Disclaimer: BNHA y sus personajes, no me pertenecen.
Summary: Las noches en "Dollhouse" siempre eran movidas; la gente iba y venía y las historias que las damas de compañía escuchaban, no siempre eran felices. Uraraka Ochako trabajaba allí bajo el seudónimo de Angel face y de entre todos los desdichados que pagaban por unas horas con ella, nunca esperó hallar al padre de su amiga aguardando por su compañía.
Aclaratoria: Ésta es una obra propia y todos los derechos son reservados.
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CAPÍTULO 3
Detector de mentirosos.
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Después de dos años trabajando en Dollhouse, con un ingreso mucho mayor al cual percibía sirviendo café o comida rápida, Uraraka Ochako pudo ahorrar lo suficiente como para mudarse a un departamento mucho mejor en Terrace Arusawa, un pequeño edificio de departamentos ubicado en el barrio Minato; sus gastos eran bien cubiertos por su trabajo nocturno y eso le permitió abrir una cuenta bancaria en donde depositó gran parte de su dinero con la idea de poder pagarse su universidad llegado el momento adecuado.
Y tal momento, finalmente, llegó.
Fue a la parada del autobús, Hiroo Gochome a las 8:45 a.m.; el bus no tardó en llegar y tras 15 minutos de trayecto, ya se encontraba a pasos del campus de la Universidad de Tokai, una de las mejores universidades de Artes a la que había deseado ingresar con tanto afán. Sonrió sin poder contener su emoción al apreciar el gran edificio que componía a la Universidad de sus sueños.
Desde pequeña, el arte estaba metido bajo sus uñas. Sentía cómo la necesidad de tomar cualquier lápiz para trazar lo que su pulso marcara y su corazón le dictaba. Había hecho algunos cursos de arte en su ciudad natal pero el talento venía ya en ella.
La decisión de dejarlo todo para ir a Tokio y entrar a la Universidad de Tokai fue lo que la hizo aguantar aquel primer año de agotamiento mental y físico; cada noche que regresaba a su pequeño cuarto, con el alma doliéndole y el cuerpo gritando por un respiro, ella volvía a mirar sus trabajos, observaba sus dibujos, sus pinturas y sonreía.
―Naciste para cosas grandes, Ochako. ―La voz de su padre diciéndole aquellas palabras fue lo único que la mantuvo en pie cuando creía que todo se venía abajo.
Dollhouse quizá fue, para muchos, un camino fácil, algo que hacen las personas que quieren una solución inmediata a sus problemas. Ochako lo creyó durante un buen tiempo, pero el hambre y la desesperación por perder sus únicos metros cuadrados al cual podía regresar, le dieron la respuesta que buscaba. Cualquier trabajo, mientras pudiese sacarla de la pobreza y que la acercara a cumplir sus sueños, era válido.
Aspiró profundo y dio un paso para avanzar al interior del recinto universitario. La gran estructura la recibió en su interior, junto con todo lo que Tokai representaba. Su sonrisa no podía ocultarse, tampoco deseaba hacerlo; quería conservar cada detalle en su mente, apropiarse de ello y no olvidarlo nunca.
Estaba tan absorta en sus fantasías que acabó chocando con una muchacha. Ambas parecían tan abstraídas en sus pensamientos que terminaron hallándose en mitad del pasillo. Ochako se apresuró a disculparse con la joven, hallando a una muchacha de su misma estatura, cabello rubio peinado en dos coletas bajas, unos ojos castaños y ropa llamativa. La joven sonrió.
―Dime que no fui la única que estaba babeando al ver todo esto ―dijo la desconocida. Ochako correspondió a la sonrisa de ésta.
―Tokai superó mis expectativas ―respondió Ochako, sonrojada por la vergüenza.
―¡Es verdad! ―La emoción en la joven era contagiosa―. ¿Eres nueva? Dime que sí, no conozco a nadie. Necesito sentirme menos perdida en este sitio.
―No eres la única que se siente como si todo fuese de otro mundo. ―Ambas sonrieron―. Me llamo Uraraka Ochako ―extendió su mano.
―Bakugo Mahoro ―respondió, estrechando su mano.
Ochako nunca creyó que la simpática chica del pasillo terminaría siendo su compañera de clases, aplicando para la facultad de artes, al igual que ella, y con quien compartiría todo el primer semestre. La química entre ambas fue inmediata; Mahoro era un poco tosca pero Ochako le gustaba el ímpetu que enseñaba, no parecía ser alguien insegura.
Su apellido llamó su atención aunque no dijo nada en el primer momento de escucharla; sin embargo, bastó sólo unos días comprender por qué el nombre le resultó curioso. La joven era la única hija del poderoso Grupo Bakugo, su padre era el presidente de una empresa textil y su madre era una famosa diseñadora de modas, la imagen de Athena's Silk, dándole la razón del por qué las ropas de su amiga eran tan bonitas y costosas.
A pesar de tener semejante apellido, en un principio, Ochako no entendía por qué alguien como Mahoro podría ser alguien quien se sintiese perdida; muchas personas intentaban acercarse a ella para hablarle con mucha confianza, invitándole a salir y demás pero Mahoro las rechazaba sin mucho tacto. Sí, tenía un carácter difícil a pesar de su imagen de chica buena, no era alguien que se dejara sorprender por cualquiera.
―Odio a la gente deshonesta ―había dicho Mahoro en muchas ocasiones, refiriéndose a las personas que querían acercarse a ella―. La mayoría sólo le interesa ser amigos míos porque creen que, de ese modo, accederán a ciertos privilegios por mis padres. Já, son unos idiotas.
―¿Qué hay de mí? ―Preguntó Ochako con diversión. Ambas yacían en el departamento de Ochako estudiando―. Podría estar mintiéndote.
Mahoro la miró muy seria pero echó a reír después, aligerando el peso de su propia respiración.
―No te lo he dicho pero tengo un superpoder: sé detectar a un mentiroso a kilómetros de distancia ―Sonrió―. Además, Tú, amiga mía, eres lo que yo llamo "mi tipo de chica" ―respondió, guiñandole el ojo. Ambas rieron. Abrieron otro paquete de snacks y siguieron repasando sus lecciones de historia del arte. Mahoro miró a Ochako―. Eres de las pocas personas que son sinceras. Me agradas por eso, Ocha.
La castaña sonrió a su amiga, sintiendo un pequeño peso en el pecho. Regresó su atención a sus apuntes pensando en que Mahoro no era buena para identificar personas sinceras, porque Uraraka Ochako, aunque no estaba con ella buscando algún privilegio, no se consideraba del todo como alguien sincera.
Pero su vida privada, era suya, algo que Mahoro comprendía completamente porque, al igual que Ochako, tampoco entraba en mucho detalle sobre su vida y mucho menos sobre sus padres. Imaginaba que tenía suficiente con el hecho de lidiar con las personas que intentaban acercarse a ella o la poca privacidad que tenía gracias a su familia.
Los exámenes finales del semestre las hizo encontrarse en muchos sitios para continuar con sus estudios. Algunas tardes iban a la casa de Ochako, algunas otras, en el departamento de Mahoro; otras, se encontraban en alguna cafetería o en la biblioteca de Komada, a unos pasos de su propia universidad; sin embargo, una tarde de otoño, Mahoro llamó a Ochako para cambiar sus planes de estudio y también, su sitio de encuentro.
―¿Te importaría venir a la casa de mis padres? ―Preguntó tras la línea. Ochako estaba cepillándose los dientes cuando Mahoro llamó. Miró su reloj en la sala de su departamento con curiosidad, estaba por salir al encuentro de su amiga en una cafetería no muy lejos de allí así que esa llamada la tomó por sorpresa.
―¿Sucedió algo? ―Inquirió Ochako. Era la primera vez que Mahoro la invitaba a su casa.
―Nada de otro mundo; mi madre quiere conocerte, dice que nunca le presento a mis amigos. ―Ochako río al escucharla un poco avergonzada―. Si no quieres, yo…
―Pásame tu dirección. No tardaré en llegar. ―De ese modo, quedaron en verse en la casa de sus padres.
Conocía el departamento de Mahoro, se encontraba cerca a la universidad pero en esa ocasión, según le había explicado su amiga, sus padres se encontraban en la ciudad y querían cenar con su hija, de paso, conocer a su amiga de la que tanto hablaba. Ochako se sentía ciertamente nerviosa, era la primera vez que conocería a personas famosas o al menos, con mucho poder en lo que iba su estadía en Tokio, así que escogió un conjunto de pantalones oscuros, una blusa blanca y un abrigo rojo, peinó su cabello y se puso sus zapatos favoritos.
No tardó en llegar al gran edificio con las palabras GRUPO BAKUGO resaltando en la terraza de la planta baja. Era impresionante cuán grande era el complejo de departamentos, tuvo que darse un momento para tragar saliva y recomponerse de la constante incógnita de si su atuendo era adecuado para ir a la casa de personas que trabajaban con ropa.
Sus dudas quedaron en segundo plano al ver a Mahoro saliendo por las puertas de vidrio del gran edificio. La saludó como siempre, con el ímpetu que la caracterizaba y de ese modo, ingresó a la fortaleza Bakugo. Todos los empleados que se hallaban en planta baja, le daban reverencias pronunciadas a la joven rubia que jalaba de su muñeca, llevándola hasta perderse de su visión dentro de la cabina del elevador. Ochako contuvo el aliento sin percatarse de ello, eran los nervios, nunca había estado en un lugar tan lujoso.
―No te pongas nerviosa, mi madre es muy amable, en verdad deseaba conocerte ―comentó Mahoro mirándola con una sonrisa.
―Creo que has puesto mucha responsabilidad en mis hombros ―comentó Ochako en un intento por sonar relajada aunque estaba muy lejos de estarlo.
―Para nada. Mi madre te amará, aunque… ―Dejó la frase en el aire. Ochako la miró con urgencia―. Mi padre es otra historia.
―¡¿Tu padre?! ―Preguntó Ochako. Listo, su intento por simular tranquilidad se fue a la basura cuando la mención del presidente del grupo Bakugo fue puesta en escena. Mahoro echó a reír con ganas.
―¡Tienes que ver tu expresión! ―Comentó divertida―. Sólo estoy bromeando. Mi padre parece rudo y malhumorado, pero créeme, le terminarás gustando.
Ochako comenzó a tener problemas con el simple hecho de respirar, olvidó cómo hacerlo pero su momento de retroalimentación se vio interrumpida cuando las puertas del elevador se abrieron en el último piso del gran complejo. La visualización de una elegancia que sólo alcanzó a ver en revistas o películas de hollywood la abofetearon; en verdad, ella no estaba vestida para una ocasión así.
Mahoro salió de la cabina y el cuerpo de Ochako la siguió por pura inercia. La opulencia del lugar la enmudeció, pero cuando se halló en la sala del gran piso, reconoció la figura de un hombre en la cocina; no pudo detenerse a verlo mejor, no cuando escuchó la voz de una mujer llamando a Mahoro. Ochako vio a la madre de su amiga, Bakugo Camie, acudiendo a ellas con un vestido oscuro pegado al cuerpo, tacones altos y un hermoso cabello rubio ondulado cayéndole sobre los hombros.
―¡Ochako-chan! Al fin puedo conocerte ―Mahoro no mentía cuando dijo que su madre era amable, pero obvió el detalle de que era ridículamente hermosa. Las mejillas de Ochako se encendieron cuando ésta la abrazó con mucha confianza―. Mahoro no nos ha hablado de otra cosa que no fueses tú.
―¡Mamá!
―Camie, deja de avergonzar a la mocosa ―escucharon una voz grave desde la cocina. Mahoro rodó los ojos ante el comentario de su padre.
―Bueno, la razón por la que no te invitaba a casa se reduce a estos dos ―dijo Mahoro.
Ochako sonrió divertida al escuchar cómo su madre la regañaba porque nunca traía a ningún amigo o amiga a la casa, teniendo a padres tan geniales como ellos.
Tomaron asiento en el comedor y el padre de Mahoro no tardó en hacer acto de presencia con dos bandejas de comida en sus manos. Ochako vio a un hombre mayor, de gran tamaño, cabello corto con algunas canas notorias entre el rubio de sus hebras, ojos rojizos como la sangre misma y un semblante atemorizante. Tragó en seco, su amiga no mentía. Su padre aparentaba ser alguien malhumorado.
―Así que tú eres la amiga de Mahoro ―comentó sencillamente el hombre poniendo los platillos en la mesa.
―Mucho gusto, soy Uraraka Ochako ―dijo dándole una reverencia al hombre.
El padre de su amiga escuchó su nombre y detuvo sus movimientos un momento. La volteó a mirar y por un momento, Ochako temió por su vida. ¿Por qué la miraba de ese modo?
―¿Uraraka? ―Preguntó.
―Ya, papá, no la molestes ―dijo Mahoro golpeando la espalda de su padre con unas palmaditas―. ¡Oh, son mis favoritas! ―Reaccionó la muchacha ante los platillos que su padre había cocinado. Miró a Ochako―. Mi padre es un chef frustrado; sin duda, en otra vida, habría sido el dueño de una cadena de restaurantes aunque a lo mucho, ha privatizado la cocina.
―Eso es verdad ―acotó Camie―. No me deja cocinar nada.
―¡Hey, par de brujas! ―Bramó el hombre―. Si quieren seguir hablando, háganlo afuera. Uraraka, siéntate y come ―ordenó―. Éstas dos perdieron la oportunidad de cenar.
―¡Gruñón! ―dijeron al unísono las mujeres.
Ochako se limitó a apreciar la divertida escena en la familia Bakugo. Ochako tomó asiento a la par que lo hacían los demás comensales y no podía dejar de ver cuán unidos parecían ser los miembros de la familia. Veía a la pareja, no hablaban mucho entre ellos pero le fue sencillo hallar cierta química entre ambos; sin mencionar el por qué Mahoro era tan hermosa y dueña de un carácter tan singular.
―Tu acento no es de Tokio, ¿no es verdad? ―dijo Bakugo Katsuki tras escucharla hablar un momento. Ochako se sonrojó al tener los intensos ojos del hombre encima suyo―. Dialecto de Kansai, ¿puede ser?
Ochako asintió. Mahoro la miró con curiosidad.
―Soy originaria de Kyoto ―explicó la muchacha llevándose a sus labios su copa de vino tinto―. Hace tres años vivo en Tokio, aunque supongo que mi acento aún me delata.
―Es bonito escucharte ―dijo Camie con una sonrisa―. Adoro el dialecto de Kansai.
―Vaya, creí que eras de la capital ―añadió su amiga.
―¿Cómo te haces amiga de alguien de quien no conoces casi nada? ―Preguntó Katsuki mirando a su hija. Mahoro rodó los ojos molesta.
―Nosotras no hablamos de muchas cosas aburridas, mierda. ―Mahoro tomó su propia copa y dio un sorbo profundo.
―¿Tus padres también se mudaron contigo o siguen en Kyoto? ―Preguntó Camie.
Los ojos de Katsuki volvieron a posarse sobre ella con aquella fuerza que le provocó cruzar sus piernas bajo la mesa. La ponía nerviosa y no podía evitar darle el gusto. Dio otro sorbo de vino, pensó un momento en su respuesta y sonrió por lo bajo sencillamente.
―Mi padre falleció cuando era pequeña ―dijo entonces consiguiendo que tanto Mahoro como Camie apartaran su mirada de ella, por el contrario de Katsuki que seguía observándola―. Mi madre… Bueno, ella sigue en Kyoto. Volvió a casarse cuando yo tenía dieciséis años.
―Oh, lo lamento, Ochako-chan. No quise ser inoportuna ―se excusó Camie. Ochako sólo le dedicó una sonrisa.
Mahoro se apresuró a cambiar de tema para quitar la tensión en la mesa. A pesar de intentarlo, Bakugo Katsuki no podía dejar de observar a Uraraka Ochako como si tuviese un esmalte que le impidiese ver todo lo que realmente era. Ochako estaba sintiéndose bastante incómoda al respecto, aunque procurara ignorarlo, sentía que el padre de su amiga tenía un peculiar interés en desnudar sus secretos.
―Tres años en Tokio ―comentó Katsuki casi para sí mismo, consiguiendo que la atención de las otras tres mujeres volviera a él―. Pero es tu primer año en la universidad.
―Katsuki. ―La voz de su esposa en claro tono de reprimenda no lo detuvo; es más, consiguió que el ambiente se pusiese aún más tenso. Ochako tragó pesado, sentía cómo sus piernas temblaban bajo la mesa.
―¿Por qué has tardado tanto?
―Papá, te lo dije ―interrumpió su hija, molesta en verdad―. Ochako ha estado trabajando para pagarse la universidad.
Ochako sonrió por lo bajo. Ella le había dicho a Mahoro sobre sus constantes trabajos como mesera y los tantos trabajos que había adquirido para pagar su renta aunque claro, la mención de su trabajo nocturno fue omitido por obvias razones. Ochako ya no tenía vino en su copa con lo cual hacer pasar su nerviosismo, de hecho, estaba lo suficientemente ebria a consecuencia de los tragos profundos dados en apenas dos horas de cena.
―Trabajé como mesera en varias cafeterías y ahora estoy en un bar, ayudando a un amigo. La paga es buena, así que me ha ayudado a ahorrar lo suficiente para estudiar después de estos tres años ―comentó Ochako. Su sonrisa se sentía flaquear, ya no podía permanecer mucho más tiempo en ese lugar.
―Vaya, no sabía que mi esposo quería tu currículum ―dijo Camie con sarcasmo mirando a Katsuki―. Si querías contratarla, le hubieras hecho una entrevista en otro momento. ―Camie se limpió los labios con la servilleta de tela que tenía en su regazo. Se puso de pie y arrojó la servilleta sobre su plato vacío―. Olvidé que tengo que regresar a la oficina a terminar algunos presupuestos. ¿Quieres un aventón, Ochako-chan? La cena terminó hace una hora pero seguimos hostigándote como completos descorteses.
No disimuló su alivio al escuchar esa frase. Se disculpó con Katsuki y tomando sus pocas pertenencias, siguió a la alta y elegante mujer que se llevó su bolsón y un rostro bastante molesto, cuyos ojos iban dirigidos a su esposo. Mahoro se quedó con su padre para limpiar el departamento.
―La razón principal por la que Mahoro no trae amigos a la casa se reduce a mi marido ―explicó Camie cuando iban bajando por el elevador hasta planta baja―. A veces creo que nuestro propio comportamiento hizo que Mahoro deseara una vida lejos de nosotros. ―Una sonrisa triste se formó en sus labios rojizos. Miró a Ochako―. Disculpa, no sé por qué te estoy diciendo estas cosas. Es la primera vez que nos vemos.
―No se preocupe ―se apresuró a decir la muchacha―. Entiendo que Bakugo-san no quiere personas desagradables cerca de su hija. No le he dicho mucho de mi vida a Mahoro-chan porque no hay mucho que saber. ―Se encogió de hombros. Ambas sonrieron.
―No te alejes de Mahoro, Ochako-chan ―dijo Camie con dulzura―. Puedo ver que eres una buena chica y mi hija no es buena haciendo amigos. Supongo que sacó gran parte del carácter de Katsuki.
―Mahoro es la única amiga que tengo en esta ciudad ―respondió sin pensarlo mucho. Camie sonrió.
Subieron al vehículo particular de la mujer y ésta se encargó de llevarla hasta el barrio Minato, a puertas de su departamento. Se despidieron y Ochako aguardó porque la mujer se marchara para subir por las escaleras hasta el segundo piso en donde se hallaba su departamento. Eran cerca de las diez de la noche, esa noche no tenía turno en Dollhouse, por lo que pudo darse una ducha larga para acostarse a dormir temprano.
Pero mientras las horas transcurrían, Ochako no podía quitarse la sensación que los intensos y profundos ojos de Bakugo Katsuki dejaron en ella. Cerró los ojos. Estaba acostada en su cama, ya aseada y vestida con un pijamas largo, el sueño estaba a puertas pero ella sólo podía tener en mente esos ojos rojizos que la hicieron temblar en su propio sitio. Apretó los ojos con fuerza y mordió su almohada con rabia. Ese hombre le había hecho sentir tan pequeña e insignificante, había preguntado cosas muy personales y no dejaba de hostigarla con los ojos. ¿Qué demonios le sucedía?
Acabó dormida unos minutos después, pero esa noche, soñó con el padre de su amiga. Lo soñó en esa misma mesa en donde pasaron dos horas con puras preguntas incómodas, pero la situación era distinta porque se hallaban sólo ellos dos. No podía borrarse la mirada tan intensa que el padre de su amiga le había dirigido durante toda esa cena que incluso su subconsciente volvió a recrear para torturarla.
Fue de ese modo en el que Uraraka Ochako conoció a Bakugo Katsuki, el padre de su amiga.
Transcurrió un mes desde aquella cena. Mahoro y Ochako siguieron quedando en los departamentos de la otra para seguir haciendo tareas juntas, salían a tomar café y cuando Ochako no tenía turnos en Dollhouse, pasaban las noches juntas viendo películas, hablando de la vida, estudiando o comiendo. A pesar del sabor tan extraño que su padre había generado en esa cena en el departamento de los Bakugo, Ochako no se sintió diferente junto a Mahoro, algo que ésta última valoró de sobremanera porque temía que el comportamiento tan tosco de su padre la terminara ahuyentando.
Si Mahoro supiera que había tenido que lidiar con personas mucho más desagradables en sus otros trabajos, su amiga no se sentiría tan avergonzada. De todas maneras, la idea de volver a cenar con sus padres no volvió a ser sugerida aunque Mahoro ya no se guardaba sus relatos sobre sus padres. Ochako la escuchaba hablar de que su madre casi no se encontraba en casa, que tenía viajes o reuniones espontáneas; con su padre, no pasaba lo mismo porque casi todo se centraba en la empresa instaurada en Tokio y si necesitaba viajar, lo programaba con anticipación y nunca tardaba demasiado.
Por lo que pudo apreciar de la pareja se reducía a que ambos tenían más en común su negocio que su propia relación, o al menos eso le pareció sentir a Ochako durante la cena.
Sentir el tacto helado contra su espalda la hizo pegar un respingo. Volteó alterada a sus espaldas y sonrió al reconocer la sonrisa puntiaguda de su amigo Eijiro. El hombre tenía dos latas de cerveza heladas en cada mano.
―¿Algo te tiene tan pensativa que no me has escuchado llegar? ―Preguntó el pelirrojo tendiendole una de las cervezas.
Ochako sonrió bajando la mirada a su lata, abriéndola con sus uñas. Era miércoles por la noche, estaban a un par de horas de que Dollhouse abriera sus puertas a sus clientes habituales de la semana, pero antes de que eso sucediera, Ochako salió al balcón que contaba el sitio; llevaba puesto su atuendo de las noches, su conjunto de babydoll blanco con detalles en rosa, su sostén de encaje, su tanga rosa bien notoria bajo el babydoll, unas medias bucaneras blancas que le llegaban hasta el medio muslo y sus stilettos blancos junto a su infaltable peluca rosa.
Le gustaba salir a tomar un poco de aire antes de que el trabajo iniciara. Le gustaba ver la ciudad desde esa altura; sentir que sus problemas eran tan pequeños como las personas diminutas que se movían como hormigas bajo ella. En esa ocasión, Eijiro la buscó para acercarle una cerveza y pasar un momento a su lado.
Prendió un cigarrillo y ella se lo pidió; Ochako no solía fumar pero cuando estaba con Eijiro, solían hacerlo, al menos unas caladas para sentir que la tensión abandonaba su cuerpo.
La muñeca de Ochako se movió entregando el cigarrillo de regreso al dueño de este. Eijiro pudo notar que, al no tener sus acostumbrados guantes blancos, Ochako era dueña de unas cicatrices en sus dedos, como también se veían subiendo por su cuerpo. El pelirrojo tomó el cigarrillo pero sus dedos libres acariciaron el camino de cicatrices que estaban expuestas en la piel de la muchacha. Ochako lo miró con urgencia. Eijiro se sonrojó.
―Lo siento ―dijo alejando sus dedos de ella―. Es la primera vez que los veo ―dijo. Aunque no era el primero en notar la cicatriz que cargaba en su pecho, precisamente en la unión de sus senos. Gracias a su pronunciado escote, era fácilmente identificable una cicatriz vertical que bajaba entre la unión de su clavícula, cruzaba la unión de sus senos y se perdía bajo la tela de su babydoll.
―Sí ―soltó aire al decirlo―. Odio usar ropa muy escotada o sin mangas por este motivo ―dijo. Lo miró un momento―. Son feas ¿no?
―¿Hay algo en ti que sea feo, Ángel? ―Preguntó el pelirrojo. Ochako sonrió, bajó la mirada a sus manos como una adolescente―. Lo digo en serio. No son feas, creo que tienes una historia que te hace ser única.
―Lo dices porque eres amable conmigo ―respondió ella mirándolo con ternura―. Aunque a nadie le gustan las mujeres con marcas en la piel.
―¿De qué hablas? ―Preguntó de inmediato el muchacho, elevando un poco la voz. La tomó por sorpresa―. Creo que eres misteriosa. Vamos, puedes contarme tu secreto, ¿eras parte de los Yakuza, no? ―Ambos echaron a reír.
Ochako tomó su cerveza. Cambió de tema y él no volvió a hablar de sus cicatrices porque Ochako no se sentía cómoda con ellas.
―¡Hey, par de tórtolos! ―Las puertas que daban al balcón se abrieron y la potente voz de Miruko se hizo escuchar con fuerza. Ambos voltearon a verla con el susto latente en sus rostros―. ¡Dejen de joder y vengan! ¡Abriremos las puertas en dos!
Kirishima apagó su cigarrillo contra la baranda metálica del balcón. Ochako se despidió de él con una sonrisa para regresar al interior, la vio colocarse sus guantes largos y acomodarse su peluca frente al reflejo de uno de los espejos que contaba el interior del local.
Las puertas de Dollhouse se abrieron y la clientela habitual de la semana ingresó. El catálogo de Dolls se hallaba en la entrada con las fotografías de todos los empleados con sus nombres artísticos, sus costos por horas y los servicios que ofrecían cada uno. Varios pedían dos o tres dolls por noche, como lo fue esa noche que Angelface y Deku-chan fueron solicitadas en compañía de una tercera muchacha llamada Froppy; el comprador fue Todoroki Touya, el primer hijo del dueño del edificio, era uno de los habituales en la semana y solía pedir más de una doll en lo que iban sus horas de trabajo.
Ochako no se sentía cómoda con él. Touya tenía un aire extraño, además hacía comentarios desagradables hacia Deku, algo que la molestaba de sobremanera pero al ser el hijo del edificio, ni siquiera la joven de pecas se atrevía a ir contra sus comentarios. Esa noche, le tocó sonreír como podía al hombre de treinta y cinco años, él la hizo sentar en su regazo y jugaba con los cabellos rosas de su peluca.
―Es una pena que lo único que pueda hacer contigo es ponerte sobre mis piernas ―susurró el hombre a su oído, incomodándola―. Te pondría de tantas formas para hacerte repetir mi nombre.
Ochako contenía su respiración mientras el aroma a nicotina y colonia desprendía el cuerpo de su cliente. Sintió su mano recorriendo su espalda, fue bajando; la guardia de Ochako estaba en alto pero antes de sentir que la mano del hombre descendía más y más, Ochako se levantó.
―¿Qué sucede? ―Preguntó Touya con diversión.
―Mi hora ha terminado ―dijo enseñándole el reloj en la pared detrás suyo. El alto hombre dirigió su atención a la pared y sonrió―. Puede retirarse a la caja a pagar o le acercaré mi cuota.
―Oh, vamos Ángel… ¿Hace cuanto nos conocemos? ―Preguntó acercándose a ella―. Una hora más no me vendría más. Podríamos ponernos más cariñosos.
Ochako lo detuvo con un mano en su pecho, levantó su rostro hacia el suyo y sonrió.
―Tengo otros clientes que atender. ―No esperó a que el hombre dijera algo más, se alejó de él hacia la salida del cuarto privado que solía rentar por sus dos horas acostumbradas.
Ochako dejó salir un profundo suspiro. Tenía el corazón desbocado por la impotencia y el miedo que recorrían su cuerpo. Le había dicho en varias ocasiones a Miruko que Touya buscaba propasarse con muchas dolls pero la respuesta siempre era la misma: "mientras no te agreda, sonríe y sigue trabajando".
Ochako fue al baño de servicio, se encerró un momento allí. Un sollozo salió de ella al sentirse tan insignificante cada vez que alguien como Todoroki Touya la acosaba. Frente al espejo, ya sin el antifaz blanco, Ochako observó su rostro sonrojado y sus ojos enrojecidos; el trabajo de Doll no era todo color de rosas, siempre lo supo, pero fue gracias a ese trabajo que su estabilidad económica había mejorado y ya no se encontraba en una situación aterradora, teniendo que reducir casi todos sus gastos para sobrevivir un día más.
―Vamos, Ochako… ―Se dijo a sí misma, mirando su reflejo―. Eres mejor que esto. Ella no tiene razón, sabes que no la tiene…
Y con aquel mantra, el mismo que se repetía una y otra vez para recomponerse de sus caídas y miedos, se colocó el antifaz blanco, acomodó su peluca rosa y sonrió a su reflejo como si éste fuese un cliente más. Dejó el baño un momento después.
Y cuando Hawks la vio, se apresuró a ir hacia ella con una sonrisa de oreja a oreja.
―Tienes un cliente para la Golden Room ―dijo sin darle oportunidad de decir algo antes. Ochako parpadeó un par de veces hasta corresponder a la sonrisa del hombre.
―¡Golden Room! ―Repitió emocionada. Él asintió―. ¿Lo llevo allí? ¿Te dijeron alguna especificación?
―Ya se encuentra allá, Miruko lo llevó. Pidió un Macallan entre las rocas; lleva la botella, que no escatime en gastos. Tienes asegurado el mes con la propina de este pez gordo. ¡No lo arruines! ―Soltó el hombre de filosos ojos dorados. Ochako asintió para dirigirse a la barra con presura.
El mal sabor de hace un momento pasó deprisa en sus labios. La idea de un cliente que solicite la Golden Room en plena semana no era muy habitual y además de que la soliciten a ella en particular. La Golden era de aquellos cuartos costosos, aseguran clientes de altos ingresos que no temen pagar por más de dos horas la compañía de sus dolls, sin mencionar que sólo piden Dolls profesionales (un caso habitual es el de Todoroki Enji, solicitando siempre la presencia de Hawks).
Pero que soliciten a una amateur como ella, la ponía de buen humor.
Tomó la botella como se lo había indicado Hawks y con dos vasos cortos con la hielera lista, encaminó sus pasos hacia la Golden Room en donde su nuevo cliente la aguardaba. Era la primera vez que alguien la llamaba para la Golden y eso le provocaba cosquillas en la nuca; su sonrisa de tonta sólo se movía ante la idea de la buena propina que recibiría de parte del nuevo cliente.
Llegó hasta el cuarto y tocó un par de veces. Una voz grave se escuchó desde el interior, indicando que ingresara y así lo hizo. Abrió la puerta y la tonalidad café con detalles en dorado la recibió, junto con el aroma a nicotina inundando el lugar. Vio a un hombre de traje, sentado en uno de los grandes sofás de cuero que contaba la habitación, llevaba el cabello corto y la atención puesta en uno de los ceniceros que se ubicaba frente a él, sobre la mesa ratona de vidrio oscuro.
Ochako dio un paso y sus movimientos se detuvieron abruptamente cuando reconoció al hombre sentado en el sofá. La mirada rojiza del cliente dejó el cenicero para dirigirse a la mujer que ingresó al cuarto con la bandeja entre sus manos; ella no disimuló el desconcierto de hallar al padre de su amiga sentado allí, aguardando por una Doll y su botella de Whisky.
Bakugo Katsuki, el padre de Mahoro y dueño del Grupo Bakugo, se hallaba sentado en la Golden Room, con un cigarrillo entre los dedos, dejando caer la colilla restante en el cenicero, sin dejar de observar de pie en el umbral de la puerta.
Ochako estaba sin aliento. Pudo revivir los recuerdos del hombre en la cena que tuvo hace unas dos semanas atrás, su mirada intensa posada sobre ella mientras la avasallaba de preguntas personales. ¿Por qué estaba allí? ¿Qué sucedió con su esposa? ¿Camie-san sabía de eso? Pero lo más importante: ¿Acaso él sabía de su trabajo nocturno? ¿Él la reconocía por eso solicitó que fuese ella, específicamente ella, a verlo?
No lo sabía pero mientras más pasaba de pie frente a él, las fuerzas en sus piernas fueron escurriéndose cada vez más.
Las coincidencias no existían y sin embargo, él la terminó encontrando en el peor sitio que pudo haber imaginado.
