No podía distinguir sus propias manos, menos aún sus pies. Estaba tan oscuro que tropezó y cayó de rodillas, sintiendo un líquido viscoso entre sus dedos. Cuando levantó la mirada distinguió el cuerpo de una mujer que quizá en otros tiempos fue una joven hermosa y vivaz, pero ahora apenas y quedaba algo de vida en ella. Tenía una mirada vacía, los párpados medio caídos y restos de sangre que pintaban la comisura de sus labios. Era la sangre de ella, la misma que ahora teñía sus manos. Un grito asqueado salió de él, se limpió a prisa en la ropa y cuando dejó de hacerlo se percató de que la mujer no era el único cadáver. Todo un grupo de cuerpos, algunos destazados, otros completos, pero todos bañados en sangre formaban parte de una imagen grotesca y desesperanzadora que lo hizo sentirse pequeño y desprotegido.
No sabía en dónde estaba, tampoco qué hacía ahí, ni siquiera estaba seguro de quién era él. Se sentía adormecido, lento, pero también, extraño. No pertenecía a ese lugar. Sin embargo, sentía que cada paso dado lo acercaba a un desenlace que debía conocer. Así pues, con recelo atravesó la habitación hasta dar con un pasillo cuya iluminación dependía de contadas lámparas de cristal empotradas en la pared y en mayor medida por la luz de la luna que se colaba por alguna ventana. No podía ver nada a través de los cristales, era como si fuera de esa casa sólo hubiese niebla. Durante los tramos en los que la oscuridad reinaba, se limitó a tantear la pared de terciopelo esperando llegar a algún lugar. Conforme avanzaba, su aliento se hizo evidente. Hacía mucho frío. Y cuando alcanzó el final del largo pasillo, como si conociera el camino, dobló la esquina y luego unos pasos más a su derecha. Notó entonces la puerta entreabierta y distinguió inequívocamente una voz.
— ...quiero que encuentre algo por mí —la oscuridad sólo le permitía distinguir un sillón de espaldas a la puerta, quien hablaba estaba sentado allí.
— ¿Qué hay de los otros? —preguntó otra voz, un tanto áspera.
— Tendrán su momento, mi amigo. Entérate que todo cuanto hagan de ahora en adelante tendrá una razón de ser.
— ¿Incluso si mueren?
Inconscientemente, se adentró en la habitación. La luz de las velas danzó junto a la figura que abandonó la silla y se quedó de pie.
— Aquello que ansío va más allá de lo que cualquiera de ellos puede comprender —toda claridad se esfumó y las tinieblas lo envolvieron—. ¿Qué es mi ambición a comparación de la intrascendencia que representa sus vidas? —la temperatura descendió tan rápido que tiritó, pero el ente siguió hablando—. Llegado el momento, morir será su único propósito —no podía ver nada, el peligro era inminente, sintió el terror y un rezongo fatalmente cerca—. ¡Sobre todo, PARA TI!
Y sólo entonces, despertó.
El sobresalto casi lo hace sentarse, pero se mantuvo recargado sobre sus codos hasta que asimiló que se trataba de un sueño. «¿Qué diablos fue eso?», se pasó la mano por la cara y se dejó caer de nuevo sobre el colchón. El corazón le iba a mil por hora, estaba sudoroso y sentía que, a pesar de haberse ido a la cama a la hora de siempre, no había descansado lo suficiente. Miró el reloj sobre su mesita de noche y faltaban algunas horas para la escuela. Sabía que no podría volver a dormir por mucho que lo intentara, pero, de todas formas, se quedó allí mirando al techo. Tratando de restarle importancia a un sueño que para su mala suerte no era la primera vez que ocurría, pero que nunca había llegado tan lejos.
Que nunca se había sentido tan real.
