—Hasta mañana, Kajou-senpai —dijo Tanukichi cuando se bajaron del autobús.

—Hasta mañana, Tanukichi. —respondió ella—. Por favor, cuídate… y desactiva esa cosa. —ordenó.

El mencionado rio con ganas frente a la preocupación de su amiga.

—Aunque quisiera, ya no puedo y lo sabes. —Miró los platinados brazaletes en sus muñecas—. Ya terminaron las clases por hoy y ya no estaré disponible en las próximas cinco horas.

Ayame suspiró. Se veía resignada y cansada. No tenía caso seguir intentando.

—Está bien, Tanukichi. Tú ganas, al menos, por ahora. —le envió un guiño—. Pero ya sabes, después no digas que no te lo advertí⁓.

Tanukichi fingió que bostezaba ante su comentario.

—Lo peor que podría pasarme, Kajou-senpai, sería que me enviaras un chiste de los tuyos y, gracias a "No Molestar", no pueda leerlo. —sonrió—. Además de eso, ¿qué otra cosa podría pasar?

—Ja, muy gracioso. Nos vemos mañana. —Ayame se alejó en dirección opuesta.

El joven decidió hacer lo mismo y se alejó por el otro lado. Tranquilo. Confiado. Ignoraba que había algo que faltaba en su bolso.

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Anna abandonó su escondite para estirar brazos y piernas. Las sentía rígidas y entumecidas. Seguía en el instituto.

Llevaba demasiado tiempo oculta y, aunque no fuera precisamente una "humana normal", tener que pasar semejante cantidad de tiempo escondida podría causar algún desagradable efecto en su cuerpo. Tras estirarse y sentir como sus huesos, articulaciones y tendones regresaban a la normalidad; y como su sangre volvía a fluir con naturalidad, suspiró con aire deprimido.

Ese día tampoco había conseguido nada. Ni siquiera intentó perseguirlo. Sólo se dedicó a observarlo desde las sombras; oculta y paciente. Pero, exactamente, ¿para qué?

Últimamente, pensaba mucho en el hecho de que Tanukichi, no importaba cuán acorralado se encontrara, ni en qué situación ella lo tuviera, o incluso, estando atrapado y sin ninguna posibilidad de huir, al final, valiéndose de métodos que harían sonrojar a un escapista profesional, siempre conseguía escapar de ella. Lograba escabullirse de formas increíbles; carecían de lógica alguna.

Por supuesto, ella no podía quejarse mucho. La sola existencia de Anna rompía contra todo lo establecido por la naturaleza. Después de todo, ¿no era ella la chica más fuerte y poderosa de toda Tokioka? ¿No era capaz de hacer cosas realmente increíbles, maravillosas, impresionantes y... aterradoras? Ni siquiera el grandulón de Goriki podía hacerle frente a su desmesurada fuerza bruta.

La cuestión era que, aún con todas las aptitudes sobrehumanas que tenía, Anna Nishikinomiya, nunca tenía una oportunidad de atraparlo. Jamás conseguía ponerle las manos encima. Nunca conseguía una abertura, ni un descuido, nada. Nunca conseguía nada. Tanukichi tenía una especie de suerte, una barrera que no lo abandonaba y que evitaba, a toda costa, que la chica cumpliera con sus propósitos.

Era frustrante hallarse en una situación así. Sin embargo, ella no sospechaba, ni por asomo, que las cosas podrían dar un giro interesante. Ni en sus más profundas cavilaciones habría concebido semejante oportunidad.

Y todo había comenzado con un pensamiento matutino, uno que apareció durante la madrugada de ese viernes.

Eran las cuatro de la mañana cuando Anna se despertó con una idea en mente:

‹‹Si Okuma-kun desafía toda lógica para escapar, entonces, ¿también yo debería ser ilógica para obtener resultados?››, casi le gritó su mente, despertándola por completo. ‹‹De ser así, entonces, ¿qué debo hacer que no haría normalmente?››.

Y las respuestas, al igual que esas ideas, arribaron a su mente. Ella nunca, en todo lo que llevaba de vida, faltaba a la escuela; y ella nunca, desde que ocurriera lo del beso en el parque, hacía ya un año, había dejado de perseguir a Tanukichi.

Entonces Anna pensó en algo más: Debía ocultarse, esconderse y esperar. Pero… ¿esperar qué?

A decir verdad, desde su perspectiva, ésta última idea no tenía sentido alguno. Simplemente apareció y ya. Como si alguien, completamente ajeno al hilo de pensamiento que llevaba, se la hubiese susurrado al oído. ¿Lo más gracioso? Que decidió seguirla a rajatabla.

Cuando amaneció, asistió al instituto antes que cualquier estudiante, pero se encargó de que nadie lo supiera y que su subordinado, Tsukimigusa Oboro, hiciera público el ''Fake News'' de su enfermedad a los miembros del consejo estudiantil.

¿Por qué hacía todo esto? Ni ella misma lo sabía. Sólo "sentía" que debía hacerlo, sin más.

De alguna forma, esperaba que toda esta cadena de ilógicas acciones la llevara a tener una oportunidad. No entendía de qué forma lo haría, pero, esa oportunidad tenía que llegar. Debía llegar, porque sí.

Al meditar acerca de lo que había hecho desde esa mañana hasta ahora, que ya era poco más de las cinco de la tarde, la joven se dijo que habría sido mejor perseguir al chico como siempre; que ese cambio en la rutina fue algo innecesario. Ahí estaba, frustrada, sola y con la responsabilidad de cerrar el instituto porque se le ocurrió la brillante idea de hacer algo diferente a ver si funcionaba.

‹‹Todo fue una pérdida de tiempo››, se dijo, fastidiada. ‹‹El lunes volveré al ataque. ¡Sólo espérame, Okuma-kun! ››

Se estiró un poco más y se puso en marcha. Tenía que realizar la correspondiente ruta vespertina y ver si había algún terrorista de lo obsceno en el recinto, o cerca de él. Cuando terminara, debía cerrar el instituto hasta el día lunes.

Sintiéndose más ligera, empezó a caminar por los amplios pasillos de Tokioka.

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Tanukichi estaba por abrir la puerta de su casa cuando lo notó. Era la primera vez, al menos, en todo lo que iba de la semana, que sufría semejante sobresalto. Ni siquiera Anna, con todo y sus persecuciones, lo había exaltado tanto como lo estaba ahora. Acababa de notar lo que le faltaba. Los libros que tanto necesitaba se habían quedado en el instituto; probablemente en el salón de clases.

No sabía qué hora era, pero no le importaba. Debía regresar a como dé lugar. Era viernes y ya no asistiría al instituto sino hasta el lunes y tenía que estudiar.

Mientras sopesaba lo que ocurría, Tanukichi observó que, en la acera, un gato enorme —un siamés—, correteaba a un pequeño ratón de color gris. El roedor apenas y podía verse desde donde el chico se hallaba de pie, el segundo piso.

Cuando el pequeño ratón se dirigió a un agujero en la pared, y ya parecía encontrarse a salvo, el gato, saltando con rapidez, estirándose tanto como pudo, interceptó al pequeñín, atrapándolo entre sus garras y la dura superficie la acera.

Al ver la escena, Tanukichi sintió que el corazón le daba un vuelco y tuvo que desviar la mirada. Eso le había afectado más de lo esperaba. Volvió a centrar sus pensamientos en lo que realmente le importaba: recuperar esos libros.

Tomó una decisión. Iría buscarlos. Se dirigió nuevamente a la parada de autobús. Mientras corría, el chico miró hacia el cielo de manera distraída. Según su PM, eran las cinco de la tarde y, sin embargo, estaba tan nublado, que aparentaba ser mucho más tarde de lo que ya era. Tenía que apurarse. Pronto llovería, y lo último que necesitaba era atrapar un resfriado cuando tenía tantas cosas que hacer.

Ya en la parada, Tanukichi miró hacia la carretera sin dejar de pensar.

«Menos mal que Anna-senpai no asistió hoy...», pensó, sintiéndose algo culpable, pero no menos aliviado. «Sé que está enferma, pero, de no ser así, estaría muerto del miedo porque ella siempre es la última que se va y regresar ahora implicaría encontrarme con ella, a solas». Suspiró, sintiéndose más relajado. «Pero hoy es diferente. Sólo iré, tomaré los libros y me iré. Eso será todo».

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—¿Y esto? —se preguntó Anna, en voz alta, cuando entró a un salón y encontró dos libros de buen grosor que reposaban encima de una mesa. Supo de inmediato que eran de Tanukichi porque estaban impregnados con su olor—. ¿Por qué Okuma-kun los habrá dejado aquí? —dudó unos segundos—. Debo llevarlos a su lugar en la biblioteca.

Los tomó con una mano y se encaminó a salida. Pensaba que, tal vez, el castaño los había utilizado y luego olvidó devolverlos a su lugar, en la biblioteca del instituto.

Mientras caminaba por el pasillo, la chica se detuvo. Acto seguido, sus fosas nasales se expandieron con rapidez y olisqueó el aire cuál sabueso.

Ese aroma, esa esencia que ella conocía muy bien, flotaba en el aire. No estaba cerca, pero, si su nariz no se equivocaba, se hallaba dentro de los límites del instituto. Para estar segura, la chica se llevó el par de libros a su potente nariz. Asintió, convencida, el fuerte olor no provenía de ellos.

Ahora estaba segura, Tanukichi estaba nuevamente en Tokioka.

Pero, ¿y ahora qué? ¿Qué debía hacer ahora? ¿Debía correr? ¿Perseguirlo? ¿Darle alcance ahora que no había nadie cerca? Además, tampoco podía hacer las cosas tan rápido como quisiera, ella estaba en la planta alta y él estaba, según la intensidad del aroma que recibía, en la entrada principal. Más específicamente, entrando por los amplios portones de afuera.

Ni siquiera estaba adentro del edificio principal. Pero estaba muy segura de que pronto lo estaría porque se movía muy rápido en su dirección. Dentro de poco, el chico estaría dentro. Ahora sólo caminaba para entrar.

Si ella intentaba correr desde allí e interceptarlo en la entrada, él podría verla antes de que pudiera acercarse lo suficiente y prevenirse. No, ese movimiento no era una opción viable. Había mucho en juego y no podía desaprovechar lo que podría ser una muy buena oportunidad.

Debía hacer otra cosa. Debía calmarse, tenía que pensar en...

«Cálmate», esta palabra resonó en su cabeza con tal fuerza, que casi le hace caer.

—¡¿Pero qué...?! —chilló mientras se sostenía la cabeza con ambas manos. Los libros fueron a parar al suelo.

«Cálmate...», volvió a resonar en su cabeza. «Y, piensa...». Pronto, Anna se dio cuenta de que este tipo de pensamiento era el mismo que tuviera en la mañana. Sonaba igual a la idea ''incoherente'' de esconderse.

Era extraña, ajena. Como si alguien, desde afuera, le dijera lo que tenía que hacer. Pero, al mismo tiempo, no era así. Estaba segura de que era su mente quien, después de ver que su anfitriona solo realizaba acciones al azar, carentes de todo resultado, decidió tomar las riendas de la situación.

«Piensa, analiza y luego actúa...», animó la voz que sólo su mente podía procesar. «Vamos, ¿por qué ese chico volvería?», pensó. «¿No tendrá algo que ver con esos libros? ¿No son éstos SUS libros? Parece que se le olvidaron, ¿no? Pero, ¿por qué tomarse tantas molestias y venir hoy mismo? Espera, ¿qué día es hoy? ¿viernes? El consejo no tendrá actividades este fin de semana, por ende, el instituto permanecerá cerrado. No puedes desperdiciar dos días tan valiosos, ¿no crees? ¿Qué sería lo más lógico?».

—Okuma-kun olvidó sus libros. El fin de semana Tokioka estará cerrado para todos y, como tiene que estudiar, regresó hoy mismo a buscarlos o, de lo contrario, habría tenido que recuperarlos el lunes y eso es una pérdida de tiempo. —explicó Anna, sin pausas, con voz lacónica.

«¡Muy bien!», vitoreó ''la conciencia'' de Anna y la chica se sintió como si hubiera hecho una buena acción y estuvieran a punto de darle un caramelo en recompensa.

«¿Qué harás? Es una oportunidad brillante, ¿cierto? Era lo que buscabas⁓», apremió la voz, aguda, aterciopelada y sugerente.

«Todo un año persiguiéndolo sin descanso y, vaya ironía, él solito vino a ti... No lo arruines, Anna… no debemos arruinarlo. Recuerda que todo lo que piensas, todo lo que imaginas, todas y cada una de tus fantasías con ese chico son elaboradas por mí. Tenemos que ayudarnos para hacerlas realidad...»

—Está bien... —murmuró Anna. Esbozaba una mueca que no llegaba a sonrisa. De haberla visto alguien, se habrían llevado una muy fea impresión—. Esta vez los haremos bien.

Sin añadir algo más, Anna se giró y caminó de regreso por dónde había venido.