Aviso importante: Este capítulo contiene una escena subida de tono, no es contenido sexual explícito, pero hay menciones.

Agradezco todo el apoyo recibido en esta historia.

Guest: Muchas gracias por tu comentario

Nota: No soy dueña de Kimetsu no yaiba, toda su autoría a Koyoharu Gotōge


11

Los siguientes meses después del encuentro con Tamayo se los pasaron entrenando y matando demonios. En aquel tiempo llevaban enviadas más de veinte muestras de sangre.

No habían encontrado ni rastro del demonio de Takayama.

Para aquel entonces ya había aprendido y dominado tres de las seis posturas de la respiración del hielo. Aunque lo único que le continuaba motivando a aprenderlas era el acuerdo al que había llegado con Sabito.

Una vez que uno de los dos obtuviese el puesto de pilar del agua abandonaría su práctica para siempre. Por el momento iba ganando Sabito, había ascendido al cuarto rango antes que él. Podría tomar la delantera si decapitaba a una luna inferior, pero las que conocía habían tenido lugar cuando tenía más de diecisiete años y él, recientemente, había cumplido los quince en febrero.

Su siguiente misión fue en la prefectura de Shiga. En un terreno montañoso y boscoso que rodeaba varias ciudades y pueblos. Llevaban ya un par de años desapareciendo personas en esa zona siendo cada vez más frecuente hasta llevar once en ese mes de abril incluyendo a dos cazadores de séptimo rango.

Allí tenía que haber un demonio.

Patrullaron la zona de noche con la ayuda de dos quinqués. Los árboles eran tan frondosos y grandes que apenas dejaban pasar la luz de la luna.

Al cabo de una hora de estar en aquel lugar una densa niebla comenzó a levantarse quitándoles la poca visibilidad que tenían.

Se escuchó un grito desgarrador de una mujer y agarró fuertemente a Sabito por el brazo por miedo a que se aventurase a lo loco a tratar de salvarla, pero Sabito solo desenvainó una de sus espadas.

— ¡Te juro que como la mates te haré tener una muerte horrible! — lo amenazó Sabito.

Se escuchó un coro de carcajadas que le pusieron los pelos de punta. ¿Cuántos demonios había allí? Era extraño que trabajasen en conjunto; ¿Se habrían metido en una zona especial que utilizaban como refugio?

Soltó el brazo de Sabito y pegó su espalda contra la de él. Siguieron escuchando los espeluznantes gritos de auxilio de la mujer.

— ¡Os mataré a todos, me da igual cuántos seáis!

La niebla se disipó y pudieron ver que estaban rodeados por cerca de quince demonios. Había uno sobre las ramas de un gran árbol que sujetaba a una mujer que se retorcía y oponía resistencia.

— Sabito, cálmate y utiliza la undécima forma cuando nos ataquen. Tenemos que minimizar los daños. — le pidió.

Seis demonios se abalanzaron contra ellos, no logró cortarle el cuello a ninguno, pero les rebanó un par de brazos y piernas que en seguida les volvieron a crecer. Sin embargo, había habido algo extraño en aquel golpe. Había sido demasiado sencilla de ejecutar y no había encontrado ninguna resistencia, como si en lugar de estar defendiéndose de un ataque estuviese practicando la técnica.

Sabito si había logrado rebanarle el cuello a uno que se desintegraba como tantas veces estaba cansado de ver.

— Giyuu, ¿Tú también lo has notado? Ha sido como…

— Golpear el aire. — Terminó él la frase.

Sabito lanzó la espalda que tenía en la mano, atravesó a tres demonios como si nada y acabó clavándose en un árbol.

Todos aquellos demonios eran una ilusión. Los tres demonios a los que había golpeado se rieron.

— Para eso llevas una espada a mayores cuando tu respiración solo necesita una, ¿Para lanzarla? — se burlaron los tres como si fueran uno solo.

— No, para salvar a todos los que pueda.

El demonio que estaba en el árbol dejó caer a la mujer.

Sabito desenvainó la otra espada y la blandió contra los demonios que estaban en el suelo. Se abalanzaron contra él atravesándolo.

Lo siguió, pero ninguno de los dos llegó a tiempo. Se escuchó un horrible ruido de huesos rompiéndose y se formó un charco de sangre debajo de ella, pero incluso aquello fue una ilusión que se desvaneció en cuanto Sabito trató de tocarla para comprobar si aún tenía pulso.

— ¡Maldito enfermo! ¡Da la cara!

Se escuchó una risa esta vez como un eco.

— ¿Tan pronto? ¡Con lo que me emociona jugar con una parejita tan dulce como vosotros! Y sois mucho más entretenidos que los últimos cazadores que vinieron. Estaban tan petrificados por el miedo que los maté con facilidad.

Era incapaz de localizar de dónde provenía aquella voz. Era muy posible que el demonio ni siquiera estuviese hablando él mismo, sino que lo estuviese haciendo por medio de una ilusión auditiva como si fuese un mero espectador observando una obra.

Apretó los dientes. Aquella pelea podría alargarse hasta el amanecer y aún así los árboles eran lo suficiente altos y densos como para proporcionarle una buena sombra que impediría que se quemase con los rayos del sol. La única ventaja era que se quedaría allí atrapado y podrían acabar con él.

Sabito se movió para recuperar su espada clavada en el tronco.

El sitio más seguro para observarlos y utilizar su poder era desde lo alto de los árboles, allí debía estar oculto utilizando sus ilusiones.

La oscuridad en la que estaban sumidas las copas de los árboles tampoco le ayudaba a buscarlo.

Trató de iluminarlas con el quinqué, pero en cuanto lo hizo la espesa niebla volvió a envolverlos impidiéndoles ver.

No podían fiarse ni de lo que escuchaban ni de lo que veían. Debían confiar en su tacto y en su olfato. Una vez más como envidiaba a su maestro y a Tanjiro.

Un alarido de dolor con su propia voz sonó en el bosque.

— ¡Sabito, ayúdame, por favor! — Escuchó su voz lejos de él.

Aquel demonio quería separarlos.

— ¡No he sido yo! — gritó con todas sus fuerzas.

Se escuchó otra vez gritar de dolor.

Un característico olor rancio le llegó a la nariz. Aquel demonio había descendido de su escondite para atacarlos. Usaba sus ilusiones auditivas para esconder sus movimientos.

Hubo un fuerte golpe y un gruñido por parte de Sabito cerca de él.

— ¡Ten cuidado! Tratará de atacarte con mi…

A Sabito no le dio tiempo a terminar la frase. Su rostro se le apareció entre la niebla y su espada le apuntaba al corazón.

Lo decapitó.

La niebla se disipó a su alrededor.

— Ni siquiera dudaste. ¿Qué clase de monstruo ni siquiera duda? No lo quieres tanto como te quiere él a ti. — dijo el demonio con el rostro y la voz de Sabito, aún con sus último aliento quería hacerle daño.

Estaba temblando y sus palabras lo llenaron de rabia.

— No lo mires ni lo escuches. Solo faltaba que un demonio que se ha comido a tanta gente te haga sentir culpable por matarlo. — Le pidió su Sabito.

Se giró para mirarlo. El demonio le había partido la máscara y le había hecho un corte en el antebrazo izquierdo.

Aquello era lo que iba a decirle: Qué trataría de atacarle con su rostro porque le había roto su máscara.

Se sacó un pañuelo del haori y le vendó la herida.

— Tienes que tener más cuidado, algunos demonios tienen venenos que podrían matarte en minutos. ¿Estás bien?

Y él no tenía ni idea de antídotos. Esa era la especialidad de Shinobu, sin ella Sabito muy probablemente terminaría muriendo en sus brazos.

— Estoy bien. Tendría que haber decapitado a ese demonio es lo único que me duele.

— Decapitaste a los tres anteriores, este ya me tocaba a mí.

Sabito se quitó uno de los viales de Tamayo del haori. Se había olvidado de que tenía que mandarle una muestra de sangre.

Estuvo a punto de girar la cabeza para comprobar si el demonio seguía allí, pero Sabito lo detuvo colocándole una mano en la mejilla.

— Déjame encargarme de esto. No sabía que llevases la cuenta de quién decapitaba a quién.

No le llevó más de cinco segundos tomar la muestra y enviársela a Tamayo por su gata llamada Chachamaru.

— Sí que la llevo cuando competimos por el puesto de pilar del agua.

— Para mí nadie te va a quitar ese puesto, aunque yo cumpla los requisitos antes. Eres un pilar, he aprendido mucho de ti.

¿Por qué se le daría tan bien hablar a Sabito?

Aquel enfrentamiento por fin le había hecho alcanzar el cuarto rango. Ahora estaba igual que Sabito.

Kawaritai los llevó de regreso a donde habían dejado sus mochilas con las mudas de recambio de su uniforme, sus yukatas para dormir, productos de aseo personal y el material sanitario con el que le desinfectó y vendó apropiadamente la herida a Sabito.

Lo único que tenían de valor era una pequeña bolsa de tela con dinero que Kawaritai les bajó de la copa de uno de los árboles.

Después Kawaritai los guió hacia el primer poblado que encontrase en el que pudiesen descansar.

Resultó ser la ciudad de Nagahama y llegaron al romper el alba. Ya a aquellas horas las calles estaban atestadas de gente y de puestos que vendían diferentes productos.

Habían llegado en plena celebración de un festival, y la única habitación que encontraron disponible en un hostal era tan pequeña que solo cabían dos futones, separados apenas por el filo de una espada.

Por lo menos tenía un ventanuco por el que Kawaritai se posó.

— ¿Segura que este era el sitio más cercano? No nos habrás hecho el lío. — le reclamó Sabito a su cuervo.

— ¡Por supuesto que era el sitio más cercano! ¡Cómo te gusta pensar mal de mí! ¡Ya que están de festival podrías ir un rato y disfrutar! ¡Qué estos meses solo habéis trabajado!

E indignada el cuervo de Sabito se marchó.

Sabía que a Sabito no le gustaba dormir tan juntos ahora que habían crecido y ya no eran niños. A él le daba igual, no le importaba dormir con un hombre y más si ese era Sabito.

Dejó su mochila y su espada apoyada contra la pared y cerró aquel ventanuco. Algún rayo de luz todavía se colaba, pero estaba lo suficiente a oscuras para que pudieran descansar.

Sabito se pegó todo lo que pudo a la pared y dejó su mochila y sus espadas contra la puerta. Aquello le hizo reír. Era como si a Sabito le asustase la idea de dormir con él.

Nada más acostarse sobre el futón se quedó dormido.

Esta vez tuvo una pesadilla. Soñó que en lugar de matar a aquel demonio de ilusiones en su lugar decapitaba a Sabito.

Se despertó sobresaltado con el corazón latiéndole con fuerza.

Tenía la cabeza apoyada contra el hombro de Sabito y lo estaba sujetando como lo hacía cuando eran niños.

Sabito continuaba durmiendo a su lado.

Notó algo duro rozando contra su pelvis, trató de moverse, pero solo consiguió frotarse contra aquello.

Sabito soltó un gemido que hizo arder todo su cuerpo y sobretodo sus partes íntimas que respondieron endureciéndose.

Se separó con brusquedad pegándose todo lo que pudo contra la pared. Sabito no llegó a despertarse.

Salió lo más sigiloso que pudo de la habitación y se dirigió al baño del hostal. Se dio una ducha de agua fría, ni siquiera le apetecía tocarse.

Maldito cuerpo adolescente que se calentaba por todo.

Cuando terminó la única parte que todavía le ardía era la cara. No recordaba la última vez que se había sonrojado tanto.

Sabito tenía razón, no era niños, no podían continuar compartiendo futón.

Regresó a la habitación con el cabello todavía húmedo goteando sobre el yukata. Para entonces Sabito se había despertado y había destapado el ventanuco dejando entrar la luz en la habitación. Debían ser las tres de la tarde.

A Sabito también ya se le había bajado la erección.

— ¿Te sientes bien? No es propio de ti despertarte antes que yo.

— He tenido una pesadilla con el demonio de ilusiones.

Aquello no era mentira y ni muerto le admitiría el accidente sexual que habían tenido. No había otra forma de describir lo que le había pasado.

Sabito lo escrutó con la mirada haciéndolo sonrojarse.

— Kawaritai tiene razón, deberíamos bajar a la fiesta a distraernos.

Aunque para vestirse tan solo tenían sus uniformes de cazadores.

— Podría comprarte un kimono y tú a mi otro… — propuso Sabito.

No tenía ni idea de que comprarse para sí mismo, menos iba a tener para él, pero Sabito no le habría pedido aquello si no quisiese hacerlo.

— Después no te puedes quejar si es horrible.

Sabito sonrió.

— Bien, nos reuniremos de nuevo en el hostal a las seis.

Se habían perdido ya la representación teatral del Kabuki por niños y el desfile de carrozas.

Le quedaban otro desfile que se realizaba por la noche, las ofrendas nocturnas en en el santuario Nagahama Hachimangu y los fuegos artificiales.

Terminó por comprarle a Sabito un kimono y un hakama de un azul tan oscuro que casi parecía negro con un patrón de rayas blancas verticales.

Le había gustado una prenda del color de los ojos de Sabito, pero sabía que él la odiaría.

Sabito le compró un kimono y un hakama de color azul oscuro con un estampado simple de fuegos artificiales rojos, amarillos y naranjas. Incluso combinaba con su haori.

Sabito fue a ducharse, mientras lo que dejaba poniéndose aquella ropa en la habitación. Últimamente aquello pasaba mucho: no se vestían ni se bañaban juntos. Sospechaba que podía deberse a la larga cicatriz que le había quedado en la espalda tras el enfrentamiento con el demonio de Takayama.

Se estaba recogiendo el cabello en una coleta baja cuando Sabito entró en la habitación con un yukata puesto y frotándose el pelo con una toalla.

— Estás… Te queda muy bien. ¿Te gusta?

Asintió.

— Casi me da pena, el que escogí para ti no es tan bonito.

— Ese no me quedaría tan bien como a ti.

Dejó a Sabito vistiéndose, mientras lo esperaba fuera.

A Sabito también le quedó bastante bien la ropa que le compró, aunque adjetivos como guapo o bonito no serían los que utilizaría para describirlo. Había otras cualidades que destacaría más, antes que su aspecto físico.

Se pasaron lo que quedaba de la tarde y parte de la noche en las calles de Nagahama.

Cenaron en diferentes puestos ambulantes.

Vieron el desfile de carrozas nocturno y los fuegos artificiales.

Sabito incluso lo arrastró a un lugar donde estaban tomando fotografías donde se sacaron dos. Una para cada uno.

Regresaron al hostal cerca de las cuatro de la madrugada cuando era el toque de queda antes de que se cerrasen las puertas. Sabito había comprado un trozo de madera de cedro con el que hacer su máscara y cuatro pequeños botes de pintura del mismo color que la pintaba siempre.

En su habitación encontraron acurrucados a sus dos cuervos: ni había misiones, ni Kotae había podido encontrar algún rastro del demonio de Takayama.

Se quedó un rato observando la fotografía mientras Sabito comenzaba a tallar una nueva máscara.

— Por lo menos, si esta vez uno de los dos se muere siempre tendremos un recuerdo. — dijo Sabito.

Giyuu levantó de golpe la vista de la fotografía.

— Esta vez no te vas a morir. No te dejaré morirte.