Dalila se revolvía dentro de su cama, cubierta con las sábanas, pero con una sensación de terror que la congelaba el pecho, se despertó con un sudor frío recorriendo su frente y su corazón acelerado bajo las sábanas, unas lágrimas saltaban de sus ojos por el miedo debido a la pesadilla que había sufrido, negó con la cabeza antes de recostarse de nuevo en la cama aún temblando, sabía que estaba en casa, pero aún tenía miedo, la oscuridad de la noche no ayudó a aliviar ese sentimiento, estaba aterrorizada, aún la dolían los músculos de su cuerpo por huir ese día y su cabeza daba vueltas confusa y alterada, como si sintiera que todavía no estaba a ó su cuerpo envuelto en un camisón de mangas cortas abombadas blanco con las sábanas del mismo color para intentar conciliar de nuevo el sueño para por lo menos tener un par de horas más de sueño antes del amanecer, pues el reloj de pared de madera que tenía frente a ella, al lado de un ventanal alto rectangular que marcaba la ó los ojos e intentó calmarse, pero la había resultado imposible dormirse aquella noche en la que solo había podido conciliar unas pocas horas de sueño, cada vez que baja sus párpados podía ver el rostro de aquel hombre, recordaba aquel día en que la cortó un mechón de pelo como amenaza, su sonrisa sádica y sus ojos verdes con un brillo enfermizo que la hacían encogerse de miedo e impotencia, ella siempre había sabido mediar en conflictos, pero nunca se había dado cuenta de lo débil que hubiera sido si alguno de esos conflictos hubiera desencadenado ataques físicos violentos hacia su persona.
Esos pensamientos nublaban su mete y solo la alteraban más, sintió su labio inferior temblar amenazando de nuevo con sollozos silenciosos y sus ojos se nublaron por las lágrimas, miró su mesilla de noche, donde su padre la había dejado un vaso de agua que hacía ya tiempo estaba vacío, suspirando con cansancio se levantó de la cama hacia su baño privado para refrescar su rostro en el lavabo, se aclaró la cara con agua fresca antes de mirar sus ojos cansados en el reflejo del espejo ovalado y de marco plateado que tenía delante. No podía dormir, aunque se sentía cansada.
De repente escuchó un golpe fuera de su habitación que la hizo despertarse por la alteración intempestiva, debía ser su padre, pues los sirvientes estaban dormidos, se acercó a la puerta para intentar escuchar algo, pero no hubo suerte, se agachó para mirar a través del ojo de la cerradura de su dormitorio, pero nada, ese ruido no había sido en el pasillo, que estaba desierto y sumido en la oscuridad, rota únicamente por la franja horizontal de luz al otro extremo del largo pasillo, donde se hallaba en despacho que usaba su padre para trabajar en casa. Abrió con suavidad la puerta de su dormitorio, con cuidado de no ser escuchada por nadie que pudiera estar despierto y se acercó con sigilo a la entrada cerrada del despacho.
-¡Teníamos un trato! - escuchó gritar a su padre furioso.
-Trato que tú rompiste al imponer ese toque de queda durante el otoño, Alberti. - dijo con quien discutía.
Dalila sintió como su corazón daba un vuelco en su pecho... esa voz... la había oído antes...
-Te dije que no te acercaras a las niñas del pueblo, mucho menos a mi hija. -
-Tenía que hacerlo, creo que empezabas a olvidar nuestro acuerdo después de tantos años. -
Dalila movió su ojo para intentar ver algo a través de la cerradura, pero solo consiguió ver de espaldas a un hombre con un abrigo rojo, se la heló la sangre, tenía la esperanza de haber confundió la voz de quien hablaba, pero no, era él, el hombre que la había secuestrado, pero no parecía estar apresado ni custodiado por policías entonces... ¿Qué hacía en el despacho de su padre?
-Nunca olvidaré aquello, te pedí una única condición, que te llevases a todos los niños que quisieras pero que no tocaras a las niñas, mucho menos a mi hija.-
-Al menos ella ha vuelto a tu lado... más pronto de lo que hubiera debido, pero alégrate, no todos los padres del pueblo pueden decir eso.-
-Maldito bastardo, te juro que en cuanto pueda librarme de ti acabarás con una soga al cuello.-
-¡Vigila tus palabras imbécil!- amenazó el cochero.- ¿o acaso has olvidado lo que pasó hace diecinueve años? ¿No querrás acabar como ella y dejar a tu hija sola?-
-"¿Ella?"- Se preguntó Dalila aún más confundida ¿de qué se conocían su padre y ese hombre?
-Nunca te perdonaré lo que hiciste aquella noche, asesinaste a la persona que más amaba.-
-Si lo recuerdas tan bien entonces recordarás lo que acordamos esa noche ¿verdad?- hubo un breve silencio antes de que el cochero continuase su discurso.- La vida de los niños del pueblo, a cambio de la de tu hija.-Dalila abrió los ojos con sorpresa por las palabras del villano, ¿su padre había hecho un trato con ese hombre para protegerla?- Dicen que tu hija ha regresado... ha estado unos días fuera de casa verdad...- se burló el hombre de ojos verdes.
-Mira, no quiero saber dónde, ni cómo, pero como le hayas hecho algo a mi hija...-
-Solo descansó unos días en el sótano, pero ese zorro idiota tuvo que dejar la puerta abierta...-
-No quiero saber lo que ha pasado con esos dos, una vez me asegure que mi hija esté bien retiraré el toque de queda y no volverás a acercarte a mi hija ¿entendido?-
Dalia saltó hacia atrás cuando comprendió todo tras escuchar la conversación, las desapariciones, los niños, su secuestro... Dio unos pasos hacia atrás con la mala suerte de chocar contra una mesa y tirar un jarrón que se destrozó en mil pedazos causando un estruendo en el pasillo, apenas se había apartado de la mesa cuando una mano la agarró de su brazo izquierdo y la empujó hacia adelante, ella tropezó y cayó de cara sobre una alfombra roja que decoraba el despacho de su padre antes de levantar la vista y ver frente a ella al hombre de abrigo rojo y ojos verdes, el cochero, el responsable de todo lo que había sufrido.
-¡Dalila!- dijo el alcalde temeroso.- ¿qué haces despierta?-
-¡Padre! ¿Qué haces con este hombre?-
-Eso no te incumbe, vete.-
-¡No! ¿Sabías que era él quien se llevaba a los niños todos estos años?-
-Dalila escúchame...-
-¿Por qué debería? Le has mentido al pueblo, a la policía, a mí... ¿Desde cuándo lo sabes?-
-Dalila... no hagas...-
-Es cierto.- interrumpió el cochero agarrando por el cuello con su brazo a la joven.- Vamos Alberti, dile la verdad, después de todo, perder a tu mujer fue un pequeño precio a pagar por ella.-
-Papá...¿de qué está hablando? ¡Dímelo!- gritó confusa.
-Tenía que protegerte.- explicó él.- Mientras me preparaba para ser alcalde trabajaba como jefe de policía, lo descubrí tras una noche en la que se llevó a unos niños, yo intenté detenerlo, pero me amenazó, le supliqué, pero iba a matarme y le propuse algo, en esa época también se llevaba a las niñas y llegamos a un acuerdo, él solo se llevaría a los chicos y si yo ganaba las elecciones a alcalde taparía sus delitos y le dejaría actuar impunemente.-
-Todos estos años has dejado que se lleve a los niños...-
-¡Tenía que hacerlo!- lloró su padre.
-¡Debiste decírselo a la policía!-
-¡Lo intenté!- confesó.- Pero pagué un alto precio... Mató a tu madre cuando eras un bebé, apenas habías cumplido los dos años cuando lo hizo, y me dijo que si lo intentaba de nuevo tú serías la siguiente.-
-Han pasado diecinueve años... pero por fin podré cumplir mi palabra.- el villano apuntó su pistola hacia la joven y se dispuso a disparar.
Sin embargo el tiro fue desviado, su padre había empujado al cochero y se enzarzaban en una pelea, su padre trataba de sujetar las muñecas del hombre de ojos verdes para retener la pistola que tenía en sus manos, pero era obvio que su oponente era mucho más fuerte y su resistencia no aguantaría mucho.
-¡corre Dalila, vete!-
La chica salió a toda prisa de la habitación, bajó las escaleras lo más rápido que sus piernas se lo permitían y justo cuando posaba sus pies en una alfombra del recibidor escuchó un disparo procedente del despacho de su padre, las lágrimas saltaron de sus ojos, quiso ayudar, pero tenía miedo, no podría derrotarlo sola, debía buscar ayuda, abrió la puerta principal del edificio y escapó de allí adentrándose en la oscuridad de la noche.
