El sol brillaba intensamente sobre el reino desértico de Agrabah, aunque los ciudadanos estaban más que acostumbrados al sol abrasador de medio día; no estaba demás que se resguardaran en las sombras de los edificios, sus casas o las carpas de los comerciantes.

Pero ni el calor infernal podía mover a un pequeño niño arrodillado que lloraba sin parar frente a la tumba de su madre en un muy descuidado cementerio hacia los límites del reino. Donde desgraciadamente para el pequeño era la zona más empobrecida y donde el destino decidió que naciera. Pará el pequeño niño la suerte no le favorecía, para empezar:

Su padre se había ido de Agrabah cuando era un recién nacido, según su madre; se había ido en busca de riquezas para que no tuvieran que preocuparse nunca más de que se llevarían a la boca el día siguiente. Su madre juraba y perjuraba con un amor tan profundo a su padre; que algún día volvería por ellos, sin embargo, los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses en años. Su sexto cumpleaños se acercaba pero su padre no aparecía, así que el chico llegó a dos conclusiones: O su padre los había abandonado, engañando a su madre con una promesa falsa o murió durante su viaje; en su interior quería creer en lo segundo porque al menos así podría imaginar que fue un gran hombre que se preocupo por su familia hasta su último aliento, ya que pensar en lo primero le causaba un profundo pesar no sólo por él, sino por su madre que seguía insistiendo con devoción que él entraría por la puerta de su pequeña casa y no tendrían ningún problema.

Oh su querida madre, tan bondadosa, tan amable, fuerte y leal. Ella se las arreglo para que ambos pudieran sobrevivir después de dejar su antiguo hogar.

Afortunadamente para ellos una vieja amiga los ayudó, una mujer viuda llamada Aneesa que al igual que ellos era muy pobre, pero eso no evitó que tuviera un gran corazón. Ella les permitió vivir en un pequeño cuarto en lo más alto de un edificio donde vivía, no era un lugar de lujo pero al menos lo compensaba con una hermosa vista al palacio del Sultán a través de un gran agujero en la pared que servía como ventana. Sí, un hogar sí se podría decir así.

Su vida estaba yendo con regularidad con sus altas y bajas pero justo cuando todo podía ir mejor, el destino cruel tenía otros planes. Su madre había caído bajo una enfermedad que empeoraba cada día. Pesé a todos sus esfuerzos (hasta el punto de robar comida o cualquier suministro que necesitará su madre aún cuando ella no lo aprobaba) no pudo evitar lo inevitable. Su madre sucumbió a su enfermedad pero incluso en sus últimos momentos no dejó de darle a su hijo una cálida sonrisa.

—Aladdín… mi pequeño, por favor prométeme que serás fuerte, nunca dejarás de ser bueno y gentil… —dijo la mujer abatida, postrada en el intento de cama sobre unos cojines, mientras le acariciaba su cabecita a su niño.

—Mami no hables como si ya no te volviera a ver, te pondrás bien, por favor… no me dejes solo, por favor —decía con voz temblorosa y con lágrimas que no dejaban de brotar.

—Mi niño no estarás solo, tu padre vendrá por ti… esperalo, estoy segura de que no tardará en llegar, mientras tanto, tendrás que tener cuidado ¿Recuerdas la daga que te di cuando cumpliste cinco años, sabes donde esta?

—S-sí está en el escondite en el suelo ¿Pero porqué me dices eso, como sabes si papá vendrá?

—Mantén esa daga contigo, por favor… nunca la pierdas, con ella tu padre… Cassim… podrá encontrarte…

—Mamá… está bien no la perderé, esperare a papá —aunque quería protestar; aún en sus últimos momentos de vida su madre no dejaba de pensar en su padre, el decidió mejor callar esas ideas, comprendía que su madre necesitaba más que nunca tener una pequeña esperanza.

—Mi pequeño diamante en bruto —dijo dándole una sonrisa melancólica y triste acariciando una de sus mejillas tratando de secar sus lágrimas—, lamento no poder estar contigo, pero se que estarás bien y que harás cosas maravillosas.

—Lo haré mami… te haré sentir orgullosa —dijo recargando su rostro en su mano, mientras que con su mano libre tomaba la otra mano de su madre apretandola fuertemente.

Su madre dio un último suspiro y cerró los ojos para siempre. Después de eso el pequeño no pudo más que gritar y llorar hasta que se le acabó su voz.

Gracias a Aneesa y otros mendigos que se compadecieron del dolor del niño; lograron hacerle un funeral decente a su madre, se quedaron un rato de luto junto al niño hasta que el sol se hizo insoportable y volvieron a su rutina de mendigar en las calles. La única que se quedó observando de lejos fue Aneesa; ella miraba con impotencia la escena, no sólo porque acababa de perder una amiga, sino porque comprendía muy bien el dolor del pequeño (ella perdió a su esposo y a sus hijos). Aunque ella era muy pobre no le impediría tomar una decisión sin dudarlo, cuidaría del niño como si fuera suyo, lo haría por sus amigos (para este punto ella también pensaba que Cassim, el padre del chiquillo, probablemente habría muerto) pero justo cuando se acercaba al pequeño para ofrecerle su propuesta, la mala suerte no dejaba de asechar.

—Vaya, vaya, vaya ¿Qué tenemos aquí? Un niño que recientemente acaba de quedarse huérfano… ¡Que maravilla, es nuestro día de suerte! ¿No creen chicos? —dijo con malicia un hombre de aspecto desagradable riéndose junto a tres sujetos más grandes que él, en la entrada del cementerio detrás de ambos. La mujer y el niño se giraron sorprendidos encarándolo.

—¿Quiénes, quiénes son ustedes? —dijo el niño nervioso e incómodo por cómo el líder de esa pandilla lo miraba.

—Oh me presentó niño, yo soy Gazeem el humilde ladrón que ahora está montando un negocio muy interesante en el que quiero que seas parte… —dijo elegantemente. Mientras hacía un ademán para que sus secuaces fuera rodeando poco a poco al niño ignorando a la mujer que se acercó al pequeño sin dejar de mirar a los grandulones.

—N-no no puedo aceptar su oferta por favor, déjenme solo… —trato de hablar tranquilamente pero en su interior el miedo se intensificaba.

—Oh pequeño tonto… no fue una sugerencia ¡Kadhaab! ¡Ahmaq! ¡Kasul! —grito y de inmediato los tres hombres se abalanzaron sobre él, que intentó escapar pero uno de los grandulones lo pesco de su chaleco y lo tiro con fuerza en la arena causándole dolor.

—¡Aladdín! ¡Déjenlo en paz embusteros! —Aneesa corrió rápidamente hacia él, pero otro hombre gigante le bloqueo el paso sujetándole el brazo con fuerza mientras ella trataba inútil mente de golpear el brazo de su captor.

—¡No te metas en lo que no es asunto tuyo, vieja decrepita! —dijo el horrible ladrón ordenándole a su secuaz que la empujara hacía el suelo.

—No ¡No! ¡Yo no quiero ir con ustedes, suéltenme! —chillo el niño tratando de zafarse del agarre del secuaz del ladrón.

—¡No dejaré que se lo lleven o yo..! —dijo la mujer con tono amenazante pero fue interrumpida por una daga que sacó el ladrón Gazeem apuntando la cerca de su cara. Todos se quedaron en silencio incluso el niño que dejó de luchar para ver todo con horror.

—¿O harás que, vieja zorra, eh? ¿Vas a llamar a los guardias? ¿En serio crees que van a hacer algo por un par de ratas callejeras? —escupió el hombre con una sonrisa de suficiencia —, ¿Pelearas por este mocoso, en serio crees poder hacerlo? Con una sola orden y mis hombres te hacen pedazos, ya sea a ti o a la pequeña sabandija; si sabes lo que te conviene te olvidarás del niño y harás como si nunca hubiese existido.

—No por favor… —suplicó en susurro la mujer.

—No, no quiero ir…—dijo el niño volviendo a llorar cerrando los ojos.

—Veo que no te convencí del todo, mira niño o aceptas de buena gana venir con nosotros o tendrán otro funeral hoy… Kasul, Ahmaq… —hizo un ademán a los dos sujetos que sujetaron bruscamente a la mujer, mientras que el otro sujeto agarro del cabello al niño obligándolo a ver como el ladrón líder colocaba su daga cerca de la garganta de la mujer —trata de volver a negarte y tendrás en tus manos la sangre de esta mujer.

El niño se quedó en shock mirando con miedo a la buena señora que trato de ayudarlos con todo lo que podía ofrecer y que trato de defenderlo, estar al borde de la muerte; ella le decía en su mirada que no se preocupara por ella pero para el pequeño fue todo, ella no merecía morir por un mocoso que ni siquiera pudo salvar a su madre. En su mente empezó a surgir una idea que lo había atormentado durante algún tiempo; la culpa, su padre se fue para poder mantenerlos a su madre y a él, pero si él no hubiera nacido es seguro que su padre no se hubiera ido y su madre estaría feliz y si se hubiera esforzado más, probablemente su madre seguiría con vida… además era una rata callejera, que más daba si tendría un destino horrible de todos modos.

—No le hagan daño… iré contigo —dijo resignado llorando en silencio.

—Bien, así me gusta —dijo guardando su daga y ordenando le a sus secuaces que soltaran a la mujer sin cuidado, que cayó de rodillas; levantó su mirada hacia el hombre, con súplica—, y en cuanto a ti anciana será mejor que no intentes nada, porque que si es así será el mocoso el que pague.

La mujer no pudo más que mirar con total impotencia y dolor como se llevaban al niño, repitiendo en voz baja disculpas hacia el pequeño que caminaba hacia dónde lo llevarán los sujetos con la cabeza baja.

(…)

Ya de noche. El niño fue llevado a un lugar llamado el bazar de los ladrones, que como su nombre lo indica es un lugar donde solo la escoria más peligrosa de Agrabah se junta; ya sea para comer, planear sus próximos robos o hacer negocios ilícitos. En la entrada, el líder ladrón le ordenó a sus secuaces que esperarán mientras el hablaba con una mujer robusta de aspecto desagradable en la barra, donde el hombre señaló al niño y ella ordenó que lo llevarán a la parte trasera del bazar.

—Muy bien pequeña sabandija —dijo la vieja con desdén— este ahora será tu hogar si no es que antes te vendan como esclavo a un viejo degenerado o lo que sea, me importa un carajo— dijo abriendo una puerta en uno de los pasillos, que para sorpresa del niño revelaba un cuarto con otros niños que rápidamente se pusieron derechos mirando con miedo a la mujer—¡sorpresa pequeñas mierdas! Tienen a un nuevo compañero, pónganlo al corriente y ojalá que no resulte ser un puto inútil como algunos de ustedes… pequeñas ratas —dijo con fastidio la mujer empujando a niño al interior de la habitación para después cerrar la puerta con fuerza, poniendo seguro.

Cuando ya no se oyeron sus pasos, los niños suspiraron de alivio y vieron al niño con curiosidad, hasta que una niña con un hijab en la cabeza donde se asomaban unos mechones castaños, vestido andrajoso, de piel morena y ojos azules, se acercó al niño que miraba a todos con timidez.

—Hola… me llamó Sadira…¿Cómo te llamas? —trato de sonar amable la niña aunque se notaba cierto nerviosismo, probablemente por la mujer que acababa de irse.

—Soy… me llamo Aladdín… —dijo aún de manera tímida pero dando una pequeña sonrisa a la niña.

—Debiste tener un día muy agitado ¿no?... Ven te enseñaré donde puedes dormir, debes estar cansado, puedes dormir a mi lado —dijo tomándolo de la mano y guiandolo hacía una esquina al fondo de la habitación; donde un intento de cama, que era solo un tapete gastado y una almohada de igual manera estaban en el suelo. Sadira lo invitó a sentarse para que ella hiciera lo mismo en su propio tapete frente a él—, no es lo más cómodo pero te acostumbraras…

—Y más vale que lo hagas, porque aquí no les gustan los quejumbrosos a menos que quieras un ojo morado o peor, terminar sin una mano —Aladdín y Sadira voltearon a ver a un niño acostado de espaldas a ellos en su propio tapete, gruñir con sarcasmo.

—Vamos Amal no espantes al chico nuevo… —se metió a la conversación un chico de piel mucho más oscura y mayor que todos acercándose a ellos, atrás de él lo venían siguiendo otros dos niños uno de piel bronceada de la misma edad que Aladdín y otro más pequeño de piel morena pero algo más clara —… no tengas miedo por las palabras de Amal, si sabes como manejarte aquí, no tendrás que pasar por eso… Me presento, yo soy Kassim y estos dos pequeños son mis hermanos… bueno no hermanos, hermanos, pero se han pegado tanto a mi que ya es como si lo fueran… ellos son Babkak y su hermanito Omar, saluden maleducados —dijo y ambos pequeños dieron un saludo tímido a Aladdín.

Él les devolvió el saludo ya un poco más confiado, aunque no lo diría, le sorprendía que el niño mayor; su nombre tuviera similitudes con el de su padre Cassim. Oh su padre, más que nunca deseaba que él volviera ahora mismo…pero su ilusión se apago al pensar que tal vez… tal vez su padre también murió…

—Hola a todos, es un gusto conocerlos… bueno ¿Pará que nos tienen aquí? —pregunto Aladdín una vez que la habitación quedó en silencio.

El niño que estaba acostado se enderezó tomando la misma posición sentada mirando frente al chico. Dándole una mirada sería.

—Básicamente así está el asunto: nosotros somos los ratones callejeros de Gazeem, le servimos, robamos y mendigamos para él, tenemos que cumplir una cuota y si no lo hacemos recibiremos un castigo, dependiendo que tanto traigamos o de su estado de humor, eso sí, no hay un castigo leve por así decirlo… —dijo el niño de nombre Amal, sin dejar su seriedad.

—Oh —soltó con desánimo el niño.

—Oh sí y por si te preguntabas, todos somos huérfanos por eso Gazeem nos trae aquí; nadie reclamaría por nosotros, nadie se preocuparía por nosotros, y nadie sospecharía de nosotros, somos perfectos para pasar entre los transeúntes y robarles su dinero, claro si no eres como Sadira que hace más escándalo para tratar de desamarrar una simple bolsa de monedas… —soltó con sarcasmo mirando a la niña que hizo un puchero.

—No es mi culpa que el último castigo me jugará una mala pasada, mis manos no dejaban de temblar —dijo mientras se le cristalizaban los ojos.

—Lo sabemos Sadira, pero debes aprender a controlarte, recuerda lo que dijo Dounia; un fracaso más y serás vendida como esclava a un asqueroso… —trato de no sonar cruel Kassim, pero no ayudo mucho.

—Mmmm lo sé pero…que más puedo hacer, no soy experta, yo… no se que voy a hacer —dijo desesperada mirando sus manos que temblaban y con los ojos cristalizados. Aladdín pudo notar marcas de golpes en sus muñecas y miró con compasión a la niña. Mientras que Kassim y sus hermanitos bajaban la mirada y Amal rodaba los ojos con molestia.

—Hey tranquila … si quieres te puedo ayudar —sugirió Aladdín poniendo una mano en su hombro y dándole una mirada reconfortante, haciendo que la niña lo mirara esperanzada e hipara tratando de no llorar.

—Oh genial un buen niñito nos trajeron… habla como si fuera pan comido, me preguntó cuánto tiempo aguantaras antes de llegar a tu límite —volvió a soltar con sarcasmo Amal—, escucha niño… aquí cada quién vela por su propia vida y te sugiero que hagas lo mismo… te recomiendo que mejor hagas equipo con Kassim y sus hermanos, tienen más experiencia y son el mejor equipo para robar…

—¿Acaso vas a dejar a su suerte a Sadira, pensé que eran amigos? —preguntó Aladdín viendo a Amal con sorpresa con una mezcla de indignación. No podía creer la frialdad de este niño.

—jajaja —soltó una risa fingida—, no se porque asumiste que éramos amigos… aquí no hay cabida para la amistad… aquí sobrevive el más fuerte… así que considéralo una vez más, antes de hacerte responsable de alguien sino puedes valerte por ti mismo. Te lo digo, no por que te quiera como amigo, sino por lástima —soltó venenosamente Amal.

—Pues no necesito tu lástima, y no me subestimes, tengo experiencia en el robo así que me las arreglaré para que Sadira y yo estemos bien. Gracias por el consejo, Amal —dijo con una mirada determinada y desafiante Aladdín mientras tomaba la mano de Sadira y la apretaba dándole un gesto que le decía "confía en mí".

—Bah como sea, es como hablar con una pared —bufo con fastidio Amal volviéndose a acostar en su tapete dándoles la espalda.

—No pienses mal de Amal, podrá parecer frío pero una vez que lo conozcas te caerá bien, muy en el fondo le preocupas por eso te lo dice —susurro Kassim tratando de bajar la tensión.

—Bueno pues no es la mejor manera de demostrarlo… —susurro Aladdín sarcásticamente.

Babkak tiro de la ropa de Kassim, indicándole que ya era la hora de dormir y señalando a Omar que se tallaba los ojos con sueño.

—Bueno los dejo ya es tarde… tengo que acostar a estos tontos, mañana tenemos un gran "trabajo" por hacer, buenas noches… —se despidió de los dos y se fue con sus hermanos a sus respectivos lugares para dormir.

Una vez apagadas las luces, Aladdín y Sadira hicieron lo mismo y se acostaron en sus incómodos tapetes; viéndose frente a frente, siendo iluminados por la luz de la luna que se filtraba por una pequeña ventana…

—Gracias —susurro con profundo agradecimiento Sadira viendo a Aladdín; sonrojándose, afortunadamente para ella, la luz que se filtraba no era lo suficientemente brillante para que se viera—, gracias… yo no se que decir… apenas me conoces y te haz ofrecido a ayudarme…

—Bueno es lo menos que podía hacer, tú fuiste amable conmigo y mi madre me decía que si alguien es amable conmigo tengo que devolvérselo, ayudar a otros si puedo hacerlo —susurro con melancolía y volteándose para ver el techo, recordó a su madre; ni siquiera pasó un día y ya la extrañaba mucho, sus ojos se cristalizaron pero rápidamente se tallo con su brazo para evitar que las lágrimas salieran, ni siquiera pudo tener su momento de duelo adecuado antes de estar metido en este lío.

—Ella… debió ser una buena persona… —susurro Sadira con cierto cuidado y con cierto tono tratando de consolar a Aladdín, por la manera de reaccionar de él, Sadira supuso que apenas acababa de perder a su madre (y también se abstuvo de preguntar por su padre pese a que estuvo tentada), pues ella también actuó así cuando murieron sus padres.

—Por supuesto que lo fue… —dijo Al girando su cabeza hacia ella sonriendo y de repente dio un bostezo—… bueno, vamos a descansar tenemos mucho por hacer mañana… buenas noches Sadira —dijo dando otro bostezo y dándole la espalda a la niña.

—Buenas noches Aladdín —susurro la niña para acomodarse en el tapete y cerrar los ojos para dormir.

Sin darse cuenta que Aladdín todavía no se había dormido y sólo estaba tratando de no emitir ningún ruido mordiéndose el labio, cerrando los ojos con fuerza mientras las lágrimas no dejaban de correr. Y así sucedería durante varias noches a partir de ese día que le fue quitada su libertad.


Hola gracias por leer.