Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a J. Johnstone y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.


Tres

Cuando se acercaron a los guardias de la puerta de salida de Newcastle, el escocés presionó sus labios cerca de la oreja de Candy, provocando un extraño cosquilleo en todo su cuerpo.

—No hables—, ordenó.

Normalmente, ella habría protestado ante su orden, pero decidió que no crearía ningún problema cuando tenían prisa.

—Tenemos que partir de Newcastle—, le dijo Anthony al guardia que se acercaba.

El hombre miró a Candy y Anthony. —A tu llegada, dijiste que te marcharías de Inglaterra. Es más, la carta otorgada por el rey Eduardo te concede permiso para salir, no para entrar—. El guardia desenvainó su espada y adoptó una postura defensiva. Candy se puso tensa por la aprensión, pero Anthony permaneció quieto detrás de ella.

—Eso es bastante cierto—, respondió Anthony con un suspiro exagerado. —Pero el rey Eduardo también me ordenó que me casara con Lady Candice Whyte, a quien ves sentada frente a mí. Cuando fui a su casa, su padre, el barón Whyte, estaba muy angustiado porque ella había desaparecido. Parece que la muchacha no quería casarse con un escocés feo como yo, así que se escapó. La encontré aquí y ahora debo, por orden de tu rey, llevarla de vuelta con su padre para casarme con ella.

La mentira fue tan suave que el estrés de Candy disminuyó y exhaló un aliento que ni siquiera sabía que estaba conteniendo.

El caballero se rió ante la explicación de Anthony, pero luego pareció ponerse serio. —¿Cómo sé que el rey Eduardo te ordenó que te casaras con la hija del barón Whyte?

Detrás de ella, Anthony se movió por un minuto y luego se inclinó y le entregó la orden escrita del rey Eduardo. —Verás que el decreto está firmado y sellado por tu rey—, dijo Anthony con tranquilidad.

Mientras el caballero leía, Candy consideraba lo que estaba a punto de ocurrir. Iba a casarse con un hombre al que no conocía y a quien ciertamente no amaba. Era exactamente el tipo de matrimonio que ella no había deseado, uno nacido no del amor sino de la necesidad. Ni siquiera conocía a Anthony lo suficiente como para decidir si pensaba que era un hombre al que podría amar con el tiempo, pero no tenía más opción que casarse con el extraño que tenía presionado con fuerza y calor contra su espalda. El laird de ojos azules y cabello rubio aparentemente no necesitaba una esposa con una opinión o con carácter. Se giró para mirar a Anthony Andley, el laird del clan Andley, y él ni siquiera desvió la mirada hacia ella, simplemente mantuvo sus ojos inmóviles y fijos en el guardia.

Ella lo estudió durante un momento. Era un hombre muy atractivo aunque no al estilo de un inglés tradicional. Su cabello dorado le rozaba el cuello y una sombra de barba incipiente cubría su fuerte mandíbula. No parecía nada refinado, sino más bien duro y musculoso, como si pudiera matar a un hombre de un solo golpe. Y su apariencia no engañaba: era un guerrero, como ella lo había visto con sus propios ojos.

Seòras era el hombre más alto que había conocido en su vida, pero Anthony era más alto y ciertamente más delgado. A Seòras le gustaba su cerveza y, como era un cervecero experto, bebía mucha y tenía un poco de panza. Por la sensación del duro estómago de Anthony contra su espalda, no debía beber mucha cerveza. Miró hacia adelante una vez más. La verdad de Dios, recargarse contra Anthony era como recargarse contra una roca. El brazo musculoso que envolvía su cintura la hacía sentir alternativamente segura y atrapada. Y sus grandes manos… Ella echó un vistazo mientras él hablaba con los guardias. Su mano estaba extendida sobre su vientre, que de repente se agitó cuando sus mejillas se calentaron. Era indecente la forma en que la abrazaba, pero pensó que podría haber estado tratando de protegerla; sin embargo, si iban a casarse, tendría que hacerle entender que podía protegerse a sí misma. Seòras le había enseñado cómo hacerlo, después de todo.

El repentino crujido de las puertas de Newcastle al abrirse la hizo volver a la realidad. Tan pronto como pasaron y estuvieron lo suficientemente lejos de los guardias, Lachlann la sorprendió cuando movió su caballo junto a ella y Anthony, y se dirigió a ella. —¿Cómo es que la hija de un barón privilegiado sabe algo sobre las artes curativas?

La pregunta no la enojó, aunque le pareció un poco ofensivo que el escocés la considerara mimada y malcriada. Sin embargo, podía entender por qué le parecía extraño. —Mi madre conocía el arte de curar y me enseñó un poco antes de morir. El resto lo aprendí de una mujer mayor que vive justo fuera de los muros dorados de mi castillo. Ella no pudo evitar añadir la última parte.

Detrás de ella, podía oír la risa grave de Anthony, que la llenó de alegría. Así que su futuro marido tenía sentido del humor. Ese era un buen comienzo. Animada, prosiguió. —Cuando me cansé de que mi amado padre me mimara, decidí ayudar a otras personas a las que a él le encantaba mimar con palizas periódicas—. Levantó las cejas hacia Lachlann, segura de que se había expresado con claridad y lo desafió a preguntarle más.

—Eres atrevida para ser una Sassenach—. Su tono tenía un dejo de sorpresa.

—Bueno, soy mitad escocesa, así que tal vez mi audacia venga de esa línea de sangre—, ofreció como una especie de rama de olivo de amistad.

—Sí—. Él sonrió. —Estoy seguro de que tienes razón—. Con eso, Lachlann movió el caballo que los transportaba a Tòmas y a él delante del que montaban Anthony y ella.

La mano de Anthony se movió contra su vientre, sus dedos rozaron peligrosamente la parte inferior de sus senos. Su cuerpo se estremeció. —Lo hiciste bien, Candy.

El calor consumió su pecho y vientre y la hizo moverse a medida que se extendía a través de ella. ¿La necesidad de su respeto la hacía sentir tan extraña? —Gracias—, murmuró.

—De nada. Ahora, deja de moverte—, exigió, su cálido aliento abanicando el lóbulo de su oreja.

El placer de hacía segundos desapareció. Él daba órdenes como siempre lo había hecho su padre. —Entonces afloja tu agarre—, espetó ella.

—¿Por qué?—, bromeó suavemente. —¿Mi toque enciende un fuego de deseo dentro de ti?

—¿Un fuego?—, preguntó, con voz temblorosa. Era cierto que la forma en que el hombre pasaba de frío a caliente en su tono hacía que sus pensamientos se descontrolaran. Y sus dedos... rozaron sus costillas de un lado a otro, haciendo que su corazón latiera tan rápido que le costaba controlar su respiración. De repente, sus dedos se detuvieron y presionaron su carne una vez más.

—Deseo—. Sus palabras salieron en voz baja y ronca.

Ella se quedó quieta. ¿Cómo lo había sabido? ¿Cómo no lo había sabido ella?

Su cuerpo se estremeció con una risa reprimida. —Nunca has experimentado el deseo, ¿verdad?—, preguntó mientras abandonaban el camino en el que se encontraban, sacándolos de la vista de los guardias. Miró hacia atrás y captó una mirada de suficiencia en los gélidos ojos azules de Anthony. Ella puso rígida la columna y lo miró fijamente. —Preferiría no hablar de eso ahora—, murmuró, mientras una ardiente mortificación le quemaba las mejillas.

Él asintió con la cabeza en señal de acuerdo. —Probablemente sea lo mejor. Y luego, sin decir una palabra más, chasqueó la lengua y su corcel salió al galope. Delante, el caballo de Lachlann hizo lo mismo. Supuso que la bestia podía percibir el cambio de ritmo del otro animal.

El viento le azotó el pelo en la cara y le atravesó el vestido. Ella se estremeció pero pronto empezó a temblar y apretar los dientes en un esfuerzo por controlarse. Se acercaron al final del camino, acercándose al castillo de su padre. Estaba a punto de decírselo a Anthony cuando él tiró de las riendas y desaceleró su caballo hasta detenerlo. Delante de ellos, Lachlann aminoró la velocidad de su caballo y se volvió para mirarlos. Sin hacer ruido, Anthony levantó una mano y le hizo un gesto a Lachlann para que se diera la vuelta. El hombre obedeció de inmediato sin cuestionarlo. A Candy le castañeteaban los dientes en el silencio mientras reflexionaba sobre esto. ¿Esperaría Anthony la misma obediencia ciega de ella que aparentemente obtenía de sus hombres?

Antes de que ella pudiera pensar más en ello, habló. —Te estás congelando—, dijo, moviéndose detrás de ella. Su brazo la soltó y luego ambas manos la rodearon mientras la acercaba tanto a él que ella podía sentir el latido de su corazón a través de la fina tela de su vestido. En el instante siguiente, una tela pesada fue colocada sobre sus piernas y metida detrás de su espalda y debajo de su barbilla. Ella miró hacia abajo para ver el tartán que él había estado usando, y sus ojos se abrieron de par en par mientras estiraba el cuello para mirarlo.

Ella jadeó mientras su mirada se fijaba en sus piernas desnudas. No llevaba nada más que una túnica larga. —¡No puedes andar por ahí así! Estás desnudo.

Él sonrió. —Te aseguro que no lo estoy. Si quieres verme desnudo…

Él estaba tratando de provocarla. Ella negó con la cabeza. —No.

Él la miró fijamente como si estuviera tratando de leer sus pensamientos. —Sabes que me deseas.

—No sé nada sobre el deseo—, espetó ella, aunque sospechaba que él tenía razón y que el extraño sentimiento que había estado provocando en ella era efectivamente lujuria.

—No está mal que me desees. Yo también te deseo a ti—. Dijo esto último como si ese hecho le molestara, pero habló de nuevo antes de que ella pudiera considerar el motivo. —Es la verdad. Esto hará que el matrimonio sea más placentero para ambos.

—¿Quieres un matrimonio placentero?—. Si así fuera, al menos eso sería algo. Muchos hombres sólo querían una esposa que les diera bebés y cumpliera sus órdenes.

Él se encogió de hombros. —Poco importa lo que yo quiera. Debemos casarnos por los deseos de nuestros reyes, y así lo haremos.

—A mí me importa lo que quieras—, dijo. —No deseo tener un marido que me trate mal.

—No trato mal a nadie—, respondió con voz ronca. —Simplemente haz lo que te digo, mantente fuera de mi camino y viviremos en paz.

Ella apretó los dientes. —¿Entonces quieres una esposa sin opinión que obedezca cada una de tus órdenes?

—Una esposa debe escuchar.

Su tono duro e inflexible la irritó. —Lo que tú quieres es un perro, no una esposa—, refunfuñó.

—Tienes ideas extrañas sobre el lugar de una mujer, Candy.

Tal vez las tenía, pero su madre solía contarle historias todas las noches sobre sus hermanas que se habían casado por amor y lo maravillosas que eran sus vidas. Candy quería eso. Había anhelado una familia feliz desde que tenía uso de razón, y sabía en lo más profundo de su ser que la clave para lograrlo era el amor. Un marido tenía que amar a su esposa, o al menos ser capaz de amar, a diferencia de su padre. Ella se quedó quieta, con el miedo creciendo en su pecho. Ni siquiera podía decir si Anthony era capaz de amar o no.

—¿Alguna vez has estado enamorado?—, espetó ella.

Él se sobresaltó por su pregunta. —Sí—. La palabra palpitó con un dolor reprimido que hizo que Candy instantáneamente sintiera curiosidad por lo que había sucedido y se sintiera completamente aliviada de que el pudiera sentir algo por otra persona con tanta profundidad. —¿Qué le pasó a la mujer que amaste?

—Ella murió—, respondió, las palabras se le atragantaron en la garganta.

Candy se mordió el labio al pensar en lo terrible que era perder a alguien amado. Nunca había estado enamorada, pero había amado mucho a su madre y la había perdido. —Lo siento mucho—, dijo débilmente. —¿Cómo murió ella?— A veces ayudaba hablar de ello. Al menos le había ayudado hablar con Seòras sobre lo injusto que fue el fallecimiento de su madre.

—Ella estaba enferma—, respondió, su voz como una ráfaga de aire frío. —No vuelvas a preguntarme por mi esposa. ¿Entiendes?

—¿Tu esposa?—. Ella jadeó, incapaz de controlar su reacción. —No sabía que habías estado casado antes.

—No había ninguna razón para que lo supieras—, dijo, su tono todavía frío como si sus palabras hubieran abierto una herida y ahora estuviera irritado. Ella luchó por encontrar algo que decir para tranquilizarlo cuando él chasqueó la lengua nuevamente y su caballo comenzó a moverse.

A lo lejos podía ver el castillo de su padre y sus pensamientos pasaron de Anthony a Seòras. Se aferró al muslo duro de Anthony antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Cuando sintió que los músculos se tensaban bajo su toque, lo soltó, con las mejillas enrojecidas.

—Necesitamos un plan para sacar a Seòras del castillo—, dijo, volviendo al tema que más necesitaba ser abordado.

—Ya tengo uno—, respondió con desdén.

Ella apretó los dientes e inhaló una respiración larga y constante. —Deseo ser parte del plan.

—Es mejor que aprendas ahora, Candy, que no siempre obtendrás lo que deseas—, dijo Anthony, deteniendo su caballo junto a unos árboles grandes donde Lachlann ya estaba ayudando a Tòmas a bajar del caballo. Anthony desmontó rápidamente y ayudó a Candy a descender. Una vez que sus pies tocaron el suelo, se volvió hacia él, su temperamento ardía porque él también parecía pensar que estaba malcriada y mimada.

—He aprendido muy bien que no siempre obtendré lo que quiero, pero en esto debo exigir.

Anthony negó con la cabeza, su mandíbula apretada en evidente determinación. —He hablado y eso es todo.

¿¡Eso fue todo!? ¿¡Él había hablado!?

Ella se alejó de él antes de decir algunas cosas poco propias de una dama. Había aprendido, al tratar con su padre de corazón duro, que a veces era mejor simplemente hacer lo que querías en lugar de pedir y que te lo negaran. Y ella quería ayudar a rescatar a Seòras. Tenía todo el sentido del mundo. Ella conocía el castillo de su padre y Anthony no.

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Puede ser que Anthony aún no conociera muy bien a Candice Whyte, pero sabía que ella estaba enojada. Cualquier idiota que pudiera verla lo reconocería por sus ojos entrecerrados y su intenso rubor. Además, ella se alejó rápidamente de él y tenía la espalda rígida y el pie tamborileando. Sabía que quería ayudar, pero la mejor manera en que podía ayudarlo era asegurarse de que él no se preocupara por mantenerla a salvo.

—Candy, date la vuelta—, le indicó. Cuando ella no se movió, él reprimió la molestia que amenazaba con desbordarse y decidió intentar un acercamiento más gentil. Ella no conocía las costumbres de las Highlands, después de todo. Tal vez no comprendía que se esperaba que siguiera su ejemplo sin necesidad de que se lo dijeran, pero dado su encuentro con su padre, sospechaba que Whyte había exigido obediencia sin cuestionamientos. Tal vez ese fuera el problema. Tal vez Candy pensó que él iba a ser tan cruel con ella como debió haber sido su padre.

—Candy—, volvió a intentarlo. Cuando ella no se volvió hacia él, decidió que no podía perder más tiempo. La agarró por los hombros y la hizo girar. Ella obstinadamente mantuvo la mirada baja. Él reprimió un inesperado deseo de sonreír. No estaba acostumbrado a que lo desafiaran y debería estar enojado, pero en lugar de eso, quedó impresionado por su valentía. Le pasó un dedo por debajo de la barbilla y le levantó la cara hasta que no tuvo más remedio que mirarlo. —Cuando te hablo, me gustaría saber que me estás escuchando. Especialmente cuando tu seguridad está en juego. ¿Entendido?

—Sólo porque no te miro no significa que no te escucho—, dijo. —Y ya te dije que quiero ayudar.

—Lo hiciste. Y la mejor manera en que puedes ayudar es quedándote aquí.

Ella lo miró con el ceño fruncido y negó con la cabeza. —Conozco el castillo.

—Y conoces a los hombres. Si tuvieras que matar a uno de ellos, ¿lo harías?—. Cuando sus ojos se abrieron y sus labios se separaron, él asintió. —Así que ya ves, serías un estorbo y no una ayuda—. Antes de que ella pudiera decir algo, se volvió hacia Lachlann, que había estado cerca, observando en silencio el intercambio.

—Manténla fuera del castillo—, ordenó Anthony.

Lachlann asintió. —La mantendré a salvo.

Anthony se dio cuenta por los sonidos burlones que provenían de Candy que ella tenía la intención de discutir, así que la detuvo antes de que pudiera empezar. —No—, afirmó con firmeza, su voz severa advirtiéndole. —Harás lo que te digo y te quedarás con Lachlann.

—No dije nada—, murmuró.

—Ibas a hacerlo.

Candy resopló.

Los pequeños indicios de cómo se sentía ella lo fascinaban. Tuvo que esforzarse para concentrarse en su tarea en lugar de preguntarse qué podría hacer ella a continuación. —Traeré a Seòras y a tu sacerdote…

Su frente se arrugó. —¿Por qué traerías al padre Andrew?

No había una manera cortés de decirle esto, así que simplemente dijo la verdad sin preámbulos. —Necesitamos casarnos y consumar el matrimonio lo más pronto posible.

Una expresión de asombro se apoderó de su rostro y se alejó un paso de él. —¿Qué?—, preguntó en un susurro ronco.

Lachlann se rió profundamente y Anthony lo miró con el ceño fruncido. —Atiende a Tòmas.

—Pero yo ya…

—¡Hazlo otra vez!—. Anthony cortó.

—Sí, Anthony—. Lachlann se dio la vuelta y fue hacia el árbol donde Tòmas yacía con los ojos cerrados.

Anthony miró fijamente a través de la oscuridad a esta mujer que iba a ser su esposa. Ella era una desconocida, pero él ya sabía que era valiente y leal, y no quería aumentar el dolor que suponía que ella ya había tenido que soportar.

Él dio un paso hacia ella y le tocó el codo. Su cuerpo temblaba bajo sus dedos. ¿Estaría a punto de desmayarse?

Ella lo sobresaltó y lo impresionó al apartarle la mano, alzando la barbilla desafiante y echando los hombros hacia atrás. —Ya que puedo decir que no es una necesidad profunda de mi persona lo que te lleva a apresurarme al matrimonio en tan sólo unas horas, supongo que la tierra sobre la que nos encontramos servirá…

La culpa lo punzaba por el entorno salvaje en el que tendría que tomar su virginidad, pero no había elección. El matrimonio necesitaba consumarse y él tendría que acostarse con ella lo antes posible. —No. Encontraremos un bonito trozo de hierba suave en alguna parte—, bromeó con la esperanza de aliviar la grave situación, pero su respiración brusca le dijo que no le hacía gracia.

—Qué considerado de tu parte—, replicó ella. —Supongo que sientes la necesidad de sellar el matrimonio antes de que huyamos.

El tiempo de las bromas había terminado. —A mí no me gustan las circunstancias más que a ti, Candy. Huiremos primero y luego nos ocuparemos de lo demás.

—Estás equivocado si crees que acostarte conmigo detendrá a mi padre si ha decidido desafiar al rey Eduardo.

—No creo que acostarme contigo detenga a tu padre, Candy, pero sin lugar a dudas te marcará como mía a los ojos de mi clan.

—¿Y tal a tus ojos, Anthony?—, exigió ella, su voz traicionando la ansiedad que la consumía. —¿Eso me hará oficialmente tuya?

Su mirada se deslizó sobre su voluptuoso cuerpo, apenas visible ahora en la oscuridad, pero podía recordar cada detalle, desde su largo y esbelto cuello hasta sus delicados dedos y su trasero redondo que se había presionado entre sus muslos sobre el caballo. Él se calentó instantáneamente. —Eres mía desde el momento en que consentí casarme contigo. Ahora dime, ¿dónde puedo encontrar a Seòras y al sacerdote?

Su mandíbula se apretó cuando exhaló y comenzó a hablar. —El sacerdote probablemente estará en la capilla cerca de los establos, que es donde probablemente también encontrarás a Seòras, trabajando para crear refugios temporales para los caballos. A menos que…—, vaciló, tragando nerviosamente. —A menos que mi padre lo haya atado al poste donde golpea a la gente y haya dejado a Seòras como ejemplo.

Las entrañas de Anthony se retorcieron con disgusto. —¿Tu padre hace eso con frecuencia?

—Sí—, susurró ella, su mano derecha encontró la izquierda y sus dedos se curvaron alrededor de su muñeca. Se frotó la piel como si recordara haber estado ella misma atada allí.

Anthony tuvo que tomar toda su determinación para no decirle que quería matar a su padre. Puede que odiara al hombre, pero seguía siendo su padre. —¿Dónde está el poste?

—En el patio cerca de la puerta principal.

Él asintió. —¿Qué puedes decirme sobre el castillo, en caso de que necesite entrar?

—Déjame mostrarte—, respondió ella, su voz era una súplica esperanzada.

Aunque tenía mucho sentido tenerla con él como guía, no podía soportar la idea de ponerla en peligro deliberadamente. Si no regresaba, Lachlann sabría que debía huir y llevarla a un lugar seguro. Anthony ni siquiera necesitaba decirlo, los escoceses se conocían muy bien. Habían crecido juntos y Lachlann era como un hermano.

—No—, dijo, asegurándose de que su tono no admitiera discusión. —Quédate aquí—. Se giró y se encontró con los ojos de Lachlann, comprendiendo lo que pasaba entre ellos. Anthony recuperó su espada de su montura atada y luego se dirigió a la noche negra para rescatar a Seòras y encontrar al sacerdote.

No le llevó mucho tiempo, ni siquiera a pie, acortar la distancia hasta el foso que rodeaba el patio exterior del castillo. El puente estaba levantado y las torres estaban vigiladas, lo que significaba que la única forma posible de entrar en el castillo era a través del agua oscura y con olor a rancio que llenaba el foso. Cruzaría la división desde el costado del muro, escalaría la empalizada de madera y atravesaría el patio para encontrar a Seòras y al sacerdote. Con suerte, no estarían en el castillo principal.

Anthony se agachó, oculto tras los árboles, y miró la empalizada, buscando el mejor lugar para escalar y contemplando cómo desviar la atención de los guardias de la pared. ¿Quizás otro incendio?

Justo cuando se decidió por la idea, el golpeteo de los cascos de los caballos llenó la noche silenciosa detrás de él, y de la oscuridad salió cabalgando su futura esposa, con la luna brillando sobre ella. Su rubio cabello brillaba a la luz de la luna, como el de una de las hadas del Castillo Andley. A decir verdad, parpadeó para asegurarse de que estaba viendo con claridad, pero sin duda era Candy, pidiendo en voz alta que bajaran el puente levadizo.

Mientras pasaba junto a él, una expresión de desafío apareció en su rostro mientras su tartán volaba detrás de ella y aterrizaba cerca de donde él estaba agachado. Mientras lo cogía y se lo ponía rápidamente, dos pensamientos chocaron al mismo tiempo: ella era valiente y hermosa, y la combinación era potentemente seductora y peligrosa.

Quédate aquí, le había dicho. Ella había asentido en señal de acuerdo, ¿no?

Trató de recordar el momento mientras se deslizaba por el costado de la zanja hacia las oscuras aguas del foso. Cuando se sumergió en el agua viscosa, le vino el recuerdo. Ella no había estado de acuerdo. No. Él tampoco había esperado a que lo hiciera. Él simplemente había asumido que ella escucharía. Esa fue la última vez que asumiría algo sobre la Sassenach.


Cla1969: È un piacere ritrovarti a leggere, spero che questa storia ti piaccia. Penso che Candy darà ad Anthony la sua giusta dose di problemi.

Luz Mayely Leon: Que bueno que la disfrutes.

Guest 1: Espero que la disfrutes

Marina777: Leagan es un gran malvado, y quiere a Candy por los beneficios económicos y de poder que le reportaría.

lemh2001: Me da gusto que te esté gustando esta historia. Desafortunadamente en la edad media los castigos corporales eran muy frecuentes.

gidae2016: Intentaré actualizar cada dos o tres días esta historia.

GeoMtzR: Seòras es el la traducción en gaélico de George, y en esta historia como en el anime siempre será un protector y consejero de los Andley. Candy es temeraria, hasta el punto de ser imprudente y eso la meterá en algunos líos. Espero que te guste esta historia.

Gracias a todos los que siguen leyendo esta historia y a los que siguen y la han agregado a sus favoritos: gidae2016, mcvarela y todos los que en diferentes latitudes continúan leyendo.