Estando dentro de la habitación, Tanukichi, actuando más por instinto que por cualquier otra cosa, se giró y cerró de inmediato. Notó, sorprendido —ya que no podía creer que tuviera tanta suerte—, que la llave se encontraba en la cerradura. La hizo girar, hasta que el "click" del pestillo y el cilindro, cayendo cada uno en su respectivo lugar, se hizo escuchar. Era como música para sus oídos. Sabía que no era suficiente; pero, por el momento, estaba bien.

Se aseguró de que la puerta estuviera bien cerrada; se apoyó en ésta y esperó. No sabía lo que pasaría después. Solo tocaba esperar.

No esperaba que Anna actuara de la forma en que lo haría y, en serio, deseaba con todas sus fuerzas que nada de aquello estuviera pasando. El hecho de estar encerrado allí no significaba estar fuera de peligro. Jamás estaría completamente fuera de su alcance, eso lo sabía muy bien.

El golpe que recibió la puerta desde afuera, unos cinco minutos más tarde, fue dado con tal fuerza que, por unos segundos, Tanukichi tuvo la impresión de que ésta saldría volando, llevándoselo a él de por medio.

En su pecho, su corazón saltaba una y otra vez, fuera de control.

A pesar de todo, la puerta resistió, manteniéndose en su sitio.

Tanukichi siguió apoyado en ésta como quién pega su cuerpo contra algo que va cayendo y, de esa forma, hacer la fuerza suficiente para evitar que caiga.

Esperaba el siguiente ataque.

Esa puerta no era más que una fina barrera entre él, un chico promedio; y aquella chica, cuyas habilidades físicas no parecían ser de este mundo y que, para más inconveniente, se hallaba locamente enamorada de él.

La calma no podía durar mucho, era sólo cuestión de tiempo para que Anna...

—¿Okuma-kun? —se escuchó preguntar a la perseguidora desde el otro lado de la puerta. Su voz portaba un timbre raro que lo hizo saltar—. ¿Okuma-kun? ¿Por qué no me dejas entrar?

«¿Enserio lo preguntas?», pensó el chico.

—¿Okuma-kun? —insistió ella—. No hagamos esto más difícil, por favor~.

El chico no respondió. Estaba muy ocupado conteniendo la respiración y pensando en algún buen motivo por el que algo como eso tenía que pasarle precisamente a él.

La voz de Anna, demasiado cerca como para ignorarla, lo trajo de vuelta a la situación.

—No entiendo por qué te resistes... —prosiguió ella—, si sabes que no tienes escapatoria alguna. —silencio por parte del castaño—. Es que acaso, ¿ya no me amas?

Tanukichi sintió como Anna, al igual que él, se recargaba contra la puerta.

—Si sabes que puedo olerte, ¿verdad? —no sabía cómo, pero Tanukichi estaba seguro de que ella, al realizar aquella pregunta, sonreía ampliamente—. Sé que estás ahí⁓.

Ante lo último, Tanukichi tragó seco y miró hacia abajo. Gracias a la luz que se filtraba por debajo de la puerta, el chico podía ver la sombra de los zapatos para interiores que la chica llevaba. Era un buen indicio para comprobar que ella estaba ahí, del otro lado de la puerta y que no se movía.

—¿Acaso...no quieres nutrir tú amor conmigo? —el tono de voz que empleaba era susurrante, lento y sugestivo. Podría decirse que, incluso, se escuchaba sensual—. ¿No quieres tocarme? ¿Sentirme? ¿Besarme? ¿Olerme, tal vez?

"Poic"

Al escuchar este sonido, Tanukichi supo que podía asustarse aún más de lo que ya estaba. Que, huelga decir, era bastante.

"Poic"

Sabía lo que era; lo sabía mejor que nadie.

"Poic", "poic".

Cayendo en serie, en forma de gruesos, pesados y espesos goterones, uno detrás del otro, un líquido brillante, y denso, era lo que emitía aquel sonido cuando se estrellaba contra el suelo.

"Poic","Poic","Poic".

Se trataba del "néctar de amor" de Anna que, goteando sin cesar, se derramaba en cantidad. El rostro de Tanukichi se había moteado de un morado intenso.

—¡Ah! —gimió ella—. ¡Pero mira cómo me has puesto, Okuma-kun! —jadeó ruidosamente—. ¡Está fluyendo! S-Solo porque estás cerca... —Tanukichi no respondió—. Ya veo, entonces no piensas salir, ¿verdad?

Silencio otra vez.

—Es una lástima —se quejó la albina—. Supongo que lo haremos de la manera difícil entonces. —finalizó ella, para después guardar silencio, pero esta vez, era definitivo.

Después de eso, Anna no volvió a pronunciar palabra alguna. Lo único que flotaba en el ambiente era el más profundo silencio. En el suelo, por debajo de la puerta, fluía el néctar de amor con oleaginosa constancia.

.

.

.

Sopesando el hecho de que Anna fue a buscar otra manera de entrar, Tanukichi miró nuevamente por debajo de la puerta. Respiró con alivio. Ahora no decía absolutamente nada, pero no importaba, Anna seguía apoyada en la puerta. La sombra de sus pies proyectándose por debajo así lo demostraba.

¿Qué hacía y por qué seguía apoyada y sin decir una sola palabra? No lo sabía.

Decidió aprovechar esa extraña oportunidad. Tenía que moverse rápido.

A pesar de que la puerta estuviera fabricada con un duro y grueso metal, el joven sabía —por experiencia propia— que aquello no sería suficiente para contenerla. Y esa seguridad, esa fría y, para nada optimista, certeza le hizo desbloquear un recuerdo.

En una ocasión, mientras lo correteaba por todo el instituto, Anna arremetió contra una pesada puerta de acero —que se encontraba en la salida de emergencia que daba a la azotea—, arrancándola de sus goznes tras darle un golpe con el codo; haciéndola volar durante unos segundos. La chica apenas y había realizado un diminuto esfuerzo para semejante hazaña.

Entonces, ¿qué podía esperarle a esa simple puerta de un cuarto de servicio? Peor aún, ¿qué podía esperarle a él una vez que ella lo atrapara? ¿Qué haría él? Mejor dicho, ¿qué le haría ella a él?

Sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos. Era demasiado aterrador como para rememorar aquello de la puerta en un momento así.

Sin saberlo, un blanco enfermizo se había apoderado de su piel. Sin embargo, a pesar de lo abatido que estaba, su rostro pudo iluminarse por unos segundos cuando una idea cruzó por su mente.

—Tengo que hablar con Kajou-senpai —murmuró y levantó su muñeca derecha—. Ella siempre sabe que hacer... —se interrumpió al caer en cuenta de algo que había olvidado y que, ésa misma amiga, le había advertido, una y otra vez, que no hiciera porque se arrepentiría.

Recordó, con una sensación de vacío en el estómago, que su PM estaba en "No Molestar". Y que lo seguiría estando, irremediablemente, por las próximas tres horas y media.

Sí, desde que Tanukichi saliera de la institución, llegara a su hogar, se devolviera, entrara nuevamente y huyera de Anna, había transcurrido cerca de hora y media.

Tanukichi estuvo a punto de desmayarse al recordar ese detalle. El estúpido PM era completamente inútil ahora. No podía hacer nada. El estado de "No Molestar" no se podía desactivar de ninguna forma, sino hasta que el tiempo establecido por el usuario expirara. Por eso no muchos se aventuraban a utilizarlo.

Por unos segundos se quedó de pie, en el mismo sitio, mirando con expresión vacía y tonta el pequeño brazalete plateado.

Luego, cuando por fin reaccionó, una expresión de frustración, tristeza y desesperación, apareció en su rostro. Con rabia y miedo, estrelló con fuerza el puño derecho contra una pared. La cantidad de adrenalina en su sistema era tal, que no sintió nada de dolor frente a tan descabellada acción. Estaba al borde de un colapso y lo sabía.

—¡¿Por qué no le hice caso?! —gimió al tiempo que se tomaba la cabeza con ambas manos, enterrando los dedos en su cabello—. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! —repitió, una y otra vez, casi fuera de sí.

Tras unos minutos más de berrinches, sollozos y dolor, el chico se calmó y trató de respirar profundo. Se obligó a tranquilizarse. Tenía que mantener la calma. Debía controlarse y pensar que su escape, su salvación, quedaba en sus propias manos.

Sí, para salir de todo ese embrollo debía pensar en algo. Su escape dependía sólo de él.

Pensando lo más rápido que su mente le permitió, el chico llegó a una conclusión: debía revisar la habitación con detenimiento y ver si había algo que pudiera servirle.

Accionó el interruptor de la luz, haciendo que la oscuridad despareciera.

El lugar era pequeño. Apenas y había espacio para moverse debido a la enorme cantidad de materiales que se guardaban allí.

Irónicamente, las paredes eran bastante altas en contraste a lo reducido de aquella estancia. El techo se veía como algo que no podría alcanzar ni siquiera utilizando una silla. Pero no todo eran malas noticias. El que existiera tanto material en un mismo sitio representaba también una ventaja. Solo debía aprovechar los recursos que tenía a la mano y saber utilizarlos con todo el ingenio del que disponía.

Tanukichi se puso manos a la obra.

Trabajando de forma tan eficiente como podía, apiló todo lo que encontró y lo apoyó contra la puerta. Lo hizo tan rápido como su cuerpo le permitió. Pasados unos minutos, y sorprendido de las capacidades que se podían desarrollar en situaciones de supervivencia, Tanukichi había montado una barricada tan pesada y firme que, hasta la propia Anna, con todo y su fuerza descomunal, tendría problemas para atravesar. O eso era lo que él creía.

Al tapiar la puerta, el espacio que había en el cuarto se amplió de forma considerable.

Viendo ya concluida su obra, retrocedió hasta que su espalda hizo contacto con una pared. Al sentirla, Tanukichi procedió a relajarse y se dejó caer en el frío suelo. Estaba exhausto.

Se tomó un momento para respirar con tranquilidad, estaba agotado. Esa carrera fue realmente dura.

No corría de esa forma desde que comenzara todo aquello, cuando besó, por accidente, a la chica de sus sueños en aquel parque. Después de eso, Anna adoptó actitudes, y comportamientos, que mataron sus ilusiones, todas aquellas virtudes, aquella linda persona de la que se había enamorado... ya no estaba. Se había ido.

Un suspiro cargado de frustración escapó de sus labios. Acababa de notar que no sabía que hacer a continuación. Pudo sacarle una buena ventaja y refugiarse en aquel reducido, oscuro e incómodo cuarto de servicios. Pero, ¿y luego?

Gruñó al verse tan desanimado. Aún se podía hacer algo, aún debía hacer algo o si no...

Se palmeó las mejillas con fuerza para motivarse y alejar aquellos fatalistas pensamientos. Lo que debía hacer era pensar en su situación. En lo que podía y no podía hacer con el entorno que le rodeaba y también encontrar una forma de escapar definitivamente de Tokioka.

Vaya que ésa era la máxima prioridad. Por supuesto que sí.