Todo de mí

Escrito por bobalon, traducido por Fox McCloude

Disclaimer: Gotoubun no Hanayome y todos sus personajes son propiedad de Haruba Negi. La historia le pertenece a bobalon, yo solo tomo crédito por la traducción. Todos los derechos reservados.


Capítulo 21 — Escarcha y glaseado


Una delgada capa de escarcha cubría los amplios paneles de la ventana, que estaban fríos debajo cuando la piel de las puntas de sus dedos hizo contacto. Desde esta esquina del aula en el primer piso, se podía ver un patio decorado por la nieve caída en la vista invernal. Como grifos de azúcar en polvo, la nieve se posaba sobre las cercas, las puertas de hierro selladas, y los pasillos de baldosas de lujo enmarcados por las huellas de las pisadas que llevaban hacia la entrada de la escuela. Adentro estaba más caliente, templado incluso. Una temperatura perfecta de 21,5° C para poder despojarse de bufandas y abrigos en el momento de poner un pie adentro, llevando dicha calidez hasta las últimas horas del día escolar.

Se sentía diferente. Extraño, de una manera u otra. Aunque había pasado la mayor parte de la primera mitas del año encerrada entre las ilustres paredes de esta prestigiosa escuela, la preparatoria femenina de Kurobara seguía siendo un lugar al cual Raiha todavía no se acostumbraba del todo. Este uniforme blanco y negro que compartía con sus compañeras de clase (el mismo que sus amigas de secundaria no dejaban de halagar) seguía siendo algo que ella nunca sentiría que le pertenecía. Como si realmente no se lo mereciera. Como si las ropas que llevaba sobre su piel hubieran sido cosidas por unas manos cansadas, picadas y desgastadas hasta que los dedos sangraban y la piel se secaba. Comparada con su propia mano, ahora colocada sobre la ventana cubierta de escarcha en su aula, casi parecía delicada. Delgada y pequeña, desde la palma hasta las uñas de los dedos, con sólo la ocasional cicatriz de un cuchillo de cocina que la separaba de aquellas que cargaban la ligera esencia de monedas y billetes mezclada con su perfume.

Entre más pensaba en ello, más se sentían esas acciones como sacrificio. Desinterés dedicado a su bienestar por ser la menor de la familia. Por supuesto que se sentía culpable; sería muy desalmado de su parte embellecerlo como algo más. Admitir ese único hecho le quitaría la carga de encima. Su hermano mayor y su padre habían trabajado sin descanso para poder enviarla a esta escuela, y difícilmente quedaría bien si no les traía sus mejores esfuerzos, cada día.

Su dedo terminó de trazar sobre el aire condensado en el panel de la ventana.

– ¿Qué estás dibujando, Uesugi-san? – Una voz la sacó de estar soñando despierta.

– ¿Huh? – Raiha miró hacia su lado. Una chica ligeramente más alta que ella, de cabello castaño oscuro amarrado en dos trenzas, acababa de asomarse por encima de su hombro. – Oh, Yano-san. Perdón, debo haberme quedado perdida. – dijo con una risita. Pasó las manos por el garabato que hizo en la ventana, y se limpió la humedad condensada en su falda.

– Perdida, ¿eh? – se rio Yano. – Te entiendo completamente. Después de todo ya es viernes. Esta semana de verdad se hizo muy lenta.

– Sí… la orientación parece haberse alargado mucho hoy especialmente.

– ¿También lo sentiste? ¡Y creí que sólo era yo! – Yano suspiró. Empezó a jugar con las puntas de sus uñas arregladas, apenas agitando el reloj de lujo que tenía en su delgada muñeca. – Bueno, como sea. Al menos ya llegó el fin de semana. ¡Oh! Por cierto, ¿tienes planes para el sábado? Mi familia acaba de instalar una nueva piscina interior, y dijeron que podía invitar algunas amigas. Ikehara-san y Nishimura-san vendrán también.

– ¡Escuché mi nombre! – Una chica de pelo largo que se enroscaba en rizos espirales se acercó, acompañada de otra con gafas redondas. – ¿De qué hablamos, chicas?

– ¡Hey, Ikehara-san! Le estaba contando a Uesugi-san sobre nuestra pequeña reunión del fin de semana. ¿Ustedes dos todavía planean venir?

– ¡Por supuesto! Aunque espero no llegar tarde. – dijo Ikehara, enroscando los rizos de su cabello en permanente. – Mi padre dice que tiene un regalo para tu padre. Será una recompensa por su discurso en el lanzamiento del producto en nuestra compañía. Se supone que llegará de Bélgica mañana por la mañana, y no puedo irme antes de eso. Si el paquete no se retrasa, supongo que llegaré a tiempo.

– Me da gusto oírlo. ¿Y tú, Nishimura-san?

La cuarta chica se limpió las gafas con una tela que sacó de una caja de diseñador. Su voz era calmada, prácticamente refinada al hablar. – Tendré que hacer algunos nuevos arreglos. Nuestro chofer está visitando a su familia en Kioto, así que no estará disponible este fin de semana.

– Yo y mi chofer podemos pasar por tu casa. – sugirió Ikehara. – Está de camino, de todos modos.

– Si no es mucha molestia, eso funcionaría perfecto para mí. Gracias, Ikehara-san.

Yano sonrió. – ¡Yay! Le avisaré a mis padres para que te esperen. ¿Qué hay de ti, Uesugi-san? ¿Estarás disponible?

– Ah… – Raiha se rio. – Verán, me encantaría ir, pero umm…. Bueno, es que estaré trabajando todo el fin de semana.

Las tres chicas alzaron las cejas, y Yano. – ¿Trabajo de nuevo? Sin duda estás ocupada todo el tiempo, Uesugi-san.

– Sí. – agregó Ikehara, todavía enroscándose los rizos de su pelo alrededor de su dedo. – Parece que haces muchos turnos. ¿A la escuela de verdad le parece bien eso?

– ¿Tu lugar de trabajo es ético? – preguntó Nishimura. – A las estudiantes no se les permite trabajar más de…

– Lo sé, lo sé. – De nuevo, Raiha se rio. – No se preocupen, no estoy rompiendo las reglas ni nada de eso. No estoy trabajando más de lo que tengo permitido.

– Sigo sin entenderlo. – Se arregló las gafas, mirando con algo de curiosidad a la chica de pelo oscuro. – Uesugi-san, tú eres la mejor estudiante de nuestra clase. Entre el trabajo y el estudio, ¿cómo encuentras tiempo para todo?

Raiha pensó por un momento. – Bueno… quizás crean que estoy loca o algo, pero en realidad me encanta mucho mi trabajo. Es difícil explicarlo, pero así es. Me siento mucho mejor cuando vuelvo a casa luego de mi turno, y ayuda mucho que uso el resto de la noche para estudiar.

Yano se rio. – Tienes razón. Sí creo que estás un poco loca. Sólo un poco. – Se encogió de hombros. – Aunque, si eso es lo que quieres hacer, sólo asegúrate de cuidarte, Uesugi-san.

– Lo haré, gracias. – Raiha cogió la bolsa con sus libros y se despidió de sus compañeras. – Siento mucho no poder ir este fin de semana, Yano-san. Trataré de apartar espacio en mi horario para la próxima vez.

– No hay problema. Me aseguraré de notificarte un poco antes la próxima.

Se despidió del resto de sus compañeras, y con eso iniciaba el fin de semana para Raiha. Caminó por los espaciosos corredores y pasó al lado de los muchos adornos que decoraban las paredes. Trofeos, placas, premios, fotografías, todas pronunciadas en el famoso nombre de Kurobara. Al preguntarle a cualquier estudiante que llevara el uniforme de marinero blanco y negro, podrían posiblemente recitar todos los honores que hacían de Kurobara objeto de envidia. Después de todo, lo habían escuchado sin parar a lo largo de sus días escolares al punto que cualquier individuo se sentiría importante sólo por estar allí parado y respirando. Raiha no podía culpar a las muchas estudiantes que iba pasando de lado; "humildad" no era exactamente parte del currículum de la escuela.

Si fuese realmente una persona amargada, quizás Raiha encontraría la palabra "sofocante" apropiada al describir la charla sorda que la rodeaba. Planes de fin de semana de gastar mucho dinero, vacíos de preocupaciones y llenos de placer. Ella era diferente aquí. No tenía un chofer esperándola para llevarla a casa; no había historias que podría compartir sobre la ocupación de su padre.

Pero eso no le daba amargura. Nunca lo haría. Seguían siendo amigas que encontró aquí y que seguirían siéndolo por muchos días de escuela preparatoria que harían que su juventud valiera la pena. Con el tiempo, había aprendido a ser un poco más ella misma de nuevo. Yano fue su primera amiga cuando Raiha se sentó para su primera clase. Al principio, lo único que las dos compartían en común era un escritorio vecino, pero al pasar los días, comenzaron a reírse juntas por las cosas más pequeñas. Ikehara era una fan de closet de las películas de horror, y las dos a menudo charlaban sobre películas juntas. De todas las cosas de terroríficas a grotescas, lo paranormal y los thrillers, se sentía genial tener a otra conocedora. Y Nishimura no lo aparentaba, pero tenía un fuerte lado competitivo y veía a Raiha como una rival amistosa en su clase. Eran chicas buenas, independientemente de las diferencias en su crianza.

Esa era la vida a la que Raiha se habría acostumbrado, todos los días de la semana desde las 8:30 am hasta las 3:30 pm. Y por mucho que hubiese aprendido a disfrutar del nuevo entorno en los últimos meses, anda más podría mantenerla más humilde que el lugar donde ahora estaba parada. Un viaje corto en tren hasta una estación recientemente construida. Una caminata cercana hasta las calles popularmente aglomeradas. Una nube de aire frío y un tirón ligero a su bufanda. Bajó un poco más por una calle estrecha, donde había proyectos de construcción de esculturas para decorar la plaza.

– ¡Bienvenido! – saludó la mujer detrás del mostrador. Estaba de espaldas a la puerta, preocupándose de empacar la compra de un cliente. Una pequeña cajita de papel hecha a medida para una rebanada de crème brûlée de café. En una fuente simple y decorativa sobre el paquete se leía el nombre de la tienda: "Nakano's: Café & Panadería"

– Le atenderé en un segundo… ¡oh! ¡Raiha-chan! ¿Ya son las cuatro?

Raiha le devolvió el saludo con la mano. – Hola, Miku-san. En realidad, hoy vine un poco más temprano, pero iré a alistarme para mi turno. – Echó un vistazo al lado de los clientes del mostrador, notando a dos hombres. El de pelo rubio arqueó con curiosidad la ceja al voltearse a mirarla, agitando un poco sus largas pestañas al ver a Raiha. – Uh… – murmuró Raiha, pasando cautelosamente junto a él. – ¿Hay… algún problema, señor?

Tras un breve momento, el hombre chasqueó los dedos. – ¡Ah, ya decía yo! Eres la hermana de Uesugi-kun, ¿correcto? ¿Te acuerdas de nosotros?

– ¿Huh? – Raiha ladeó la cabeza. – Ustedes dos son…

– Somos amigos de Uesugi-kun. Nos conocimos en la playa, ¿recuerdas? Creo que fue hace… ¿dos años más o menos?

– Oh espera, ¿esa era ella? – El segundo hombre miró por encima del hombro del rubio. – Te ves mucho mayor de lo que te recordaba. Cielos… ¿ya han pasado dos años?

Raiha lentamente asintió hasta que se le prendió un foco en la cabeza. – Creo… que ya lo recuerdo. Sí, Oniichan los menciona a ustedes dos a veces. Takeda y… Matsuda, ¿correcto?

– ¡Correcto! – Takeda levantó rápidamente un pulgar, seguido de un guiño que casi parecía emitir chispitas.

– Oi. – Maeda le echó una mirada de enojo a su amigo. – Se equivocó con mi nombre, no vengas tú a decir que está correcto.

El rubio se rio, y luego miró a Raiha. – No tuve la oportunidad de preguntarle a Uesugi-kun, pero ¿sabes si volverá a casa para este fin de semana?

– ¿Para el fin de semana de vacaciones? – preguntó Raiha, luego negó con la cabeza. – No, por desgracia no. Oniichan no pudo encontrar tiempo libre en el trabajo, así que nos dijo que se quedará en Tokio por el fin de semana largo. – Se puso la mano en la mejilla, suspirando. – ¿Está bien por allá? ¿No se está exigiendo de más en el trabajo? No puedo evitar preocuparme por él a veces.

– Es el mismo Uesugi-kun que siempre he recordado, si es a lo que te refieres.

– Honestamente, ese tipo… – Maeda cruzó sus brazos. – Ha pasado una eternidad desde la última vez que los tres nos juntamos para salir a divertirnos. Como los viejos tiempos. Mi viejo me llevó a este grandioso bar izakaya por mis veinte años. Pensé que podríamos ir todos juntos por nuestro primer trago.

– Entonces deberías haber venido a visitarnos en Tokio. – dijo Takeda. – Será mucho más fácil así. La vida nocturna de Tokio sin duda es espectacular; podrías incluso traer a Matsui contigo. ¡Entre más mejor! ¿Sí?

– Le propondré la idea un día de estos. – respondió Maeda. – Hace tiempo que quiere que vayamos de viaje a alguna parte. Alejarse un poco de la ciudad, ¿entienden? Y si es la única forma de hacer salir a Uesugi, tal vez acepte tu oferta.

– No puedo imaginarme el aspecto que tendría Oniichan cuando está ebrio. – dijo Raiha. No podía evitar imaginarse a su hermano mayor vagando por las calles de Tokio en un estupor borracho. Su hermano ya de por sí no era el sujeto más cortés del mundo, y unos pocos tragos podrían provocar cualquier cosa. Si Fuutarou se parecía un poco a su padre, la imagen de una versión mucho más salvaje y extrovertida de su hermano mayor no era sino un pensamiento preocupante. – Si alguna vez se sale de control o algo, me disculpo por él. – continuó Raiha.

– Difícilmente creería que Uesugi-kun pudiera ser tan problemático. – se rio Takeda.

Miku regresó al mostrador, cargando dos cajas bien empacadas, y tres bolsas de plástico, todas llenas a tope de masas abultadas de pan recién horneado. – Perdón por la espera, Takeda-san, Maeda-san. – les dijo. – Aquí tienen. Dos rebanadas de nuestra crème brûlée de café para Maeda-san…

– Gracias, Nakano-san. – dijo Maeda levantando las cajas por las pequeñas agarraderas de papel. –A Matsui le encantan, te envía sus agradecimientos.

– Dile de mi parte que nosotras también le damos las gracias. – dijo Miku con una sonrisa. Luego deslizó las bolsas plásticas hacia Takeda. – Y… um… "uno de cada uno" para Takeda-san, como solicitaste.

– ¿Por qué ordenaste tanto? – preguntó Raiha.

– ¿"Por qué", preguntas? – Takeda levantó su cabeza en alto mientras se ponía una mano en el corazón, y por un momento, parecía que las luces de la panadería se apagaron ligeramente para ofrecer al deslumbrante chico su momento bajo los reflectores mientras guiñaba el ojo. – ¿Por qué no iba a ofrecer mi apoyo al nuevo negocio local¡? ¿Especialmente si es para nuestros amigos más queridos, verdad?

– Ya… veo… – Raiha se ajustó la tira de su bolsa por encima del hombro. Echó una larga mirada alrededor de la tienda, juntando sus pensamientos en los últimos meses. Tal como dijo Takeda, el café y panadería de las Nakano seguía siendo nuevo para el negocio. Un lugar muy casual que todavía estaba comenzando. No todo el espacio del piso era accesible para los trabajadores y clientes, ya que todavía quedaba algo de trabajo de renovación que había por hacer aquí y allá. Cosas como poner mesas y sillas a juego, estantes decorativos para exhibición, e instalar nuevo equipo en la cocina para incrementar la variedad del menú, todo eso estaba en la larga lista de pendientes por hacer. Pero era un progreso. Un progreso lento pero seguro.

– Por ahora sólo es una apertura suave. – añadió Miku mientras entregaba la última bolsa. – Pero les estamos muy agradecidas por ser tan buenos clientes. Significa mucho para nosotros.

– Siempre es un placer. – respondió Takeda. – Estaré feliz de ayudar en cualquier momento que pueda.

– Todas lo harán grandioso. – dijo Maeda con una sonrisa confiada. – Intentaré hacer una parada por aquí cada vez que esté en el área.

Los chicos se despidieron, saliendo de la humilde panadería y uniéndose al resto de transeúntes que caminaban por la calle. Ahora mismo y a cada tanto, el local atraería la curiosidad de algún que otro individuo que pasara por allí. Echarían un vistazo a lo que había de muestra en la ventana frontal, lo que seguía siendo un trabajo en progreso, en lo que concernía a las hermanas Nakano. Colocar cierto tipo de posters aquí; mover una parte de la exhibición arriba o abajo en una fila, casi parecía como si a cada tanto que Raiha venía a cumplir su turno fuese un pequeño juego de "Adivina qué cambió esta vez en la tienda". Nino insistía en que necesitaban decoración más de estilo occidental para su lucal, aunque nunca admitiría que todas sus ideas provenían de los mensajes en las redes sociales de Ichika. Por otro lado, Miku pensaba que sería mejor mantener las cosas similares a sus antiguos lugares de trabajo. Tal parecía que las dos hermanas Nakano nunca podrían llegar a un acuerdo en relación a cada minúsculo detalle de la tienda.

Al menos, para Raiha, ambas eran unas jefas muy interesantes.

De los muchos transeúntes, unos pocos de los más hambrientos, o los que buscaban el placer de un café más tranquilo y menos conocidos, ocasionalmente asomaban su cabeza hacia adentro, siendo recibidos por la cálida sonrisa de sus empleadas de tiempo completo. El Nakano's había abierto apenas desde hacía poco menos de un mes, y le llevó a Miku hasta la semana anterior actuar como debería hacerlo la dueña de una tienda con confianza. Hasta hacía muy poco la tercera hermana podría haberse excusado con el hecho de ser sólo una estudiante de cocina. Pero ahora que se había graduado, Miku no tenía excusas que la separaran del mundo de miembros funcionales de la sociedad, y su lugar en ese mundo era de una panadería que apenas era reconocida.

– Bueno. – dijo Raiha. – Iré a prepararme para mi turno.

– Tómate tu tiempo. No es como que el negocio esté explotando o algo.

– No digas eso. Ya es fin de semana, así que seguro tendremos más clientes muy pronto. ¡Piensa positivo! Apenas es nuestro segundo mes, y las cosas van mejorando.

– Sólo bromeaba. – se rio Miku. – Pero… gracias, Raiha-chan. Creo que una parte de mí sí necesitaba escuchar eso. Ahora sí, ve a cambiarte.

Raiha asintió complacida, y luego se metió al cuarto trasero. Su uniforme era una camiseta de rayas grises y blancas muy simple, emparejada con unos pantalones color turquesa, con un delantal de tela de lino gris alrededor del cuello o de la cintura. Atado en una esquina encima del pecho, o cerca del borde de abajo, se encontraba el nombre 'Nakano's', escrito en letras anglosajonas cursivas. Raiha siempre se tomaría unos segundos extras para mirarse en el espejo, sintiendo un extraño deje de emoción al ver cómo el delantal se movía cuando se daba la vuelta. Un atuendo honesto para una trabajadora honesta. Algo que la hacía sentirse un poco más conectada al lugar que su madre tanto atesoraba, y el duro trabajo que debió haber soportado por el bien de su sueño. Con un último tirón a la cinta que sujetaba su largo cabello, Raiha volvió a la panadería.

El negocio estaba marchando. Más y más clientes se asomaban a su pequeña tienda a medida que pasaban los minutos, y Raiha había aprendido rápidamente a seguir el paso. Tal como predijo, la oleada de clientes había crecido. Trabajadores, estudiantes de la zona, familias que paseaban, u cualquier otro entre ellos, los clientes fluían.

– ¿Puedes llevarle esto al hombre de la mesa cinco? – dijo Miku terminando de poner en el plato un sándwich. – También ordenó un café con hielo, así que si puedes.

– Sip, ya está servido. – dijo Raiha acercando el plato. – Casi se nos agota la desnatadora. ¿Crees que podrías sacar una nueva?

– Oh, es cierto. La conseguiré luego de chequear los croissants en el horno.

– Muy bien. Regreso en seguida. – Raiha rodeó el mostrador, sonriéndole a la mujer que se aproximaba a la caja registradora. – Enseguida la atendemos, señora. Disculpe la espera.

Tras algunos intercambios agradables con los clientes, el ritmo de la tienda se había ralentizado apenas lo suficiente para darles espacio para un poco de conversación. – De verdad que te has acostumbrado a esto, Raiha-chan. – señaló Miku. – Estoy realmente impresionada.

– No es nada. – replicó Raiha apoyándose contra el mostrador.

– Esto me trae recuerdos. Recuerdas que te conté que Fuutarou y yo trabajamos juntos por un tiempo, ¿verdad?

– ¿Con Oniichan? Recuerdo que mencionó haber trabajado contigo y Nino-san en lugares diferentes antes.

Miku asintió. – Sí. Fue a tiempo parcial en Komugiya. Me estaba acordando lo rápido que Fuutarou aprendió a hornear pan. De cierta manera, es algo nostálgico. Aunque… – Miku se rio amablemente – …tú eres mejor que él cuando se trata de tratar a los clientes.

Raiha se rio. – Eso no me sorprende en absoluto. Mi hermano puede ser difícil de tratar a veces, pero ha mejorado.

– No se trata sólo de eso. Incluso tú eres mucho mejor que yo con eso. Todavía no estoy acostumbrada a lidiar con ellos, especialmente cuando Nino no anda por aquí.

– ¿De verdad? Yo no lo veo. Cada quién tiene su propia forma, ¿no?

– Cierto, cierto… supongo que una mejor manera de decirlo es que eres muy atenta con los clientes, y todos parecen apreciarlo mucho. Creo que he empezado a reconocer a algunos regulares aquí y allá, y todos parecen muy felices de verte."

Raiha lo pensó por un momento. – Nunca lo había pensado de esa manera. Sólo hago de cuenta que actúo de la misma forma en casa con papá y Oniichan.

– Entonces debe ser porque eres buena con la gente. Como esas chicas que entraron hace unos minutos. ¿Las conocías?

– ¡Oh! Esas eran algunas de mis amigas de la secundaria. Les dije que podían pasar cuando tuvieran la oportunidad, y nos estábamos poniendo al día. Hasta hicimos algunos planes para vernos luego de mi turno de mañana. Una nueva tienda abrió, y escuchamos que… — Raiha se detuvo. – Ah, espera, ahora que lo pienso ¿eso no es poco profesional? ¿Hablar de eso durante las horas de trabajo?

– No, no. Está bien. – Miku se rio mientras agitaba la mano. – Nino y yo no seríamos tan estrictas como empleadoras. Bueno… no puedo hablar totalmente por Nino. Si alguna de nosotras fuese la jefa más cruel y estricta, esa seguro sería…

– ¡¿A QUIÉN le dices jefa cruel?! – la interrumpió una voz, gritando desde la entrada del frente.

De pie en el marco de la puerta con sus brazos cruzados sobre el pecho estaba Nino. Su rostro estaba enfurruñado de manera juguetona, mientras miraba a su hermana que sólo se rio nerviosamente. La segunda hermana ingresó al café, agitando despreocupadamente la bolsa de libros sobre su hombro. – Con permiso, ¿estaba interrumpiendo algo, Miku?

– Bienvenida… Nino. – dijo Miku con una última y vacía risita. – Pensé… que no vendrías hoy.

– La clase terminó temprano, así que pensé que podría venir y hacerme útil para el lugar. Ya sabes, ¿poner un buen ejemplo para nuestra querida empleada? – Miró hacia su lado, convirtiendo la sonrisita diabólica en su rostro en una más educada. – Hola, Raiha-chan. ¿Todo está bien aquí? ¿Qué tal la escuela hoy?

Raiha le devolvió la sonrisa, olvidándose de la pequeña riña de hermanas. No era como que estos pequeños intercambios fuesen algo nuevo tratándose de estos dos. – Hola, Nino-san. Las cosas han estado yendo bien; sólo te perdiste la pequeña oleada que hubo hace un rato. Y todo bien en la escuela. Justo acabamos de terminar con los exámenes de mitad de trimestre.

– Me alegra escucharlo. ¡Sigue así! – Nino se arremangó las mangas. – Entonces, ¿qué hace falta hacer por aquí? Sólo nos quedan… un par de horas antes de cerrar, así que quiero usar bien mi tiempo.

– Estaba a punto de limpiar las mesas, así que me pondré en eso. Mientras estoy en ello, creo que también aprovecharé de barrer los pisos, así que puedes dejarme toda el área del comedor.

– Eres una bendición aquí, Raiha. – dijo Nino, abrazando a la chica de pelo oscuro. – Honestamente, deberíamos estarte pagando más.

– Ya me están pagando lo suficiente. Como dije, me encanta trabajar aquí. Además, ustedes dos todavía tienen que preocuparse por la deuda, ¿no? La que tienen con su papá.

Nino y Miku intercambiaron miradas. No estaba equivocada. La primera y más obvia valla a sortear en su empresa para abrir un café-panadería era el inconmensurable monto de deudas que heredarían de la familia Uesugi. Ciertamente era una decisión atrevida, algunos incluso argumentarían que el acuerdo no tenía sentido en los intereses de ambas partes. Al acercarse los días para la apertura suave de Nakano's, más plausibles parecían volverse esas opiniones. Fue una decisión hecha de buena fe por un buen hombre, pero ambas, Nino y Miku, habrían estado mintiendo si hubiesen dicho que tenían completa y total confianza en su éxito. De hecho, los escalofríos que ocasionalmente les daban por los nervios en las noches antes de su apertura todavía no las habían abandonado del todo, manteniéndolas despiertas por la noche mientras daban vueltas y se retorcían sobre sus almohadas.

Por eso tuvieron que hacer un trato.

Un trato donde el orgullo no tenía lugar entre la tinta invisible de unas páginas inexistentes. Una promesa que las dos le hicieron a su padre, Maruo Nakano, que escuchó atentamente a sus hijas mientras se sentaban a tomar unas tazas de café recién hecho dentro del local en ese entonces lleno de polvo de la antigua Panadería Uesugi.

¿Están seguras de esto ustedes dos? – les preguntó Maruo, mirando detenidamente el viejo establecimiento. – Podría ser en cualquier otro lugar. En otra parte más apropiada, más sensible para dos chicas que apenas inician.

Estamos seguras, papá. – dijo Miku, aferrándose a la tela de su falda. – Sé que te estamos pidiendo mucho, sé que probablemente estamos actuando como niñas mimadas…

– … pero necesitamos tu ayuda. – completó Nino. – Puede que no sea de inmediato. No, definitivamente no será de inmediato. Pero no importa cuánto tarde, un año, dos, diez veinte, lo que sea, nos ganaremos nuestro derecho a este lugar.

Maruo se quedó pensativo, tomando un lento sorbo de su café caliente. – ¿Y están seguras de esto? Podrían simplemente pedirme que pague lo necesario cada mes y con eso estarían resueltas. El préstamo para capital inicial… el préstamo para los pagos a deber… una petición como esa no está muy lejos de mi alcance, ¿saben?

Nosotras… queremos ver hasta dónde nos llevarán nuestros propios esfuerzos. – dijo Miku. – Sé que tal vez no tenga mucho sentido para ti ahora, pero Nino y yo estamos de acuerdo en que esto es lo mejor.

Así es. – dijo Nino. – Cualquier monto que nos ayudes a pagar, te lo devolveremos. Al cien por ciento. Así, no desperdiciaremos más dinero en pagos de intereses innecesarios. Esta es nuestra propuesta para ti, papá. Necesitamos tu ayuda. Te necesitamos a ti.

Maruo se contuvo de abrir los ojos. Parecía que se sentaría allí por una eternidad, observando las miradas pacientes de sus hijas, con solo el calor de su taza de café para recordarle los pocos segundos que se sentían como horas. Y finalmente, Maruo habló. – Muy bien. Si es así como lo quieren, entonces bajo su arreglo propuesto, asumiré el lugar de su prestamista. Pero no usemos una palabra tan fea. Considérenme más como… un inversor. – Se reclinó hacia atrás haciendo crujir la silla, saboreando otro sorbo del café caliente. – Aunque parece indigno de mí como padre decirle esto a mis propias hijas…

Sus palabras sirvieron de prefacio a un ligero arrepentimiento, pero las dos chicas no pudieron evitar ver la mirada de humor en su rostro. Como si encontrase todo el asunto muy divertido, soltando una seca, pero gentil risa que escapó de sus labios curvados. – … oficialmente ustedes dos ahora están en deuda conmigo. Espero con ansias que nuestra sociedad prospere, Nino, Miku.

Una promesa de unir sus ambiciones a sus esfuerzos. De unirse ellas mismas a su padre, y con cada trozo de integridad que tenían entre ellos. No iba a ser fácil, el dinero que hacían ahora apenas podía cubrir una diminuta fracción de la deuda que heredaron, pero cada día les iba mejor. Eso era lo que se decían para calmar los latidos de su corazón hasta que pudieran iniciar cada día nuevo.

– Hablando de papá – dijo Miku mientras encaraba a Nino – hoy pasó de nuevo a la hora del almuerzo. Ordenó lo de siempre, un muffin y café solo.

– ¿Pasó por aquí? ¿De nuevo? – preguntó Nino. – Pensé que se habría dado por vencido a estas alturas.

Raiha echó un vistazo mientras iba por los utensilios de limpieza. – ¿Su padre? Ah, es cierto. Ustedes mencionaron no hace mucho que a veces pasa por aquí de camino al trabajo. Yo siempre estoy en la escuela, así que nunca lo veo. Eso es realmente amable de su parte.

Para su sorpresa. Raiha vio a Nino crujir los dientes y murmurar para sí misma. – Sí, claro… ¿a quién cree que engaña papá? Este lugar está en la dirección completamente opuesta de donde trabaja. –Nino sacudió su cabeza, buscando ordenar sus pensamientos. – ¡Ah, eso no importa! Iré a cambiarme, regreso en un momento.

Miku miró alrededor del mostrador. – Entonces… supongo que puedo…

– Tú ya te puedes ir a casa.

– ¿Q-qué? – Miku rápidamente giró la cabeza.

– Ya me oíste. Vete a casa, Miku. – La copropietaria del café-panadería se pasó la mano por el pelo, amarrándose una coleta sobre su hombro. Antes que su hermana pudiera replicar, Nino continuó, – Desde que te graduaste de la escuela culinaria, has estado trabajando desde que abrimos hasta que cerramos, cada día. ¿Por qué no dejas que Raiha y yo nos encarguemos del turno de cierre, y con eso tú puedes aprovechar de preparar la cena y algunos bocadillos? Aún planeamos vernos esta noche, ¿verdad? Raiha, ¿todavía sigues libre?

– ¡Sip! – replicó Raiha alegremente. – De verdad estoy ansiosa por ver la nueva película de Ichika-neesan. Hasta el nombre suena terrorífico 'Una bella masacre'. Ah… puedo ver que será algo realmente siniestro. ¡Le va muy bien en las películas de horror!

– Sí… – dijo Nino algo dudosa. – Como sea, Itsuki y Yotsuba llegarán a casa en cualquier momento. – Terminó de amarrarse su segunda coleta y miró a Miku. – ¿Te parece un buen plan, Miku?

Miku se lo pensó por un momento, antes de sonreír. – Eso… bueno, supongo que no puedo discutir cuando lo dices, ¿eh? – Admitiendo su derrota con dignidad, empezó a desatarse el delantal. – Está bien, me iré. Asegúrense de llegar al apartamento a salvo, esta noche va a hacer mucho frío.

Luego de cambiarse y acabar algunas de las tareas que quedaban pendientes en su lugar de trabajo, Miku eventualmente se despidió de las otras dos. De nuevo, el trabajo iba a buen ritmo, el flujo de clientes iba casi igual que el resto del día, acercándose hacia el final de la tarde. La calidez de un cómodo café panadería traía consigo visitantes que se quedaban más tiempo, ordenando pan fresco y bebidas calientes para poder quitarse sus bufandas y sentarse.

Nino era una trabajadora natural en este entorno. Maniobraba por la cocina y hacia el área de comedor con facilidad, como si simplemente se paseara por una calle familiar, ofreciendo saludos amistosos y un oído atento a quienes necesitaban más su servicio. Aunque, a comparación de Miku, Nino seguía sin acostumbrarse a las horas más largas. La segunda hermana era alguien que daba su mayor esfuerzo en todo lo que hacía, y Raiha había notado que hacer multitareas no era el fuerte de Nino. Las órdenes a veces se mezclaban entre sí, o a veces le echaba demasiado azúcar a la bebida de un cliente. Dos veces al mes desde que abrieron, ninguna de los dos se había dado cuenta que habían dejado más de lo necesario en el horno hasta que el sutil aroma del humo les hizo correr hacia la parte trasera de la cocina. De cierta manera, Raiha podría entender por qué Miku parecía dudar un poco ante la idea de dejar que Nino manejara el lugar por su cuenta, especialmente luego de volver tras un día de clases, y por qué Miku parecía un poco más aliviada al saber que Raiha seguiría por allí. Por supuesto, Miku nunca lo iba a admitir en voz alta.

Fuera cual fuese el caso, las dos se las arreglaban. Ya se acercaba el final de su turno, alrededor de veinte minutos para las siete. Afortunadamente para ellas, la limpieza era mucho más fácil mientras la tienda seguía bajo renovaciones parciales. Podían comenzar quitando los letreros de aviso, y asegurándose que el orden y demás utensilios diurnos estuvieran limpios y listos para el día siguiente.

– ¿Hasta la cafetera? – preguntó Raiha mientras doblaba un trapo de limpieza. – Todavía quedan algunos minutos antes de cerrar.

– Ya casi son las siete. – replicó Nino. – ¿Quién va a ordenar café a esta hora?

– Supongo que tienes razón. Pero sólo por si acaso, deberíamos hacerlo luego de servir al siguiente cliente. ¡Bienvenido, señor!

Atravesando la puerta se encontraba un hombre alto y delgado, de cabello castaño claro y un ligero vello facial. Echó una mirada breve pero contemplativa por el interior de la tienda con unos ojos que parecían necesitar algo de sueño de la noche anterior. Deslizó los dedos por los pelos de su mentón, tarareando fuertemente mientras continuaba avanzando.

– Bien… ¿venido…? – repitió Raiha. – ¿Señor? ¿Podemos ayudarle con algo?

– ¿Está tu manager aquí, jovencita? – preguntó el hombre.

– ¿Manager? ¿Sucede algo malo, señor? Nuestra manager en este momento está…

– Ah, no hace falta, ya la vi. – Se metió la mano en el bolsillo, ofreciendo una media sonrisa. – Hey, traidora. Te ves bien.

Nino miró por encima de su hombro, mirando al hombre de pelo claro y tardando dos segundos en ofrecerle un gesto de desprecio con la mano sobre el hombro, regresando a sus tareas. – Buenas tardes, Ohta-san. ¿Qué le trae por aquí? Vamos a cerrar en quince minutos.

– ¿Lo conoces, Nino? – preguntó Raiha.

– Más o menos. Es mi antiguo jefe en Revival.

– ¿Más o menos? – repitió Ohta, riéndose. – ¿Esa es tu forma de tratar a tu antiguo jefe? Nos separamos en buenos términos, ¿o no, Nakano-san?

– Revival… Revival… – Raiha repitió el nombre que se le hacía vagamente familiar hasta que la memoria de unas cajas de pasteles limpiamente empacadas salió a la superficie. Unas sobras del trabajo de su hermano cuando estaba en preparatoria, y recordaba lo mucho que su gusto por los dulces anticipaba los diferentes sabores que solía traerle. – Ah, ya me acuerdo. Es el lugar donde tú y Oniichan trabajaron juntos, Nino-san.

Nino asintió. – Sí, me quedé por más tiempo que Fuu-kun. Probablemente… ¿dos años? Fue antes de que abriéramos nuestro lugar aquí.

– Fuiste nuestra mejor empleada. Los niños que contraté ahora siguen teniendo problemas… espera un minuto, ¿esta jovencita acaba de decir que es la hermana de Uesugi-kun? – Se giró hacia Raiha, ofreciéndole un gesto amigable. – Ah, ya puedo ver un poco de ello. Sabes, tú hermano también fue uno de mis mejores…

– Whoa, whoa. – intervino Nino, lanzándole una mirada rápida a su antiguo empleador. – Para atrás, Raiha-chan es nuestra. ¿Tratando de sabotear nuestro negocio?

El hombre se rio. – Hey, es una propuesta honesta. No se encuentran empleados como tú y Uesugi-kun en cualquier parte, ¿sabes? Traté de ofrecerte un aumento para que te quedaras… pero no aceptaste.

– Eso fue porque…

– Lo sé, sólo bromeo. ¿No te estás olvidando de algo? – Colocó sobre el mostrador la pila de papeles que llevaba cargando: una tarjeta de negocios, una colección de fotos impresas detallando varios planos para cafés y pisos, y letreros para publicidad, todos sujetos con clips en las esquinas. – Aquí tienes, como pediste.

– ¡Oh! ¡Es verdad! Gracias, Ohta-san. Casi se me había olvidado.

– Tardé un poco en conseguir todo esto. Me disculpo por eso.

– No, está bien. Miku y yo todavía no hemos decidido qué clase de estilo vamos a implementar.

– ¿Todavía? La última vez que hablé contigo seguían igual.

– Bueno, Miku puede ser muy terca.

– ¿Qué es todo eso? – preguntó Raiha mirando con curiosidad.

– Un par de cosas que conseguí de uno de mis contactos. – respondió Ohta. – Tiene un negocio de carpintería en Nagoya, y me ayudó muchas veces con mi tienda. Están remodelando su sitio web, así que pensé en venir y entregar su información en persona.

– ¡Esto es perfecto, Ohta-san! – Nino se puso a hojear los papeles. – Es exactamente lo que estaba buscando. Hasta tienen algunos diseños occidentales aquí también. Y este es el estilo que he tratado de explicarle a Miku, pero ella no lo entiende.

Ohta suspiró. – Ya ven, por eso es que a veces ser copropietarios puede ser un desastre. Nos llevó meses a mí y a Mizusawa-san llegar a un acuerdo, ahora que ella se va a unir a mi panadería.

– ¿Mizusawa-san? – Nino estaba poniendo atención a medias, mirando las páginas sobre el mostrador. – Oh, su socia. Es cierto, recuerdo que ella era la manager que estaba cruzando la calle. ¿Ahora está trabajando con usted? ¿Desde cuándo?

– Desde que nos casamos.

– Ya veo, ya veo. Desde que se casa… – Hizo una pausa, parpadeando dos veces. – ¡Espere, ¿se casaron?! ¡¿Cuándo?!

Ohta estalló en carcajadas. – Hace unos meses, alrededor del otoño. Fue algo del momento, pero ambos pensamos, ¿por qué no? No nos estamos haciendo más jóvenes, y ninguno de nosotros quería hacer mucho alboroto, así que tuvimos una ceremonia pequeña en Kioto con nuestros amigos y familiares. Íbamos a invitarlas a ustedes, pero sucedió cuando… – Se detuvo, rascándose el puente de la nariz. – Bueno, ya lo saben… mis condolencias por su abuelo.

– Ah… – Nino asintió suavemente. – Está bien. Gracias, Ohta-san. Es un poco tarde, pero igual felicitaciones. Les deseo lo mejor a ambos.

– Gracias, Nakano-san. – Su viejo jefe hizo una cortés reverencia. – Y yo también les deseo lo mejor a ti y a tu hermana en su empresa. Manejar un lugar nuevo no será sencillo, pero yo sé cómo es eso. Tienen mi bendición con eso.

Nino se apoyó sobre su codo, sonriendo. – Bueno, aprendí una o dos cosas de alguien que maneja un lugar decente. Tengo confianza en que todo saldrá bien, pero igual gracias por sus buenos deseos.

– Je, todavía te faltan algunos años antes de decir cosas como esa. Aunque… no me molestaría si terminas probando que me equivoco, Nakano-san. – Revisó su reloj. – Bueno, miren qué hora es. Ya creo que me quedé mucho tiempo.

– Sí, deberíamos prepararnos para cerrar. – Nino organizó los papeles a un lado, cogiendo el trapo para limpiar que había dejado un rato antes. – Nos quedan… diez minutos antes de cerrar. Gracias de nuevo por su ayuda, jefe… quiero decir, Ohta-san.

– ¿Hm? ¿Qué fue eso?

– Dije Ohta-san.

– Eso no fue lo que…

– Dije – Nino le lanzó una mirada, arrastrando la última sílaba de la palabra antes de continuar – gracias, Ohta-san. Ahora, a menos que desee que le sirvamos algo como cliente, tendré que pedirle educadamente que…

– Ya entendí, ya entendí. Debo estar oyendo cosas. – El hombre se rio, despidiéndose por última vez con la mano antes de marcharse. Terminando ya la mayoría de sus preparativos para cerrar, no pasaría mucho antes de estar en un café-panadería pulcramente limpio, con las sillas apiladas sobre las mesas y los mostradores bien despejados de polvo.

El opaco reflejo de su sonrisa se curvaba sobre el frasco de cristal de la cafetera mientras Nino dejaba salir un suspiro de satisfacción.

– De verdad ha sido todo un día muy movido, ¿eh? – dijo Raiha mientras guardaba las últimas cajas en los gabinetes de la cocina. – Mucha gente vino, más de lo usual. Aunque, todavía muchos siguen siendo amigos y familiares, como nuestros papás. Algunos de sus compañeros de la preparatoria también visitaron antes, cuando Miku y yo estábamos trabajando.

– Eso es de esperarse con las aperturas suaves. Todavía necesitamos pensar en nuestra campaña de promoción… – Nino se mordió la uña. – El tráfico a pie en el área es bueno, pero necesitamos pensar en algo bueno para conseguir más clientes. Algo que realmente haga que el lugar sobresalga. Así que estaba pensando, que este fin de semana yo y Miku finalmente podremos llegar a una decisión.

– Espero que lo hagan. ¡Sea lo que sea, estoy segura de que harán que este lugar se vea absolutamente hermoso!

– Dejando eso de lado, ¿ya estás lista para nuestra noche de películas? Mira esto, Miku acaba de enviarme su plato principal para esta noche.

– ¡Whoa! – En la pantalla de su teléfono estaba un enorme tazón con colores rojo, naranja y amarillo, con chispitas de pimiento verde esparcidas por todo el montón. Granos de arroz sobresalían debajo de una gran porción de camarón, pollo y salchichas, teñidos de rojo con especias escarlatas. – Se ve delicioso. ¿Qué es?

– Algo de lo que Ichika nos habló cuando tuvo que viajar. Cajun Jambalaya. ¿Te gusta la comida picante?

– No hay problema aquí.

– Grandioso. – Nino pulsó el teclado de su teléfono varias veces. – Yotsuba e Itsuki saldrán pronto para recoger más bocadillos. ¿Hay algo en particular que quieras?

– Déjame pensar… – Raiha miró adelante, y luego regresó a la registradora. – Oh, espera. Creo que alguien está entrando. ¡Hola, señorita, bienvenida!

– ¿Alguien viene tan cerca del cierre? – murmuró Nino para sí misma, ya habiendo doblado su delantal a medias. – ¿Quién podría…?

– Sólo para que sepa, vamos a cerrar en cinco min… ¡oh! – Raiha se puso de pie emocionada, juntando ambas palmas. – ¡Takebayashi-san!

Si se hubiese girado para mirar un poco más rápido, la longitud de sus coletas podría haber sido confundida por un látigo golpeando, y la copropietaria del café miró sorprendida a la joven mujer de cabello oscuro que saludó con la mano muy despreocupadamente.

– Hey, Raiha-chan. – Takebayashi sonreía. – Ha pasado un tiempo, ¿no? Creo que… me gustaría ordenar un café, por favor.

Esta historia continuará…


Notas del traductor:

Bueno, aunque dudo mucho que haya alguien que lea estas notas, aquí va el aviso de todas maneras. Hará cosa de poco más de un mes ya, he estado teniendo dolor en los dedos de mis manos, y el anular derecho está sufriendo particularmente, ya que se me queda enganchado y no puedo flexionarlo sin que me duela de los mil demonios (lo que se llama "dedo en gatillo"), dificultándome cerrar el puño y agarrar cosas. Y por supuesto, eso también limita severamente mi capacidad para usar el teclado de la computadora, retrasando mis escritos y actualizaciones.

Así que seré breve. Entre este y el capítulo anterior, me gusta ver que les esté yendo bien al resto del elenco. Nino y Miku están llevando adelante su pequeño restaurante-panadería, y Raiha también les echa la manito, aparte que le está yendo bien también en preparatoria. ¿Y qué les parece, que los managers de Revival y Komugiya se hayan casado? Creo que sólo era cuestión de tiempo. Ahora me pregunto qué sucederá con Takebayashi ahora que acaba de visitar su negocio. Estos erá interesante.

Bien, no hay reviews por los cuales agradecer, pero ya que estoy aquí, aprovecharé de cumplir otra petición. Otro autor de fics de las quintillizas en inglés, StarCatTibalt, está escribiendo un AU del final a partir del capítulo 114. Tiene una perspectiva mucho más edgy y dramático, y diré que si bien no comparto totalmente su percepción de los personajes (particularmente de Fuutarou y Yotsuba), está tan bien escrito que se lo dejo pasar. Así que si desean leerlo, pasen por mis favoritos y lo encontrarán allí (en inglés obviamente, y no me pregunten si lo traduciré porque aún no lo considero).

Eso es todo, hasta la próxima, ¡sayonara!