Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.
Capítulo 6
La Calma antes de la Tormenta
"Las personas necesitan momentos difíciles y opresión para desarrollar músculos psíquicos."
~Emily Dickinson~
Resulta que Nana, de hecho, tenía una infección renal. Salimos de urgencias con un manojo de recetas escritas y con instrucciones estrictas de que ella bebiera bastante agua.
Afortunadamente había una farmacia en Mayhaw que permanecía abierta hasta tarde así que no tuve que parar en ningún lugar de Birchwood para comprarle sus medicamentos. La idea de pasar demasiado tiempo en el pueblo me aterraba. Cruzamos ese gran puente sobre aguas fangosas de regreso a mi pueblo natal y solté un suspiro largo por el alivio.
Deteniéndome en la farmacia local, le ordené a mi abuela, quejosa, inquieta y demasiado dramática, que permaneciera quieta. Entré en la farmacia y esperé pacientemente a que el farmacéutico entregara la medicación de Nana. Tomé una caja de agua embotellada cuando me fui.
Por alguna razón, el agua del grifo donde vivía Nana tenía un sabor a catástrofe clorada, además mi padre me convenció a una edad temprana que el agua del grifo causaba cáncer. Era extraño, lo sabía, pero mi padre era una persona extraña.
Llevé a Nana a casa, ayudándola a entrar en la casa y de vuelta en el viejo y gastado sillón reclinable del abuelo Swan. Después de abrir las botellas, le tendí a Nana dos píldoras y una botella de agua. Le dí instrucciones estrictas para que siguiera las indicaciones del doctor al pie de la letra. Nana era una mujer obstinada que siempre creía que sabía más que nadie. Era del tipo que comenzaba a sentirse mejor y dejaba la medicación. Lo había hecho muchas veces antes. A mi abuela no le gustaban las drogas... de ninguna forma, incluso drogas de prescripción médica. Nana tenía que agradecerle a sus hijos por ese tipo de pensamiento.
Ella aceptó mis demandas evitando mi mirada crítica. Con el ceño fruncido, tomé su teléfono inalámbrico y llamé a la tía Maggie. A pesar de que a ella le encantaba la marihuana y tenía a Kate, su hija puta de primera, Maggie era una de mis parientes más estables. Después de hablar sobre la salud de Nana y escucharla quejarse de la terquedad de Nana, Maggie aceptó venir a ver cómo estaba en un rato. Terminamos la llamada y me senté en el sofá a cuadros cercano, mirando a mi abuela mientras los escalofríos volvían a apoderarse de su cuerpo. Se cubrió el cuerpo con el edredón de retazos y me miró a los ojos.
—¿Qué? —espetó.
Resopló enojada mientras se quitaba los anteojos y los colocaba en la pequeña mesa a su lado. Agarrando el mango de madera a un costado de su sillón, lo inclinó hacia atrás y cerró los ojos brevemente.
—¿Estás en tu sano juicio ahora? —pregunté, alzando una ceja cuando sus ojos se volvieron a abrir y entrecerré los míos—. ¿Qué pasa con la caja fuerte? ¿Acaso recuerdas haberme visto arrastrar esa caja fuerte pesada hasta el asiento trasero del Jeep?
—Sí, Bella, lo recuerdo —masculló, poniendo mala cara ante mi expresión—. Eres la única en la que puedo confiar con esa caja fuerte. Y deberías hacer lo que dije, escóndela donde a nadie se le ocurra buscar.
—¿Vas a decirme qué hay en la caja fuerte, Nana? —pregunté, mi voz se suavizó un poco ante sus palabras.
Ella sentía que solo podía confiar en mí. Esas palabras solemnes podían mover montañas, en mi opinión. Sabía que ella bromeaba y seguía adelante con todos nosotros, prometiéndonos a cada uno de nosotros que éramos sus nietos favoritos, pero siempre supe secretamente que ella hablaba en serio cuando se refería a mí. Nana era una mujer enérgica y presuntuosa, pero tenía un buen corazón y la amaba más que a nadie en el mundo.
—No es importante ahora mismo, cielo —me aseguró, cerrando los ojos una vez más mientras su voz lentamente se apagaba hacia el final de la frase—. No la necesitarás hasta que esté muerta.
Me estremecí ante sus palabras, incapaz de imaginar una vida sin mi abuela. Comenzó a roncar suavemente y me puse de pie, arropándola con el edredón de su madre antes de salir sigilosamente de la casa.
Subiéndome al Jeep, le di un último vistazo crítico al asiento trasero donde se encontraba la caja fuerte. La sudadera sucia amarilla estaba medio colgando de la caja de metal. Había una cerradura con combinación en la puerta y me reí suavemente, dándome cuenta que mi loca abuela ni siquiera me había dado la combinación. No podía abrir la maldita cosa ni siquiera si lo intentaba.
Después de llegar a casa, me tiré en el sofá, atiborrándome de pita chips y salsa. A través de las puertas corredizas de vidrio que estaban cerca, observé como el cielo comenzaba a oscurecerse y aparecía la luna, arrojando una luz blanca sobre el lago oscuro debajo del cielo. La luna, las estrellas y la mitología de las constelaciones me fascinaban constantemente... y ahora me recordaban a Edward. Sabía en el fondo de mi corazón que, por el resto de mi vida, cada vez que mirara hacia el cielo nocturno, me acordaría de él, así como cada que miraba a mi tatuaje de lirio. Estaba completamente jodida.
Verlo de nuevo me hizo cuestionar todo. La sensación cálida y hormigueante que tenía cuando él estaba cerca seguía existiendo, incluso después de todos estos años. ¿Qué quería decir eso? Siempre había estado obsesionada con Edward Cullen después de todos esos años. ¿Era esto el resultado de un enamoramiento infantil, una fantasía enfermiza que había enterrado hace mucho tiempo?
Eventualmente había dejado de dibujar su rostro, sus manos, sus ojos... los lirios. Renuncié a esa fantasía infantil, diciéndome a mí misma que era una verdadera Swan, igual de loca como el resto. Amaba a mi familia, pero no era como ellos. Cada vez que tenía pensamientos de locura o inestabilidad, los reprimía, pero no podía negar que los sentimientos que tenía por Edward Cullen seguían existiendo. Estaban enterrados en lo más profundo de mí, pero eso no cambiaba el hecho de que seguían siendo verdaderos.
No era normal, esos sentimientos que tenía por ese chico que había visto dos veces en toda mi vida. Había leído sobre estas cosas en las novelas de romance cursis que había aprendido a amar con el paso de los años. Las escondía debajo de mi cama en un intento por cubrir mi adicción por los romances de Harlequin de mi hermana. Sus bromas y sus insistentes molestias eran lo último que necesitaba encima de todo lo demás en mi miserable existencia.
Si tan solo hubiera alguna forma de que pudiera... soltar esos sentimientos por Edward Cullen. Me devané los sesos esperando que apareciera alguna brillante idea, pero no había ninguna. Perdida en mis propios pensamientos, me recosté inquieta en el sofá, jalando una manta de donde se encontraba doblada prolijamente en el respaldo. Cubriéndome con esta, miré a la televisión hasta que terminó la película, la pantalla eventualmente se oscureció, insegura de lo que siquiera había visto. Dando vueltas y vueltas después de horas y horas de pensamientos no deseados sobre Edward Cullen y sus labios sobre los míos, me quedé dormida en un sueño profundo, mis sueños llenos de sus caricias.
Cuando me desperté, era casi el mediodía del domingo. No había ido a misa y mi hermana todavía no estaba en casa.
Ahora, al principio esto no me molestó. No era la primera vez que Mary Alice Swan no regresaba a casa después de una cita. Pero me preocupaba la compañía que ella tenía. El chico con quien se fue era un chico cualquiera que conoció en Facebook. Esto tampoco era algo nuevo, pero era muy aterrador para alguien como yo.
Llamándola a su móvil, fruncí el ceño cuando fue directamente al buzón de voz, la llamada había sido rechazada o el teléfono estaba muerto. Asumí que fue una llamada rechazada, porque mi hermana nunca salía de la casa sin el cargador de su teléfono metido en su cartera de diseñador de imitación.
Después de enviarle un horrible mensaje de texto, pasé el resto de la tarde limpiando la casa y tratando de llamar a la oficina de seguridad social sobre nuestro cheque faltante, solo para recordar que era domingo y que estaba, por supuesto, cerrada. Recordando las palabras de Alice, mis dedos se deslizaron por la pantalla de mi teléfono, mi pulgar cerniéndose sobre el nombre de mi madre. Soltando unas risitas, lancé el teléfono hacia el sofá sin pensar de nuevo en llamar a mi prácticamente inexistente madre. Si tan solo papi estuviera aquí... él nunca nos dejaría en un desastre como ella lo había hecho.
A medida que la noche se acercaba, mi preocupación por Alice incrementó. La última vez que ella desapareció no regresó a casa por dos días. Fue el mayor tiempo que había estado afuera. Cuando regresó a casa, no se encontraba en su mejor estado. Había estado drogada, Dios sabe con qué, jodidamente drogada, y murmuraba sobre duendes y Cheetos. El tipo que la había traído dejó la marca del neumático en la entrada de nuestra casa cuando me vio salir al porche con la vieja escopeta recortada de mi papi. Jamás volví a ver a ese chico.
Alice permaneció así por tres días, completamente despierta y mascullando en voz baja sobre las cosas más raras. Sus ojos marrones estaban prácticamente negros mientras yacía boca arriba, riéndose sobre nada en absoluto. Se quedaba mirando las aspas del ventilador que colgaba sobre su cama, con los ojos moviéndose en círculos al ritmo de la rotación de este. Se negó a recibir tratamiento médico, golpeó a un paramédico en la cabeza con una sartén cercana cuando tratando de atarla a una camilla. Yo los había llamado en pánico cuando no pude meter físicamente a Alice en mi Jeep.
Afortunadamente, la sartén era barata y liviana, y no le causó ninguna herida a la pequeña paramédica rubia. Se fueron, diciendo que no podían llevar al hospital a alguien que se negara a recibir atención. Aunque aún así me cobraron por llevar la ambulancia hasta la casa. Esa fue una de las muchas facturas que seguí pagando mensualmente. Después de lo que Alice tomó finalmente salió de su sistema, durmió durante cinco días seguidos.
—Ella vendrá a casa —dijo Kate, su voz sonaba lejana en mi teléfono—. Alice siempre vuelve a casa, eventualmente. Si no regresa esta noche, llámame y te ayudaré a encontrarla.
Acepté, suspirando y terminando la llamada sentada en el porche de nuestra casa mirando a los peces saltar ocasionalmente en el lago.
Preocuparme por Alice me ayudaba con una cosa. No había pensado en Edward Cullen ni una vez en todo el día.
Resultó ser que ni siquiera tuve que llamar a Kate. Ella apareció sola. Se bajó de su enorme camioneta vistiendo jeans ajustados y rotos y una camiseta negra, los labios rojos y la lengua del logo de The Rolling Stone estirándose en su enorme pecho. Kate tenía una figura para morirse, y nadie lo sabía como ella.
—¡Encontré a Alice! —anunció, encontrándose conmigo a mitad de camino entre el porche y su camioneta.
Miré a Kate ansiosamente mientras ella respiraba profundamente. Demandé saber dónde se encontraba mi hermana, y me estaba molestando cuando Kate se inclinó con las manos en las rodillas ignorándome mientras trataba de respirar.
—Lo siento —murmuró, finalmente enderezándose y sacando su teléfono de su bolsillo trasero—. En verdad necesito dejar la hierba por un tiempo. Va a ser horrible cuando comience a correr en pista de nuevo.
»—Como sea, encontré a Alice. Facebook me dio todas las pistas que necesitaba. Pregunté en mi actualización de estado si alguien la había visto y tuve algunas respuestas. Resulta que ella está en una fiesta en Oak Bluff.
Oak Bluff era un pueblo varias millas al sur de Mayhaw donde Kate y yo a veces salíamos de fiesta juntas.
—¿Cómo es que tiene una cita y termina en una fiesta la noche siguiente? —preguntó con preocupación.
Que Alice se quedara en un mismo sitio era algo normal, pero no lo era moverse de un sitio a otro. Kate se encogió de hombros, desplazándose en su teléfono mientras yo intentaba llamar a Alice una última vez. De nuevo, fue directamente al buzón de voz.
Metiendo el teléfono en el bolsillo trasero de mis pantalones cortos, dije, «¡De acuerdo, eso es todo! Vayamos a Oak Bluff y busquemos a Alice. Estoy comenzando a asustarme un poco. Si ella está teniendo uno de sus... episodios de locura, todos en Mayhaw lo sabrán mañana. Nana está enferma y lo último que necesita es preocuparse por Alice más de lo que ya lo hace».
Kate estaba más molesta con mi falta de preocupación por lo que tenía puesto para recoger a mi hermana menor. Le frunció el ceño a mis pantalones cortos, mi camiseta negra sin mangas y mis chanclas rosa brillante. Agarré el asidero y me subí en su camioneta. No me podía importar menos lo que tenía puesto, ya que mi única preocupación era mi hermana en ese momento.
Kate encendió el coche, y salió del pueblo. Pasamos por un cartel reflectante verde anunciando nuestra entrada a Oak Bluff. Oak Bluff era un pequeño pueblo a solo diez minutos de Mayhaw, haciendo que la mayoría de los chicos en las secundarias locales fueran sus rivales o mejores amigos. Con suerte, no nos meteríamos en problemas. La rivalidad en el fútbol de las escuelas secundarias era muy fuerte en el sur, y a veces hacía que los pueblos del mismo tamaño se convirtieran en enemigos. De donde yo venía, las personas se toman el fútbol y otros deportes muy en serio. La animosidad entre rivales del fútbol podía durar toda la vida.
En el camino, Kate anunció que la fiesta la organizaba nada menos que Tanya Daniels. Conocía a Tanya muy bien, mayormente porque había estado en muchas fiestas ebrias en su casa que ya ni siquiera podía llevar la cuenta de ellas.
Su madre trabajaba el turno de noche y su padre se fue del pueblo justo después de que ella naciera, lo que hacía de su casa el lugar perfecto para hacer una fiesta. La madre de Tanya era una loca. No, en serio. Era una orgullosa MILF, había sido pillada con más de un novio de Tanya. E incluso tenía un tubo de striptease de verdad instalado en su sótano. Yo tenía una historia vergonzosa con el tubo de striptease, la cual me negaba a reconocer, porque era Marie la que se montaba al tubo, no Bella.
Nos detuvimos a un costado de la carretera. El camino de entrada y ambos lados de la pequeña carretera rural estaban llenos de vehículos. La música de la modesta casa de dos niveles sonaba tan fuerte que las ventanas temblaban. Tanya vivía en el bosque lo suficientemente lejos que ningún vecino podía quejarse de la molestia. Hordas de personas, algunos adolescentes, otros mayores, se encontraban afuera fumando marihuana y bebiendo, riéndose unos de otros. Cualquier preocupación sobre estar mal vestida de repente desapareció de mi mente cuando pasamos junto a un grupo de preadolescentes vestidas más como prostitutas que otra cosa. Se quedaron mirando mis chanclas, susurrando y riendo entre ellas hasta que Kate les lanzó la infame mirada asesina Swan. Dejaron de mirarme de inmediato, apartaron la mirada y de repente miraban a cualquier otro lugar menos a nosotras. Me reí suavemente mientras Kate y yo nos abríamos paso entre la multitud que había en la puerta, yo murmurando mis disculpas y Kate frunciendo el ceño.
Mientras entrábamos a la sala, me pregunté cómo diablos Tanya planeaba limpiar su casa antes que su madre llegara a casa del trabajo. La sala estaba decorada con un tema tipo safari, cortesía de la Sra. Daniels, por supuesto. Los muebles eran de cuero oscuro con mantas y otros elementos horriblemente vulgares con estampados de leopardo, guepardo e incluso de cebra esparcidos por la sala.
Lo que parecía una alfombra gigante de piel de oso yacía frente a la chimenea, su cabeza todavía intacta, a la que dos tipos le daban patadas por turnos. Observé consternada cómo uno de los chicos levantaba la pesada alfombra y se la colocaba sobre la espalda, la cabeza del oso perfectamente colocada sobre su cabeza. Gruñendo y rugiendo, comenzó a correr por la habitación, resoplando a todo el que pasaba. Chasqueó los dientes en mi dirección mientras pasaba corriendo y el olor a cerveza barata permaneció mucho tiempo después de que se alejó.
—Desabrochen sus cinturones de seguridad, gente —dijo Kate secamente, alzando una fina ceja—. Oficialmente hemos llegado a la Casa de la Locura.
—Estoy de acuerdo —murmuré.
Dos chicos musculosos que llevaban camisetas de fútbol de secundaria de repente comenzaron a gritarse el uno al otro, las venas sobresaliendo sobre los gruesos músculos en sus cortos cuellos. Uno empujó al otro en el pecho y se desató una pelea. Los dos cayeron al piso mientras se golpeaban y luchaban entre sí.
Kate y yo jadeamos cuando rodaron cerca de nuestros pies, gritando y apartándonos del camino justo cuando tiraron un enorme jarrón tribal rojo. El jarrón cayó al suelo, esparciéndose en grandes pedazos irregulares.
Tanya finalmente hizo notar su presencia al emerger del temido sótano. Tanya era muy bajita con cabello castaño rojizo a la altura de los hombros. Tenía las curvas más asesinas que había visto en una persona: pechos grandes, trasero redondo, y una cintura muy pequeña. Tanya se vestía como una zorra la mayoría del tiempo. Había escuchado que tenía un récord por ser enviada a casa de la escuela por incumplir el código de vestimenta. Ella tenía puesto unos tacones de prostituta, una falda rosa a juego, y un top escotado que se subió cuando su rostro cubierto de pecas se puso rojo y comenzó a gritar y maldecir, levantando las manos en el aire con frustración.
—Quizás será mejor que esperemos hasta más tarde para preguntarle si ha visto a Alice —sugirió Kate con una sonrisa divertida, pasando su brazo por el mío mientras salíamos de la sala.
Buscamos a Alice por todas partes, incluso usando la tarjeta de débito de Kate para entrar en la única habitación que estaba cerrada con llave; un cuarto que estaba ocupado con dos personas muy molestas y desnudas. Estas jadearon y luego gritaron, la chica rápidamente jaló el edredón sobre su pecho plano. Me puse contenta al saber que no era la única con tetas prácticamente inexistentes.
—Mala mía —dijo Kate con frialdad, cerrando la puerta y ahogando sus gritos.
La situación era graciosa, excepto por la oscura nube de terror que se cernía sobre nosotras mientras nos mirábamos, comunicando silenciosamente que Alice probablemente se encontraba en el único lugar que ninguna de las dos quería ver, estando sobrias y todo.
—Sabes que ella probablemente esté en el sótano, ¿cierto? —preguntó Kate, mirándome a la cara cautelosamente, sus ojos azules preocupados mientras esperaba mi respuesta.
Me dijo con sus ojos lo que yo ya sabía. Debíamos ir al sótano si queríamos encontrar a Alice. De repente, sentí que estaba en una película de terror, excepto que podía escuchar a los espectadores desde el interior del televisor. Estaban gritando, "¡No vayas al sótano, idiota! ¿Por qué siempre corren por las escaleras, pero nunca salen corriendo de la casa? ¡Sal corriendo de la cara, tonta!". Mierda.
—Está bien —resoplé, mi mirada yendo en dirección donde se encontraba la puerta del sótano. Los chicos atravesaban la puerta y se adentraron en la oscuridad—. Probablemente necesite una vacuna contra el tétanos después de esto.
Kate asintió solemnemente, estando de acuerdo con mi afirmación. Se echó la melena larga y rubia por encima del hombro y levantó la barbilla. Enlazando su brazo con el mío una vez más, marchamos hacia la puerta del sótano con mucha más arrogancia de la que realmente sentíamos.
La escalera del sótano era estrecha, lo que la convertía en la culpable de numerosas caídas y accidentes a lo largo de los años. Y cuando dije años, lo dije en serio. Tanya Daniels comenzó a organizar estas fiestas cuando tenía alrededor de catorce años, la misma época en la que su madre comenzó a trabajar el turno de noche. No conocía a Tanya hasta que teníamos unos diecisiete años, cuando ella comenzó a salir con un amigo en común.
Tanya era una persona muy dulce, aunque se dejaba pisotear un poco y era una prostituta de popularidad. También era una zorra. Emmett una vez dijo que no se la follaría ni con un paquete entero de condones en su polla. Y Emmett se tiraría a casi cualquiera.
Kate y yo bajamos por la estrecha escaleras hasta el sótano, el cual estaba acondicionado para que pareciera un verdadero club de striptease. Sí, la Srta. Daniels era una mujer de mediana edad muy, pero muy obscena. El famoso tubo de striptease y el pequeño escenario se encontraban cerca del otro extremo de la habitación, con una bola de discoteca lentamente girando encima, y cualquier luz cercana se reflejaba en los pequeños espejos. Los tenues rayos de luz se dispersaban por las personas en la habitación. No había nadie en el tubo en ese momento, gracias a Dios. Me estremecí cuando los recuerdos de una noche meses atrás pasaron por mi mente.
Las luces de neón estaban por todas partes; un azul eléctrico rodeaba la longitud del escenario que sobresalía hasta el centro de la habitación. Había luces de neón que cubrían las paredes, con la forma de mujeres, sus cuerpos rosas, violetas y azules con sus cuerpos posando en diferentes posiciones. Algunos se encontraban boca arriba con las piernas en el aire, otros posados dentro de copas de cóctel. El letrero de neón más grande decía "La Tienda de Dulces" en rosa, las palabras titilando a veces.
Había pequeñas mesas redondas y sillas mullidas que rodeaban el escenario. El aire estaba cargado con el olor a marihuana y sexo. El sótano era grande, se extendía a lo largo de la casa, y Kate y yo comenzamos a abrirnos paso entre la multitud mientras buscábamos a Alice. Aparté la mirada de un grupo de chicos que miraba a una chica sentada a horcajadas en un sofá cercano, siendo follada por detrás por un chico de apariencia mucho mayor.
—Y tú me llamas zorra —gritó Kate por encima de la música de Lil Wayne retumbando en los parlantes cercanos—. Tengo suficiente respeto por mí misma para hacer mis cosas en privado.
—Creo que está ida —murmuré, echándole una última mirada a la chica.
Ah, sí. Estaba jodidamente drogada. Esperaba que fuera su propia hierba y no porque alguien le puso algo en su trago. Así es cómo terminé en el tubo esa fatídica noche. Si no fuera por Kate, probablemente ya estuviera muerta... o embarazada de algún desconocido.
Kate miró a la chica y tarareó en señal de acuerdo. Continuamos nuestra búsqueda de Alice, pasando por una enorme barra donde un rostro familiar tomaba una botella de licor que estaba en un estante cercano.
—¡Benjamín, ¿qué demonios estás haciendo aquí?! —Kate siseó, golpeando a nuestro primo en el brazo mientras él soltaba un grito.
Él entrecerró los ojos en su dirección, tomando un largo sorbo de la botella transparente antes de dejarla en la barra.
—¡Te he estado llamando todo el día buscando a Alice! ¡¿Por qué no contestaste?! —dijo Kate.
—He estado ocupado —dijo él, encogiéndose de hombros, sus ojos chocolates oscuros entrecerrados por sus actividades extracurriculares diarias—. Estoy trabajando para el tío Aro ahora, así que tuve que hacer algunas cosas hoy. Y si ustedes fueran inteligentes, estuvieran trabajando para él también, ganando buen dinero. Especialmente tú, Bella. A menos que trabajar en la pastelería por el resto de tu vida es lo que realmente quieres hacer.
Miré con enojo a mi muy honesto primo, quien me dio una sonrisa perezosa y tomó otro trago de la botella. No era un secreto para nadie que no iba a ninguna parte en la vida, no mientras tuviera que cuidar de Alice y ayudar a mantener la tienda de mi abuela. Pero al diablo si alguna vez me rebajaba a vender drogas para mi tío. Ese sería un día frío en el infierno.
—¿Dónde está Alice? —pregunté con impaciencia, ignorando su comentario.
Él sonrió ante mi intento de ignorar su comentario y señaló con la cabeza hacia el rincón más alejado de la habitación.
—Ha estado hablándole a esa maldita planta por una hora. Creo que la vi besándose con ella una vez. —Se rio. Kate comenzó a gritarle a nuestro primo, llamándolo "maldito retrasado" mientras que yo rápidamente los dejaba atrás y me dirigía hacia donde Benjamín señaló.
Allí se encontraba mi pequeña hermanita bebé. Estaba hecha una bola con los brazos alrededor de sus rodillas, su rostro enterrado en la planta alta en maceta a su lado. Los largos mechones negros que normalmente mantenía perfectamente rizados colgaban flácidos y sin vida, cayendo alrededor de sus hombros con varios mechones cubriendo su rostro. Cada aliento que soltaba volaba uno de los mechones sin vida hacia un lado, para luego volver a caer. La sombra de ojos con brillos estaba corrido por todo su rostro, así como el delineador de ojos grueso y negro que usaba. Todavía llevaba puesto ese horrible corsé rosa y las botas de vaquero a juego.
—¡Alice! —siseé, la agarré por los hombros y la sacudí con firmeza. Su cabeza rodó hacia un costado y entonces regresó mientras gemía suavemente.
—¡Alice! ¡Despierta! La fiesta acabó. ¡Es hora de irnos!
Las piernas delgadas de Kate aparecieron a mi costado. Kate soltó un suspiro y se agachó para colocar su boca justo contra la oreja de mi hermana.
—¡Levántate, Alice! ¡El edificio está en llamas! —Kate le gritó al oído.
Los ojos nublados de Alice de inmediato se abrieron y comenzaron a moverse de un lado a otro con confusión. El pánico apareció en su rostro y tomé su mano fría, dándole un apretón para calmarla.
—No hay fuego —le aseguré, lanzándole una mirada molesta a una Kate sonriente—. Pero es hora de ir a casa. ¿Dónde está tu cartera?
No tenía sentido pedirle que explicara dónde había estado o por qué no había llamado o contestado su teléfono. Alice obviamente estaba ebria por la manera en que sus párpados se cerraban ocasionalmente y en que se mecía ligeramente en el lugar. No conseguiría ninguna explicación larga de ella en un futuro cercano.
—En el coche de Paul —contestó, apuntando con su pequeño dedo hacia la densa multitud.
Seguía la dirección en la que señalaba y noté al mismo tipo que la había recogido para su cita la noche anterior de pie entre el grupo de chicos que observaban a la chica ser follada por detrás, en cuatro.
Furiosa de que hubiera dejado a mi hermana sola, borracha en un rincón del sótano del infierno, crucé la habitación pisando fuerte, tomándolo del brazo. Él se dio la vuelta, con una cerveza en la mano, al parecer sorprendido y molesto por la repentina interrupción de la escena pornográfica real que estaba sucediendo frente a él.
—Necesito la cartera de Alice —exigí, obligando a que mi corazón redujera la velocidad—. Soy su hermana.
Había un millón de cosas que quería decirle a este imbécil, pero él tenía algo que le pertenecía a mi hermana e insultarlo probablemente no fuera a ayudar.
La mirada molesta abandonó su rostro y fue reemplazada por una sonrisa coqueta. Su mirada recorrió la corta longitud de mi cuerpo y fruncí el ceño ante la audacia de este chico, mirando a la hermana de su cita.
Colocando las manos en mis caderas, le di un firme, «No».
Él parecía confundido.
—¿No, qué? —preguntó.
—Lo que sea que esté pasando por tu cabeza. No. Ahora, ¿dónde está la cartera de mi hermana? Me gustaría salir de este agujero apestoso lo antes posible.
Él me dio una mirada larga y severa, entrecerrando los ojos color avellana ante mis palabras.
Llevando la cerveza a sus labios, se volvió a encoger de hombros.
—Me gustaría ayudarte, en serio que sí. Pero, como puedes ver, estoy un poco ocupado —dijo.
Y con eso, se dio la vuelta, ignorándome por completo. Se rio para sí mismo, su mirada de vuelta en la chica que había cambiado de posición. Estaba boca arriba y con las piernas abiertas frente al grupo, con el tipo mayor agachado entre sus piernas, lamiéndola.
Llegados a este punto, estaba lista para rendirme e irme a la mierda de Dodge. Me importaba muy poco si Alice alguna vez volvía a ver su cartera, su teléfono o lo que fuera que llevaba allí. Era hora de salir porque no podía soportar un segundo más de la guarida sexual de las Daniels. Caminando de vuelta hacia Kate, le dije que era hora de irse.
Ella asintió y las dos levantamos a Alice sobre sus pies, colocando sus brazos por encima de nuestros hombros. Se tambaleó un poco en sus botas y se tropezó contra nosotras mientras prácticamente arrastrábamos sus ágiles pies por la habitación.
—¡Quiero mi planta! ¿Puedo llevarme la planta, Bella? —Alice se quejó.
—No es tu planta, Alice. La planta le pertenece a la guarida sexual. Probablemente tenga diez enfermedades diferentes. Te darás un baño de lejía cuando lleguemos a casa. —Fruncí el ceño, arrastrando su pequeño cuerpo hacia las escaleras.
Fue jodidamente difícil subirla por las malditas escaleras, pero de alguna manera lo logramos. Estábamos a mitad del camino de entrada cuando ella comenzó a murmurar.
—Ese es el coche de Paul. Mi cartera está en el coche de Paul. Toma mi cartera, hermanita.
Mierda. Cuando Alice me llamaba así, provocaba cosas extrañas en mí. Me recordaba a nuestra infancia y el deseo de siempre defender y protegerla a cualquier cosa que la vida le lanzara. Cuando divisé el pedazo de mierda del coche de Paul estacionado precariamente en la entrada algo estalló dentro de mí y empujé a Alice a los brazos de Kate. Tiré de la manija del coche sin suerte.
Mirando alrededor del patio, noté un macizo de flores cercano con grandes rocas blancas que lo rodeaban. Me acerqué al macizo de flores y tomé una. El peso de la roca prácticamente me hizo caer de rodillas. Caminando de regreso al coche, noté a un tipo rubio, apuesto y ligeramente familiar cerca, parado junto a su camioneta, llaves en mano, mirándome con ojos azules muy abiertos. Era la única persona cerca.
—¿Hay algún problema? —pregunté, inclinando la cabeza hacia un lado.
Él negó con la cabeza y yo asentí.
—Bien —murmuré.
Entonces, moví mis brazos descuidadamente, soltando la roca. Voló a una corta distancia en el aire, estrellándose directamente en la ventana del pasajero.
Vi al tipo encogerse por el rabillo del ojo, pero lo ignoré. Metí la mano en la ventana rota y levanté los seguros manuales. La cartera de Alice se encontraba en el asiento trasero y la tomé, cerrando la puerta del coche detrás de mí. Kate estaba teniendo problemas para mantener de pie a Alice, así que rápidamente me colgué la cartera sobre un hombro y la ayudé.
—¿Necesitan ayuda para subirla al coche? —preguntó el chico rubio.
Ya me había olvidado de que se encontraba allí. Kate y yo intercambiamos miradas y nos encogimos de hombros. Caminó con nosotras hacia la camioneta, una expresión preocupada en el rostro mientras sus ojos se desviaban constantemente hacia Alice. Esto me pareció extraño, pero de alguna manera no me molestó. Él posiblemente conocía o era amigo de mi hermana. Me parecía un poco familiar...
Lo seguí mirando de reojo, tratando de averiguar de dónde lo conocía. Era muy guapo, con una sonrisa amistosa y ojos azules brillantes. Tenía ese típico cabello despeinado, rizado en la base de su cuello como casi todos los chicos de campo de por aquí. Una camiseta negra sencilla y unos jeans ligeramente desgastados y descoloridos adornaban su cuerpo delgado y atlético. Las botas de cuero marrón en sus pies estaban gastadas por los años de uso o trabajo duro. Busqué en mi cerebro de dónde conocía a este tipo, pero no se me ocurrió nada.
Llegamos a la camioneta y el tipo tomó el lugar de Kate sujetando a Alice de pie mientras ella desbloqueaba el coche y abría la puerta trasera. Los tres luchamos para meterla en el asiento trasero.
Finalmente, el tipo la colocó gentilmente sobre su hombro, tomando el asidero y subiéndose los dos en la camioneta. Con cuidado, la acostó en el asiento trasero, ella abrió los ojos cuando él tomó su cabeza con sus largos dedos y cuidadosamente la apoyó contra el suave cuero. Alice lo miró, sus ojos marrones profundos iluminándose y una hermosa sonrisa adornando su rostro.
—He estado esperándote —susurró, estirándose y tomando las mejillas de él en sus pequeñas manos.
Él se tensó visiblemente, su boca se abrió un poco mientras Alice continuaba mirándolo fijamente.
—Lo... Lo siento —tartamudeó él, colocando sus manos sobre las muñecas de ella y quitando las manos de su rostro—. No creo que te conozco. Debes confundirte con alguien más.
Alice frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No, eres tú. ¿No me conoces? ¿No me has visto antes? —dijo.
—No. Como dije, lo siento —se disculpó.
El rostro de él de repente palideció un poco mientras comenzaba a alejarse de mi hermana, bajando de la camioneta lentamente. Alice se sentó, sus ojos grandes repentinamente llenos de lágrimas.
—Bueno, yo te he visto. En mis sueños. Te he visto un millón de veces —dijo, las lágrimas acumulándose en sus ojos y cayendo por sus mejillas.
Ella comenzó a sollozar y el chico se tensó de nuevo, antes de dar un paso atrás. Alice dejó caer su rostro en sus manos, su cuerpo ahora temblando mientras lloraba. Dios, era patética. Avergonzada por sus acciones, sentí que ese era el momento perfecto para interrumpir.
—Mi hermana está borracha —le expliqué, ubicándome frente a él para cerrar la puerta del coche.
Esto hizo que Alice parara de sollozar mientras se arrojaba contra el vidrio y comenzaba a golpear sus pequeños puños en la ventana de vidrio polarizado. Cuando Alice comenzaba a hablar de sus sueños erráticos, me aterraba por completo, mayormente porque a veces se hacían realidad. Kate y yo intercambiamos una mirada. Kate corrió alrededor de la camioneta, se ubicó detrás del volante, y la encendió justo cuando yo me subí.
—Esperen... —dijo el chico, pasándose los dedos por el cabello mientras miraba a la oscura ventana detrás de la cual mi hermana estaba atrapada.
El tipo tenía una expresión desgarradora, como si quisiera decir algo pero no estaba seguro de sí mismo. Su hermoso rostro estaba contraído por la angustia. Remedié la situación cerrando de golpe la puerta de la camioneta mientras Kate retrocedía por la entrada.
—¿Cómo te llamas? —gritó en la ventana de Alice, finalmente saliendo de su trance.
Alice bajó el vidrio de la ventana, presionando su boca cerca de la pequeña abertura.
—¡Alice Swan! ¿Cómo te llamas? —gritó.
El chico palideció visiblemente.
—Jasper. Jasper Hale —murmuró.
Alice le sonrió con ojos vidriosos.
—¡Te amo, Jasper Hale! ¡Y no me hagas esperar de nuevo! —gritó.
El chico se quedó parado allí por un momento antes de retroceder lentamente, girar y apresurarse hacia la camioneta alta y gris junto a la que había estado cuando me vio lanzar una roca hacia la ventana de ese maldito coche.
—Mierda, creo que nos va a seguir —murmuró Kate.
Ella se metió en la carretera y pisó el acelerador, aterrorizando efectivamente a varios invitados de la fiesta hasta que se tiraron a una zanja cercana. Ella sonrió y les mostró el dedo del medio mientras avanzábamos, lanzando piedras detrás de nosotros.
—No puedes decir locuras como esas a los extraños, Alice —la reprendió Kate—. Asusta mucho a las personas.
—¡Él no es un extraño! —insistió Alice, dejando de mirar la carretera detrás de nosotras lo suficiente para mirar con enojo a la parte trasera de la cabeza de Kate—. ¡Lo he visto un millón de veces, tal como lo dije! ¡Ese es el chico de mis sueños! ¡Viene por mí... y una tormenta viene con él!
Las extrañas palabras de Alice quedaron flotando en el aire. La camioneta estuvo en silencio por un rato. Alice estaba perdida en su propia cabeza loca, pensando en el chico guapo que posiblemente nos estaba siguiendo. Kate miraba silenciosamente al frente, concentrándose en avanzar rápidamente por la carretera sin matarnos. Mi mente estaba ocupada tratando de recordar de dónde conocía a ese chico. Era de algún lugar reciente, su rostro seguía fresco en mi mente. Cuando finalmente recordé dónde lo había visto, me impactó como una tonelada de ladrillos. Di un salto en mi asiento, jadeando y tirando ansiosamente de un largo mechón de cabello marrón.
—¿Qué pasa? —preguntó Kate, su mirada nunca dejó la carretera frente a nosotras.
Echando un vistazo al asiento trasero, noté que Alice estaba absorta en su propio mundo, su rostro pegado al vidrio trasero mientras buscaba desesperadamente detrás de nosotras cualquier señal del chico que habíamos dejado atrás.
—Ese chico —susurré, mi voz mantuvo el nivel de Jason Aldean que sonaba en los altavoces—. Él era uno de los chicos con Edward y Garrett en la fiesta.
Sí, recordaba a Edward entrando a la fiesta en Birchwood con dos chicos más. Los tres parecían estrellas de rock, las chicas se babeaban por ellos y los chicos los miraban, impresionados por ellos. Garrett era uno de los chicos con Edward y el rubio lo reconocía como el otro. Los ojos de Kate se abrieron más y sabía que estaba preguntándose lo mismo que yo; ¿este tipo era un Cullen? ¿Quizás estaba relacionado con ellos de alguna manera? ¿Era amigos de ellos?
Un chillido ensordecedor me sacó de mis pensamientos y me hizo jadear y sobresaltar en mi asiento un poco. La camioneta se desvió un poco y Kate maldijo bajo su aliento.
—Alice, ¿qué diablos...? —Pero las palabras nunca salieron de mi boca.
Mientras me giraba en mi asiento para regañar a mi hermana menor, quien rebotaba y reía en el asiento trasero, vi un par de faros detrás de nosotras ganando velocidad rápidamente.
—¡Les dije que vendría por mí! —Suspiró soñadoramente, inclinándose contra el asiento, una mirada caprichosa en su rostro—. Es la tormenta lo que me preocupa —continuó con el ceño fruncido, mirando de mi rostro al de Kate a través del espejo retrovisor.
—Comenzó con ustedes. ¿Qué hicieron? Hicieron algo realmente estúpido, ¿o no? ¡Bella, no se supone que hagas cosas estúpidas! ¡Bella mala! ¡Cuando la tormenta llegue, todo se irá al infierno, y será todo culpa tuya! —Tenía un tono inquietante en su voz que me dio escalofríos.
Temblando, tragué saliva y evité la mirada de asombro de Kate, asintiendo en dirección a la carretera. Ella frunció los labios, pisó el acelerador, y dejó los faros muy atrás. Alice tenía razón. Se estaba formando una tormenta. Y pronto nos impactaría como un huracán... o un tornado.
¿Qué piensan de esta Alice?
Gracias por leer :)
