-Bella POV-

Los días habían pasado en un abrir y cerrar de ojos desde aquella noche. Por alguna razón que desconocía, Jasper se comportaba de una manera tan... inusual, no es que su comportamiento hubiera cambiado de la noche a la mañana y fuera una persona completamente diferente, era solo que... mantenía la distancia más de lo normal. Algo había cambiado, eso lo tenía muy seguro, comenzó a disminuir sus provocaciones: fue eliminando los periódicos por la mañana, las risas y burlas las evitaba cada que le eran posibles, incluso el contacto visual.
En cuanto ponía un pie en una habitación él se levantaba y se encerraba en su oficina o habitación, y no volvía a saber nada de él hasta que el día siguiente.
Podía cuestionarle, pero me intimidaba lo suficiente como para evitar hacerlo explotar en colera y que otro incidente se repitiera.

Dejé las pertenencias de casa sobre la mesa de lo que podía llamar "mi habitación". Miré los objetos con cierta nostalgia, una parte de mi deseo no haber regresado a casa de Charlie, eso solo reavivaba una esperanza que sabía que era imposible. Un nudo se comenzó a formar en mi garganta.
El coraje, la impotencia.
Yo no tenía porque "elegir", eran mis cosas, era mi habitación, era mi vida. La quería de vuelta, en Forks, en Phoenix, donde fuera.
Mi mano temblaba, no pude controlarme cuando aventé las cosas que ahora yacían en el suelo. Las lágrimas brotaban, me aferré a la mesa tratando de controlarme, ahogando el llanto. Jasper no podía ver esta rabieta o me iría peor.
Buena puntería. murmuró, tomándome desprevenida.
Me asusté, giré hacia su dirección. Estaba recargado en el marco de la puerta. Negué, evitando su mirada.
¿Por qué? me limité a preguntar aún con el nudo en la garganta, quemaba. Escuché como se acercaba. — No. — Sus pasos disminuyeron. Déjame ir... Quiero volver.
Le observé con lágrimas en los ojos, su expresión permanecía seria.
He sido buena — susurré.
Yo también, — caminó hacia mí, su tensión era notoria. — No tienes idea de lo bueno que he sido... — acercó su mano hacia mi barbilla, Lo piadoso y permisivo que me he convertido... por ti.
Deslizó su agarre a mi mandíbula. Coloqué mi mano sobre la suya, me observó confundido.
Por favor. Su mano bajó a mi cuello. Este negó, como si sufriera de siquiera imaginarlo. — Nos seguiríamos viendo, como en el trabajo de Charlie, podrías... podrías volver a acompañarme a la escuela. — Comencé a desesperarme, rogando porque algo en él se compadeciera de mi — ¿Lo recuerdas?
Su agarre comenzó a sofocarme, lo apretaba cada vez más, me costaba agarrar aire, intenté arañarle.
Jasper... para.
Te irás, te alejaras como ella... te irás como ella — repitió.
Eso fue lo último que escuché decirle.

Pasé la mano por el cuello, aún dolía.
Aún me cuestionaba sobre a quien se refería, o tal vez había escuchado mal, cada que lo recordaba era diferente.
Lo único que lograba reconfortarme estos días, era que podía dormir más de las pocas horas a las que mi cuerpo se había forzado a soportar por estar alerta ante cualquier peligro. No podía ignorar la presencia de mi captor, había momentos de tensión en lo que parecía que estar cerca de mi le quemara.
¿Era arrepentimiento? ¿Se sentía culpable de todo lo que me había hecho? ¿De privarme de una vida?

El sonido de la lluvia me arrullaba mientras avanzaba el libro, miré a la ventana. Jasper se había tardado en volver más de lo habitual, ya comenzaría a oscurecer.
Era la quinta vez que veía la hacia la puerta entre abierta, en busca de algún movimiento en el pasillo. Pasé de nuevo a la hora que intentaba leer, no lograba concentrarme a pesar de ver las anotaciones, era uno de mis libros favoritos.
La luz se fue, dejándome casi a oscuras.
— Maldición. — refunfuñé.
Me levanté y caminé hacia la ventana, la lluvia se había intensificado y el descenso de temperatura se hizo más notorio de lo habitual, más frío. Tomé a tientas del armario la chaqueta, poniéndomela, no era suficiente. Agarré el libro de mala gana y salí de la habitación cerrando la puerta a mis espaldas, quedando en completa oscuridad.

Me acerqué a la estufa en busca de calor intentando encenderla. Tardé unos segundos en el fuego hasta que la temperatura me reconfortó, aun así seguía temblando, pero con menor intensidad.
Caminé hasta el sofá aprovechando los últimos destellos de luz, forzando mi vista para distinguir las líneas del libro.

Las últimas líneas las divisaba borrosas, bastaron un par de minutos para que cediera, cayendo en un sueño. Lo siguiente transcurrido era confuso, no sabía si eran pequeños recuerdos entre mi siesta o si era parte de un sueño.

Estaba oscuro, escuché el sonido de la puerta principal pero no logré distinguir nada en la oscuridad.

¿Qué haces aquí? preguntó él — te estás congelando.

Su silueta se distinguió con la rojiza llama de la chimenea encendida, estaba agachado, moviendo con cuidado la leña, hasta donde recordaba esa mañana no había.

La peculiar textura del aluminio en el que estaba envuelta, una manta térmica, como la que Charlie guardaba en la cajuela para emergencias.

Abrí los ojos para ver el material de lo que estaba hecha, de lo bien que había logrado brindarme calor, entonces lo vi, a él. Sentado a escasos centímetros frente a mí, solo observaba con cautela. Podría jurar que en su habitual expresión seria hubo un destello de alivio.
— No siento mi nariz. — susurré acercando mi mano a la cara.
Su agarre a mi muñeca me detuvo a medio trayecto, me soltó. Aclaró su garganta incomodo.
— Pensé que... — se debatió si terminar su oración, pero no continuó.
Se limitó a levantarse, me incorporé.
— ¿Qué hora es? — pregunté aún adormilada.
— Es noche, muy noche.
Asentí, me levanté para volver a mi habitación.
— Deberías... — tosió incomodo — esta noche duerme en mi habitación, considérala tuya.
— No creo que...
— Es tuya, no la necesito Bella. — Sentí un hueco en el estómago, era extraño escucharle decir mi nombre. — Yo dormiré en mi oficina, por favor. Tiene otra chimenea, aparentemente la necesitas más que yo.
Acepté. Subí el primer escalón, le observé por última vez tomándome por sorpresa que él también me veía. Continué con mi trayecto.
Creí que la oscuridad sería un impedimento para llegar al segundo piso, pero la habitación de Jasper emitía una cálida luz, avancé con cuidado, él ya había dejado la chimenea encendida. Quería llorar de lo bien que se sentía.
Su cama no era cómoda, pero si mucho mejor que en la que yo dormía. Dándole la espalda a la puerta, me quede dormida.

El sonido de la regadera me despertó.
Demonios... Él estaba allí, en la misma habitación.
Mi corazón se detuvo cuando escuché como cerraba el paso del agua, en cualquier momento iba a salir. Cerré los ojos, deseando volver a quedarme dormida, el tiempo estaba en mi contra, lo único que restaba era fingir. Intenté respirar más lento, más tranquilo a pesar de que mi corazón iba a mil por hora.
La puerta se abrió, un silencio y un par de pasos hacia mi dirección. La otra mitad de la cama se hundió, él estaba allí.
Dejé de respirar cuando lo sentí acariciar mi cabello de una manera tan delicada, estaba atónita, siguió su recorrido trazando una línea hasta el cuello, se detuvo allí tocando uno de los moretones.
Tragué en seco.
Se levantó y solo así pude volver a respirar, caminó rodeando la cama.
No, no, no.
Llegó hasta el armario frente a mí, desee no haberle visto de reojo. Nunca me había detenido a observar con detenimiento su cuerpo musculoso hasta esa mañana cuando tomó la camiseta del uniforme, vestía una tirahueso negra y su pantalón, dándome la espalda.
— Se que estás despierta.
Sentí como toda la sangre subía a mi cara, me giré quedando boca arriba observando el techo.
— ¿Cómo... cómo sigue tu herida?
No me atreví a verle de nuevo, pero al no recibir respuesta tuve que hacerlo para confirmar si seguía allí. Él analizaba su hombro en busca de algún rasguño, no había nada.
— Pero... ¿Qué? — me incorporé, sorprendida.
Jasper se puso de inmediato la camisa, girándose hacia mi dirección.
— Ya sabes las reglas: No forzar las cerraduras, igual no podrás abrirlas — comenzó a mencionarlas conforme abotonaba su uniforme, sin hacer contacto visual — No intentar autolesionarte, me aseguré de no dejar nada que puedas utilizar — le seguía cada movimiento — ¿quedó claro?
Asentí.
Me dejé caer al colchón de nuevo cerrando los ojos, le escuché salir de la habitación.
¿Acaso me estaba volviendo loca... o Jasper comenzaba a verse más atractivo de lo usual?
— Tengo que salir de aquí — susurré.