-Bella POV-
Es normal...en mi especie. Eso había dicho, y aún resonaban en mi cabeza, dejándome perpleja y llena de preguntas. ¿Especie? ¿No se suponía que era humano? Entonces, ¿con quién había estado compartiendo mi tiempo estas últimas semanas? Quizás todo esto era una trampa para sembrar en mí la semilla de la paranoia.
El agua fría de la ducha me devolvió a la realidad. Dejé que el agua arrastrara los restos de jabón y cerré la llave, sintiendo el frío del ambiente invadir mi piel.
—¿En qué piensas? —La voz detrás de mí me sobresaltó, y di un pequeño salto.
Maldije por lo bajo. A tientas, tomé la toalla sin atreverme a girarme y me cubrí apresuradamente.
—¿Qué haces aquí? Creí que volverías por la tarde, como siempre.
Sentí cómo se acercaba, y su proximidad me hacía sentir vulnerable, especialmente en mi estado actual.
—¡Detente! —grité, cerrando los ojos con fuerza, como si eso pudiera hacerlo desaparecer—. Por favor...
El silencio se prolongó, y al abrir los ojos lo vi a un metro de distancia, observándome con una intensidad que me heló la sangre. Me aferré aún más a la toalla.
—Te dejé algo sobre la cama —dijo, tomándose su tiempo antes de salir, dejando la puerta entreabierta tras de sí.
Esperé un momento antes de salir del baño. La habitación estaba en silencio, pero sobre la cama había un cambio de ropa. Reconocí la blusa de inmediato; era la misma que había usado el primer día de clases en Forks. Sabía que eso provenía del armario en casa de Charlie.
Miré a mi alrededor, pero él ya no estaba.
Bajé a la sala, y sobre la mesa encontré el resto de mis cosas, pero tampoco había rastro de él. Sobre la mesa improvisada del comedor había un paquete de comida congelada. Con el paso de los días me había acostumbrado a ellas, pero el nudo que sentía en el estómago de nervios era más grande que el hambre.
Miré al pasillo a mi derecha, que conducía a las únicas dos puertas sin explorar: su oficina y el sótano. No estaba segura de si debía comprobar allí o esperarle. Miré mi mano; la cicatriz ya casi desaparecía por completo.
Tragué en seco mientras me acercaba. Después de aquella atormentada noche no había escuchado ningún grito, ningún ruido. Mi sacrificio no había servido de nada. Me detuve frente a la puerta del sótano, esperando alguna señal, acerqué lentamente la cabeza para escuchar mejor. Nada.
A mi izquierda se entreabrió la puerta de su oficina. Me paralicé.
— ¿Bella? —me llamó desde dentro.
— ¿S-Sí?
— Pasa.
Me acerqué más, pero no podía siquiera tocar la puerta sin sentir un jalón. Mi cuerpo no cedía. La puerta se terminó de abrir, y entré a pasos lentos y cuidadosos. Su oficina era casi del tamaño de lo que podría llamar habitación; entrar allí era estar en un lugar completamente diferente, más cuidado que el resto de la casa en decadencia.
Ahora veía por qué se la pasaba siempre allí. A mis espaldas la puerta se cerró, con llave.
No, no, no.
Respiré profundo para calmar el corazón que latía desbocado. Me volví hacia él. Estaba más cerca de lo habitual y de lo que me gustaría.
— ¿Para qué querías que...viniera? —tosí incómoda.
Acercó su fría mano, a punto de acariciar mi mejilla. Me removí.
— Lo estuve pensando estos... días.
— ¿Qué cosa? —pregunté contemplando la oficina para distraerme.
— El que vuelvas al mundo exterior.
Le miré, pasmada. El corazón me latía en la garganta. Había esperanza.
—Y... ¿qué va a pasar? ¿Cómo vuelvo a Forks? Si me das un mapa, me dejas cerca, sabré cómo llegar —hablaba más rápido de lo habitual. Era la euforia.
— Jamás dije que a Forks. —le observé, confundida. No podía descartar Phoenix o Jacksonville, la temporada de beisbol podría haber terminado y Reneé...— Y jamás dije que sola.
Me quedé callada atando hilos.
— Entonces... ¿cómo...?
— Nos iremos a... ¿Europa? ¿Asia? —caminó hacia su escritorio, donde descansaba un viejo globo terráqueo para observarlo más de cerca— ¿Qué lugar quisieras conocer?
— Pero, mi familia...
Me sentía aturdida, como si el mundo diera vueltas. Me apoyé sobre el viejo librero a mis espaldas, intentando digerir lo que acababa de escuchar. Estaba segura de que él seguía hablando, llamándome. Miré a los libros y algunos portarretratos entreverados para despejarme, respirar. Mi atención se quedó en esas fotografías, las que parecían estar pausadas en el tiempo. Una en particular llamó mi atención. La tomé para verla mejor.
El nudo en mi estómago se hizo más grande, podía sentir cómo subía a mi garganta. Iba a vomitar.
—No la toques —logré escuchar la orden, por instinto la dejé caer.
El portarretratos se quebró, rompiendo el cristal en pequeños pedazos.
—L-Lo siento...
Aún mareada, me agaché para recoger la fotografía. La vi en el piso entre los fragmentos.
—Alice... —susurré, el mundo me daba vueltas.
¿Qué clase de broma era esta? ¿Cómo se conocían? ¿Cómo... podía ser?
La imagen mostraba a ambos, a ella y Jasper, sonrientes y portando otra vestimenta, de una época Logré incorporarme con dificultad, con la mano pegada al cuerpo para no lastimarme más. El tiempo se detuvo cuando corrí hacia la salida, ni siquiera sabía qué iba a hacer. Lo vi una última vez antes de quitar el seguro de la habitación. Estaba en el suelo recogiendo con cuidado esa fotografía. Al verla, un escalofrío me recorrió toda la espalda y lo supe.
Corrí hacia la cocina para buscar un cuchillo, algo con que defenderme. Abrí los cajones con desesperación, buscando algo afilado. Finalmente, encontré un cuchillo grande y lo agarré con ambas manos temblorosas.
—Pudiste ser feliz a mi lado... —dijo tras de mí.
Era imposible. Nunca le vi salir de la oficina. Me giré, sintiendo una descarga de adrenalina. En defensa propia, me giré y le clavé el cuchillo en el pecho, esperando alguna reacción, algún quejido, la sangre, pero no se inmutó. Solo sonrió y negó con la cabeza.
—Bella, bella, bella... —canturreó—. Pensé que serías diferente a las demás... Parece que me equivoqué.
Se acercaba a mí a paso lento. Se quitó el cuchillo y lo lanzó al otro extremo de la habitación con una velocidad y fuerza inhumana.
Intenté retroceder, pero mis piernas no respondían. Estaba atrapada, sin salida. Su sonrisa desapareció, reemplazada por una expresión seria, casi triste.
—No quiero hacerte daño.
Escuchaba que me llamaban a lo lejos, la voz se volvía cada vez más cercana. Me removí en el áspero suelo de concreto; la mano me punzaba de dolor, todo estaba oscuro.
—¡Bella! —la escuché más nítida.
No reconocía el lugar. La poca luz que entraba provenía de una pequeña ventana en la parte superior. No sabía qué había pasado o cómo había llegado allí.
Intenté incorporarme, pero esto solo provocó que gritara de dolor por la herida.
—¿Estás bien?
La cabeza me estallaba y ahora estaba alucinando, al punto de jurar escuchar la voz de una de mis amigas.
—Bella, por favor responde... —rogó con la voz entrecortada.
No...
—¿A-Angela? —pregunté con un nudo en la garganta, buscándola entre la oscuridad.
