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El aire vibraba con el sonido de los cascos de los caballos mientras el Khalasar de Khal Toggo avanzaba por las llanuras. El sol se encontraba en lo más alto del mediodía, proyectando sombras cortas sobre el ondulante mar de hierba. La caravana de ocho mil jinetes era una fuerza imponente, una oleada de poder en busca de su próxima víctima.

Khal Toggo, joven y con una presencia imponente a pesar de su juventud, cabalgaba al frente de sus hombres. Su cabello largo y trenzado ondeaba al viento, cada anillo en su trenza representaba una victoria en combate. Su mirada, oscura y ardiente, reflejaba su ambición de gloria y riqueza. No había lugar para la duda o el miedo en sus ojos, solo el deseo de seguir luchando.

A su lado, sus jinetes de sangre cabalgaban con el mismo aire de confianza, eran sus hermanos elegidos en la sangre y en la batalla, y cada uno de ellos era una extensión de la voluntad del Khal.

De repente, un jinete exhausto apareció en la distancia, cabalgando hacia ellos con desesperación. Era uno de los exploradores, enviado previamente para rastrear un grupo de comerciantes. El jinete se acercó, y los hombres abrieron paso para que pudiera llegar hasta el frente, donde Khal Toggo esperaba con impaciencia.

El jinete, cubierto de polvo y sudor, detuvo su caballo bruscamente ante Toggo y se inclinó sobre su montura, jadeando por aire.

—Khal, hemos visto algo inesperado —dijo el explorador, su voz entrecortada por el cansancio—. Un grupo ha atacado a nuestros hombres en las montañas. No eran comerciantes. Son otros, nos han engañado.

Toggo frunció el ceño, una mezcla de sorpresa e ira se dibujó en su rostro. No era común que sus exploradores fueran sorprendidos.

—¿Quiénes son esos otros? —preguntó Toggo con un tono gélido.

El explorador tragó saliva, consciente de que su vida pendía de un hilo. —Parecen ser un grupo de refugiados en las montañas, mi Khal. Hombres vestidos de acero. No son muchos, pero atacaron con la ferocidad de una manada de lobos acorralados.

Toggo observó a sus jinetes de sangre, quienes intercambiaron miradas rápidas. Sabían lo que esto significaba: si el Khalasar no respondía, parecerían débiles. Y la debilidad no era una opción.

Uno de sus jinetes de sangre, Zhalak, un hombre con cicatrices profundas en el rostro, se inclinó hacia él y habló con voz grave: —Khal, no podemos dejar que este insulto quede impune. Debemos mostrarles lo que significa desafiar a Khal Toggo.

Toggo asintió lentamente, sintiendo la ira hervir en su interior. —Sí, Zhalak. No podemos permitir que este acto de desafío quede sin respuesta. —Miró a su alrededor, a sus leales jinetes de sangre—. Prepararemos un ataque. Les mostraremos que nadie puede desafiar al Khalasar y vivir para contarlo.

Otro jinete de sangre, Rhaego, que era conocido por su astucia en el combate, añadió: —Podríamos utilizarlos como esclavos, Khal. Meereen nos daran muchos regalos por ellos.

Toggo asintió, considerando la propuesta de Rhaego. La idea de tomar esclavos no solo le proporcionaría más recursos, sino que también aumentaría su reputación como conquistador despiadado.

—Entonces, que así sea —declaró Toggo, su voz firme y autoritaria—. Atacaremos al atardecer, cuando menos lo esperen. Quiero que todos sepan que Khal Toggo no teme a ningún hombre y que el precio de desafiarme es la muerte.

Los jinetes de sangre respondieron con gritos de aprobación, golpeando sus pechos en señal de lealtad. Sabían que una victoria sobre esos refugiados no solo les daría más esclavos, sino que también reafirmaría el dominio del Khalasar sobre otros khals.

Mientras el sol comenzaba su descenso en el horizonte, Khal Toggo miró hacia las montañas donde se escondían sus nuevos enemigos. Su mente ya estaba planeando cada movimiento, con la precisión de un cazador acechando a su presa. No habría piedad. Solo la certeza de una victoria inevitable.

Con un gesto, dirigió a su Khalasar hacia el campamento, donde se prepararían para el próximo ataque. El futuro prometía sangre y gloria, y Khal Toggo estaba decidido a tomar lo que le pertenecía.


La noticia de la victoria se extendió rápidamente por el campamento, llenando a los defensores de un renovado espíritu. A pesar de las heridas y el cansancio, había un sentido de orgullo palpable. Ashkan, aunque joven, había demostrado ser un líder nato, y los soldados mayores lo miraban con respeto.

Pero la calma no duraría mucho. Habían pasado algunas horas desde el primer ataque y el atardecer se acercaba, los vigías informaron que los dothrakis se estaban reagrupando. Esta vez, venían con la totalidad del khalasar y un plan más agresivo. Ashkan sabía que debían prepararse para una batalla aún más feroz.

—Necesitamos fortificar nuestras defensas y redistribuir a los hombres—dijo Nazar durante el consejo de guerra. —Los dothrakis no se detendrán hasta que hayan tomado este campamento. Debemos estar listos para todo.

Los líderes restantes asintieron, confiando en el juicio del experimentado guerrero. Los defensores trabajaron incansablemente durante el día, reforzando las barricadas, reabasteciendo las flechas y asegurando que todos estuvieran preparados para el asalto inminente. Las tensiones eran altas, y la gravedad de la situación pesaba sobre cada hombre y mujer. A pesar de su juventud, Ashkan se movía con determinación entre los soldados, observando cada detalle y escuchando atentamente las discusiones estratégicas de los comandantes.

Caminando por las murallas, asegurándose de que cada hombre estuviera en su puesto y listo para la batalla. A su lado, su mejor amigo, Rostam, un joven de la misma edad, con una habilidad notable para la espada, lo seguía de cerca.

—¿Crees que podremos resistir otra vez?— preguntó Rostam, su voz llena de preocupación.

Ashkan miró a su amigo con determinación. —No tenemos otra opción. Esta es nuestra tierra y la defenderemos con todo lo que tenemos.

El tiempo pasó hasta que los dothrakis atacaron de nuevo. Esta vez, su avance fue más organizado y feroz. Las flechas volaron en ambas direcciones. Ashkan dirigía a los arqueros que quedaban desde su posición, ya que Alp seguía herido y los hombres más experimentados estaban en el frente. Ordenó atacar con precisión, cada disparo calculado para maximizar el daño.

El combate cuerpo a cuerpo no tardó en llegar. Los dothrakis, con una agilidad sorprendente, cabalgaron cuesta arriba, llegando a las defensas, quemando las puertas y enfrentándose a los defensores en las puertas. Nazar desenvainó su espada, el sonido metálico resonando a todos los alrededores.

A pesar de estar en inferioridad numérica, los defensores tenían la ventaja del terreno. Gran parte del khalasar estaba lejos del combate debido al terreno, haciendo que pocos llegaran al frente quitándoles la ventaja numérica. Cada uno de los defensores luchaba con una furia y determinación nacida del conocimiento de que la puerta que defendían era la única barrera entre el enemigo y sus seres queridos al otro lado.

Sadok enfrentó al primer enemigo que cruzó el umbral, un guerrero corpulento con una mueca de determinación. El intercambio de golpes fue rápido e implacable, pero Sadok, con la destreza de un veterano, encontró una abertura y hundió su espada en el flanco del hombre, derribándolo al suelo.

En medio del caos, uno de los jinetes logró romper las líneas y atacar a Nazar. El capitán se giró justo a tiempo para bloquear el golpe, pero fue empujado hacia atrás por la fuerza del ataque. La punta de la espada enemiga rozó su mejilla, dejando un corte superficial sobre la máscara. Ignorando el ataque, Nazar contraatacó, desarmando al adversario y derribándolo de un golpe contundente con el pomo de su espada.

Un joven soldado, luchaba cerca de Nazar. Sus movimientos eran torpes, pero su valentía compensaba su falta de experiencia. En un momento de descuido, un enemigo lo atacó, y Nazar se tambaleó hacia atrás, su escudo cayendo de sus manos. Nazar, viendo el peligro, se lanzó hacia adelante, interponiéndose entre el joven y el atacante, bloqueando el golpe mortal y derribando al enemigo con una estocada precisa.

—¡Manténgase firmes! —, le gritó Nazar, extendiendo una mano para ayudar al joven a levantarse. —No cedan terreno. Estamos juntos en esto.

A pesar del esfuerzo de los defensores, algunos dothrakis lograban avanzar hasta las líneas internas, enfrentándose a los combatientes más jóvenes y menos experimentados y atacando a los arqueros en las empalizadas. Ashkan se movía con la gracia y destreza de un guerrero experimentado, desenvaino, sus movimientos eran fluidos y precisos, cada golpe estaba dirigido con una fuerza y rapidez que sorprendían a los enemigos. Al enfrentarse a un jinete dothraki que había logrado llegar a él, bloqueó el golpe inicial con su espada, girando rápidamente para desarmar a su oponente y darle un golpe definitivo.

A su lado, Rostam luchaba con igual fervor, sus habilidades con la espada brillando en medio del caos. Los dos amigos se apoyaban mutuamente, formando una formidable pareja que defendía su sección de la muralla, mientras que sus compañeros seguían disparando. Sin embargo, el número de dothrakis seguía aumentando, y los defensores comenzaban a sentir la presión.

—¡No retrocedan! — gritó Nazar, su voz resonando por encima del estruendo de la batalla.

Los defensores redoblaron sus esfuerzos. Los arqueros continuaban disparando flechas a corta distancia, mientras los espadachines repelían a los dothrakis que lograban subir. La lucha era intensa y brutal, con cada lado sufriendo bajas significativas.

En medio del combate, Ashkan vio a un grupo en la lejanía, acercándose rápidamente por la espalda de los dothrakis. Sabía que, si lograban resistir hasta su llegada, la victoria estaría al alcance de sus manos.

Sin embargo, los dothrakis seguían cargando con ferocidad, debilitando constantemente un flanco de la formación. Ashkan sabía que, si lograban penetrar por allí, todo estaría perdido. Con un grito de advertencia, corrió hacia el lugar, seguido de cerca por Rostam y algunos otros guerreros.

—¡Reforzar esa posición! —ordenó Ashkan, mientras se enfrentaba a un jinete que estaba a punto de pasar. Con un golpe preciso, derribó al enemigo y tomó su lugar en la defensa.

La lucha en las puertas era feroz. Ashkan y Rostam, ahora luchando al lado de Nazar, Sadok y el resto de los defensores que los acompañaban, se encontraron rodeados y superados en número. Pero la determinación de los hombres altos era inquebrantable. Cada golpe de su espada era mortal, cada movimiento estaba lleno de propósito y habilidad. A su lado, cada hombre luchaba con igual intensidad, protegiendo la retaguardia de sus amigos, compañeros y hermanos.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, el caos reinó la retaguardia de los dothrakis cuando hombres y mujeres cargaron a sus espaldas. Los refuerzos de Assur y Sargon habían llegado logrando rechazar el asalto. Los dothrakis, agotados y con sus números menguantes, comenzaron a retroceder. Ashkan, cubierto de sudor y sangre, observó cómo los enemigos se retiraban y sintió un rayo de esperanza.

—¡Hemos aguantado! — dijo Rostam, su voz llena de alivio.

—Por ahora— respondió Ashkan, aunque en su interior sabía que la victoria aún no estaba asegurada.


Khal Toggo cabalgaba al frente de su Khalasar, con su cabello oscuro ondeando al viento mientras galopaba con determinación. Había estado impaciente por encontrar al grupo que había osado atacar a sus exploradores. La información que había recibido indicaba que se trataba de un grupo de refugiados que se ocultaban en las montañas, una presa fácil que le proporcionaría gloria, riquezas, y esclavos para su Khalasar.

A su alrededor, sus Jinetes de Sangre, hombres en quienes confiaba más que en ningún otro, cabalgaban con él. Habían sido testigos de su ascenso al poder y compartían su ansia de sangre.

—Pronto encontraremos a esos cobardes, Khal —dijo Nargo, uno de sus jinetes de sangre, señalando las montañas que se alzaban ante ellos—. Los aplastaremos como insectos.

Toggo sonrió, confiado en su superioridad. —No tendrán lugar para esconderse. Los arrastraremos fuera de sus cuevas y les mostraremos por qué ningún hombre escapa de Khal Toggo.

A medida que se acercaban al paso estrecho, la formación del Khalasar se ajustó, moviéndose como una sola entidad. Toggo lideró a su grupo por el camino angosto, seguro de que pronto avistarían a los desafortunados refugiados.

Cuando los encontraron, estaban escondidos tras un pobre muro de madera. Toggo ordenó quemar las puertas, recibiendo una lluvia de flechas como respuesta. Sin embargo, a Toggo no le importó. Su khalasar era numeroso, y unas pocas bajas no harían diferencia. Sus hombres respondieron de la misma forma, y cuando la puerta cayó, cargó con sus jinetes de sangre, ansioso por derramar sangre.

Los gritos de los hombres y el relincho aterrador de los caballos heridos resonaron en el paso, creando un caos que se propagó rápidamente entre las filas del Khalasar. Por más que luchaban, cargando una y otra vez bajo el hostigamiento de los arqueros, Toggo no veia avance en su ataque.

Era joven cuando se enfrentó a lo que quedaba de los hombres que vestían acero. Había escuchado las historias de cómo habían saqueado las ciudades y cómo acabaron con la mayoría de ellos en los Campos de Cuervos. Los pocos que había enfrentado no eran numerosos y apenas vestían acero como se contaba. Pero estos hombres eran todo lo contrario: estaban equipados de pies a cabeza. Su arakh tenía dificultades en atravesar sus ropas.

Sus arqueros estaban siendo diezmados por los cobardes tras las murallas, y sus jinetes no podían maniobrar correctamente a sus caballos. A pesar del desorden, Toggo trató de mantener la calma, sabiendo que su liderazgo era crucial para la supervivencia de sus hombres.

—¡Carguen! ¡No dejen que esos cobardes piensen que nos han derrotado!

Su coraje alentó a sus hombres. Lentamente, estaban haciendo retroceder al enemigo, ganando terreno. La línea se agrandaba, permitiendo que más hombres entraran al combate. No podía negar la ferocidad de los hombres de acero, pero sus hombres eran aún más fieros; no perderían ante hombres a pie.

Todo iba bien, y en el fragor de la batalla se sentía más vivo que nunca. En medio del caos y el eco de los gritos, no pudo reaccionar cuando uno de sus jinetes de sangre le advirtió de lo peor.

—¡Emboscada! —gritó Nargo, levantando su espada mientras intentaba reorganizar a los jinetes—. ¡Defiéndanse!

Toggo, enfurecido y atónito por el ataque inesperado, giró su caballo para evaluar la situación. Un mar de hombres bajaba por los escarpados caminos, bloqueando el camino por donde habían llegado. La niebla de las montañas, hasta entonces una simple molestia, se había convertido en un manto de traición que ocultaba el verdadero número de sus enemigos.

Su mente trabajaba rápidamente, tratando de encontrar una salida a la emboscada que no había previsto. Mientras miraba a sus hombres, vio por primera vez la duda en los ojos de Nargo, una duda que reflejaba su propia incertidumbre.

—¡Retirada! —ordenó Toggo, reconociendo que debían reagruparse y salir del paso antes de sufrir más pérdidas.

Sin embargo, con el camino bloqueado por un muro de acero, Toggo maldijo en su lengua natal, viendo cómo sus hombres quedaban atrapados en el estrecho, cayendo por los acantilados.

Bajo su dirección, los jinetes de sangre intentaron formar una línea de defensa, devolviendo el fuego con sus arcos y lanzas. Pero el terreno difícil y la sorpresa inicial les había costado caro. Muchos de sus hombres habían caído o estaban heridos, y el khalasar ya no podía mantener su cohesión habitual. A lo lejos, el sonido de un cuerno resonó, anunciando la llegada de refuerzos enemigos. Toggo sabía que debía actuar rápido.

Toggo sabía que la emboscada había sido un golpe humillante, y su ira creció a medida que comprendía la astucia del enemigo al que se enfrentaba. Pero incluso en la derrota parcial, el Khal no perdió su determinación.

—¡Carguen! —gritó a todo pulmón, mientras dirigía a los sobrevivientes hacia un punto seguro, fuera del alcance de las flechas enemigas—. ¡Carguen! ¡Tenemos que salir de aquí!

Su camino hacia la salida fue sangriento, menos de la mitad de sus jinetes habían salido de la carnicería, perdió a dos de sus jinetes de sangre, mientras era herido en el brazo cuando se abría paso. Mientras se retiraban, Toggo comenzó a tramar su próxima jugada, decidido a recuperar su orgullo y demostrar a su Khalasar que aún era un Khal digno de su lealtad.

Los dothrakis, ahora fuera de la trampa, se reagruparon en un lugar seguro con el resto del khalasar que no pudo participar en la batalla. Toggo observó a sus jinetes, muchos heridos y enfurecidos por la emboscada. Si no habría ha sido por la llegada de esos refuerzos, ahora mismo se estarían deleitando con la sangre de sus caidos, violando a sus mujeres y esclavizando a sus hijos.

Sabía que necesitaba mantener la moral alta y planificar cuidadosamente su siguiente movimiento, si no quería ser traicionado por sus hombres tras mostrar esta debilidad.

—Escuchen, Sangre de mi Sangre —dijo Toggo, dirigiéndose a sus jinetes de sangre—. Hoy hemos sido emboscados por un enemigo cobarde, pero no han quebrado al khalasar. Debemos ser más feroces y atacar con la fuerza de una tormenta.

Nargo asintió, su mirada llena de determinación. —¿Cuál es el plan, Khal?

—Atacaremos al anochecer —respondió Toggo, su mente ya trabajando en los detalles—. Son pocos y están cansados. Dividiremos nuestro Khalasar en grupos más pequeños, atacaremos desde múltiples direcciones y los forzaremos a salir de su terreno seguro. Haremos que luchen en un campo que elijamos nosotros.


Notas

lemmanu4

Gracias por comentar. En un inicio quería escribirla en inglés por la visibilidad ya que la mayoría de lectores son angloparlantes, no tengo confianza en mí nivel gramatical, lo entiendo y leo medianamente bien, pero mi escritura es pésima y para reducirme a usar traductor google no tendría sentido ya que las paginas se pueden traducir gracias a google. Tampoco conozco alguna IA que funcione decentemente, así que mejor me quede en el español.

Los Targayen tardar darán un rato en aparecer, Ashkan tiene 9 años y es mayor que Visenya Targayen por 5 años, teniendo 4 en este punto de la historia, Aegon 2 y Rhaenys 1. Pasarán un par de Timeskip para desarrollar a Ashkan y colocarlo en una posición de poder, antes de encontrarse con los que serán los futuros Reyes de los 7 Reinos.