu ayuda. Necesitamos atuendos más… tradicionales ―explicó, directo al grano. Dicho esto, le lanzó una mirada significativa a Sigyn y después al comerciante―. Algo discreto, sigiloso, ergonómico, que no sacrifique la elegancia. No buscamos destacar, sino adaptarnos al entorno sin caer en lo mediocre o lo soez.
Como Sigyn, los clientes que entraban en su tienda por primera vez a menudo se sorprendían al verlo detrás del mostrador. La diosa había esperado encontrarse a un hombre más pequeño, más mayor, quizás más frágil, alguien que encajara mejor con la imagen tradicional de un sastre. Pero pronto descubriría que Alduin no solo era un maestro en su campo, sino también un aliado invaluable. El comerciante disfrutaba de la sorpresa en los rostros de sus clientes. Sabía que su apariencia era una ventaja, una forma de mantener a raya a aquellos que pretendían subestimarlo o intentar aprovecharse de él.
La mujer, cuya elegancia y carisma eran innegables, observaba la tienda con curiosidad. Sus ropas modernas contrastaban con la atmósfera rústica del lugar, y Alduin no pudo evitar notar la extraña combinación de sofisticación y misterio que emanaba. La "Aguja Encantada" tenía un ambiente acogedor, advirtió Sigyn. Las paredes estaban revestidas con estanterías llenas de telas de todos los colores y texturas, desde sedas suaves hasta lanas gruesas. Maniquíes vestidos con trajes exquisitos se alineaban a lo largo de la tienda, mostrando la habilidad y el talento del creador. El mostrador principal, hecho de madera oscura y pulida, estaba siempre impecable, con herramientas de sastrería cuidadosamente organizadas. Un gran espejo de cuerpo entero permitía a los clientes admirar sus nuevas prendas, y una pequeña área de descanso con sillas cómodas invitaba a los visitantes a relajarse mientras esperaban. La luz suave de las lámparas de aceite creaba un ambiente tranquilo y propicio para la conversación y la negociación. La trastienda, sin embargo, era un mundo aparte. Aunque eso lo descubrirían más tarde.
El tendero miró a sus dos visitantes con ojos astutos. De todas las personas que Loki conocía, Alduin era una de las pocas que más le costaba leer. Difícilmente sabía qué pasaba por su mente, pues siempre lo rodeaba una infranqueable aura de secretismo.
―Entiendo perfectamente ―respondió con una inquietante calma―. Como siempre, aquí encontrarán ustedes exactamente lo que buscan, mi príncipe. Tengo atuendos de naturaleza impresionante.
Alduin se movió con la precisión de un artesano experimentado, seleccionando cuidadosamente las prendas que podrían satisfacer las necesidades de sus ilustres clientes. Empezó por Loki, seleccionando una armadura negra confeccionada para la furtividad, perfecta para moverse sin ser detectado. Ideal para un explorador, ladrón o asesino. Por supuesto, Alduin se reservó esta información, pues no quiso insinuar que Loki fuera ni lo segundo, ni lo tercero. Aunque sabía perfectamente de qué era capaz, claro. El sastre conocía sus peculiares ambiciones y sabía que sería de su agrado. El cuero le proporcionaría una buena protección contra cortes y golpes ligeros, incluidos proyectiles de tamaño reducido como balas. Incluía una capucha amplia que cubría completamente la cabeza, propiciando el anonimato y la protección contra los elementos y fenómenos climatológicos. Asimismo, el torso quedaba semicubierto por una túnica larga con mangas ajustadas. La túnica en cuestión estaba reforzada con correas horizontales y verticales que no solo ajustaban la prenda al cuerpo, sino que también servía para colgar objetos y armas. Los brazales cubrían desde el codo hasta la muñeca y estaban equipados con correas adicionales para un ajuste seguro. Las botas altas ultra silenciosas serían el culmen para satisfacer al prestigioso cliente. Además, su figura esbelta y su porte regio se verían acentuados por la elegancia de la prenda.
―Perfecto ―dijo Loki, sonriendo a su reflejo―. Ahora sí parezco un habitante respetable y temible de Asgard.
―Respetable es debatible ―murmuró Sigyn, pero la sonrisa en sus labios traicionaba su diversión.
Alduin observó la interacción con una leve sonrisa. Sin embargo, su atención volvió a centrarse rápidamente en las necesidades de su segunda clienta.
―Y para la señora…
Al cabo de unos minutos, se situó frente a ella para ofrecerle un atuendo de seda de un azul profundo y brillante. Ya podía imaginarse a la señora avanzando con paso firme por las calles de la urbe, su capa ondeando suavemente con cada movimiento. La tela brillante reflejaría bajo la luz de las antorchas, revelando los bordados dorados que adornaban los bordes. Las varillas del corpiño, ocultas tras el ribete vertical, ofrecían una estructura que realzaría su porte de noble. Las mangas, ajustadas y elegantes, completaban el conjunto con una sutil sofisticación. Este atuendo no solo hablaba de riqueza y poder, sino también de un profundo conocimiento y sabiduría, características de alguien que podría ser tanto un noble como un mago o un erudito en el vasto mundo de Asgard. Cada paso que diese contaría una historia de grandeza y dejaría una impresión imborrable en quienquiera que la observara.
Sigyn, con una expresión de desdén que hacía juego con la tensión de su mandíbula, observó el vestido que Alduin le presentó. Sus ojos verdes (que, por cierto, no pegaban con el azul del vestido) eran templados normalmente. Pero, ahora, brillaban fruto de la frustración. Aunque era precioso, probablemente de los más hermosos que había visto o tenido jamás a su disposición, no tenía ocasión ni interés real en ponérselo. Era como si cada pliegue y cada bordado representara una ofensa a sus intenciones.
―Será una broma, ¿verdad? ―cuestionó Sigyn con mayor antipatía de la intencionada―. Lo siento, pero ¿qué parte de ergonómico no se ha entendido?
Alduin mantuvo la compostura. Estaba acostumbrado a las demandas exigentes de sus clientes y no se ofendía fácilmente. Sabía que en su trabajo la paciencia y la capacidad de leer a las personas eran tan importantes como confeccionar el género.
―Señora, si busca mezclarse con la multitud, esta es la moda entre las mujeres de su edad. Todas las féminas de clase media-a-alta matarían por un vestido como este. Ninguna mujer respetable, ni tan siquiera la más pobre, se atrevería a ponerse otra cosa. Además, está encantado para que la magia de restauración y destrucción consuma un cuarto menos de su energía vital. Si es que a usted le va la magia, claro ―explicó, con el tono de quien cree estar ofreciendo lo mejor de lo mejor.
Sigyn alzó una ceja ante las objeciones del afamado sastre. Sus labios se curvaron en una mueca ultrajada, como si las palabras de Alduin hubieran rozado una de sus fibras sensibles. Loki, que había estado observando en silencio, se percató del sutil cambio en su expresión, de cómo su mirada se había vuelto afilada.
―Yo soy una mujer muy respetable. Llámame vieja de nuevo y haré de tu pellejo una preciosa cazadora ―amenazó con una voz gélida y cortante, sus ojos destellando con una irritación contenida creciente.
Loki soltó una risa suave por la mordacidad de su respuesta. Para él, las confrontaciones verbales eran un arte, y Sigyn estaba demostrando ser apta para ello. El dios adoptó una postura relajada, listo para seguir disfrutando del espectáculo que se desarrollaba ante él.
―Solo una guerrera vestiría armadura en Asgard ―continuó Alduin, intentando mantener la calma ante la tempestad que se avecinaba. El comerciante se pasó una mano por la barba, pensativo, mientras evaluaba a la mujer frente a él. En su mente, trataba de reconciliar la imagen de la mujer en ropa terrestre con la de una valquiria, por ejemplo.
―¿Y qué te hace pensar que no me han educado en la senda del guerrero? ―replicó Sigyn, plantándose frente a él con los brazos en jarras. Sabía que, muy probablemente, se veía ridícula a ojos de Alduin con esos culotes, sudadera gris, y deportivas de color blanco. Sin embargo, la determinación en su mirada desmentía cualquier apariencia de debilidad―. ¿Acaso no me ves digna de una armadura?
El sastre, antes lleno de paciencia y profesionalismo, mostró una admiración sincera. Asintió lentamente, reconociendo las virtudes más destacadas de su clienta. De pronto, se preguntaba cuántas mujeres como ella había subestimado en el pasado.
―Se ve hermosa y eminente, señora. Lamento haberla ofendido, pero no veo en usted signo de rudeza por ningún lado, lo cual no quiere decir que usted no sea ruda cuando deba serlo ―admitió el hombre. Cohibida por semejante réplica, Sigyn dulcificó su lenguaje corporal. Sus labios se curvaron en una sonrisa leve y se permitió relajar los hombros, aunque se reiteró en lo dicho. Como siempre, reflexionaba sobre lo difícil que era ser tomada en serio en un mundo dominado por hombres.
―El vestido es precioso, pero no es lo que deseo, ni lo que necesito para la ocasión ―dicho esto, se inclinó discretamente hacia Loki para musitarle lo siguiente, asegurándose de que solo él pudiera escuchar sus palabras―: ¿Por qué no puedo invocar el traje ceremonial de Khonshu y ya está?
―Es de un color demasiado claro, y de diseño extranjero ―le recordó Loki en un tono suave. La elección inteligente de vestimenta era una cuestión de estrategia tanto como de estilo.
―Necesito algo que me permita correr y moverme con facilidad ―insistió Sigyn, no dispuesta a ceder a la presión de un desconocido―. No voy a ninguna fiesta. A él le has dado una armadura ligera, versátil, sigilosa y bella. ¿No puedes ofrecerme a mí lo mismo?
Alduin asintió, reconociendo finalmente lo que Sigyn necesitaba. Había tardado en darse cuenta, pero ahora entendía que no estaba tratando con una clienta común. Se giró hacia un expositor cercano y dejó ahí colgado el desafortunado vestido, como reconociendo la derrota.
―Disculpe, señora. Claro que sí, aunque les resultará más costosa ―dijo con respeto, sabiendo que ahora se enfrentaba a un desafío igual de complejo que el anterior.
―¿Más costosa que la suya? ¿Por qué? ¿Acaso él tiene "precio amigo" por su condición de príncipe? ¿Por qué yo no? ―rebatió de forma desafiante.
―No se trata del rango del príncipe, sino de su condición de mujer. Confecciono pocas armaduras para su género, señora. Es la oferta y la demanda. Además, su talla y altura son sorprendentemente reducidas ―explicó el comerciante, sonriendo de forma apologética. Lamentaba las limitaciones impuestas por las tradiciones sociales, aunque él mismo hubiera sido cómplice de perpetuarlas poco antes.
―Pues yo quiero una. Me gustan las armaduras pesadas, pero mis circunstancias de últimamente requieren que sea de cuero, ágil y funcional, y que proteja sin sacrificar la movilidad.
Alduin la miró fijamente por un momento, evaluando sus palabras.
―Tengo una de piel de hidra reforzada con placas de mithril, un metal ligero y extremadamente resistente. Digna de la acompañante del príncipe, que no es un príncipe cualquiera.
―Un príncipe que correrá con todos los gastos, por supuesto. Tan solo remite la factura de siempre a palacio con el concepto correspondiente ―explicó Loki, de forma despreocupada pero autoritaria. Alduin asintió automáticamente e hizo un gesto para que lo siguieran.
Entonces, la pareja se llenó de una expectativa silenciosa mientras se dirigían a la siguiente fase de su adquisición. Al cruzar a la trastienda, el ambiente cambió drásticamente. La calidez del exterior fue reemplazada por un frío y una penumbra envolvente. Un leve aroma a incienso flotaba por doquier. Las paredes, de piedra oscura y antigua, estaban cubiertas de estanterías repletas de objetos extraños. Como anticipado, este era un mundo aparte, accesible solo para aquellos en quienes Alduin confiaba. Aquí, las telas no solo eran bellas, sino que también estaban imbuidas con propiedades que iban desde la invisibilidad hasta la resistencia a los hechizos más letales.
Una gran mesa de trabajo presidía el centro de la sala. Estaba cubierta de herramientas arcanas y pergaminos antiguos, algunos de ellos casi desmoronándose por la edad, pero aún repletos de conocimiento oculto. También había una estación de peletería para curtir pieles y prepararlas para su confección. Frascos de pociones brillaban con un fulgor interno, y cristales de diversas formas y colores se alineaban perfectamente en las estanterías. La atmósfera era más tenebrosa; era como si las paredes guardaran en su interior algún espíritu antiguo que los observaba como si fueran intrusos en su dominio.
―Aquí está, la que llamo "La sombra cárdena", ―las palabras de Alduin resonaron en el aire como un hechizo, que se había detenido orgullosamente frente a una armadura tan impresionante como la de Loki, solo que mucho más femenina―. Destaca por su durabilidad. El color púrpura oscuro se obtiene mediante un proceso de teñido con tintes naturales extraídos de Campanillas de la Muerte, una flor de tamaño grande y bastante escasa que crece en los humedales de Vanaheim. Sus pétalos son de un color violeta azulado bastante oscuro. Dados sus efectos dañinos para el organismo, la flor se utiliza como ingrediente para potenciales venenos. Pero no se preocupe, durante la técnica de teñido, se utiliza un método especial para neutralizar las toxinas de la flor, por lo que no hay gota de ponzoña en el cuero del atuendo.
Aquel dato fascinó a Sigyn, que conocía de las leyendas nativas que afirmaban que donde crecían las Campanillas habían tenido lugar muertes desafortunadas y macabras. Algunas otras fábulas locales sostenían que, primero, la flor crecía, y después, atraía a las personas o a los animales hacia su desgraciado deceso. Algo así como una sirena en el Mar Egeo.
―El peto se ajustará perfectamente a la sutil y hermosa prominencia de su busto, permitiéndole a la señora libertad absoluta en el movimiento ―prosiguió Alduin―. Las hombreras están diseñadas para proteger sin limitar el movimiento de los brazos. Los brazales cubren desde el codo hasta la muñeca, con correas tersas para un ajuste perfecto. Los guantes están reforzados en los nudillos y las palmas, proporcionando un agarre firme en cualquier arma.
Sigyn observó la armadura con admiración, sus ojos recorriendo cada detalle con una mirada crítica y apreciativa. Aunque no hizo referencia a eso que Alduin había dicho sobre sus pechos, un leve rubor cruzó su rostro. Entonces, pasó a reflexionar sobre la armonía entre lo estético y lo funcional del atuendo. Recordó las armaduras pesadas que solía llevar hace años, aquellas que, aunque ofrecían una gran protección, la limitaban en movimiento, haciéndola sentir como si estuviera atrapada en una prisión de metal. Esta nueva armadura, en cambio, era una obra de arte, una pieza diseñada para moverse con ella, para ser una extensión de su cuerpo y no una barrera. Aunque inferior al traje ceremonial de Khonshu, "La sombra cárdena" tenía su propio encanto, y resultaba más elegante, aunque igual de letal. Le haría sentirse ligera, rápida, como una sombra deslizándose en la oscuridad.
―¿Necesitarán los señores armas también? ―preguntó Alduin, con los ojos todavía brillantes tras haber descrito con genuino entusiasmo cada detalle de su última creación. Había un fervor en su voz que delataba su pasión por el arte de la guerra, incluso si su papel era el de proveedor y no el de guerrero.
―No estaría mal, me tomaré la libertad de escogerlas yo misma ―respondió Sigyn, oteando las hachas, mazas, mandobles y blasones cuidadosamente guardados en las vitrinas de la trastienda.
Mientras Alduin seguía explicando las características de las dos armaduras, Loki palpó el tejido de la que estaba destinada a su prometida. Su tacto le reveló un material resistente al agua, con una capucha amplia que ofrecía tanto anonimato como protección contra las inclemencias del entorno. Según Alduin, las dos armaduras tenían cualidades del estilo, aunque, en lo material, la de Loki estaba hecha de cuero de nagas. Las particularidades de las armaduras eran esenciales, pues ninguna batalla se ganaba solo con fuerza, sino también con resistencia y la capacidad de mantenerse en pie cuando otros caían. Con suerte no tendrían que enfrentarse a nadie durante su visita a Asgard, pensó el dios, aunque más valía prevenir que lamentar en aquel reino plagado de sorpresas.
―Sin duda, les irá como un guante ―concluyó Alduin, con una seguridad que rayaba en la arrogancia.
―Gracias, Alduin ―Loki agachó el menton en una leve reverencia. Una sonrisa sutil se dibujaba en su rostro, revelando la satisfacción que sentía al saber que Sigyn había encontrado exactamente lo que necesitaba. Aquel era un pequeño triunfo, un paso más en su eterna conquista por la mujer, que se desarrollaba cada día con mayor precisión. Alduin, sastre, peletero y encantador a tiempo completo, armero y arcano en jornada extraoficial, inclinó la cabeza en señal del respeto. No podía evitar sentir una chispa de orgullo al haber sido elegido por clientes tan ilustres.
―¿Desea el príncipe que guarde sus ropas en mi local? ¿Que las haga desaparecer? ¿Prefiere, acaso, un macuto para cargar con ellas? ―preguntó, su voz impregnada de un servilismo absoluto. En su negocio, cada cliente traía consigo una historia. Se preguntaba cuál sería la de Loki y Sigyn.
―Guárdalas durante un tiempo indefinido y, como ya te he dicho, cóbratelo a palacio. Nos pasaremos a recogerlas más adelante ―respondió Loki con aburrimiento, como si este asunto fuera una mera formalidad. Mientras tanto, Sigyn, que hasta entonces había permanecido en silencio, se encontraba ya acariciando las vitrinas que contenían todas esas armas tan maravillosas.
―Añade esta hoja oculta a la armadura del príncipe ―solicitó ella, su voz suave pero decidida, mientras señalaba la hoja a Alduin. Había un brillo calculador en sus ojos, una chispa que Loki conocía bien y que siempre le resultaba fascinante. El mercader tomó la hoja con cuidado, como si fuera un objeto sagrado. Sabía que, en manos del dios, aquella arma no sería solo un simple complemento, sino una extensión de sus cuerpos, un instrumento de muerte que podría cambiar el curso de los acontecimientos.
―Por supuesto, señora ―asintió, entregando la hoja a Loki con la misma reverencia con la que un sacerdote manejaría una copa bendecida. Sabía que, para el príncipe de Asgard, cada detalle, por pequeño que este fuera, tenía un significado. En el caso de Loki, siendo un hombre que caminaba siempre entre la sombra y la luz, la hoja oculta sería el accesorio perfecto.
Alduin observó a Loki. La combinación de la capucha y el cuero oscuro le daba una apariencia intimidante, ideal para alguien como él que disfrutaba infundiendo miedo en sus enemigos… Loki era exactamente ese tipo de personaje. La hoja oculta solo aumentaba esta ilusión.
―Interesante daga… ―observó el príncipe, sus palabras apenas un murmullo causado por el extraño magnetismo del arma. Había algo en su simplicidad que lo atraía, en su diseño eficiente, como si reconociera en ella un reflejo de su propia naturaleza. Inmediatamente, un pensamiento fugaz cruzó su mente: había visto antes aquel brazal en algún lugar, en algún tiempo. Pero ¿dónde? Fuera como fuese, Sigyn la había escogido para él muy acertadamente. Sabía que no había sido una coincidencia. La asgardiana tenía un ojo experto para estas cosas, y su elección rara vez era errada.
―Es un arma emblemática, diseñada para realizar asesinatos discretos y precisos. Se oculta bajo el antebrazo y se extiende mediante un mecanismo ingenioso, permitiendo ataques rápidos y letales. Una pasada, ¿verdad? ―sonrió Sigyn. Loki admiraba su capacidad para moverse entre la gracia y la brutalidad, una dualidad que había observado en ella y que encontraba irresistiblemente atractiva.
―Veo que la señora está familiarizada con el arte de la guerra, en efecto ―asintió Alduin, habiendo percibido el interés de Loki y aprovechando la oportunidad para seguir mostrando su conocimiento y venderle objetos costosos―. A ambos les interesará saber que está forjada en acero de alta calidad resistente a la corrosión. El mecanismo que permite la extensión y retracción del cuchillo está compuesto por engranajes enanos de la más fina precisión. Se oculta dentro de una carcasa de metal. Mediante un movimiento específico de la muñeca, se extenderá rápidamente, lista para causar la muerte al enemigo. Está diseñada para ser discreta y eficiente. Un pequeño gatillo o palanca, oculto bajo la manga, permite al usuario extender el filo. Puede ser utilizada para cortar cuerdas, abrir cerraduras y realizar otras tareas que requieran un objeto punzante. También se puede mejorar con diferentes accesorios, como venenos, ganchos o dardos que causen somnolencia.
Loki, que siempre apreciaba las herramientas versátiles, reflexionó sobra las posibilidades que el arma podría ofrecerle en futuras operaciones. Sentía una conexión con ella, una sensación de que estaba predestinada para él, como la mujer que tenía justo en frente, cuya sonrisa ahora reflejaba una satisfacción similar.
―Ahora que mencionas las cerraduras, el príncipe también necesitará unas cuantas ganzúas, por si acaso. Fastidiar el filo en algo así resultaría insensato ―añadió Sigyn. Entretanto, el dios se enfundó la hoja oculta con un gesto fluido y natural. Sus ojos se encontraron brevemente con los de su prometida, con la que compartió un entendimiento silencioso. La correcta preparación podría suponer la diferencia entre la vida y la muerte.
―Marchando, majestad ―respondió Alduin, inclinándose ligeramente mientras se dirigía a buscar las ganzúas.
―Es muy propio de ti, además de poder resultarnos extremamente útil ―reconoció Sigyn con una chispa de complicidad, aunque en lo personal jamás se hubiera visto en la tesitura de tener que allanar ninguna propiedad o abrir ningún cofre que no le perteneciera. Su vida había estado marcada por la diplomacia, la fortaleza, la técnica y la estrategia, pero se adaptó perfectamente a la costumbre de Loki de ir siempre un paso por delante, de prever todo tipo de situaciones.
―Eso sería todo, ¿verdad? ―preguntó Loki, ajustando su cinturón con esa calma calculadora que tanto lo caracterizaba―. Venga, vayamos a visitar a unos viejos "amigos".
Alduin observó cómo la pareja se preparaba para salir, satisfecho de haber cumplido con sus exigencias. Momentos así le recordaban por qué había elegido ganarse la sal de ese modo. Aunque su apariencia y su oficio parecieran contradictorios, su habilidad para satisfacer las necesidades de los demás era lo que realmente importaba. Mientras Loki y Sigyn se alejaban, el sastre sintió una leve melancolía. No sería la última vez que vería al príncipe de Asgard, pero algo le susurraba que nunca volvería a encontrarse con la enigmática compañera de Loki. Si era el caso, tampoco preguntaría qué había sido de ella. Él nunca incordiaba a sus visitantes con preguntas entrometidas. Cerró la puerta tras ellos y volvió a su trabajo, sabiendo que no habría descanso para alguien como él.
El próximo lugar al que Loki y Sigyn se dirigieron fue a la forja de los famosos enanos ingenieros, los hermanos Brokk y Sindri, conocidos por sus impecables habilidades herreras y creaciones mágicas de esta índole, desde armas imbuidas con runas místicas hasta dispositivos de energía alimentados por tecnología ancestral. Todo lo que salía de sus hornos llevaba un sello de lo extraordinario, de denominación de origen. En otro universo, de hecho, habrían fabricado el anillo que Loki soñaba con regalar a Sigyn en esta realidad.
Mientras avanzaban por el camino empedrado que conducía a la forja, el dios no pudo evitar mostrar una mueca que se debatía entre la ansiedad y lo divertido de la perversión. Aquella visita era una apuesta arriesgada, y, por las nornas, casi podía sentir el desastre acechando a la vuelta de la esquina. Su relación con Brokk y Sindri era, por decirlo suavemente, una catástrofe en cámara lenta. "Qué tediosa resulta la perfección", pensó con su acostumbrado desdén mientras sus dedos tamborileaban nerviosamente contra su pierna. Inevitablemente, recordó su primer encuentro con los enanos, un evento que había comenzado con una travesura y culminado en un desastre monumental. Fue después de haberle gastado una broma pesada a Sif, la mejor amiga de Thor.
Le había cortado su hermoso cabello dorado en un arranque de envidia y aburrimiento. Por supuesto, como cualquier ser de naturaleza caprichosa, Loki había subestimado las consecuencias. Cuando su furioso hermano amenazó con aplastarle el cráneo, Loki había prometido reparar el daño... aunque en realidad no tenía ni la más remota idea de cómo hacerlo. Tras darle mil vueltas y agotarse de pensar, se había presentado ante los hijos de Ivaldi. Ellos, entre otros obsequios, habían creado una nueva cabellera para Sif, tan perfecta que parecía que el sol se colaba en cada hebra dorada. Loki había salido airoso, o eso había pensado hasta que decidió tentar su suerte una vez más y se topó con Brokk y Sindri. Ahí fue donde su arrogancia le llevó a la humillante sensación de la derrota. Desafió a los hermanos, apostando su cabeza a que no podrían superar las creaciones de los hijos de Ivaldi. ¿Y cuál fue su brillante estrategia? Transformarse en insecto para sabotearlos mientras trabajaban en sus fraguas. Aunque sus esfuerzos por perturbarlos fueron implacables, los muy lerdos lograron forjar tesoros inigualables. El precio de su audacia casi le costó la cabeza, literalmente. Pero con su inigualable habilidad para la palabrería, había logrado escapar de la ejecución gracias al siguiente tecnicismo: sí, había apostado su cabeza, pero nunca había mencionado nada de su pescuezo. Los enanos, iracundos, le cosieron los labios, un ultraje que Loki no olvidaría ni perdonaría jamás.
La forja era un enorme edificio de piedra, con el humo saliendo de múltiples chimeneas y el sonido de metal golpeando constantemente. Loki había puesto a Sigyn al corriente de la desafortunada historia, obviando los detalles más macabros y también una sarta de apelativos demasiado explícitos cosecha original de su diccionario mental. "Par de onagros retrasados y resentidos," reflexionó mientras el pesado humo comenzaba a envolverlos. "Pero útiles cuando se les necesita, si se les sabe manejar." Se detuvo para inhalar profundamente el aire tóxico y malsano del ambiente, pero necesitaba autorregularse de alguna manera. Aquel era un lugar de creación y destrucción donde las leyes de la física y la magia se entrelazaban perfectamente. Sigyn, que había escuchado atentamente a Loki, lo observaba con evidente lástima. Había aprendido a leer cada micro expresión en el rostro de su prometido, y aunque su sonrisa era despreocupada, podía percibir una chispa de rencor.
―Entonces, no nos ayudarán ―concluyó Sigyn, sus palabras cargadas de pesimismo mientras se acercaban a la puerta principal.
―¿Ayudar? ¿Desinteresadamente? Claro que no. Si jugamos bien nuestras cartas, como mucho podrían vendernos algo útil. Recuerda que estarán prevenidos cuando me vean.
Dentro, el calor era tan sofocante que desvanecerse parecía la consecuencia más lógica y probable. Había chispas por doquier, danzando sin rumbo fijo. Enanos musculados, con los brazos y rostros cubiertos de hollín, trabajaban incansablemente y golpeaban sus martillos de forma primitiva y brutal. Uno de ellos, más grande y rudo que los demás, levantó la vista y entrecerró los ojos al encontrarse con la inesperada visita de Loki. Era el mayor de los dos, Brokk, un saco de músculos concebido en el ardor de la herrería. Su estatura obviamente reducida resultaba imponente a los suyos, aunque, para Loki, no era más que un chiste. Su barba negra como la obsidiana caía en gruesas trenzas hasta su pecho, donde brillaban fragmentos incrustados. Para un enano como él, cuya vida entera se basaba en la integridad y el valor de su palabra, la afrenta de Loki seguía siendo una herida abierta.
Mientras evaluaba al príncipe embustero, otro enano salió de la trastienda. Era más pequeño y delgado, pero no menos intimidante. Sindri, el maestro herrero, tenía una figura más refinada y esbelta, aunque su porte denotaba el mismo rencor. Sus ojos eran pardos y su cabello, de un color cobrizo, estaba cuidadosamente trenzado, más acicalado. Las cicatrices en sus manos eran las marcas de un artesano que había dado forma a las más grandes maravillas de los nueve reinos, y que, sin embargo, había sido humillado por un príncipe mezquino. Sus ojos también se estrecharon cuando vio a Loki, pero fue Sigyn quien captó su atención. Por ella, Sindri dulcificó aquella mirada tan hostil. Una mujer así no tenía lugar al lado de un charlatán como el infame hijo de Odín. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, Sindri sintió una punzada de lástima al verla. No era común que un enano sintiera algo más que desprecio por los dioses en general, pero Sigyn se le antojó diferente.
―La dama tiene una mirada noble, casi como la de una esmeralda bien pulida, pero ¿qué hace junto a ese desgraciado? ―pensó en voz alta, provocando la estupefacción de Loki. Este alzó las cejas, esbozando una sonrisa maquiavélica que oscilaba entre el sadismo y la censura. Los dedos de Sindri, todavía manchados de carbón, se movían inconscientemente como si delinearan una joya imaginaria, una que nunca se atrevería a poner en manos de alguien que no supiera apreciar su valor.
Brokk, sin apartar la vista de Loki, soltó un bufido.
―Me temo que la dama ha escogido mal a su compañía. Aunque ¿quién sabe? Tal vez ella sea como él y tenga alguna intención oculta que aún no hemos visto. Si acompaña a Loki, no debe ser tan íntegra como parece.
Los enanos intercambiaban opiniones delante de Loki y Sigyn casi como si estos no estuvieran o… les diera igual. Pero lo cierto es que estaban justo en frente, y Sigyn no pudo evitar reaccionar de la misma manera que Loki, es decir, arqueando las cejas y llevando los brazos a la cadera. Sindri, notando la reacción de Sigyn, quiso dejar claro que no compartía la pétrea opinión de su hermano.
―Quizás sea eso o quizás sea poco más que la sombra de Loki. ¿Qué la mantendrá al lado de un farsante ceporro como él? Desde luego, al menos ella debería salir de aquí con algo de valor. No sería justo que pague por los errores de ese mastuerzo. Pero, que quede claro, Brokk, si nos engañan otra vez, no nos conformaremos con coserle los labios a ese gañán. Esta vez, usaremos su lengua de trofeo.
Mientras los enanos meditaban sobre su amarga relación con Loki y las posibles consecuencias de su nueva visita, el calor de la forja continuaba alimentando los metales en los hornos. Fue en ese momento cuando Sindri decidió que era hora de que el príncipe sintiera su desprecio de una forma mucho más directa.
―Loki, el tramposo ―su gruñido resonó como un trueno―. Sabes que aquí eres persona non grata. ¿A qué has venido?
La reacción de Loki fue inmediata y afilada.
―Sindri, querido amigo, cómo me alegro de que este antro siga abierto. Esperaba ver el taller con un cartel de "se vende" en la puerta. Cuando llegue el día de vuestra ruina, me sentaré aquí a beber una buena copa de vino y observaré la forja caerse a pedazos.
―¿Es una amenaza? ¿Es que quieres jugarte la cabeza de nuevo? Nos da igual que seas hijo de Odín, ya lo sabes ―gruñó Sindri, señalándolo con su dedo inquisidor. Pero Loki no permitió que lo vieran flaquear.
―Venga, dejemos las antiguas historias de lado. Estoy aquí por negocios, no por placer, lo que significa que podríamos hacer algo rentable para todos y garantizar que este sitio siga trabajando a destajo. ¿Qué pasa? ¿Os habéis vuelto tan desconfiados que ni siquiera un viejo conocido puede tentar vuestra codicia?
Sindri, con el dedo todavía alzado, convirtió sus ojos en dos rendijas y con ellas escrutó a Loki con la intensidad de alguien que ha sido quemado antes y no tenía intención de repetir la experiencia.
―¿Qué necesitas esta vez, mentiroso? ―inquirió, sus palabras como gotas de veneno.
Loki, adoptando su mejor pose desinteresada, sacó la tempad y se la mostró a los hermanos herreros. Entonces, Sindri se dejó vencer por la curiosidad y tomó el dispositivo con la delicadeza de un artesano examinando una obra incompleta. Su interés creció a medida que recorría las extrañas inscripciones y símbolos del teclado, aunque pronto, su tono volvió a resultar cortante.
―Nunca había visto algo así. Es de una naturaleza ingeniera fascinante. Es… ―murmuró, más para sí mismo que para Loki, mientras Brokk le arrebataba el artilugio de las manos para manipularlo con mucha menos consideración. Tras un curioso intercambio de miradas, Sindri retomó esa gelidez inicial―. ¿Qué es?
―No tengo ni el tiempo, ni los lápices de colores para explicártelo ―respondió Loki ariscamente, aprovechando toda ocasión para cuestionar la inteligencia de los enanos de la forma más avispada que se le ocurría.
Ellos volvieron a gruñir, deseando que las miradas fueran capaces de degollar a los más sinvergüenzas.
―Eres un idiota, Loki. La única posibilidad que tienes de que eso cambie es evolucionar a un idiota absoluto ―intervino Brokk, farfullando aquello debajo de su gruesa barba. Nuevamente, el dios ni se inmutó, ni se sintió ofendido por ese adorable intento de amedrentarlo.
―Lo importante es participar, Brokk. Seguiría el duelo de insultos, pero tendría que detenerme para explicároslos, así que mejor dejémoslo así, en tablas, para ahorraros la vergüenza de haber perdido el escarnio. Decidme, ¿tenéis algo que nos pueda servir para arreglar este artilugio? Es la fuente de energía lo que le falla.
―Podríamos tener algo en nuestras reservas que sirviese ―reconoció al cabo de un rato―. ¿Qué ofreces a cambio, patrañero?
Loki se volvió hacia Sigyn, su rostro adoptando una expresión más suplicante que decía: "Échame una mano, cariño. Contigo será más sencillo". Ella suspiró con resignación, aceptando su eterno papel de mediadora. Entonces, sacó una pequeña piedra brillante de su faltriquera. Durante su visita a "La Aguja Encantada", se habían abastecido de todo tipo de objetos útiles, aquellos que llevaría cualquier aventurero encima por su utilidad en la práctica y en el mercado. Había hecho bien adquiriendo ese. Ahora demostraría serles, efectivamente, provechoso.
―¿Qué tal una gema de protección encantada? ―ofreció, sorprendiendo a los enanos por lo calmado y suave de su voz―. Se puede incrustar a un anillo o colgante. Cuando está activa, previene accidentes en la forja y asegura que el metal nunca se agriete. Un seguro de vida para alguien que trabaja en medio de las llamas. Además, cuenta con una encantación secundaria que aumenta los conocimientos adquiridos en el oficio.
Sindri tomó la gema con manos hábiles, sus dedos toscos y ennegrecidos parecían transformarse en los de un joyero refinado cuando se trataba de evaluar algo de tanto valor. Los ojos de Brokk, normalmente apagados y sombríos, brillaron con una codicia que no pudo disimular, el verde de la gema reflejando en sus pupilas una luz que delataba su interés. Tras un momento de silenciosa deliberación, asintieron con aprobación, a pesar de que seguían sospechando ligeramente.
―¿Quién la ofrece? ―preguntó Brokk, queriendo saber la identidad de Sigyn para ver si era digna de su confianza. Hablaba con la cautela de siempre, de alguien acostumbrado a ser traicionado. La diosa, consciente de que su trato dependía de cuán de bien jugara sus cartas, mantuvo la compostura. Con un suave y calculado giro de su cabeza, ladeó una sonrisa que podría desarmar a cualquier escéptico.
―¿Acaso importa quién soy? ―respondió ella cuidadosamente para mantener su identidad en las sombras. Pero, al ver que el silencio se alargaba y que la paciencia de los hermanos empezaba a menguar, comprendió que debía ofrecer algo más. No quería revelarles quién era realmente. Aunque nunca hubiera cruzado caminos con Brokk y Sindri, sospechaba que conocieran a su padre. Incluso si no lo hacían, pronunciar su apellido podría despertar sospechas indeseadas. Así que optó por la mentira, una cualidad que estaba haciendo suya poco a poco, cada vez más desde que se había reunido con Loki.
―Esta gema la ofrece una amable desconocida. Me he encontrado al príncipe en el negocio de un reputado tendero, y lamentablemente, el daño a su artilugio ha sido, en parte, culpa mía. Por eso lo he acompañado hasta aquí. Le debo la reparación. Nada más, nada menos.
Los enanos intercambiaron miradas de pura incertidumbre mientras Loki se mordía el labio, divertido por la situación y orgulloso por la falsa modestia y la capacidad de persuasión de su prometida. Resulta que la naturalidad y la dulzura engañosa de Sigyn pasó por convincente.
―Parece justo ―concedió finalmente Sindri. Dicho esto, él y su hermano desaparecieron en la trastienda, dejando a Loki y Sigyn solos en la sala principal. Loki, impaciente como siempre, tamborileaba los dedos sobre su muslo con un ritmo irregular, sus comisuras curvadas en una sonrisa que reflejaba pura satisfacción.
―Vaya, vaya... ¿y no eras tú la paladina de la honestidad? ―se burló en voz baja―. ¿Desde cuándo la verdad es un lujo que te puedes permitir desechar a tu antojo? Pensaba que tú no mentías, querida…
―¿Qué otra opción me ha quedado? ―respondió ella, encogiéndose de hombros con elegancia y empleando una ironía que no pasó desapercibida―. La verdad, a veces, está mejor guardada en la vitrina.
―Tienes razón, mi amor. No podemos permitirnos el privilegio de ser siempre honestos. Al menos, ahora no ―se limitó a contestar, sin querer volver a perderse en ese sentimiento de culpa que tanto lo acechaba al saber lo que le ocultaba… o lo que ella le había ocultado a él recientemente. Aunque Loki fuese el maestro del engaño, su prometida había demostrado tener una habilidad natural para adaptarse, para decir lo necesario en el momento preciso, aunque fuera deshonesto. Finalmente, Sindri y Brokk regresaron, cargando con un pequeño cristal oscuro que emitía un suave resplandor que recordaba a la mismísima Gema del Espacio.
―Este cristal uru debería servir ―dijo Sindri, entregando el objeto a la señora con un aire de autoridad que no dejaba lugar a dudas sobre su conocimiento en la materia―. Es pequeño, pero almacena la suficiente energía mágica para activar ese chisme durante un tiempo.
Sigyn tomó el cristal con una sonrisa satisfecha.
―Perfecto, Sindri ―respondió Loki por ella―. Sabía que no me decepcionarías. Siempre es un placer hacer negocios con alguien que aprecia el arte del trueque... aunque en vuestro caso, parece que la supervivencia es vuestra verdadera maestra.
Las palabras del dios, aunque teñidas de halago, tenían una finalidad que no escapó a los enanos, pero estos prefirieron no responder.
Con el cristal en su poder, Loki y Sigyn se dirigieron a una taberna cercana. El lugar que escogieron, semejante a una bodega, estaba sumido en una penumbra desagradable. Los techos bajos estaban cubiertos de una gruesa capa de ladrillos y hollín, acumulado tras años de humo de tabaco barato y antorchas que chisporroteaban con grasa rancia. Las vigas de madera, ennegrecidas por el tiempo y la falta de limpieza, gemían con el viento que se colaba por las grietas de las ventanas, cuyas vidrieras estaban cubiertas de una película de suciedad que distorsionaba cualquier intento de ver el exterior. Asimismo, el suelo estaba cubierto por una mezcla heterogénea de aserrín, barro seco y quién sabe qué otros residuos, como la orina. De hecho, Sigyn rezaba porque no fuera orina. Todos esos residuos habían generado un lodo pegajoso que hacía que cada paso fuera un pequeño desafío por lo asqueroso de la sensación. Aquí y allá, charcos oscuros de algún líquido desconocido brillaban a la tenue luz, mientras los ojos de los clientes ocasionales parpadeaban como los de ratas y otras alimañas portadoras de plagas. En resumen, el olor que impregnaba la taberna era un asalto a los sentidos. Un tufo agrio de sudor se mezclaba con el aroma de la cerveza derramada y se veía reforzado por la peste a carne podrida. En cada rincón se respiraba la descomposición lenta de las cosas que habían dejado de ser comestibles hace mucho tiempo. Todo esto se veía agravado por el ocasional estallido de gases fétidos, el resultado inconfundible de una cocina que había visto días mejores, si es que alguna vez los había tenido.
Loki arrugó la nariz en un gesto de desagrado casi imperceptible mientras sus ojos escudriñaban el lugar, buscando una esquina lo suficientemente lejana y discreta para que nadie los molestara. Sigyn, en absoluto acostumbrada a entornos tan poco ideales, se limitó a tomar aire por la boca. Ahí, en la esquina menos frecuentada del bar, el hedor no parecía tan concentrado. A Odín gracias, al menos, el hidromiel resultaba sabroso y estaba en buenas condiciones. La taberna rebosaba con la energía caótica de un mercado negro en pleno apogeo, lleno de ruidosos personajes de moralidad dudosa. Aunque desagradable, Loki se desenvolvía cómodamente en aquella ratonera, a pesar de su condición de príncipe. Enseguida, el dios comenzó a manipular el cristal uru con la precisión de un relojero, su mente absolutamente concentrada en el delicado proceso. Mientras tanto, Sigyn lo observaba con escepticismo. La suerte rara vez le sonreía sin exigir un precio. "Por favor, que funcione", pensó en una plegaria silenciosa. Quería ver a su padre, pero no a costa de quedarse atrapada ahí para siempre.
Loki insertó el cristal en la tempad con un cuidado meticuloso. Por un instante, el dispositivo chisporroteó y emitió un resplandor violeta, haciendo que ambos contuvieran el aliento... pero luego, nada.
―¡Maldito gnomos de jardín esmirriados! ―exclamó Loki en clara referencia a los enanos herreros. Acto seguido, golpeó la mesa con tanta rotundez, que hizo temblar las jarras que había encima―. Esos imbéciles nunca me tuvieron en alta estima en este universo.
A pesar del cansancio y la frustración de ambos, Sigyn llevó las manos a las de Loki para hablarle con infinita paciencia, con una suavidad que rozaba lo maternal. Loki no debió escupir para arriba, pues todo tendía a caer y vaya si le había caído encima. Hacía escasos días que había llamado "paleta" a toda la raza enana.
―No sabemos si nos han estafado ―razonó ella―. Puede que simplemente no sepamos cómo adaptar esta tecnología al cristal uru. ¿Y si buscamos a alguien que entienda de ambas cosas? Venga, sácame de este cuchitril, por favor. No quiero permanecer aquí más de lo necesario.
Loki suspiró y asintió lentamente. Aunque por las malas, hacía tiempo que había aprendido que incluso el más genio de los canallas necesitaba ayuda a veces.
―Puede que alguien en el gremio de ladrones pueda ayudarnos. Siempre le echan el guante a todo tipo de objetos extraños. Y, si no pueden ayudarnos a arreglar la tempad, bueno, al menos podré sacarles unas cuantas monedas o algo de información. En Asgard, esto vale igual o más que el oro que ahora mismo no tenemos.
Sigyn ladeó la cabeza sutilmente, como considerando la idea. No pudo evitar recordar aquella primera noche que habían compartido en su lecho de Nueva Asgard, leyendo la primera parte de su saga favorita, y de cómo Loki le había confesado que él había sido también un ratero mangante en algún momento de su vida. Lo cual resultaba curioso, claro. Al fin y al cabo, ¿qué necesidad tenía un príncipe de alta cuna por robar? Fuera como fuere,aquella parte de su pasado ahora podría resultarles ventajoso.
Francamente, Sigyn, como hija de un alto dignatario, no se había visto en la necesidad de codearse jamás con gente de ese nivel o calaña. Nunca había tenido que enfrentarse a los bajos fondos. La idea de caminar entre criminales le intrigaba y la incomodaba a partes iguales. Simplemente esperaba que el gremio de ladrones operara en un cuartel mucho más salubre que la taberna en la que se encontraban ahora mismo. Decían que existía todo tipo de ladrones: desde los carteristas más rastreros que fastidiaban al que menos tenía a punta de navaja, pasando por los justicieros que robaban a los ricos para darles a los pobres, hasta los más elegantes que hacían del saqueo un arte y disfrutaban elaborando un golpe cada cual más espectacular que el anterior. ¿Ante qué tipo de criminales la llevaría Loki? Alduin, a pesar de lo clandestino de su negocio, había probado ser un hombre bastante íntegro. Brokk y Sindri eran obreros honrados, pero lo suficientemente necios como para haberse tomado una apuesta absurda al pie de la letra y castigado a un chaval de forma tan dolorosa, como cruel. Cuanto más lo pensaba, peor le caían. Tan despiadados, tan viscerales, tan crueles habían sido con su prometido. Pero eso ya quedaba atrás. Ahora, debían acudir al gremio de ladrones, cuya sede era prácticamente infranqueable para quien no se conociera el camino que le antecedía.
―Antes de que lo preguntes otra vez… ―comenzó Loki, sacándola de su ensimismamiento mientras jugueteaba con el cristal uru―. No nos ayudarán desinteresadamente ellos tampoco, claro. En mi experiencia, todo el mundo tiene un precio, incluso los ladrones más "honorables" ―el uso de aquella palabra en sus labios fue acompañado de un leve gesto de comillas en el aire. Loki había vivido entre ladrones, los había manipulado, engañado e incluso respetado. El recuerdo de su pasado como ladrón no lo llenaba de vergüenza, sino de un retorcido orgullo.
―Solo espero ―respondió Sigyn finalmente― que el gremio se ubique en un lugar más… agradable que este ―admitió, habiendo hecho un gesto vago con la mano para señalar el entorno que los rodeaba. Además de esto, claro, se terminó lo que le quedaba de hidromiel de un trago, como si el sabor a lúpulo fresco lograse hacerla olvidar de dónde se encontraba realmente.
Inevitablemente, Loki rio entre dientes.
―Querida, si crees que esta taberna es mala, espera a ver el cuartel del gremio. O, al menos, el camino hasta llegar a él.
El acceso al cuartel del gremio de ladrones estaba oculto en las entrañas de Asgard, un secreto bien guardado por aquellos que lo frecuentaban. Loki y Sigyn avanzaron por un pasadizo oscuro, apenas iluminado por las tenues antorchas que colgaban torcidas en las paredes enladrilladas. ¿Que cómo habían llegado a parar ahí? Pues por uno de los numerosos desagües que se vaciaban en el vasto mar junto al Bifrost. Ahí dentro, el aire estaba impregnado con olor a moho y agua estancada. Al poco de haber entrado, el suelo se había inclinado hacia abajo, y Loki, con una sonrisa maliciosa, le había indicado a Sigyn que lo siguiera.
―El gremio se encuentra justo en la cisterna de Asgard ―explicó Loki una vez se hubieran adentrado en los túneles―. Este lugar nunca ha sido oficialmente mapeado, lo cual resultaba perfecto para instalarse aquí. Es conveniente y alocado. ¿Quién buscaría un refugio de ladrones en un lugar tan maloliente? Ni el más sensato de los criminales tendría el olfato para residir aquí. Es ingenioso cuanto menos, y está bien salvaguardado por trampas mortales.
Sigyn contuvo el aliento mientras bajaban por una escalera de piedra que crujía bajo sus pies. Cada escalón estaba cubierto de una fina capa de agua que había goteado desde las paredes, formando pequeños charcos malolientes. Por supuesto, dado el intenso olor, la diosa no quiso abrir demasiado la boca, a pesar de las numerosas preguntas que rondaban su cabeza. ¿En qué momento se había vuelto el príncipe Loki un ladrón? ¿Por qué? ¿Qué o quién le había llevado a esa vida?
―¿Qué pasa? ¿Te sorprende verme aquí, en mi elemento? ¿O es que nunca te imaginaste que tu prometido, príncipe de Asgard, pudiera ser parte de un gremio de ladrones? ―preguntó el dios, con un tono que destilaba humor absoluto. Como siempre, había podido leer a Sigyn como a un libro abierto. Ella se limitó a arquear una ceja, su mente todavía procesando lo que significaba pertenecer a un grupo como aquel.
―Me sorprende, sin duda, que un príncipe, con todos los privilegios que ello conlleva, acabe involucrado en algo así. Y más aún, cómo te ganaste el respeto de toda una comunidad de maleantes. Según has dado a entender, estos no te odian, para variar.
―Esa es una historia que pocos conocen ―reconoció, trazando en su mente el camino más fácil, seguro y directo al nido del gremio. Evitarían todo tipo de cepos, preparados para los más ávaros, los más ilusos, los más inexpertos y los más confiados―. Te la puedo contar, pero no dejes de seguirme. Una vez dentro, es fácil perderse.
Sigyn asintió. Habían llegado a una puerta de madera pesada con inscripciones rúnicas que parecían moverse si uno las miraba demasiado tiempo. Loki la tocó en un patrón específico, y tras un momento de silencio, se oyó un fuerte chasquido. Entonces, se abrió lentamente, revelando un laberinto de túneles más complejo que el anterior y que serpenteaba en todas las direcciones. El camino era angosto y opresivo.
―Verás… ―comenzó a explicar―. La vida del príncipe segundón puede volverse… monótona, sobre todo cuando uno es tan joven. Todo está al alcance de tu mano, es decir, nada supone un desafío real. Cuando era joven, más impulsivo, menos cínico y exento de las responsabilidades y expectativas del príncipe heredero, ansiaba algo más… emocionante para mí mismo. Algo que hiciera que la sangre me corriera rápido por las venas. Fue entonces cuando conocí a un hombre que cambiaría mi vida ―continuó Loki, perdiéndose momentáneamente en el recuerdo―. Mi familia lo había contratado como tutor para que me enseñara las artes del sigilo y la discreción, habilidades útiles para alguien de mi rango, decían. Pero lo que no sabían, lo que nadie en la corte sospechaba, es que este hombre tenía una vida secreta. Este hombre era miembro del gremio de ladrones, un maestro pícaro que utilizaba sus destrezas tanto para servir a la familia real, como para sus propios fines. Se llama Ulfric, aunque aquí nadie lo llama así, claro. Aquí todo el mundo tiene un mote, salvo yo. Que yo tuviera uno sería ridículo porque todo ser viviente de Asgard sabe quién soy. Cuando lo conozcas, dirígete a él como Canto Fúnebre. En fin, Ulfric me enseñó mucho más de lo que mi familia esperaba. No solo aprendí a moverme en las sombras sin ser visto, sino a hacerlo por puro placer de burlar y fastidiar a los demás.
Loki amplió su sonrisa, volviendo a adquirir ese matiz malicioso que tanto lo caracterizaba.
―Aunque me llevaba genial con él, no fue fácil ganarme la confianza del resto. Al principio, todos me veían como un noble jugando a ser ladrón. Para ellos, siempre sería alguien que no entendería su mundo. Puede que jamás lo entendiera, ni llegue a entenderlo. Con todo, con el tiempo, demostré que mis habilidades eran reales, que podía infiltrarme en lugares que ni ellos soñaban con penetrar. Mis conexiones en la corte me daban acceso a información que ellos valoraban más que cualquier botín, y mi astucia acabó ganándose su admiración. Al final, me aceptaron como uno más de los suyos. Todos los miembros del gremio resultaron ser de los pocos que me respetaban por lo que era: el Dios del Engaño, capaz de jugar cualquier papel, de burlar a cualquiera, hasta al mismísimo Heimdall.
Sigyn se detuvo durante unos instantes, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. Con todo, no tardó en reanudar el camino tras Loki, recordando que bajo ningún concepto le convenía perderse en aquella ratonera.
―Así que el príncipe de Asgard se convirtió en un ladrón por el placer de serlo. Y no solo sobrevivió, sino que prosperó en el submundo de los maleantes ―dijo de forma entre reflexiva y burlona.
La conversación se desvaneció enseguida, pues, después de lo que ya parecía una eternidad, llegaron a un espacio más amplio presidido por otra puerta. Era igual de imponente que la anterior, solo que más majestuosa y robusta, adornada con grabados fantásticos que reflejaban el pasado histórico (o mitológico) del reino. En la parte superior de la puerta, el dibujo de un lobo feroz con ojos de esmeralda parecía vigilar a toda criatura que osara acercarse. ¿Fenrir? Habían llegado al corazón del gremio de ladrones, un lugar donde la delgada línea entre la justicia y la criminalidad se difuminaba en la penumbra.
―La sede del gremio de ladrones ―anunció Loki, reverente. Tuvo que volver a tocar la puerta: tres veces, luego dos, siguiendo ese patrón característico que solo alguien del gremio conocía. Aunque tuvieron que esperar, al cabo de un rato, se había abierto lo suficiente para dejar entrever un par de ojos grises, afilados y reservados.
―¿Quién busca la sombra?
―Loki ―respondió él en voz baja―. Traigo negocios.
Los ojos se entrecerraron, escrutando a Sigyn con una intensidad que la hizo estremecerse. Se sentía como si estuviera bajo un microscopio, con cada detalle de su ser siendo analizado. "¿Y ella?", increpaban. "¿Quién es ella?". Loki notó la incomodidad en su prometida, y con un movimiento sutil pero protector, hizo un gesto con la mano, como quitándole el hierro al asunto.
Ah, claro, la capucha. Sigyn reveló su rostro al gremio en el momento en el que se dio cuenta de aquello. El movimiento fue lento, deliberado, y no pasó desapercibido para los ojos que la observaban.
―Es mi… acompañante ―agregó el dios tras una pausa para reflexionar cuidadosamente sus palabras. Ahí las identidades se respetaban mucho y, aunque todos supieran quién era él, no tenían por qué saber, ni les interesaba saber quién era ella realmente.
―Entiendo. Es tu… Ruiseñor ―acabó concluyendo el desconocido, otorgándole un mote que era a la vez poético y revelador. La pareja de Loki. Había sido aceptada, aunque con reservas, en aquel mundo que tanto atentaba contra sus valores―. Imagino que tu pajarito será persona de confianza, pero, por si acaso… No está de más recordarte que si tu visita nos traiciona, quien paga eres tú.
Loki asintió. Con ese reconocimiento, la puerta se abrió completamente, revelando una recámara circular enorme iluminada por velas y llena de sombras danzantes. El salón contaba con pequeños cubículos de uso variado: desde zona de almacenaje, un pequeño comercio de pociones e ingredientes de alquimia, camas para los miembros del gremio, y una zona dedicada a la gestión de… Sigyn no sabía muy bien qué tipo de gestión administrativa necesitaría una comunidad así, que operaba más allá de la ley. Se percató de la presencia de varios individuos encapuchados que se reunían alrededor de mesas llenas de pergaminos, artefactos robados y frascos de contenido irreconocible. En el aire respiró un leve aroma a sándalo, que servía para enmascarar los olores menos agradables del lugar, menos mal.
―Loki, el ilustre príncipe de las travesuras, de vuelta en la humilde guarida de los ladrones. ¿Qué te trae por aquí? Han llegado muchísimos contratos últimamente. No nos vendría mal tu destreza.
Loki sonrió con esa arrogancia tan suya, pero había un toque de respeto en su voz.
―Hacha Salvaje, es bueno verte de nuevo. Hemos venido porque tenemos un pequeño problema. ¿Dónde está Canto Fúnebre?
El siniestro ladrón levantó una ceja, claramente intrigado. Se trataba de un hombre alto, delgaducho, calvo, con ojeras rojizas. Su capa negra se deslizaba suavemente por el suelo de piedra mientras con frialdad estudiaba a los recién llegados.
―Está en la cantina, en "La Ardilla Ahogada". Reunido con El Tuerto, comprobando los suministros ―dicho esto, Hacha Salvaje extendió el brazo para señalar en dirección a uno de los pasillos del fono, el de la izquierda. El de la derecha llevaba a la armería y a una zona de práctica de combate―. Ya conoces el camino.
Loki se volvió hacia Sigyn, inclinando la cabeza en un gesto galante que claramente decía: "¿Vamos, mi Ruiseñor?". "La Ardilla Ahogada" resultó ser un espacio que, aunque más acogedor, no era menos inquietante. Mesas de madera desgastada llenaban la habitación abovedada y estaban rodeadas de figuras que comían, bebían y discutían en voz baja, intercambiando planes, rumores y secretos. La gente ahí fumaba mucho, y no precisamente puros. Tras el mostrador, un hombre corpulento conocido como El Tuerto (sorprendentemente, no lo era) charlaba con Ulfric, alias Canto Fúnebre.
Ulfric, el que había sido el mentor más querido de Loki en su juventud, era un individuo que no encajaba con la imagen típica de ladrón de la clandestinidad. Era más o menos de su edad (al menos, ahora), alto y musculoso, e imponía respeto. Su cabello, largo, blanco y húmedo como la nieve, caía en cascada sobre sus hombros. Tenía una mirada fría, calculadora y de un violeta profundo, propia de un cazador que nunca perdía de vista a su presa. A pesar de su tamaño y fuerza evidente, había en sus movimientos una gracia letal. Su presencia en "La Ardilla Ahogada" añadía un peso palpable al ambiente, y los demás ladrones lo miraban con el rotundo respeto que se le presta a un líder. Diestro en el sigilo, también entendía bastante de objetos curiosos, especialmente de índole extranjera.
En aquella taberna, había al menos una docena más de figuras encapuchadas, sus rostros ocultos desde cualquier perspectiva. Loki se dirigió al mostrador y se sentó en uno de los taburetes junto a Ulfric con la facilidad de alguien que ya había estado allí antes. Sigyn lo siguió, pero se quedó unos pasos atrás, observando a los hombres con los mismos ojos inquisitivos que sentía en la nuca. Entonces, Ulfric alzó la vista de los pergaminos desparramados frente a él y se giró lentamente hacia la persona que había roto su concentración. Tenía una copa de vino tinto en la mano y cara de pocos amigos. Con todo, al reconocer la identidad de quien había invadido su espacio vital, su rostro se dulcificó, como quien se reencuentra con un hijo años después de que el destino se lo haya arrebatado. Frente a él, El Tuerto. Un hombre robusto, calvo, que saludó con un cabeceo.
―Mira quién ha vuelto de entre las sombras ―gruñó el tabernero con un cigarro liado a mano ardiendo entre sus dientes amarillos y roñosos.
―¡Loki! El aprendiz más sobresaliente que he tenido jamás ―saludó Canto Fúnebre con camaradería. A diferencia de El Tuerto, Ulfric tenía una dentadura brillante y perfecta.
Loki le devolvió una sonrisa sincera, un gesto raro en su repertorio. Había pocos hombres en los que confiaba, y menos aún que considerase sus iguales, pero Canto Fúnebre era uno de ellos. De hecho, era más que eso. Era el hombre que había moldeado parte de su carácter y le había enseñado que el poder, a menudo, residía en el ingenio y en el arte de lo inesperado. Había sido mentor, amigo, incluso padre. Su segundo padre. El padre que siempre había querido mientras su odio por Odín se acrecentaba por minutos.
―Canto Fúnebre, te echaba de menos ―admitió Loki, y sus palabras eran tan genuinas que incluso él se sorprendió de lo sinceras que sonaban. Se permitió el abrazo de su referente, lo estrechó y le dio un par de palmadas vigorosas en la espalda. En ese breve contacto, Sigyn advirtió que su prometido cerraba los ojos y que su fachada de perpetuo embustero se derretía. El mote de su amigo no resultaba en absoluto alentador si uno pensaba en el Ragnarök. Por motivos desconocidos, él no sobreviviría al cataclismo―. Te veo ocupado. ¿Qué tipo de trabajo te tiene tan inmerso esta vez?
Cuando los hombres se separaron, Ulfric levantó la vista y la dirigió a Sigyn. La estudió con un interés palpable, como si la estuviera desnudando con la mirada, pero no en un sentido físico, precisamente. La incomodidad la asaltó brevemente, recordándole que este no era su mundo. La oscuridad, el secretismo, la sutil amenaza que impregnaba el entorno... Todo era un terreno extraño para alguien que había sido criada en la justicia y la rectitud de Tyr.
―Nada fuera de lo ordinario. Me estaba asegurando de que los nuestros están bien abastecidos. Alimentarse debidamente es tan importante como estar bien equipado y listo para cualquier eventualidad. Tú conoces bien cómo es la vida aquí: un paso en falso y todo puede venirse abajo ―comentó de forma casual, sin desviar la mirada de Sigyn. De hecho, la intensificó, como queriendo dejar patente que la presencia de la desconocida lo intrigaba cuanto menos―. Veo que no vienes solo.
Su tono había sido neutro, no para que se percibiera como una acusación, aunque sí lo bastante cargado de curiosidad para que no pasara desapercibido. Loki, habiendo captado el matiz, extendió el brazo en dirección a la flamante diosa en un gesto que pretendía tanto presentarla, como protegerla.
―Te presento a mi Ruiseñor.
La palabra salió con un toque de teatralidad, sabiendo que su amigo lo apreciaría.
―Así que "tu Ruiseñor" ―Canto Fúnebre dejó escapar una risa suave―. Siempre supe que tenías buen gusto, Loki, aunque me sorprende que hayas encontrado a alguien que pueda seguirte el ritmo ―reconoció el líder de los ladrones con una oración de doble sentido. Luego, añadió―: Has conseguido lo imposible, Ruiseñor, robar el corazón de un experto embaucador. No habrá sido nada fácil. Debo felicitarte.
Sigyn inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de cortesía. Era mucho más que una mujer delicada, pero, aunque quiso hacerse la dura, no pudo evitar esbozar una sonrisa leve cuando Loki mencionaba empleó dicho apelativo. Sonaba especialmente encantador cuando esa palabra salía de sus labios. "Ruiseñor", pensó. Un pájaro pequeño, sí, pero su canto era mortal si uno escuchaba con atención. La ironía no se le escapaba, y casi se sintió agradecida de que, entre todos, hubieran escogido un apodo tan apropiado para ella.
―Él se entregó con demasiada facilidad ―respondió ella, permitiendo que la ambigüedad de sus palabras hiciera su trabajo. No mentía, después de todo. Había algo en Loki que le había atraído desde el primer momento, una vulnerabilidad oculta bajo todas esas capas de malicia y actitud depresiva. Puede que fuera cosa del destino, efectivamente. Y puede que precisamente por cuestiones del destino hubiera sido todo tan fácil.
Loki, disfrutando de la interacción entre su antiguo maestro y su prometida, dejó escapar una risa juguetona.
―Fue tan fácil que ella no tuvo que hacer nada.
―Siempre tan modesto, Loki. Pero basta de formalidades ―Ulfric se inclinó de nuevo hacia delante, solo que esta vez dejó los pergaminos a un lado―. ¿Qué te trae por aquí? ¿Otro de tus juegos o esta vez algo más serio? La última vez que viniste fue para decirme que lo dejabas para meterte bajo los faldones de una doncella… No será esta la doncella, ¿verdad?
Loki se ruborizó ligeramente, aunque ocultó su sonrojo de la mejor manera que pudo. Para Sigyn, sin embargo, el pudor fue más que evidente. Por supuesto, en aquella época del pasado los dos ni se conocían. De hecho, Loki estaba demasiado ocupado con Freya, obsesionado por el sexo desenfrenado que compartían a todas horas, día sí y día también, una relación interesada que duraría siglos y que no se volvería nada serio para ninguno de los implicados. Loki y Freya se habían utilizado mutuamente, y los dos habían estado conformes con ello.
El apuesto dios sacó la tempad de su bolsillo y la depositó sobre la mesa. Luego, Canto Fúnebre analizó el objeto con detenimiento. Había trabajado en muchas cosas extrañas a lo largo de los años, pero si Loki acudía a él con una de ellas, debía tratarse de algo mucho más complejo y/o siniestro.
—Digamos que tengo un pequeño inconveniente técnico que requiere del toque de un experto —explicó—. Y sé que tú tienes las conexiones necesarias para resolverlo.
—Vaya, esto no es un juguete cualquiera —comentó Ulfric, haciendo girar la tempad entre sus dedos—. Se trata de un artefacto que no pertenece a ningún mundo que haya visto. ¿De dónde lo has sacado?
—Es una larga historia, tan larga como el tiempo, pero lo importante es que necesito que funcione de nuevo —Loki se inclinó hacia su mentor con una sonrisa conspiradora. Además, le guiñó el ojo a Sigyn de forma discreta, como si quisiera asegurarse de si había percibido la referencia camuflada en su respuesta—. Si logramos arreglarlo, te prometo que esa historia será tuya, con detalles sórdidos incluidos.
—Una oferta irresistible, como siempre. Efectivamente, esto es algo que me supera, pero… Brisaveloz podría ayudarte. Ya sabes, la chica del gremio. Combina la magia con la tecnología como si fuera un juego de niños. Es una aptitud que ha aprendido recientemente y lleva… con la más absoluta discreción —explicó Ulfric, devolviéndole la tempad con inquietante calma. Loki asintió, complacido de que su antiguo maestro sugiriera a la persona exacta que tenía en mente. El Tuerto, que había estado escuchando, sonrió torpemente y comentó:
―Si Brisaveloz no puede arreglarlo, nadie puede.
—Brisaveloz, por supuesto. He oído hablar mucho de ella —una sonrisa socarrona apareció en los labios de Loki—. Vamos, muéstrame el camino, Canto Fúnebre. No quiero quedarme demasiado. Las viejas costumbres tienden a resurgir.
—Vamos, entonces. Pongámonos un poco al día de camino —sugirió Canto Fúnebre según se levantaba del taburete.
Mientras avanzaban por los oscuros pasillos que conectaban la taberna con el resto del gremio y también con el mundo exterior, Sigyn no pudo evitar preguntarse cuántos secretos más albergaba el mundo de Loki. Estar nuevamente en la compañía de alguien tan importante para su prometido era un recordatorio para ambos de cómo sus vidas habían cambiado, pero también de que algunas conexiones, por inusuales que fueran, nunca se rompían del todo.
Ulfric los había guiado hasta uno de los túneles que daban al Distrito de la Luz y se había despedido al comienzo de las escaleras. Aunque él no lo supiera, aquella sería la última vez que Loki, o al menos esta versión de él, volvería a cruzarse en su camino. Invadido por un pesar punzante, el dios se había despedido de él con un abrazo tan sentido y estrecho como el anterior, y no sacaría el tema de nuevo con Sigyn. Tampoco era como si ella quisiera importunarlo en un momento tan delicado.
En lo profundo de la ciudad, en un barrio que a simple vista parecía ser un remanso de paz y tranquilidad, Loki y Sigyn emergieron de un falso pozo en el patio trasero de una posada. El cierzo otoñal portaba el aroma de las flores de los jardines cercanos, que contrastaba extrañamente con el carácter clandestino de su misión, o con los antros en los que se habían aventurado antes. El pozo, un ingenioso mecanismo de ocultamiento, había sido diseñado para parecer completamente funcional. La entrada secreta estaba tan bien camuflada que, desde el exterior, nadie podría sospechar que albergaba un acceso a uno de los refugios más seguros del reino, casi tanto como la cámara de reliquias de Odín. Sigyn se detuvo un momento mientras se impulsaba al exterior del pozo, mirando alrededor con una mezcla de nostalgia y asombro. La villa ante la que se encontraban parecía salida de uno de los sueños que a veces la perseguían, sueños de una vida alternativa en la que residía en un barrio similar. Había algo inquietantemente familiar en el lugar que le hizo sentir un leve escalofrío. Era un distrito hermoso, con casas alineadas perfectamente, todas con porches bien cuidados y caminos adoquinados de forma muy coqueta.
—Es curioso cómo las cosas más peligrosas a menudo se esconden a plena vista, en los lugares tan bonitos —murmuró Sigyn de forma reflexiva. Pero Loki apenas se detuvo a apreciar el entorno. Su mente estaba enfocada en la tarea. La morada ante ellos era una joya arquitectónica, sí. El estilo gótico de la casa, con sus arcos apuntados y ventanas de vidrieras, daba al lugar una atmósfera casi sacral. El patio interior, cubierto de guijarros, estaba rodeado de flores blancas y lilas. Con todo, Brisaveloz era su objetivo, y había poco tiempo para perderse en lecciones filosóficas. Loki se acercó a la puerta principal, una imponente estructura de madera maciza adornada con tallas intrincadas. Con un gesto que denotaba tanto familiaridad como respeto por el código del gremio, golpeó con el patrón característico. Sigyn observaba en silencio, sintiendo una ligera tensión mientras aguardaban la respuesta. Pronto, una voz que parecía ser una extensión de la propia villa se oyó del otro lado.
—¿Quién va? —preguntó la chica, impregnada de curiosidad, pero también de desconfianza. Loki intercambió una rápida mirada con Sigyn antes de responder. Aunque no había conocido personalmente a Brisaveloz, había oído hablar de ella y sabía que tendría que ganarse su confianza.
—Una sombra familiar —respondió con astucia y cierto misterio—. Alguien que ha caminado este camino antes y conoce el secreto de tu… guarida.
Hubo un silencio calculado, como si quien estuviera al otro lado estuviera sopesando cada palabra. Luego, un suave sonido del cerrojo corriéndose indicó que alguien estaba abriendo la puerta. Brisaveloz, tal como la habían descrito, era una joven con un físico inusual. Alta y sorprendentemente delgada, tan delgada que su silueta parecía apenas sostenerse sobre sí misma. Era casi esquelética, con extremidades largas y huesudas que le daban un aspecto frágil y enfermizo. La piel, pálida y casi translúcida, dejaba entrever venas azules y verdosas. Asimismo, su rostro era lo que más destacaba en ella. De rasgos afilados y desproporcionados, Brisaveloz no era, en absoluto, una mujer que pasara por hermosa. A pesar de que tuviera una nariz relativamente bonita, los pómulos le sobresalían con una severidad estremecedora. El cabello, lacio, oscuro y grasiento, caía en mechones desiguales sobre sus hombros estrechos, sin ningún intento de adorno o cuidado. A pesar de su aspecto, o quizás debido a él, Brisaveloz causaba auténtica repulsa, especialmente debido a la profundidad de sus cuencas.
—El príncipe Loki, en mi humilde morada —dijo con una mezcla de sorpresa y entusiasmo—. El sueño más húmedo de cualquier doncella empieza así, contigo llamando a la puerta. ¿Qué te trae por aquí?
Loki reprimió una mueca de desagrado ante la risa torpe y nasal de Brisaveloz. Era más temible y repulsiva que la bruja de un cuento, por lo que el dios se irguió ligeramente, tratando de disimular lo que él mismo reconoció como un instante de profunda incomodidad. Para él, Brisaveloz no era más que un peón útil, alguien a quien había recurrido para un trabajo delicado y rápido. Pero nada más. No había deseo en él, ni atracción, solo un rechazo profundo que trataba de ocultar bajo una fachada de cortesía diplomática.
—Un asunto que requiere de tus dedos hábiles, Brisaveloz. He oído que eres la mejor en lo que haces —replicó, manteniendo un tono diplomático. Pero apenas las palabras salieron de su boca, la risa de Brisaveloz se volvió más aguda, casi adolescente. Loki cerró los ojos, lamentando su elección de palabras. Sabía que su lengua podía ser su mejor arma, pero también su peor enemiga cuando no prestaba la suficiente atención. Por suerte, el foco de la conversación cambió rápidamente cuando Brisaveloz dirigió su mirada a Sigyn. Loki notó el brillo envidioso en la mirada de la ladrona, un brillo que lo irritaba profundamente. No solo porque significaba que Brisaveloz estaba midiendo a Sigyn como una rival, sino porque le molestaba la mera idea de que Brisaveloz pudiera creer que tenía algún tipo de oportunidad con él.
—¿Y ella? No es una cara que haya visto antes —preguntó Brisaveloz, su voz cargada de un veneno apenas disimulado. Loki sintió la tensión en el aire y notó cómo Sigyn mantenía su expresión serena, aunque podía percibir la misma incomodidad y hostilidad que él sentía.
—Es mi aliada, una persona de confianza —respondió Loki, omitiendo deliberadamente cualquier referencia a la verdadera relación entre él y Sigyn. No tenía ningún interés en revelar más de lo necesario, especialmente en presencia de alguien como Brisaveloz—. Y he venido por negocios, nada más. No te hagas ilusiones.
Loki sabía que su relación con Sigyn no pasaba desapercibida, especialmente para alguien tan agudo como Brisaveloz. Después de lo acontecido con Angrboða, la situación los irritaba a ambos de una manera muy particular. Aun así, a Odín gracias, la ladrona no los siguió incomodando y abrió la puerta por completo, revelando el interior de la villa. El interior de la casa era una extraña amalgama de lo antiguo y lo moderno, un santuario de conocimientos ocultos, un taller donde las leyes de la física y la hechicería se entrelazaban de forma inquietante.
—Cómo negarme a las solicitudes del mismísimo príncipe —murmuró Brisaveloz de forma juguetona, dándoles la bienvenida al interior—. Pero, debes saber, Loki, que la hospitalidad tiene su precio aquí.
Loki no necesitaba recordatorios de cómo funcionaban los tratos en el bajo mundo. Con todo, el subtexto de las palabras de Brisaveloz le resultó inquietante. Era como si realmente creyera que tenía algún tipo de poder sobre él. Nada más lejos de la realidad. Si no fuera por la utilidad de sus habilidades, Loki no perdería un segundo más en su compañía.
—Y es un precio que estoy dispuesto a pagar. Traigo un juguete para ti, algo que requiere tu toque especial —explicó el dios, sacando la tempad de su bolsillo y mostrándosela a Brisaveloz―. Este dispositivo. Es de un lugar... lejos de aquí. Su fuente de energía se ha agotado, y aunque conseguimos un cristal uru, no hemos logrado activarlo. Necesitamos a alguien que pueda fusionar la tecnología con la magia asgardiana.
Ella tomó la tempad con avidez y la estudió con atención. Sus dedos largos y ágiles trazaron las líneas del dispositivo, palpando la superficie con la precisión de un artesano experto. Entretanto, Sigyn observaba la escena con cautela. Podía ver el desprecio en los ojos de Loki, aunque él lo ocultara bien. La forma en la que él mantenía las distancias, en cómo su lenguaje corporal reflejaba un rechazo claro hacia Brisaveloz, le confirmaba lo que ya sabía: no había nada que temer en esa dirección. Aun así, luchaba por no dejarse llevar por la molestia de que, en los ojos de la ladrona, ella era una intrusa, una rival.
―Reconozco el sello de una tecnología avanzada. No es de este mundo, eso seguro. Y está dañado… Nada que no se pueda arreglar.
Loki sintió un ligero alivio al ver que Brisaveloz se enfocaba más en la tarea que en sus insinuaciones. Pero ese alivio fue breve cuando ella levantó la vista y añadió:
―Solo necesito un poco de tiempo para descifrar cómo interactúan magia y tecnología.
Sigyn, que había permanecido en silencio hasta entonces, no pudo evitar intervenir. Su tono era firme, pero no agresivo.
―Tiempo es lo que no tenemos. Cada minuto que pasamos aquí, nos arriesgamos a ser descubiertos ―explicó, sin revelar demasiado. Se refería a que aquel lugar no les pertenecía―. ¿Puedes hacerlo o no?
Brisaveloz le devolvió la mirada, su rostro parcialmente ensombrecido por un flequillo desordenado. Loki pudo sentir la tensión creciente entre las dos mujeres, una tensión que, aunque incómoda, no dejaba de tener un aire casi fascinante.
―Puedo intentarlo, pero, como ya he sugerido antes, necesitaré algo a cambio. Los favores aquí no son gratis.
―¿Qué tienes en mente? —preguntó Sigyn, esperando que el precio no fuera demasiado osado. Brisaveloz sonrió de manera astuta, sus ojos mirando a Loki de arriba abajo y centelleando con una mezcla de malicia y lascivia contenida. Pero tenía que ser pragmática.
―Hay un objeto en particular al que siempre he querido echarle el guante. Un amuleto forjado en las llamas de Muspelheim. Se rumorea que está en manos de uno de los clanes de mercenarios que operan pasado el Bosque de Elwynn, en lo que ellos llaman Villa Oscura, un pueblo abandonado y ocupado por esa panda de gañanes en lo más profundo del Bosque del Ocaso. Conseguídmelo y os devolveré vuestro dispositivo, a punto para lo que sea que haga. Depende de vuestro éxito cuánto tardéis en recuperarlo.
Sigyn miró a Loki con escepticismo. En cuanto parecían avanzar un poco en su aventura en Asgard, parecían retroceder dos pasos. Y aquello resultaba tremendamente molesto.
―¿Un amuleto en Muspelheim? Muspelheim no es una opción ―aclaró ella, en parte porque les era imposible viajar hasta allí, y en parte porque los traumas de su pasado le impedían plantearse siquiera adentrarse en aquel reino tan adverso y desfavorable. Pero Brisaveloz no se amedrentó, al contrario, su sonrisa se ensanchó.
―Igual no me he explicado bien, princesita, pero el amuleto ya está en Asgard, en poder de un líder mercenario que se hace llamar Alamuerte. Un sujeto duro, aunque nada que vosotros no podáis manejar.
―Trato hecho ―asintió Loki, sin pensárselo dos veces y deseando, sencillamente, salir por patas de casa de Brisaveloz―. Volveremos con el amuleto. Mientras tanto, ve preparando lo que necesites.
Nota de la autora: Con vuestro permiso, así como a veces mi narrativa se comporta de forma bastante más reflexiva, dado el entorno del capítulo, me he permitido ser más descriptiva, tanto con los escenarios, como con las reacciones de los personajes. Para mí es importante crear una imagen visual lo más vívida y detallada posible cuando viajemos a mundos ajenos.
Como ya he anticipado en la anterior entrega, mi versión de Asgard está profundamente inspirada en videojuegos de fantasía medieval que me apasionan. De ahí que haya tomado prestados ciertos nombres y conceptos para mi historia. También os dije que me encanta que haya subtramas, así que os he traído esta más. Pero no os preocupéis, porque no durará tanto como parece. Pronto, volveremos a la vida de los Odinson en Nueva Asgard y retomaremos la preparación de cara al enfrentamiento entre los panteones nórdicos y griegos.
Me encantaría saber lo que vais pensando, ¿podríais arrojar algo de luz a mi incertidumbre con algún comentario amistoso? He visto que tengo lectores de Estados Unidos y otros países. El inglés no me supone ningún problema para mí, así que no os cortéis. Como siempre, gracias por leerme siquiera.
