Todo de mí

Escrito por bobalon, traducido por Fox McCloude

Disclaimer: Gotoubun no Hanayome y todos sus personajes son propiedad de Haruba Negi. La historia le pertenece a bobalon, yo solo tomo crédito por la traducción. Todos los derechos reservados.


Capítulo 25 — Por estos sentimientos consentidos


Cuatro esquinas en un marco. Borrosas, centradas, y luego enfocadas. Atención a cada detalle con cuidado para capturar cada momento bajo su mejor luz. Tomar unos cuantos pasos más cerca para encoger el vasto cielo azul que llenaba el marco, y más cerca para que la sonrisa de ella y la lente a través de la que él miraba se alinearan. La comisura curvada de sus labios, el mentón apoyado entre su palma y nudillos. Sus caderas ligeramente dobladas y sus hombros volteados, como si su cuerpo supiera cada forma de coquetear y saludar a la cámara. Con un ligero tirón al brazo y la mano enrollada alrededor de las muñecas de él, otra memoria sería capturada bajo el brillante jolgorio en el parque de diversiones.

Una foto por aquí, otra por allá. Una frente al carrusel dando vueltas, otra apoyándose contra la baranda de la enorme fuente llena de estatuas de conocidos personajes de caricaturas. Una sosteniendo un montón de globos coloridos, y otra mientras ella le daba de comer algodón de azúcar, presentado justo en frente de la lente. Cada foto minimizada a un diminuto cuadro en su galería, expandiéndose por la pantalla a medida que las deslizaba. Fuutarou suspiró. No podía haber pasado más de una hora desde que llegaron por primera vez, pero se sentía como si hubiese capturado suficientes memorias para un día completo. Y ya sentía suficiente agotamiento acumulado como para llenar su cuota de estadía en los Estados Unidos.

Por supuesto, ningún viaje al (cómo se lo habían repetido constantemente a Fuutarou) "Lugar más feliz de la Tierra", estaría completo sin una visita al icónico castillo que se alzaba en el centro del parque. Sus torreones blancos y azules perforaban los cielos, grandiosos en cada aspecto y ángulo al punto que difícilmente habría un alma que no las reconociera. Raiha no dejó de hostigarlo diciéndole que todas las parejas debían tomarse al menos una foto en frente del castillo, como si fuese alguna clase de ley no escrita tomada de las tramas románticas con las que la joven colegiala se había obsesionado recientemente. Aun así, era una vista realmente maravillosa. Y una vez más sacó su cámara, colocando la lente frontal para enfocar en su dirección.

– ¿Qué tal se ve? – preguntó Ichika, apretando su mejilla contra el hombro del chico.

– Está… bien, supongo. – replicó Fuutarou mientras miraba la foto. – Pero está un poco difícil ponernos a nosotros y al castillo dentro de la toma. No se podrá con la cámara de selfies, al menos.

– ¿Por qué no les pedimos a mis hermanas que nos la tomen?

– Seguro. Eso estaría bien y todo, pero… – Fuutarou entrecerró los ojos, enmarcando los detalles de la mujer junto a él. Igual que las incontables fotos que había tomado ese día, Fuutarou no podía evitar fijar sus ojos en cada parte de ella que fuera visible. Sus ojos, sus labios, sus mejillas. La comisura de sus labios al sonreír, y la mirada que ella le devolvía. Cada parte de ella, como si hubiera algunas respuestas enterradas dentro de una simple mirada.

– ¿Hmm? – Ichika arqueó una ceja. – ¿Pasa algo, Fuutarou-kun?

– Me gustaría tomarme esta foto con mi novia… no, con mi prometida. Con Ichika.

– ¿De qué hablas? ¡Nos acabamos de tomar la foto, tontito!

– Sabes exactamente lo que quiero decir…

Una sonrisa diabólica había aparecido en la cara de Ichika al darse la vuelta, mientras regresaba con el grupo. Incluyendo al propio Fuutarou, debería haber seis de ellos aquí. Las hermanas Nakano habían estado dando vueltas los últimos días sobre su necesidad de terminar su viaje por el extranjero con algo grande. Una gran aventura que todos pudieran vivir juntos, capturando esa sensación de asombro y maravillas que parecía ahora tan lejana. Las cinco hermanas difícilmente iban a tardar en llegar a un acuerdo, y con el último fin de semana de su viaje, todas habían planeado que fuera un día totalmente inolvidable.

Pero sin importar cuánto hubiera pensado en ello en ese momento, Fuutarou no podría haberse preparado para lo que estas cinco chicas tendrían en mente.

Tenía que haber seis de ellas aquí, y sin duda, las seis estaban aquí juntas. Él junto con las cinco quintillizas Nakano, Ichika, Nino, Miku, Yotsuba, Itsuki…

… todas vestidas de una forma que las hacía virtualmente indistinguibles unas de las otras.

Sus cabellos rosáceos estaban amarrados en moños de formas ambiguas, todos bien cubiertos por los sombreros que llevaban y ocasionalmente se intercambiaban durante el día. Sus ropas provenían de los incontables artículos regados en las profundidades del armario de Ichika. Ropas de marcas muy distinguidas en colecciones de primavera, elegidas a mano y combinadas para formar atuendos encantadores que quedaban perfectos en el cuerpo y rostro de Ichika Nakano. Y con cuatro más como ellas, las líneas que distinguían a las hermanas entre ellas, habían desaparecido. Más importante aún, todas habían elegido no ponerse los accesorios familiares que Fuutarou había asociado permanentemente entre ellas. Ningún lazo verde encima de sus cabezas, ningún par de listones de mariposa para enganchar entre los mechones de pelo, ningún par de auriculares alrededor del cuello, y ningún brillito o resplandor que denotaba horquillas de pelo con forma de estrella.

– De acuerdo… – se aproximó a ellas, con los brazos cruzados – … esto ya fue demasiado lejos. ¡¿Quieren ya dejar toda esta tontería de una vez?!

– ¿Qué quieres decir, Fuutarou? – dijo una de las hermanas, levantándose el borde de su sombrero de paja. – Estamos igual que siempre, ¿verdad, hermana?

La que estaba junto a ella asintió, acomodándose los bordes de sus gafas de sol. – ¡Mhm! ¿Por qué estás tan amargado, Fuutarou? ¡Vamos, si estamos en el lugar más feliz de la tierra! ¡Sonríe!

– Fuutarou siempre consigue una excusa para ponerse gruñón. – dijo la quintilliza más lejana con una carcajada. – Es una habilidad especial suya.

– No me vengan con eso… – replicó Fuutarou. – Las cosas han sido así toda la mañana. Ninguna de ustedes se refiere a las demás por nombre, o lleva los accesorios que siempre usa. Y ninguna excepto Ichika tiene las orejas perforadas, ¿acaso llevan aretes de presión o algo? ¿O sólo quieren sacarme de mis casillas?

– Ya te lo dijimos, Fuutarou. – dijo la quintilliza que estaba con él antes. – ¡Es el juego de las quintillizas! Todo lo que hicimos fue cambiarnos el cabello un poco. No me digas que eso es todo lo que hace falta para que no reconozcas a tu futura novia, ¿hmm?

– Eso no es…

– Y además – interrumpió otra quintilliza – este es el mejor compromiso que podemos hacer, dadas las circunstancias. No es la mejor idea que vean a la verdadera Ichika caminando por allí. ¿Recuerdas lo que pasó con Miku? ¿Cómo la rodearon todas esas personas que creían que era Ichika?

Fuutarou rechinó los dientes, molesto. Por supuesto que lo recordaba, y lamentablemente, lo que decían tenía mucho sentido. La propuesta sorpresa generó mucho revuelo en el área. No tanto como los primeros días cuando los videos se hicieron virales, pero sí lo suficiente para causar un desorden mientras andaba por allí en público. Incluyendo esa instancia, él e Ichika habían salido varias veces más, cada una requiriendo algún tipo de disfraz para la joven actriz, sin importar a dónde fueran. Cuando Fuutarou pensó en ello, tenía sentido que un lugar enorme y concurrido como un parque de diversiones no sería la excepción.

Sin embargo, lo que Fuutarou no se esperaba era esa misma mañana abrir la puerta y que lo saludaran las otras cuatro hermanas Nakano con disfraces propios. Así nada más, Fuutarou se encontró atrapado en otra de las locuras de las cinco hermanas. Un juego familiar que jamás había ganado en los cinco años que llevaba de conocerlas: El Juego de las Quintillizas.

– Entiendo lo de evitar a los paparazzi… – dijo Fuutarou a regañadientes – … pero dejarme a mí fuera de esto es totalmente injusto. ¿Por qué tenemos que jugar este estúpido juego?

– No es como que tengas que adivinarnos a todas correctamente. – dijo una de las quintillizas, perfeccionando un guiño que parecía ser de los que sólo Ichika era capaz de hacer, y al mismo tiempo, que parecía totalmente inapropiado para esta quintilliza en particular. – ¡El Juego de las Quintillizas de hoy tiene una generosa calificación aprobatoria de sólo el veinte por ciento! Seguro que tienes que ser capaz de distinguir a tu futura esposa de sus hermanas, ¿o no?

– Además, aunque te digamos – añadió otra quintilliza – sería bastante obvio para otras personas cuál de nosotras es la verdadera Ichika. Todo lo que tendrían que hacer es encontrar a la quintilliza con la que el prometido esté coqueteando, ¡y sería todo! Nadie puede confundir esa mirada llena de amor que viene con todas las parejas recién comprometidas.

Fuutarou odiaba admitirlo, pero había algo de sentido tras esa lógica. Ya se había vuelto un hecho bien conocido entre los fans (tras la propuesta) que la actriz en ascenso, Ichika Nakano, era una quintilliza. Alguien que tenía cuatro hermanas más que se veían idénticas a ella. El corto tiempo que habían pasado en el parque de diversiones ya había atraído algunos encuentros intrusivos con fans y observadores que reconocieron a Ichika Nakano, o más bien, reconocieron la cara de Ichika Nakano. Con las cinco juntas, servían como una extraña barrera, algo que disuadía a los fans de aproximárseles, ya que nunca sabrían si estaban hablando con la actriz real o con una de sus hermanas.

Y en consecuencia, eso se aplicaba también al propio Fuutarou.

– Nunca he ganado ninguno de estos juegos. Ya lo saben. – Suspiró pesadamente. – Y de cualquier manera, ustedes siempre juegan sucio. Siempre están diciendo mentiras y usando trucos para que me equivoque y quede como un idiota. Olvídenlo, no pienso sufrir otro juego imposible de ganar.

Una de las quintillizas se le escurrió por detrás del hombro, acercándosele juguetonamente. – No estaría tan segura de eso, Fuutarou. ¿No fuiste tú el que se dio cuenta que Miku era la que estaba en problemas el otro día?

Fuutarou frunció el cejo. – ¿Lo hice?

– ¿No lo recuerdas?

Después de un momento, se encogió de hombros. – Debió haber sido muy obvio. Ichika debió decir su nombre primero, o quizás reconocí los auriculares de Miku. Sí, probablemente haya sido eso.

Ella negó con la cabeza, como si no estuviera totalmente convencida antes de empezar. – Mm… no, no creo que ese haya sido el caso. Miku no llevaba sus auriculares ese día. Los dejó en el cuarto del hotel. Incluso si los tuviera, no deberías ser capaz de verlos en medio de la multitud, a menos que estuvieras demasiado cerca. Pero la reconociste a la distancia. ¿Por qué crees?

– Eso… – Fuutarou se quedó reflexionando sobre el pensamiento. ¿De verdad sucedió como lo dijo? Podía recordar los detalles, pero lo que fuera que estaba corriendo por su mente en ese momento no era nada excepto una vaga recolección. – Fue sólo… una corazonada o algo. No, sólo tuve suerte.

Otra quintilliza se había colado junto a él, lo bastante cerca para verle haciendo ojitos con sus pestañas y con estrellitas en sus pupilas. Señaló con su uña el lado izquierdo de su pecho, y con un tono despreocupado, le dijo. – Sabes exactamente lo que es, Fuutarou. Todo lo que necesitas es… amor. Nada más.

Fuutarou se quedó allí, perplejo. Allí estaba de nuevo, esa respuesta enigmática que siempre dejaba más preguntas de las que respondía. Aun así, después de todos estos años, no le encontraba sentido ni razonamiento a las palabras que su difunto abuelo le había enseñado. Recordaba haberlo hostigado, insistiendo una y otra vez y aun así, la respuesta siempre sería la misma. Si siguiera con vida, Fuutarou habría intentado todo a su alcance para descifrar el secreto para distinguir a las quintillizas con una sola mirada.

Recordó una de sus últimas conversaciones, algún tiempo atrás.

Ese doctor era igual que tú, muchacho. – le decía el abuelo de las quintillizas con una risa divertida. Estaban sentados en sillas plegables junto al río, observando distraídamente sus hilos de pescar ondeando en el agua. – No debería ser tan difícil.

¿Doctor? – preguntó Fuutarou had asked. – ¿Se refiere a Maruo-san? ¿Él tampoco podía?

Mm… aunque aprendió mucho más rápido. Mucho más rápido que tú. ¿Hace cuánto conoces a mis nietas?

¿Cuánto? Er… más o menos… – Decidió ganar tiempo tirando de su hilo de pescar, cuando notó que su caña se agitaba ligeramente. Suspiró al ver que su anzuelo estaba vacío. – …unos tres años a estas alturas, señor. Casi cuatro.

Otra vez, el viejo volvió a reírse. – Vaya, eso es mucho tiempo. Mis niñas hablan mucho de lo inteligente que eres, ¿pero todavía no puedes distinguirlas sin ayuda? Al joven Nakano sólo le tomó un año.

Bueno, eso es porque… – Fuutarou se detuvo en seco. ¿De qué le serviría poner excusas ahora? ¿Qué estaba tratando de probar? – No importa. Es sólo que no lo entiendo. ¿Qué es lo que descubrió Maruo-san que yo no pude? Tiene que haber algo, pero no sé qué respondería si le hago esa pregunta.

Nadie le dice a un pájaro hacia dónde tiene que volar. – dijo el anciano. – Nadie les dice a los peces cuáles ríos son los que eventualmente llegan al océano. Simplemente lo saben. Eso es todo lo que hay que saber.

Igual que entonces, e igual que en el presente, Fuutarou sólo pudo responder tras un breve silencio con una simple palabra. – ¿Huh…?

La quintilliza que estaba junto a él le dio unas palmaditas en el hombro, sacándolo de su breve trance de recuerdos. – Bueno… – le dijo mientras se echaba para atrás y se unía al resto de sus hermanas que ya habían empezado a andar hacia la siguiente atracción. – ¡Te queda todo el día para averiguarlo! ¡Por ahora, sólo enfócate en divertirte, vamos!


(–0–)


Había algunas reglas especiales con esta versión del Juego de las Quintillizas. Le dieron algunas pequeñas pistas a su favor (para su sorpresa) que dejaron de lado la picardía y trucos sucios que siempre hacían que Fuutarou desconfiara, siempre que las quintillizas estaban de acuerdo en algo. Una promesa de hacerlo justo. La primera regla, era que sólo tendría que adivinar correctamente a una de ellas correctamente. A su pareja, su prometida. En sus propias palabras, debería haber tenido que ser obvio hacía años, pero con el tiempo que pasaron separados, las hermanas Nakano difícilmente tuvieron oportunidades de poner sus habilidades de reconocimiento a prueba.

Desde luego, la palabra "prueba" cargaba un tono algo feo, como lo haría cualquier método que cuestionase la lealtad de su pareja, lo cual fue el motivo de establecer la segunda regla. Para bien o para mal, no habría recompensa ni castigo por la respuesta final de Fuutarou. Después de todo, era lo justo. Sólo era un juego, y los juegos debían ser divertidos. ¿Qué mejor memoria habría de un día que disfrutarlo al máximo? Por tal razón, Fuutarou había concedido parcialmente que algunas de sus sospechas de juego sucio estaban infundadas. De cierta manera, se preguntaba si en realidad ellas querían que tuviera éxito, y que esta era una manera algo particular de demostrarla.

Independientemente de esas variables, el juego seguía muy lejos de ser lo que él consideraría "fácil". Cierto, había estado con las hermanas Nakano el tiempo suficiente para saber cuáles partes formaban sus propias personalidades, pero entre más reflexionaba sobre la idea, más dudas se apoderaban de Fuutarou. Siempre había diferenciado a cada hermana por los rasgos de apariencia que cada una de ellas se había impuesto sobre sí misma individualmente, fuese la longitud de su pelo, o los accesorios y ropas que solían llevar. En esencia era una naturaleza de segunda mano; difícilmente pensaba en ello. Verlo de manera diferente, o más bien, pensándolo de manera pesimista, sus personalidades podrían ser vistas como una segunda confirmación, a falta de un término más amable. Él podría ver esos rasgos primero, reconocerlos, y luego asociar sus personalidades. Ahora que los cinco se habían ocultado tras la misma máscara, se volvió aparente lo mucho que dependía de esas pequeñas ayudas.

Como si esperaran esa duda, las quintillizas establecieron la tercera regla especial en el juego. Fuutarou tendría el raro placer de pasar algo de tiempo de calidad con cada una de ellas. Una cita corta, si se pudiera usar libremente ese término. Una atracción del parque que pudiera pasar con cada una de ellas a la vez. Un momento especial que haría las líneas entre cada quintilliza un poco menos borrosas, y seguramente, la verdadera Ichika se vería incuestionable ante sus ojos.

– Hmm… – Fuutarou tarareó, mirando a su primera compañera, que lo miró con una ceja arqueada.

– ¿Estás bien, Fuutarou? – respondió la quintilliza, tocándose la mejilla con sus dedos. – ¿Tengo algo en mi cara?

– Sólo estoy tratando de averiguar quién eres… – Entrecerró aún más los ojos. La quintilliza con quien estaba llevaba una enorme camiseta blanca holgada, que se había metido entre sus shorts de tela vaquera. Encima de su cabeza llevaba una gorra de béisbol negra. – Tiene que haber algo que te delate. ¿Cómo es posible que tu abuelo y tu papá estuvieran tan seguros con solo mirarte…? – murmuró para sí mismo de nuevo. – Tiene que haber algún secreto o algo que no entiendo…

– No creo que mirarme con tanta intensidad te vaya a dar respuestas. – dijo con una carcajada desganada. – Honestamente, creo que sólo te hace ver como un degenerado, Fuutarou…

– Rápido, ¿qué dice esa señal por allá?

– ¿Qué?

– ¡La línea se mueve, rápido!

– Eso… umm… yo… ¿no lo sé? Parece que está en inglés, pero como está escrito todo…

– ¡Ajá! – Fuutarou chasqueó sus dedos, asustándola. – ¡Con eso se reducen! ¡Nino o Ichika deberían haber sido capaces de leer eso, ambas saben inglés! Eso significa que tú no… espera, no. – Frunció el ceño. – No, eso no responde nada. Nino también tiene mala vista, y si hoy no llevas sus lentes de contacto, eso significa que no puedo descartar que seas Nino. Y si eres Ichika, entonces es posible que…

– Fuutarou… – La chica sacudió su cabeza. – En serio no estás pensando en usar esa clase de método para ir descartando, ¿verdad?

El chico levantó sus manos en el aire, como si quisiera simplemente encogerse de hombros y darse por vencido. – ¿Qué más puedo utilizar? No es como que de repente lo voy a descubrir, luego de todos estos años de confundirlas.

– Aun así, no creo que hacerlo a pura fuerza bruta sea mejor. Vinimos aquí para divertirnos, ¿recuerdas? ¡Mira! Ya casi es nuestro turno en la fila. – La quintilliza señaló muy excitada hacia el frente. Había tazas de colores sobre platos esparcidas por un enorme piso móvil, esculpidas en formas que fácilmente podrían caber en ellas grupos de dos a cinco en un círculo. Una atracción obligatoria en el parque de diversiones, las famosas y probablemente vomitivas Tazas Giratorias. Su dedo se deslizó por el borde de la visera de su gorra de béisbol, inclinándola ligeramente para obscurecer los secretos que sus ojos podrían revelar. – La respuesta debería ser innegable para ti al final del día. Estoy segura de eso, Fuutarou. Realmente amas a Ichika, así que…

– ¡Mira! ¡Por allá! ¡¿No son esos los Churros Gigantes?!

Un breve silencio cayó entre ambos. Rígidos, tal como la pose de Fuutarou extendiendo el brazo y el dedo, hacia la izquierda señalando un puesto de comida en la distancia. Sus ojos se cruzaron por un instante en miradas entrecerradas, intentando descifrarse uno al otro en el rostro y la expresión, hasta que ambos llegaron a una respuesta conclusiva. Un paso adelante, los participantes en la fila se movieron. Un paso atrás, y la quintilliza marchó junto a él.

– Fuutarou… – Su paciencia casi agotada se coló entre sus palabras mientras lo regañaba. – ¿Estás tomándote esto en serio? Es decir, ¿en absoluto?

– ¡C-claro! – replicó él. – Sólo estaba pensando…

– ¿Pensando qué? Déjame adivinar: ¿estabas pensando que la verdadera Itsuki se dejaría engañar tan fácilmente que reaccionaría si señalabas donde hay comida? ¿En serio crees que sería así de simple? – Cruzó sus brazos, echándole una mirada maliciosa. Y antes que pudiera mover sus labios, ella continuó. – Bueno, odio decepcionarte, Fuutarou, pero todas nosotras estamos tomando esto con mucha seriedad. Si crees que puedes salirte con la tuya usando trucos baratos como ese, entonces…

Se cortó con un repentino gruñido entre dientes, dándose la vuelta. Su voz bajó hasta ser un murmullo que apenas llegaba hasta los oídos de él mientras se movían lentamente hacia el frente de la fila. – … entonces, se siente como si apenas nos conocieras. ¿De verdad crees que somos tan estúpidas?

Lentamente, se dirigieron hacia el paseo, hacia la taza que el operador les enseñó. La quintilliza se jaló el cuello de su camisa, murmurando sonidos cortos para sí misma. Dio gracias de estar hablando en japonés, pero eso no podía borrar totalmente lo embarazoso que se sintió haberse dejado llevar por el calor del momento en su desacuerdo. Se dijo a sí misma que debía mantener la cabeza fría, no peder la compostura. Esta era sólo la primera interacción de Fuutarou de ese día, y no era como que fuera a ceder sin esfuerzo. ¿No sentaría un mal precedente si arruinaba el juego tan temprano? Tal vez, debería disculparse. O por lo menos, debería decir algo, cualquier cosa, para que lo último que se dijeran por el resto de su rato juntos no fueran simplemente palabras de enojo.

Se dirigió hacia el escalón más arriba de la taza, justo antes de la puerta abierta hacia sus asientos. Fuutarou la siguió, colocando un pie sobre el escalón con forma de cerámica. Aunque fue breve, los segundos que pasaron en silencio detrás de esta quintilliza habían sacudido algo dentro de él. Su ira estaba justificada, de eso reconocía que era su culpa. Y sabía que debería haberse disculpado, pero por alguna razón, Fuutarou sintió que las palabras se iban hacia las partes más lejanas de su mente, siendo reemplazadas con algo que sólo podía asumir como una ilusión. Algo que atrajo el dorso de su mano hacia sus ojos, como si sólo estuviera viendo cosas.

Pero si quería echar de lado cualquier duda, entonces le dio la impresión que el pelo que tenía tan limpiamente contenido dentro de la gorra de béisbol empezaba a mostrar unos mechones muy largos, enrollándose al ir llegando hasta la parte baja de su espalda. Pudo ver también la montura de sus gafas flotando encima de su nariz.

– Tú… – Fuutarou la miró fijamente. – Tú realmente eres… Itsuki, ¿verdad?

Los ojos de la quintilliza se ensancharon. Rápidamente se llevó las manos a la cabeza, creyendo que su gorra se le había salido. No, aún seguía allí. Entonces, ¿cómo pudo él…?

– ¡¿Cómo supiste…?! – El pensamiento saltó desde su mente hacia su boca, tan repentinamente, que la quintilliza más joven no pudo encontrar una excusa para refutarlo. – Q-q-quise decir, eso no… yo, err… yo no…

Él entró a la taza, sentándose en el lado opuesto al de ella mientras los empleados cerraban la puert tras de él. Esa mirada sonrojada en el rostro de Itsuki fue suficiente para confirmarlo, y por primera vez en esa mañana, Fuutarou sintió que podía relajarse. Se reclinó hacia atrás, suspirando profundamente. – Entonces, yo tenía razón.

Desde el lado opuesto de su taza, la joven mujer le devolvió la mirada con algo de enojo, hinchando sus mejillas mientras fruncía los labios. Lentamente se quitó su gorra de béisbol y al hacerlo, también desató la redecilla de pelo que usaba para contener su enorme cabellera rojiza. Mechón por mechón, las tiras de pelo cayeron por sus hombros y su espalda, convirtiéndose en rizos mientras ella se quitaba las molestas horquillas, hasta que un último mechón se curvó de manera natural sobre su cabeza.

– ¿Cómo lo supiste…? – preguntó Itsuki, algo culpable.

– No estoy totalmente seguro. – respondió Fuutarou, presionándose el mentón con los nudillos.

– ¿Entonces sólo adivinaste por suerte? Estoy segura de no haber hecho nada que me fuera a delatar. No podría haber ninguna…

– No lo adiviné. No puedo explicarlo en este momento, pero… de algún modo… lo sabía.

Cerca de ellos, la última de las tazas cerró sus puertas, y los operadores del paseo asumieron sus posiciones. Itsuki se puso a juguetear con las puntas de su ahora desatado cabello, insegura de qué hacer con los próximos momentos que pasarían juntos. – El, um… el propósito de este… – murmuró – … el punto de este juego era averiguar quién de nosotras era Ichika…

– ¿Mhm? Sí, eso ya lo entendí.

El paseo lentamente arrancó, llevando la cinta móvil en el centro a una velocidad estable. De nuevo, Itsuki intentó distraerse con cualquier cosa, para no mirar directamente a los ojos que la veían desde el asiento del frente. Un pensamiento extraño, pero profundamente curioso, había de alguna manera surgido entre estos breves segundos que pasaron juntos. Algo que ella consideraría improbable, poco acogedor y desagradable hasta cierto punto, pero el pensamiento continuaba repitiéndose una y otra vez, hasta que volvió en el sonido de su propia voz:

– "¡Lo único que necesitas es amor!"

Fuutarou levantó una ceja, observando cómo la quintilliza menor seguía sacudiendo su cabeza. – ¿Estás bien…?

– ¡Tiene que haber otra razón! – exclamó Itsuki. – ¿Cómo me descubriste? ¡Dímelo!

– Ya, um, ya te lo dije. Sólo tuve un presentimiento.

Itsuki se echó para atrás. – ¿C… cómo así? ¡¿Qué clase de presentimiento?!

– ¿Qué clase? ¿Cómo se supone que lo sepa?

– ¡Me rehúso a aceptar eso! ¡Tuvo que haber sido suerte! No hay otra forma.

– ¿Qué mosca te picó? – dijo Fuutarou. – ¿Por qué estás tan persistente con esto?

– ¡Porque sé que escondes algo! Has estado evitando mirarme desde la primera vez que te lo pregunté. ¿Ya ves? ¡Ahora mismo lo estás haciendo!

Fuutarou rodó los ojos. – ¿Sabes qué? ¡Tú ganas! Ya que no dejas de hostigarme, admito que… algo me alertó.

– ¡Ja, lo sabía! – Itsuki levantó un puño triunfante. – Por supuesto, tenía que haber algo. Sigues siendo incapaz de distinguirnos, luego de todos estos años. Supongo que realmente sólo tuviste suerte. No hay nada más.

– Eso no fue lo que dije. – intercedióFuutarou. – Cierto, al principio estaba confundido. Llegué con la expectativa de que podrías haber sido Ichika, pero después de un rato, me di cuenta que no podrías haber sido ella.

– ¿Hm? ¿Y cómo fue eso, Uesugi-kun? – Itsuki lo miró fijamente. – ¿Qué te hizo sentirte tan seguro?

– Fue… después que me dijiste que tomara este juego con más seriedad. Tenías razón; estaba tomando el enfoque equivocado con todo esto. Me di cuenta de que ha pasado mucho tiempo para que todavía las siga confundiendo a las cinco. Fue como, una llamada para que despertara, supongo. Así que pensé en lo que dijiste, y eso me hizo darme cuenta de algo. Cuando te vi, de repente… sentí algo. – Se detuvo allí. – Y creo que eso fue todo.

– ¿Huh? Espera, ¡¿eso fue todo?! – Itsuki se inclinó de frente. – ¡Estabas a punto de decir algo más! ¡Escúpelo!

– Mira, sólo tuve suerte de adivinar. Ya, ¿estás feliz?

– ¡No! ¡Ahora lo estás evitando! ¡Eso es totalmente lo contrario de lo que dijiste!

– ¿Qué? ¿Ahora tú eres la que no quiere aceptar esa respuesta? ¿No puedes decidirte de una vez, por favor? Diablos, qué fastidio.

– ¿F-fastidio? – Itsuki se le acercó aún más, levantándose de su asiento para agarrarlo de la camiseta. – ¡Qué grosero! ¡Sólo te pregunté porque tengo algo de sospechas! ¡Más te vale que lo admitas!

– Bueno, si ya lo sabes no tienes que preguntarme. Ahora, vuelve a sentarte, antes que nos hagas quedar a los dos como idiotas.

Ella hinchó sus mejillas. – ¡Eso es tan típico de ti, Uesugi-kun! ¿Es que no puedes responder a una pregunta sin ser un idiota sin tacto, insensible y completamente falto de decencia en absoluto…?

Fuutarou chasqueó sus dientes, y para sorpresa de Itsuki, el joven había azotado sus manos con fuerza sobre el mesón que los separaba, como si se levantara furioso de un escritorio. – ¡Ya está! ¡Esa es la razón! ¡Así es como sé que definitivamente eres tú, Itsuki! ¡Nadie podría hacerme enfadar tanto como tú!

Itsuki se echó para atrás, estupefacta. – H… ¡¿H—HUH?! ¡¿Discúlpame?!

– ¡Ya me escuchaste! ¡Siempre me estás molestando! ¡Ha sido así desde el día que te conocí!

– ¡Seguro que tienes mucho que decir, Uesugi-kun! – Itsuki se agarró con fuerza del volante y empezó a girarlo para aumentar las revoluciones. – ¡Bueno, quiero escucharlo todo, comelibros cabeza dura!

– ¡Oh, puedes apostarlo, demonio devoradora de curry! – Fuutarou se le acercó aún más, girando todavía más rápido el volante. – ¡Tengo muchas cosas que sacarme del pecho respecto a ti! ¡Por tu culpa es que mi vida se convirtió en un infierno! ¡Eres mi caja de pandora personal, y cada momento que pasa contigo no me trae otra cosa que desgracias!

– ¡Oh, vaya, ¿eso no es un alivio?! – Itsuki giró el volante todavía más rápido, haciéndolos perder el equilibrio. – ¡La forma en como lo dices hace que suene CASI tan malo como pasar otro minuto, no, otro SEGUNDO con alguien como TÚ! ¡De hecho, estar en el mismo paseo contigo hace que se me revuelva todo el estómago!

– ¿Segura que no es porque eres demasiado débil para manejar un paseo como este? – Fuutarou le dio un último y poderoso giro al volante, enviándolos a ambos de vuelta a sus asientos, pero ninguno de los dos quería ser el primero que se soltara del volante. – ¿Y bien? ¿Lista para rendirte, monstruo de los bollos de carne?

– ¡¿E… esto?! – Los dedos de Itsuki temblaban sobre el volante, soltando sólo una mano para sujetarse los largos mechones de su cabello mientras se agitaba. – ¡Esto no es nada! ¡Tú eres el que debería—whoa, whoa! ¡Detente!

– ¡Ya ríndete, Itsuki!

– ¡No hasta que tú lo hagas primero, Uesugi-kun!

Afuera, las otras cuatro quintillizas Nakano observaban una taza girando peculiarmente rápido acercándose a ellas, destruyendo trozos de un churro entre ellos. La taza sólo giraba más y más rápido, ahogando los gritos de la pelea verbal de los dos participantes dentro de ella y convirtiendo sus siluetas en un borrón caótico y sin forma.

– Bueno… – se rio una de las quintillizas – … ¡esos dos sin duda parecen estarse divirtiendo muchos!

Con el pasar de los minutos, el mundo a su alrededor poco a poco fue recuperando su forma. Las manchas borrosas volvieron a tomar formas concretas, teñidas con las brillantes sombras y tonos de un festivo parque de diversiones. El sonido de los gritos, chillidos y la música se volvió cada vez menos un desorden en su cerebro, y por una vez se sintió lo bastante bien para alejar su vista del asfalto debajo de sus zapatos. Lentamente, para no perturbar esa sensación desagradable en su garganta.

– Toma.

Alguien había puesto una botella de agua frente a él. Los ojos de Fuutarou lentamente se movieron por las mangas del suéter de cuello alto, encontrándose con la mirada preocupada de la quintilliza Nakano de la hora. Llevaba una falda oscura con tulipanes junto con su suéter rosa pastel parcialmente salido, y llevaba un bolso de diseñador. Sobre su cabeza, tenía una boina negra, con bordado dorado en el extremo.

– ¿Tu cabeza ya está mejor, Fuutarou? – le preguntó.

– Un poco. Gracias. – replicó él, presionándose la sien con un dedo.

– ¿Aún necesitas unos minutos? – Ella se sentó junto a él, inclinando el cuello para darle un vistazo a su cara mientras se reía. – Tú e Itsuki se veían horribles luego de salir del último paseo. ¿Qué diablos estaban haciendo?

– No me mires a mí. – gruñó Fuutarou. – Ella fue la que empezó.

– ¿Qué se creen ustedes? ¿Niños?

– ¿Qué diablos pasa con esa chica? – El chico echó un vistazo hacia las partes menos concurridas de la multitud junto a su banca, concretamente a una de las muchas tiendas de regalos en el parque. La mercancía temática sobresalía de la puerta abierta, sobre estantes y mesas con miles de cosas para elegir, y las otras cuatro hermanas Nakano felizmente fisgoneaban todos y cada uno de ellos en busca del regalo perfecto. Aunque, una en particular descubrió que la mejor manera de saborear la memoria del viaje era entre dulces y comida chatarra, fijándose en los perros calientes y el algodón de azúcar del vendedor de comida cerca.

– ¿Cómo puede Itsuki tener apetito luego de eso? – Fuutarou hizo una mueca, todavía sintiendo que se le revolvía el estómago. – Su estómago no es humano. ¡Quiero decir, ¿qué diablos es eso?! – Observó como la comelona quintilliza sujetaba una enorme pierna de pavo, envuelta en papel, que requería de ambas manos para poder sostenerse bien.

– No actúes como si estuvieras sorprendido, Fuutarou. – se rio la quintilliza junto a él. – Ya conoces a Itsuki lo suficiente a estas alturas. Esa chica siempre tendrá espacio para algo delicioso, no importa lo que sea. Y hablando de eso… – Hizo una pausa por un momento, quitándose las tiras de cabello que se asomaban bajo su boina. Nada que pudiera arruinarle su disfraz, y seguramente no llevaba nada encima que pudiera delatarla. – Aunque, todas nos quedamos en shock. Nadie esperaba que fueras a reconocer a una de nosotras que no era Ichika.

– Comparado con su padre, todavía me faltan un par de años. – replicó Fuutarou con un deje de amargura. – Para ser honesto, sigo sin entenderlo. Casi siento como si hubiera sido pura suerte.

– Hmm… bueno, ¿tú crees que sólo fue suerte?

Se quedó pensando en ello, y luego negó con la cabeza. – No. No, no diría que fue suerte. En ese momento, tenía total confianza en que era Itsuki. Aunque, no puedo explicar por qué…

– Entonces, ¿admites que es amor?

– Sabes, se siente muy raro decir eso de las hermanas de mi prometida. De hecho, se sentiría raro decir eso de las hermanas de cualquiera. Especialmente mientras estoy hablando con ellas.

Ella se rio, divertida con el pensamiento. – Ninguna de nosotras te odiará por eso. Después de todo, es la única forma de saberlo con certeza.

– Allí está esa respuesta de nuevo… – El chico suspiró. – Y todavía tengo muchas preguntas, igual que la primera vez. Pero antes de responder eso… – se puso de pie, encarando a la quintilliza en la banca – …tendré que descubrir quién eres primero.

– ¿Oh? ¿Y quién crees que soy? – Ella le sonrió, doblando el cuello. – Seguro que te darás cuenta a estas alturas que te hiciste el juego mucho más difícil, ¿no, Fuutarou?

Se forzó a hacer algo parecido a una sonrisa, con algunos latidos en exceso de completa confianza. – Bueno, a diferencia de ciertas chicas que conozco, considero que una puntuación del 20% es patética. Nunca he recibido algo así de bajo en toda mi vida, y no pienso dejar que su estúpido juego sea mi primera vez.

La quintilliza se paró, empezando a caminar hacia su siguiente locación. – Déjalo en tus manos para decir algo tonto, que a la vez suena genial. Bueno, vamos a averiguarlo. Veamos si no fue sólo que tuviste un poco de suerte, o… – Se giró, con una sonrisa maliciosa curvándole los labios. – …o tal vez, ¿no será que quieres a Itsuki un poquito más que a mí?

– No empieces a hacer bromas que me dan nauseas ahora. Ya puedo sentir que me vuelven…

Haciendo un saludo rápido a las demás, Fuutarou y su compañera misteriosa viajaron por el área inmediata del parque de diversiones. Debido a su inicio demorado, los dos se encontraron con que el tiempo se les agotaba, con muchos de los paseos cercanos llenándose de gente en las filas. Añadiendo su titubeo, los minutos seguían corriendo, y con ellos, las opciones sólo se iban reduciendo.

Ella iba balanceando frente a él un pequeño amuleto para el teléfono. Tres círculos sencillos para formar la silueta de un ratón caricaturesco, atados por un delgado hilo. – ¿Compraste uno para mí también? – preguntó ella, sorprendida mientras salían de la tienda. – No te hubieras molestado.

– No fue gran cosa. Ya había conseguido uno para Raiha. – dijo Fuutarou. – Y además, parece que tus hermanas estaban haciendo compras en la tienda de regalos antes que nos fuéramos. Te lo vas a perder por este juego, así que pensé que querrías algo también.

Ella le sonrió. – Oh. Bueno, eso fue muy considerado de ti, Fuutarou. Gracias. Aunque… – Echó una mirada hacia el área concurrida. – Además de eso, tenemos un pequeño problema. ¡Mira toda esta gente que apareció! ¡El lugar está lleno!

– No se puede evitar. – replicó Fuutarou, chequeando la hora. Quince minutos después del mediodía. – Ya es la hora pico. El parque se va a llenar todavía más.

– Aun así, deberíamos montarnos en algo, pero mira los tiempos de espera. Serán más de media hora.

– Los únicos que veo con líneas cortas son los paseos para niños. Tal vez deberíamos ir a otra parte del parque, quizás haya…

– ¡No hay tiempo! – Le dio un tirón en la manga. – Lo que sea será mejor que quedarnos parados sin hacer nada. ¿Qué tal eso por allá? – le preguntó empezando a moverse en la dirección. Desde afuera, la línea parecía tener una de las multitudes más grandes que habían visto. Eso fue confirmado cuando más gente empezó a amontonarse detrás de ellos, eventualmente inflando el tiempo de espera a casi el doble a comparación de cuando se formaron. Para su suerte, la fila para esta atracción parecía moverse mucho más rápido que las otras dos, cargando constantemente a los visitantes del parque en pequeños botes que se mecían suavemente sobre un tranquilo río.

En poco tiempo, llegó su turno. Su bote flotaba tranquilamente por el estrecho canal, empujándolos hombro con hombro mientras entraban en el oscuro túnel. El clamor del concurrido parque de diversiones se vio ahogado lentamente, con un corto lapso de su bote salpicando sobre la suave corriente, hasta que los exquisitos sonidos de una dulce melodía comenzaron a hacer eco por las paredes del túnel. En sólo unos pocos segundos, estas suaves olas los llevaron a otro mundo, más pequeño. Un mundo que se sentía muy lejano de los problemas de su día a día. Un lugar feliz donde los problemas se sentían tan pequeños como podrían serlo, antes de regresar a ese peculiar sentido de maravilla y asombro de la juventud pasajera.

La melodía siguió sonando por un rato. Una cadencia que controlaba los movimientos de arriba abajo, y de un lado al otro de las marionetas mecánicas, que cantaban y giraban, bailaban dando piruetas. Cuando comenzaron a volverse familiares, otro viento en el río los llevó hacia una nueva esquina del diminuto mundo, con nuevas visiones y sonidos que se pegaban a esa incansable melodía. Y seguía adelante más y más.

En el breve interludio, cuando la canción se había puesto en su punto más silencioso, transicionando entre estrofas y antes de la siguiente vuelta, Fuutarou finalmente miró hacia su compañera. – Has estado muy callada todo el rato, Nino.

Vio cómo los hombros de la chica se tensaban, y tal como su hermana antes que ella, no hubo manera de ocultar el rubor que llenó su rostro, visible incluso en el poco iluminado túnel. Ella se tomó unos momentos, y luego suspiró. – Hmph. Así que no fue suerte después de todo…

Se quitó la boina, aplastando la tela mientras soltaba el moño de su cabello, dejándolo caer poco más debajo de sus hombros. Desde debajo de sus mangas, la quintilliza sacó un par de gomas para el pelo de color oscuro, que se colocó en su cabello hasta hacerse unas medias coletas. Con un desliz rápido de sus dedos tras su cuello, continuó. – Sí, sí, estás en lo correcto. Bien por ti, supongo. Felicidades.

Su bote siguió viajando por otra sección, en silencio. Fuutarou se rascó detrás de la cabeza.

– Es un poco… umm… ¿cómo debo decir esto…?

– Algo incómodo ahora, ¿huh? – terminó Nino. – No tienes que decirme eso. Sabes, podrías haber esperado hasta que terminara el paseo. ¿Qué, estás decepcionado de descubrir que era yo?

– Nada de eso.

– ¿Entonces qué? ¿Esperabas que estuviera en shock? ¿O acaso estabas esperando a que te preguntara cómo lo descubriste, para que pudieras explicarme tu gran plan para demostrarme lo inteligente que eres?

– De hecho… tuve la sensación de que eras tú antes de subirnos el paseo.

– Y sip, ahí está. – Nino se apoyó sobre el codo. – Entonces adelante, explícame qué era esa "sensación", o al menos lo que crees que es. Después de todo, estabas muy insistente en decir que no era amor.

– Quizás me equivoqué… – dijo Fuutarou secamente. La mirada en sus ojos se quedó fija en ella, enviándole un escalofrío repentino por la espina. – O al menos, algo similar a eso. Creo que ahora lo entiendo. Lo que realmente significa…

Nino trató de responderle, pero se dio cuenta que no había palabras que pudiera formar rápidamente. Qué extraño. Ella siempre era muy segura de sí misma. Aparte de su madre, su abuelo, su padre y ellas mismas, no debería haber ninguna otra respuesta cuando se trataba de distinguirlas. Quizás, en el fondo, Nino esperaba (o más bien, deseaba) la posibilidad de que todo esto fuera resultado de un golpe de suerte, o un desliz de parte de ella misma, que la hubiera delatado.

Amor.

Esa palabra con tintes rosas que se había pegado a las fantasías juveniles en su cabeza, escurriéndose hasta sus mejillas. Esa palabra visceral que se estampaba en quienes ella más valoraba, inquebrantable, sin importar los años que hubieran pasado y los que vendrían después. Era una palabra tan simple, dicha una y otra vez, como si nunca fuese extraña para ella. Pero, mientras ese pequeño remanente de sentimientos que había enterrado volvían a la superficie, recibió un recordatorio de lo que podría haber sido el sentimiento más duro de todos. Esa palabra dolorosa y agridulce.

Y tal como Nino se lo temía, los dos empezaron a pensar en exactamente lo mismo.

– Nino… – comenzó a hablar Fuutarou. – En ese entonces… yo…

– Basta… – Ella se mordió el labio. Lo que fuera con tal de detener las lágrimas que comenzaban a acumularse en sus ojos. Colocó de nuevo la boina en su cabeza, jalándose el frente. – ¿Por qué ahora? ¿En un momento como este? Nadie te pidió que hicieras esto. Todo lo que tenías que hacer… todo lo que tenías que hacer era averiguar quién de nosotras era Ichika.

– Lo sé, y lo sien… – Se detuvo en seco, sacudiendo lentamente su cabeza. – No, hay algo más por lo que debería disculparme contigo. Es algo que me ha molestado todo este tiempo. Cuando comencé a pasar tiempo contigo, finalmente me di cuenta lo que era. El porqué sabía que eras tú.

Nino miró lentamente en su dirección, sin decirle nada. Ella ya lo sabía, pero aun así, no encontraba la fuerza para volver a detenerlo.

– En ese entonces, no pude encontrar una respuesta para darte. Lo siento.

– Está… está bien. – Se limpió una lágrima de la cara. – No me arrepiento de nada. En absoluto.

– Nino…

– Este es mi cierre. – Le echó una mirada al pequeño y feliz mundo que los rodeaba. El pequeño llavero con forma de ratón que sujetaba tiernamente entre sus dedos. – Ahora que lo pienso, nunca tuve algo como esto.

Fuutarou levantó una ceja. – ¿Hmm? ¿Algo como qué?

– ¿Qué otra cosa? ¡Una cita sólo nosotros dos! – se rio Nino. – En ese entonces, sólo te estaba persiguiendo sin tener ninguna clase de plan. Todo era tan nuevo para mí, y ahora es que me doy cuenta que nunca tuve un momento como éste. Tal vez si hubiera hecho las cosas de manera diferente, o quizás, si no me hubiera molestado en hacer nada. Quizás de ese modo, no tendría que pasar por esta horrible sensación…

– Nino…

– ¡Sólo bromeo! – Se rio, lanzándole una enorme sonrisa. – Ya te lo dije, no me arrepiento de nada. Especialmente después de hoy. Finalmente me diste un rechazo de frente, así que con eso puedo poner todo detrás de mí. Detrás de nosotros. – Se levantó, estirando los brazos muy por encima de su cabeza. Un fuerte gruñido salió de sus labios, como si de pronto sus hombros se hubieran vuelto más ligeros. – ¡A—Ahh! ¡Qué alivio!

– ¡C-claro! – Fuutarou asintió. – Ahora todo está en el pasado.

– ¡Exacto! ¡Historia antigua! Es decir, ¿puedes imaginarte lo raro que sería dejar las cosas así? Ya han pasado más de cuatro años.

– Mejor tarde que nunca, ¿no?

– Tú lo has dicho. Honestamente, eres toda una pieza de trabajo. No puedo creer que dejé que alguien como tú nos hubiera causado tantos problemas a todas, y a mí. Eres insensible, egoísta y a veces muy engreído. No sabes nada sobre cómo ser delicado con una chica, y a veces eres tan embarazoso que duele. Como justo ahora.

– Sí, sí… – El chico se dio la vuelta, apoyando el codo en el costado del bote. La forma en que le hablaba sólo podría venir de Nino, y por una vez, a Fuutarou no le dio importancia. Era extrañamente reconfortante, como debía ser el amor duro. Y cuando sus ojos de nuevo fueron capturados por el mundo de fantasía a su alrededor, sintió un pequeño empujón contra su hombro, ya que Nino apoyó su cabeza en su dirección.

– Está bien si es así, ¿verdad? – preguntó ella, en voz muy queda que le sorprendió poder oírla en medio de toda la melodía que los rodeaba. – ¿Al menos hasta que se acabe el paseo?

– Sí… – le respondió. – Eso estará bien, Nino.

– Gracias… Fuu-kun. Gracias por todo.

Más adelante por la tarde, las luces más brillantes del día caían sobre el muelle, cargando consigo un viento templado que soplaba sobre el puente. El retumbar pesado de miles de pisadas hacían eco sobre la madera del puente, reemplazado por miles de otras más con cada minuto que pasaba. Ella no había estado en muchos parques temáticos en su vida, y con los que había visitado, ninguno se podría comparar con el mundo que habían logrado crear en esta esquina de California. Ninguna foto podría capturarla; tenía que pararse aquí, y registrar todas las imágenes y sonidos que la rodeaban. Los edificios, los puentes, incluso las aguas teñidas de esmeralda y las rocas cubiertas de algas, todas construidas cuidadosamente como si este lugar realmente tocara el mar.

– "Ya es tarde." – La quintilliza Nakano hizo un puchero mientras miraba su reloj. Llevaba aquí el tiempo suficiente para que el escenario que la rodeaba se volviera monótono. Ese fue un problema que pasaron por alto cuando decidieron esta versión especial del Juego de las Quintillizas, entre muchas otras cosas. Se deslizó por su teléfono. Llamar o enviar un mensaje de texto la delataría de inmediato, y todo con lo que podía contar era el horario que habían impuesto.

Cambió a la cámara frontal, echando un último vistazo a su atuendo por el día de hoy. El sombrero de paja de ala ancha que llevaba la protegió todo ese tiempo que pasó esperando bajo el sol. Sus brazos delgados salían cómodamente de su suéter de cuello de tortuga sin mangas, y tenía el bolso sobre su hombro para hacer juego. Un cinturón de banda se enrollaba alrededor de su cintura, atado en un lazo que lo mantenía en su lugar junto con su falda maxi, mientras las siluetas de flores de hibisco ondeaban con la brisa.

– Ok. – se dijo a sí misma asintiendo. – Se ve bien.

Al guardar su teléfono, la solitaria quintilliza vislumbró a un joven hombre mirando desorientado por toda la multitud, justo al extremo opuesto de ella. Desde donde estaba, podía ver que estaba respirando a bocanadas, mostrando claramente que acababa de llegar al sitio de reunión designado.

– ¡Fuutarou! – lo llamó. – ¡Por aquí!

Levantó una mano, y en ese breve momento, las miradas de ambos se cruzaron.

Extrañamente, ese momento se sintió como si existiera en una parte separada del tiempo. Un lapso, formado por el momento en que sus ojos se cruzaron y las cabezas de los que pasaban casualmente se habían desviado, dejando un camino recto libre entre ellos. En ese breve momento, se sintió extraña. Desorientada. Como si una simple mirada de sus ojos hubiera visto más de lo que pensó inicialmente. Fuera de este tipo de atuendo que normalmente no usaría, la forma en que su voz emitía las palabras al llamarlo, y con esos pequeños hábitos suyos que se colaban sin pensarlo dos veces, todo hizo click pieza por pieza en el momento que sus ojos se cruzaron con los de él.

Sólo cuando la quintilliza se dio cuenta de lo familiar que era el sentimiento, finalmente decidió cruzar al otro lado del puente.

– Ah. Ya veo. Así que así fue… – Ella negó lentamente con su cabeza, llevándose una mano hacia el sombrero de sol sobre su cabeza. Sus ojos se asomaron por debajo del ala ancha de su sombrero, y la mirada en su rostro se convirtió en una sonrisa satisfecha. – Parece que finalmente encontraste tu respuesta, Fuutarou.

A pesar de que se le fue un poco el aliento, Fuutarou hizo su mejor esfuerzo para mantenerse de pie y firme en frente de ella. Y sonrió.

– Sí. Siento llegar tarde, Miku.

– Está bien. Estabas con Nino, después de todo. – Al bajarse su sombrero, simultáneamente deshizo las ataduras que sujetaban su larga y fluida cabellera, dejando que cayera libre por su espalda. Unas cuantas tiras sueltas se atravesaron entre sus ojos, que Miku apartó distraídamente para que no obscureciera ninguna parte de su rostro. – Supe en el momento en que te vi que ya había perdido. Tuve el presentimiento de que terminaría así, pero aun así, felicidades, Fuutarou.

El chico exhaló un profundo suspiro de alivio, apoyándose de espaldas contra la baranda del puente. – No tienes idea de lo estresante que ha sido todo esto. Siento como si hubiera envejecido diez años desde esta mañana.

– ¿Es en serio? – se rio ella, mientras se unía junto a él. – Pero te veías tan confiado justo ahora. ¿Qué pasaría si te hubieras equivocado y yo estuviera mintiendo todo el tiempo?

– Ni soñarlo. Sin duda eres Miku.

– Valía la pena intentarlo. – Ella negó con la cabeza, luego de estirar sus brazos sobre su cabeza. Se volteó para encarar a Fuutarou de nuevo. – ¿Entonces? ¿Qué pasará ahora?

– ¿Qué quieres decir?

Ella le mostró su reloj. – Contando lo que te tardaste, nos queda poco menos de una hora antes que te encuentres con Ichika o Yotsuba después. Ya me descubriste, así que las reglas que pusimos antes ahora ya no sirven de nada.

– Oh, ya veo… – Fuutarou pensó para sí mismo por un momento. – Ahora que lo mencionas, realmente no he pensado en ello.

– Bueno, como yo lo veo, no quedan muchas opciones. Podemos separarnos, yo vuelvo con mis hermanas, y puedes tener el resto del tiempo para ti. – Se puso de nuevo el sombrero sobre su cabeza, dando algunos pasos hacia el puente antes de girarse sobre sus talones. La delgada tela de su falda maxi se agitó con la brisa, atrayendo la mirada del chico como si le invitara a seguirlo. – O, podríamos jugar este juego un poco más. Depende de ti, Fuutarou. Dejemos que el ganador lo decida.

– Jugar un poco más, ¿eh? – dijo Fuutarou, y después de unos segundos para alejar su espalda de las barandas, se colocó junto a ella. – ¿Por qué no? El juego todavía no termina, ¿y qué chiste hay en jugar un juego si no nos divertimos un poco?

Los dos empezaron a caminar. – ¿Alguna idea de a dónde quieres ir?

– Ver el resto del parque parece un buen inicio. – El chico levantó su teléfono. – No he tomado suficientes fotos como le prometí a Raiha. Pero antes de eso, me muero de hambre. Vamos a comer algo primero.

– Parece que ya recuperaste tu apetito. – Ella se rio, y luego señaló al otro extremo de la plaza. – Entonces… en ese caso, hace un momento pasé por un lugar que se veía bastante delicioso. ¿Empezamos por allí, Fuutarou?

– Tú guíame.

No fue sino hasta un poco más tarde, mientras Miku y Fuutarou miraban la montaña de puré de patatas con crema y la piel agrietada del pollo frito, y la larga tira de queso mozzarella de una pizza que parecía más "compartible" que "personal", que los dos se dieron cuenta del error que habían cometido.

– Esto… – Fuutarou dudó, levantando su tenedor a medias.

– … Es mucha comida, ¿eh? – terminó Miku por él.

– Sigo olvidándome de lo grandes que son las porciones aquí en Estados Unidos. ¿De verdad todos comen así?

– Tendré que preguntarle a Ichika cómo es que su figura ha sobrevivido tanto. O al menos, parece haberlo hecho. Fuutarou, tú probablemente deberías saberlo, ¿verdad? ¿Ha cambiado desde que estuvo en Japón?

– No hay absolutamente ninguna forma en que vaya a responder esa pregunta, Miku.

– Vamos, no te voy a delatar. Lo prometo.

– No va a suceder. Ahora vamos; ya pagamos por esto así que empecemos a comer.

Fuutarou cogió el primer trozo de pollo frito, preguntándose si el olor por sí solo cargaba un conteo de calorías. Entretanto, Miku cogió la primera rebanada de su pizza, observando como los toppings se deslizaban como si comenzara una pequeña avalancha. Echó la primera mordida. Luego la segunda. Y otra, y otra más, hasta que el sabor se volvió a partes iguales culposo y delicioso.

Para Fuutarou, la señal fue el sonido de su último hueso de pollo cayendo en el borde de su plato, seguido por el ruido metálico de sus cubiertos de plata. Sus mejillas se inflaron ligeramente mientras se forzaba a tragarse el último bocado. – Al fin… – murmuró. – Siento que voy a… espera, ¿aún no te terminas el tuyo?

– ¿Hm? – Miku miró su propio plato. Todavía le quedaba más de la mitad. – Oh, me di por vencida hace rato. Me sorprende que tú no lo hayas hecho.

– Desperdiciar comida va en contra de mis principios.

– Podrías haberla empacado para llevar. Eso es lo que planeo hacer. Quizás se lo dé a mis hermanas más tarde, si es que no han comido todavía.

– Eso no funcionará para mí. – Fuutarou se puso una mano en el estómago. – No creo que pueda comer otro trozo de pollo durante un tiempo. Diablos, honestamente creo que preferiría no tener apetito en este punto.

– Bueno, si eso es lo que quieres, hace poco pasamos uno de esos paseos giratorios.

– ¡No!

Miku se rio. – ¡Sólo bromeaba! ¿Qué tal si caminamos un poco? Todavía tenemos mucho tiempo.

– Eso está bien… sólo… dame un segundo, ¿de acuerdo? No creo que pueda moverme todavía.

– Tómate tu tiempo. – Miku se apoyó sobre una mano, tratando de no reírse demasiado.

Unos minutos después, los dos continuaron su exploración sin rumbo por el parque temático. Un vistazo curioso llevó a otro, transformando los pueblos y ciudades en bosques lluviosos exóticos, y los edificios del viejo oeste en jardines vibrantes y aguas lustrosas. En cierto momento, Fuutarou recordó sacar el mapa que guardaba en su bolsillo trasero, sólo para darse cuenta que ya habían atravesado una enorme porción del parque, sin siquiera pensar si se detendrían. Todo se mezclaba perfectamente, sin esfuerzo, mientras sus pisadas seguían sin esfuerzo su curiosidad hasta más no poder. En un momento estaban agazapándose para atravesar unos túneles rocosos prehistóricos, y al siguiente se encontraban mirando hacia arriba a la cima de la montaña escarpada que se entrelazaba con las vías de una montaña rusa. Todo el tiempo, Fuutarou recordó capturar un momento con su cámara.

– Creo que estás olvidando algo, Fuutarou. – dijo Miku mientras lo veía alinear una toma de la vista sobre el terreno elevado en la subsección de Hollywood del parque.

– ¿Hm? ¿Qué cosa? – preguntó él.

– Mira, tienes que sostener tu teléfono así…

Miku se le acercó, guiando su mano arriba de su cabeza. Al mirar a la pantalla, Miku presionó el botón que cambiaría hacia la cámara frontal, revelando la sorprendida y nada preparada expresión del rostro de Fuutarou, justo al lado de la enorme sonrisa de oreja a oreja de Miku, que sostenía una mano en señal de amor y paz junto a su mejilla al tomarse la fotografía.

– ¡Listo!

– ¡Hey! – dijo Fuutarou. – Todavía no estaba listo.

– ¿En serio? A mí me parece que salió bien. – Miku abrió la galería del teléfono, y luego sacó la foto más reciente. – ¿Ya lo ves? ¡Parece que por fin empiezas a divertirte!

– ¿Por fin? – Le echó una mirada extraña, alternando entre Miku y la expresión extraña de su rostro que su cámara logró capturar. – ¿Qué quieres decir? Si me estoy divirtiendo desde hace rato.

– Ya lo sé, pero a comparación de esta mañana, pareces estar más… relajado. Probablemente tiene algo que ver con que te hayamos obligado a jugar este juego de último minuto. Si te digo la verdad, nos sentimos un poco mal por guardarte el secreto. Estábamos preocupadas de que podría ser muy estresante y que quizás no te divertirías.

– Si todas se sentían mal por eso, entonces probablemente no deberían haberlo hecho en primer lugar. – suspiró él. – Pero, ustedes cinco y mis jaquecas van prácticamente de la mano. No esperaría menos de ustedes cuando juntan sus cinco cabezas.

– No siempre estamos tramando cosas, ¿sabes? – Ella hizo un puchero.

– Sí, lo sé. – El chico se rio mientras reanudaban su caminata por el distrito del parque con temática hollywoodense. – Ustedes cinco son muchas cosas, pero lo más importante es que siguen siendo "ustedes". Tú, Itsuki, Nino… todo este juego suyo. Por fin lo entiendo. Por eso es que estoy decidido… no, definitivamente voy a llegar hasta el final. – Se señaló triunfante el pecho. – Este será el último juego de quintillizas.

Miku asintió quedamente, observando cada parte de él como si hubiese algún espacio para dudar de su confianza. Ella ya lo sabía. Justo como fue en aquel fatídico día, hacía tantos años. Porque eran familia, tenía sentido que su madre, su abuelo, y ellas mismas como hermanas nunca se confundirían entre ellas. La lección que les enseñaron una y otra, y otra vez, hasta que se grabó en los muros de sus corazones.

Pero en aquel fatídico día, hacía muchos años, aprendieron lo que significaba recibir amor incondicional. Tenían trece, tal vez catorce años. Miku no estaba muy segura de ello, pero Itsuki le había pedido un favor importante. Se suponía que fuese sólo una pequeña mentira. Una mentirilla blanca e inofensiva.

¡Espera, ¿por qué yo?! – le preguntó Miku. – ¡No puedo, no puedo! ¡Me da mucho miedo! ¡Pídeselo a Ichika o Yotsuba!

¡Vamos! ¡Te prometo que te lo compensaré! – insistió Itsuki. – Tú eres la mejor imitando a cualquiera de nosotras. ¡Tienes que ser tú! ¿Por favor?

Pero…

¡Por favor, por favor, por favor! ¡No soporto las agujas! ¡Prefiero morirme!

No digas eso, Itsuki. Mira, no creo que sea una buena idea…

¡Por favor! – Lágrimas empezaron a formarse en sus ojos. – ¡Te juro que nunca más te volveré a pedir nada! Yo… yo… yo…

¡Está bien, está bien! De acuerdo, pero será sólo esta vez, ¿está claro?

Los ojos de Itsuki se iluminaron. – ¡¿Lo harás?! ¡Oh, gracias, gracias! ¡Eres la mejor, Miku!

Pero cuando la Miku de en ese entonces trece años se aproximó al hombre con bata de laboratorio, dijo algo que ella nunca olvidaría.

Tú… eres Miku, ¿verdad? – Maruo Nakano se arrodilló, mirando a su tercera hija con absoluta certeza en sus ojos. – ¿Por qué te haces pasar por Itsuki?

En ese entonces, y también para las mujeres en las que crecieron en el presente, Miku y sus hermanas aprendieron lo que significaba recibir amor. Nunca se trató de algo como compartir la misma sangre.

El amor no necesitaba ninguna razón.

– Entonces… – Miku sonrió, dando pasos lentos y firmes para igualarse con los de Fuutarou. – Te deseo la mejor de las suertes, Fuutarou. ¡Oh, y casi se me olvida decirte algo! – Dio algunos pasos rápidos para ponerse justo en el centro de la visión de él, rodeada por los muchos extraños que caminaban en todas direcciones. No llevaría mucho tiempo, pero había una última cosa que quería decirle. Una cosa más, mientras estaban así.

Se quitó el sombrero, colocándolo solemnemente sobre su pecho, y con una mano, se apartó cuidadosamente las tiras de pelo que caían sobre su rostro, para que no hubiese ningún error en expresar sus más sinceros sentimientos.

– ¡Felicidades por tu compromiso, Fuutarou!


(–0–)


Vuelta y vuelta, el carrusel seguía girando. Una revolución constante de caprichos, envueltos en vibrantes colores y luces de un caleidoscopio. La música que sonaba levantaba los ánimos. Desde los asientos tallados en madera de caballos de carrusel, dos de las quintillizas Nakano se sentaban muy de cerca una con la otra. Una tenía su teléfono en la mano, sujeto de una tira entre ambos caballos para que ambas pudiesen ver los mensajes de texto más recientes enviados a su grupo de chat.

Uesugi Fuutarou (enviado hace 4 min.): "Muy bien, creo que ya es hora de ponerle fin a esto."

Uesugi Fuutarou (enviado hace 4 min.): "Ichika, Yotsuba. Ustedes dos son las últimas que quedan en este juego."

Uesugi Fuutarou (enviado hace 3 min.): "Este juego terminará después de la siguiente ronda. Vamos a vernos los tres juntos y acabemos de una vez con esto. Estaré en la plaza cerca de la entrada principal, en 20 minutos a partir de ahora."

– Oh-oh. – Ichika se rio. – Parece que Fuutarou-kun ya nos atrapó, Yotsuba. Logró hacerlo después de todo.

Yotsuba se acercó, tratando de equilibrar los movimientos de arriba debajo de su asiento mientras intentaba leer. – ¡Wow! ¿Uesugi-san también atrapó a Miku? Eso es incre-¡whoa! – Se acercó demasiado, casi cayéndose de su asiento.

– ¡Cuidado! ¿Estás bien?

– ¡Estoy bien! – Señaló hacia el mensaje en el teléfono. – Pero ¿qué quiere decir Uesugi-san con el último mensaje? ¿Cómo es que terminará luego de la próxima?

– Bueno, sólo quedamos nosotras dos. No tendría sentido seguir una a una, porque sin importar si Fuutarou-kun acierta o no, sólo quedará una respuesta para la última que quede.

– Ahh, eso tiene sentido. – Yotsuba cruzó los brazos, asintiendo firmemente. – Oh, pero ahora que lo pienso… eso básicamente quiere decir que Uesugi-san ya ganó, ¿eh?

– ¿Cómo así? Ambas seguimos en el juego.

– Quiero decir… eres , Ichika. – Miró hacia el techo de espejos del carrusel, viendo como sus cabezas daban vueltas y vueltas. Un poco más atrás, Yotsuba pudo ver a Nino e Itsuki conversando entre ellas, riéndose de algo. A su lado estaba Ichika, mirando curiosamente hacia el cielo, como si Yotsuba hubiese encontrado algo raro con sus propios reflejos. Pero era la misma imagen de siempre, los mismos rostros, indistinguibles para todos los demás. – Uesugi-san nunca se confundiría con la persona con quien va a casarse. Quiero decir, la parte más difícil sería tratar de distinguirnos al resto, y ya eso lo hizo. Uesugi-san ya ganó.

– Mm… entiendo lo que quieres decir… – Ichika se quedó pensando. – Y sería muy cruel tratar de engañarlo, luego de que llegó tan lejos.

– Eso no funcionaría con él de todas maneras, ¿verdad? – Yotsuba sacudió su cabeza. – Antes dijiste que Uesugi-san siempre puede ver a través de ti. Sería capaz de darse cuenta cuando mientes, y te reconocería en el momento en que te vea. Tal vez incluso antes de eso, no lo sé. Ya lo ha hecho muchas veces; no necesita demostrar más nada. – Se rio quedamente. – Y además, aunque lo hiciéramos, yo soy una mentirosa terrible.

– Yotsuba…

– ¡Ah! Parece que el paseo ya termina. – Miró de nuevo hacia abajo, observando cómo el resto del carrusel se detenía lentamente. – ¡Vamos! ¡No queremos dejar a Uesugi-san esperando!

– Espera, Yotsuba. ¿Hay algo en tu mente?

– ¡No, no! ¡Sólo estoy divagando, jaja! ¡Hey, nos veremos afuera, ¿de acuerdo?

No dejó mucho espacio para las preocupaciones de Ichika, saltando fuera del carrusel, y uniéndose al flujo de jinetes que se bajaban. De nuevo, Yotsuba se encontró murmurando algo entre dientes. Nunca fue capaz de quedarse callada. Siempre había algo. Algo que hacía que haría que sus hermanas siempre la miraran de esa manera, como si algo la molestara, aunque ella misma no lo supiera. Dudas que poco a poco formaban palabras antes que ella se diera cuenta, y se deslizaban fuera de su lengua de la manera más torpe, como si parte de ella disfrutara de burlarse de sí misma y de las mentiras que pobremente intentaba usar de tapadera.

Y esos pensamientos la habían llevado hasta la pantalla de su chat grupal, hasta el último mensaje.

– "Este juego terminará después de la siguiente ronda."

Su propio reflejo apareció en la pantalla luego de bloquear su teléfono. Se sentía inútil, pero Yotsuba aun quiso asegurarse que su disfraz permaneciera bien incluso después de un largo día. Sus listones siempre habían sido su característica más obvia, y hoy los había reemplazado con un par de gafas de sol muy grandes que la hacían sentirse como si fuera una persona diferente. Nunca se había puesto mucho maquillaje, así que nunca se dio cuenta que sus ojos podrían llevar esa mirada aguda, sofisticada y algo sensual que siempre parecía estar un poco lejos de su alcance. La ropa también, pero eso tenía sentido considerando que toda había salido del guardarropa de Ichika. Un suéter de cuello abierto y mangas largas, metido entre unos pantalones de spandex negros y más arriba de la cintura que enmarcaban la forma y longitud de sus piernas mientras bajaban hasta unos botines de color beige a los tobillos. Nunca se vio llevando una bolsa así de cara, normalmente sería un bolso pesado para gimnasio que colgaba de su hombro.

Era diferente. Una mirada bastaría para saber que no estaba acostumbrada a andar por allí en estas ropas. De hecho, Yotsuba recordó la primera vez que jugaron el juego de quintillizas con Fuutarou. Allá en las Termas Toraiwa cuando todavía eran estudiantes de preparatoria, Yotsuba fue la más fácil de descifrar para Fuutarou. Sólo le bastó una pregunta, y toda su fachada se derrumbó. Era así de fácil.

Chasqueó sus dientes. Si tan solo no fuera tan abierta con sus emociones. Si tan solo pudiera entenderse un poco más a sí misma. Porque ahora mismo, Yotsuba no tenía la menor idea sobre esta molesta sensación, que le jalaba la comisura de los labios y la empujaba desde el fondo de su garganta como si le ordenara hablar. Si tan sólo pudiera dejar de sentirse confundida todo el tiempo.

Para su gran alivio, Ichika no parecía querer presionarla. Esperaron unos minutos hasta que Miku se les unió, y miraron a su hermana con los ojos muy abiertos mientras relataba su historia.

– Me descubrió antes de que pudiera decir más de tres palabras. Fue una completa y total derrota. – dijo Miku en un tono de total deleite.

– Fuutarou-kun se ha superado a sí mismo esta vez. – se rio Ichika. – ¿Quién lo habría pensado?

– Ya era tiempo. – dijo Nino, cruzando sus brazos. – En lo que a mí respecta, hemos sido muy permisivas con él. Ya llevamos más de cuatro años. Papá sólo se tardó uno.

– Ya sabes cómo es. Probablemente es demasiado terco para admitirlo al final.

– ¿Van a hacerle caso a lo que dijo? – preguntó Itsuki, refiriéndose a Ichika y Yotsuba. – ¿Irán las dos a verlo a continuación?

– ¡Por supuesto! – respondió Yotsuba. – El propio Uesugi-san lo dijo. No tiene sentido continuar. Prácticamente ya ganó, y además, ¡eso quiere decir que podremos pasar más tiempo juntos! De hecho… ¡ah! ¡Ichika, se nos hace tarde! ¡Vamos, rápido!

– ¡Espera, Yotsuba! – la llamó Ichika. – ¡Por ahí no es! ¡La entrada del frente está por allá!

Ya se acercaba la puesta del sol para cuando llegaron al punto de reunión designado Los tonos azulados bajo los que todos jugueteaban y paseaban, se teñían lentamente con las rayas del crepúsculo, desangrados en tonos ámbar y rosados a medida que el cielo se aproximaba hacia el horizonte. De una zona fantástica a la otra, arrastrados por la corriente de los demás visitantes del parque. Tras unas cuantas vueltas apresuradas y otras demasiado tarde, las dos hermanas Nakano eventualmente encontraron su lugar de vuelta a la entrada familiar que se parecía a una calle norteamericana de inicios del siglo. En algún momento durante su caminata, las lámparas de la calle y los letreros de las tiendas se habían encendido, glorificando el camino pavimentado de baldosas en una luz dorada.

– Se nos hizo un poco tarde. ¿no? – se rio Ichika. – ¿Quién habría pensado que sería tan fácil perderse? Fue como si el lugar se hubiese hecho más grande cuando fuimos de regreso.

– Me pregunto cómo encontraremos a Uesugi-san entre toda esa gente. – Yotsuba se puso una mano sobre las cejas, escaneando de izquierda a derecha por toda la concurrida calle. La entrada del frente no fue una buena elección como punto de reunión, ya que los visitantes se estaban amontonando en la entrada y salida del parque. – ¿Lo ves por alguna parte, Ichika?

– Espera, déjame chequear… ah. Nos mandó un mensaje de texto hace unos minutos. Debería estar sentado en alguna parte cerca de la plaza, en una de las bancas. Debería ser por aquí, pero antes de eso… – Ichika agarró a su hermana por la cabeza, ajustándole las enormes gafas de sol de la misma manera que normalmente le ajustaría el listón que normalmente adornaba este punto. – ¡Listo! Se estaban resbalando un poco. Ahora, ¿qué tal me veo?

– Gracias, Ichika. Y el tuyo está bien. – dijo Yotsuba. – Aunque, no es como que los disfraces harán algo en este punto de todos modos. Uesugi-san verá a través de nosotras.

– Probablemente. – Ichika asintió y comenzó a caminar de frente. – Pero es nuestra responsabilidad llevar esto hasta el final. Y cuando todo haya terminado, estaremos allí para felicitarlo.

– …o tendremos que aguantarnos sus regaños. – Yotsuba forzó una risa, y luego se enderezó. – ¡Muy bien! Hora de terminar con esto. ¡Mira! Creo que lo veo por allá.

– Tan serio como siempre. Oh, creo que ya nos vio también.

Ambas agitaron sus manos, y eventualmente los tres se encontraron a medio camino. A estas alturas, ya se habían encendido las luces nocturnas, rodeando la plaza central con la iluminación de unos postes de iluminación. Aquí, habían encontrado un lugar para ellos tres. Un pequeño lugar lejos de los extraños y del ruido, donde se podían ver cara a cara y darle la vuelta hasta a la más pequeña de las mentiras.

– Ok… – Fuutarou suspiró fuertemente, colocándose la mano en la cadera. – Una de ustedes es un gran dolor en el trasero, y la otra es un dolor en el trasero que también es mi prometida.

– ¿Qué pasa, Fuutarou? ¿No te divertiste? – preguntó Ichika.

– ¡Sí, se llama Juego de las Quintillizas por una razón! – continuó Yotsuba, tratando de mostrar un aire despreocupado en su tono. Quizás fuese muy lejos de una imitación de Ichika, pero al menos era lo mejor para mantenerse anónima. Había corrido este escenario una y otra vez en su cabeza y no se permitiría algo estúpido como irse de lengua y gritar "¡Uesugi-san!"para arruinar el final del juego.

– Un juego de cinco contra uno, con reglas impuestas por todas ustedes. De alguna manera "diversión" no es la primera palabra en la que pienso. – dijo Fuutarou.

– Eso dices, ¡pero claramente estás sonriendo! – dijo Ichika.

– Admítelo, hoy te divertiste mucho. – añadió Yotsuba. – Seguro que encontraste tu respuesta, ¿no? ¿Cómo es que puedes distinguirnos a todas?

– ¡Y es exactamente lo que hemos estado diciéndote todo este tiempo! ¿Al fin lo entendiste?

El pensamiento entró en la cabeza de Fuutarou, tiñendo sus mejillas ligeramente de rojo. Cuando él desvió la mirada, Yotsuba vio de reojo a su hermana. Tal como pensó, una actriz tan talentosa como Ichika debería haber considerado lo terrible mentirosa que era, especialmente ya que eran hermanas. Ichika sabía los hábitos que delataban a un mal mentiroso, y estaba haciendo cosas que normalmente no haría. La forma en como sus ojos se movían y sus palabras se aceleraban, por nombrar algunos. Un último empujón en el juego, suficiente para asegurarse que Fuutarou no pudiera relajarse con su decisión final hasta el final. Ichika podría haber sido ella misma, podría haber pasado por Yotsuba, o podría balancearse en esa delgada línea que las separaba a ambas, haciendo que todo mundo pensara dos veces. Se sentía extraño pensar en ello, considerando que eran quintillizas, pero realmente era como verse en un espejo.

Lo menos que podía hacer, pensaba Yotsuba, era dar su mejor esfuerzo también. Hasta el final.

Abrió su boca, pero antes de poder pronunciar una sola palabra, Yotsuba se encontró detenida por un dedo, que le apuntaba a poca distancia de su nariz.

– Tú. – Fuutarou la fulminaba con la mirada, reflejando la luz de los faroles de la calle en sus irises dorados.

Yotsuba se detuvo, con la boca todavía abierta, sin decir ninguna palabra de inmediato. Fue tal como dijo Miku, pero que la hubieran atrapado así le envió una descarga por todo el cuerpo, sin importar cuánto se lo esperaba. Era una mentirosa, después de todo. Tal vez tuvo un desliz en algo, algún error que sólo ella cometería.

Lo único que pudo hacer al principio fue forzar una risa. – ¡Jaja! Tal como esperaba… – Cogió su viejo listón, escondido dentro de su manga. Al mismo tiempo, deshizo el nudo de su cabello, dejando que los mechones cayeran hasta rozarle apenas los hombros. – Me atrapaste de inmediato, Uesugi-san. Felicidades…

– Tú eres esa niña que conocí en Kioto. Hace nueve años.

Y así nada más, una segunda descarga recorrió su cuerpo. Más feroz, más dura que cualquier cosa que hubiera sentido en toda su vida, recorriendo cada fibra de su ser. Sus músculos quedaron rígidos, como si cada parte de ella le dijera que corriera, que quisiera estar en cualquier lugar menos aquí, pero sin ponerse de acuerdo en qué dirección.

– ¿Qué…? – Hasta sus labios se quedaron rígidos, temblando. Las palabras se revolvieron en su boca, aceleradas como el latido de su propio corazón. – ¡¿Q-qué quieres… c-c-cómo fue que… no, no lo soy… por qué?! ¡¿Cómo?!

De nuevo, Fuutarou suspiró, como si le hubiesen quitado el mayor peso de sus hombros. – Bingo.

Los ojos de Yotsuba se fueron a todas partes antes de fijarse en su hermana. – ¡I-Ichi—Ichika! ¡¿Se lo dijiste?!

– N… ¡No! – dijo Ichika, que se quedó sin habla igual que su hermana. Nunca había visto los ojos de Yotsuba tan abiertos como ahora. Era una mirada de completa traición, de incredulidad, a punto de estallar en lágrimas. – Yo no le dije…

– Ella no me dijo nada. – interrumpió Fuutarou, mirando entre ambas hermanas. – De hecho, me sorprende que tú también lo supieras, Ichika. Supongo que todas han estado guardándome secretos.

– No fue nuestra intención, Fuutarou-kun. Es… es complicado. Yotsuba no quiso…

– Lo sé. Debes haber tenido tus razones. – Cuando su mirada volvió hacia Yotsuba, fue como si enviara otra descarga por todo el cuerpo de la perpleja quintilliza. Una mirada, y parecía que quería correr, y entre más se entrecerraban esos ojos dorados, más lo hacían esas paredes invisibles que la rodeaban. Atrapándola.

No había lugar a dónde escapar.

– Yotsuba… – Fuutarou esperó allí, paciente.

Ella cerró sus ojos con fuerza. ¿Por qué ahora? ¿Por qué justo ahora, de todos los momentos, era que Fuutarou finalmente la veía? Sólo tenía que encontrar a la que iba a casarse con él, a Ichika. Aunque eso fuera demasiado simple para él, seguramente habría estado satisfecho con reconocerla a ella y al resto de sus hermanas. Eso era suficiente. Debería haber sido suficiente. Pero ¿qué tenían sus ojos que despertaban esas memorias tan dolorosas y agridulces que Yotsuba había enterrado hacía tanto tiempo, en las profundidades de su corazón? Ella había cosido ese agujero; lo había enterrado en un lugar donde eventualmente, y con suerte, lo olvidaría. Y si no podía olvidarlo, todo lo que le quedaba era huir de él.

Como siempre lo había hecho.

– Yo… – Yotsuba empezó a titubear.

Encarando los vestigios de su antiguo yo, de los niños que una vez fueron, y de las personas que querían ser, Yotsuba sólo podía pensar en una cosa. Si no podía huir, tenía que ceder ante esos sentimientos que la atormentaban. Ya estaba harta.

Limpiándose las lágrimas con sus mangas, Yotsuba finalmente comenzó a enderezarse. Terminó de sacarse el listón verde de debajo de su manga, y se lo amarró en la cabeza como siempre solía hacerlo. Le sonrió con esa misma sonrisa, exponiendo cada parte de sus sentimientos.

– ¿Estás decepcionado, Uesugi-san?

– ¿Decepcionado? – Fuutarou levantó una ceja. – ¿De qué hablas?

Ella se rio quedamente, señalándose a sí misma como si fuese muy obvio. – ¿Nueve años, dijiste? Wow… realmente ha pasado mucho tiempo. Sabes, realmente dije muchas cosas irresponsables en ese entonces, ¿verdad? En serio lo hice, jeje… – Sacudió su cabeza. Las puntas de sus uñas se hundieron en la tira de su bolso mientras jugueteaba con ella. – Dime algo, Uesugi-san, ¿qué te imaginabas que sería la niña de ese entonces ahora? ¿Sería una doctora? ¿Una abogada o mujer de negocios? ¿Cuántos yenes crees que habría arrojado en el templo de ofrenda a estas alturas? ¿Un millón? ¿Diez millones? ¿Crees que… todos sus deseos finalmente se habrían vuelto realidad?

Se quedaron en silencio en medio de la plaza, y el interminable movimiento de sus alrededores les recordaba que el tiempo aún no se había detenido. Yotsuba apretó el agarre sobre su muñeca, al mismo tiempo que se mordía su propio labio.

– … ¿o tal vez, se convirtió en esa chica tonta y estúpida que viste en la cafetería de la escuela, sin otra cosa que un enorme cero junto a su nombre? ¿Alguien que apenas pudo graduarse de preparatoria, e incluso entonces, sigue confundida todo el tiempo, corriendo en círculos? – Levantó una mano sobre su pecho, tratando de no tragarse las palabras. – ¿Estás decepcionado de que esa persona sea… yo, Uesugi-san?

En silencio entre ambos, Ichika luchó contra el impulso de intervenir. Más que nada, en este momento, Ichika deseaba poder estar allí para su hermana. Ser el hombro en el que pudiera llorarl, y la primera en decirle que todo estaría bien. Era su propia hermana, pero por la forma en que se miraban, ambos se sentían totalmente fuera de su alcance. Mucho más allá de lo que pudiera hacer o decir, y lo único que podía hacer era confiar en el hombre que estaba a su lado.

Sin que ninguno lo notara, Ichika les dio su espacio.

Finalmente, Fuutarou suspiró. – ¿De verdad eso es lo que has estado haciendo todo este tiempo?

Yotsuba retrocedió. Sus palabras salieron con una risita, aunque fuese sólo para ahogar el dolor de que sus dudas finalmente se confirmaran. – Je… sí, de verdad es patético, ¿no? Por eso es que no quería enfrentarte, no así. La verdad es, que no he cambiado nada desde…

– Ah. Ya basta. – Fuutarou levantó una mano. – Eso no fue lo que quise decir, en absoluto.

– ¿H—huh?

– Ya veo… ahora todo tiene sentido. – El chico sacudió su cabeza. Imágenes pasaron rápidamente por su cabeza, y recordó vívidamente ese día de su segundo año de preparatoria. Recordaba haber estado en el bote, con los pulmones exhaustos por haber remado por todo ese lago. No estaba solo. En el otro extremo estaba una chica, vestida de blanco y con una larga cabellera, sonriéndole desde debajo del ala ancha de su sombrero. – Y yo creyendo que la Rena que me visitó aquel día finalmente había desaparecido…

– Uesugi-san… perdóname, pero no entiendo. ¿De qué estás hablando?

– En ese entonces, una de ustedes se disfrazó como Rena y me visitó. No sé quién fue, pero me quitó la foto de mi agenda estudiantil, y me dejó con un amuleto. Me dijo dos cosas ese día. Una fue que "me estaba arrastrando, así que tenía que desaparecer", y la otra, que cuando estuviera satisfecho conmigo mismo, debería abrir el amuleto que me dio. En ese momento, no entendí lo que me qiso decir, y terminé cayéndome al lago al tratar de perseguirla.

Hizo una mueca al pensar en lo tonto y corto de visión que solía ser en el pasado. – Pero ahora, ya lo entiendo. Todo en lo que solía creer, se remonta a esa promesa. Cada decisión que hice, y la forma en como me veía a mí mismo, todo se remonta a cuán cerca mantuve esa promesa. Seguí pensando que, mientras pudiera encarar a esa chica de nuevo, todo estaría bien. Y lo mismo pasa contigo, Yotsuba.

– Pero eso… – Yotsuba volvió a dudar. – Eso es diferente, Uesugi-san. ¡Quiero decir, mírate! Comparado conmigo, tú sí lograste cumplir tu parte de la promesa. Eres mucho más inteligente, asistes a la universidad de Tokio, y seguro serás más exitoso cuando…

– No, no lo entiendes, Yotsuba. – dijo Fuutarou secamente. – Sólo cumplí la mitad de esa promesa. ¿No lo recuerdas? Dije que quería ser alguien que la gente necesitara. Alguien con quien pudiesen contar.

– Y lo hiciste, ¿no? Nosotras pudimos contar contigo como nuestro tutor. ¡Yo contaba contigo! Así que ¿cómo puedes decir eso? ¿Es para hacerme sentir mejor sobre todo esto?

De nuevo, Fuutarou volvió a suspirar. – No, te equivocas. Cuando nos volvimos a ver, era totalmente lo opuesto a eso. Mantuve lejos a todo el mundo, y no podía decir dos oraciones sin que alguien se molestara por algo. Estudié mucho, pero deseché las cosas que pensé que no eran importantes. Fue más que una promesa, Yotsuba. Para ambos, se volvió una obsesión.

Yotsuba se echó para atrás. – ¿C-cómo? ¿Obsesión…?

Fuutarou asintió lentamente. – Si las cosas hubieran seguido iguales, si me hubiese aferrado a seguir a esa promesa retorcida que mantenía en mi cabeza, entonces jamás las habría aceptado a ustedes cinco en mi vida. Las que me enseñaron lo que significaba realmente contar con alguien. – Se metió la mano en el bolsillo de su cárdigan, como si esperase que algo apareciera en ese espacio vacío. – Y ese amuleto que "Rena" me dio, terminé perdiéndolo en el río. Nunca tuve la oportunidad de abrirlo, ¿y sabes qué? Eso está bien para mí. Ya le dije adiós a eso, y ahora, es tu turno de hacerlo.

Hubo una sensación retorciéndose en su garganta. Yotsuba quería refutar. Quería encontrar algo que decir que despejara un atisbo de dudas, pero era como si hubiese expuesto más que sus sentimientos, como si todo su ser lo hubiera sido. – Entonces… ¿estás diciendo que yo también debería decir adiós?

– Sí. – El chico dio un paso al frente, como si estuviera listo para agarrar a Yotsuba en caso de que volviera a salir huyendo. – Así como Rena tenía que desaparecer por mí, ese niño que conociste hace nueve años también tiene que desaparecer. Esa parte de ti aún se aferra al pasado.

– ¿Pero y si no puedo? – preguntó Yotsuba, casi suplicando. – Aunque eso me esté arrastrando, ¿de verdad necesito olvidarlo todo? ¿No puedo conservar algo? No quiero… no quiero desecharlo como si fuese un mal recuerdo, como si fuera un veneno o enfermedad del que debo deshacerme. Uesugi-san… yo… siempre atesoré ese recuerdo que compartimos. ¡Lo atesoré todo! Yo… – Se mordió el labio. No podía mentir, aunque desesperadamente quisiera hacerlo. Esa promesa y ese niño que conoció en Kioto, todo eso significaba mucho para ella como para simplemente desecharlo. Era una chispa que mantenía viva una llama moribunda, cuyo humo cargaba el aroma de anhelos y culpa con cada débil movimiento. Eso era todo para ella, y en alguna parte de sus ojos, Yotsuba deseaba que eso también significara algo para Fuutarou, aunque fuese solo un poco. Si pudiera verlo a los ojos una vez más, ¿sería como conocer a un extraño por primera vez?

Fuutarou colocó una mano sobre la cabeza de ella. – Y yo también, Yotsuba. – le sonrió. – Y siempre lo haré. En alguna parte, ambos seguimos siendo esos niños que creían que todo el mundo eventualmente tendría sentido. Sólo que ahora… somos un poco mayores.

– Pero… no creo que pueda. – dijo Yotsuba, con los ojos todavía fijos en sus manos que jugueteaban con su manga. – Tengo miedo. Tengo miedo de dejar atrás esa parte de mí. Es lo más cercano que he tenido aun deseo, y si lo abandono, siento que estaré perdiendo una parte de mí misma.

– No estarás perdiendo nada. – le aseguró Fuutarou. – Lo único que harás será seguir adelante. El pasado siempre será parte de nosotros, sin importar en qué clase de personas nos convirtamos. Aprendemos de él, y crecemos. Por eso, estoy agradecido de haberte conocido, Yotsuba. Estoy agradecido de esa promesa que hicimos.

Yotsuba tragó saliva. – ¿De… verdad? Pero antes dijiste que tenías que seguir adelante. Algo que tenías que desechar.

– ¿Quién dijo nada de desecharlo? – Hizo un ademán de golpearla en la cabeza, como solía hacerlo cuando no era más que una estudiante problemática. – Seguir adelante y desecharlo son dos dosas totalmente diferentes. En serio, ¿realmente tengo que explicártelo?

Por alguna razón, Yotsuba sólo pensó en reírse. Fue una risa seca, pero al menos le obligó a mostrar una semblanza de sonrisa en su rostro. – ¿Qué te pasa? Es como si hubieras vuelto a ser ese tutor gruñón y aterrador de nuevo.

– Era la única forma de meterte esas cosas en esa cabeza dura tuya. – suspiró él. – Pero… nunca me deshice de nada de eso. Aún lo atesoro, igual que tú. Sólo que aprendí que no puedo dejar que me siga arrastrando, y me impida aceptar la persona que soy ahora.

– ¿Aunque esa persona sea alguien que siente que no ha cambiado nada?

– Especialmente eso. Si quieres sentirte satisfecha en el futuro, entonces el último lugar donde deberías buscar es en el pasado.

De nuevo, Yotsuba se rio. – Je… ¿desde cuándo dices cosas como esas, Uesugi-san? Suenas como un anciano. De hecho, suenas muy parecido al abuelo…

– ¿Q-Qué cosa? – Fuutarou retiró la mano de su cabeza, gruñendo entre dientes. – ¡Sólo estaba diciendo cómo me siento! Además, tu abuelo tenía razón sobre muchas cosas. Como por ejemplo… ugh, ya no importa. Sólo…

Yotsuba cerró sus ojos. De alguna manera, había perdido todo deseo de estar en desacuerdo. Tal vez de nuevo estaba convirtiéndose en un tapete. Tal vez fuera porque todo lo que Fuutarou decía era verdad, y ella estaba muy dudosa para verlo. Y si todo era mentira, entonces esa sonrisa ingenua suya tendría que saborear el gusto agrio y dulce que las palabras podrían traerle.

– Ya veo… – Yotsuba se limpió la lágrima del ojo. – Entonces, ¿me darías un poco más de tiempo? ¿Sólo un poco, antes de decir adiós?

Fuutarou asintió. – Si eso es lo que…

De pronto sintió un empujón en su pecho, casi como si lo taclearan, y si no se hubiera agarrado de una lámpara cercana, los dos se habrían caído desparramados en el suelo de la plaza. Miró hacia abajo, viendo el listón verde asomándose sobre su pecho. – Adiós, Uesugi-san… Fuutarou-kun.

La chica enterró su nariz aun más. En esa oscuridad, ahogada entre su cárdigan y su propio abrazo, observó los remanentes de ese recuerdo desvanecerse hacia donde pertenecían. Vio a esos dos niños, con sus manos juntas para rezar una oración bajo el cielo estrellado. En ese breve momento, como un sueño, sintió como si hubiese dado un giro sobre sus talones, escuchando las voces detrás de ella desvanecerse a medida que se alejaba. Un paso a la vez.

"¿Qué fue lo que deseaste…?"

"Se supone que no debes revelar tus deseos…"

Yotsuba miró hacia arriba, sonriéndole a Fuutarou de la única manera en que sabía cómo hacerlo.

– Gracias… y adiós.


(–0–)


Y finalmente cayó la noche. La hora más apagada de los días de verano, bañada por el brillo de las luces que los rodeaban. El cansancio hacía que el frío en el aire fuese un alivio, atraído con soplidos lentos y constantes, y dentro de esa tranquilidad vino una larga mirada hacia el cielo nocturno. Estos breves minutos servían como un recordatorio de que, igual que el mundo nunca iría de prisa, tampoco debía hacerlo aquel que anidaba en él. Ya habiéndose acostumbrado a los ruidos de cientos de pisadas, y el rumor interminable de las voces que hablaban entre ellas, esto se había convertido en el empujón de la brisa del atardecer, apenas notable mientras soplaba a su alrededor. Un idílico desfile de personas paseando, acelerado y silenciado por cada minuto que pasaba.

Ella amaba la calma. Amaba los días libres de su trabajo, los largos descansos entre tomas, y lo atrayente de las sábanas en su cama que seguramente la amaban a ella también. Con esos momentos tranquilos, esos patrones y rastros que se grababan en esta ocupada vida suya se habían vuelto mucho más aparentes, recitados paso a paso como capítulos hasta que se encontró mirando a donde se encontraba ahora. Fue un simple salto de fe lo que la trajo aquí, y cada lección que aprendió la refinó para convertirla en la mujer que era hoy. Mientras este mundo en el que había grabado su lugar siguiera en marcha, Ichika seguiría adelante. Por agotador que hubiera sido, Ichika seguía adelante.

Pero aquí, la calma se sentía diferente. Era el tipo de tranquilidad que le traía una sensación de descuido que no había sentido en mucho tiempo. Junto aquellos a quienes más valoraba, sus hermanas y aquella persona a quien llamaría su mayor amor, el mundo se había vuelto un lugar mucho más simple, donde los pensamientos en su cabeza podían estar en paz. Y realmente lo extrañaba con desesperación. Echaba de menos sus risas, sus peleas, sus bromas. Echaba de menos los días donde se iba a dormir más temprano y despertaba más tarde que las demás, sabiendo que una de ellas nunca estaría lejos.

El aire frío sopló de nuevo entre sus labios una vez más cuando se echó hacia atrás, mirando hacia el cielo como si de alguna forma pudiese encontrar más estrellas en él.

Una voz se le acercó poco después. – Ya empieza a hacer mucho frío afuera, ¿no crees…?

Se habían parado junto al río del parque de diversiones, en su propio pequeño punto junto a las barandas. Desde aquí, el famoso castillo se podía ver en la distancia, iluminado con luces coloridas cuyos pigmentos parecían haber sido tomados directo de un sueño. Aunque, incluso las luces más brillantes se perderían lentamente en el fondo, apagadas en la distancia hasta que se fusionaban con las siluetas de los árboles y las construcciones del parque, hasta que todo lo que quedaba era quien estaba frente a él. Dondequiera que fuese, y con quienquiera que estuviese, nada podría atraer su mirada más que la mujer frente a él. Su abrigo cordobés colgaba de sus hombros, meciéndose ligeramente ante la brisa del aire nocturno que rozaba su piel. El cuello estaba algo bajo; las solapas habían quedado casi como líneas horizontales sobre su clavícula y pecho. Debajo de él llevaba un top escotado negro, cuyas delgadas tiras eran las únicas cosas que enmarcaban sus hombros desnudos. Unas botas hasta la rodilla cubrían sus piernas, y lo largo de su abrigo hacía que cayera como si fuera un vestido. Tenía su cabello trenzado hacia un lado de la espalda, con una longitud indistinguible mientras un moño de lado desordenado lo sujetaba en su lugar.

El chico se puso una mano sobre la cintura. – …Ichika.

Ichika le dio una mirada, sonriendo como si hubiera tenido alguna duda de que su amante pudiera perder este juego a estas alturas. – Me atrapaste, señor triunfador. Felicidades. – Las extensiones de su cabello se soltaron de un solo tirón, revelando un cabello corto y ligeramente desordenado, que ella se agarró para juguetear con la punta de sus dedos. Lo invitó a acompañarla en el espacio que tenía al lado, observando el río y las luces brillantes reflejándose en su superficie, y él aceptó gustoso. – Wow, te ves terrible. ¿Qué te pasó?

– No empieces. – Fuutarou suspiró. – Tú sabes exactamente el tipo de día que he pasado; hasta estás sonriendo ahora mismo. Aunque, ¿qué otra cosa podría esperar, luego de no experimentar con el paquete completo por tanto tiempo? Ustedes cinco me vuelven loco cuando están juntas.

– Hacemos nuestro mejor esfuerzo. – dijo Ichika desde la punta de su lengua. – Nadie dijo que tenías que jugar el juego de esta manera. Hasta decidimos ponértelo más fácil, pero a ti te encanta ponerte trabajo extra, ¿no?

El chico gruñó quedamente, dándose cuenta que no tenía respuesta apropiada para esa pregunta.

– Bueno, no es que me moleste esa parte tuya. De hecho, te ves más lindo cuando estás un poco estresado. – Ichika se le acercó más, levantando la mirada para no perderse esa expresión que tanto adoraba de él. Su cabeza se ladeó antes de preguntarle: – ¿Te divertiste hoy, Fuutarou-kun?

– Sí… – asintió él. – Fue un dolor en el trasero, y nunca he tenido que lidiar con tanto estrés en un solo día, pero… no me desagradó. Lo único que lamento es que no pude pasar la mayor parte del día contigo.

– Igual yo. – dijo ella, descansando su cabeza suavemente contra el hombro de él. – Pero… gracias. Siempre estás lleno de sorpresas, y sigues recordándome lo asombroso que eres. Honestamente me siento como la chica más afortunada del mundo. Es como si ya todos fuéramos familia.

– Hay algo en lo que nunca había pensado realmente. Una vez que estemos oficialmente casados, eso significa que tendré que empezar a llamar hermanas a esas cuatro. He pasado todo el día siendo arrastrado por ustedes, y ahora, todo indica que eso se volverá más común. Me pregunto si sobreviviré.

Ichika se rio. – Sabías exactamente lo que te vendría cuando te arrodillaste, Fuutarou-kun. No creas que ahora te escaparás.

– Ni soñaría en hacerlo. – replicó él, echando otra mirada hacia arriba. El cielo nocturno se veía igual sin importar donde fuera. En Tokai, Tokio, y ahora en Los Ángeles, bajo la misma luna y las nubes que la obscurecían parcialmente. La luz ensuciaba un poco las estrellas distantes, y la única cosa que podría parecerse a un lucero eran las luces de un avión que volaba sobre ellos.

– Mañana tendrán que tomar su vuelo de regreso, ¿eh? – preguntó Ichika, como si pensara lo mismo. – Ojalá todos ustedes hubieran podido quedarse más. Siempre se siente muy corto cuando por fin puedo verte.

– Sería más fácil si volvieras con nosotros.

– Ya sabes que no es tan fácil.

– Lo sé, lo sé. Sólo decía. – Él puso una mano sobre la cabeza de ella, acariciándola con sus dedos. – Todos esperamos con ansias tu regreso. No veo la hora de que llegue.

– Y ya no falta mucho más. – dijo ella. Por un momento, ambos observaron en silencio el río fluyendo suavemente. Incluso observaron el movimiento del agua, las luces distorsionadas y arrugadas en la superficie. Observaron y escucharon mientras el mundo a su alrededor seguía en movimiento. Sólo un poco más, ambos querían hacer una pausa, permanecer inmóviles en medio de la canción y baile, la música y el serpenteo del río. Esperaron un minuto, y luego otro más.

– Atención a los visitantes del parque. – anunciaron los altoparlantes por toda la plaza. – ¡Gracias a todos por visitarnos hoy! Esperamos que hayan pasado un rato mágico y maravilloso con nosotros. Los fuegos artificiales comenzarán en breve. Les pedimos a todos que se aseguren de…

Fuutarou giró sus hombros cansinamente, despejando algo del agotamiento que sentía gruñendo ligeramente. Revisó la hora en su teléfono: eran más de las nueve y media. – Por fin el día está por terminar.

– Así parece. – Ichika estuvo de acuerdo. – Ahh… ha pasado un tiempo desde que vi fuegos artificiales así de cerca.

– ¿No has ido a ver ningún espectáculo aquí?

– No realmente. Siempre me hacen pensar en mi hogar. Siempre los observaba con mis hermanas, y con mamá, cuando estaba viva. Son… algo especial para mí.

– Eso me trae recuerdos… – Fuutarou recordó aquella noche en su segundo año de secundaria. Ahora se sentía muy lejano, pero de nuevo, ¿qué significaban exactamente veintiún años de vida? En aquel entonces, ellos sólo eran compañeros de clase. Extraños con una relación poco favorable que, a comparación de las personas que eran ahora, parecían ser parte de una vida diferente. – El festival de fuegos artificiales de otoño, ¿no? Nino también me lo dijo entonces. Seguro ahora deben estar buscándonos, así que deberíamos decidir un lugar para vernos.

– Oye, ¿y por qué querríamos hacer eso? – preguntó Ichika.

– ¿Por qué…? ¿Qué quieres decir? ¿No se supone que los seis vamos a reunirnos todos para ver los fuegos artificiales juntos? Mira, ya está empezando a aglomerarse la gente cerca del castillo. Si no nos damos prisa…

Ichika cruzó los brazos, y cuando Fuutarou simplemente alzó la ceja un poco más en respuesta, la joven actriz soltó un suspiro de decepción. – Ya veo, Fuutarou-kun. Es que no estás satisfecho con haber profesado tu amor a todas mis hermanas el mismo día, sino que también quieres dejarme fuera de mi propia cita especial contigo. ¿Eso te parece justo?

– Qué… espera un segundo. – Fuutarou se echó para atrás. – ¿De dónde vino eso? ¿Quién dijiste que le profesó qué a quién?"

– Hmph. – Ella se giró, levantando la nariz y cruzando los brazos sobre su pecho. – Si ahora puedes distinguirnos a todas, entonces admites que es por todo el amor que tienes en tu corazón. Una chica tiene derecho a ponerse celosa, al escuchar a su novio decir algo como eso sin nada de vergüenza.

– Ichika… vamos… – Fuutarou rodó sus ojos. Ella simplemente se rio, volteando a verlo.

– Ya sabes que sólo bromeo, Fuutarou-kun.

– Si lo que querías era que fuéramos sólo nosotros dos, todo lo que tenías que hacer era decirlo. Además, no sé por qué te quejas… – Fuutarou alargó la mano y sujetó la de Ichika. Su pulgar se deslizó suavemente entre los dedos de ella, deteniéndose en el dedo con el anillo. Una sensación cálida se formó entre la palma de él y los dedos de ella, acercándose más mientras él susurraba las palabras. – Me tendrás para ti sola por el resto de mi vida.

En ese momento, perforado por los resplandores dorados que se iluminaban en lo profundo de su mirada, el mundo alrededor de Ichika se volvió más brillante. Como un estallido en el cielo nocturno, anunciando a todo lo ancho y largo con un ensordecedor estruendo que desgarraba el cielo. Una luz que la iluminó por un instante, sintiéndola desde el pecho hasta las mejillas, mientras observaba ardientemente el rostro de su amante, que brillaba con las chispas de color ambarino. Sólo entonces, fue que Ichika recordó los fuegos artificiales. Su cabeza se desvió justo a tiempo para ver las chispas doradas que se dispersaban por el cielo nocturno, sin dejar nada excepto rastros de humo en memoria de su efímera vida. El frío que vino con el aire nocturno se había colado a sus pulmones, y fue allí que se dio cuenta cuánto tiempo su boca había permanecido abierta.

El calor atrapado entre sus dedos le recordó que el mundo seguía en movimiento, aunque había estado en trance sólo por un momento. Si había palabras que ella necesitaba decir, él ya lo sabría. Si había sentimientos que deseaba impartir, él ya lo sabría. Una tras otra, en tándem y con temblores, las luces siguieron estallando en el cielo nocturno. La música atemporal y el narrador invitaban a su imaginación, sacando a flote las más profundas memorias de su infancia, para andar por allí y disfrutar sin preocupaciones, ya que este momento estaría totalmente despejado de problemas. En paz y con aquellos que eran seres amados, el ensueño nunca terminaría.

Los fuegos artificiales orquestaban un espectáculo, un ilustre desfile de miles de formas y colores en un mundo muy por encima de ellos. Fuutarou observó cómo nuevos colores nacían en los ojos de Ichika, como luceros de estrellas perdidas en el cielo, como las que nunca podía encontrar en el cielo en casa. Brocados como ramos, peonías para la pasión, cometas para contar sus bendiciones, sauces para todos los deseos. Para Ichika, significaría el mismo deseo, pedido una y otra vez hasta que las últimas bengalas tiñeron el cielo nocturno. Se mantuvo con ella, y así sería por los días por venir, justo cuando el olor a cerillos se colaba bajo su nariz. Ella apretó sus dedos alrededor de los de su amante, y con todo su anhelo, miró profundamente hacia la chispa que soltó su calor sobre ella mucho después que los últimos vestigios de los fuegos desaparecieran en medio de la neblina.

– Volveré a casa pronto… ¿está bien?

Esta historia continuará…


Notas del traductor:

*Fiu*, al fin terminé con este capítulo. No es broma, fue un monstruo por el número de palabras, pero vaya que valió la pena. En serio, el juego final de las quintillizas en canon no le llega ni a los talones a este. Desde el principio con Itsuki reviviendo su primer encuentro con Fuutarou (estos dos no pueden andarse cinco minutos sin empezar a discutir, ¿verdad?), y por supuesto darles a Yotsuba y Nino un cierre apropiado del capítulo de su primer amor (eso realmente faltó en canon para la segunda) para que puedan seguir adelante. Con Miku, realmente no tengo mucho que decir, ya que sólo confirma que está feliz con como resultaron las cosas, y eso es bueno de ver.

Pero bueno, la escena final entre Ichika y Fuutarou es la cereza del pastel de un capítulo largo pero grandioso. Me encantó cómo se la jugó Ichika a Fuutarou, haciéndole creer que estaba celosa, y cómo finalmente entendió las implicaciones de casarse con una de ellas. Es todo el paquete ahora y tendrá que lidiar con él. Pero bueno, con ellas como familia, su vida nunca será aburrida, ¿verdad?

Lo siento si las notas son algo cortas esta vez, pero he estado muy cansado. Ya que no parece haber mucho seguimiento aquí, tal vez deba empezar a postear la traducción en AO3, pero bueno. Hasta la próxima, sayonara.