Tanukichi entró al salón de clases. Sonrió al ver que los libros, tal como los había dejado —uno encima del otro—, seguían en su asiento. Cuando estaba por tomarlos, un ruido, una especie de chasquido metálico, resonó por todo el lugar.
Su procedencia, y lo que sea que lo haya producido, eran un completo misterio.
«¿Qué fue eso», pensó.
Decidió quedarse muy quieto en dónde estaba. Si el sonido volvía a repetirse, comprobaría que no se trataba de imaginaciones suyas. Luego de unos segundos, se rindió. El extraño sonido no volvió a repetirse.
Decidió concentrarse y hacer lo que tenía que hacer: tomar sus libros y largarse de allí.
Los tomó y guardó en su mochila. Tenía un muy mal sabor de boca, pues sentía como el desasosiego crecía en él. En ese momento, un escalofrío le recorrió la espalda. Se dio la vuelta, pero, ni detrás de él, ni en la puerta del aula, había nadie. Pensó que se encontraría con alguien parado allí; tal vez alguien de cabello plateado y desproporcionado apetito sexual. Sacudió la cabeza y se encaminó a la salida. Sentía que estaba en peligro y que algo podría pasar en cualquier momento.
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Tanukichi se sintió observado mientras recorría el camino de vuelta a la entrada del edificio principal del instituto. Tenía la impresión de que, en cualquier momento, alguien, o algo, saltaría desde algún salón, o esquina, sorprendiéndolo para atacarlo; o algo así.
Pero nada ocurrió.
Tenía muy claro que estaba exagerando con su paranoia, pero no hallaba otra explicación a lo que percibía.
«Vamos, Tanukichi, sólo relájate», intentó convencerse. «No hay nada que temer. Sigue así y acabarás en algún manicomio».
Cuando llegó a la planta baja, Tanukichi reparó en su presencia. De pie en medio de la salida, cuyas puertas se hallaban muy bien cerradas con llave, estaba Anna Nishikinomiya.
Tenía la espalda apoyada en los amplios, e irrompibles, portones de cristal que cerraban el paso a cualquiera que quisiera entrar, o salir, de la institución. La chica se veía más tranquila de lo normal y sonreía, exudando confianza por cada poro.
—O-ku-ma-kun~ —canturreó ella con gozo.
Parecía disfrutar el desconcierto en la expresión del chico. Tanukichi retrocedió unos dos pasos, como un acto reflejo.
—A-Anna-senpai...
—La misma de siempre~. —le guiñó un ojo—. ¿Cómo estás, Okuma-kun?
—B-Bien, supongo...
—Oh, me alegra saberlo⁓. —suspiró ella.
Hablaba con mucha lentitud, con suavidad, saboreando cada palabra. Tanukichi sabía a qué se debía esto y eso lo aterrorizaba aún más. Con lo que hacía, Anna intentaba parecer sensual. De no haber estado más pendiente de localizar una salida, el chico habría pensado que ella lo estaba logrando.
—A-Anna-senpai... —al sentirlo, Tanukichi fue consciente de su estremecimiento y posterior escalofrío, más no dejó de mirar su entorno, intentaba concentrarse en localizar alguna vía de escape—. Creí que estaba...
—¿Enferma? —interrumpió ella—. Sí, si lo estoy. —se alejó de las puertas y, con calma, acortaba la distancia entre ellos con cada paso que daba—. Estoy enferma de amor por ti, Okuma-kun~
—A-Ah, ¿sí? —retrocedió tan lento como pudo. No quería provocarla y que aquella situación se tornara más complicada de lo que ya era—. ¿P-Por qué n-no hablamos, A-Anna-senpai?
—¿Hablar? —preguntó ella, ladeando la cabeza. Dio un paso más, provocando que el chico retrocediera otro poco—. Claro, ¿por qué no? Podemos hablar si quieres.
—E-Eh, sí. Hablemos, Anna-senpai. No tenemos por qué terminar en lo mismo de siempre, ¿verdad?
—Claro, estoy de acuerdo también. —esta vez, la chica abarcó otros dos pasos hacia adelante a un ritmo tan rápido que lo descolocó—. Podríamos hablar... —hizo una pausa para relamerse con calma—…y ver si esta vez colaboras y te entregas pacíficamente, Okuma-kun. —sonrió—. No quiero tener que recurrir a la fuerza y créeme cuando te digo que hoy llevas todas las de perder⁓.
Tanukichi sintió como su corazón daba un vuelco y su presión sanguínea tuvo un subidón. ¿Cómo pensó que lograría algo con el diálogo? ¡Era muy obvio que eso no funcionaría! Pero, al menos, lo intentó.
El chico ni siquiera pudo responder algo coherente. Sólo pudo tragar fuerte, mientras todo el color de su rostro desaparecía.
—Vaya, parece que todavía no entiendes, Okuma-kun. —prosiguió Anna—. Pues bien, te lo diré de forma que entiendas. —paso tras paso, la expresión de la chica se transformaba, provocando que el chico la mirara con pánico y retrocediera cada vez más rápido—. ¡Estoy loca por ti, Okuma-kun! —y, sin poder aguantarse más, se lanzó contra él a toda velocidad.
Tirando su bolso a un lado, el chico también comenzó a correr. Siempre fiel al pensamiento de que tenía que mantener su castidad costara lo que costara, Tanukichi haría todo lo humanamente posible por alejarse de ella.
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No tuvo que pasar mucho para que el chico se diera cuenta de que la entrada del instituto Tokioka no era lo único que se encontraba bajo llave.
Todas y cada una de las puertas de la planta baja —aulas, el salón de reuniones, los baños, la biblioteca y la oficina del director—, estaban cerradas a cal y canto.
Era como si, justamente, ese día, todo lo que estuviera al alcance de su mano estuviera cerrado.
Tanukichi esquivó a la joven en más de una ocasión. La chica estaba más motivada que nunca. Era como si sus aptitudes físicas sobrehumanas hubieran alcanzado un nuevo nivel. No eran buenas noticias.
Sin embargo, Tanukichi no se quedaba atrás. Desplegando una cantidad de habilidades que ni él mismo sabía que tenía, muy propias de quién se encuentra acorralado y se ve obligado a demostrar su verdadera fuerza para sobrevivir, el chico se las apañó para mantenerse fuera de su alcance.
Si ella quería atraparlo, tendría que hacer más que eso. No se dejaría agarrar tan fácilmente, daría pelea hasta el final.
Después de confirmar, muy a su pesar, que en toda la planta baja de Tokioka no había lugar alguno para esconderse, o posibilidad de escape, Tanukichi optó por buscar en el segundo piso.
Dobló en una esquina, pero no tenía intenciones de seguir por allí. Llevaba en Tokioka el tiempo suficiente como para saber que, por ese camino, no llegaría a ninguna parte. Era un pasillo sin salida. Pero, si quería buscar escondite en otro lugar, tenía que asegurarse de que la chica no le saltaría encima a la primera. Debía distraerla un momento y cambiar de dirección.
Al entrar a un pasillo, seguido muy de cerca por Anna, el chico frenó y se giró rápidamente. Podría decirse que lo había hecho tan rápido, que daba la impresión de haber realizado ambos movimientos al mismo tiempo.
Al ver que la chica, ágil y rápida como nunca antes, saltó para darle alcance, Tanukichi se agachó y la esquivó nuevamente pasando por debajo de ella como un bateador que corre a toda máquina y se barre para esquivar el guante del contrario, y llegar a la base.
Se incorporó de un salto y, por un momento, casi perdió el equilibrio. Trastabilló, pero no cayó. Claro que no. Aún no acababa. Aún no era el momento. No podía permitirse cometer errores. Tenía que seguir luchando.
Haciendo un gran esfuerzo, recuperó el equilibrio y siguió corriendo en dirección a las escaleras que conducían al segundo piso. No podía detenerse ante nada. Estaba seguro de que, tarde o temprano, encontraría una abertura y, como lo hiciera innumerables veces en el pasado, conseguiría escapar.
Claro que sí. Aún no era momento de rendirse.
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Casi todas las puertas del segundo piso estaban cerradas también. Aún quedaban algunas que no había revisado, pero, por los vientos que soplaban, el chico sospechaba que también estarían cerradas.
Y eso no era lo peor.
Lo peor era que comenzaba a sentir los vestigios del agotamiento. Llevaba demasiado rato en movimiento, derrochando energía y realizando más esfuerzo del que su cuerpo soportaba. Muy al contrario de Anna quién, sin haber bajado ni un poco su velocidad, le pisaba los talones con el mismo ímpetu del principio.
Cuando pensaba que ya no podría más y que su destino estaba sellado, una esperanza, una solución en forma de una puerta abierta, se manifestó ante a él. Sin tener que pensarlo mucho, el chico se dirigió hasta allá.
En ese momento, al dirigirse hacia aquella puerta, el chico tuvo la fea impresión de que algo no andaba bien. De que cometía un error; que no debía hacerlo.
Pero no había alternativa. Tanukichi no podía darse el lujo de poner en duda lo que parecía ser su única oportunidad de mantenerse, al menos, por un poco más de tiempo, en completa castidad.
Sin dudar, y alejando todo pensamiento fatalista de su mente, Tanukichi corrió con todas sus fuerzas en dirección a ese único lugar que tenía disponible: el cuarto de servicio.
—¡Okuma-kun! —chilló ella, con la lengua colgando, goteando saliva, y la mirada vidriosa y cargada de deseo—. ¡Hoy será el día! ¡El gran día! —y siguió, sin detenerse ni parecer agotada.
Las gotas de sudor que su piel rezumaba no eran precisamente por fatiga y de eso, Okuma Tanukichi, estaba más que seguro. La razón por la que la chica sudaba era otra.
«Está excitada», pensó con horror. «¡Por favor, no te acerques más...!».
Aquello tenía que ser una pesadilla. Sí, tenía que serlo. Seguro que aún estaba acostado en su futón, cómodamente envuelto en sus cobijas.
Cómo si fuera verdad.
Anna se acercaba un poco más cada vez y él sólo debía correr, sólo debía seguir avanzando y continuar su camino. Todo se resumía a evitar que aquella maniática obsesiva le pusiera las manos encima.
Al vislumbrar la puerta abierta de la dichosa habitación, el chico sintió una repentina descarga de adrenalina que lo impulsó a correr más rápido. El aumento de velocidad fue tan repentino y espontáneo, que su perseguidora, atónita, se quedó atrás después de haber estado tan cerca. Parecía muy bien recuperado de su miedo y casi volaba.
—¡Lo hice! —exclamó enérgicamente el chico, casi volando hacia la puerta.
—¡Okuma-kun, espera! ¡No huyas más y entrégate a mí! —fue lo último que ella gritó, antes de que el chico entrara al lugar que parecía ser su salvación, ése anhelado cuarto de servicios.
