CXVI
Estaba nerviosa. ¿Cómo no estarlo? Si alguien fuese a enterarse de sus planes… Ya se imaginaba a su madre escogiendo las palabras más crueles posibles para describir no solo su físico, sino también sus decisiones.
Y aunque personas como Jason o sus amigas supiesen encogerse de hombros y seguir adelante, ella no era así. No, Chrissy era débil, condicionada desde pequeña a ser más, a ser… lo que fuese que su mamá desease de ella.
El fin del viaje se presenta como un alivio momentáneo.
—Este es, uhm, mi castillo —anuncia Eddie tras bajar del auto, dando pasos desgarbados, obviamente intentando disimular la vergüenza que le da vivir en un tráiler.
Chrissy, no obstante, no es lo suficientemente superficial como para juzgarlo por una razón tan tonta, así que solo sonríe y lo sigue hasta la puerta. Al chico le toma apenas un momento introducir la llave y abrirla; posteriormente, le indica con un gesto que pasase.
Ya dentro, Eddie cierra la puerta tras ambos y se dispone a limpiar algunos envoltorios de comida desperdigados por diversas superficies.
—Perdona el desorden. Uh, la mucama se tomó la semana libre.
Es un chiste, mas Chrissy está demasiado nerviosa como para comentar al respecto. En su lugar, pregunta:
—Tú, uhm… ¿Tú vives aquí solo?
—Con mi tío —le responde Eddie mientras arroja los desperdicios a un basurero—. Pero, uh, el trabaja de noche en la planta. Ya sabes, para traer el pan a casa.
—¿Cuánto tiempo tarda? —Las palabras se le escurren atropelladamente.
—¿Perdón? —Eddie aparta la vista del gabinete cuyo interior está ahora revolviendo.
Chrissy inhala profundamente y baja los brazos a los costados en un intento de relajarse.
—La ketamina. ¿En cuánto hace efecto?
—¡Ah! Pues, mira, depende de si la inhalas o no —explica él con tranquilidad—. Uh, si lo haces, entonces sí, es bastante rápido —añade con una sonrisa que parece tener la intención de calmarla mientras destapa un recipiente de metal; al ver su interior vacío, hace una mueca—. Ay, mierda.
—¿Estás seguro de que la tienes? —inquiere Chrissy, sus nervios a flor de piel.
—No, no, no, la tengo —responde él sin dudar, devolviendo el recipiente a su sitio—. Uh… En algún lado —añade con expresión confundida—. Eh… —Parece recordar algo y le da la espalda, caminando por el pasillo hacia el fondo del tráiler—. Perdón por tardar, corazón. Eres hermosa.
Las últimas palabras la desconciertan:
—Uh, Eddie, ¿hay alguien más aquí? Porque si molesto…
—¡No, no, nadie! —escucha que le dice él con una risa nerviosa—. Solo mi guitarra.
La respuesta no la convence: ¿y si en realidad hay alguien más? Alguien que luego pueda esparcir rumores sobre ella…
Decidida a enfrentar la situación, camina por el pasillo que conduce —ahora lo ve— al cuarto de Eddie. Y lo encuentra arrodillado frente a sus cajones, la guitarra colgada en la pared encima de estos.
—Entonces… ¿si era tu guitarra?
Eddie se gira al instante, sorprendido de verla allí. Chrissy ya está por disculparse, mas él tan solo se encoge de hombros.
—Bueno, te dije que tocaba la guitarra.
—Sí, pero no que le hablaras —retruca ella.
Por un momento, Eddie parece quedarse sin palabras. Ella tampoco dice nada. Se miran el uno al otro por interminables segundos y…
… terminan echándose a reír.
Aún están riendo cuando Eddie se pone de pie y se sacude los pantalones.
—¿Sabes? Pareces una chica muy genial, y me estoy preguntando…: ¿realmente quieres consumir? —Chrissy siente que su sonrisa desaparece de su rostro—. Porque, este, tal vez, se me ocurre, es bastante raro que alguien como tú quiera esto… Al menos, no eres como mis clientes usuales.
—¿Alguien como yo? —murmura Chrissy con el ceño fruncido.
—Alguien que lo tiene todo —explica Eddie.
Aprieta los labios y replica:
—No lo tengo todo.
Lejos de ofenderse o intentar contradecirla, Eddie tan solo ladea la cabeza, sorprendido.
—¿No?
—No. —Eddie no se lo pregunta, mas su mirada lo hace por él; antes de considerar dónde y con quién está, las palabras brotan de su boca sin parar—. Como te dije antes, siento… Siento que estoy enloqueciendo. Y… Y bueno, creo que es tonto que venga a tu casa y termine contándote mis problemas, así que, si me das la ketamina…
—¡Oh, no, para nada! —la interrumpe él, agitando las manos en un gesto conciliador—. Si quieres hablar, yo te escucho.
Por un momento, Chrissy guarda silencio. Eddie le ofrece una sonrisa tímida y da un paso hacia el costado, ofreciéndole su diminuta cama a modo de asiento en un gesto silente.
Chrissy se lo cuenta todo: sobre las expectativas de sus padres —en especial su madre—, sobre la manera en que se siente de manera permanente sobre una cuerda floja, a punto de decepcionar a todos los que la rodean…
Eddie no dice nada durante un largo rato y, de pronto, Chrissy empieza a dudar de su decisión de revelarle tanto de sí. Cuando siente que ya no puede soportar el silencio, se pone de pie.
—Perdón, no debí…
Rápidamente, pero con suavidad, Eddie sujeta su mano.
—Por favor, siéntate —le pide.
Con labios trémulos, Chrissy así lo hace. Eddie habla entonces, sus palabras teñidas de un tono incierto:
—¿Puedo… decir algo?
Ella se limita a asentir; no se siente capaz de hablar ahora mismo.
—Bueno, suena como que te presionan demasiado.
—Sí. —Suspira, sintiendo que un peso se le ha quitado de encima—. Sí, lo sé, y ya no sé qué hacer para satisfacer sus expectativas: estoy desesperada.
—¿Tal vez no deberías, entonces?
Gira el rostro bruscamente hacia él:
—Si no soy capaz de hacer feliz a mi propia madre, ¿no significa eso que soy una decepción?
—Uh, ¿no? —Le ofrece una sonrisa triste a la par que lleva una mano a perderse en su melena—. No creo que le debas nada a nadie. Estoy seguro de que cualquier persona te diría eso.
Chrissy sacude la cabeza.
—Jason me dice que está bien que lo haga, que me esfuerce…
—Ah, perdón. —Eddie pone los ojos en blanco—. Debí especificar: cualquier persona decente.
Intenta en vano detener la risa que se le escapa. Aun así, pronto se recupera y dice:
—¡No hables mal de mi novio!
—Eh, sin ofender, pero ¿recuerdas lo que dije, que eres una chica genial? —Ella asiente, y siente que sus mejillas arden ante la forma despreocupada en que él repite tamaño cumplido—. Bueno, no sé qué haces con ese tipo. ¿Es su cabello? ¿Es eso? —Presiona su barbilla entre los dedos, una expresión tan pensativa que raya en lo teatral en su rostro—. Porque se nota que está bien cuidado, le concedo eso. No es como mi melena, ¿de acuerdo?, pero no todos pueden ser yo, así que…
Una risotada se le escapa esta vuelta y, como sabe que las palabras no cooperan con ella ahora mismo, golpea su hombro de manera juguetona. Esto no hace más que hacerlo reír también.
—Ey, ¡hablo en serio! —insiste una vez que su risa cede lo suficiente—. Deberías ponerte a ti misma primero.
Ante sus palabras, Chrissy siente una súbita calidez anidar en su pecho. Apoya las palmas de las manos en el borde de la cama, sus dedos hundiéndose en el colchón para intentar controlar lo que siente, y le ofrece una sonrisa tímida al chico a su lado:
—¿Sabes? Tú también pareces un chico muy genial.
—¿Yo? —Presiona su índice contra el pecho, sorprendido—. Oh, no, soy terrible.
—¿Eso piensas? Porque pareces muy… amable. Muy buena persona.
Una mueca desfigura el rostro de Eddie.
—Eh, ¿recuerdas que te traje aquí para venderte droga? Sí, bueno, eso.
—Pero yo te lo pedí.
—Sí, supongo —otorga él—. Pero estoy fomentando un vicio bastante feo y…
—Eddie. —Es ella quien lo interrumpe ahora—. Sé… Sé por qué lo haces.
Y es que es obvio: Eddie vive en un tráiler con su tío, un tío que a altas horas de la noche está trabajando en la planta, porque las horas nocturnas se pagan un poquito mejor.
Eddie carraspea y aparta la vista; a Chrissy le parece atisbar un sonrojo en sus mejillas, mas supone que debe ser la tenue luz del cuarto jugándole una broma.
—Okay, no puedo dejarte pensar que soy bueno. A ver, ¿de quién puedo hablar mal? Ya me dijiste que Jason es un no-no. —De improviso, chasquea los dedos y voltea el rostro para mirarla nuevamente—. Ya sé: de Angela.
Ese nombre sí que la toma desprevenida, en especial porque hasta ese momento había pensado que solamente ella —y tal vez Jane, su compañera— han notado su verdadera personalidad.
Eddie, no obstante, malinterpreta su expresión atónita y murmura:
—Ups, perdón: es tu amiga, ¿no es así?
—No —niega ella algo más tajantemente de lo necesario.
—Oh. Qué bueno. Porque en serio no pude evitar alegrarme cuando supe que Jane le rompió la cara.
Chrissy se queda boquiabierta ante esta información.
—¡¿Que Jane hizo QUÉ?!
—Bueno, aparentemente el rumor es que Jane acusó a Angela con un profesor por hacer desaparecer su cuaderno. —Chrissy siente que la sangre se le hiela al oír esto—. Y Angela, por su parte, decidió hacer todo un espectáculo en la pista de patinaje del centro comercial: ella y varios de sus amigos humillaron a Jane, le echaron malteada en la ropa y se la pasaron burlándose.
»No sé los detalles porque no soy muy cercano a Jane, pero sí a varios de sus amigos: todos dicen que eso no es cierto, que ella nunca acusó a Angela con nadie. Y, bueno, tiene sentido: esa chica es callada, tímida; no la veo tratando de meter en problemas a nadie, ni siquiera para defenderse… Bien, en todo caso, esa era mi impresión hasta que le rompió la cara a Angela con un patín y se convirtió en mi heroína personal.
Chrissy guarda silencio. Al notar que la anécdota que ha narrado con claros fines jocosos no tiene éxito, Eddie esboza un rictus:
—Uh, ¿fue demasiado? Tal vez bromear sobre la violencia estuvo de más…
Pero ella no puede decir nada más que estas palabras:
—Eddie, creo que cometí un error.
Cuando termina de contárselo, Eddie la mira con los ojos desmesuradamente abiertos.
—Ay, mierda.
—¿Crees que debería disculparme? —le pregunta ella.
—Uh, yo no voy a imponerte expectativa alguna —le recuerda él, negando con la cabeza—. Tú haz aquello con lo que estés cómoda.
Chrissy asiente, decidida.
—Lo haré. Pero… voy a decirle a Jason lo que pasó, pues Angela es su amiga y lo que hizo no estuvo bien; creo que él debe saberlo.
—Este, nuevamente sin ánimo de ofender…, no creo que él se ponga de tu lado.
—Eddie, él es mi novio —le recuerda ella.
—Tu novio es un chico popular que vive juzgando a los demás y creyéndose superior a ellos —señala el chico con tono frustrado.
—Okay, puede ser así, lo sé, pero tiene un buen corazón, te aseguro.
Eddie no dice nada por un momento.
—Espero que tengas razón —musita al fin, poniéndose de pie y ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse—.Ven, Chrissy; es tarde, te llevaré a tu casa.
—Pero… la ketamina…
Eddie niega con la cabeza, una sonrisa cansada en su rostro.
Por alguna razón, ese gesto sin palabras hace que lágrimas asomen a su rostro.
—Gracias —le dice, tomando su mano.
—No hay de qué —le asegura él—. Estoy aquí cuando lo necesites.
Y, de alguna manera, en lo profundo de sí, Chrissy comprende que no se refiere a sustancia alguna.
