9. La bendición de Tsurara-onna

Tsurara despertó escuchando el ruido de martillos golpeando madera. Se levantó de su futón sintiendo dolor en su cabeza, como si tuviera resaca, y antes de mirar a su alrededor y poder formar un pensamiento sobre aquel dolor y lo extraño que le parecía, la voz de Yuu terminó por despertar su conciencia adormilada y disipar cualquier duda, trayéndola con fuerza al presente y recordándole lo que había pasado horas atrás.

—Así que ya inició, querida. Vaya noche —Tsurara la miró. Decir "vaya noche" era un eufemismo ridículo y poco acertado para describir y sintetizar lo que había pasado.

El altercado con el onryo y Ienaga.

Yuma.

La pelea entre Nurarihyon y Yuu.

La mansión destruida.

Aquella oscuridad y aquel frío.

La no-vida, el resultado de la combinación de los poderes de Rikuo y ella. Tsurara resopló. Aquella mañana no sentía el ánimo lo suficientemente en alto como para encontrarle humor al amargo sarcasmo de su maestra.

A lo lejos, en el pequeño tocador donde había doblado su ropa, Tsurara vio cómo las perlas de sus lágrimas de hielo brillaban con la luz solar que traspasaba el papel.

—Serán un hermoso regalo de bodas —le dijo Yuu, llamando su atención.

La anciana, aún con su apariencia juvenil, estaba sonriendo. Señaló a la puerta corrediza, que mostraba la sombra de dos personas que, aunque sentadas y mirando al patio, se movían de manera inquieta. Eran Nozomi y Shura.

Tsurara se evitó suspirar. Estaba segura de que todo el mundo sabía lo que había pasado. Si sus compañeras no la estaban acosando todavía, era porque Yuu se los estaba impidiendo. Mentalmente, lo agradeció. Estaba agotada.

—Debe dolerte la cabeza. Te acostumbrarás rápido. Ayer hiciste lo que muchas de nosotras hacemos pocas veces en nuestras vidas. Tomaste a un espíritu bajo tu ala, es decir, ahora eres su ama y maestra, y, además, comenzaste a unirte con tu pareja elegida. Es natural que estés cansada.

El beso, la energía de Rikuo mezclándose con la suya, había cerrado una promesa que determinaba ahora el destino de ambos. Yuma, pidiéndole una nueva oportunidad para vivir. Tsurara tocó sus labios, aún sin poder pronunciar palabra, y sintió un cosquilleo en su pecho. Luego un escalofrío. Se sobresaltó y miró a su maestra, aturdida, dudosa y asustada.

—Yo… no…—tartamudeó—. ¿Qué…es?

Yuu la miró con autosuficiencia.

—Están conectados, querida. Estás sintiendo lo que el Tercero siente. Ya casi terminan de arreglar la Mansión, pero el chico está estresado a un nivel supremo. Supongo que el viejo Nura y yo no pensamos con sensatez: hoy es la fiesta del cumpleaños número veinte del Tercero y mañana la ceremonia de sucesión. Según Sasami, habrá invitados del clan desde hoy y, lógicamente, nadie puede sospechar lo que sucedió ayer.

Tsurara comprendió. Aquello que sentía eran las emociones de Rikuo. Se concentró un poco, y las apartó de su centro. La acción, que resultó acertada ya que pudo regular sus propias emociones reaccionado a las suyas, le pareció curiosa al parecerse mucho a lo que hacía cuando sentía al espíritu de Tsurara-onna manifestarse.

Una débil pero segura visualización de la conciencia de Rikuo coexistía con la suya. Estrés, miedo, nerviosismo. Sudor. La yuki-onna sabía, asimismo, como estaba vestido: llevaba un yukata color azul marino arremangado de los brazos y de las piernas. Sus lentes habían caído hasta el final de su nariz y un mechón de cabello le molestaba la visión de su ojo izquierdo, pero eso no le impedía continuar cortando madera con un serrucho. A lado de él estaban Aotabo y Kurotabo, martillando y cargando madera.

Rikuo se sentía como una ruleta de emociones que provocaban náuseas, y Tsurara estaba a punto de culparse a sí misma cuando, de la nada, esa conciencia que ella visualizaba y sentía, ajena pero compenetrada a la suya, se volvió cálida y abrasadora.

"Buen día, Tsurara. ¿Desayunamos juntos?"

Tsurara gimió al escuchar la voz de Rikuo en su cabeza y bajo la mirada burlona de Yuu, que imaginaba de manera perfecta qué estaba pasando por la mente de su aprendiz, la yuki-onna asintió con fuerza, como si Rikuo estuviera enfrente suyo, mientras sentía sus mejillas arder al rojo vivo.


Apenas pudo vestirse. Shura y Nozomi estuvieron revoloteando a su alrededor desde que se levantó. Tsurara se lo perdonaba a Yuma, quien Yuu le había explicado, iba a seguirla a todas partes. No obstante, en el caso de las otras, completamente distinto y con casi siglos de diferencia; ella había sido tocada y olfateada tantas veces que se sentía apenada de existir.

Ambas yuki-onna le habían explicado cosas distintas en referencia a su nuevo estatus como ayakashi. "Hueles distinto", dijo Nozomi, mientras que Shura solo atinó a explicar brevemente el cambio de su aura. Yuu, por otra parte, sin ningún atisbo de curiosidad —ella ya había experimentado aquello— sentenció con dureza:

—A partir de este momento, ya no existe la posibilidad de un retorno.

Tsurara sintió sus palabras escribirse con un cuchillo sobre su piel. Aunque triste, aquella seguía siendo la realidad. Eso la hizo preguntarse ciertas cosas, pero la duda que más rondó por su mente, y no solo ese día, si no durante un largo tiempo, era que si su madre habría compartido el dolor de Rihan momentos antes de su muerte a manos de la zorra transfigurada en Yamabuki Otome. De haber sido así, su madre había cargado con aquel dolor hasta su muerte, casi veinte años después, más el propio.

Setsura había sufrido durante décadas la ausencia de su compañero prometido. Lo había mirado con otra. Supo de su repudio y aceptó el exilio. Lo supo casado con otra. Vio y también protegió, en su papel dentro del clan Nura, al hijo que su amado tuvo con otra mujer. No podía imaginar la intensidad de las emociones y la fortaleza que equivalía existir en tal contexto.

Tsurara sentía tristeza ante sus conclusiones, pero también rabia. Rabia por su madre y también por ella misma, ambas atrapadas en un ciclo sin sentido que encerraba toda su existencia y las alejaba de la vida real, inconstante y no por ello menos valiosa. ¿Por qué debían tener que amar de esa manera? ¿Por qué no podían amar libremente…?

Estaba tan distraída que Tsurara se sorprendió cuando el sonido que hizo el plato de arroz sobre su banco la sacó de sus pensamientos y se vio rodeada por Nurarihyon, sus acompañantes, Rikuo y su hyakki yako en el comedor de la Mansión.

Todos conversaban y la única persona que había notado su disociación había sido, para su inicial sorpresa y posterior vergüenza, Rikuo, quien se había sentado a su lado luego de traerle arroz, verduras finamente picadas y un poco de salmón muy frío. Supo que quiso decirle algo, pero la concentración de él se rompió cuando entró Zen a la sala, agitado como si hubiese corrido.

Tsurara sintió la tristeza y compasión de Rikuo hacia su subordinado. La agitación no era por alguna acción física exhaustiva. Su cuerpo estaba enfermo y naturalmente cansado.

—O… Hola —la mirada de Zen lo dijo todo. Ella ocultó su rostro comiendo arroz con sus palillos. Rikuo, no obstante, levantó el mentón pese a su sonrojo.

Ese ángulo de su rostro le mostró algo a Zen que lo dejó con el entrecejo fruncido.

—¿Te ha crecido el cabello? —preguntó con los ojos muy abiertos, examinándolo.

—¡Te lo dije! —chilló Kejorou, golpeando con su codo las costillas de Kubinashi, al otro lado de la habitación—. Y me decías que estaba viendo mal.

Tsurara casi se disloca el cuello por la rapidez con la que se giró a ver a Rikuo. En efecto: su cabello era más largo, le llegaba a la altura del hombro —sabía que le daba cosquillas en las clavículas, pero no cómo—, cuando ayer lo tenía corto.

Tragó con fuerza el arroz que todavía mantenía en su boca.

—Y su color es… diferente —se escuchó la voz de Kurotabo.

Tsurara concordó, de nuevo. Su cabello continuaba siendo castaño, pero las puntas se habían pintado de negro azabache. "Y mis ojos", escuchó en su cabeza. A Tsurara se le cayó la mandíbula.

Sus ojos eran un mar de sangre, brillante y rojo.

—Comandante, ¡los ojos del Tercero! —gritó de la nada Nattokozzo.

Todos comenzaron a rodearlos para ver más de cerca a Rikuo, pero Tsurara sabía que ni él ni ella estaban en esa habitación, presentes, en ese momento. Sus cuerpos estaban ahí, pero sus mentes estaban juntas en otra parte desde el momento en el que ella lo miró a los ojos y sintió un deseo devorador apoderarse de ella. No pudo ni siquiera sentir vergüenza por tal hecho —que, ante la cercanía y la confusión, no pudo censurar— porque Rikuo había respondido su reacción con la misma intensidad, sin pensarlo dos veces.

Se sentía como una muñeca de trapo sin voluntad, moviéndose de un lado a otro por movimientos ajenos a su cuerpo. El sentir que alguien pisaba los pliegues de su kimono fue la gota que derramó el vaso. Su concentración en Rikuo se disipó y vino la irritación. No se movió, pero Tsurara sopló fuerte, creando una ventisca que los alejó a todos.

—¡Basta! —gritó, enojada—. ¿Es que acaso no saben lo que es el espacio personal? —gruñó ferozmente. Rikuo soltó una risa suave, pero asintió concordando con ella.

—Sí, chicos, se han pasado. Hoy me siento en extremo sensible. Creo que Tsurara también.

Kurotabo se encogió de hombros y se disculpó despegando sus labios pegados por lo helado, sentándose al lado de Sasami, quien continuaba comiendo su desayuno. Ella era la única que no tenía una capa de hielo en la cara. Aotabo, por otro lado, tenía congelado las entradas de su cabello y las pestañas, como también Kejorou y Kubinashi. Los demás solo habían sentido el frío, en especial las yuki-onna, que desayunaban con una sonrisa de oreja a oreja y con la misma tranquilidad que la youkai cuervo.

—Les ofrezco una disculpa. Me sorprendí y no fui prudente —murmuró Zen con las pestañas congeladas—. Es solo que… se ve como usted, Tercero, pero… menos humano.

Rikuo asintió, aceptando su disculpa y estando de acuerdo con él.

Tsurara también estuvo de acuerdo. Ella había visto aquellas características intensificarse en Rikuo antes, sobre todo lo de sus ojos, pero eran durante breves momentos.

—Hoy no necesité usar lentes —declaró, quitándoselos del rostro—. Veo perfectamente bien sin ellos.

—¿Estará despertando tu sangre youkai o… —a Kurotabo se le fue la voz.

—¿…estás recibiendo energía demoniaca de Tsurara? —terminó por él Sasami, con una expresión aparentemente inexpresiva, ya que sus ojos estaban más abiertos que de lo normal y habló con su bocado de arroz y pescado a centímetros de su boca, como si hubiese tenido una revelación.

La sala se quedó en silencio.


Sasami sabía que aquello lo cambiaba todo. Terminó de desayunar y solicitó una reunión entre los líderes y todo el hyakki yako de Rikuo a la próxima hora posterior al desayuno. Llamó a sus hermanos con urgencia, con un graznido clave: debía asegurarse de que la conversación que tendrían a continuación fuese en extremo privada.

Cuervos pequeños comenzaron a establecerse en puntos estratégicos del lugar, observando y reportando cada movimiento inusual.

La youkai cuervo observó la Mansión desde lo más alto, sintiéndose aliviada de que las reparaciones hubiesen sido terminadas a tiempo. Con el desastre sucedido en la noche anterior, el lugar había tenido que sufrir algunas modificaciones, especialmente en su centro. Sin tiempo de reconstruirla al pie de la letra, Aotabo había sugerido hacer un jardín central en medio de la casa, con la facilidad de eliminar de raíz habitaciones destruidas y que este, al ser un plan ya establecido a futuro, ya contaba con suficiente material. En efecto, se dijo ella, había sido una sabia decisión.

Para cuando Sasami estaba checando el perímetro desde el techo de la Mansión, los tsukumogami se encontraban dando los últimos toques a la construcción, decorando un pequeño estanque con peces koi. Ella sonrió enternecida al recordar a Rikuo y Tsurara cuando vio dos peces, uno negro, como las sombras, y otro blanco, como la nieve, juntos, nadando sobre las piedras decorativas y las flores acuáticas.

A orillas del estanque, el Comandante Supremo había solicitado plantar un ciruelo pequeño, que crecería con el tiempo y llenaría de pétalos de su flor y su dulce aroma la casa. Sasami se sintió en extremo cursi, pero pensó que tal vez era tiempo de serlo. El inexpugnable Nurarihyon había cedido y ahora, como nunca antes había sucedido, la futura esposa del líder de un clan youkai sería casi tan poderosa como el nuevo sucesor.

Alguien se posó a su lado, lo que hizo que Sasami resguardara sus alas.

—Hey. ¿Qué me perdí? La fiesta era al anochecer —era Shoei, que se había quitado su capucha usual y vestía un yukata color guinda, abierto por el pecho. Venía de la posada de los Bakeneko y se veía recién levantado—. Tus hermanos graznaron en mi maldita ventana hasta que me levanté. Qué horribles.

—Estamos ante una situación sin precedentes. Rikuo ha madurado como youkai. El problema es que no sabemos cómo —explicó de golpe.

Shoei se pasó una mano por el pelo, dejando descubierta su frente y su expresión confundida. Tenía muchas cosas en común con Rikuo, pero la más importante era su sangre mestiza: ambos eran hanyo.

—Sé lo que piensas. Ambos son hanyo, y Rikuo incluso tiene menos sangre youkai que tú. Pero es evidente solo con mirarlo.

Sasami y Shoei se quedaron en silencio cuando vieron a las yuki-onna salir a mirar el nuevo jardín, entre ellas Tsurara.

Él le dio una mirada sarcástica a la youkai.

—Y es evidente también con solo mirarla a ella —murmuró. Pareció quedarse pensativo un momento. Cuando las mujeres abajo se alejaron, le dijo—: ¿Recuerdas la técnica del Segundo que el Tercero también usa? El miedo del otro. El miedo por capas.

Ella abrió los ojos con sorpresa.

—El Matoi. ¿Crees que…

Shoei se encogió de hombros.

—Quizá acaban de descubrir algo nuevo del viejo mundo youkai. Suena increíble —dijo, pero después suspiró— pero bastante peligroso. Para ambos.

Sasami negó con la cabeza.

—Para todas ellas. Si lo que pensamos tiene algo de verdad, la raza de las yuki-onna puede volver a ser vista como mercancía, como lo fue en el periodo Heian. El Tercero solamente se ha vinculado. ¿Qué pasará cuando se apareen? —cuestionó, reflexiva.


Quien le respondió esa pregunta a Sasami no fue Shoei, sino Yuu, y en la reunión que ella misma convocó.

Nurarihyon seguía sentándose en el centro, al continuar como líder y Comandante Supremo. Rikuo a su lado, con Tsurara. Después de ella, las mujeres de las nieves de Yukiyama. Frente a ellas, el hyakki yako completo conformado por Kurotabo, Aotabo, Kubinashi, Sasami, Shoei, Zen, Jami y Kappa.

—Estoy harta de esta politiquería —empezó a decir la anciana, con todos pendientes de sus palabras. El único que parecía ignorarla era Nurarihyon, pero solo pretendía—. Voy a decir esto solo una vez y quien lo saque de esta habitación, morirá. Yo misma me encargaré de ello.

—Ya, vieja, escúpelo —gruñó Nurarihyon—. A las dos tenemos reservación en el Bakenekoya.

Todos alzaron las cejas ante el comentario. Jami, con la cara cubierta por pergaminos malditos, solo hizo un sonido que demostró también su sorpresa.

—Vamos a competir a ver quién bebe más con Tsuchigumo —explicó el anciano, con cara de póquer.

A Kubinashi se le cayó la cabeza al suelo cuando escuchó. Tsuchigumo era el gigante de cuatro brazos sellado por el onmyoji Hidemoto y después liberado por Hagoromo Gitsune con el propósito de que los matara.

Rikuo, sin embargo, sonrió recordando la pelea, a lado de Tsurara, con él en Kioto.

—Me alegro de que estés haciendo nuevos amigos, abuelo.

—¿Amigos? ¡Voy a matar y a dejar a ese bastardo en la quiebra!

—Una vez que pierda —añadió muy segura de ambos, Yuu—, Tsuchigumo les jurará lealtad. Esa es la apuesta.

Todos volvieron a guardar silencio ante el uso del plural. Tsurara y Rikuo se miraron, queriendo sonreír, pero angustiados ante la conversación que iba a iniciar.

La anciana tomó el momento para comenzar su explicación, carraspeando para acaparar la atención de los presentes.

—La vinculación entre un youkai y un ayakashi es, como todos sabemos, un pacto. La energía de la pareja se fusiona. Pocos lo saben, ya que la sociedad youkai en el submundo está conformada en su mayoría por cobardes misóginos —dicho aquello, Yuu miró con socarronería a Nurarihyon, quien resopló—, pero la vinculación depende de la naturaleza de cada youkai o ayakashi. Las yuki-onna… —mientras hablaba, su voz se volvió más dura y seria— pocas veces logran aparearse por opción propia. Como entidades sobrenaturales, tenemos la opción de engendrar hijas sin la ayuda de un varón. No obstante, como cuenta la leyenda del Jagan, la reproducción de una yuki-onna con otro youkai, distinto a los hombres del hielo, como lo fue mi difunto esposo Hisao…

Nurarihyon tomó la oportunidad para burlarse de ella, imitando de forma infantil sus palabras, haciendo énfasis en "mi difunto esposo". Yuu, en vez de molestarse, rio secamente.

—Al compartir el lecho con ese bastardo, pues, no sucedió algo muy distinto a la vinculación común. Si acaso esta fue más profunda. Almas y espíritu conectados, los pensamientos de la pareja se vuelven uno. Entre la naturaleza de Hisao y la mía existía una armonía, como también en nuestros genes, contrario a la mujer y al hombre de fuego que engendraron al Jagan. Hisao y yo también éramos ayakashis maduros y completos. En el caso de Tsurara y el Tercero, como sabemos, esto es abismalmente distinto, pero aun así está lejos del caso extremo del Jagan.

—Por eso, Sasami y Shoei, no están tan equivocados. La diferencia genética entre Tsurara y el Tercero es lo crucial en este asunto, además de su inmadurez como entes sobrenaturales. Él tiene un cuarto de sangre youkai, que proviene de una sangre muy antigua y que actualmente se encuentra, o encontraba, más bien, despertando. Tsurara está conformada por un espíritu antiguo, el de la Tsurara-onna. Mi teoría es, lejos de lo que la mayoría de los youkai podrán pensar ante el despertar demoniaco del sucesor de Nurarihyon…

Tsurara tragó fuerte. Varios de ellos, ella incluida, habían pensado que las yuki-onna podrían correr peligro ante el cambio en Rikuo. Si desde la era Heian las yuki-onna eran tratadas como moneda de cambio y la trata con fines de explotación sexual, la situación inaudita que estaban presenciando por su inicial vinculación podría hacer suponer, a extraños sedientos de poder, que las yuki-onna podrían brindar, además de su cuerpo y su lealtad inexpugnable, poder demoniaco a su pareja.

Rikuo ya no presentaba necesidad de usar lentes. Su oído y olfato habían incrementado. La vinculación incluso parecía haber fusionado no solo su espíritu con Tsurara, sino también su parte humana con la youkai, haciéndose una sola. Su cabello y ojos eran los cambios más superfluos. Podía hacer crecer sus garras y colmillos. Sin embargo, otras habilidades todavía eran desconocidas. Aún no habían tenido tiempo para comprobar más cambios.

—Pero mi teoría no va hacia eso. Sasami y Shoei apuntan bien en mencionar la técnica del Segundo, el Matoi. Es parte de la naturaleza híbrida de Rihan y su hijo la de absorber el poder que su sangre humana no es capaz de crear. Hasta en eso sigue la naturaleza de Nurarihyon, la de "tomar prestado" —dijo con sarcasmo—. Si no me equivoco, la vinculación entre Tsurara y el Tercero ha dado como resultado un balance de energías. La vinculación inicial ha sido, en pocas palabras, una especie de matoi. Digo una "especie", ya que es obvio que Rikuo no se ha convertido en un hombre de hielo o Tsurara en una comadreja escurridiza. El matoi intercambia y toma poder. La vinculación, en este caso, ha repartido la energía demoniaca de ambos en partes iguales, ante la naturaleza híbrida del Tercero y el estado ayakashi maduro de Tsurara. Pienso… —comenzó a decir, y se rio— que Tsurara-onna quiere que sobrevivan a cualquier costo.

Lo último dicho dejó a todos atónitos.

Tsurara podía ver sangre en los ojos de Rikuo. Eran dos esferas que, dentro de sí, guardaban un mar de sangre. En su fondo, estaba el corazón que ella había devorado para calmar y apaciguar el espíritu de Tsurara-onna.

Colocó su mano encima de su pecho, sintiéndose en extremo conmovida. Su mirada se encontró con la de Rikuo, que también parecía sentirse similar a ella. "¿Hemos sido bendecidos por Tsurara-onna?" se cuestionaron en sus pensamientos.

El silencio fue roto por un largo suspiro por parte de Shoei. El mismo miró a Sasami, quien asintió, como si concordara con él.

—Tercero, yuki-onna… estoy segura de que su relación ha sido invadida un sinfín de veces desde que pareció comenzar… o desde que empezó a existir atisbos de ella… —el hanyo dudaba de sus palabras, se notaba por su tono de voz— pero quiero sugerir, con Sasami respaldándome, que además de presentar al nuevo consejo en la sucesión, se presenten como prometidos ante el cadre y el pandemonio.

Kurotabo, que analizaba todas las palabras dichas por Shoei en el momento, asintió luego de unos breves segundos de reflexión y le dio la razón.

El monje hizo una reverencia.

—Tercero. Concuerdo con mis compañeros. Sabemos que Tsurara aún debe irse a Yukiyama hasta que finalice el siguiente invierno. Comprometerse públicamente mañana nos ahorrará problemas en cuestiones políticas y de seguridad.

Shura frunció el entrecejo con fuerza.

—¿Acaso crees que no podremos proteger a Tsurara en Yukiyama, monje? —espetó, visiblemente molesta y subiendo el tono de su voz—. Ni siquiera tú podrías atravesar el camino.

Kurotabo le dio la razón a Shura, mas agregó:

—El camino es insoslayable en invierno, señorita guerrera, pero seguimos en verano. Su poder, confieso, sigue latente, pero débil ante la situación estacionaria. Quien se atreva a traicionar al Clan Nura no será un debilucho.

Yuu miró al techo, sin decir nada. Nozomi cerró los puños, sabiendo que había dicho una verdad. Shura se mordió la lengua para no volver a hablar ante el silencio de su líder.

—Es verdad que la vinculación de la señorita yuki-onna y Rikuo pone en riesgo a las ayakashi de Yukiyama, porque los rumores no dejarán de expandirse y tergiversarse una vez que aparezcan los invitados a la sucesión de mañana y noten lo que sucedió. Porque no es algo que se pueda ocultar —expresó Zen, que se rascaba la nuca con expresión cansada—. Esto deja al Clan Nura con un dilema político. En caso de ser reclamada por un youkai, Tsurara podrá negarse y pelear, pero no Rikuo, ya que, si él decide batirse a duelo con un aliado, eso desatará una guerra civil entre este clan y el clan de este hipotético susodicho.

Sasami tomó la palabra.

—Como parte del clan Nura, las yuki-onna de Yukiyama tienen protección hacia clanes que no pertenecen al círculo de los Nura. Sospecho de la inteligencia de varios youkai —admitió la youkai cuervo, con un dejo de sorna en su expresión seria— pero no se necesita pensar mucho para llegar a conclusiones equivocadas como la que nos preocupaba en un principio. Si bien Tsurara podrá ser respetada como la concubina del Tercero, ante la inicial vinculación, fácilmente un youkai o ayakashi fuera de nuestro círculo podría querer reclamarla. Según las reglas tradicionales, estaría en derecho. Esta situación, ante la alianza de palabra que existe entre el clan Nura y Yukiyama, se extiende, y creo que decirlo así es demostrar poco, hacia las demás yuki-onna. La alianza debe confirmarse y establecerse con fuerza, y eso significa una unión matrimonial. Si vamos a poner bajo el escrutinio a las yuki-onna, estas deberían ser protegidas.

Por varios minutos nadie dijo nada. Tsurara quiso llorar. Casarse con Rikuo había sido, desde hacía mucho tiempo, su sueño. Pero ya no era el único sueño que tenía. En realidad, Tsurara ya ni siquiera podía decir que soñaba con algo.

Estaba segura ahora, más bien, de existir, de ser algo y alguien. ¿Qué era lo que implicaba casarse? Ella solo conocía a una mujer casada, Wakana, y era viuda. Yamabuki, por otra parte, también había estado casada.

¿El matrimonio haría todo más fácil o sería el preludio para la desgracia? Su madre había vivido cargando con su dolor, encadenada a él, pero ¿por qué la sentía mucho más libre que cualquiera?

La mano de Rikuo apretando la suya paró el flujo de sus pensamientos.

"Casémonos. Luego decidamos qué hacer, tú y yo, como marido y mujer, con nuestras vidas.

Podemos viajar. Conocer el mundo humano, conocer el mundo youkai.

Tener citas. Ir al cine.

Continuar buscando yuki-onnas por Japón. Seguir con el legado de tu madre.

Vivir mundanamente.

Liderar el clan Nura juntos."

—Comprendo que en esta época moderna la situación es distinta —la voz de Yuu inundó la sala—. Pero quiero que comprendan, Rikuo Nura y Tsurara, que esto ya los sobrepasa. Tienen la bendición de Tsurara-onna: ella protegerá su unión y su amor, pero nada es gratis en esta vida. Esto es parte de tu carga, aprendiz. Esta carga la llevé yo, luego se traspasó a Setsura, y finalmente, a ti y a tu futuro marido. Porque la palabra "matrimonio" tiene mucho peso, es verdad, pero es que —y se rio largamente, como si le hubieran contado un chiste graciosísimo— desde esta mañana todos los presentes ya los consideramos como marido y mujer. Tú hueles a él y él huele a ti. Con cien años, hasta un ayakashi idiota en forma de taza es capaz de ver el hilo espiritual que los ata. Hubiera tenido mucho más disimulo que se acostaran. Que no lo hagan explícito es peor. Rikuo y el poder que emana hablan de que tú, aprendiz, eres un tesoro, y sin ningún compromiso explícito, eres un tesoro que conquistar. Un objeto.

Nurarihyon bebió un largo trago de sake y exhaló fuerte una vez que se lo acabó, tirando su copa.

—Te dije que era complicado, nieto —atinó a decir el anciano—. Y bueno… ya es hora, vieja. Vámonos.

Ambos ancianos, aún en su apariencia joven, se levantaron y se fueron sin decir nada más. Los presentes los siguieron irse con la mirada, cada uno con una expresión de estupefacción.

—¿Amigos? —murmuró confuso Kappa, que hasta ese momento había estado callado.

Pocos segundos después, la puerta corrediza se abrió y se asomó Wakana, cargando bolsas para ir al supermercado.

La mujer inclinó la cabeza, con extrañeza, al verlos a todos en silencio y aún en posición de reunión. Igual, ella sonrió de oreja a oreja y los saludó como siempre, ignorando de manera olímpica el dilema en el que se encontraban.

—Hijo, venía a preguntarte de qué sabor querías tu pastel. ¿Vainilla o chocolate? ¡Iré a comprar uno de nieve! Recuerda que tus amigos vendrán más tarde. Ambos llamaron hoy y confirmaron que vendrían. ¿Me acompañas, Aotabo? —con un guiño coqueto, Wakana se retiró y Aotabo la siguió sin decir nada, cerrando la puerta tras de sí.

Nozomi frunció toda la cara y dijo, refunfuñando:

—¿Ni un onryo puede detener a esa p…

No pudo terminar porque Tsurara le había congelado la lengua.


Tsurara lo tenía que admitir: no quería ver a Ienaga de nuevo. En realidad, ella no tenía ganas de ver a nadie.

Quería regresar a Yukiyama. Quería ver a Kaoru, Aomori, Shigama, a Onuki… Quería pasear con poca ropa por los pasillos de la casa en las montañas. Trenzarse el cabello luego de ducharse en la cascada más cercana. Pelear con Shura o Nozomi, discutir con Yuu…

Por el rabillo de su ojo, vio un vaso de té helado. Pese a estar vinculados, ella no notó la presencia de Rikuo hasta el momento en el que él dejó la mesa de aperitivos y bebidas enfrente suyo y se sentó a su lado.

El árbol de ciruelo, aún pequeño y con pocos brotes que Nurarihyon había ordenado plantar en el jardín central de la casa estaba frente a ellos.

—Estás molesta —dijo tranquilamente Rikuo.

Sí. Ella no sabía por qué estaba tan molesta.

—Todo esto es abrumador —agregó él, ante su falta de respuesta—. La situación política del clan no ayuda. —Hubo más silencio. Él sorbió de su té. Ella olió el jazmín y la azúcar disueltos en el hielo—. Tsurara —la llamó. Ella lo miró fijo, aún sin decir palabra—. ¿Puedo tocarte?

Tsurara sintió sonrojarse desde la punta de sus orejas. Asintió moviendo la cabeza, fija en su lugar, pero ya desubicada por la ola de sensaciones que él provocaba en ella. Rikuo sonrió y tomando de su cintura, la empujó suavemente hacia su pecho, de manera en que el mentón de él pudiera reposar sobre su cabello. En esa posición, Tsurara era capaz de escuchar, como si fuera el único sonido en el lugar, el acompasado y sereno corazón de Rikuo.

Quería… quería estar con Rikuo, a solas. Solo escuchar su corazón, y, si acaso, a los árboles moverse con el viento, o los pájaros cantar a lo lejos, o, como era verano, a las cigarras estridular. Quería cualquier cosa, cualquiera, pero fuera de ahí, de las miradas, de las obligaciones.

Tsurara tardó un poco, pero abrazó a Rikuo por la cintura y apretó con fuerza su rostro en su pecho. Olía a agua fresca de pozo y a bambú, con un leve pero penetrante olor a madera. Él, en sí mismo, se sentía refrescante.

—Hace algunos meses —comenzó a decir Rikuo— hablé con mi padre en el mundo astral. Me dijo que tú ya lo habías visitado.

—Fue de manera inconsciente —dijo Tsurara en voz baja—. En el ritual.

Aquello era verdad. Si Rikuo no lo hubiera mencionado, ella seguiría pensando que ver y hablar con Rihan había sido simplemente producto de un sueño.

Rikuo apretó su agarre de manera afable y dejó reposar su mano encima del obi de su kimono.

—Él me dijo que todo saldría bien mientras estuviéramos juntos —le contó suavemente—. Creo que eso es verdad. ¿Y tú?

"Sí. Es verdad."


Wakana recibió a los amigos de Rikuo con una sonrisa. No obstante, solo con verlos durante un breve momento, supo que algo había pasado, especialmente a Kana. Yura se veía molesta y Kana bastante orejosa y débil. Kiyotsube, por otro lado, se veía emocionado en extremo. Preguntándose qué podría haber pasado, Wakana los dejó un momento en el recibidor para buscar a Rikuo.

Lo encontró fácil. Seguía en el mismo lugar donde ella le había dado una charola con té y un leve refrigerio, luego de no verlo a él ni a Tsurara en el comedor a la hora de la comida.

La mujer sintió su pecho llenarse de conmoción al ver a su hijo sentado abrazado a la yuki-onna, ambos dormidos. La imagen era muy romántica: bajo la luz de la luna, frente al pequeño estanque, con su reflejo en el agua.

Kejorou le había contado brevemente lo que había sucedido según lo que le contó Kubinashi. Su hijo aún no se lo contaba, pero Wakana sabía que ahora Rikuo estaba comprometido.

También, a simple vista y sin necesidad de que alguien se lo dijera, sabía a su hijo distinto. De la noche a la mañana, Wakana había presenciado un cambio abismal en su único hijo. El filo de su mirada le recordaba a Rihan, con ese brillo sobrenatural y mágico, mas era diferente en color y profundidad. Era evidente que su mirada ya no era la del dulce niño al que ella le enseñó a caminar y despedía todas las mañanas para ir a la escuela a lado de Aotabo y Tsurara. Su cabello parecía crecer conforme pasaban las horas, con mechones negros entrelazados a los de sus hebras castañas de nacimiento.

Pero Wakana encontraba aún más importante la sensación de tranquilidad y paz que Rikuo y su persona emanaban estando a lado de Tsurara. Sabía lo conflictivo que podía ser tener dos partes, igual de importantes, dentro de sí. Vio y sintió ese conflicto en Rihan, irresoluble, hasta que él murió.

Su difunto esposo había sido feliz a su lado, no obstante, Wakana no negaría nunca que Rihan estuvo atormentado durante los años que compartieron juntos. Fueron muy felices, pero la felicidad no estaba destinada a durar para siempre. Ella, como una simple humana, nunca pretendió ser capaz de entender lo que un alma tan antigua como su esposo era capaz de guardar. No cuando Rihan estaba dispuesto a guardar su dolor para mostrarle a ella una sonrisa que iluminaba como el sol.

Wakana carraspeó suavemente a un lado de la pareja. Rikuo fue el primero en abrir sus ojos y dirigirle una mirada.

—Felicidades, hijo —dijo en voz baja y con una sonrisa.

Rikuo mostró confusión.

—Mi cumpleaños es hasta mañana, mamá.

Wakana se rio.

—Lo sé. Te felicito por tu compromiso. Hemos tenido muchas celebraciones estos días, ¿no es así? Despierta a mi nuera. Tus amigos están en el recibidor esperándote.


nota. con un poco de retraso, pero no sabía si continuar actualizando en esta página. decidí que sí, ahora que ya estoy escribiendo el capítulo 10. muchas gracias por leerme aquí, y una disculpa por actualizar muy aleatoriamente... porque así escribo, dependiendo con qué me obsesiono, y hace mucho que no encuentro la emoción con la que empecé a escribir en este fandom. de todas maneras, prometo terminar esta historia, porque el final está cerca.