Capítulo 11
—¿¡Japón!? ¿Por qué te vas a Japón? —gritó Syaoran pasmado.
—Ya expiró la visa de trabajo de mi padre, —explicó Sakura con tristeza. —La universidad lo transfirió de vuelta.
—Pero, —dijo Syaoran, —no es justo. Yo… tú… Sakura, yo…
—Lo sé, —lo interrumpió. —Yo también te extrañaré.
Eso no es lo que él quería decir. Quería decirle todo lo que sentía con ella. Que su mundo tenía color gracias a ella. Que todo lo que sabía de lo que era el amor era por ella. Pero no podía decírselo. Eso les rompería el corazón a ambos. Solo le quedaba resignarse a que perdería a su mejor amiga, su confidente, y el amor de su corta vida.
Gracias por la velada, Sakura. Espero poder vernos pronto.
Hola novia, quieres hacer algo mas tarde?
Un mensaje de Syaoran y uno de Dai. Perfecto. Simplemente perfecto. ¿como mierdas me metia en estas situaciones? No había querido salir de mi casa ni contestar mensajes de nadie. Tenía mucho en que pensar. Dai me acababa de confesar sus sentimientos y yo habia aceptado darnos una oportunidad. Aun asi, algo no se sentia del todo bien. Y Syaoran…
Syaoran. Sólo el nombre envió una sacudida de emociones encontradas a través de mí. Ira, sí, pero también algo más, un sentimiento espeso y turbio que no podía captar del todo. La terapia no había ayudado. Los tópicos del terapeuta parecían vacíos contra el imponente muro de mi resentimiento. ¿Estaba exagerando? Tal vez. Pero una parte de mí, una parte magullada y aterrorizada, se aferró a esa ira, temerosa de dejarla ir, temerosa de lo que había debajo.
Un tirón satisfactorio desalojó otra hierba rebelde. Esta era justo la distracción que necesitaba para liberarlo todo. Kero estaba descansando cerca de la puerta de cristal. Entonces, el sonido de la puerta oxidada de la cerca al abrirse rompió la tranquila tarde. Me giré, hierba todavía en mano, para encontrar a Li Syaoran parado allí. No estaba con su equipo de batalla habitual, pero incluso con ropa informal, logró proyectar un aire de tranquila intensidad. Se me cortó la respiración y, por un momento, el único sonido fue el frenético martilleo de mi corazón.
—Hola, —dijo. —Toque la puerta pero nadie contestó. Escuché gritos ahogados y pensé que serías tú. ¿Estás bien?
¿Estaba gritando? Uff.
—Todo bien, —mentí. —Es un tipo de estiramiento nuevo. ¿Qué haces aquí? Pensé que tendrías guardia.
—Yo igual, pero siempre no me necesitaban y pensé que quizá estarías libre. ¿Te gustaria salir a caminar? Puedes llevar a tu peluche.
—Kero, —lo corregí rodando los ojos. —Este… si, ¿por qué no? Deja yo… —titubee un momento.
—Creo que te ves bien así, —dijo anticipando mis pensamientos, manos en sus bolsillos. Odiaba que hiciera eso. Se miraba tan apuesto. Rayos, no. Alto.
—Gracias, solo tengo que agarrar la correa de Kero y nos podemos ir.
A la mención de su correa, Kero comenzó a dar vueltas de la emoción. Entre y salí rápido y ahí estaban ambos esperándome. Le iba a sugerir a Syaoran ir al Parque Pingüino pero no sabía el horario de Dai y no me quería arriesgar a encontrarlo. Sabia que estaba mal ocultar cosas de mi novio pero no sabia si estaba lista para que Syaoran lo supiera aun. Opté por ir a un camino rodeado por árboles de cerezo, mis favoritos.
Caminamos uno al lado del otro, el silencio se extendía entre nosotros como una cuerda tensa. No fue exactamente incómodo, pero vibraba con una corriente subterránea que no pude identificar del todo. Un cosquilleo de anticipación bailó en mi piel, haciendo que me picaran los dedos. Cuando no pude resistir más, le lancé una mirada por el rabillo del ojo. Su cabeza se giró hacia mí exactamente en el mismo momento, y un sonrojo inundó mis mejillas tan caliente como el sol de la tarde. Kero, felizmente inconsciente del drama que se desarrollaba a su alrededor, saltó hacia adelante, con un diente de león blanco y esponjoso balanceándose alegremente en su pequeña pata.
—Disfruté la comida de ayer, —comentó Syaoran. —Lamento haberme tenido que ir. Espero no haberme perdido de mucho.
Lo que estoy tratando de decir es, ¿serias mi novia?
—No, nada, —conteste rapidamente.
Él me miró con sospecha, pero gracias a Dios no preguntó más.
—¿Salió todo bien con tu emergencia? —pregunte cambiando de tema.
—Si, todo bien. Tengo un pequeño con una enfermedad autoinmune y le dio pulmonía. Eso puede ser muy peligroso. Tuvimos que intubar. Hoy por la mañana estaba mejor.
Syaoran se veía cansado. ¿No había dormido por estar cuidando del pequeño? ¿Qué hacíamos afuera? Debería estar descansando.
Yo estaba por sugerir volver para que el descansara cuando un trueno nos hizo saltar a los dos, a mí más que a él ya que literalmente salte a sus brazos. Sentí una corriente eléctrica al estar en sus brazos, lo cual me causó saltar de lejos de él. ¿Que jodidos había sido eso?
—¿Estás bien? —pregunto viéndome extrañado.
—No me gustan los truenos, —respondí. En ese momento sonó otro, causando que saltara de nuevo con un pequeño grito, y fue acompañado de una tremenda cantidad de lluvia. —¡Rápido! ¡Hay que salir de la lluvia!
Kero escucho el comando y me jalo hacia la casa en contra de mi voluntad con Syaoran detrás de nosotros. Kero estaba asustado por los truenos también lo cual causó que corriera de manera más errática. Casi suelto la correa por la fuerza con la que jalaba pero Syaoran me tomó de la mano para ayudarme. De nuevo sentí esa maldita corriente recorrer mi cuerpo. Algo que no había sentido desde hace mucho tiempo.
Llegamos a mi casa con mucha dificultad pues la calle había comenzado a inundarse por el monzón. Ambos estábamos empapados y temblando del frío. Teníamos que cambiarnos o nos enfermariamos. Le dije a Syaoran que tenía ropa vieja de mi hermano que podía prestarle mientras metía la suya en la secadora. Dada la condición de la calle, no sería posible que el viajara en ese momento.
Corrí al cuarto de huéspedes por un cambio de ropa para Syaoran y después de entregarle la ropa, fui al mío a cambiarme. Estaba por ponerme la camisa nueva cuando sonó otro trueno haciéndome gritar. Syaoran llegó corriendo junto con Kero y me encontró en shorts y sostén. Ambos nos congelamos un momento antes de que yo volviera a gritar y le aventara algo.
—¡Perdón! —grito desde el pasillo. —Me asusté cuando te escuché gritar.
—Idiota, —murmulle sonrojada.
Al salir de mi cuarto, Syaoran estaba sentado sonrojado también. Me senté en el sillón opuesto a él y miré hacia la ventana. Parecía que nos quedariamos ahí un buen rato.
—¿Quieres ver algo en la televisión? —pregunte.
—Así está bien, —respondió. —¿Qué comiste hoy? —preguntó el de la nada.
—Atún, —dije extrañada. —No entiendo la pregunta.
—Solía preguntártelo todos los días, —explicó haciéndome recordar esos días en los que hablamos en cada oportunidad que teníamos y de cualquier cosa que podíamos. —Eso y la canción del día.
Yo sonrei.
—Es cierto.
—¿Puedo usar tu baño? —preguntó levantándose y caminando hacia el pasillo donde estaba mi cuarto.
—Claro, por el pasillo al fondo a la derecha, —explique justo cuando un trueno sonó causando que me sobresaltara un poco. Era un cobarde.
Me levanté para asegurarme de que Syaoran me había escuchado cuando vi la puerta abierta y él observando el cuarto.
—¡No! ¡¿Qué carajos estás haciendo?! ¿Qué te hizo pensar que estaba bien abrir esta puerta? —le grité.
—Perdón… yo… no sabia, solo escuche al fondo y…
—¡Largo! ¡No te quiero cerca de ese cuarto! ¡Fuera! —lo comencé a golpear en el pecho y con cada golpe el agujero en mi pecho crecía un poco más. Ni siquiera me di cuenta que él se había echado hacia atrás para evitar los golpes. Ahora estaba en el cuarto. En el cuarto que no había abierto en 3 años.
—Sakura, cálmate, —trato de sostenerme pero yo grite asustada.
El aire se volvió denso y pesado, un peso asfixiante presionando mi pecho. Cada jadeo superficial raspaba mi garganta en carne viva, una lucha desesperada por un único y precioso aliento. Las paredes parecían acercarse, los bordes de la habitación se encogían con cada latido de pánico. ¿Debería dejarlo ir? Quizás este sea el final... Pero un instinto profundamente arraigado, un destello de desafío, se encendió dentro de mí. No, aquí no. Así no. En el caos brumoso, un solo detalle atravesó la niebla: un osito de peluche polvoriento, con el único botón restante mirándome acusadoramente. Una oleada de náuseas me invadió y un grito primitivo salió de mi garganta, un sonido de terror puro y puro.
Caí al piso y Kero llegó corriendo a poner su cabeza sobre mi pecho. Eso no ayudó. Por primera vez, sentí la necesidad de quitarmelo de encima, su pelaje en mi piel me irritaba. Creí que le haría daño. Fue entonces que unos brazos fuertes me abrazaron. Me abrazo tan fuerte que por mas que lo pelee, no me pude liberar. Lo golpeé, rasguñe, grité, sentí que moriría pero él no me soltó. El dejó que sacara todo lo que tenía adentro. El agujero quería matarme y moriría en brazos de Syaoran. Ese fue mi último pensamiento antes de perder el conocimiento.
