Tsukimigusa Oboro caminaba por el vacío pasillo del tercer piso durante aquella nublada mañana de un día viernes. Todo se hallaba muy tranquilo y en silencio. No duraría mucho, pues, dentro de una hora, todo el lugar se abarrotaría de estudiantes.

Cuando llegó al final del pasillo, Oboro se detuvo y, sin cambiar la neutra expresión que portaba, habló, en voz baja, pero de forma clara y entendible.

—Está hecho, Anna-sama. —dijo, tenía las manos cruzadas detrás de la espalda—. Les dije a sus compañeros del consejo estudiantil lo que usted me pidió.

Parecía estar hablando solo, pero no era el caso.

—Bien hecho, Tsukimigusa-kun. —respondió una voz femenina desde el aula que estaba a su derecha. Se trataba de Anna, su jefa—. Ahora sólo me toca observar. Sigue con tus funciones y no me busques lo que resta del día. Deja las llaves del instituto en mi casillero, que yo me encargo de cerrarlo hoy. —ordenó y ya no volvió a escucharse.

Sin acotar nada más, el obediente chico dio media vuelta y se alejó, rumbo a las escaleras que lo llevarían a la planta baja.

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—Este era el que me faltaba... —murmuró Tanukichi después de ojear el libro que acababa de sacar del estante frente a él—. Bien, estoy listo. —procedió a cerrarlo y, juntándolo con otro libro, fue a la caja para ser atendido.

Como la época de exámenes estaba cerca, Tanukichi se obligó a visitar la biblioteca más seguido. Si quería seguir en Tokioka junto a su amiga, Kajou Ayame; y a su amor secreto, Anna Nishikinomiya, debía mantener sus notas en lo más alto.

Mientras abandonaba el santuario de los libros, Tanukichi, de la nada, se sintió observado. Sin embargo, luego de echar un vistazo a su alrededor, pudo constatar que nadie lo miraba. Los pocos estudiantes que transitaban por ahí apenas y reparaban en su presencia.

Por un momento llegó a pensar que Anna estaba cerca. Podía sentirlo. Pero, al recordar que Anna, por primera vez en mucho tiempo, no había asistido a clases, el chico se dijo que la incomodidad que sentía era su imaginación. Según la información proporcionada por Tsukimigusa Oboro muy temprano en aquella hermosa, pero nublaba, mañana, Anna se encontraba "enferma".

El serio y confiable guardián manifestó su preocupación a los integrantes del consejo estudiantil sobre este hecho. Porque, a decir verdad, era muy raro.

Anna solía tener una salud de hierro. Nadie, ni siquiera Ayame, quien era su mejor amiga desde el primer grado, recordaba haberla visto sufriendo tan siquiera un resfriado. Era algo de que preocuparse.

Según Oboro, como no se sabía qué tipo de enfermedad era, las visitas a la morada de la presidenta estaban terminantemente prohibidas. No se quería poner en riesgo a nadie más. Si las potentes defensas de la joven fueron atravesadas por esa afección, entonces, ¿qué le esperaba a los demás?

Tras informarles, el agente de andrógina apariencia les agradeció por su trabajo en la institución y se marchó de la oficina del consejo estudiantil, dejando a Tanukichi, Ayame y Goriki aturdidos por lo que acababan de escuchar.

Volviendo al presente, más específicamente, a la biblioteca, Tanukichi se hallaba pensativo acerca del hecho de sentirse observado.

Pero, recurriendo a la lógica, el chico pensó que, en el hipotético caso de que Anna estuviera oculta en alguna parte, era imposible que se le acercara habiendo testigos en la escena. Lo último que ella buscaba era ser vista por toda esa gente mientras le entregaba su "amor" al chico.

Sin darle más importancia, Tanukichi siguió su camino, sin notar que, cerca de su posición y ocultos en la penumbra, un par de ojos, azules y brillantes, seguían sus movimientos. Se veían expectantes, muy despiertos, rebosantes de hambre y deseo.

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Como Anna estaba ausente, los miembros restantes del consejo estudiantil se hallaban más atareados que de costumbre. Por ende, Tanukichi tuvo que esperar hasta la hora del descanso para realizar algunas cosas que tenía pendiente; entre ellas, programar su PM para que éste realizara cierta encomienda.

Cuando el timbre sonó, Tanukichi salió disparado de su asiento. Sin esperar a nadie, tomó su bento y corrió hacia el patio. Tomó asiento en uno de los bancos desocupados y comenzó a teclear en el holograma que se desplegó de su platinado brazalete.

Unos cinco minutos después, Kajou Ayame entró a escena. Llevaba su bento en una mano y miraba a su alrededor con insistencia. Buscaba al chico de cabello castaño. Apenas lo tuvo en su rango de visión, fue hacia él.

Sin embargo, al ver lo que su amigo hacía, la joven frunció el ceño. No le gustaba aquello para nada.

—¿Otra vez esa función? —preguntó Ayame, mirándolo con reproche—. Ya te he dicho que es peligroso.

—Y yo te he dicho que confíes en mí —gruñó el castaño, sin detenerse. Ni siquiera la miró.

—Yo siempre confío en ti, compañero. —bromeó Ayame—. En lo que no confío es en esa función que intentas habilitar —masculló señalando el plateado brazalete del chico—. Es muy peligrosa y yo sé por qué te lo digo.

Tanukichi optó por no decir nada y siguió concentrado en lo que hacía. Sabía que, si hablaba sin pensar, llevaría las de perder. Debía tener cuidado, los argumentos de Ayame eran muy buenos. No recordaba haber ganado una discusión contra ella alguna vez. Fue por eso que llegó a la conclusión de primero conseguir su objetivo y luego, cuando su amiga no pudiera revertir lo irreversible, hablaría con ella.

Haciendo "click" en una serie de botones, el chico terminó de programar esa función que tanta desconfianza le producía a la pelinegra. Suspiró, aliviado, y cerró el sistema. Al levantar la vista, se encontró con la cara de reproche que Ayame lo dedicaba cuando hacía alguna estupidez.

—¿Por qué me miras de esa forma?

—Eso es porque nunca me haces caso, Okuma. —respondió ella con sequedad.

—¿Ahora me llamas por mi apellido? —preguntó el chico. Su expresión denotaba diversión al ver la molestia de ella—. Eso es nuevo.

—Yo sé lo que te digo. No confío en esa función de "No Molestar" que traen los PM. —gruñó la joven—. ¡Es un arma de doble filo!

"No Molestar", tal como su nombre lo indica, es una función que evita, a toda costa, cualquier tipo de interrupción, o distracción, al portador que la tenga activa.

Pero, exactamente, ¿de qué manera es que lo evita?

Simple. Dependiendo de cuánto tiempo se programe, el PM se desactivará por completo durante el lapso de tiempo establecido por el usuario. El PM estará ''muerto'' durante el tiempo que la persona haya programado con anterioridad. Sólo las funciones más básicas se mantendrán activas, como, por ejemplo, detectar palabras obscenas e indicar la ubicación exacta del usuario. Nada más.

No se podrán desplegar pantallas de ningún tipo, ni escuchar melodía o canción de cualquier índole. No se podrán activar juegos ni otras aplicaciones. Y, lo más importante, no se podrán enviar, así como recibir, mensaje alguno; así como llamadas ni videollamadas de ningún tipo. Cabe destacar que, una vez que se activa, es imposible desactivarla sino hasta que se cumpla el tiempo establecido.

Así era el poder de esta pequeña función que cada PM traía por igual.

—Kajou-senpai, creo que ya hemos hablado de esto —comentó Tanukichi, rodando la mirada—. Si lo hago, es porque ya viene la época de exámenes y necesito concentrarme. —Se encogió de hombros—. Además, ya tengo toda una semana usándolo para estudiar y mire; sigo en una pieza.

Ayame lo miró con el ceño fruncido y se cruzó de brazos. Hacía todo lo posible para contener su molestia.

—Eso no tiene nada que ver, ''Okuma'' —bufó—. Sólo piensa esto, ¿qué pasaría si yo tuviera que llamarte de emergencia porque te necesito para una misión de SOX?

—La hacen sin mí —respondió él como si fuera lo más obvio del mundo.

A la pelinegra le habría encantado borrar esa despreocupada expresión de la cara de su amigo propinándole un buen puñetazo. Pero se contuvo.

—Y, precisamente —prosiguió el chico—, una de las razones por las que lo hago es por su culpa, Kajou-senpai.

—¿Eh? ¿Mí culpa? —se hizo la ofendida; pero ya se hacía una idea de cuál era el motivo para hacer semejante acusación en su contra—. ¿Y por qué comportarte como un imbécil sería mi culpa?

Tanukichi la miró con los ojos entrecerrados. De verdad que esa chica podía ser una reverenda cara dura, además de grosera, cuando se lo proponía.

—Tus textos con doble sentido y las imágenes con significados ocultos (muy desagradables, por cierto) que siempre envías, ¿no te dicen nada?

Ayame empezó a silbar, mientras desviaba la mirada hacia otra parte.

—No sé de qué me hablas —masculló con falsa inocencia.

—Claro, ahora te haces la desentendida.

En ese momento, cortando la conversación de cuajo, el timbre sonó, indicando que el descanso llegaba a su fin.

—Y, ¿para cuándo lo programaste? —quiso saber ella.

—Para más tarde —respondió Tanukichi—. Se activará una vez que haya salido de clases. A partir de ese momento, quedaré incomunicado por cinco horas. —sonrió—. El tiempo necesario para estudiar tranquilo.

Ante su respuesta, Ayame no dijo nada. Sólo asintió y empezó a caminar junto a él, hasta llegar al salón de clases. No entendía muy bien por qué, pero, ese día, ella se sentía más intranquila que nunca con respecto al tema de "No Molestar".

¿Instinto? ¿Desconfianza? O, ¿tan sólo estaba pensando demasiado? No lo sabía, pero, como solía ocurrir unas poquísimas veces, Ayame, la chica que nunca se callaba, la que nunca se guardaba nada y siempre decía lo que pensaba —aún si esto iba en contra de las reglas y tuviera que sacar su teléfono rosa—, decidió no darle más vueltas.

Era como si algo le dijese... ¿Le dijese? ¡Por supuesto que no! Mejor dicho, "alguien" le "ordenara" no opinar sobre el tema. Era confuso explicarlo, pero tampoco era la gran cosa. O eso pensaba ella. Lo interpretó como que no quería seguir insistiendo y ya. No diría nada más.

«Ojalá qué sólo sea mi imaginación», pensó la chica, inquieta. De verdad, esperaba que aquél extraño, e incómodo presentimiento, fuera producto de su imaginación.