Todo de mí

Escrito por bobalon, traducido por Fox McCloude

Disclaimer: Gotoubun no Hanayome y todos sus personajes son propiedad de Haruba Negi. La historia le pertenece a bobalon, yo solo tomo crédito por la traducción. Todos los derechos reservados.


Capítulo 17 — La cúspide de la adolescencia


El vapor sobre las aguas termales. Las ondas que se movían por la superficie tranquila del agua, expandida por los salpicones y vaivenes de la piel al sumergirse. Primero, estaba el calor. El ardor y picor del agua caliente bajo la tierra, feroz y febril mientras se hundía en la piel para estimular la sangre debajo. Y así buscaba todos los lugares. Donde fuera que las aguas pudieran relajar hasta la carne más cansada, y hacer que todos los problemas que cargaba encima se desvanecieran con los remolinos y la neblina del vapor. Todo caía en su lugar tan fácilmente, sin esfuerzo. Cuando las últimas partes del cuerpo finalmente sucumbían ante la tentación y el fervor, todo lo que quedaba era una pura y reconfortante felicidad.

Felicidad, aunque fuera efímera.

- Yotsuba. – Miku le dio un codazo a su distraída hermana en el hombro, dirigiendo su mirada hacia las puntas empapadas de su cabello que salían de su toalla. – Tu cabello está tocando el agua.

- ¿Huh…? – Yotsuba parpadeó lentamente. Sin darse cuenta se había dejado caer tanto sobre el agua que su mentón apenas flotaba sobre la superficie. – ¡Oh, tienes razón! Perdón.

Rápidamente se levantó para ponerse encima del agua, echando una larga mirada entre las paredes de bambú que las rodeaban. Filas de tallos de bambú atados fuertemente; los mismos que siempre habían conocido, se estiraban por encima de ellos. Rocas pulidas componían el perímetro de los baños termales, contra las cuales ahora presionaba su espalda. Una delgada capa de vapor nublaba el espacio, como si se estuviese sumergiendo en el confort de un placentero sueño.

Aguas Termales Toraiwa. Probablemente ya habían transcurrido poco más de dos años desde que habían hecho una visita a la posada de aguas termales de su abuelo. De niñas, a menudo correteaban por los amplios pasillos de la posada mientras acompañaban a su madre. En retrospectiva, el confort que venía con estas paredes debía haber sido un santuario para su madre. Un lugar que le ofrecía un respiro de la dura realidad que borraba su sonrisa, en el momento en que Rena debía separarse de sus hijas.

Ahora (tras muchos años que convirtieron todo en memorias distantes) la posada familiar finalmente comenzaba a mostrar su edad. O más bien, siempre se había visto así. Una vez que sus ojos vieron más allá de la nostalgia, las arrugas y grietas pronto se volvieron más claras. Desde la vieja pintura y papel tapiz que siempre habían estado iguales hasta donde podían recordar, hasta las hojas caídas y marchitas de las plantas, por falta de atención de su anciano dueño. Y los pétalos esparcidos y hojas muertas que llenaban todo el piso.

Desde su extremo del baño, Nino estiraba sus brazos por encima del hombro con cansancio, dejando que los trozos de su fatiga se ahogaran en el agua caliente. – Este lugar de verdad se ha puesto viejo, ¿no creen? Es gracioso, siento como si apenas lo notara ahora.

- Estaba pensando lo mismo. – Yotsuba apoyó su cabeza contra la piedra, observando el vapor ascendiendo lentamente. – Casi parecía un poco diferente cada vez que visitábamos. Cuando estuvimos aquí con Uesugi-san y su familia, era como si nadie más hubiera venido aquí en un largo tiempo. Me pone un poco triste…

- Desafortunadamente, tiene sentido. – dijo Miku. – El abuelo siempre ha estado cuidando este lugar por sí solo, desde que mamá y la abuela murieron. Debe haber sido muy duro, todo este tiempo. – Su voz se apagó hasta quedar en silencio, y ninguna de ellas encontró las palabras para poder continuar. Por un corto instante, las tres hermanas se sentaron calladas en el baño, permitiendo que el efecto sedante de las aguas termales reemplazara la conversación.

Yotsuba fue la primera en alzar su cabeza. – ¡Esas deben ser ellas!

- ¿Huh? – Nino alzó una ceja, y luego ahuecó la oreja. Difícilmente habría algo que hubieran captado sus oídos, así que escuchó más de cerca. Pudo captar un murmullo ahogado distante. Algo como las pisadas de las pantuflas de interior contra los pisos de madera y la puerta dentro del cuarto para cambiarse de las mujeres siendo deslizada.

Luego vino una voz. Una voz familiar, benigna con un aire ligero y alegre con sus palabras. – Whoa, ¿crees que esté atascada o algo así?

Las tres hermanas se giraron atentamente hacia la puerta.

- A veces pasa. – luego vino la voz de Itsuki. – Toma, tienes que tener un poco de cuidado, pero si lo haces así…

Con un ruido fuerte y un traqueteo desordenado (lo bastante fuerte y repentino para sospechar que algo se rompió), la puerta se abrió. En el umbral había dos figuras. La primera en asomar su cabeza era Itsuki, con la boca bien abierta mientras los dedos de su mano sujetaban la punta de su toalla apenas enrollada en su cabeza. Su otra mano, sin embargo, sostenía con algo de culpa la manija de la puerta, con el resto del marco de madera doblado en un ángulo torcido. Una gota de sudor bajó de su cabeza mientras miraba lo que acababa de hacer.

- Bueno… – dijo la persona junto a ella, claramente divertida – … ahora sí creo que está rota…

- Y-yo… – Itsuki rápidamente la miró. – ¿Podemos arreglarla de algún modo? ¿Está tan mal? ¿Puedo…?

- No te preocupes, estoy segura que sólo se atascó con algo. Es muy vieja, después de todo.

Asomando su cabeza por la puerta estaba una mujer con una camiseta blanca con los botones desabrochados, y con pantalones negros por arriba de la cintura. Sus dedos se bajaron sus gafas de sol redondas por el puente de su nariz, sacudiendo el pendiente con cadena plateada en su oreja derecha.

- Hey. – las saludó Ichika con la mano despreocupadamente. – Ha pasado un tiempo.

Las primeras palabras se quedaron retenidas en sus bocas. Contando los meses, habían estado siguiendo muy de cerca a Ichika mientras hacía sus olas por los escenarios del cine norteamericano. Habían visto cada película y clip donde aparecía, tomas y fotos compartidas de sus sesiones de modelaje, e inclusive se enfrentaron de manera muy acalorada contra fans demasiado pervertidos en internet. Ella era su hermana (la hermana mayor que habían conocido durante toda la vida), pero en ese breve momento en que sus ojos se cruzaron, fue como si estuvieran viendo a una persona totalmente diferente. Una verdadera estrella.

Eventualmente, Yotsuba fue la primera en ir a saludar a su hermana. Levantó las piernas, salpicando gotas de agua termal sobre Miku y Nino. - ¡Ichika! ¡De verdad eres tú! ¡Cuánto tiempo sin verte!

- Bienvenida a casa, Ichika. – dijo Nino. – Espero que hayas tenido un buen vuelo. Ven a darte un baño con nosotras; debes estar exhausta.

- Qué bueno verte de nuevo, Ichika. – dijo Miku. – Te ves bien. Muy… diferente, de alguna manera.

- ¿Diferente? – dijo Ichika mientras comenzaba a desabotonarse la parte superior de su camisa. – ¿Cómo así?

- No de una manera extraña o algo. Es sólo que pareces mucho madura ahora, supongo. – Miku se rio ante el pensamiento. – Aunque, supongo que decir eso suena un poco extraño también.

- ¡Cuéntanos todo de los Estados Unidos! – dijo Yotsuba con entusiasmo. – Tenemos tanto con que ponernos al día desde que te fuiste. Nino y yo nos preguntábamos el otro día si es verdad que…

- Cuidado, Yotsuba. No te apresures así.

- ¡Pero es que tenemos tanto sin verte! – Abrió los brazos y sacó el pecho. – ¡Ven acá y dame un abrazo, Ichika! ¡Te he extrañado tanto!

- Todas te hemos extrañado. – añadió Miku. – Las cosas no han sido lo mismo desde que te fuiste.

- Podría decir lo mismo para todas ustedes. – Ichika se rio alegremente por lo bajo. Con cuidado comenzó a soltarse sus pendientes, dejando que las delgadas cadenas de plata se deslizaran entre sus dedos. – Denme un minuto, ¿sí? El viaje en el avión fue muy largo, y me vendría bien una ducha en este momento.

- Entonces déjame lavarte la espalda. – sonrió Yotsuba.

- ¿Podrías? Eso sería grandioso.

Tras despojarse totalmente de sus ropas de viaje, Ichika se dirigió hacia las duchas cercanas. Los grifos chirriaron con cada giro, e Ichika no pudo evitar levantar una ceja curiosa cuando vio que no salía el agua. Volvió a intentarlo con la siguiente, y otra vez, ni una sola gota de agua.

- Oh, es verdad. – dijo Nino desde atrás. – Olvidé mencionarlo, pero las duchas están todas dañadas aquí.

- ¿Dañadas? Oh, estás bromeando…

- Ojalá lo estuviera. Sólo hay dos que funcionan y están en el lado de los hombres. Tendrás que entrar allí.

- ¿En serio? Bueno, supongo que tendré que… Hu… ¡¿huh?! – Ichika rápidamente se giró. – Espera, ¿a qué te refieres con "entrar allí"? ¡¿El baño de hombres?!

- No te preocupes, todas lo hicimos. – Yotsuba le dio un pulgar arriba. – ¿No lo recuerdas? Ya que el abuelo no está en condiciones para trabajar, la posada está cerrada. Sólo estamos nosotras.

- Claro… – Ichika exhaló un suspiro de alivio. – Eso explica por qué el lugar se ve tan vacío. Bueno, supongo que ya había estado vacío incluso desde entonces, ¿eh?

- Sí… – replicó Itsuki. – Sin el abuelo, no quedará nadie que cuide de este lugar… – No queriendo continuar el pensamiento, Itsuki negó con su cabeza. – Como sea, Ichika y yo deberíamos ducharnos primero. Volveremos enseguida.

- Tómense su tiempo, ustedes dos. – dijo Nino.

Después de un corto desvío a través de la vacía posada y tras unos cuantos minutos más, Ichika e Itsuki regresaron al baño de mujeres. Recibieron a sus hermanas de vuelta, pero rápidamente notaron las miradas de desagrado tanto en los ojos de Ichika como de Itsuki. Gotas de agua fría chorreaban por su piel y un escalofrío sacudió sus hombros mientras se venían acercando.

- ¿Olvidé mencionar que el agua caliente tampoco funciona? – sonrió Nino.

- Podrías haberlo hecho… – replicaron ambas, Ichika e Itsuki con un ligero traqueteo de sus dientes. No había espacio para conversar, sino que inmediatamente buscaron refugio en el calor de los baños termales. Fue casi paralizante. Abrumador. En el momento en que sus pies tocaron el agua, el resto de sus cuerpos los siguieron, como si todos sus seres fueran absorbidos por ella, hasta que la única cosa que pudieron controlar era un largamente deseado gruñido que escapó de sus labios. Más de parte de Ichika, pues la joven actriz había soportado hora tras hora agotadora encerrada en los confines tubulares del vuelo más rápido que pudo encontrar para salir desde California hasta Japón, y todo el jaleo que resultó de ello.

Y con todo, la sensación de estar en casa fue suficiente para que todos esos problemas se derritieran, desapareciendo en lo profundo de las aguas termales que se sentían un verdadero paraíso mientras acariciaba su piel.

Por mucho que a Ichika le habría encantado quedarse así, eventualmente recordó que esta no era exactamente una visita de vacaciones. Nada tan despreocupado como para mantener esa sonrisa en su rostro por más de un breve momento. Pensó en los pocos días que separaban esta mañana del día que recibió aquella llamada. En alguna parte, en el fondo, las hermanas sabían que los días eventualmente se acortarían para ellas y quienes las rodeaban. El reloj no se pararía por nadie, y no habría segundos, minutos u horas que pudieran reemplazar los que se habían perdido. Simplemente no había suficiente tiempo para todo.

Tal vez fuese mucho pedir, pero todas deseaban que los días pasaran un poco más lento. Sólo un poco.

- ¿Cómo está el abuelo? – preguntó Ichika. – ¿Está… quiero decir, está bien que lo visitemos todas a la vez? Algunas de ustedes ya fueron a verlo, ¿verdad?

Miku asintió. – Nino, Yotsuba y yo llegamos hace dos noches. El hospital está a sólo una caminata, pero llamamos y nos dijeron que estaba bien que fuéramos a verlo. Aunque no nos pudimos quedar mucho. Parecía realmente… cansado. Feliz de vernos, pero… cansado.

- Ya veo… – murmuró Itsuki, mirando las tiras de su cabello rojo desvaídas que se reflejaban en el agua. – ¿Creen que el abuelo tenga muchas cosas en su mente? Siempre ha amado esta posada, y desde que tengo memoria ha trabajado aquí. Me pregunto si le preocupará cómo está la posada ahora.

- Conociendo cómo es el abuelo, probablemente está esperando a que le den de alta para volver y arreglar el lugar. – dijo Nino. – Honestamente… no está en condiciones de hacer nada de eso. No a su edad, y tampoco por sí solo.

Tan rápido como el pensamiento cruzó su mente, Yotsuba se volvió a parar. – ¡Hey, tengo una idea!

- ¿Qué?

Rápidamente se enrolló la toalla alrededor del cuerpo para salir del baño. – ¡Creo que haré algo de limpieza por todo el lugar! Así el abuelo no tendrá que preocuparse por eso mientras esté en el hospital. – Yotsuba dio un valiente paso adelante, sintiendo un pequeño subidón de gratificación mientras las tareas comenzaban a apilarse en su cabeza. – Ahora, ¿dónde puedo encontrar un trapeador? Seguro debe haber alguno en alguna parte por aquí…

- ¡Hey, Yotsuba! Se supone que después de esto iremos a ver al abuelo. – Nino trató de llamarla, pero la cuarta hermana ya había tomado su decisión. – ¿Qué sentido tiene ensuciarte de nuevo? ¿Hola?

- Ah ja… – Ichika se rio, peor rápidamente lo siguió con un bostezo. – Lo que daría por tener un diez por ciento de la energía de Yotsuba. Ahora mismo me vendría muy bien.

- ¿Estás experimentando desfase por el horario, Ichika? – preguntó Miku. – Probablemente sea muy tarde ahora mismo en California. Quizás podríamos conseguirte un café antes de irnos.

- Ja, perdón por las molestias. Creí que podría acostumbrarme, pero supongo que me sobreestimé a mí misma. – Gruñó en voz baja para sí misma mientras se dejaba sumergir más en el agua. – Dejando eso de lado, ¡hablemos de las buenas noticias! ¡Nino, Miku! No podía creerlo cuando lo escuché, ¿pero en serio ustedes dos decidieron hacerse cargo de la panadería de la familia de Fuutarou-kun? ¡Eso es increíble! ¿Cómo lograron convencerlos?

Para sorpresa de Ichika, Miku se hundió mucho más en el agua, murmurando algo que sonaba como una respuesta dentro de las burbujas entre sus mejillas hinchadas.

- ¿Dije algo malo…? – preguntó Ichika, a lo que la cara de Miku se puso de rojo brillante.

- Ha estado así desde que hicimos el trato. – señaló Nino. – Cada vez que se lo pregunto, pasa exactamente lo mismo.

- ¡Eso es porque…! – intervino inmediatamente Miku. – Yo… no sé qué me pasó, ¿de acuerdo? Quiero decir… estoy feliz de que lo hiciéramos, y de que ellos tuvieran tanta confianza en nosotros, pero cuando pienso en ello… yo sólo… las cosas que dije fueron… – Miku ocultaba su cara, no queriendo recordar esa actitud tan atrevida que mostró apenas días antes.

- Ya… ya veo… – dijo Ichika a medias. – Parece que me perdí de algo.

Tras un momento, Miku continuó luego de dudar un poco. – La verdad es que… me siento un poco abrumada…

- ¿Abrumada?

- Ambas lo estamos. – dijo Nino, acercando sus rodillas hacia su pecho. – Miku y yo sonábamos muy seguros de nosotras mismas cuando hablábamos del futuro y del café que vamos a abrir, pero… es muy diferente cuando está así de … cerca. Seré honesta, me da un poco de miedo. – Empezó a sacar sus dedos fuera del agua, y Nino expresó los pensamientos problemáticos con cada uno mientras iba contando. – Elaborar un plan de negocios… hacer presupuestos… estudio de mercado… trabajo legal…

Nino dejó caer el dorso de su mano de vuelta en el agua. – Es que hay… tantas cosas que tenemos que hacer. Demasiado que tenemos que pensar. No queremos… no, no podemos arruinar nada.

Miku asintió. – No después que Fuutarou, Isanari-san y Raiha-chan lo dejaron en nuestras manos. Nino tiene razón. Es muy aterrador pensar en ello. Es como si, entre más pensara en ello, más me doy cuenta de que no sé muchas cosas. – Como si sus temblores delataran sus inseguridades, Miku se encogió de hombros. – Pero ¿qué puedo decir? No es como que ser estúpidas sea algo nuevo para nosotras. Tendremos que hacerlo y esperar lo mejor, como siempre lo hemos hecho.

El sentido de humor seco de Miku junto con su honestidad brutal eran algo que jamás fallaba en hacer reír a sus hermanas. Combinado con la sensación rejuvenecedora del baño termal, momentos como estos se sentían muy necesarios con lo ocupado de sus vidas. Una vez que se acomodaron de nuevo, Ichika miró hacia el otro lado. – ¿Y tú, Itsuki?

- ¿H-huh? – tartamudeó Itsuki. – ¿Y-yo? ¿Qué hay de mí?

- ¡Por eso te pregunto, tontita! – Ichika le dio un empujoncito en el hombro con el suyo. – ¿Tú y Fuutarou-kun se han estado llevando bien últimamente?

- ¿Yo y Uesugi-kun? ¿Llevándonos bien? Sí, claro.

- ¿Pero no ha estado ayudándote para sacar tu certificado de enseñanza?

- Sí, lo ha hecho, pero eso está muy lejos de que nos llevemos bien. – suspiró Itsuki. – Jamás he extrañado ser estudiante de Uesugi-kun, y tal parece que es todavía más duro ahora que nunca. Y estoy segura que lo hace por razones personales…

- ¿Estás segura de que ustedes dos no se están acercando? – Ichika sonrió inocentemente, pero la distancia entre ambas se acortaba. – Porque Fuutarou-kun me ha estado contando un montón de cosas buenas sobre ti. No puedo evitar pensar que mi linda y adorable hermanita menor y mi novio se estén poniendo un poco demasiado amigables…

- ¡I-I-I-Ichika! – Itsuki volvió a tartamudear, esta vez más profundamente que antes. – Eso… quiero decir, ¿de verdad Uesugi-kun dijo que nosotros…? No, quiero decir, Uesugi-kun y yo sólo somos…

- ¡Ah, cómo extrañaba esto de ti, Itsuki-chan! – Ichika alargó sus brazos para atrapar a su hermana menor, atrapándola con fuerza mientras su risita despreocupada llenaba toda la habitación. – ¡Oh, vamos, ya sabes que tu hermana mayor sólo está bromeando! ¡No trates de huir de mí!

- Aun así, esa clase de bromas no son divertidas… – Itsuki hizo un puchero.

- ¡Perdón, perdón! Es que ha pasado tanto tiempo, no pude evitarlo. Mira, te lo compensaré, pero tienes que prometerme que no se lo dirás a Fuutarou-kun, ¿está bien?

- ¿No decirle a Uesugi-kun? ¿Qué cosa?

Ichika asintió. ¿No me oíste cuando dije que Fuutarou-kun estaba diciendo muchas cosas buenas de ti? Bueno… no estaba mintiendo, ¿sabes?

- Me cuesta creer eso. – Itsuki rodó sus ojos.

- No tienes por qué creerme. – Ichika sonrió de oreja a oreja. – Pero, sabes, desde que Fuutarou-kun se enteró que Raiha-chan fue aceptada en Kurobara, ha estado pensando en cómo expresar su gratitud.

Itsuki alzó una ceja. – Oh, ya veo.

- Ambas sabemos que Fuutarou-kun puede ser muy impulsivo. – continuó Ichika. – No es bueno con cosas como esa. Cuando le pregunto sobre tus lecciones, siempre me dice que has mejorado mucho. Aunque… ya que ustedes dos siempre terminan discutiendo, no sabe cómo hacerlo sin empezar una pelea. – Ichika se rio, recordando que las cosas siempre habían sido así entre ellos. Desde el primer día que su hermana menor había ido con Ichika, quejándose furiosamente por haberse topado con "el chico más grosero e insensible que jamás había conocido", y los días de terquedad que eventualmente siguieron. Tal vez siempre parecía que las cosas nunca cambiarían entre ellos, pero ni Ichika, ni el resto de sus hermanas considerarían que eso sería cierto. No del todo, al menos.

- Has estado haciéndole de tutor a Raiha-chan desde hace un buen tiempo. – continuó Ichika. – Logró entrar a Kurobara gracias a tu ayuda. Su familia nunca ha sido capaz de permitirse un tutor privado antes, y con Fuutarou-kun tan ocupado ahora, no podrían estar más felices de haberte conocido. Y eso incluye a Fuutarou-kun. Así que… aunque sea un poco, sé paciente con él, ¿está bien? Te lo agradecerá.

Apoyó suavemente su mano sobre la cabeza de Itsuki, cuidando de no chorrearle agua encima. – Te has esforzado mucho. Gran trabajo, Itsuki.

Itsuki desvió la mirada. Era como si estuviera tratando de buscar atención a propósito. Habría pensado que cumplir sus veinte años la habría hecho superar sus deseos de niña, pero la quintilliza más joven se guardaba su gratificación en silencio. Entre la ansiedad y ambigüedad que hizo divergir tanto sus vidas de adultas, momentos como este servían como recordatorios delicados de que todavía seguían siendo ellas mismas. Y por todas esas razones, Itsuki eventualmente se daría cuenta de lo mucho que extrañaba tener a su hermana mayor. A veces, se sentía bien ser mimada.

- Si Uesugi-kun realmente se siente así, – murmuró Itsuki – entonces tiene una manera muy pobre de demostrarlo. Admito que fue gracias a él que pude llegar hasta aquí. Yo… supongo que puedo soportarlo. Sólo un poco más.

- En serio es como si nunca te hubieras ido, Ichika. – dijo Nino con una sonrisa. – Si no fuera por tu bronceado de California, nadie lo habría adivinado.

- ¿Bronceado? – Ichika de inmediato se puso de pie. Empezó a girar el cuello, pecho y caderas mientras se miraba por todo el cuerpo. – ¡No, claro que no! Difícilmente me veo diferente al resto de ustedes.

- No, allí está. Las demás pueden verlo, ¿verdad?

- Estás mintiendo. Díganle a Nino que está mintiendo, Miku, Itsuki. No hay nada, ¿verdad?

- ¡Rápido, mientras Ichika todavía está de pie! ¡Veamos si subió de peso allá en Estados Unidos!

- ¡No… no es cierto! – Ichika se cubrió su cintura desnuda con sus manos. – ¡Sólo están inventándose cosas ahora! ¡Miku, Itsuki, ya dejen de reírse!

El intercambio continuó de ida y vuelta. Tras un breve momento de disfrutar las risas y el calor de los baños termales, eventualmente salieron para vestirse. Al ponerse sus batas de baño, todas pudieron oír los sonidos detrás de la puerta mientras Yotsuba iba de ida y vuelta por toda la vieja posada. – Yotsuba parece estar muy metida en ello. – dijo Ichika mientras se colocaba su pendiente.

- No sé qué espera lograr en tan poco tiempo. – dijo Nino mientras se ataba sus dos listones de mariposa en ambos lados para hacerse unas medias coletas.

- Aun así, estoy segura que eso haría feliz al abuelo. – dijo Miku, desenrollándose la toalla de su cabello y dejando caer el largo mechón sobre su cara. Tras algunas pasadas rápidas con un cepillo cercano, la tercera hermana terminó de mover de lado los mechones restantes que cayeron sobre su cara.

- Deberíamos ir a decirle a Yotsuba que se prepare. – dijo Itsuki, colocándose las gafas rojas sobre sus ojos antes de abrir la puerta.

Más allá de la luz brillante del sol de la mañana, las cuatro hermanas miraron con los ojos muy abiertos el patio. Los amplios pisos de madera estaban totalmente limpios de cada mota de hojas, pétalos y polvo, y tan relucientes que la luz del sol se reflejaba ligeramente en la superficie. Las lámparas montadas en las paredes habían sido limpiadas de cualquier telaraña enrollada alrededor de su superficie. En esos breves momentos, las nubes parecían haberse dispersado, respirando un nuevo aliento de vida en las Termas Toraiwa.

Y allí, de pie en el centro de todo el patio, se encontraba Yotsuba, con su brillante cabello naranja amarrado en una coleta corta. Un trapeador descansaba contra un árbol cercano, y ella sostenía una regadera en sus manos mientras cuidadosamente regaba las plantas cercanas. Sus dedos acariciaban suavemente las hojas marchitas y las flores dobladas, como si fueran tan hermosas como el día que brotaron de la tierra. La compasión guiaba su mano y la mirada pensativa en sus ojos mientras rociaba el agua sobre las plantas.

- ¿Oh? – Yotsuba notó a sus hermanas afuera del patio. – ¿Ya estamos listas para salir pronto?


(-0-)


Ecos por todo el pasillo. Paredes brillantes de blanco y beige moteado, que se alargaban ampliamente mientras sus pasos se perdían a sus espaldas. Nada como el hospital de alto renombre que su padre supervisaba, la isla de de Himakajima servía hospitales y clínicas dignos de su tamaño humilde. Pequeños y acomodadores. Pocas habitaciones para tener a pocos pacientes. Incluso encontrar a un trabajador de hospital disponible llevaría más tiempo de lo que cualquiera de las cinco hermanas podría haber esperado.

El cuarto número 06. Un cuarto de hospital escondido a lo largo del extremo exterior de un pasillo curvado. Un lugar que se ponía de cara con el brillo del sol al amanecer, y el horizonte en la distancia se dividía en dos tonos de azul. Con las largas horas que acompañaban a estos cortos días, las cinco hermanas no podían evitar sacar de nuevo las memorias que habían guardado por mucho tiempo. Viejos pensamientos que pintaban vestigios de ellas mismas de pequeñas, y la inocencia enterrada en la ingenuidad.

Ya habían estado aquí antes. Una vez, durante una de sus visitas, estos corredores cargaban los ecos de sus yos más juveniles. Ellas mismas, y su agotada madre descansando cuidadosamente en la cama del hospital. Durante esos días de ingenuidad, ninguna de ellas podría haber esperado que su madre ya estuviera mostrando signos de enfermedad.

- "Sólo es una mala jaqueca. No se preocupen, estaré bien." – habría dicho Rena Nakano a sus hijas mientras espiaban cautelosamente por la puerta.

- ¿Estás bien, Itsuki? – Ichika miraba a su hermana más pequeña, colocándole suavemente la mano en el hombro.

- Estoy… bien. – replicó Itsuki luego de un profundo respiro. No se había dado cuenta, pero el pecho se le había puesto algo rígido desde que entraron.

- Podemos esperar un poco si quieres. ¿Quieres que te busquemos algo de tomar?

- No, eso no será necesario. Gracias, estaré bien.

Ichika asintió lentamente, luego se giró hacia las otras hermanas que las esperaban un poco más adelante. – ¿Seguras que el abuelo estará bien con esto? Siempre aparecíamos vestidas iguales. Si lo dejáramos en shock ahora…

- Dijo que eso era todo lo que quería en este momento. – respondió Miku. – Antes de irnos, el abuelo dijo que quería vernos a todas como realmente somos.

Ichika se rio a medias. – Así que todo el tiempo sabía que estábamos disfrazadas, ¿eh? Supongo que no debería sorprenderme. El abuelo de verdad nos conoce a todas.

- Allá adelante debe estar su cuarto, ¿verdad? – Yotsuba señaló enfrente de ellas. – La enfermera dijo que tenemos permitido verlo, ¿verdad?

- Sí. – dijo Nino. – Debe estar esperándonos. Si ya estamos listos, podemos pasar.

Unos pocos pensamientos más las retuvieron mientras se acercaban a la puerta. Fue un recuerdo muy corto, casi imperceptible pues se desvaneció en la ambigüedad sobre dónde y cuándo terminaba. En alguna parte, algún tiempo tras el fallecimiento de su madre, las cinco niñas quintillizas habían desarrollado un lamentable miedo a los cuartos de hospital. Después de todo, una cama de hospital fue el último lugar de descanso de su madre, y ese miedo se arraigó más profundo en algunas de las hermanas que en otras. Cuando Maruo Nakano las tomó bajo su cuidado, se sorprendió de descubrir que las niñas estaban bastante aprehensivas cuando las traía a su propio hospital. De una manera u otra, y tras mucha paciencia, todas encontrarían el valor para volver a entrar en uno. Tal vez fuese cosa de crecer. Un solo paso a la vez.

Pero ahora, mientras estaban de pie frente a esta puerta, no pudieron evitar aguantar su respiración pasivamente. La primera mano se alargó hacia la puerta algo dudosa, antes de empujarla suavemente para abrirla.

- Ah. – Un rostro arrugado y marchito les saludó. Una sonrisa lentamente se formó, ensanchándose más al ver las caras de aquellas a quienes guardaba más profundamente en su corazón. – Allí están, chicas. Todas lucen muy bien ahora.

Una por una, ingresaron a la habitación. – Hola, abuelo. – comenzaron todas a saludarlo, cada una cogiendo una silla cercana y apoyándose contra el alféizar de la ventana.

- ¿Ya has comido algo? – preguntó Nino, jalando la correa de su bolsa. – Te trajimos algo de comida. Es tu favorito: pescado frito y arroz con frijoles de soya.

- También trajimos algo de té para acompañarlo. – añadió Miku, sosteniendo un termo. – ¿Te servimos un poco?

- ¿Oh? – La sonrisa del abuelo no disminuyó ni un poco. – Gracias, Nino, Miku. Sí… creo que me encantaría. Pueden dejar allí la comida, por favor.

Tomó un trago lento y cuidadoso. Lentamente, el anciano observó los cinco rostros de sus nietas. Cinco rostros idénticos, muy preciados desde el día que las vio por primera vez mientras dormían, envueltas en las cálidas mantas de la enfermería del hospital.

Finalmente, sacudió su cabeza. – Siento mucho haberlas preocupado tanto. Espero que su viejo abuelo no les haya causado mucho problema.

Ichika le restó importancia con la mano. – No es ningún problema, abuelo. Significa mucho para todas nosotras poder verte.

- Ah, Ichika. – El abuelo se giró hacia la nieta mayor, mirándole cuidadosamente los mechones más claros de su recientemente cortado cabello. – Tú… te ves igual que en la televisión.

- ¿Eh? – le dio una mirada sorprendida. – ¿Me has visto en televisión? ¿Dónde?

Señaló hacia el viejo televisor que estaba colocado en la mesa detrás de ella. – Una de las enfermeras dijo que había visto algunas de tus películas. Le pedí que me trajera algunas. – Se rio quedamente. – No entendí todo lo que sucedía, pero… te veías hermosa, Ichika. Igual que el resto de ustedes. Todas han crecido tanto, y se han vuelto tan… hermosas.

Hubo una sensación. Muy sutil, pero no pasaría desapercibida dentro de las cinco. Algo que débilmente reprimía una sonrisa honesta. – Gracias, abuelo. – dijo Ichika sonriendo. – Siempre fuiste muy amable con nosotras. Las cinco te debemos tanto.

- Tonterías. Ustedes no me deben nada, niñas.

- ¡O-oh! – Itsuki tartamudeó ligeramente. – Te ayudamos a limpiar un poco la posada antes de venir. Bueno, quiero decir, fue Yotsuba quien hizo casi todo el trabajo, ¡pero te sorprenderá lo limpio que se verá cuando regreses! ¿No es así, Yotsuba…?

- ¡Huh? ¡O-oh! ¡Claro! – Un poco tarde para responder, Yotsuba sacó el pecho y se puso los nudillos en las caderas. – ¡Le di una buena fregada a los pisos! Luego voy a terminar con el segundo piso antes de que nos vayamos.

- ¿Eso hiciste? – dijo su abuelo. – Te lo agradezco, pero no tenías por qué tomarte tantas molestias con eso, Yotsuba.

- No fue nada. – Yotsuba sonrió de oreja a oreja. – No te preocupes, ahora sólo concéntrate en descansar, abuelo.

- Aun así… debe haber sido mucho trabajo. Es una posada muy vieja. Muy… muy vieja, en efecto. Cuando yo ya no esté, probablemente no dure ni… – No necesitó levantar la mirada de la superficie de su taza de té para saber las caras que sus nietas estaban haciendo. Debían estar apretando los labios entre sus dientes, y sus rostros se nublaban con la solemnidad, forzándose a hacer una última sonrisa reacia.

Otro sorbo lento de té. Otro trago amargo por todos los infortunios que mancharon su larga y agotadora vida. – ¿Les gustaría escuchar algo más sobre su madre?

Todas se quedaron mirando. Más allá de las canas grises que caían sobre el rostro de su abuelo y enterrada entre sus ojos nublados estaba una mirada que podía ver más allá de las cuatro paredes de esta habitación. Cada parte estaba meditando en melancolía. Dichosa y a la vez despojada, como si hubiese estado pensando en este preciso momento por un largo, muy largo tiempo.

- ¿Sobre… mamá? – preguntó Itsuki finalmente. – ¿Qué quieres decir?

- Como padre – continuó su abuelo – difícilmente tendría el derecho de decirlo. Rena era mi hija, pero más importante aún, ella era su madre. Por eso debo pedirles perdón por decir esto: su madre no era perfecta.

Aunque todas veían de frente a su abuelo con total sinceridad, ninguna de ellas pudo ignorar ese pequeño, casi imperceptible deje de resentimiento que salió con esas palabras. Quizás su abuelo fuese la única persona que podría decir algo como eso y todavía recibir en respuesta cinco rostros que esperaban atentamente más de lo que tenía que decir.

- Rena… fue un milagro en mi vida. Era trabajadora, inteligente y amable. Esas cosas, estoy seguro que ustedes ya las conocen bien. Nunca quiso nada menos que lo mejor para todas ustedes, y se aferró a ese deseo hasta el final. Era una mujer fuerte, una mujer de principios. Sin embargo… – sacudió su cabeza lentamente. – Si hay una cosa que sé sobre mi hija, es que era muy orgullosa. Y muy testaruda.

- ¿Orgullosa? – preguntó Miku. Su madre les había enseñado muchas cosas. A tener cuidado con el tipo de hombres que dejaban entrar en sus vidas. A compartirlo todo en cinco partes iguales. Aunque, por doloroso que fuera el recuerdo, su madre a veces les repetía esas palabras como si provinieran de la vergüenza. Palabras que salían tan fácilmente de su lengua, como si fuesen el opuesto exacto del orgullo. Fallos y arrepentimientos.

- "Por favor, asegúrense de no volverse como yo. Mi vida… estuvo llena de errores." – Eso fue lo que les dijo su madre entonces.

El abuelo asintió. – Aunque se arrepintió de muchas cosas durante su vida, Rena quiso ser fuerte hasta el final. Por sus hijas, y por ella misma. Siempre fue alguien que pensaba que cada error tenía que ser corregido. Cada fracaso debía ser enterrado bajo éxitos más grandes. Como si intentase borrarlo todo.

Miró entonces hacia cada una de ellas. – Las cinco recuerdan a su madre por todo lo que hizo por ustedes. Tal vez hasta la adoran por ello. Pero las falencias de los padres son lo que los hace humanos. Lo que los hace dignos de admiración. Antes de morir, Rena me dijo que su mayor temor era que sus hijas crecieran para ser iguales que ella.

- No lo entiendo. – dijo Nino. Una lágrima amarga se había formado en su ojo, y trató tercamente de quitársela. – ¿Por qué pensaría mamá algo como eso? Todo este tiempo, jamás pude entenderla. Hizo tanto por nosotras, y aun así, es como si quisiera que la olvidáramos. No puedo…

- Les contaré más sobre su madre. – continuó el abuelo. – Todo lo que le dio sus fortalezas, y también sus defectos. ¿Está bien recordarla sólo por sus sacrificios y el dolor que sufrió en silencio? ¿Acaso no hay más allá en la persona a quien ustedes llamaron madre?

- Yo… – Yotsuba jugueteó con sus manos, apretando una encima de la otra. Recordaba a su madre como una persona gentil y amorosa, pero había veces en las que la persona detrás de esos ojos parecía vacía. Una mirada dura como piedra que ni ella, ni sus hermanas, jamás pudieron leer. – Creo que tienes razón, abuelo.

- ¿Yotsuba? – preguntó Itsuki.

- Nunca conocimos realmente a mamá, ¿verdad? Sólo éramos unas niñas entonces. Nos creíamos todo lo que decía, como cuando dijo que se pondría mejor, dijo que sólo estaría en el hospital por un corto tiempo. Yo sólo… desearía que hubiéramos…

Sintió una mano posarse suavemente sobre su hombro. Con una sonrisa cuidadosa que sabía cuándo el corazón de su hermana se sentía intranquilo, Ichika buscó calmarla. – Yo también siento lo mismo, Yotsuba.

Yotsuba se tomó el momento para calmar la pesadez en su garganta.

- Todas ustedes son hijas de Rena. Lo puedo ver claramente; los remanentes de la mujer que Rena fue aún viven dentro de las cinco. Y aunque todas siguen en la cúspide de su adolescencia, quiero que todas sepan quién era Rena realmente.

Todas escucharon atentamente.

Con poco tiempo para ordenar sus pensamientos, y otro trago del té verde, el abuelo les contó la historia de su madre. Una historia que ninguna, Ichika, Nino, Miku, Yotsuba o Itsuki, se había dado cuenta que le faltaban capítulos. Como si las páginas hubiesen sido crudamente arrancadas, una por cada uno de los errores que cometió su madre enferma.

Rena Nakano nació un día de verano en Minamichita, un pueblo en el extremo al sur de la Península de Chita, la cual administraba la isla de Himakajima. Su madre falleció apenas unos meses tras dar a luz a Rena, como resultado de su ya pobre salid que sólo empeoró tras el parto.

Para sorpresa de las quintillizas, descubrieron que Rena era considerada toda una marimacha en su juventud. Constantemente se metía en problemas con los niños más grandes del vecindario, a menudo retándose a competencias de habilidad. Rena a veces volvía a casa cubierta de tierra y con algunos moratones, deprimida. Otras veces, Rena volvía con una sonrisa gratificante, diciendo que acababa de ganarle en algún juego a los chicos varones de la escuela en el distrito vecino.

Frecuentemente, tomaban el ferry a Himakajima. Las Termas Toraiwa eran un lugar que su abuelo, igual que su difunta abuela, habían establecido por su propia cuenta. Con la llegada de su primera hija y el fallecimiento de su esposa, el abuelo había enfrentado muchas dificultades para manejar la posada él solo. Justo cuando parecía que estaba listo para cerrar el lugar de una vez y para siempre, Rena le había hablado.

- Fue la primera vez en un largo tiempo que Rena mencionó a su madre enfrente de mí. – dijo su abuelo.

- ¿No lo hacía normalmente? – preguntó Miku, perpleja. – ¿Cómo así?

- A decir verdad, yo tampoco lo sabía. Rena rara vez preguntaba por su madre, pero cada día la veía rezando en el altar. Me sorprendí cuando Rena me suplicó que no vendiera el lugar. Sus palabras se me quedaron grabadas profundamente, incluso a día de hoy…

- "Si este lugar desaparece, no creo que pueda ver a la cara a mamá."

Todas se quedaron en silencio. En el fondo, parecía que Rena albergaba culpa por la muerte de su madre, y ambos la atesoraban incluso desde antes de nacer. No había palabras que su abuelo dijera que pudieran borrar por completo esas dudas.

- No pude entender por qué dijo eso en ese entonces. – continuó el abuelo. – Tal vez, si yo hubiese sido un mejor padre, no nos habríamos distanciado lentamente. Tal vez fue mi mayor fracaso.

- Ella nunca nos contó sobre eso… – dijo Itsuki. – ¿Se distanciaron? Eso suena muy extraño para mí. Mamá siempre nos dijo lo mucho que te quería, abuelo. Ella nunca…

Su abuelo lentamente sacudió su cabeza. Continuó la historia, confirmando que en última instancia decidió seguir operando esa posada. Por su propio sueño y por el de su mujer, y también por la hija que se encontraba en paz descansando en esas esteras sobre los tatamis. Él tendría que renunciar a su trabajo para operar la posada a tiempo completo, y a raíz de eso, empezó a ver a su hija cada vez menos. Durante las vacaciones más ocupadas, pasarían días enteros sin siquiera verse las caras.

- No lo había notado entonces, pero ya nos estábamos distanciando. Ella tenía sus propios amigos, su propia vida. Creí que estaba haciendo lo mejor para ella como padre, hasta que…

Hubo una pausa. Antes que ninguna de ellas pudiese cuestionar algo sobre la mirada de decepción en la cara de su abuelo, se dieron cuenta cuál parte de la vida de su madre estaba recordando.

- … descubrí que Rena se había enamorado.

Todas contuvieron una mueca. Tarde o temprano, se esperaban que las cosas llevaran a este punto. Por mucho que les aterrorizaba imaginarse el rostro de aquel hombre, continuaron soportándolo en silencio. Ahora no era el momento, así que escucharon calladas.

- Por supuesto, como padre me sentí alarmado cuando lo descubrí. – continuó el anciano. – Pero como estábamos tan distanciados, se me hacía cada vez más difícil entender a Rena. No podía leerla. Tal vez por eso los dos tuvimos una pelea cuando descubrí que era su profesor.

- ¿Una pelea? – preguntó Nino. – ¿Tú… y mamá?

Las amargas memorias resurgieron mientras relataba sus mayores arrepentimientos. – Estaba totalmente enamorada de ese hombre. Inspirada por todo lo que decía. No pude soportar la idea de que alguien se aprovechara de mi hija. Le exigí que dejara de verlo de una vez. Los confronté cuando estaban juntos a solas. Lo achaqué a su ingenuidad, a que era un hombre malo. Creí que estaba cumpliendo mis responsabilidades como padre, pero Rena… me gritó como si yo fuera un extraño. Y tal vez para ella, ese fuera el caso.

»Fue la primera vez que Rena me miró de esa forma. Me llevó mucho tiempo, pero al fin me di cuenta de cuánto había cambiado mi hija. Se había dejado crecer el cabello cuando normalmente lo mantenía a la altura de los hombros. Se perforó las orejas cuando siempre había dicho que le temía a las agujas. Ese hombre ya estaba en una relación con otra mujer, como verán. Y Rena siguió su ejemplo, mintiéndose a sí misma de que la escogería a ella en su lugar.

- Abuelo… – murmuró Miku. – Yo… no sé qué decir. Nunca pensé que las cosas resultarían así.

- Perdónenme. No debe ser agradable escuchar esto sobre su madre. Lo entenderé si se sienten molestas conmigo.

- No, no creo que ninguna de nosotras lo esté. – dijo Ichika mientras miraba a sus hermanas. Todas asintieron en silencio. – Por favor, queremos que continúes.

Se tomó unos momentos más para recuperar la compostura. Rena ya tenía dieciocho años cuando su abuelo los descubrió. Como si fuera la diminuta llama de una vela a momentos de extinguirse en humo, se sintió como si su mundo se hubiera vuelto más oscuro cuando volvió a casa para encontrarse con que Rena ya no estaba más allí. En una carta que dejó atrás en la habitación de su infancia, Rena explicaba que había decidido mudarse a Tokai con el hombre del que se había enamorado. Había encontrado un nuevo trabajo y una nueva ciudad, y Rena se mudaría con él. Como su novia.

Durante años, el abuelo se había quedado separado de su hija. Había concedido sus responsabilidades, ya que su hija ahora era una adulta y él no tenía control sobre su vida. Así eran las cosas. Rena le enviaría cartas para hacerle saber a su padre que se encontraba bien. Había empezado un trabajo como profesora, se había mudado a una nueva casa, y salía en viajes con sus amigos. Eso era suficiente para calmar a su abuelo. Eso ya debería haber sido suficiente.

- La siguiente vez que vi a mi hija – continuó el abuelo – fue como si una tormenta hubiese caído sobre su vida. Apareció tan repentinamente como el día que se marchó. Y ella… estaba embarazada de cinco. Quintillizas. Y estaba totalmente sola.

El pensamiento nunca las hizo sentir más enfermas. Algunas casi parecía que querían vomitar. Otras parecían estar listas para romper en pedazos el objeto más cercano. – El sólo pensar en la cara de ese hombre me hace sentir asqueada, maldición… – murmuró Nino con los dientes apretados, y Miku e Ichika tuvieron que calmarla.

El anciano asintió lentamente. – Yo… me sentí muy feliz por verla regresar a casa. Aquella noche, dejé que Rena durmiera en el mismo cuarto donde creció. No le hice preguntas, ni la sermoneé, ni nada. Se veía tan… cansada. Sabía que debía haberse armado de mucho valor para volver a casa. En la mañana, comimos el mismo desayuno de siempre, arroz hervido con pescado a las brasas. Y le rezó de nuevo a su madre, como si nunca se hubiese marchado.

Recordaba la mañana siguiente, tan clara como estaba aquel día de verano.

- Oye, papá. – le preguntó Rena mientras desayunaban.

- ¿Hmm? – replicó. – ¿Qué sucede, Rena?

- ¿Crees que… tal vez, podríamos ir a la posada hoy? ¿A Toraiwa…?

- ¿Toraiwa? Pero no estamos en temporada de viajeros. No he preparado las termas para la reapertura, así que…

- Eso está bien. – dijo Rena. – Sólo quiero ir de visita. Ha pasado… un largo tiempo.

El abuelo sonrió felizmente. – Su madre siempre se sentía en paz cuando estaba allí. Dijo que era el único lugar capaz de proveerle confort. Después de que ustedes nacieron, ella siempre volvería aquí, y yo siempre reabría el lugar cuando ella me lo pedía. Eventualmente, me mudé aquí permanentemente y mantuve la posada funcionando todo el año.

Las miró a todas una vez más. – Nunca olvidaré el día que su madre las trajo a ustedes cinco por primera vez. Eran unos pequeños ángeles. Siempre molesté a su madre preguntándole cuando sería la siguiente vez que vería a mis nietas, y Rena siempre terminaba cediendo a mis peticiones egoístas. Aunque… una parte de mí piensa que lo hacía mayormente por ella misma.

- ¿Por ella misma? – preguntó Yotsuba.

El anciano asintió. – Cada vez que Rena venía, se veía siempre más y más exhausta. Pero por un momento, parecía como si sus problemas hubieran desaparecido. Como si finalmente pudiera sonreír, después de tanto tiempo. Y creo que… – Negó lentamente con su cabeza. – No, sé que fue gracias a ustedes cinco.

- ¿N-nosotras? – preguntó Itsuki. – Realmente no lo entiendo. Por lo que nos cuentas, suena casi como si… como si nosotras fuéramos…

- ¿Como si fuéramos una carga? – terminó Miku algo reacia.

Y de la misma manera, Itsuki asintió.

- Creo que puedo entender por qué cualquiera de nosotros pensaría eso. – dijo Miku. – Sacrificó tanto por nosotras. Ese hombre la abandonó porque se enteró de nosotras. A veces, es difícil no pensar en lo que podríamos haber hecho por ella…

- Quizás si a veces nos lleváramos mejor – añadió Ichika – podríamos haberle aliviado algo del estrés también.

El abuelo se rio por lo bajo. – No… no, difícilmente ese era el caso. De hecho, diría que fue lo opuesto.

- ¿Lo opuesto? – preguntó Yotsuba.

Tanto como se lo permitieran los viejos músculos de su cara arrugada, el abuelo sonrió alegremente. – Ustedes cinco… salvaron a su madre.

Como si se abriera un agujero en sus corazones, los sentimientos dentro de ellas se habían convertido en ríos. Corrientes que se llevaron todas sus dudas, sus remordimientos, por un flujo interminable. Por un momento, se sintió como si no tuvieran peso alguno. – Nosotras… ¿la salvamos? – preguntó Itsuki.

- La última vez que hablé con mi hija – continuó su abuelo – tenía esto que decirme…

Una mirada que podía ver más allá de la línea donde el océano se encontraba con el cielo. Aquel día, ocho años atrás. La gentil brisa de un día de verano entraba por la ventana abierta, cargando los pétalos sueltos de las flores de afuera. Uno de dichos pétalos descansaba cuidadosamente sobre el regazo de Rena, mientras la enferma madre se levantaba de su cama de hospital.

- Creo que… por fin lo entiendo. – dijo Rena en voz baja para sí misma.

Su padre estaba junto a ella, colocando algunos trozos de comida que le trajo desde su casa. – ¿Qué entiendes, querida?

- Por qué mamá quería que yo naciera. – Sus ojos cansados cayeron sobre su regazo. – Tú, y mamá. Y ahora… Ichika, Nino, Miku, Yotsuba, Itsuki… nunca me había dado cuenta… que todo este tiempo me necesitaban.

Su padre se puso de pie en silencio, escuchando hasta la última palabra de su hija.

- Supongo que… todo este tiempo, estaba preocupándome por nada. Me llevó todo este tiempo… – Rena se giró, sonriéndole a su padre. – Una imagen tan clara en su mente, que la recordaría por todo el tiempo que le quedaba en este mundo. – Siento mucho haber sido una hija tan problemática todo este tiempo, papá.

- Tonterías, Rena. – Se sentó lentamente junto a ella, ofreciéndole algunos de los melocotones que acababa de cortar. – No hay nada por lo que tengas que disculparte.

Y ahora, ocho años más tarde, descansaba en un cuarto de hospital muy similar a los que había visitado. A través de cada ojo lleno de lágrimas que miraba en su dirección, les dijo a sus hijas. – Amen todo de ella. Sus sacrificios, sus éxitos, y sus falencias son lo que la hicieron ser Rena. Su madre y mi hija.

»Sean honestas consigo mismas, mis queridas nietas.


(-0-)


El tiempo eventualmente se hizo notar a través de las ventanas del cuarto del hospital. Largas sombras proyectadas desde el panel de la ventana, cortando las paredes de la habitación. El tiempo debió haber volado para que ninguna de ellas se diera cuenta de las horas que habían pasado desde que entraron a la habitación. Tras la última lágrima derramada y el largo silencio que siguió después, las seis personas que seguían en la habitación habían aprendido lentamente que las cosas efímeras de la vida eran cosas que debían atesorarse. Todas sabían muy bien que, si bien a su abuelo no le quedaba mucho tiempo en este mundo, las memorias que dejara atrás por momentos como este durarían toda la vida.

Y por este momento en particular, las cinco decidieron conmemorarlo con una sola foto. Una foto donde las cinco se amontonaban alrededor de la sonrisa tranquila de su abuelo.

- Te ves algo cansado, abuelo. – dijo Ichika trayéndole otra almohada. – ¿Te dejamos descansar por el resto del día?

- Creo que tienes razón, Ichika. – dijo el abuelo.

- El día de verdad se fue volando. – dijo Miku mirando por la ventana.

- Sin duda. – asintió Itsuki. – Creo que ya va siendo hora de que nos vayamos, abuelo.

- Gracias a todas por visitarme. – dijo el abuelo, volviendo a recostarse en su cama. – Las amo a todas y cada una de ustedes.

- También nosotras te amamos, abuelo. – dijo Nino, acercándose para darle un besito rápido en la mejilla a su abuelo. Las demás rápidamente hicieron lo propio, intercambiando largos abrazos y besos rápidos, diciéndose lo mucho que el otro significaba en esta vida que habían vivido. Y una por una, las hermanas comenzaron a recoger sus cosas.

Todas, excepto una.

- Ya nos vamos, Yotsuba. – Nino agitó la mano enfrente de la cara de su hermana, sacándola de su ensimismamiento. – ¿Estás bien?

- ¿Pasa algo malo, Yotsuba? – Su abuelo levantó una ceja. – ¿No te sientes bien?

Sus hermanas se habían reunido junto a la puerta, y miraron curiosamente cómo Yotsuba se levantaba de su silla. Tenía las manos agarrándose una a la otra, apretándose con cada respiración. Antes que nadie pudiera hacerle la pregunta de nuevo, la cuarta hermana habló. – Abuelo, ¿qué va a pasar con la posada de la familia?

La mirada en la cara de su abuelo se relajó tranquilamente. – Ah, ¿estás preguntándome qué pasará con ella cuando me vaya?

Reacia, Yotsuba asintió. Las demás escucharon atentamente.

- Ja… bueno, – dijo su abuelo – supongo que seguirá allí. Por un tiempo. No ha estado en condiciones de acomodar huéspedes desde hace meses. Los activos y la propiedad serán liquidados y lo que quede pasará a ustedes. Puede que no sea mucho, pero espero que les ayude ahora que ya son adultas.

- ¿Liquidados…? – murmuró Nino. – ¿Quieres decir que todo será vendido, así nada más?

- No puede ser… – dijo Itsuki. – N-no había pensado en todo eso. ¿Significa que Toraiwa desaparecerá para siempre?

- Puede que siga allí. – dijo el abuelo. – Pero probablemente ya no se llamará Toraiwa. Ahora, niñas… no hay necesidad de hacer esas caras. Eso es de esperarse.

- Lo sé, pero… después de todo lo que dijiste, sobre ti, la abuela, y especialmente mamá…

- Está bien, Itsuki. – le aseguró. – No se aflijan por ello. Su abuela, Rena y yo ya estamos en paz con ese lugar. No tiene sentido preocuparse por nuestro pasado, cuando ustedes tienen su propio futuro por delante.

- Pero… – dijo Yotsuba de repente. – Pero ¿qué pasará si es lo que nosotras queremos?

- ¿Hm?

- Nosotras también amamos ese lugar, abuelo. Yo amo ese lugar. Me encantaba correr por los pasillos cuando éramos niñas, y cuidar de las flores con mamá. Era… divertido. Estoy segura que fue el primer lugar donde regué una flor y la vi florecer. Nunca lo olvidaré.

- Yotsuba…

Otra vez, Yotsuba aspiró el aire por la nariz. Con fuerza y de largo, como si el aire que había en esta habitación hubiera desenterrado la respuesta que tanto había buscado. – Creo que… creo que finalmente encontré algo que quiero hacer. ¡Estoy segura de ello!

Todos miraron a Yotsuba mientras se inclinaba respetuosamente hacia adelante. – Abuelo… ¿podrías dejar Toraiwa en mis manos?

Esta historia continuará…


Notas del traductor:

¿Qué tal, gente? Bueno, pasamos del cumpleaños de las quintillizas, y estamos a menos de dos semanas del estreno de la película. Cómo vuela el tiempo, ¿eh?

De cualquier manera, tal como lo esperaba, este capítulo me hizo soltar cataratas. Algo que me gusta de esta historia es que más o menos puedo esperarme lo que vendrá en el siguiente capítulo, y bobalon nunca falla en entregarlo, pero también sabe cómo agregarle algo a la mezcla para que sea todavía mejor, y este no es la excepción. Primero, es genial ver a todas las hermanas juntas de nuevo luego de tanto tiempo para poder compartir el momento con su abuelo, aunque el plato fuerte sin duda es la charla que tuvieron y todo lo que explora el pasado. Pensándolo bien, no sólo tiene sentido que Rena haya sido así en su juventud (y se nota que sus hijas también lo heredaron, aunque en diferentes medidas cada una), sino que le da al abuelo una buena razón para ser tan protector con sus nietas. Si tuvo una mala vibra respecto a ese viejo, no puedo evitar preguntarme si puso a prueba a Maruo antes o después que Rena hubiese muerto, para ver si era digno de cuidarlas. Con todo, me alegra ver que Rena haya podido vivir una vida feliz, amando y siendo amada por su familia hasta el final, así que pudo irse sin arrepentimientos, y su espíritu sigue vivo a través de sus hijas.

Por supuesto, la cereza sobre el pastel es el finakl: ¡por fin Yotsuba encontró lo que quiere hacer con su vida! Debo admitir que he tenido algunas ideas sobre lo que podría pasar con la posada luego que el abuelo fallece, pero me parece una buena idea poner a Yotsuba a cargo de él, igual como Nino y Miku lo hicieron con la panadería de los Uesugi. Ambos lugares tienen recuerdos muy preciados para sus dueños, así que sería muy triste que los perdieran. Seguro lo convertirá en un sitio mucho más alegre y lleno de vida con su sola presencia.

En fin, ya eso es todo. De nuevo me salteo agradecimientos ya que no hay reviews (qué lástima), pero igual seguiré posteando esta historia. Próximo capítulo, reencuentro de Fuutarou e Ichika, seguro que aprovecharán el tiempo juntos mientras puedan. Hasta la próxima, ¡sayonara!