Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.
Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.
Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.
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CAPÍTULO 2
La caída del ángel
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Todo había iniciado hace dos años atrás. Su vida, la vida que Uraraka Ochako había edificado entre tropiezos y caídas en Tokio, dio un giro que le hizo tomar una decisión difícil.
Para muchos de los que conocían de Ochako, su vida inició tres años atrás porque casi nunca entraba en detalles de su familia ni de dónde provenía. Lo poco que sabían de ella giraba entorno a su mudanza a Tokio para estudiar y trabajar pero la vida en la capital era costosa así que sus sueños de estudiar artes en la Universidad de Tokai tuvieron que ponerse en pausa mientras ella ganaba lo suficiente como para subsistir.
Por un año entero, la vieron trabajando en varias cafeterías cercanas a su zona pero la paga nunca era suficiente. Alquilaba una habitación en un pequeño conjunto de departamentos llamado Sakura House de la familia Uehara pero los reclamos por falta de pago fueron acumulándose dos a tres meses antes de recibir una amenaza de desalojo si no pagaba los meses correspondientes más un interés por demora.
De hecho, fue el preciso instante en el que la dueña de los departamentos la detuvo antes de que se marchara a trabajar a su turno de la tarde para volver a reclamarle el dinero que le correspondía. Odiaba tener que escuchar lo de siempre pero el dinero se le estaba agotando y ella ya no sabía qué hacer para conseguirlo.
Fue en pleno pasillo en donde uno de los inquilinos del lugar las escuchó discutir, detuvo su marcha para observar a la joven castaña intentando explicarle a la señora Uehara que apenas tenía dinero y que le esperara una semana más. El hombre se quitó los auriculares que traía puesto y acentuó su visión en la joven muchacha, parecía estar al borde del llanto por la impotencia de estar rogando tiempo para pagar sus deudas.
―Uehara-san ―habló el hombre acercándose a las dos mujeres. La casera le tomó sólo un momento reconocer el rostro del treintañero de cabello rubio llegándole un poco antes de los hombros; su mal genio pareció desaparecer apenas vio la sonrisa galante ofrecida por el hombre―. ¿Ese vestido es nuevo? Le queda de maravilla.
―¡Oh, Takami-san! ―Habló la mujer cambiando su tono de reclamo a otro mucho más dulce―. Siempre tan atento.
―Me resulta imposible no apreciar su belleza, Uehara-san. Su esposo sí que tiene buen ojo ―continuó halagando el joven causando que la mujer de unos cincuenta y tantos, riera como una adolescente―. Escuche, mi amiga está teniendo serios problemas económicos pero le doy mi palabra que le pagaremos todos los meses de atraso y con un interés exorbitante.
El rostro de Ochako se desfiguró en una total sorpresa por el modo en el que hablaba frente a ella y peor aún, ver cómo la casera ya no se mostraba molesta por el retraso de su alquiler, por las dulces palabras del hombre, la dejaron aún más sorprendida. Desde que había llegado a Tokio, nadie se había mostrado verdaderamente interesado en ayudarla como era el caso del hombre que vivía en el departamento contiguo al suyo. Y verlo tan interesado en excusarse por ella, la hizo fruncir su ceño. Nadie era amable sólo por querer jugar al buen samaritano.
Takami Keigo era un hombre singular, de eso estaba segura; era bueno con las personas, tenía la facilidad de entablar conversación con cualquiera y caer bien de inicio. Casi todos en el edificio lo conocían y apreciaban, solía ayudar con las mudanzas a otros vecinos o se sentaba a jugar Shogi con el esposo de la casera. Pero algo que siempre llamó la atención de Ochako recaía en el detalle que, cuando ella salía de su departamento para tomar el tren que la llevaba a su trabajo matutino, veía que Takami Keigo subir las escaleras para ingresar a su departamento. Eran cerca de las seis de la mañana y el hombre regresaba a su casa.
―¿De verdad te haces responsable por ella, Takami-san? ―Preguntó la casera intentando no ceder de buenas a primeras ante el pedido del hombre.
Keigo fue hacia Ochako y tomándola por sorpresa, sujetó su mano derecha para levantarla a la par que él hacía lo mismo con su propia mano en señal de estar jurando. Ochako no sabía qué sucedía, sin embargo, la mujer no tardó en aceptar perdonarle una semana más para pagar sus cuentas correspondientes. Ambos vieron a la casera alejarse para bajar sus manos.
Keigo emitió un suspiro de alivio y una sonrisa divertida para mirarla.
―Problemas de dinero, ¿eh? ―Comentó―. Tokio no es para nada barato.
―¿Por qué lo has hecho? ―Preguntó Ochako sin ocultar la molestia en su voz. Asumió un compromiso del que no estaba segura de poder cumplir.
Pero al parecer, su pregunta no causó más que una sonrisa ladina en el hombre.
―De verdad, mis dos trabajos no me pagan lo suficiente. Sólo necesitaba un poco de tiempo para buscar algún hostal temporal y…
―Trabaja conmigo ―interrumpió el hombre. Ochako la miró sin comprender así que Keigo dejó escapar una risita, introdujo su mano en el bolsillo de sus jeans para hacerle entrega de una tarjeta de presentación―. Es un trabajo nocturno y la paga es buena, además te dan propinas si gustas a los clientes.
Ochako tomó la tarjeta con cautela sin despegar la vista del hombre rubio que parecía ser un encantador de personas. Bajó la atención a la tarjeta entre sus dedos, las preguntas asaltaron.
―¿Dollhouse? ―Preguntó Ochako―. ¿Es un bar o algo así?
―Algo así ―respondió guiñandole un ojo―. Ven esta noche si quieres saber en qué consiste el trabajo y si quieres que Uehara deje de molestarte.
Takami se despidió con la mano pero antes de alejarse demasiado, Ochako lo detuvo. Tuvo que hacerlo después de leer Kabukicho que iba muy muy pequeñito en una esquina de la tarjeta. Keigo volteó a verla sin saber qué más deseaba saber y al ver la expresión horrorizada de la mujer, echó a reír. Esa risa burlesca sólo la hizo sonrojarse aún más. ¡Ella nunca había ido al tan afamado barrio rojo de Tokio!
―¿Quieres pagar tu alquiler, no? ―Preguntó el hombre guardando sus manos en el bolsillo de su gran chaqueta―. Pues dale una oportunidad al bar.
Ni una palabra más, ni una palabra menos. Takami Keigo se marchó de allí dejándola con la boca entreabierta, ideas circulando por la mente y una clara respuesta en su interior. Ella necesitaba pagar su alquiler.
No. Ella nunca había ido al barrio Kabukicho de Tokio, pero había oído las suficientes historias como para que sus piernas se tornaran cual gelatinas, una vez estuvo de pie ante la imagen de los bares y sitios de adultos que contaba el lugar.
Una sola pregunta rondaba su mente: ¿En qué trabajo turbio se encontraba metido Takami Keigo? Aunque al pensar en él como algún tipo de proxeneta no salía de las tantas posibilidades que lo hacían llegar a las seis de la mañana a su propio departamento.
Las personas circulaban a su alrededor. Bastó un choque de hombros y una mirada ceñuda para hacerla reaccionar y ponerse a caminar con la tarjeta que Keigo le había dado esa misma tarde. Está bien, lo hizo; siguió el consejo del atractivo hombre para darle una oportunidad al misterioso bar en donde trabajaba porque la desesperación por mantener su departamento fue más grande que el miedo a ser raptada por las bandas criminales que controlaba Kabukicho.
Pasarela Shinjuku. Edificio A-One 1F. Piso 5. Dollhouse.
Las indicaciones estaban claras en la tarjeta para hallar el bar mencionado por su vecino. Y sobre la calle Kiyakusho, Ochako aspiró profundo. El aroma a nicotina y a todo tipo de gastronomías que se servían en los locales dentro del A-One la hicieron retorcerse el estómago. Tantos nervios. Tantos aromas.
―Esto es una estupidez ―se dijo a sí misma. Estaba dispuesta a dejar la universidad para conseguir un tercer trabajo que le permitiera pagar su maldito departamento; haría todo lo que estuviese en sus manos con tal de evitarse la humillación de seguir un segundo más parada frente a ese edificio.
―Uraraka-chan.
Pero el destino era injusto y la voz de Takami Keigo la hizo voltear a sus espaldas. Sus ojos no disimularon la sorpresa de ver a su treintañero vecino bajando las escaleras del edificio hacia planta baja, portando un babydoll negro, unas medias bucaneras que iban hasta su medio muslo, tacones altos y un antifaz con plumas rojas. Ochako no podía creerlo, de hecho, el verlo de pie vistiendo de ese modo sólo la hicieron retroceder.
No trabajaría ahí. Ni siquiera en sus sueños.
Dio media vuelta para echar a correr pero ante el primer paso, su rostro terminó interpretándose contra el macizo pecho de un hombre. Levantó la mirada aterrada y sólo empeoró al ver el ceño fruncido de un hombre pelirrojo con una gran cicatriz en el rostro. El humo del habano que traía en su diestra, acabó siendo exhalado de sus labios, dando casi de lleno contra el rostro de la veinteañera.
―¡Endeavor-san! ―La voz de Keigo cambió completamente al pronunciar el nombre del gigantesco hombre. Los ojos cían del trajeado hombre fueron de Ochako a Keigo―. Qué bueno verlo de vuelta por aquí.
―¿Se te escapó una doll? ―Preguntó el pelirrojo señalando a Ochako con la punta encendida de su habano.
El rubio sonrió para acercarse a ella y posando ambas manos sobre los hombros de la castaña, la miró sin oportunidad de rectificar algo en contra.
―Es la chica nueva, el reemplazo de Yaomomo, Endeavor-san.
El pelirrojo hombre de traje volvió a mirarla de arriba a abajo. Ochako tuvo una respuesta involuntaria y fue encogerse en su sitio, intentando cubrirse de la hostigante mirada del llamado Endeavor. Algo similar a una risa seca brotó de sus labios junto con un poco más de humo. Fue la respuesta del hombre y Takami sonrió al percibirla.
―Llévala al vestidor y ponle el traje de Yaomomo.
―¡Yo no…! ―El pelirrojo hombre levantó una ceja al escuchar su voz. Su mirada era atemorizante, su cicatriz y algunos tatuajes visibles en las manos fueron suficientes para hacerla callar. Él no era cualquier persona y pudo percibirlo por el modo en el que las manos de Keigo apretaron sus hombros para frenar cualquier comentario suyo que pudiese estar de más.
Sin más, el sujeto pasó frente a ellos con un aire intocable, impoluto. Takami dio una reverencia ante la imagen de Endeavor hasta que éste desapareció tras las grandes puertas del edificio. Uraraka contuvo el aliento hasta que Endeavor salió de su campo de visión y apenas lo hizo, volteó a mirar con urgencia a su vecino.
―Por si no lo has notado, es el dueño del edificio junto con otros más dentro de Kabukicho. ―El rubio caminó hacia el interior del edificio empujando ambas puertas con la confianza de ser asiduo al sitio. Volteó a sus espaldas para verla―. Vamos, usa el traje de mi ex compañera, sirve unos tragos y si le gustas a la jefa, te quedas.
―¿Endeavor no es el jefe? ―Preguntó Ochako dudando en adentrarse al edificio pero al apreciar mejor el babydoll del hombre a unos escalones por encima suyo, comprendió el costo que podría tener. No era un sitio cualquiera y al parecer, el asunto de las propinas no eran mero cuento.
―Él es el dueño pero la que decide quién se queda y quién se va es Miruko. Apresúrate que le he hablado de ti y estás con retraso. ―El hombre siguió subiendo los escalones hacia el primer piso contorneando su delgada figura sobre los stilletos negros; la forma en la que se movía le enseñaba cuán habilidoso era con los tacones altos y la idea de vestir lencería fina, por primera vez en su vida, la hizo sonrojarse.
¿Qué la motivó a subir los escalones, siguiendo a Takami Keigo? El dinero, es cierto pero había algo más. La idea de hacer algo más que servir platos y cafés quizá fue la respuesta que buscaba.
Los dedos de Ochako fueron por quinta vez hacia la tela de la ropa interior roja que tenía metida entre sus nalgas, las acomodó nuevamente y maldijo en su interior. Una vez ingresó al vestidor que le había indicado Keigo y le hicieron entrega del traje que usaría bajo el pseudónimo de Momo, pudo fijarse que el traje le quedaba un poco ajustado.
Volvió a maldecir cuando la ropa interior se interpuso entre sus nalgas. ¿Era tan delgada la mujer que dejó el trabajo?
Ochako caminó hacia el espejo de cuerpo completo que tenía cerca suyo, apreciando la imagen que su reflejo le enseñaba. Sus mejillas se encendieron. Nunca había usado un babydoll y mucho menos con la calidad con la que la envolvía el diminuto traje.
El vestido era corto y ajustado, sus pechos eran acentuados por el gran escote que contaba el vestido. Sus curvas resaltaban aún más y las medias a red negras la hacían sentirse como una prostituta. Dejó escapar un suspiro.
Volteó a sus espaldas recibiendo el vestidor en donde aguardaba que la mencionada Miruko hiciese acto de presencia ante ella, como se lo había dicho Keigo. El cuarto era de dimensiones considerables, revestido en tonos rojizos y luces claras. Los espejos de cuerpo completo eran de exigencia en varias áreas dentro del cuarto, además de eso, habían varias mesas tocador y espejos incorporados a éstas que permitían a las demás empleadas arreglarse como desearan. Se fijó en la vasta cantidad de maquillaje y elementos decorativos, además de percheros con trajes aún más visuales que el que traía puesto.
―¿Dónde me he metido? ―Susurró para sí misma.
Camino hacia una de las mesas tocador, tomó asiento frente a ésta y reconoció un antifaz negro. Sus manos eran más rápidas que su propia mente y ya tenía entre sus dedos la fina tela del antifaz. No dudó, se lo llevó a su rostro y apreció su imagen. Su nívea tez reslataba aún más con los tonos oscuros y apreciar cuán sensual se veía, la alarmaron.
La puerta del lugar se abrió, pegó un respingo ante el atropello. Se puso de pie por pura inercia y vio a la mujer de tez morena, cabello plateado llegandole hasta por debajo de la cintura, ojos rojizos cual sangre observarla desde la entrada del cuarto. Sentía cómo la estudiaba, cómo bajaba la vista desde sus pies hasta la punta de su cabeza. Ochako sintió cómo una corriente de electricidad corrió a través de su cuerpo, retrocedió un paso. ¿Por qué todos tenían un aura tan intimidante?
―Quítate eso ―fue lo primero que dijo la mujer. Ochako no supo a qué se refería―. El conjunto, no es para ti. Quítatelo.
―Pero, fue lo que Takami me ha dado ―respondió.
Miruko avanzó hacia ella y cruzándose de brazos, endureció aún más su mirada.
―Soy la puta jefa de Hawks. Si te digo que hagas algo, lo haces, nueva. ―No esperó que Ochako respondiera, se alejó de ella para ir hacia uno de los percheros, sus manos eran rápidas al correr ropa y ropa frente a ella; de hecho, todos los movimientos que parecían caracterizar a Miruko eran veloces.
―Entonces, ¿qué debería usar? ―Preguntó Ochako. No tuvo respuesta de la jefa y eso la ponía de peor humor―. Disculpa, ¿qué se supone que es esto? ¿En qué me ha metido Takami?
Las manos de Miruko se detuvieron de pronto, Ochako la observó con sorpresa. De pronto, la mujer de cabellera larga y plateada, retiró un conjunto blanco con detalles en rosa, volteó a ella y se lo arrojó. Ochako se apresuró a tomar la ropa antes de que éstas cayeran al suelo. ¿Qué demonios le sucedían a todos en ese lugar?
―Ya tenemos la rutina de la Whore, necesitamos la Madonna. ―Dijo Miruko acercándose a ella. Las manos de Miruko fueron al rostro de Ochako, quien cerró los ojos en respuesta pero el tacto de la mujer era extrañamente dulce. Abrió los ojos y apreció de cerca la belleza de la mujer de unos cuarenta y tantos―. Hawks me ha hablado de ti. Eres su vecina, ¿no es así? ―Ochako asintió―. Tienes un rostro virgen. El color rojo no va con el mensaje que necesitas transmitir.
―¿Mensaje?
―Ésto no es un prostíbulo ―Continuó hablando la mujer, esta vez acariciando los cabellos castaños de la joven―. Se conoce como Servicio de Host o de Anfitrión; las personas pagan dinero por hora para que mis empleados cumplan cierta expectativa en los deseos que tienen. Hay hombres y mujeres trabajando para mí, cada uno con una "personalidad" que venden.
Se alejó de Ochako y fue hacia un armario, abrió las puertas de éstas. En su interior, varias cabezas de maniquíes se hallaban con pelucas largas o cortas, de todos los colores posibles. Miruko sacó una peluca corta y rosa viejo para enseñarselo.
―Ya tenemos cubiertas las imágenes de mujeres atrevidas, fuertes, empoderadas. La que renunció usaba el traje rojo, fingía ser alguien determinada y atrevida, muchos clientes la amaban pero tú no tienes su imagen: eres pequeña, curvilínea, tienes un rostro adorable. No eres suficiente para portar su traje rojo. El blanco, en cambio, va más contigo: alguien dulce, tímida, alguien virgen. Madonna. Atendemos a hombres y mujeres que buscan aquello que no suelen tener con facilidad, por eso no temen pagar lo necesario por estar un par de horas contigo. Es jugar con la fantasía de los demás.
No sabía porqué pero por el modo en el que Miruko hablaba, le gustaba encontrar todo un mundo que parecía ser más profundo de lo que pensaba.
Miruko le dio tiempo para cambiarse, Ochako aprovechó su ausencia para cambiarse nuevamente, dejando el vestido rojo a un lado y colocarse el conjunto blanco con detalles en rosa que parecían ser tan diminutos como el conjunto rojo. Las medias finas blancas y los tacones cerrados con dibujos de corazones rosas fue lo siguiente. Recogió su cabello como pudo, utilizó la redecilla negra que le entregó Miruko y tras varios intentos por cubrir su cabeza con la redecilla, la peluca rosa fue acomodada.
Observó su reflejo y una sonrisa floreció en sus labios.
Fue así que Angelface nació. O quizá, fue como la caída del ángel se dio.
A dos años de aquel día, Uraraka Ochako había hecho lo necesario para subsistir en Tokio. Tras la primera noche en Dollhouse, descubrió que Takami Keigo o Hawks, como lo llamaban allí, no mentía con respecto a las jugosas propinas que los clientes daban y por más de que era nueva, el otorgar el aire de virgen a los hombres, parecía dar en el clavo. Miruko conocía a su clientela, sabía por lo que los hombres pagaban y Ochako era un diamante en bruto.
A dos años de aquel día, Uraraka Ochako o Angelface como era conocida en Dollhouse, circulaba con sus stilettos blancos, contorneando sus caderas con gracia, sonriendo con dulzura a todo aquel que se cruzara frente a ella. Llevaba tragos de vez en cuando y reía de lo que sus clientes bromeaban para ganarse una sonrisa suya.
En poco tiempo, Ochako también fue conociendo la clientela de Dollhouse y las personas que acudían específicamente a ella.
Sí, de a poco, Angelface fue volviéndose más y más conocida entre las personas.
―Ángel ―escuchó a sus espaldas. Ochako se giró de la barra en donde se encontraba apoyada, aguardando por las bebidas solicitadas por sus clientes. Vio a Hawks de brazos con un hombre fornido, era el tipo de clientes que venían a verlo a él―. Fukumura-san quiere que te apresures con sus bebidas.
―Acabo de dejarlo solo unos minutos ―respondió Ochako con gracia. Hawks se echó a reír.
―Vamos, me ha estado diciendo que no puede vivir sin ti ni un minuto. ―El rubio le guiñó el ojo y Ochako solo rio.
―Ojalá le dijera lo mismo a su esposa. No tendría tantos problemas de ser así.
―Cariño, si no hubiesen matrimonios fallidos, no tendríamos trabajo así que deja de querer hacerles terapia de pareja ―respondió su compañero alejándose con el hombre que lo doblaba en tamaño.
Ochako lo vio alejarse con una sonrisa divertida. Tenía razón, sin matrimonios fallidos o romances difíciles, ellos no tendrían trabajo. El ser una Doll tenía sus responsabilidades para con los clientes que acudían a ellos, aunque también había algo interesante en el trabajo de una Doll, además de la paga, claro.
Y eran las historias y secretos que podía escuchar.
Muchas personas famosas o conocidas en medios de entretenimiento, política o cargos importantes de empresas acudían a Dollhouse. El dueño del edificio, Todoroki Enji alias Endeavor, se movía entre personas importantes y poderosas, ella no conocía a fondo la vida privada del hombre, pero al reconocer al tipo de clientes que acudían a su edificio, le daba un pantallazo rápido de cómo era todo para él.
Algunos hombres la contrataban por una o dos horas, no hacía gran cosa en ese interín de tiempo; algunas veces iba a la barra a pedir tragos, whisky o cerveza para ellos, otras se sentaba a su lado, dejaba que alguno colocara su mano en sus hombros o en sus muslos y los escuchaba hablar. En su mayoría, eran empresarios que le hablaban de sus finanzas, del mal negocio que habían hecho, se desahogaban con ella sobre sus familias o los problemas que sus millonarias vidas poseían. Lo de siempre.
Pero había otros, cuyas lenguas eran más sueltas y hablaban de secretos que pocos sabían. Quién había hecho negocios con quién, quién se tiraba a la esposa o esposo de su enemigo, las inversiones que muchos empresarios hacían para Dollhouse con la intención de que sus datos no sean divulgados por cualquier lado porque podrían perderlo todo. Secretos sabrosos que Ochako sólo asentía y casi nunca interrumpía.
―Eres tan buena escuchando, Angelface ―dijo Fukumura-san, un hombre de unos cuarenta y ocho años, divorciado dos veces y con una estabilidad económica dudosa―. A veces quisiera poder pagarte más horas.
―Podrías hacerlo ―susurró la mujer con dulzura al oído del hombre―. Pero lamento decirte que tus dos horas diarias terminaron.
Con un beso en su mejilla, Ochako se despidió del hombre para juntar los vasos vacíos que habían acumulado en la mesa ratona del box. Se alejó del hombre de vuelta a la barra con la elegancia que la caracterizaba. Apoyó la bandeja de aluminio en la mesada larga de la barra para saludar al bartender.
―¿Ya finalizó las horas de Fukumura-san? ―Inquirió el pelirrojo hombre tomando la bandeja de Ochako del otro lado de la barra.
Ochako asintió sencillamente. El otro bartender de nombre Tetsutetsu se acercó para tomar los distintos vasos vacíos que Angelface había traído con ella para lavarlos. Ochako le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
―Ese hombre sí que ha estado pagando una fortuna en ti ―comentó el de cabello plateado.
―Supongo que sí. Es un hombre simpático aunque un poco patético ―comentó la mujer a ambos bartenders, recibiendo una risita de parte de éstos―. ¿Qué?
―Estás lejos de ser un ángel ―respondió con gracia Kirishima Eijiro―. Tienen suerte de que te paguen para que les sonrías de forma angelical.
―¡Hey! Soy angelical ―dijo bromeando la castaña, ambos rieron. Kirishima la observó un momento, contemplando el modo en el que la sonrisa de la muchacha parecía iluminar todo el sitio y tal embelesamiento no pasó desapercibido por parte de su colega, quien sólo se limitó a reír por lo bajo.
El escuchar tacones acercándose hacia la barra, los hizo voltear a ver a quien llegaba junto a ellos. Ochako sonrió a la joven chica trans que hacía unos dos días inició en Dollhouse. Midoriya Izuki. Tenía un rostro aniñado, con unas pecas en sus mejillas y una peluca larga y sedosa cayendo a mitad de la espalda descubierta que poseía el vestido verde esmeralda ajustado al cuerpo.
―Deku-chan, ¿cómo vas con los clientes? ―Preguntó Ochako con dulzura.
―He recibido a tres en lo que va la noche ―respondió mirándola con una pequeña sonrisa―. ¿Es una cifra considerable?
―Pues para ser nueva, lo es. ―Izuki sonrió ante su respuesta.
Ochako continuó hablando un poco más con la chica nueva, acordándose un poco cómo fue para ella iniciar en todo lo que Dollhouse implicaba. Ella, al igual que Midoriya Izuki y muchos otros empleados, iniciaron trabajando en ese lugar por una cuestión de dinero, podía saberlo por el modo en el que Izuki o Deku, como solían llamarla, intentaba hacer todo lo posible por recibir buenas propinas aunque aún no entendiese muy bien cómo era el movimiento en Dollhouse.
―¿Te retirarás temprano hoy? ―Preguntó Kirishima una vez que Izuki continuó su trayecto para su siguiente cliente.
―Así es, mañana inician las clases en la facultad de artes en la Universidad de Tokai. Le he dicho a Miruko-san sobre eso así que sólo me queda destinar unas últimas bebidas para…
―Déjalas ―interrumpió Eijiro, sus palabras causaron curiosidad en Ochako―. Yo las llevo por tí. ¿Por qué no vas a cambiarte y regresas temprano a casa? Mañana es día importante, ¿no?
Los ojos castaños de Ochako se iluminaron al escuchar lo que Eijiro le había dicho. Algo en el pecho de Eijiro se aceleró al verla sonriendo de ese modo.
―¡De verdad eres el mejor, Eiji! ―Ochako se alejó de la barra con una sonrisa en sus labios.
Kirishima sólo podía verla marchar sin poder despegar su atención de su imagen, perdidamente atraído en ella. Tanto Izuki como Tetsutetsu compartieron una mirada entre ellos, echando a reír después, despertando al pelirrojo de su ensoñación.
―¡¿Qué?!
―Mierda, hasta acá puedo sentir cómo te la ha puesto dura ―comentó su compañero. Deku sólo podía luchar contra su propia risa.
Kirishima se sonrojó violentamente.
―¡No digas eso! ―Se apresuró a hablar el pelirrojo con vergüenza.
―¿Hace cuánto conoces a Ochako-san, Kirishima-kun? ―Preguntó Izuki.
―Desde que entró a trabajar ―comentó.
―¿Y aún no la has invitado a salir?
Tetsutetsu echó a reír con ganas avergonzando aún más al pelirrojo.
―Es un dormido. Un día de éstos, te robarán a la chica delante de tus narices.
Kirishima sólo continuó trabajando, prefirió hacer oídos sordos a sus comentarios para servir las bebidas que a Ochako le faltó entregar.
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Notas finales
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Si has llegado hasta aquí, ¡muchas gracias!
Espero que la historia que estás leyendo te sea interesante y desees leer el siguiente capítulo muy pronto :3
~Cuídense y nos estaremos leyendo~
