George Weasley

"No me parece que el hombre esté hecho para ser dichoso con tanta facilidad. La felicidad es como esos palacios encantados cuyos dragones guardan las puertas. Hay que luchar por conquistarla."

Alejandro Dumas, El Conde de Montecristo

Agosto

De todas las formas en que Hermione podría haber imaginado pasar la mañana del sábado con una leve resaca, dar carta blanca a Pansy Parkinson sobre su conjunto para la fiesta de cumpleaños de James no era lo primero que Hermione esperaba. Pero supuestamente Hermione se lo habíaprometido, sin importarle que no recordara del todo los detalles de aquella conversación más allá del borrón de las deliciosas copas mezcladas que Blaise había servido la noche anterior. En los cuatro viernes sucesivos desde que Hermione y Draco habían vuelto al circuito social de la mansión Nott, Pansy se había quejado de las elecciones de vestuario de Hermione en cada ocasión y, al parecer, el cumpleaños de un niño de tres años se había convertido en su momento de redención.

Así fue como, preparándose para dicha fiesta, Hermione se encontró metida en su vestidor con Pansy a punto de estallar de alegría mientras rebuscaba entre la ropa de Hermione.

—Evento en interior, ¿correcto? —preguntó Pansy en medio de una despiadada evaluación de sus opciones.

—Sí, será en casa de Harry, —dijo Hermione. Se apoyó en la jamba de la puerta, preparándose para un largo proceso de selección.

—Ah, ¿esa vieja casa decrépita que debería haber sido para Draco?

Fuera del campo visual de Pansy, Hermione levantó las manos, se tensó y luego las dejó caer en una muestra de exasperación que se hundía en la aceptación.

—A veces me pregunto si estás intentando sacarme de quicio. Estoy segura de que eres consciente de que Sirius tenía todo el derecho a legar la propiedad a Harry, —dijo Hermione, mostrándose cortés.

Pansy hizo un ruido pensativo entre conjuntos.

—Pero es que eres tan divertida cuando te pones así, —fue lo único que admitió.

Pansy sacó algo de entre las apretadas perchas y se lo puso a Hermione en los brazos.

—¿Qué es esto? —preguntó Hermione, sorprendida una vez más por una pieza que no había visto nunca.

—Es un pantalón palazzo de lino verde, obviamente, —respondió Pansy con despreocupación mientras volvía a su búsqueda. Un momento después, dejó caer una camisa de seda negra sobre la monstruosidad de tela verde.

—Pansy, esto es horrible.

—No lo es; te encantan estos pantalones. Son perfectos para agosto. Además, estarás dentro así que no necesitas preocuparte mucho por el tiempo.

Hermione consideró la paleta de colores que se le presentaba.

—Me estás vistiendo con los colores de Slytherin a propósito, ¿verdad?

—Tienes que aprender de alguna manera. Comprométete conmigo, Granger. Los pantalones tienen elástico en la cintura. Sinceramente, es muy generoso de mi parte permitirlo.

—Lo dice la mujer a la que dejo elegir mi vestuario.

—Yo elegí la mayor parte de esto contigo. Soy una parte inversora en esta empresa. —Pansy se rio.

Sin dejar lugar a más discusiones, Pansy sacó a Hermione del vestidor y la llevó a la cómoda. Abrió el cajón de la lencería que Hermione había evitado con éxito durante más de seis meses.

—Hoy llevarás uno de estos, —anunció Pansy, con una mano bajo la barbilla mientras consideraba las opciones que tenía ante sí.

—No recuerdo haber pedido ayuda con mi ropa interior.

—Y, sin embargo, estoy a punto de quemarme en toda esta tensión sexual entre tú y Draco.

Hermione se quedó con la boca abierta, buscando una respuesta.

—Granger, no digo que tengas que ponerlas en práctica hoy, pero probablemente no estaría de más estar preparada, —dijo Pansy mientras sacaba del cajón un conjunto negro a juego: un poco de encaje y relativamente razonable, todo sea dicho—. Solo tienes que ponerte esto. Y deja el tercer botón de la blusa desabrochado, lo verá si está de pie cerca. Conveniencia de ser tan alto. —Resultaba casi impresionantemente clínico cómo Pansy podía trazar semejante estrategia. Hermione tuvo la sensación momentánea de que se había separado de su cuerpo, viendo cómo se desarrollaba una escena tan extraña como si fuera otra persona.

Pansy deslizó el cajón para cerrarlo e indicó a Hermione que se cambiara con un gesto de la mano en dirección al vestidor. Cuando Hermione no se movió, todavía un poco estupefacta, Pansy tamborileó con sus uñas rojas como la sangre contra la encimera de la cómoda con una cadencia impaciente.

—¿Qué? —empezó Pansy—. ¿No quieres que eche un vistazo?

Hermione no tenía respuesta para eso. Porque si realmente lo pensaba, la respuesta era un sí a regañadientes. No se oponía exactamente a un poco de acaloramiento. Decidida, Hermione se dirigió al vestidor y se cambió. Pansy Parkinson tenía razón, y Hermione lo encontraba bastante molesto.

Cuando salió de nuevo, completamente cambiada, Pansy estaba sentada en silencio, encaramada al borde de la cama, con una ceja levantada.

Hubo un momento de silencio antes de que Hermione pusiera los ojos en blanco y cediera.

—Vale, me gustan los pantalones, —admitió.

—La lencería tampoco está tan mal, ¿verdad?

—No voy a responder a eso.

Pansy sonrió a pesar de todo, dio una palmada y se levantó.

—Mi trabajo aquí ha terminado.

Hermione se miró en el espejo del tocador. A pesar de la evidente combinación de colores verde y negro, no se sentía patentemente ridícula ni como una mascota de Slytherin. El hecho de que los pantalones se inclinaran más hacia el verde oliva que hacia el esmeralda sin duda ayudaba.

—Si buscas alguna joya que ponerte, hay un anillo en la mesilla de Draco que quizá te interese, —comentó Pansy con displicencia.

La mirada de Hermione se desvió hacia el reflejo de Pansy en el espejo. Pansy no la miró. En cambio, examinó sus uñas, obviamente perfectas, con intensa curiosidad.

—¿Qué acabas de decir? —preguntó Hermione, haciendo todo lo posible por controlar el alboroto de reacciones diferentes que competían por la prioridad en el primer plano de su cerebro. La incredulidad se impuso.

—Me doy cuenta de que crucé algunos límites. Me disculpo, ¿de acuerdo? En realidad, me siento bastante culpable por ello, lo cual si recordaras algo de los últimos años sabrías que esmuyinusual en mí, pero...

—Dioses Pansy, ¿qué has hecho?

—Bueno, no me quedé sentada en la mesa de tu cocina mirando a tu gato cuando Theo me coló hace un par de meses, ¿verdad? —espetó Pansy, levantando por fin la vista de sus uñas.

Hermione se apartó del espejo para poder mirar directamente a Pansy.

—Puede que haya fisgoneado un poco, —admitió Pansy poniendo los ojos en blanco, como si fuera otra persona la que admitiera una violación tan frívola de la intimidad.

La cara de Hermione debió de enrojecer tanto como su vista, un pulso caliente de irritación irradiaba de su pecho. Pansy se dio cuenta, porque se levantó de un salto y se acercó a Hermione, con la cara más compungida que había visto nunca.

—Es que... —Pansy lo intentó con una salida en falso—. Era bastante increíble lo que decían que te había pasado y tenía que saberlo. Así que husmeé un poco y encontré tu anillo, lo cual era bastante raro, pero luego me lo puse y lo llevé todo el tiempo que hablamos y tú... tú ni siquiera te diste cuenta. Bueno, pareció que te habías dado cuenta por un segundo, pero no dijiste nada y... —Pansy soltó un enorme suspiro— no te lo has puesto desde entonces y me di cuenta de que debe haberalgoque no entiendo y... de verdad me siento mal por ello, Granger, ¿de acuerdo? Y sé que ya no crees de verdad que seamos amigas y yo... bueno, una vez me dijiste que aprecias la sinceridad, así que lo estoy intentando, ¿vale?

Hermione perdió el hilo de sus pensamientos cuando la confesión de Pansy, convertida en disculpa, pasó a ser algo totalmente distinto. No podía saber cómo se sentía, solo que había algo inestable en la mirada abiertamente incómoda de Pansy.

—Déjame resumir lo que creo que acabo de oír, —empezó Hermione, necesitando un respiro y un momento para serenarse—. Entraste en mi piso, rebuscaste entre mis cosas, te pusiste mi anillo de casada como una especie de prueba de la veracidad de mi pérdida de memoria, te sentiste culpable por ello y ahora me estás... ¿qué? ¿Pidiendo perdón?

Pansy soltó un suspiro aliviada.

—Oh bien, me alegro de que lo hayamos arreglado.

—No he dicho que te haya perdonado.

Pansy se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos. En un instante, casi antes de que Hermione pudiera captarlo, vio que en el rostro de Pansy se dibujaban el miedo genuino, el arrepentimiento sincero y algo inquietantemente parecido a la tristeza. Se retorció las manos, solo una vez, antes de obligarse a llevar los brazos a los costados.

Hermione no podía explicarlo exactamente, tal vez fuera otro eco o el desgarro de un reflejo, pero ver a Pansy tan genuinamente preocupada impedía a Hermione invocar la verdadera ira. Irritación, desde luego. Pero no estaba enfadada. A regañadientes, casi se sentía mal por Pansy, un sentimiento surrealista en estas circunstancias. Así que, en vez de gastar su energía en ira, Hermione se abrazó brevemente a Pansy.

—Te creo, —dijo Hermione cuando Pansy se puso rígida en sus brazos.

—¿Qué parte? —preguntó Pansy mientras se apartaba, alisando las arrugas inexistentes de su blusa—. ¿La parte de que somos amigas o la parte en la que yo... ya sabes, me disculpo?

Ver a Pansy esforzarse por admitir que intentaba disculparse era motivo suficiente para perdonarla, si Hermione era sincera consigo misma.

—Ambas, —admitió Hermione—. Acepto tus disculpas. Pero Merlín, Pansy. Límites.

Con muy poca fanfarria adicional, aparte de la insistencia de Hermione en que no miraría el anillo sin hablar con Draco, Pansy salió del dormitorio y se dirigió al vestíbulo, presumiblemente hacia el Flu. Hermione captó el final de la despedida de Pansy a Draco.

—Disfruta de la vista hoy, —dijo Pansy con mucho más entusiasmo del que el sentimiento justificaba sin contexto. Después de sentir unas breves ganas de estrangular a Pansy, Hermione decidió que la Slytherin tenía el mismo tipo de cualidades que Theo: exasperante y desagradablemente simpática de un modo único.

Hermione se tomó un momento para volver a comprobar la hora de la fiesta de James en su agenda. A pesar de la inesperada confesión de Pansy, su sesión de estilismo no había durado tanto como Hermione esperaba. Satisfecha, Hermione devolvió el cuaderno al cajón de la mesilla de noche, junto al móvil que había dejado morir hacía meses. Ahora que tenía un almuerzo fijo con sus padres una vez al mes, no necesitaba la tecnología. En cambio, tenía a sus padres de vuelta.

Era algo extraño, la tímida crudeza del progreso. La normalidad parecía tecnología muggle redundante y un botón más de la blusa sin abrochar: cosas sencillas que llenaban lentamente sus espacios vacíos con los ecos de viejos recuerdos y la creación de otros nuevos.

Encontró a Draco sentado en el sofá de terciopelo, vestido impecablemente con unos pantalones oscuros y una camisa gris claro abotonada que llevaba remangada hasta los codos. En los últimos meses se había dejado crecer aún más el pálido cabello, que peinaba hacia atrás y le daba un aire majestuoso a su aspecto. Llevaba las gafas puestas mientras se inclinaba sobre el libro que tenía en el regazo. Entre su evidente inteligencia y su presencia física en general, Hermione no estaba precisamente decepcionada de que Pansy la hubiera obligado a ponerse ropa interior de encaje.

Miró por encima de las gafas cuando Hermione se acercó.

—Pansy parecía estar de buen humor, —comentó.

—Me ha puesto los colores de Slytherin, como puedes ver.

—Estás preciosa, —dijo, cerrando el libro.

—También tuvimos unmomentojuntas, —añadió Hermione sin medios para describirlo mejor.

Draco rio entre dientes, dejando el libro a un lado.

—Espero que no os hayáis hecho daño.

Hermione se limitó a poner los ojos en blanco y aprovechó para echar un vistazo al título que había estado leyendo:Males Mágicos de la Mente, sexta edición.

—¿Algo? —preguntó, refiriéndose al libro.

Draco se quitó las gafas con un pequeño suspiro de decepción.

—Nada, —dijo—. He estado investigando posibles conexiones con pociones, ya que es lo que los profesionales creen probable. —Se burló al usar la palabra profesional. La imagen de un Jenkins intimidado pasó por delante de la mente de Hermione—. Pero no va a ninguna parte, —admitió.

Hermione se sentó a su lado. En silencio, dio voz a un temor creciente.

—¿Y si es otra cosa? ¿Y ni siquiera lo hemos considerado?

Draco no se molestó en disimular su preocupación. Se limito a estirar la mano y la atrajo hacia sí, y sus manos se posaron en la masa de rizos de la muchacha, retorciéndolos con pasiva fascinación mientras le ofrecía pasivo consuelo.

Hermione torció el gesto y dejó que su cabeza se apoyara en su hombro.

—Sabes, —empezó ella—. Lo más cerca que estoy de recordar es contigo.

Sin mirarle, pudo percibir la sonrisa de satisfacción que se dibujaba en su rostro.

—Ah, ¿sí? —preguntó en un discreto intento de solicitar más información a pesar de su petulancia.

Se arriesgó a mirarle.

—Que no se te suba a la cabeza. Solo intento ser sincera. Ya sabes, comunicarme.

Siguió sonriendo. La mano que le revolvía el pelo llegó hasta la base del cuello. Con un movimiento evidentemente practicado, el pulgar y el índice recorrieron los músculos a ambos lados de la columna vertebral, desenrollando una tensa maraña en el cuello y haciendo brotar pequeñas llamas internas.

Vergonzosamente, sus ojos rodaron hacia atrás sin su consentimiento, un pequeño gemido de aprobación arañando el camino desde la base de su garganta. Draco soltó una risita, pero era un ruido oscuro, desprovisto de las cosas que se hacen a la luz.

—Cosas así, —dijo Hermione, rodando los hombros lo suficiente para indicar que se refería a las magníficas cosas que sus manos de pocionista estaban haciendo en sus sistemas nervioso y muscular—. No recuerdos. Sino ecos. O reflejos. Me has... —un escalofrío recorrió su columna vertebral—. Me has tocado así antes.

No le quedaba voz para sus palabras, solo aire transportado por una respiración inestable. Pensó que podría acostumbrarse a la forma en que la tocaba, a los fuegos que provocaba con su piel y a la ausencia de ceniza cuando estaban separados. Pero incluso ahora, meses después de su incendio inicial, provocado mientras estaban pegados a la puerta de su piso, ella ansiaba cada vez más sus actos incendiarios.

Draco habló contra el costado de su cuello, una distancia que había acortado sin que ella se diera cuenta.

—Lo he hecho, —dijo. El momentáneo roce de sus dientes contra su carne casi le impidió a Hermione respirar, rehén de una violenta expectación. Sus labios sustituyeron a los dientes, presionando fugaces y ligeros besos sobre la longitud vertical de su cuello y hacia la unión bajo su oreja.

—Es sábado, —registró débilmente que le decía—. James me está robando el sábado contigo. —El roce de su lengua bajo su mandíbula la obligó a estirar la mano, una mano que encontró la pierna maciza de él, apretando la tela de los pantalones en su puño.

—En realidad no puedes enfadarte con él, —dijo ella, inclinándose hacia su tacto, con el cerebro prácticamente cortocircuitándose con cada sacudida eléctrica de sus labios o su lengua o sus dientes—. Le quieres.

—Cierto, —le concedió a su punto de pulso.

—Pero vamos con un poco de adelanto, —se las arregló Hermione entre brumas—. Nos sobran unos minutos, —continuó, avivando más las llamas.

Dejó de moverse y despegó los labios de los lugares de su cuello que ansiaban más contacto.

—¿Solo unos minutos? —le preguntó, lo suficientemente cerca como para que sus labios apenas la rozaran mientras hablaba.

—Solo unos pocos, —confirmó con un suspiro entre el placer y la decepción.

Solo el pequeño apretón de su mano en la base del cuello delató sus intenciones. Él los inclinó, bajando la espalda de Hermione contra el sofá, la deliciosa sensación de su peso hundiéndose contra ella.

—Tendré que hacer que merezca la pena, —suspiró, desprendiéndose por fin de su trabajo contra el cuello de ella.

No tuvo tiempo de dar una respuesta concisa, aunque tampoco tenía mucha capacidad para conjurarla, ya que él le robó las palabras de los labios con la boca. No pudo resistir el impulso de arquearse contra él, la necesidad de un contacto más estrecho le punzaba los poros. A lo lejos, intentó recordar si se había acordado de dejar desabrochado el tercer botón, siguiendo las órdenes de Pansy.

Pero decidió que no importaba mucho cuando Draco gimió contra su boca a pesar de todo. Era un sonido desesperado y necesitado, provocado por el vacío que había entre ellos y la repentina ausencia de aire en la habitación. Pero de algún modo, incluso sin oxígeno para quemar, las llamas seguían creciendo.

Hermione le pasó una mano por la mandíbula, lisa y recién afeitada, antes de pasarle los dedos por el pelo de la nuca. Había aprendido que podía hacerle estremecer con solo arrastrar las uñas por el cuero cabelludo y, como siempre había sido un ejemplo de excelencia académica, disfrutaba con cada oportunidad de poner a prueba sus conocimientos.

Pero en lugar de un estremecimiento, él se revolvió contra ella, un pedernal y un acero de fricción que hacían saltar chispas hasta lo más profundo de su ser. Ella tiró de él con más fuerza, desesperada por memorizar el sabor de su boca y la forma de los pequeños suspiros que él exhalaba directamente a sus pulmones.

Hermione podía pasarse horas con la boca pegada a la suya, actuando por puro reflejo y dejando que su cerebro se calmara el tiempo suficiente para que el tira y afloja entre el miedo y la esperanza se desvaneciera en algo distante e intrascendente. De hecho, había pasado horas haciendo precisamente eso: saboreándolo, tocándolo, acercándose cada vez más a una cornisa de intimidad por la que sabía que pronto caería.

El tira y afloja entre el miedo y la esperanza había empezado a favorecer a un ganador en su mente, especialmente con la adición de la fastidiosa investigación de Draco que, también, parecía no llevar a ninguna parte. Pero había querido acostarse con él cuando lo conoció de nuevo, plenamente. Egoístamente, tal vez, ella quería todo su contexto, toda su historia. Quería saber qué significaba para ella estar con él de esa manera.

Pero cada día que pasaba veía menos motivos para creer que su estado cambiaría en un acto espontáneo de recuperación o que sus bloqueados sanadores anunciarían de repente un gran avance. Su proverbial reserva de esperanza se había reducido a menos de la mitad. Así que el precipicio al que se acercaba, enredada en sus miembros y a merced de su boca, empezaba a parecerle un salto cada vez más bienvenido hacia lo desconocido.

Su pecho se agitó, luchando por respirar adecuadamente incluso después de que él soltara sus labios e iniciara un camino de besos sofocantes por su cuello, a través de su clavícula y más abajo. Su blusa se movió y Hermione recibió la confirmación de que debía de haberse acordado de dejar el tercer botón desabrochado, porque todo el cuerpo de él se aquietó. Exhaló un aliento estrangulado, cuyo aire se deslizó por la curva de su pecho, por debajo de la tela de la blusa y directamente hasta el cable de nervios entre sus piernas.

—Joder, —murmuró él, reanudando su adoración por la piel de los bordes de su blusa, desplazándola aún más, acercándose a la cornisa.

Hermione echó la cabeza hacia atrás y su cuerpo se arqueó bajo el arrebato del elogio físico. Sus ojos, entreabiertos, se fijaron en el reloj de la cocina.

—Joder, —exhaló con mucha menos reverencia que Draco.

Se detuvo, mirándola con un anillo de mercurio fundido orbitando un enorme charco de negro en los ojos. Comprendió que se les había acabado el tiempo en el espacio de un parpadeo gravemente decepcionado. Con un suspiro demasiado dramático, se levantó y se apoyó en los talones. Le tendió una mano y tiró de ella para sentarla cerca de su pecho. Se inclinó hacia su oído.

—Esto no ha terminado.

Hermione tenía muy poca capacidad de respuesta. Se limitó a dejar que sus manos trazaran runas aleatorias sobre su pecho mientras su respiración volvía a la normalidad.

Draco se aclaró la garganta, se sentó y puso distancia entre ellos. Lanzó un rápido encantamiento para quitar las arrugas de su ropa y luego hizo lo mismo con la de ella. Los pliegues de sus pantalones de lino se habían convertido en una escena del crimen en la que se detallaban todas las intenciones peligrosas que había tenido momentos antes.

—Si no tuviera que quitarme de la boca el sabor de aquel bautizo tan hortera, diría que nos saltáramos la fiesta sin más, —admitió Draco con una leve expresión de desdén cruzando sus facciones.

Hermione soltó una suave carcajada.

—No lo harías. James se sentiría muy decepcionado. Esto no será tan malo como el bautizo. Son solo amigos íntimos y familia, muy pequeña.

Refunfuñó algo casi ininteligible y se levantó, recuperando la elegancia que le caracterizaba, tan fácil de llevar como su ropa a medida. Le ofreció la mano y se marcharon. Juntos.

Hermione estaba apoyada en una encimera de la cocina de Grimmauld Place, acunando a una pequeña Daisy Weasley mientras charlaba con Ron, sorprendentemente a gusto. No era la conversación más estimulante, no es que lo fuera alguna vez con Ron, pero era fácil y familiar y eso sin duda contaba.

—¿Está durmiendo bien? —preguntó Hermione, balanceándose ligeramente y sonriendo al somnoliento bebé que tenía en brazos.

—Merlín, no. Al parecer, le debo una disculpa a Ginny por burlarme de ella cuando se quejaba de James. —Ron se rio.

Hermione sonrió, recordando los llantos que había oído de James durante varias visitas después de irse a la cama. Por un momento, cruzó la mirada con Draco al otro lado de la larga y estrecha cocina. Acorralado entre Lavender y Ginny, con Harry intentando desesperadamente evitar que James se subiera a la mesa y se agarrara a la colección de caramelos y dulces que había allí, Draco también la miraba.

Meses atrás podría haber esperado ver celos o sospechas detrás de sus ojos mientras se encontraba cara a cara con Ron. Pero en lugar de eso, tenía una expresión suave en el rostro y una sonrisa de oreja a oreja en la comisura de los labios.

Apartó la mirada, distraída brevemente por la carcajada de George al otro lado de la cocina mientras hablaba con Molly.

—Por cierto, el bautizo fue precioso, —le dijo a Ron, esperando sonar sincera.

—Gracias, Mione. Significó mucho para Lavender. La comida de después estuvo buena, ¿no?

Murmuró que estaba de acuerdo, pero lo recordó insípido. Alisó unos mechones finísimos de pelo rubio fresa cerca de la sien de Daisy, aun meciéndola.

Volvió a mirar a Draco. Él observaba cómo Lavender gesticulaba salvajemente, claramente emocionada por cualquier historia que contara. Ginny parecía un poco horrorizada. Hermione no pudo evitar sonreír al ver la expresión cuidadosamente neutral de Draco, tan obviamente falsa para sus ojos recién entrenados, pero probablemente una visión de cortesía para cualquier otra persona en la habitación. El esfuerzo de Draco le estrujó el corazón.

Mientras Hermione miraba a su cónyuge, evidentemente Ron también miraba a la suya. Le oyó gemir a su lado.

—Espero que no esté contando la historia de mi primer pañal... —empezó.

—Ron, ¿por qué rompimos? —interrumpió Hermione. Se sentía urgente, de repente, que lo supiera. O más bien, finalmente se sintió como el momento adecuado.

Se volvió de nuevo hacia él, que parpadeó, quizá sorprendido por la interrupción o simplemente confundido por la brusquedad de la petición.

—Oh, —dijo—. Bueno, eres más lista que yo. —Hizo una pausa y se rio—. Y no me refiero solo en general, aunque eso también es cierto. Tú lo viste antes que yo. Las cosas que tenemos en común no son realmente nuestras, ¿sabes?

Cruzó los brazos y se apoyó en el mostrador que tenían detrás. Parecía despreocupado, como si el tema hubiera quedado zanjado hacía tiempo.

—Teníamos a Harry, la escuela, una guerra... ¿pero nuestros intereses? Tú odias el Quidditch y yo ni siquiera leí los libros de embarazo que Lav me compró. No podría haber funcionado, —concluyó con sencillez. Le dedicó una pequeña sonrisa. Era una versión simplificada de lógica familiar, la suya propia, lo sabía.

Su cerebro conjuró un único pensamiento en los instantes que siguieron: Draco Malfoy intentaba leer su libro favorito todos los años, aunque lo odiaba.

Cuando volvió a mirar a Draco, se encontró con su mirada. Parecía en parte divertido y en parte agotado. Arqueó una de sus cejas interrogantes hacia ella. Lo observó llevarse el vaso a los labios, beber un sorbo y volver a bajarlo. Sus ojos siguieron el movimiento del vaso, inspirando a los suyos a hacer lo mismo.

Vio cómo lo golpeaba contra la mesa: una, dos, tres veces, y luego volvió a mirarla. Su sonrisa creció, un poco de conspiración detrás de sus ojos.

La acción le resultó familiar, del mismo modo que le resultaban familiares los ecos y los reflejos que habían empezado a gobernar sus instintos. Se volvió hacia Ron.

—¿Puedo devolvértela? —le preguntó.

—Por supuesto, gracias por darme un respiro, —dijo, alzando a Daisy de sus brazos.

Sin saber muy bien por qué, Hermione cruzó la cocina y se detuvo junto a Draco.

—¿Puedo robarte un momento? —le preguntó tanto a él como al grupo. Ginny estaba demasiado distraída con Albus tirándole del pelo como para responder, pero Lavender parecía realmente decepcionada antes de que Ron se les uniera y la distrajera con Daisy.

—Pastel en quince, —dijo Harry sin levantar la vista de donde James tenía una variedad de dulces y juguetes esparcidos por la mesa, la atención revoloteando de uno a otro más rápido de lo que Harry podía recogerlos del suelo o evitar que rodaran hasta el otro extremo de la mesa. George se les unió, agachándose junto a Harry y acercando una variedad de juguetes y caramelos a James justo cuando Harry suspiraba derrotado.

Draco se levantó con una mirada de confianza que concluía que no le echarían de menos y siguió a Hermione fuera de la cocina.

No tenía ningún plan más allá de robarle, pero de repente no pudo poner suficiente espacio entre ella y la cocina con su modesta reunión para James, aunque solo fuera por un momento. Un eco de su beso en el sofá le zumbó en las venas.

—¿Qué era eso que estabas haciendo? —preguntó Hermione, volviéndose hacia él—. ¿Con el vaso sobre la mesa? En cierto modo, me resultaba familiar.

Draco estaba cerca de ella en la escalera donde se habían detenido, con una sonrisa dibujada en la cara.

—Es algo que hacemos a veces, una petición de ayuda. Me alegro de que hayas captado el mensaje. —Extendió la mano y le colocó un rizo detrás de la oreja mientras se acercaba aún más, con un aire despreocupado y juguetón en sus facciones.

Hermione intentó contener la punzada de decepción.

—¿Ya has tenido suficiente de Harry y Ginny hoy? —preguntó, intentando sonar indiferente.

Vio que la preocupación le tensaba los músculos alrededor de los ojos y que se le fruncía ligeramente el ceño.

—Me gustan Potter y la Comadreja, —dijo, despacio, como si deseara no tener que verbalizarlo—. No me importa pasar tiempo con ellos. Lavender, sin embargo, estaba contando una historia de parto muy gráfica que podría haber pasado toda mi vida sin escuchar.

Independientemente de la racionalidad, un matiz de decepción aún permanecía tras las costillas de Hermione. Pero la preocupación de Draco se evaporó, quemada por el calor detrás de sus ojos mientras empujaba hacia delante de nuevo, prácticamente tocándola. La barandilla de madera de las escaleras se clavó casi dolorosamente en su columna vertebral. No le molestó en absoluto.

—Sin embargo, mi razón principal para solicitar tu presencia, —empezó, acercando su cara a la de ella y esbozando una sonrisa malvada—. Era para poder tenerte a solas.

Los espacios en blanco dentro del cerebro de Hermione se apoderaron de ella. No porque buscara un recuerdo que no conociera o porque sintiera el agudo recordatorio de su ausencia. Más bien, porque eran los espacios más fáciles en los que deslizarse cuando Draco le robaba facultades con su tacto o su lengua.

—Oh, —logró decir, intentando que su pensamiento volviera a la vida, luchando contra el calor de su aliento patinando por su mejilla y su cuello. Cuando las yemas de sus dedos se clavaron en sus caderas, tocándola por fin, ella volvió a pensar. Y su intención era única.

Le agarró de una mano y tiró de él escaleras arriba. La risita que la persiguió solo la impulsó más deprisa hasta que, dos pisos más arriba, lo arrastró hasta el pasillo y tiró de él hacia ella, enredando los dedos en su pelo como había hecho aquella mañana. Ligeramente sin aliento por su ascenso y por la asfixiante proximidad que él le ofrecía, a Hermione no le importó lo más mínimo que sus labios y su lengua le robaran más oxígeno de los pulmones.

Había poca reverencia en estos besos, solo hambre y desesperación y una especie de catarsis de la espera y el deseo y el rigor de un horario diseñado para mantenerlos centrados en la cuestión de su memoria y no en la conflagración de la que eran capaces.

Hermione ni siquiera hizo una mueca de dolor cuando su espalda entró en contacto con los elaborados paneles de madera que recubrían la pared; no le importaba el frenesí, ella también lo sentía.

Draco se echó hacia atrás, con una respiración agitada que delataba los temblores de su control. Extendió una mano hacia el cuello de ella, hundiéndola. Sus dedos trazaron un camino al rojo vivo a través de su garganta, sobre la clavícula y hacia el punto sobre su corazón. El eco de aquel movimiento se abrió paso a través de las sinapsis destrozadas, forjando conexiones y llenando los espacios en blanco de su cerebro con nuevas experiencias, reescribiendo las que ya no conocía.

Pero su mano no se detuvo por encima de su corazón como antaño, sino que bajó aún más, más allá del tercer botón que había dejado desabrochado, aterrizando precariamente en el cuarto.

La observó atentamente, con el deseo filtrándose por los bordes vacilantes de su cautela y control.

—¿Puedo? —preguntó con el pulgar y el índice sobre el botón. La pregunta la invadió: una ignición en busca de combustible.

Acostumbrada desde hacía tiempo a la falta de oxígeno, Hermione asintió con una respiración ahogada. Sus propias manos buscaron las trabillas de su cinturón para acercarlo más a ella. Sintió la bocanada de satisfacción cuando la boca de él encontró su cuello, el cuarto botón y varios más por debajo, ya desabrochados en una experta muestra de destreza.

Hermione respiraba entrecortadamente mientras los dedos de él recorrían el borde de encaje de su sujetador con un nivel de contención casi criminal que la hizo acercar más las caderas de él, escapándosele un pequeño gemido.

—Es desconcertante, —empezó entre las pequeñas explosiones que le provocaba en el cuello con la boca—. Pansy está demasiado interesada en mi gusto por la lencería.

Hermione se mordió el labio inferior, mareada por su búsqueda de un suministro de aire aceptable. Sus ojos seguían los movimientos de Draco con fijeza. Cada vez que un dedo se deslizaba, infinitesimal, bajo el borde del encaje, incendiándose contra su piel, ella aspiraba un pequeño suspiro de expectación.

—Es bastante caritativa, —se atragantó Hermione a duras penas—. Pansy solo quiere lo mejor para nosotros.

¿Qué estaba diciendo? ¿Tenían sentido sus palabras? ¿Eran frases verdaderas o solo fragmentos de cualquier idea que pudiera hilvanar bajo su contacto persistente y absorbente?

—Muy caritativa, —murmuró él mientras sus labios se posaban en la clavícula de ella al mismo tiempo que su mano subía y le apartaba el cuello de la blusa y el tirante del sujetador del hombro derecho, dejando al descubierto toda una nueva extensión de piel. Hermione tuvo que apoyarse en los hombros de él, necesitando su propio contacto, mientras su cabeza caía contra la pared.

Empezó a rozar con los labios la piel donde antes había estado el tirante del sujetador, arrastrando besos y pellizcos y fugaces alientos de elogio a medida que su boca descendía, acercándose a la copa de tela de encaje mantenida en su sitio solo por la calidad de su construcción. Con un movimiento brusco, o tal vez un insistente empujón de una boca errante, podrían caer en lo desconocido más allá de la cornisa.

—Oh dioses, que alguien me lance unfregotegoa los ojos, —llegó la voz horrorizada de Harry desde la dirección de las escaleras.

Draco se quedó inmóvil, con los labios aún pegados a su piel, justo encima del pecho. Hermione abrió los ojos de golpe y vio a su amigo más antiguo de espaldas a ellos, con las gafas colgando de una mano y la otra presionando el talón de la palma contra los ojos. La postura de Harry se hundió, con la cabeza gacha, aun firmemente orientado hacia la escalera.

Draco aún tenía a Hermione apretada contra la pared, tomándose su tiempo con su alto el fuego. Mientras se enderezaba, su boca recorrió la piel de Hermione hasta llegar a su oreja, donde su aliento salió áspero en un susurro caliente.

—No he terminado, —gruñó mientras le arreglaba el sujetador y la blusa con una mano sorprendentemente suave a pesar de la frustración que emanaba de él.

—¿Así quede verdadhemos vuelto a esto? —preguntó Harry, sonando lejano y como si estuviera hablando principalmente consigo mismo—. Estuvo bien. Por un tiempo. No tener que preocuparse por meterse en esto cada vez que vosotros dos desaparecéis, —añadió con un suspiro—. La tarta se corta abajo. Por favor, no tengáis sexo en las habitaciones de mis hijos.

Mientras Harry bajaba las escaleras a un paso sorprendentemente rápido. Hermione soltó una risita, rayando en la histeria, mientras se agarraba a Draco para apoyarse.

—¿Él... eso...? —luchó por sus palabras entre las risitas y el absurdo—. Tengo la sensación de que no es la primera vez que Harry es testigo de algo así.

—Es culpa suya, —le dijo Draco, sin dejar de mirarla con una especie de tirón depredador en los bordes de la boca—. Naturalmente desconfiado, entrenado en la observación, Auror. Si dejara de preguntarse dónde está todo el mundo y qué hace todo el mundo todo el tiempo, viviría una vida mucho más tranquila.

George interceptó a Hermione y Draco cuando entraron en la cocina unos minutos después.

—Vosotros dos no habréis visto ningún dulce de aspecto nada sospechoso flotando por ahí, ¿verdad? —preguntó, fracasando en su intento de despreocupación.

Hermione entornó los ojos.

—Oh, George. No lo has hecho.

Levantó las manos en señal de defensa.

—Solo un prototipo para fiestas. No planeaba usarlo hoy, pero puede que lo haya extraviado...

Cualquier excusa que hubiera planeado murió en su garganta al oír una tos, seguida de una risita salvaje y luego una especie de explosión de papel.

Los ojos de George se desorbitaron mientras giraba. James estaba sentado en la mesa de la cocina, con la tarta delante de él, flanqueado por sus padres, mientras tosía esparciendo confeti por la mesa. Ginny ya tenía la varita desenfundada, avanzando hacia su hermano.

—No dejes que te toque, —gritó George al mismo tiempo que Harry intentaba calmar a su hijo, que alternaba entre la confusión y la histeria, el confeti esparciéndose por todas partes, cubriendo a Harry.

—No es dañino, solo molesto... —empezó George cuando Harry empezó a sacarse confeti de su propia boca. Ginny, olvidando su ofensiva hacia George, se dio la vuelta al oír a su marido unirse a su hijo en el caos que suponía arrojar confeti por todas partes.

Lavender se apareció con un pop, llevándose a Daisy con ella mientras Ron agarraba a George.

—¿Trajiste losToseconfettis? ¿Estás loco?

—¿Dónde está Albus? —preguntó Hermione, con la mano aferrada al antebrazo de Draco mientras trataba de encontrarle sentido a la locura de la cocina.

—Mamá está en la otra habitación cambiándole, —contestó Ron mientras un trozo de confeti de papel revoloteaba en el espacio que había entre él y George.

Hermione se alejó un poco más, observando que Ginny había empezado a toser confeti por su cuenta en el fondo.

El trozo de papel voló por el aire cuando Ron y George se separaron. La fuerza de su movimiento hizo que el aire entre ellos se arremolinara y el trocito de papel se alojó en la muñeca expuesta de George.

El efecto fue casi instantáneo, vomitando un colorido confeti sobre Ron, que a su vez soltó el suyo por los aires.

Draco giró, empujando a Hermione a través de la puerta de la cocina con una orden.

—Mantén a Molly y Albus fuera de aquí.

A Hermione casi le entraron ganas de reír; era un espectáculo tan ridículo que, de no ser por la evidente confusión de James al no comprender lo que estaba ocurriendo, lo habría encontrado absolutamente histérico. La retahíla de amenazas nada amables de Ginny hacia George, salpicadas de toses de confeti, rozaban el oro de la comedia.

Pero Hermione se retiró a pesar de todo. Porque al mismo tiempo que Draco la empujaba fuera de la habitación, el proyectil de Ron aterrizó de lleno en la espalda de Draco. Hermione pudo ver cómo unos trozos de papel se le desparramaban por la nuca y se le pegaban a la piel del cuello. Draco se giró hacia la cocina, ahogándose con su propio confeti.

Hermione se topó con Molly a menos de cinco pasos de la cocina, con Albus en brazos y el ceño fruncido cuando la puerta de la cocina se cerró de golpe.

—¿Qué está pasando? —preguntó Molly en un tono muy maternal.

—George, —fue todo lo que dijo Hermione, y fue suficiente explicación.

Unas arcadas al otro lado de la puerta hicieron que Molly alzara las cejas por un momento antes de bajarlas con resignación. Acomodó a Albus contra su cadera y se volvió hacia Hermione.

—¿Bajo control? —preguntó Molly con una mirada curiosa hacia la cocina.

—Poco claro, —admitió Hermione.

Molly soltó un fuerte suspiro, buscando en lo más profundo de su ser la determinación que la mujer solo podía haber cultivado tras años de experiencia en estas lides.

—Bueno, pongámonos cómodas y esperemos a que pase, —dijo Molly, acompañando a Hermione al salón mientras esperaban a que el humo, o en este caso el confeti, se disipara.

Casi una hora después, Hermione regresó por fin a su piso a través del Flu, con un Draco Malfoy excepcionalmente perturbado del brazo.

Se apartó bruscamente de ella, dando tumbos hacia la cocina mientras dejaba escapar una tos estrangulada. Varios trozos de confeti cayeron de sus labios. Considerando todo, fue un espectáculo modesto.

—¿Cuánto tiempo más se supone que te afectará? —preguntó Hermione con cautela. No conocía todos los detalles de lo que había sucedido en la cocina, pero poco después de que cesaran los casi persistentes sonidos de la tos, un coro ininteligible de gritos irrumpió en su lugar.

Y entonces Draco salió con el ceño fruncido, dirigiéndose directamente al Flu.

—Antes de que Ginny le lanzara un mocomurciélago a George admitió que no tenía ni idea. Solo mantente a distancia en caso de que sigan multiplicándose. No puedo permitir que tú también lo pilles. —Draco ya había desvanecido los trozos de confeti que cayeron sobre el mostrador.

—¿Cómo puedo ayudar? —preguntó Hermione, erguida sobre las puntas de los pies, balanceándose entre movimientos y sin saber hacia dónde debía llevarla su impulso pendiente.

—Solo... no te acerques.

—Sí, eso ya lo hemos cubierto. ¿Qué más?

Draco echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido que se disolvió en tos, con pequeñas bocanadas de confeti saliendo de la boca.

—Toda esta tos me hace sentir náuseas, —dijo con un furioso desvanecimiento de los pedacitos de papel—. No soy agradable cuando no me encuentro bien, —añadió mirándola, prácticamente suplicante—. Deberías irte mientras puedas, —concluyó.

—Parece que también eres un poco dramático, —respondió Hermione, con las manos en las caderas. No tenía intención de ir a ninguna parte.

Volvió a gemir y giró, pasando junto a ella y dejándose caer en el sofá con un movimiento que recordaba a los gestos de Theo. Se tapó la cara con un brazo y se quedó tumbado en silencio.

Hermione seguía con las manos en las caderas y la cabeza inclinada hacia un lado. Ninguno de los dos se movió ni habló durante varios minutos, hasta que Draco por fin apartó el brazo de la cara y la miró.

—Creo que podría estar enfermo, —admitió, más furioso que con náuseas.

—El baño está por allí, —le dijo Hermione mientras se cruzaba de brazos y señalaba con la cabeza hacia el pasillo.

Draco no se movió. Solo soltó un gran suspiro y cogió un cojín para colocárselo debajo de la cabeza.

Volvió a mirarla, con la frustración abriéndose paso en su cara, seguida de cerca por un poco de aceptación a regañadientes.

—Tengo la garganta destrozada, —dijo, y luego hizo una pausa—. Si no piensas salvarte, ¿podrías al menos preparar un poco de té?

No parecía complacido con su sonrisa burlona.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Hermione, echando un vistazo al libro que había empezado a leer, acurrucada en el gran sillón frente al sofá.

No se movió. Tenía de nuevo el brazo sobre la cabeza. Su inhalación y exhalación constantes eran el único indicio para Hermione de que seguía entre los vivos. Durante las dos últimas horas, se había sentado con él en un silencio casi absoluto mientras él, a falta de una terminología más apropiada, se lamentaba.

—Estoy harto de toser puto confeti cada vez que abro la boca, —refunfuñó.

—Han pasado al menos treinta minutos. Creo que has sobrevivido, aunque por un momento te haya tocado, —bromeó, incapaz de ocultar la sonrisa en su voz.

Ladeó la cabeza lo suficiente como para lanzarle una mirada fulminante, lo que solo provocó que su sonrisa se ensanchara.

—Ha sido muy desagradable.

—Sí, seguro que sí.

—No te compadeces de mi dolor.

Hermione puso los ojos en blanco y cerró el libro, dejándolo a un lado para poder levantarse. Cruzó la habitación, segura de que las explosiones de confeti habían llegado a su fin. Le hizo un gesto para que se moviera y pudiera sentarse con él, junto a su cuerpo tendido.

—Supongo que no es tan sorprendente, teniendo en cuenta tu reacción ante un rasguño de hipogrifo en tercer curso, —reflexionó ella, entrelazando sus manos con una sonrisa firmemente plantada en el rostro.

—Sí, sí. Soy objetivamente inepto cuando me encuentro mal. Es un defecto de carácter, uno de los pocos que acepto de mí mismo.

Hermione no pudo evitar reírse.

—Supongo que podría aprender a pasarlo por alto, —le dijo.

Se quedó pensativo un momento.

—Bueno, estás de suerte, —dijo finalmente—. No me pongo enfermo a menudo. La última vez fue hace un par de años, aunque fue... miserable.

Hermione se apoyó en él.

—Y de alguna manera ambos sobrevivimos.

Vio cómo el ceño se fruncía en su cara. Le dio un apretón en la mano, para tranquilizar a uno de los dos. Ella lo vio hundirse en un pozo de recuerdos, una piscina separada de la suya.

—Sabes, hoy todavía no he recibido mi historia, por si quieres contármela, —me dijo.

La respiración tensa que él soltó hizo que un rayo de preocupación la recorriera, disipándose la jovialidad de su estado de ánimo.

—Esta no me gusta, —admitió.

—Entonces no tienes que...

—No, probablemente deberías oírla.

No continuó. En lugar de eso, un silencio crepitó a su alrededor mientras reunía las palabras que quería utilizar para explicarse.

—Habíamos roto, —empezó.

¿Qué?

—No mucho después de esa Navidad con mi familia. Desheredar es un proceso legal complicado, lleva tiempo. No querías que tuviera que renunciar a todo. Insististe en que tenía que estar absolutamente seguro.

—Bueno, eso... tiene sentido, supongo.

Gruñó.

—Por favor, no estés de acuerdo contigo misma. Ya fue bastante horrible la primera vez. Estaba furioso contigo por ser una idiota. —Hermione se erizó, a punto de negarlo, pero Draco no le dio la oportunidad—. Porque la verdadera razón por la que deberíamos haber roto era que no soy bueno para ti, —continuó. Su mano rozó la cicatriz sobre su ceja derecha—. Te puse en peligro.

—Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma, —dijo Hermione. Él la sorprendió sonriendo.

—Lo sé ahora. También lo sabía entonces. Solo que no te di suficiente crédito, —hizo una pausa. Se llevó la mano de ella a los labios y le rozó los nudillos con un beso—. Te mudaste, conseguiste este piso. —Señaló a su alrededor.

—No llevamos muy bien lo de estar separados. Yo estaba destrozado; tú me has dicho que tú también. Creo que los dos estábamos asustados, después de esa cena, por lo mucho que... realmente nos importábamos el uno al otro, si eso tiene sentido.

Asintió. No hace mucho no habría tenido ningún sentido. Habría sido desconcertante, confuso, sorprendente. Pero ahora, con una capa de contexto que intentaba tapar las lagunas de la memoria en su cabeza, de algún modo conseguía tener sentido a pesar de todas las razones en contra. Se inclinó hacia él y se encontró cara a cara con él, tumbada en el sofá con él por segunda vez aquel día.

—Tiene sentido, —dijo ella, necesitando verbalizar lo que fácilmente podría haber quedado en un acuerdo silencioso.

—Te llevaste este sofá cuando te fuiste, —le dijo como si se le acabara de ocurrir. Le rodeó la cintura con un brazo despreocupado.

—¿Me llevé tu sofá cuando me mudé? —preguntó.

Él se rio y Hermione se tensó, solo brevemente, ante la intrusa preocupación de que pudiera derramar más confeti. En lugar de eso, aclaró.

—Este sofá es tuyo, técnicamente.

—Perdona,¿qué?—Eso podría haber sido más increíble que la ruptura.

El hoyuelo en el lateral de su cara hizo acto de presencia cuando la mano en su cintura encontró el camino hacia su pelo, alisando los rizos salvajes lejos de su cara.

—No vamos a contar esa historia ahora, —se burló—. Esto se trata de mí siendo patético mientras enfermo.

—Entonces quizás deberías ir al grano, Draco.

—Tan impaciente. —La mano en su pelo ahora exploraba abiertamente su cara y su cuello.

—Eso ya se ha establecido.

Volvió a reír.

—Me resfrié unos meses después, desde entonces has insistido en que ni siquiera fue tan grave. Pero como me negué a rescindir mi petición de desheredar, no pude precisamente pedir ayuda a los elfos de la casa. Estar enfermo yo solo fue una experiencia nueva.

—Pobrecito. —La simpatía de Hermione llevaba consigo una pizca de burla.

—De verdad, —aceptó, ajeno a la broma—. No me cuidé exactamente y no dejé que nadie más me ayudara. Theo intentó reclutarte para que le ayudaras. Es la única vez que os he visto a los dos en desacuerdo. Luego Blaise intentó convencerte, lo que tampoco funcionó.

—Después vino Pansy, supongo.

—Exacto. Aunque ella y yo no nos llevábamos bien desde el colegio. Pero a Theo y Blaise se les metió en la cabeza que la perspectiva de una mujer te haría cambiar de opinión y de alguna manera la convencieron para que ayudara. Así que tienes que darles las gracias por traer a ese torbellino de mujer a tu vida, por cierto.

Hermione se encogió de hombros, sintiéndose generosa.

—Tiene buen gusto para la lencería.

Draco hizo un ruido de acuerdo mientras sus ojos se apartaban de la cara de ella, el tiempo suficiente para que fuera obvio.

—No me distraigas, —dijo—. No sé cómo, pero la táctica de Pansy funcionó. Te apiadaste de mí, ella y yo descubrimos cómo volver a ser amigos, y unos meses después aceptaste casarte conmigo.

—¿Rompimos para comprometernos en unos meses? Supongo que no perdimos el tiempo. —Hermione pronunció el pensamiento en voz alta, añadiendo partidas a la creciente línea de tiempo de su vida dentro de su cabeza.

—Oh, hicimos más que eso, —dijo Draco con una sonrisa creciente, un tipo de felicidad contagiosa que irradiaba de él—. A finales de año nos habíamos casado y yo estaba oficial y completamente desheredado. —Se refirió a la combinación de esas dos cosas como si no pudieran ser más que inequívocamente buenas.

Hermione abrió los ojos de par en par. Había pensado en qué momento de sus seis años perdidos Draco y ella se habían casado, pero, al fin, tener la confirmación de la fecha solidificó el amorfo acontecimiento en su cabeza, de repente tan real y tan inalcanzable, encerrado en su mente.

La desesperación de no saber hizo lo que siempre hacía: destrozar su capacidad de apreciar un recuerdo del mismo modo que Draco podía hacerlo. Porque justo delante de ella, literalmente cara a cara mientras yacían enredados en el sofá, él había caído en un estado de satisfacción que Hermione solo podía desear experimentar.

De todas las cosas, toser confeti revoloteó en su mente.

—Draco, —empezó ella, el pensamiento desenrollándose en algo lineal y lógico dentro de su cabeza—. Draco, ¿y si no tiene nada que ver con pociones?

—¿Tus recuerdos? —preguntó, frunciendo las cejas mientras la estudiaba.

—Esta misma mañana dijiste que seguías sin encontrar nada. Tal vez realmente es otra cosa y los sanadores solo están buscando en las combinaciones equivocadas. ¿Y si fue una de las bromas de George que interactuó con un artefacto maldito? —Hermione se sintió incómoda, la emoción y la ansiedad de un posible descubrimiento empezaban a acelerarle los latidos del corazón de un modo desagradable.

—¿George hizo alguna trastada en enero? ¿Alrededor de mi accidente? —le preguntó a Draco, escudriñándolo con un renovado sentido del asombro, esperando que la respuesta fuera un fácil sí.

La boca de Draco formó una línea de decepción.

—No, no la hizo, —dijo Draco—. La última vez que lo vimos fue... ¿en octubre tal vez? Lo único interesante que nos pasó en enero fue cuando volteamos la habitación de invitados y terminé con un caldero aplastándome el pecho.

La decepción de Hermione se sintió como un aguacero. La euforia potencial ante una idea nueva y viable se vio instantáneamente empañada por un diluvio de improbabilidad. Por un breve instante, tuvo en la cabeza la visión de resolver esto con Draco, de averiguar por qué había perdido tanto y no había recuperado nada después de tanto tiempo. El llamado de una solución, gobernada por la lógica y la razón, podría haberla atraído y ahogado por lo que a ella le importaba, siempre y cuando pudiera tener las respuestas.

Intentó que esa decepción no se trasladara a su cara, sabiendo que el tirón de sus labios y ojos probablemente ya había delatado su hundimiento interno. Forzó una sonrisa cautelosa, optimismo ante la desilusión.

—Bueno, merecía la pena considerarlo, —concluyó, dejando que él tirara de ella para acercarla. Se le ocurrió otra cosa.

—Hablando de esa habitación de invitados, —empezó—. ¿Tenemos una nidada ilegal de huevos de Quimera ahí? Theo mencionó algunos objetos que puedo o no haber confiscado: trasladores peligrosos, giratiempos ilegales,Materiales No Comercializables de Clase A...el tipo de cosas que uno guarda por ahí en su casa.

El retumbar de la risa silenciosa de Draco fue algo que sintió más que oyó, abrazada a su pecho mientras yacían juntos.

—Sí. Pero es seguro decir que todo lo que habías confiscado ha sido completamente destrozado después de lo que conseguimos allí, huevos de Quimera incluidos.