Fui y vi, allá desde una gran ventana de ese castillo donde crecí, una llanura congelada, donde si algo una vez fue "verde", ahora solo era "blanco". Algo de la luz del Sol la golpeaba levemente, mientras el resto se perdía entre las nubes y sus copos de nieve. Ninguno podía apreciarse bien, eran tantos, y el fuerte viento que traían alejaba a los curiosos. ¿Por qué la nieve tenía que llenar el mundo? O bueno, al menos el que conocía.
Resoplé, notando como mi aliento era visible. Incluso si me encontraba totalmente vestido con un abrigo y un par de guantes, realmente no me acostumbraba, y mientras frotaba mis manos buscando el calor de la fricción, recordé como la señorita me decía que era normal para alguien tan joven como yo.
También era irónico como entre todos los homúnculos del Castillo, donde todos tenían el cabello blanco como esa nieve, el mío era tan rojo como el fuego, eso también me lo dijo la señorita, aunque ella añadió que eso era bueno.
Alguien pasó a mi lado, era otra homúnculo. Me vio de reojo, pero ninguna expresión apareció en su rostro, tal vez ya me había visto antes por aquí. Realmente me gustaba ese lugar, no era especial en lo absoluto, pero me gustaba, era mi lugar, incluso si era exactamente igual a decenas de lugares en el castillo.
Tal vez eso es lo que debería haber pasado, pero esta vez, el homúnculo de turno no se fue de largo en su totalidad, después de haberme pasado por unos cuantos metros, se detuvo abruptamente.
—Tú, realmente eres "el", ¿No? —Su voz sonaba precavida, pero era neutral, era su mirada y su expresión las que daban esa impresión—. ¿Qué haces aquí?
Pareció querer añadir "Siempre estás aquí", pero se detuvo a mitad de camino.
—Mirando la nieve caer, señorita.
Ella tragó saliva, ¿Por qué hacían eso cuando les hablaba? Ella y casi todos los homúnculos reaccionaban igual. Aunque, si soy honesto, incluso si me lo preguntaba cada vez que pasaba, no sentía nada cada vez que pasaba.
Lleve una de mis manos hasta mi rostro, palpándolo. De nuevo, ninguna expresión.
De nuevo, nada.
Nada...
Al igual que "cada vez" me lo preguntaba, al igual que "cada vez" no sentía nada, todas las "cada vez" sentía... asco de mí mismo.
De la misma forma, mi semblante no se movió.
—¿Todos los días? ¿No es aburrido eso?
Por lo que dijo, parecía que solía pasar por aquí. Distinguir tantos rostros similares de reojo es complicado, pensando en eso, me fijé en su rostro.
Ese semblante desconfiado no se iba, pero aún así me hizo una pregunta trivial. No me gustaba ser orgulloso, se sentía extraño, desagradable, pero de una forma qué se sentía más personal, como si te recordarán un error... Pero incluso con ese disgusto, seguía siendo malo para expresarme.
En cualquier caso, dado que ella hizo el esfuerzo de hacer esa pregunta, traté de hacer el esfuerzo de responderle; en parte, también porque la señorita Adelheid me regañaría si solo dijera "no".
—Verla caer es... mmm... ¿Cual era la palabra?
La homúnculo llevó su vista hacía la ventana, posiblemente buscando ver ella misma que sensación le traía.
—¿Relajante? Puede que sea "calmante".
Tratando de recordar, negué moviendo mi cabeza. Luego volteé mis ojos hacía la nevada, la eterna nevada
—Parece ser que realmente no lo sé, ni siquiera yo puedo describirlo. Es escalofriante, pero es como... un anhelo.
La mujer no respondió, no vi su expresión. Segundos después, empece a hablar para mi mismo, tratando de poner en forma mis pensamientos. La razón por la que lo dije en voz alta, ni siquiera yo la entiendo bien.
—En mitad de la nieve hace frío, no hay nadie. Si murieras nadie te escucharía, tu sangre podría escurrirse en la nieve y solo ser cubierta por más nieve... Es tan horrible, me recuerda a eso; pero me hace sentir algo distinto. Es un recuerdo tan doloroso, como lleno de paz, como si hubiera algo allí más que solo muerte —Suspiré—. ¿Usted tal vez puede entender lo que digo?
—...
—Realmente dije algo terrible, ¿No es así? Por favor disculpé mi-
Fui interrumpido con un simple "No". Mis ojos fueron hacia la homúnculo, pero lo que se encontraron no fue horror ni rabia, fue...
—Tú, ¿Realmente puedes sentir algo así?
Confusión, la más pura que había presenciado en toda mi vida. Ni siquiera "ese" poder había causado algo así antes.
—¿Puedes sentir tanto con solo mirar la nieve? ¿Cómo es posible?
—Bueno, soy humano, ¿No?
Mi corta respuesta no la ayudó. Pudo entender lo que dije, sabía a que me refería, toda la información con la que nació entendía eso; pero esa homúnculo, no el conjunto de datos, la persona, la mujer, la humana artificial, no podía.
—Tú... ¿Eres humano?
"Oh", fue todo lo que pude atinar a decir, antes de que ella se fuera tras dos minutos de silencio. Yo no estaba pensando, fue la impresión la que me dejó así.
Miré hacía mi mano derecha. La levanté, estiré mis dedos, mi muñeca, la miré detenidamente como si fuera la primera vez que la viera en toda mi vida.
Si tuviera que haberle dado una respuesta, ¿Alguna habría sido correcta?
No lo sabía, por eso me levanté, y me fui.
Mientras caminaba por los grandes pasillos del Castillo, traté de pensar en otra cosa. Allí me fijé en cada pequeño detalle, las alfombras, las antorchas, los candelabros, las pinturas, muebles, y demás. Todo era tan caro, pero hasta donde había visto, a nadie le importaban, ni que fueran caros, o que siquiera estuvieran allí.
Por alguna razón, me acerqué a una gran pintura. Realmente no tenía nada de especial en su contenido, era "genérica", mientras que el trazado era implacable, tal vez obtenida por los Sintonizadores, que solían hacer intercambios con las personas en nombre de los Einzbern; algunas veces traían cosas así. Las pocas comidas dulces que pude comer fue gracias a ellos, que se aseguraban de traerme algo cada vez que iban y entregármelo cada que me veían.
Mi boca saboreó su paladar, tratando de recordar ese sabor. Cuando caí en cuenta de haberme distraído, volteé a mirar a la pintura. No me interesaba mucho, así que solo le eche un pequeño vistazo. Era curiosa la imagen, la de una mujer como las homúnculos del castillo, solo que con un vestido blanco que parecía proveniente del cielo, si es que eso tenía algún sentido.
Aunque, ¿En serio los Sintonizadores podrían haber conseguido algo así? Como sea, no es que pudiera haberlo descubierto, así que me fui. Usualmente me daban clases sobre magia, esos conceptos se repetían tanto que temía empezar a repetirlos internamente por costumbre. Así que debía aprovechar el tiempo sin clases, de alguna forma...
No había nada para hacer que no fuera leer. No podía salir afuera, no había un solo lugar para ir a jugar. Solo esperaba las comidas, al menos se salían un poco de la rutina. Tal vez si hubiera alguien como yo... no, si lo había, un año mayor que yo, en algún lugar, se encontraba la hija de ese hombre, Kiritsugu, y su esposa, Irisviel.
Illyasviel von Einzbern, era la única niña de la mansión. Solo un año mayor que yo, según me dijo la señorita Adelheid, era realmente impresionante, era la "Esperanza de los Einzbern"; pero en todos estos años, no me le acerqué ni una sola vez, parece ser que le generaba mucha desconfianza a Kiritsugu Emiya, e incluso una vez este traicionó a la casa Einzbern y su madre terminó por morir en la Cuarta Guerra, Illyasviel no se dejaba ver, ahora confinada hasta donde yo sabía.
O bueno, eso se suponía originalmente. Dado mi aburrimiento, simplemente recorrí todo lo que se me permitió del Castillo. En una de esas caminatas, hace un par de días, vi la puerta de una habitación extraña, tan extraña, pues se encontraba vigilada.
Cuando me acerqué, aparte de la clásica mirada de desconfianza que se me solía dar, finalmente se me dijo que "para evitar los daños en el cuerpo de la señorita Illyasviel, se le mantiene confinada aquí." Luego se me invitó a marcharme, y así hice, queriendo evitar problemas por algo que no entendía.
Tal vez por eso, mientras pensaba en ello, me detuve en seco y alcé una ceja al ver como una puerta se abría, y una pequeña silueta cubierta de vendajes ensangrentados salía. ¿Padecería de algo? Hasta donde pude ver, ella estaba llorando.
Respiraba con fuerza, pero se veía tan agotada... Me acerqué a ella preocupado. Esa pequeña figura, que se veía tan débil, derramando sangre que se filtraba sutilmente por sus vendajes, y lágrimas que las opacaban, era la "Esperanza de los Einzbern", Illyasviel von Einzbern. No podía ser otra que no fuera ella; pero creo que eso no era lo que realmente me importaba.
—Disculpe, ¿Se encuentra bien? —Con una pregunta, que tenía una respuesta tan evidente como lo era "no", me acerqué lentamente.
Ella abrió levemente sus ojos, como si viera algo "antinatural". Dado que es la primera vez que me veía, era de esperar. Mi apariencia resaltaba mucho en todo sentido en el Castillo, aún así, incluso sorprendida, ella no se alejó más, sino que simplemente llevó un poco su espalda hacía atrás, tal vez preparándose instintivamente.
—¿Q-Quién eres tú? —Su voz salió un tanto temblorosa, un poco forzosamente firme. Dado eso, parecía no tenerme miedo, sino más bien precaución.
—Me llamó Flammel —imité como pude el saludo que hacían las sirvientes homúnculo, llevando una mano hasta mi pecho e inclinándome levemente—. Estoy bajo cuidado y entrenamiento de la casa Einzbern, provengo de los Sintonizadores.
Ella abrió levemente sus ojos, tal vez pensó "¿No eres un homúnculo?". Me vio durante unos instantes, y ese ceño de confusión, pasó a uno de... ¿Desagrado?
—Tú... —Su voz se perdió entre sus dientes, que con su chirrido no le permitieron nada más que un leve susurro—. ¿Por qué te ves como él?
—¿Él? —No entendía ni su ira, ni su desagrado, ni sus palabras—. ¿A quien se refiere?
Silencio, parece que dijo más de lo que debía. Sus puños se apretaron, pero por alguna razón, aunque su cuerpo tembló levemente, no se fue. A diferencia de esa homúnculo, Illya, se me acercó. A unos cuantos metros, nuestros ojos se encontraron, separados por poco más que un metro.
¿Por qué lloraba tanto? ¿Mi apariencia tocó una fibra sensible? ¿Qué querían decirme esas lágrimas?
—Me llamo Illyasviel von Einzbern... Yo... no puedo soportar tú rostro; pero... —No dejó de sollozar, sus ojos rojos eran de rabia, sus ojos suplicantes eran de anhelo—. Flammel, ¿No? Tú...
No pudo decirlo, era vergonzoso. Apenas me había conocido hace unos pocos minutos, pero lo que hablaba allí no era su impresión sobre mi, era un deseo, su deseo.
¿Qué deseo? Es fácil leer lo que significan acciones simples, pero cuando es algo así, es arrogante pensar que puedes entender algo. Pero no necesité un análisis por mi parte, ella misma se encargaría de decirlo.
—¿Tienes mi edad...? —Sus puños se apretaron, tratando de contener las lagrimas.
—Soy un año menor según se. Tengo nueve años.
—¿Te gusta jugar...? —Respiró y soltó aire, una, dos, y tres veces, tratando de contener los temblores.
—No lo sé, no tengo nadie con quien jugar —La vi a los ojos al decir eso. Mis palabras eran patéticas, secas, y eran tan frías que uno podría pensar que eran de desprecio.
—¿Te gustaría jugar conmigo? —Ella no se molestó. No lo hizo, no podría haberlo hecho, posiblemente ni siquiera se estaba fijando—. En este Castillo...
—No hay nadie más para jugar —interrumpí groseramente, pero el sentimiento era el mismo entre los dos. Bueno, yo tenía a mi maestra, pero un tanto estricta con eso; ella tenía... tuvo, a sus padres, y ahora estaba allí, totalmente sola delante mio.
Su mano se pegó a mi camisa, como si temiera que desapareciera. No entendía su comportamiento, pero mientras pensaba, me dí cuenta de algo. Los dos eramos los únicos niños del lugar, y yo era la única persona distinta de las homúnculos, que sin mayor emoción se encargaban del Castillo.
¿Cómo me dí cuenta en algo que era tan terrible de entender como lo son los "demás"? Creo que era simple, los dos nos sentíamos solos.
—¿Entonces tú querrías...?
Nuevamente, no terminó su frase. Pedir eso era mucho, por eso solo asentí a la pregunta que ya conocía.
Miré su rostro una vez más, y me pregunté si esas últimas lágrimas que dejó caer eran de algo más que tristeza. No lo sabía, de igual forma que no sabía a qué se debía mi propia sonrisa. Tal vez... ambas se originaban del mismo sentimiento.
