9. El traidor
Gokudera tenía la impresión de que las estrellas se habían alineado para mandarlo a comer mierda.
Viper, Skull y él, pese a todos provenir de Italia, habían olvidado la diferencia horaria entre Japón y su país de nacimiento y las largas horas y el cansancio que significaba el viaje.
Cuando tuvieron que esperar casi una hora para ser recogidos en el aeropuerto en Nápoles por el renacuajo, Fran, y la enana de Mammoth, se habían puesto en su papel de máxima humildad. Sí, ninguno había estado especialmente feliz de esperar y ser rodeados por fans, ser tocados sin su consentimiento, dar autógrafos, tomarse selfies, dar excusas sobre la ausencia de Xanxus (varias, porque ninguno pudo ponerse de acuerdo); pero es que esperar a que una familia —famiglia— mafiosa tuviera disponibilidad sin aviso previo, era una tontería.
Pero su actitud humilde cambió cuando Mammoth, de escasos metro y cincuenta, les dijo con ese tono sabihondo y remilgón tan característico de ella:
—¿Qué su asistente no entiende lo que es logística?
Fue cuando todos culparon a Lambo y desquitaron toda molestia causada en el aeropuerto sobre él. El chico vaca fue bulleado durante todo el camino del aeropuerto a la mansión. Viper, incluso, quiso que él viajara en la cajuela amordazado. Gokudera lo pensó seriamente, pero Skull dijo que si el chico vaca iba encerrado atrás, ellos tendrían que pedir su propio café en el autoservicio, y los tres concordaron que aquello no era posible.
Si Viper veía a una joven pintada como ella una vez más, dijo que, y de manera muy seria, sería ella quien soltaría los golpes esta vez.
Salieron de Tokio a las siete de la mañana y habían llegado a Nápoles después del mediodía, a la una, luego de casi un día de viaje en avión. Pudieron esquivar la mirada de la gente en el país japonés, mas la tontería de Lambo los había hecho verse descubiertos por los fans italianos.
Ahora se sentían acosados y pegajosos, con hambre porque la comida de la aerolínea había sido asquerosa, y en extremo cansados por el jetlag, porque en Nápoles brillaba el sol, pero en Japón en ese momento era de noche.
Además, gracias a la falta de logística de Lambo, en redes sociales ya estaban comentando la ausencia de Kyoko en su viaje, lo que le causaba a Gokudera, después de estar sentado casi un día en el avión, reflujo.
Aunque eso también lo hacía cuestionarse cómo rayos iba a llegar Haru con aquella mujer falsa. Su avión había sido el último con el que, según lo planeado, llegaría alguien desde Japón a Nápoles a tiempo a la fiesta.
Le preguntó eso a Viper, obviamente disfrazando su interés real con la excusa de "saber cuándo y cómo llegaría Sasawaga" para escapar de ella.
—El señor Tsuna les prestó su avión privado —contestó Fran con indiferencia desde el asiento de copiloto de la limosina—. Tenía seis asientos disponibles. Sasawaga, el hermano Sasawaga... no recuerdo su nombre, una desconocida, el señor Hibari, el señor Reborn y la señorita Bianchi llegaron hace tres horas. El avión se devolvió a Estados Unidos por el señor Xanxus y su novio.
A Gokudera le tembló el ojo izquierdo. Recordó que tenía casi veinte horas sin fumar y se le cerró la garganta.
Reborn, casi, los había mandado por la aerolínea más barata que había encontrado. Lo sabía porque sus boletos de "primera clase" solo les habían evitado ir enseguida de niños, no las cuatro escalas que el avión había hecho.
Y ni hablar de la comida, Dio mio, aquella asquerosidad vomitiva.
Lambo tampoco había hecho un excepcional trabajo, pero no sabía la razón por la que estaban tan decepcionados. Tan solo hacía una semana que el chico vaca había dejado de equivocarse en la orden de sus cafés.
Aquello también hablaba de su situación actual con Tsuna. Carajo, seguro lo odiaba. Ahora iba a su fiesta de cumpleaños a tomarse foto con la mujer de sus sueños, como su pareja.
El mundo conocía la relación que él y Kyoko tenían con Tsunayoshi Sawada. Era bastante impresionante que su círculo de amigos, hecho en Namimori mientras estudiaban la preparatoria, en la actualidad fuera un grupo de famosos con profesiones distintas pero con alto nivel en el ojo público. Solo Hibari y Kyoko eran actores, pero también estaba Takeshi Yamamoto, que se había convertido en un beisbolista profesional. Por ello, aunque el trabajo de Tsuna fuera de bajo perfil, él también era considerado como "una celebridad".
De alguna manera, Tsuna había podido ocultar que era el líder de una familia mafiosa, retratando su trabajo en Italia como legal. Por supuesto, las exorbitantes donaciones benéficas a grupos en situación precaria habían sido de gran ayuda. La amistad con famosos había sido solo un plus, le habían dado un poco más de brillo a su persona pública. En Italia la mafia era cosa común de todos los días, y nadie la molestaba a menos de significar un gran escándalo legal. Tsuna se había encargado de que los Vongola recibieran el cariño de la gente, y que ese cariño fuese devuelto al triple, casi siempre traducido en billetes.
Gokudera sabía que, como mafioso, las manos de su amigo se habían manchado de sangre. Pero no importaba, porque estaba seguro de que también había sangre en las manos de su padre, y en las manos de la familia de su madre, y en Bianchi, y en Reborn. Sobre todo en Reborn, que antes de ser su mánager, había sido un hitman altamente reconocido por la mafia italiana.
De eso se trataban los negocios. Indirecta o directamente, cada poseedor de capital era un asesino. El débil sucumbe, el poderoso come caviar. Tsuna al menos lo compartía.
El mundo era muy pequeño. Lo que los había juntado había sido precisamente él, un hitman contratado por los Vongola para convencer al último heredero a tomar el puesto de Décimo jefe.
Tsuna había tenido que heredar ese trabajo como muchos de sus antepasados. La mafia era similar a la monarquía, pero sin toda la faramalla de "ser elegidos por los dioses". Solo la sangre podía sustituir a la sangre. Ambos se habían hecho amigos tratando de escapar de su herencia familiar. Tsuna se resistió durante largo tiempo, pero fue convencido al final, y Gokudera no lo culpaba: los Vongola no eran una línea fácil de rechazar. El consuelo de ambos fue el cambio que se le prometió: la familia podía optar, en un inicio, por la diplomacia, y las balas pasarían a ser la segunda opción.
Gokudera salió de sus pensamientos cuando escuchó la risa escandalosa de Skull, quien parecía pensar lo mismo que él sobre Tsuna y el avión privado, porque dijo, riéndose como si la azúcar y el shot doble de expreso de su café hubiese surtido efecto en ese momento:
—Seguro Tsuna te aborrece y por eso nos mandaron en el peor avión —se carcajeó histérico—. Y si supiera que tienes dos novias… Eres un manwhore, Hayato. ¿Te imaginas que Tsuna escuche el sencillo y piense que le dedicas esa canción a Sasawaga? Oh my.
Skull simuló una pistola con sus dedos y le apuntó a la cabeza.
—Bum bum y hasta la vista, baby.
—Las bandas siempre tienen más fama una vez que el vocalista se muere —apuntó con voz monótona Fran.
Mammoth, que conducía la limosina, asintió—. Es una lástima que el Décimo no crea en la violencia. Soy experta ocultando cuerpos de traidores.
