La historia es un conjunto de mentiras consensuadas. Dicen que es escrita solo por los vencedores. Y que los olvidados en batalla, son sombras de lo vergonzoso; el bochorno de atestiguar con fe mortuoria la decadencia de los ideales. Pero olvidan un detalle. La historia se reescribe con el tiempo. Se transforma. La reinventan quienes no la vivieron. Es por eso, que mi relato parte así. Con los hechos que no re imaginé de mi frágil memoria.

Siempre fui fiel a la aciaga idea de que en este mundo habitan tres tipos de personas. Las que están vivas, las que están dormidas y los muertos. Muchos dirán que la plaga no existió. Que fue tan solo imaginación de cuentos paganos. Pero hubo un día en el que los esclavos se redimieron de sus cadenas y los condenados de la tierra se unieron en su grito de rebelión. La gente le teme a la muerte. Más quienes no sucumban ante su desidia engañosa podrán dominar el mundo. La tierra, será heredada por los no vivos.

Me desplazo a trote suave sobre un caballo que no distingo ya su color. Juraría que era blanco. Pero pinceladas de sangre ajena, le han dotado de matices irreconocibles por todo el pelaje. Lo que le hace resaltar su bravía, bajo la gélida nieve a sus patas.

El hombre que yace de rodillas frente a mí está exhausto. Ha sido una carrera maratónica por alcanzarle y sus piernas ya no responden. Con un céfiro aliento alza una ballesta, dispuesto a dispararme. Pero no es rival para la velocidad con la que he respondido y se derrumba de bruces al lodo. Su rostro, perpetua la muerte misma. Sus pupilas se recubren en una tela grisácea, tétrica. Su mandíbula se ha desprendido por completo del cráneo y la piel le cuelga a mortajas de bocado, como quien le hubiese comido la carne.

Desciendo del corcel. Vamos, está no es la parte más sencilla de matar a un hombre. O al menos lo que queda de él. Tan solo es un preámbulo. Un calentamiento. No es algo que me divierta o haga por deporte. No es lindo de ver. Pero alguien tiene que hacerlo. Alguien, que sea capaz de mantener intacta la pueril sanidad espiritual de su consciencia; al momento exacto en el que desenvaino mi cuchilla, lo cojo del cabello y le rebano el cuello. Hasta lograr que su cabeza se despegue de su anatomía.

Es la única forma de conseguir que no se levante de nuevo. Del pomo de mi navaja cuelga una cruz. Envuelta por 50 cuencas redondas en filas de a 10, tornasol. Rezar por su alma es una necedad a estas alturas. Tal cosa ha hecho abandono del plano onírico y ya no hay santo a devoción que le presida. Estos parajes son el infierno en la tierra.

Dios, sigue latente en mí. Lo veo, cada vez que alzo la mirada y dejo caer mis cansados párpados, bajo un velo de ojeras ennegrecidas por el agotamiento. Lo siento, omnipresente a mi alrededor. Soy juicioso de su poder. Y con sensatez, hago su voluntad. Incluso si he sido testigo suntuoso de presenciar, como la poca luz de esperanza en la humanidad, se convirtió en completa oscuridad.

Todo comenzó aquí, en Orleans. El hambre y la pobreza abundaban en el territorio francés del siglo XV de nuestro señor. Cabe destacar que un hombre con hambre es capaz de todo. Capaz de mentir, de robar, de masacrar e incluso de engañarse así mismo. Lo que no comprendo aún, es su falta de fe. ¿Será que aún no han visto la potestad suprema del altísimo? ¿O quizás sus corazones son tan impíos que son incapaces de permitirse sentir amor por el prójimo? No los culpo. No soy quien. Los tiempos por los que atraviesa la civilización son decadentes e incluso la misma iglesia ha perdido poder. La guerra de 100 años contra los ingleses ha desgastado hasta al caballero más estoico. Sus armaduras están oxidadas del polvo. Sus sembrados de cultivos fueron arrasados, sus mujeres violadas y sus hijos esclavos. Los campos de batalla son un verdadero festín de cuervos y larvas. La invitación perfecta para que el demonio se apodere del aire, volviéndolo nauseabundo de respirar, y pudra hasta el suelo más fértil.

Si bien, mi travesía no empezó precisamente en este territorio, era imperioso tener que llegar a esta ciudad; hace muy poco liberada del mandato enemigo. Pues lo que busco…me ha llevado por una interminable marcha aletargada; hasta el mercado principal de la urbe. Soy muy cauteloso. Mi acento me delataría a cualquier captor resentido. Sin embargo, mi vestimenta me limita a involucrarme con soldados o fanáticos idealistas. Pues yo, soy un piadoso, simplón y humilde monje anglicano. No busco nada inquisidor ni en calidad de hereje, más que la paz mundial, esparcir la palabra de la fe y…

¿Matar zombis?

Eso lo dejaré como hobbie.

—¡Oye, mocoso!

Mercado de Orleans. Año 1450 del rey Carlos VI.

—¡Debería colgarte de los tobillos desde la misma plazoleta!

—Con todo respeto, mi señor —se defiende trémulo el herrero— ¿Acaso los patrones no han quedado complacidos con mi trabajo?

—¡Maldito campesino ignorante! —brama, colérico el varón— ¡¿Crees que puedes engañar a la prestigiosa familia Bourgeois?!

¿Mh? ¿Ese herrero…conoce a los Bourgeois?

—¡N-no pretendía tal cosa, oficial! —se excusa el orfebre, intimidado—. Usted sabe que soy un fiel servidor de los nobles.

—Esta ensilladura ni si quiera es de cuero de buey español —argumenta el mayor, estampándole el objeto en el rostro— ¡Es de Mordingo!

—¿Qué cosa? —niega absorto ante tal acusación. Y tras echarle una ojeada rápida al producto, refuta—. Esto debe de ser un malentendido, señor. El manifiesto de entrega especificaba Mordingo. Desde el fuste hasta el cincho. Y dos tientos de sarape en la base izquierda.

—¿Quieres decir que tu firmaste esto?

El guardia le ha mostrado un papel corrugado con una insignia solida en la esquina. A simple vista, parece ser una orden de compra con un pago de por medio en efectivo. Sin embargo, el muchacho niega tajantemente con la cabeza. No reconoce la firma y tampoco parece comprender el contenido de tal documento. Sus ojos danzan erráticos de arriba hacia abajo, como quien busca el comienzo de un relato. ¿Podría ser posible…?

—Luka Couffaine —sentencia el soldado—. Quedas arrestado por intento fraudulento de estafa a un noble y por mentirme en la puta cara.

—¿Qué? ¡Es-espere! ¡Ya le dije que soy inocente! —berrea el peliazul, batallando contra sus captores— ¡Yo no firmé esto! ¡Esa no es mi letra, lo juro! ¡No fui yo!

El pliego cae al suelo entre tanto jaleo. Lo que me facilita el poder acercarme a la escena del crimen y tomarlo como prueba; para corroborar dicha teoría que ya maquino en mi cabeza. En efecto. La firma es demasiado "elegante" para ser de un simple fundidor. A pesar de llevar su nombre y apellido como si hubiese estado de acuerdo con las condiciones contractuales del trabajo, no me cabe duda, de que no fue el quien selló el negocio. Luka Couffaine ¿No? El conoce a las familias nobles en Francia. El…podrá ayudarme.

Calabozos y mazmorras. 00:03AM

—¡Por favor, tienen que creerme! —vocifera Luka, colgado desde los barrotes— ¡Soy inocente! ¡Yo no firmé eso! Tsk…mierda —gruñe frustrado, empuñando las manos con ira— ¿Cómo demonios iba a firmar algo? Los Bourgeois son unos malditos. De seguro siguen molestos por lo que Juleka les dijo la otra noche en el granero.

Yo te creo…

—¿Eh? ¿Quién dijo eso? —Couffaine despabila, levantando la vista en modo contemplativo— ¿Hola?

—Buenas noches, herrero —musita, desde la penumbra.

—¿Un sacerdote? —masculle Luka, abatido. No percibe atisbos de esperanza en la mirada contraria; lo que le da respuesta a su intrigante silencio—. Ya veo. Entonces adelantaron el juicio y ahora tengo que confesarme con usted.

—¿Precisas de una confesión? —inquiere Félix, suspicaz.

—No realmente —balbucea frustrado, el peliazul—. No soy muy creyente en la religión que digamos.

—No hace falta que creas en un credo en particular, Luka —bosqueja afable el rubio—. Solo que tengas fe en ti.

—Si, pero yo-…—calla de golpe—. Un momento. ¿Cómo sabe mi nombre?

—El señor me lo dijo —responde, encogiendo los hombros.

—¿Hablas con dios? —parpadea Couffaine, anonadado con tal revelación.

—"No del todo" —Fathom suelta un bufido y desplaza la reja hacia un costado. Ha dejado paso libre para que salga, si así lo amerita—. En realidad, me refería a ese "señor" en particular —apunta.

—¿Qué? —el herrero brinca en su lugar, estupefacto por la escena. El guardia de seguridad que hace un momento le hostigaba con crimen, yace inconsciente en el suelo del calabozo— ¿Usted…golpeó al carcelero?

—Solo un toque de cortesía. Nada grave —farfulle el religioso. Acto seguido, le lanza las llaves— ¿Vienes?

—Disculpe —reniega el mayor—. N-no puedo escapar, así como así.

—No estás escapando, incauto alfarero —Félix rueda los ojos con ironía—. Te estoy absolviendo de tus crímenes.

—Que no cometí —argumenta.

—Por supuesto que no. ¿Cómo podrías? —bufa el ojiverde—. Ni si quiera sabes leer o escribir.

—¿C-Como es que…? —pestañea, absorto con su revelación— ¿Cómo se dio cuenta?

—Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo —manifiesta Fathom, abriendo el ventanal—. Aunque debo admitir que tienes agallas. Pretender llegar a morir en la horca por evitar la vergüenza es admirable.

—Mierda, no podemos salir por aquí —farfulle el aldeano, intranquilo—. Este acantilado nos mataría.

—No maldigas, hijo. Ya tengo todo listo —responde jovial, regalándole un guiño sincero—. Bajaremos por esta cuerda. Abajo nos espera un bote. Ven conmigo y no te sueltes.

—¿Debo…abrazarlo? —traga saliva, pasmado frente a su idea.

—Que pecado ¿No? Aferrarse a otro varón —el clérigo suelta una mofa infantil y lo jala hacia su pecho—. Ya no seas tan frágil de masculinidad y ven.

—No lo dije por eso realmente…—exhala el ojiazul, de manera servil—. Solo no me vaya a soltar o nos veremos mas pronto con el "señor" de lo que pensamos.

Una brisa gélida nos azotó contra el risco. Las primeras gotas del otoño cayeron sobre nuestras nucas, alzando el oleaje bajo nuestros pies de forma descerraja. Uno de los escoltas se asomó por el rosetón, echando acusaciones de asesinato en mi contra. Mi compañero, enmudeció por unos instantes. Antes de tomar represalias sobre mi cuestionable comportamiento.

—¡¿Lo mataste?! —chilló Luka, acobardado.

—¡Ya te lo dije, solo fue un toque! —aclaró Félix.

—¡¿Qué clase de monje eres?! —añadió— ¡Matar personas es pecado!

—¡Si no guardas silencio harás que nos maten a ambos y será homicidio triple!

—¡Pues prefiero morir invicto en tal caso! —berreó Couffaine, soltándose violentamente de su agarre— ¡Ouch, mierda!

Que idiota. El imbécil cayó de culo contra la barcaza. Pensé que podría llevar la fiesta en paz. Pero lo primero que hizo fue peguntarme quien demonios era. Me estampó la pregunta cual perro adolorido, como si mi contemplativa concentración no estuviera más atada a mantener la velera, que su inquisitiva interpelación. En cuanto logré que la ráfaga de barlovento sopesara el peso de la barcaza, me senté frente a él sobre una de las tablas corroídas. Me miraba como si lo hubiese condenado en vez de salvarlo. Una extraña forma de agradecerme, sin duda. Removí la capucha que me cubría la mollera, despejando así la pulcredad de mi semblante, por sobre un deslavado hábito religioso. Pensé que si me mostraba tal cual era, lograría modificar su talante impávido. Pero en vez de apaciguar nuestro encuentro, solo lo empeoré. Pues ahora sus ojos colgaban de sus cuencas como dos faroles en medio de la noche. ¿Tan feo soy?

—Me llamo Félix —declaró, en una sonrisa resuelta—. Y solo soy un simple siervo de dios.

—Se quién eres —confesó Luka, atormentado—. Eres Argos, el excomulgado.

—¿Quien? —carcajeó el inglés, soltando una mueca sarcástica—. Me parece que me estás confundiendo con alguien más. No conozco a ningún Argos.

—No juegues conmigo ¿Ok? Que sea pobre no me hace estúpido —espetó Couffaine, con voz agria—. No quieras verme la cara. Eres tú, el del cartel. Reconozco un rostro tan… "peculiar" cuando lo veo.

—No sé de qué cartel hablas, Luka —exclamó Fathom en tono burlesco—. Pero si con peculiar te refieres a que soy guapo, te lo concedo. No me quejo. Tengo lo mío.

—¡Ya deja de mentirme!

Admito que no lo vi venir. Mi compañero estaba bastante alterado como para confrontarlo en dicho frenesí. Me cogió de la muñeca y descubrió mi brazo derecho, dejando expuesto a clara luz de luna la marca de los excomulgados; sobresaliendo en una cicatrizada costura de piel anémica. Carajo. Con lo que me costó ocultar mi identidad durante tantos años y ahora un simple campesino iletrado lo adivina con solo verme a los ojos. ¿Será que el condenado fui yo?

Desde pequeño, me encabronó de sobremanera que desconocidos emitieran reflexiones sobre mí sin conocerme. Ese estúpido "apodo" hilarante, me hervía la sangre. Violentamente me solté de sus garras, chasqueando la lengua en lo que regresaba a cubrir la evidencia.

—Tsk…bueno. ¿Y qué pasa si soy él? —gruñe Graham de Vanily, mosqueado— ¿Vas a juzgarme tu también?

—Eso déjaselo a tu Dios —contestó el aldeano, dejándose caer rendido sobre su tablón—. Sabía que había algo raro en ti. No eres un monje realmente. La iglesia te expulsó del credo.

—¿Y tú crees que me importa lo que una bola de manatíes depravados piensen de mí? —grazna el religioso, ofuscado—. No necesito la validación de nadie para ejercer mi fe.

—¿Qué es un manatí? —examina el ojiazul, confundido.

Este chico no se entera —carraspea el monje, desviando la mirada—. Es…un mamífero marino que pesa 200 kilos.

—Vaya…—el herrero hace una pausa prolongada, asimilando la información. En realidad, sentía más curiosidad por aquella figura mítica llamada "Argos" que animales acuáticos. Su leyenda le precedía entre la baja casta galesa—. Oye… ¿Es verdad que estuviste en la batalla de Reims? ¿Y qué te rebelaste contra el pontífice? Los soldados francos dicen que te rehusaste a confesar a los caídos ingleses. ¿Eres un traidor?

—Escucha —Félix le increpa, frunciendo el entrecejo—. No te saqué de esa apestosa pocilga para hablar de mi vida o de lo que dicen una panda de franceses borrachos —añade, jalando su antebrazo con violencia—. Lo hice porque necesito de tu ayuda. No tuve otra opción.

—Uy —Couffaine rezonga apabullado, expresando total decepción frente a su par— ¿Dónde quedó tu "amor al prójimo"? ¿Acaso me vas a matar si no te ayudo?

—Tu no me conoces en lo más mínimo, herrero —refunfuña Fathom, irascible—. No te recomiendo sacar conclusiones de lo que soy o no soy capaz de hacer.

—Claro. ¿Porque ahora dirás que el único que te puede poner a prueba es Dios? —el lugareño de ojos añil se zafa de su agarre. Ya no le parece una actitud propia de un caballero—. Suelta. Mejor me hubieras dejado en ese calabozo. Eres una estafa.

Supongo que lo juzgué mal. Este muchacho resultó ser un quisquilloso. Pero dentro de la cordialidad de mi crianza con la cual mi madre, me había instruido de pequeño; opté por apelar a la bondad de las circunstancias, más que mi propio mal aventurado viaje. Tomar una postura osca con el aldeano, ya no era viable si precisaba con urgencia de su ayuda. Cogí aliento en lo profundo de mis pulmones y relajé el semblante, esbozando una mueca grácil en respuesta.

—Discúlpame. Realmente no fue mi intención engañarte o algo parecido —explica Félix—. Y lamento no haber podido ser del todo honesto contigo desde el comienzo. Debes entender que tengo justas razones para ocultar mi identidad. Bueno, ahora que conoces la fama que me precede.

—Está bien, curita. Creo que lo pillo —carcajeó el peliazul, a sonrisa floja—. Si yo fuera un excomulgado también andaría por el mundo desconfiando de todos. Debes de estar muy desesperado como para haber recurrido a un iletrado como yo. Solo me pregunto…—añadió, suspicaz— ¿En qué podría yo ayudarte? ¿Necesitas que te forje una espada o algo así?

—En realidad es mucho más simple que eso —narró Fathom, en lo que extraía un sobre desde su cogulla— ¿Reconoces esto?

En el instante en que la carta tocó sus dedos, el semblante de Luka se turbó de manera viciosa. Era la típica expresión de alguien que claramente, sospecharía de mis intenciones. Me preguntó con la mirada si podía leerle el contenido. No puse reparos. No era la gran cosa. Solo era el manifiesto de un cargamento inglés con destino a Dijon. Sin embargo, el sello que timbraba el sobre…

—¿De dónde sacaste esto? —examinó el quincallero.

—Ah. Entonces si lo reconoces —agregó Graham de Vanily—. Fue la última carta que recibió mi padre antes de ser colgado. De hecho, me atrevería a decir que fue la razón por la cual lo mataron.

—Debe de haber sido importante lo que llevaba en su barco ¿No?

—No es el "que" llevaba. Si no, para "quien" lo hacía —espeta el rubio, frunciendo el ceño en el proceso—. La persona que le escribió esta carta, sabía muy bien lo que estaba haciendo. Y sin duda es alguien que sabe lo que está pasando.

—¿"Lo que está pasando"? —pestañeó Couffaine, confundido— ¿Y eso que sería?

—Descuida. Creo que estás a punto de presenciarlo —sentenció el inglés.

Ser un hijo de dios no me convierte precisamente en un brujo arcano, capaz de adivinar el futuro. Sin embargo, mis palabras resonaron como un presagio pagano, delante de ambos. En cuanto nuestro bote tocó puerto, la ciudad ardía en llamas desde sus cimientos hasta elevar sus cenizas en una voraz ventisca de humo negro. La escena hablaba por si sola, como el designio del apocalipsis en la tierra. Algunos ciudadanos corrían despavoridos de un lugar a otro, mientras que los pocos soldados que aún permanecían en la urbe luchaban a ciegas contra un enemigo invisible que, de su presencia, solo aullidos grotescos y gruñidos bestiales vociferaban. Luka fue el primero en saltar a tierra firme, descolorido de la cabeza hasta los pies. Intemperante frente al pánico, se hizo de una antorcha que colgaba destartalada del malecón y salió corriendo en dirección al caos.

—¡¿Qué demonios está pasando?! —exclamó el ojiazul— ¡Los ingleses nos atacan! ¡Debo ir por mi hermana!

—¡No! ¡Espera, Luka! —berreó Félix, sin llegar a el— ¡No son ingleses! Arg…mierda. No sabía que tenía una hermana. ¡Luka!

Me vi forzado a seguirle. Luka era mi mapa con patas y si lo perdía, la única pista fresca de acercarme a mi objetivo rompería rumbo. No creí que corriera tan rápido, joder. Entre el tumulto de gritos agónicos, caballos relinchando, ganado suelto y el incendio insaciable, logré divisar como se perdía dentro de un viejo molino de cebada. El interior permanecía intacto de las llamas. Pero el silencio lúgubre que se ceñía en el ambiente se diluía con la oscuridad del silo y dificultaba bastante percibir con que me toparía. Tan preparado como de costumbre, desenvaine mi cuchilla de pomo dorada; envolviéndola en un rosario.

—¿Luka?

Le llamé un par de veces en voz baja. El aroma se tornaba cada vez más putrefacto de aspirar. Reconocería este olor a kilómetros. Es exactamente como huele la muerte, cuando la miras a los ojos. Dos golpes a mi izquierda, como ollas y sartenes cayendo. Un grito masculino proveniente de un cuartillo poco iluminado me impulsa a dar una patada al cerrojo y romper la entrada.

—¡¿Juleka?! —berrea Luka— ¡¿Qué haces?! ¡Soy yo! ¡Tu hermano!

Vaya que lio. La muchacha, si es que alguna vez fue humana…ya no lo era más. Una maraña de gruñidos, dientes desencajados, ojos saltones irrigados de sangre coagulada, uñas encarnadas y el instinto básico más ancestral de todos, activado: Hambre. Levanté al herrero del suelo, con la esperanza de que no le haya hecho rasguño alguno.

—¿Te ha lastimado? —consultó sereno el monaguillo.

—¡¿Qué si me ha lastima-…?! —chilló Couffaine, espantado— ¡¿Qué significa eso?! ¡Es mi hermana! ¡Ella jamás me haría daño!

—¿Sí? Pues ya no lo es —manifestó, con el semblante agrio y la mirada afilada—. Se ha infectado.

—¿Infectado? ¿Como es eso? —pestañeó, estupefacto frente a su declaración— ¿Infectado con qué? ¿La cólera? ¿La sífilis? ¿La peste negra?

—Con la muerte —masculle entre dientes, desenvainando su cuchilla—. Apártate.

—¡¿Qué crees que haces, monje loco?! —le intercepta— ¡¿Pretendes matar a mi hermana?!

—Luka, hazme caso. Esa ya no es tu hermana —sentencia Fathom, con ojos hoscos—. Ha abandonado todo atisbo de humanidad y ahora mismo, lo único que desea es comernos hasta los huesos.

—¿Comernos…? —traga saliva, estupefacto— ¿Cómo dices?

Maldición. En verdad me hubiera encantado disfrutar de una hermosa clase de zombis en compañía de un café. Pero pestañar en este trabajo era sentencia mortuoria. En un abrir y cerrar de ojos, Juleka ya estaba encima mío, dándome trancones de mordiscos impetuosos. Con todo el afán de llevarse una probadita de mi exquisita anatomía, rasgó mi colobio de un extremo. No recordaba haberme enfrentado a un no vivo con tanta fuerza. ¿Qué le daban de comer a esta chica? ¿Carne de toro? Al parecer, aun mantenía ciertos rasgos de inteligencia. Porque al momento de empuñar mi daga, se dejó apuñalar por ella para quitársela de encima.

Inteligente. Aunque peligroso. Porque ya no tengo con que defenderme. Su cuerpo ejerce presión contra el mío y me empuja hacia el pajal. Comienzo a asfixiarme.

Hubiera recitado un par de ave marías o un piadoso padre nuestro, de no ser porque el mismísimo san pedro bajó del cielo y me echó una manito. Mas bien, un yunque. En un método desesperado por intentar salvarme la vida, Luka había dejado caer el material pesado sobre la nuca de su propia hermana. Logrando así, desnucarla. Y por consiguiente…asesinarla. Aunque el termino está bastante erróneo. Juleka ya estaba muerta para cuando llegamos.

El fuego se propagó vertiginoso por los recovecos del viejo molino, trincando fuerza en las astas que aun giraban producto del viento. Tuve que empujar en repetidas veces al herrero para que saliera del trance y me siguiera hasta la salida. Me costó recobrar el aliento. Las marcas de presunto homicidio frustrado yacían perennes en mi cuello. Cuños carmesí que ya tendría tiempo de higienizar. Cogimos los primeros caballos que encontramos y echamos carrera a galope por el sendero boscoso hacia las montañas.

La ciudad de Orleans se incineraba a nuestras espaldas, deponiendo una estela de humo, cadáveres…y muertos vivientes. Ya no hay nada que pueda hacer al respecto. Debo continuar hasta la ciudad de Dijon y encontrar a la persona que escribió la carta a mi padre. Es mi única esperanza ahora…

Bosque de Joigny. A 25km de Blois.

¿Cómo le hago para convencerle de lo que ha pasado? No…dudo mucho que quiera asimilarlo tan rápido. No se ha dignado a dirigirme la palabra ni una sola vez. No me extrañaría que pensara que todo esto fue mi culpa. Después de todo, si no hubiera sido porque Juleka me atacó él no se hubiese visto forzado a matarla con sus propias manos. Hemos cabalgado toda la noche. Todo un día y toda una noche más. Según el mapa que robé a los ingleses, debemos tomar el paso por las montañas de Blois para llegar a Dijon.

Hacemos pausas solo para que los escuálidos jamelgos beban algo de agua y de paso podamos descansar las entrepiernas. Luego de 10 horas a trote, el dolor en los testículos dejaría infértil hasta al toro mas fornido. Afortunadamente la providencia nos sonríe al conferirnos un rio de aguas cristalinas ideal para tomar un receso. El calor ha declinado con el paso del otoño. Las ultimas hojas estivales mueren lentas con el atardecer. El sol se esconde más rápido sobre las copas de los árboles. En cuanto la nieve nos alcance ya no será optimo seguir en la intemperie. Es mejor acelerar el paso.

—Te traje la leña que me pediste.

Luka me habla prácticamente con monosílabos. Pero al menos lo hace. Esta tarde he logrado pescar un par de rodaballos de agua dulce con los cuales, podremos conseguir algo de grasa corporal. También me hacía falta un baño. Pensar que andar en estos andrajos por tantos días ya me estaría haciendo oler como un francés, me ponía de mal humor. Quise agradecerle el gesto, pero mi camarada ahora me observa como si hubiese visto un fantasma. ¿Será por mi demacrada morfología? ¿O es acaso el mapamundi de surcos que tengo en la espalda?

—¿Qué te pasó? —consulta Luka, preocupado.

—Digamos que algunas diferencias de opinión con mi padre —explica el monje, sin mayores miramientos—. Por cierto, estos peces estarán cocidos en media hora. Será mejor que descanses.

—Nunca conocí al mío —musitó el peliazul, jugueteando con unos leños—. Mamá solía decir que era mejor así.

—Y tuvo razón —exhala Félix, terminando de vestirse—. A veces es decepcionante.

—Asumo entonces que la relación con el no era del todo buena —narra Couffaine—. Sin embargo, buscas al que escribió esa carta y lo mandó a la horca.

—Créeme. No es precisamente para vengarlo —suspira sereno, el clérigo. Su compañero guarda silencio contemplativo, mas perdido en las chispas que repican en la hoguera que el lugar donde se encuentran. Posiblemente, la historia sigue dándole vueltas en la cabeza—. Está bien. Puedes preguntarme si gustas. Llevas días guardando silencio.

—Tu ya lo sabías ¿No? Lo que ocurrió en Orleans —repita el herrero, confundido—. Parecías…tener experiencia. ¿Qué está pasando, Félix?

—Me encantaría poder darte una respuesta tan convincente, que te dejara sin interrogantes —se encoge de hombros, desganado—. Pero no la tengo. Yo también llevo un tiempo investigando esto. Lo único que te puedo decir con certeza, es que mi padre sabía de esto mucho antes que todos. Y de cierta forma lo avaló.

—¿Lo colgaron por eso?

—El…fue el primero de todos —revela Félix, endureciendo el semblante—. Al menos, el primero que yo vi. El primer… "no viviente".

—¿Qué me estás contando? —espeta el campesino, aterrado con su fábula— ¿Dices que esto surgió en Inglaterra?

—No del todo. Tengo fuertes teorías para convencerme de que realmente salió de aquí, de Francia —expresa Graham de Vanily, involucrado en el relato. Juguetea con sus dedos y mordisquea su labio inferior, nervudo—. Mi padre era mercader. Aunque no de los trigos muy limpios. Su pasión era saltarse el pago de impuestos. Posiblemente recibió una buena suma para transportar este "mal" hacia la isla.

—¿Quienes podrían ser tan malvados como para hacer algo así? Las personas que vi en el poblado…todas ellas…—farfulle el ojiazul, desviando la mirada con dejo de congoja— Es monstruoso. Hacer que la gente se "coma" entre sí.

—¿Te parece apocalíptico? —añade el rubio.

—Es de no creerlo…—veda con la cabeza—. Es imposible.

—Esta guerra ha durado mas de 100 años, Luka —suspira abatido, el inglés—. Creo que es demasiado tiempo. Tanto ingleses como franceses ya están agotados. Los reyes ya no desean sobrellevar ofensivas que no son suyas. Los campesinos están casi todos muertos. Y los nobles se han escondido en sus castillos. Cuando es el hombre quien ya no libra sus propias batallas, solo el mal puede resurgir a tomar el control —adiciona, pensativo—. La humanidad ahora está en manos de una consciencia oscura que se ha aburrido de contemplar perdidas.

—Pues quien sea que esté detrás de todo esto, debe pagar por ellos —sentencia Luka, decidido. Estrujando sus puños, se alza—. Hay gente inocente metida en esto. Niños. Ancianos. Ha transformado una guerra absurda en el exterminio mismo. Me rehúso a pensar que, para acabar con esto, la única opción sea consumirse entre nosotros mismos. Y Juleka…—traga saliva, ofuscado—. Ella no merecía morir así. Es por eso mismo que estuve pensando durante estos días de viaje. Es por eso mismo, que te ayudaré. Juntos, vamos a acabar con esto. Cueste lo que cueste.

Vaya orador me ha salido el muchacho ¿Eh? Pero me llena de orgullo escuchar tales palabras de bravía. Ojalá hubiesen existido un motivador personal durante los conflictos en Reims y Chalons. Tal vez me hubiera ahorrado el bochorno de desobedecer a mis superiores. Bueno, eso les pasa por zombificarse.

Provincia de Dijon. Otoño de 1460.

—Háblame mas sobre la familia Dupain-Cheng —consulta Fathom, masticando una manzana— ¿Qué más sabes de ellos?

—No mas de lo que ya te conté, amigo —Couffaine se encoge de hombros, en lo que bebe un sorbo de agua de una cantimplora de cuero—. Ya te lo dije. Era una de las familias mas ricas de la zona antes de que estallara la guerra del norte. Hasta donde sé, el padre era fabricante de cerveza y la señora era joyera.

—¿Estás seguro de que este sello es de ellos? —se lo enseña—. Por última vez.

—Como que me llamo Luka —asiente de forma obediente—. Conozco este camino cual palma de mi mano. Vine un par de veces con Jul a dejar insumos de caballería para el festival floral de primavera. Siempre ganaban en la categoría de jóvenes.

—Imagino que el heredero de los Dupain-Cheng debe de haber tenido fama de campeón —Félix hace una pausa, deteniéndose en la entrada—. Luka… ¿A dónde carajos me has traído?

—Yo…no entiendo…se supone que estaban aquí…

¿Chiste mal contado? ¿O historia retorcida del destino? Cualquiera que fuese el resultado, estaba clara una sola cosa. Si alguna vez estuvieron los Dupain-Cheng viviendo aquí, ha de haber pasado un buen de años. Pues ahora mismo, lo único que teníamos delante de nosotros eran los cimientos de un viejo castillo abandonado, con más telarañas, arboledas muertas y musgo de pared, que historias por contar. Luka me observa liado y se disculpa, perplejo a lo que testifica. Mierda, es como volver a empezar de cero. Es…frustrante. Por unos momentos me sentí tan cerca de la verdad. Ahora dicha "verdad" se difumina en una lejanía que ya no distingo si es la correcta o no. Por torpe, lo he mandado a investigar en una mini patrulla de exploración, a ver si se topa con algún indicio de a donde pudieron haber ido. Pero vamos, era una familia noble. Ningún miembro de su calaña se desaparece de la faz de la tierra de la noche a la mañana. Alguien debe conocer su paradero.

Me senté sobre una roca a repasar el viejo mapa. Avanzar más hacia el norte nos llevará a los territorios de Borgoña. Lugar altamente Normando. Sería suicidio. Era seguir aquí o regresar por el antiguo paso de los Ardenes. Miro el cielo y esas nubes grises que se aproximan por el Oeste me transmiten el mensaje de un invierno a portas de caer sobre mi cabeza. Que dios me ampare. Acabamos de quedar atrapados aquí. Y sin ninguna pista que nos ayude.

—Luka. Será mejor que dejes de mirarme con esa cara de perro maltratado y tomes tus cosas —rezonga Graham de Vanily, regresando por el camino de piedra—. No sacamos nada con seguir aquí. Los Dupain-Cheng no están.

—Félix, te juro qu-…

—Ya deja de jurar en vano. Dios te está mirando —chasquea la lengua, en una sonrisa ladina—. Tal vez puedan ayudarnos en algún bar. Ahora mismo necesito un trago.

—¿Los monjes beben alcohol? —interrumpe Couffaine, liado.

—Jajaja…por deporte.

[…]

—No has tocado tu trago en todo el rato que llevamos aquí —protesta el religioso, mosqueado— ¿Así es como rechazas la sangre de cristo?

—Oh, no. Santo dios. Claro que no rechazo —asiente nervudo el peliazul, bebiendo un sorbo extenso de su bebida—. Uhg…es solo que, nunca había tenido dinero suficiente como para emborracharme.

—No te preocupes por eso —ríe el inglés, despreocupado—. Dios lo paga todo.

—¿Lo dices de manera retorica o más bien irónica? —no se entera.

—Lo digo de forma ilegal —sisea en tono picaresco—. El dinero no es mío. Te sorprendería la cantidad de duros que maneja la religión.

—¡Pff! —Luka escupe su vino, atragantado— ¡Cof! ¡Cof! ¿Le robaste a la iglesia?

—Ya sabes lo que dice el dicho. Ladrón que roba ladrón, tiene cien años de perdón —carcajea el ojiverde, empinando el codo en el proceso—. La iglesia le roba el dinero al pueblo y yo le robo a ellos. Se que entiendes el proceso. Por cierto, que buen vino hacen aquí. ¿No crees?

Comienzo a pensar que lo de ser excomulgado te lo tenias bien ganado…—piensa el herrero, escondiendo el semblante detrás de su copa de madera—. Félix. ¿Qué hacemos aquí? Beber no nos hará encontrar a los Dupain-Cheng.

—¿Quién dijo que vine a beber por eso? —alza la vista por sobre su cabeza, echando una ojeada rápida al panorama—. Tenia sed y quería recrear la vista un poco. ¿No crees que las mujeres francesas son demasiado bajitas?

—Wow —ironiza el aldeano—. Cálmate un rato, poste con patas.

—Tsk —bufa de vuelta—. Tampoco he dicho que soy muy alto. Pero dicen que tengo hasta los 35 para seguir creciendo. Estoy en la flor de la edad.

—No deberías estar viendo mujeres ¿Sabias? —resopla Luka, girando los ojos—. Eres un hombre de dios.

—¿Y que quieres que mire? ¿Varones? —manifiesta el monje, arqueando una ceja con obviedad—. Ah. Ya entendí. Así que lo tuyo son los caballos. Vaya pillo.

—¡¿Qué carajos dices, tonto?! —se va a la chucha.

—Buenas noches, forasteros —interrumpe una muchacha de cabellera cobriza. Se detiene en el eclesiástico, bosquejando una mueca descompuesta de malos amigos—. Y padre.

—Buenas noches, hija mía —contesta Fathom de regreso, sin mayores miramientos—. Oh, por favor. No soy ningún padre. Solo soy un humilde monje.

—Ni yo tu hija —alza una ceja, imperativa—. Solo soy una no muy humilde cantinera. Y necesito que me paguen. Estamos cerrando ya.

—¿A esta hora? ¿Tan temprano? —le interpela Félix, extrañado— ¿Acaso no está bueno el negocio?

—Parece que compartir tanto con nuestro señor te ha tergiversado la realidad, cura —retoza la fémina, con aires de amenaza—. Todo el mundo sabe que después de las 00:00 las calles se vuelven tierra de nadie. Y esas "cosas" salen por ahí.

—Ya veo. Así que ya llegó hasta aquí ¿No? —Graham de Vanily se levanta, depositando un par de monedas de oro sobre la mesa—. Que suerte que al menos me tienen a mí.

—¿Quién carajos eres? —gruñe la chica.

—¡Alix! —vocifera una muchacha de tes morena, un poco mas atrás. Porta consigo una ballesta— ¿Algún problema con estos tipejos? ¿No quieren pagar?

—Nah, todo bien por acá, Alya —Alix chasquea la lengua—. Solo un par de payasos que ya se iban.

—Por favor, señoritas —manifiesta Couffaine, alzando ambas manos en son de paz—. No buscamos problemas. Solo somos dos viajeros en busca de una familia en particular a la cual le perdimos el rastro.

—¿Sí? Pues aquí no hay tal familia —protesta Césaire, enajenada. Aun incluso sin saber el contexto o de quienes se tratan—. Así que será mejor que se marchen.

—Busco a los Dupain-Cheng —sentencia Félix, templado.

No sé si fue mi imaginación o una trivial impresión. Pero en mi opinión, el aire se tornó espeso de respirar de un momento a otro. Por unos momentos, conseguí percibir como el semblante de ambas chicas se desfiguraba de forma exagerada. Aunque no podría definir si era algo bueno o malo. Pues era una mezcla entre querer llorar y al mismo tiempo, destruir el mundo. ¿Qué pasó con la familia Dupain-Cheng? La muchacha llamada Alya baja la guardia, dejando a un lado el arma con el cual nos apuntaba. Exhala descorazonada y nos confiesa.

—No creo que puedas hallarlos, monje. La familia Dupain-Cheng, ya no está entre nosotros.

¿Por qué no me extrañaba? Lo natural seria morir de hambre, producto de alguna guerra o enfermedad terminal. No obstante, algo me decía en mi interior, que se habían convertido en esas cosas. Y no estaba tan lejos de la realidad, tras escuchar el macabro relato de la señorita Césaire esa noche. Nos condujo hacia la parte trasera de la cantina. En ella, a la luz de candelabros y puertas cerradas, nos relató lo acontecido. En mi dotada imaginación de fabulas, las imágenes de tal leyenda pasaban de un lado a otro como una obra de teatro adormecida. Solo que de terror. Joder. No había forma de que alguien hubiese sobrevivido a ello.

—¡Maldita sea!

Solté, dando un golpe sordo contra la mesilla. Luka me observaba tan o igual de desalentado como las muchachas. Por el momento me conformaba con que todos los presentes tuvieran en claro la problemática de los "no muertos". Alix añadió pedazos de anécdotas similares, esparciéndose por toda la costa Este y las montañas del Oeste. Era cuestión de días para que esta peste inundara toda la provincia y finalmente, el país entero.

—Dime una cosa, Félix —murmuró Alya, osada— ¿Para que necesitabas a los Dupain-Cheng realmente?

—Mi padre recibió una carta de ellos, un mes antes de transformarse —revela el inglés, malogrado.

—¿Puedo leerla?

—Si, claro —se la extiende—. Es solo un manifiesto de carga. Junto con un memo que pide urgencia en entregar el producto lo antes posible al puerto de Calais.

—Esta letra…—masculle Césaire, pasmada.

—¿Si es? —adiciona Alix, releyendo el documento—. Claro que es.

—¿Sabes quién la escribió? —le intercepta Fathom, confundido— ¿Fue el señor Dupain?

—Félix —la morena le clava una mirada certeza, repleta de incertidumbre—. Y si te dijera que sé quien escribió esta carta y, además, sigue vivo. ¿Qué harías al respecto?

—¿Qué? ¿No murieron todos? —exclama Luka, impresionado.

—Por favor, te ruego me lleves con él. Necesito hacerle un par de preguntas.

—Mh…va a estar un poco difícil —comenta Kubel, reflexiva—. Pero puedo arreglarlo. Hablaré con algunos contactos.

—Descuiden, tengo poder de convencimiento —le endosa Graham de Vanily, altivo—. Se tratar con hombres difíciles.

—¿Quién dijo que es chico? —ríe de vuelta, divertida—. De igual forma, te deseo suerte con ella, cura inglés~

[…]

—¿Presa? —suelta Couffaine, atónito— ¿La hija de los Dupain-Cheng está presa en Paris? Esto es como jugar al gato y al ratón.

Caminos de Ruan, a las afueras de Paris. Una semana después.

Si. Se que suena medio estúpido que lo mencione con tanta infantilidad, pero es la realidad. Su nombre era Marinette. Y en fieles palabras de Alix Kubdel, era una chica un tanto ortodoxa para ser considerada una dama de la corte.

"Luego de la muerte de sus padres, perdió completamente la cabeza. Los guardias del delfín tuvieron que apresarla para que se calmara"

"No es precisamente una damisela en aprietos. No la hagas enojar. No tiene buen carácter"

—Odia a los ingleses —confiesa el forjador, rascando su nuca—. No. Es más. Los aborrece. No hay chance de que nos vaya a ayudar. En cuanto te vea te arrancará la cabeza como Juana de Arco.

—Si realmente fue ella quien le escribió la carta a mi padre, dudo mucho sea verdad —manifiesta Félix, descendiendo de su caballo—. De lo contrario. ¿Para que hacer negocios con uno?

—Demonios, Félix. No puedo creer que vayamos a hacer esto —exclama el peliazul, divisando a lo lejos el gran castillo—. Es como un cuento de hadas. ¿Sabes? Atrapada justo en la torre más alta, custodiada por un dragón.

—Te diría que lees demasiadas novelas, pero ni leer sabes —se mofa el rubio, escabulléndose hacia la esquina de la morada—. No todas las historias de la corte son reales, herrero. Y por lo demás, no está en la ultima torre. Solo en el segundo piso.

—No me insultes así, cura de pacotilla. Respétame —protesta—. Además, no voy a subir por ahí si es lo que buscas.

—Usa la cabeza para algo mas que no sean martillos y metales ¿Quieres? —Fathom le recalca la situación—. Piénsalo. Si salvas a una noble, te recompensará con una buena bolsa de dinero. ¿No te interesa? Podrías comprarte el Laud que tanto quieres y convertirte en musico.

—Bueno…eso suena bien —murmura el francés, ruborizado—. Pero no se si valga la pena morir en el intento sin antes haberme confesado.

Luka ni si quiera es creyente. Dudo mucho esté bautizado. Me pregunto si se habrá dado cuenta de que, si muere, su alma será condenada al fuego infinito del infierno. Obviamente no es el mismo infierno en el que yo creo, claro. Pero para no asustarlo, es mejor dejarlo creer que mantiene su libre albedrió intacto.

Por más exagerado que sonara, rescatar a Marinette era conseguir lo mismo que la redención espiritual. Así que repasamos fase por fase la modalidad del asalto. El plan era simple. Entrar, abrir el calabozo o habitación donde la tuvieran cautiva, soltarla y huir. Pan comido. Sencillo ¿No?

—Si, claro —sisea Luka— ¿Cómo vas a convencerla de que nos acompañe?

Shh…silencio. Eso lo veremos en el camino —apunta Graham de Vanily—. Guardia en la entrada sur.

¿Eso es un guardia? —no entiende nada—. Parece más bien un concubino. ¿Qué lleva en la mano?

Nunca juzgues un libro por su portada —balbucea el monje—. Atención. Va a abrir la puerta.

Créeme que contigo me quedó más que claro —rueda los ojos.

—Mi lady —llama a la puerta, tras dos golpes de puño—. Te he traído la cena. Voy a entrar.

Genial. El tipo tenía las llaves colgando de un cinturón de cuero, muy a la vista. Aprovechando el descuido solapado del distraído vigilante, nos deslizamos forzosamente contra el para desarmarlo. Los alimentos acabaron desparramados por el suelo de piedra, en lo que Luka lo escalaba por la espalda cual gorila y yo, lo espoloneaba contra la pared hasta reducirlo.

—¡¿Quién demonios son ustedes?! —aulló el muchacho— ¡Animales! ¡Suéltenme!

—¡Libera a la señorita Dupain-Cheng, simio! —berreó Couffaine, jalándole de las greñas— ¡Abre esa puerta!

—¡¿Qué la libere?! —forcejea el grandote— ¡¿De qué carajos hablan?! ¡Están dementes!

¡¿Qué significan estos gritos?!

Vaya…eso…fue…rápido. La pequeña portilla de madera y acero estaba abierta de par en par, cuando mis ojos dieron con lo que de su interior brotaba como un ángel caído del paraíso. ¿Era esta la hija de los Dupain-Cheng? No vestía como una doncella. Su cabello estaba recogido en una coleta simple. Al contrario de lo debidamente protocolar, portaba pantalón, camisa blanca y chaqueta de cuero corta. No precisamente un compuesto elegante que uno esperaría de la nobleza señorial. Esperen un momento. ¿Y sus cadenas? Por el contrario de lo que profesé, no estaba atada. De hecho, sus muñecas y tobillos bailaban en total libertad. ¿Qué está pasando?

—Marinette Dupain-Cheng —señala Félix, con desplante robusto y servicial—. Hemos venido a rescatarte.

—¿Un inglés viene a rescatarme? —masculle Marinette, fulminándolo con la mirada—. Vaya. Ahora si que lo he visto todo.

—Señorita Dupain-Cheng. Yo no-…

Ah…

¿Qué pasó? De pronto todo se vino a negro. Recibo a lo lejos sonidos exteriorizados de una platica enervada en reproches y disgusto. Acompañado de un par de suspiros endebles, risas y rimbombante humor. ¿Qué fue? ¿Hay una fiesta y nadie me invitó? Debo de haber estado inconsciente unos 20 minutos por lo bajo. Me dio trabajo acostumbrar las pupilas al nuevo color de la habitación. No es una celda realmente. Solo es un cuarto con humilde decoración y precaria vista hacia el exterior. Tampoco noto indicios de forcejeo, maltrato u enajenamiento. ¿Saben que es lo que creo? Creo que me vieron la cara de…

—No estas realmente cautiva aquí ¿Verdad? —pregunta Fathom, bosquejando una expresión afligida.

—¿Luzco así? —la chica rueda los ojos, entretenida.

—¿Te parece gracioso? —resopla frustrado, el varón.

—Un poco. Si —ríe Dupain-Cheng, jocosa—. Lamento lo del golpazo que te di. Los ingleses me irritan.

—Te entiendo —carraspea el ojiverde, sentándose en la cama—. A mí también me caen mal.

—¿Quién eres? —consulta la peliazul, ligeramente intrigada—. Aunque bueno, algo me estuvo contando el herrero. Eres monje.

—Si. Luka dijo que te conocía de antes —exhala sereno—. Por lo que podrás darte cuenta, no soy tu enemigo. Vine en son de paz.

—Jm…eso ya lo veremos —Marinette le apunta con una daga, directo hacia el cuello—. Quítate la capucha. Quiero ver tu rostro.

—No soy nadie importante, créeme. Solo soy un humilde siervo de nuestro señor —revela Félix, descubriéndose la nuca— ¿Lo ves?

—¿Félix…? —musita absorta— ¿Eres tú?

¿Qué? ¿Cómo que esta chica me conoce y yo no? ¿De que me perdí? Me parece que me he perdido un pedazo de mi propia historia y la he dejado en el olvido. O tal vez, solo esté pasando por un proceso post traumático en donde la mayoría de mis recuerdos de infancia se han borrado como un mecanismo de defensa. ¿Conozco a esta chica? Por mas que intento hacer memoria, no lo consigo. Seguramente el rostro de compungido que me cargo haya revelado mi malogrado intento por perpetuar su existencia en mi vida. Ni si quiera su voz se me hace similar a otra.

—¿Nos conocemos? —interviene Fathom, liado.

—Soy yo. Marinette ¿En serio no me reconoces? solíamos jugar juntos los veranos, junto con tu primo —acusa jovial, golpeándose el pecho— ¡Acuérdate! ¡La chica de las castañas!

¿La chica de las…?

Oh…

¿Podría ser?

—¿No eras…chico? —consulta Félix, atónito.

—¿Qué? —se fue a la chucha.

Mierda.

Sucede que cuando Marinette tenía 8 años, solía usar el cabello tan corto como un varón. De hecho, vestía como uno. Se movía como uno. ¡Esta jugaba a las espadas como uno! Nunca supe realmente su verdadero nombre, ya que le habíamos bautizado como el castañero. ¿La razón? Siempre estaba comiendo castañas. ¡PERO YO QUE COJONES IBA A SABER QUE ERA MUJER! Nadie me dijo. Que terrible situación. Y que pedazo de imbécil soy.

[…]

—Es una broma ¿Verdad? —carcajea Luka, soltando lagrimones— ¡Jajaja! ¿En serio creías que Marinette de pequeña era varón?

—No es chistoso ¿Ok? —masculle Félix, agraviado—. Hubieras visto la cara que puso cuando se acordó de mi…—aprieta los labios—. "Y tú eras…el chico de las plumas. Siempre estabas recolectándolas". ¡Arg! ¡¿Cómo pude olvidarlo?! Soy un torpe.

—Te noto bastante martirizado por un pequeño malentendido, curita —Couffaine le soba la espalda—. Relájate. Eran solo unos niños. ¿Cómo podría tomárselo a mal?

—No lo entiendes. Si quiero convencerla de que venga con nosotros, tengo que-…—calla de golpe, tras notar la presencia intrusa de un tercero a la escena—. Marinette…

—¿Tienes un momento? —consulta con timidez.

—Yo mejor los dejo a solas para que convencer, jeje…—les guiñe el ojo—. Con permiso.

Que extraño…silencio se ha construido entre ambos. A pesar de estar plenamente consciente de que nos conocíamos de antaño, ya no éramos unos críos jugando a las escondidas en los bosques de Dijon. La inocencia nos había abandonado con el devenir de los trágicos acontecimientos. Y si me preguntara ahora mismo, si hubiese previsto este reencuentro 20 años mas tarde, posiblemente no lo hubiera ni imaginado. Definitivamente Marinette ya no era una niña con apariencia masculina. Los años habían transmutado en su fisiología, en toda una mujer adulta. Me tuve que morder la lengua para no interrogarla. Por lo que preferí que fuese mi compañera quien abriera la conversación.

Dimos un par de vueltas por el jardín de la gran morada, en compañía de la luz de luna que nos paisajeaba el corroído sendero. De seguro se preguntaba por qué, el de tomar este camino de la fe en este instante de la historia. Si tan solo supiera que fui obligado a ello, quizás podríamos…

—¿Estás bien? —pregunta la chica, caminando a paso suave a su lado—. Por favor, no me mires así. Lo digo por el golpe que te di.

—Estoy bien, en serio. Pero tu ¿Acaso no estas molesta por lo de la tarde? —inquiere sereno, el rubio—. Quiero que sepas, que fue sin intenciones de ofenderte.

—Félix, éramos solo unos niños —ríe Dupain-Cheng, de manera mimosa— ¿Cómo podría? Los años nos han cambiado. Ahora eres un monje de la orden anglicana y…me cuesta trabajo asimilarlo, es todo.

—¿En qué sentido lo dices? —consulta, confundido.

—¿No te acuerdas? —añade jovial—. Solías repetir que de grande querías ser un erudito de los cielos. Y estudiar los astros y sus misterios. He de imaginar que en tu viaje por las alturas encontraste a Dios ¿No?

—No te burles —carcajea Fathom, de manera irónica—. Por supuesto que lo recuerdo. Y que sepas que ese sueño sigue intacto. Lo de ser monje…surgió de otro lado. En realidad, no tuve opción. Era eso o la horca.

—¿La horca? —la peliazul parpadea pasmada frente a su relato— ¿Qué me cuentas? ¿Qué pasó durante todos estos años?

—Marinette. Esta carta —Félix se la extienda en sus manos—. Tu se la escribiste a mi padre. ¿No es así?

—¿A tu padre? —endosa, turbada—. Un momento. ¿La carta la recibió Colt?

—¿No era para él?

—No. Yo…—aprieta los labios, callando de golpe. Tras una pausa prolongada, exhala rendida—. Félix…la carta iba dirigida a ti.

—¿A mí? —lo escucha y no lo cree. Graham de Vanily da un paso hacia atrás, desconfiado de su testimonio. No tiene pies ni cabezas—. Espera. Eso no tiene sentido. No nos veíamos desde hace muchísimos años. ¿Por qué escribirme a mí?

—Porque…—desvía la mirada, ligeramente abochornada—. Eras el único que podía ayudarme a frenar todo esto. Te contaré, todo lo que pasó hace dos años atrás. Y por favor, hagas lo que hagas…no cuestiones mis métodos. Solo escúchalo hasta el final.

¿Debía tomármelo bien? ¿Mal? ¿Mas o menos? Dupain-Cheng me invitó a una pérgola abandonada detrás de unos árboles de cerezo. Fue en compañía de su verdad, que me confesó todo, aunque siguiera siendo parte de su versión. Con cada detalle que me daba, más escabrosa se volvía la historia. Un poco fantasiosa, me atrevería a manifestar. Si no fuera porque yo mismo he visto a esos muertos vivientes levantarse del barro, me declararía un incauto e ignorante monje.

Tom y Colt, llevaban mercadeando desde hace años; compartiendo en común, a un tercer socio comercial ambiguo y socarrón. Mi tío, Gabriel Agreste. Este último, abnegado a la idea de seguir perdiendo bienes a causa de la guerra, rompió el pacto que los tres hombres habían firmado. Gabriel ya no deseaba ser parte de la cofradía, dado que sus intereses habían aumentado a escalas estratosféricas y ya ninguno de los dos podía llenar los huecos en sus arcas. Fue entonces cuando Marinette descubrió la correspondencia entre su padre y el mío.

—Gabriel Agreste encontró un nuevo socio. Alguien, que no conocemos ni tu ni yo —explica la muchacha, compungida—. El ultimo flete de la naviera Fathom marcaba como "contenido delicado" el cargamento. Y tenía por destino, el palacio real del rey de Inglaterra. Lo vi en el despacho de papá.

—¿Qué insinúas realmente? —sugiere Félix, embrollado—. Vamos, no te lo calles. Se que estás pensando en algo.

—Félix, a estas alturas ya no importa lo que yo piense o crea —Marinette se levanta, echando una caminata escueta de lado a lado—. Simplemente veo los hechos. La situación ya se salió de control. Tu lo has visto. La población…

—Marinette, lo veo. Puedo leerlo…en tus ojos —sentencia el monje, clavándole una mirada certera— ¿Crees que Gabriel mandó esa "cosa" por mar para matar al rey y así acabar con esta guerra?

—Si. Lo creo. Sin embargo, el rey sigue vivo ¿No? —musita angustiada, la noble. Acto seguido, se abraza así misma—. Supongo que el plan fue una mierda.

—Mas vivo que tu y yo juntos, sin duda —Fathom lleva el puño a su mentón, pensativo—. No obstante, si alguien realmente "creó" este bicho. Imagino que también puede destruirlo ¿Me equivoco?

—Se que hay una cura. Pero el único que podría ayudarnos es el mismo señor Agreste.

—Bueno, eso simplifica las cosas —Graham de Vanily suelta una sonrisa victoriosa—. Solo debemos hablar con mi tío. Demostrarle que todo esto fue un caos y que nos entregue la cura. O bueno, al menos al responsable de todo esto.

—Suenas bastante ingenuo para ser un servidor de la iglesia —bromea Dupain-Cheng, desviando la mirada un tanto avergonzada— ¿Aun le tienes fe a la humanidad?

—Oye…debajo de este hábito escapulario hay un hombre común y corriente también —aclara el rubio, agraviado—. No te dejes llevar solo por las apariencias.

—¿Común y corriente dices? —se mofa la ojiazul, displicente frente a sus referencias de normalidad— ¿Te parece normal tener una relación amorosa con Dios?

—¿Cuál es la diferencia con un simple mortal? —bufa de vuelta, llevando ambas manos tras la espalda; con aires de sabiduría—. Cuando te sientes mal, le hablas y simula escucharte. Si necesitas un consejo, preguntas y te respondes solo. Sabes que está ahí contigo, pero físicamente no lo está. Ya sabes. Es como llevar una relación a distancia.

—Que chistoso, acabas de describir mi ultima relación amorosa —la doncella gira los ojos, sarcásticamente.

—¡Muchachos! Lamento interrumpir su hermosa platica nocturna —jadea Luka, con el semblante perturbado—. Pero creo que nuestros amiguitos en descomposición nos siguieron hasta acá y…—apunta hacia el gran portón de madera—. Bueno, me parece que van a entrar en cualquier momento.

—Bien. Aprovecharemos la estupidez de sus descuidos para comenzar a movernos —manifiesta Marinette, extrayendo desde el interior de su blusa un colgante— ¡Kim! Ve por mi armadura y prepara los caballos. Nos vamos.

—¡Al fin podremos salir de este lugar, mi lady! —ruge Kim, golpeándose el pecho cual gorila— ¡Adiós prisión horrible!

—¿No se supone que no estabas cautiva? —Couffaine no se entera.

—Nunca lo estuve. Me auto exilie sola —se encoge de hombros, de camino a los establos— ¿Te gusta mi casita de Paris, herrero? Algún día celebraremos nuestras victorias en el salón principal.

—¿Llamas a esto…una casita…? —se va a la chucha— Es un castillo…

Qué tan vergonzoso suena que yo declare ¿Qué estoy contento de que sea Marinette quien nos acompañe? Nunca fui de muchos amigos. Lo de sociabilizar se lo dejé a mi madre. Y pasar la mitad de mi vida enclaustrado en un monasterio cantábrico no aportaba mucho a mis habilidades de conversación. ¿Qué puedo decir? De todas las personas que me imaginé podrían arrimarme el hombro, me regocijaba saber que era una vieja conocida de infancia. Hace que no me sienta tan solo. Bueno, no es que esté diciendo que Luka no es aporte alguno. Pero vamos, es una chica. ¿Cómo puedo compararlos?

—Eres un mal agradecido —carraspea el ojiazul, cabalgando mas atrás—. Ni te atrevas a pedirme que te masajee los hombros de nuevo.

Iba a decir algo como "oh, dios, Luka lee mis pensamientos". Pero eso sería caer en una falacia un tanto escéptica. Porque mi rostro ahora mismo hablaba por mil cartas. El único que me molesta es su escudero. Ese tipo llamado Kim. Tiene la cabeza de una ardilla y el cuerpo del tamaño de un gorila. Mas soso que un burro y llorica como el solo. ¿De donde salió semejante sujeto? No se ha callado ni un solo segundo durante todo el camino, joder. Que miren esto, que miren esto otro. Que la fuerza que se carga, los músculos de un toro, que las nalgas de un puerco. ¿Cómo lo soporta?

—¡Yo voy por leña! —berrea Kim— ¡Y cazaré un ciervo! ¡Puedo con mil osos salvajes! ¡Ya regreso mi lady!

—Cuanta energía tiene ese chico —comenta el inocente Couffaine— ¿No creen?

—Comienza a fastidiarme —gruñe Félix, ofendido—. Si nos llegamos a encontrar con una turba de zombis hambrientos, ya saben a quién dejaré atrás.

—Y entonces tendrás que volver por mí, porque yo no dejaré a Kim solo —Dupain-Cheng saca un mapa corrugado, expandiéndolo por la hierba—. Ya falta poco. Estamos aquí.

—¿Crees que necesitarás mi ayuda para eso? —exclama Graham de Vanily, despreocupado. Desciende de su caballo, incorporándose a su lado—. Se ve que tienes experiencia lidiando con ellos.

—Le temo mas a los vivos que a los no muertos —explica la noble, encogiéndose de hombros—. Escucha, estas rutas son territorio en disputa. Pasando por esas arboledas, del lado norte hay una posada para viajeros abandonada. Podemos pasar la noche ahí y ya para mañana a medio día estaremos entrando al ducado de Verdún.

—Te conoces muy bien estas rutas ¿Eh? —sisea el rubio, impresionado—. Cualquiera diría que viviste por esta zona.

—Si…bueno —exhala macilenta en respuesta, tratando de desviar su comentario—. Será mejor que avancemos rápido. Caerá un nevazón y sería mala idea que nos pille a la intemperie.

Fue una noche gélida para mi gusto. No tanto como las que experimentas en las tundras de la isla. Pero mis huesos lo resintieron bastante. Sobre todo, porque no pudimos encender ni si quiera una fogata para entrar en calor. El fuego, la iluminación, incluso el destello de los leños en la noctívaga soledad, eran punto fijo de atracción para dichas criaturas. Por otro lado, la relación que mantenía Marinette con Kim era por lo bajo curiosa, a mi parecer. Cualquiera que no los conociera, cavilaría que eran novios o amantes. No todos los días duermes prácticamente abrazada a tu escudero. Sentí algo de envidia por unos segundos. Hasta que el tonto de Luka me insinuó copiarles el gesto.

Obviamente lo mandé a volar. Prefiero dormir solo, gracias.

¿Dormir? Bah…eso suena muy quisquilloso para alguien de mi procedencia. No recordaba cuando fue la ultima vez que tuve un sueño extenso y reparador. Alguien tenía que hacer de atalaya humana y vigilar la seguridad de todos. Darme vueltas por aquí, por allá, en fricción y contacto directo con la ropa húmeda me indujo a estornudar un par de veces.

—El frío es psicológico. No existe realmente —murmuró para si mismo, trémulo—. Mierda, ahora me dieron ganas de ir al baño. Que mal momento…

—Si tienes ganas de orinar, será mejor que lo hagas en alguna botella —murmuró Marinette, entre dormida—. No te recomiendo salir. Nada bueno hay en estos bosques.

—Solo son árboles y pasto —respondió Fathom, caminando hacia la trampilla en lo que soltaba una pequeña broma—. No puedo hacer tranquilo en presencia de otros. Soy tímido y me cohíbo.

—Jm —chistó la fémina, acurrucándose—. Normal para ser un chico casto.

—En realidad, yo no…—calla—. Que importa. Se ha dormido de nuevo.

Es cierto que la noche apremiaba con brío la oscuridad. Pero la luna también hacía lo suyo y me regalaba suficiente luz como para vaciar mi vejiga. No hay tanto silencio como creí, por esta zona. Los manchones de sombra que se forman con la brisa son inquietantes. Comencé a entender por qué Marinette detestaba tanto el bosque. Le resultaba claustrofóbico. Demasiados lugares donde ocultarse. La distorsionada música de las copas en los árboles, soltando céfiros con el viento no ayudaba. Eran similares a los gruñidos que estas bestias emitían.

Algo cruzó corriendo el camino, alertando a los caballos. Demasiado rápido para verlo. Pero lo suficientemente brusco como para oírlo. Me arreglé el pantalón. Lo siguiente que escuche a no muy lejos de mí, fue un golpe hueco contra la tierra mojada. Atraído por el vuelo errático de un par de cuervos, escudriñé en los matorrales. Instintivamente desenfundé mi daga. Y me giré para mirar. Justo encima de una cresta que se alzaba frente a mí, me encontré cara a cara con una maldita horda de 20 no muertos. Todos ellos, balanceándose sobre sus ejes con la visual ausente y sus regulares expresiones cadavéricas.

No habían sido alertados de mi presencia aún. Instintivamente llevé mi mano a la boca y cubrí mi aliento. Tragué saliva, sintiendo agrietada la garganta. De haber estado solo, posiblemente mi coraje de valiente caballero se hubiese estampado en ellos como solía hacerlo. Pero no era tal, el caso. Una noble, un escudero y un ingenuo herrero descansaban en la casucha. Este lugar ya no era seguro y debíamos avanzar. Quise dar marcha atrás al paso más dócil posible. Sintiéndome un gato sobre sus almohadillas, los fui despertando uno a uno, señalándoles con escueta mirada por donde salir. Dupain-Cheng casi me asesina con un cuchillo cuando la moví. Si hay alguien que duerme alerta aquí, es ella.

Mi plan era rodear la posada por detrás, jalar a los jamelgos hacia un costado de la calzada y salir pitando de ahí. Pero no todos estábamos tan curtidos en la batalla como aparentábamos. La explicita espontaneidad de Luka frente al pánico que estos seres le evocaban, lo hizo titubear al momento de empotrarse sobre la montura del animal, haciéndole caer de culo al suelo. El silencio opresivo que reinaba el refugio fue fracturado por un sinfín de gruñidos guturales, que en un abrir y cerrar de ojos crecieron en la penumbra. La oleada se nos abalanzó sin poder escapar.

—¡Perdón! —lloriqueó Couffaine, espantado— ¡No fue mi intención!

—Arg…eres bastante torpe para ser herrero —chistó Félix mosqueado, levantándolo del suelo— ¡Atrás de mí!

—¡Bueno! ¡Parece que quieren fiesta! —aulló la muchacha de cabellos azules, desenfundando su espada— ¡Jajaja! ¡Se las vamos a dar!

—¡Mi lady! ¡Yo la protegeré! —saltó Kim, gallardo frente a noble. Cargaba un hacha en el hombro— ¡Por los caídos de Orleans! ¡Ahh!

—¡Félix yo también puedo ayudar! —farfulló Luka, tomando un martillo de fundición— ¡Vengaré a mi hermana!

—Pff…se hace el héroe ahora —rodó los ojos, sarcástico— ¡Recuerda lo que platicamos! ¡A la nuca o directo el cuello!

Con mas determinación y coraje que mil batallones juntos, Marinette y Kim se enajenaron en una organizada estrategia de combate para repeler el ataque. A leguas, habían ensayado esto desde antes. Tal vez pasaron meses practicándolo. Por lo que no tuve que decirles a donde atacar o como acabarlos. La ferocidad no humana con la que los no muertos arremetía era despiadada. Sin embargo, hasta yo quedaba pequeño al lado de la galanura de esos dos. Sus gritos de combate se diluían con los bufidos de los zombis. Dupain-Cheng demostró tener entrenamiento militar al guiar su espada en cada uno de sus movimientos; blandiéndola con la ligereza de un colibrí. Jamás vi nada similar. En mi mente aun permanecía virgen la imagen intacta de las doncellas tomando el té, bordando o leyendo libros aburridos. Esta chica…era increíble. Aunque yo también tenía lo mío, claro. Mi temple de acero y mi destreza casi quirúrgica no dejó monstruo en pie. En algún momento acabamos codo a codo. Espalda con espalda. Ella me regaló una sonrisa bravía, soltando chispas por los ojos. Me pareció presenciar la sonrisa de un arcángel del apocalipsis. ¿Dónde vi tal algarabía por masacrar? Era como…si estuviera llevando a cabo una purga en venganza. ¿La muerte de sus padres tendría algo que ver? Había algo más.

Bailamos. Fue una danza macabra entre la sangre enemiga que llovía a chorros, el rencor y la desesperación de querer sobrevivir. La pelea parecía interminable. Hasta que la cantidad de no muertos comenzó a flaquear en números. Percibiéndonos victoriosos con el asalto menguado, ingenuamente bajamos la guardia. Agotado, entre jadeos endebles y sudor, pensé en lo mucho que me había gustado reñir a su lado. Tal vez ella estaba cavilando algo similar o tan solo fue el acierto de coincidir nuestras miradas, que nos dejo suspendidos en el aire unos instantes.

Instantes suficientes, como para que un rezagado maldito zombi, atacara a Kim por la espalda.

—¡Arg! ¡MALDITA SEA!

Fue lo que Le-Chien endosó al aire, sintiendo el bocado fulminante de la criatura arrancarle parte del hombro derecho.

—¡No! ¡Kim!

Marinette se arrojó en auxilio, atravesando la frente de la bestia. Pero ya era demasiado tarde. Una mordisqueada como esa, con tal profundidad, costaría solo horas para transformar al hombre mas sano. Frustrados, tanto a Luka como a mí, nos tocó presenciar lo que dolorosamente no nos esperábamos. Sabemos lo difícil que es acabar con un ser querido. Ambos lo habíamos experimentado. Desconocía si mi compañera también. Solo sé, que verla despedirse entre lagrimas y sollozos de él, lo sentí personal. Como un puñal clavándose en mi pecho. El fiel escudero me pidió en su ultimo aliento que cuidara de ella en su ausencia. Y que, por nada del mundo, la dejara enfrentarse "sola" al señor Agreste.

No entendí eso ultimo.

La pelea ha terminado. ¿Pero ha que costo? Hemos ganado. ¿Por qué he quedado con un sabor amargo en la boca? No. Que cosas digo. Nunca es una victoria. Ganaremos cuando todos estos, estén erradicados de la faz de la tierra.

Con el alba tiñendo el horizonte en un débil resplandor, la noche da paso al amanecer. Dupain-Cheng cava un hoyo en la tierra, dándole una sepultura digna a su camarada. Verla tan declinada me invita a echarle una mano. Y es con mis propias uñas, que arranco la tierra del suelo para inhumar el cuerpo del difunto. Fue así, como en la luz mortecina del amanecer, abracé a Marinette con la calidad de un cura; sopesando la tristeza de un feligrés atormentado por la perdida. Sabiendo que es una de las tantas pruebas que nos va a tocar superar juntos, me da cierta calma especular que incluso del horror, algo bueno podemos sacar con la fe del mañana.

Seguimos vivos. Algo es algo...

—Hay que avanzar. No hay tiempo que perder.

Sentencia, separándose de mí de una manera frívola. No me ha dado las gracias. No esperaba que lo hiciera tampoco. Espero que, en Verdún, las cosas mejoren sin muchas divergencias. Luka y yo montamos nuestros caballos. Retomamos el sendero.

[…]

¡Su nombre es Adrien Agreste! Un noble de casta media que, al ser hijo único, fue obligado a comprometerse a temprana edad para poder ejercer una profesión. No ostentaba demasiados lujos ni falsa modestia. Más que su dotada inteligencia, impulsada por una curiosidad infinita. A la edad de 20 años, la buena posición de un matrimonio arreglado le llevaría a cursar estudios de medicina. Todo esto en compañía de su solitario padre, el alquimista Gabriel Agreste. ¡Un hombre viudo que, con mucha ambición, buscaba traer a la vida, a su difunta esposa, jeje! ¡Algo medio macabro sin duda!

Luego de curar la extraña dolencia que padecía la hija mayor de los Bourgeois, le otorgaron el título de conde en las tierras bajas de Ruan. Adrien se convirtió así en un Galeno exitoso. Su fama llegaba incluso a las tierras lejanas donde la enfermedad, la hambruna y la pobreza acechaban sin piedad a la reconstruida Francia. Estuvo desaparecido un par de años. Sin embargo, hace poco le vieron nuevamente deambulando por las calles de Reims. Ahora dicen que está en una nueva aventura. Viaja de poblado en poblado buscando una cura para la enfermedad de los "zombis". Decidido a no darse por vencido, Adrien se ha sumergido en libros antiguos, pergaminos polvorientos e incluso viejos hechizos paganos con tal de encontrar alguna chispa o idea de la respuesta final.

Todo es muy incierto. Pasa cuantiosas horas en su laboratorio secreto, encerrado entre frascos con sustancias misteriosas, botellas con cabezas humanas y partes desmembradas de humanoides. Ha preparado algunos remedios a base de hierbas exóticas, esencias orientales y uno que otro ingrediente prohibido. No obstante, sigue sin encontrar una cura al problema.

No se rinde, eso sí. En manos expertas abunda la fe. Ahora más lleno de esperanza, sigue su camino con vigor, rebosante de nuevos ungüentos, medicamentos y bebidas que, sin duda, nos van a salvar a todos. La nueva vida ya llegó, señores.

El doctor Agreste… ¡Es la cura del mañana que Verdún necesita!

—Es la historia más falsa que he oído en toda mi vida…—suspira abatido.

—Silencio, Adrien —protesta Nino, fulminándolo con la mirada—. Necesitamos dinero. ¡Ejem! ¡Entonces! —carraspea, volteándose al público— ¡¿Quién se llevará una muestra del nuevo tónico para la tos del gran Adrien Agreste?!

—¡Yo, yo! ¡Una por acá! —chilla la multitud.

—¡Jaja! ¡Así me gusta! —berrea jocoso Lahiffe, recibiendo las monedas dentro de su sombrero— ¡No sientan pena! ¡La cura a sus dolencias ya llegó!

Dios…no sé en qué momento llegamos a este nivel de maldad —exhala Adrien, frustrado—. Tener que engañar aldeanos para comer…

—Oiga, señor.

—¿Mh? —Es solo una pequeña niña.

—¿Es verdad que el doctor Agreste encontró la cura al mal de los muertos?

—Eh…ah…mh…—el joven Agreste traga saliva, liado. Suelta un bufido, sonriente— ¡Está en eso, pequeña! Trabaja día y noche para conseguirlo. Ya verás que pronto lo solucionará. Nunca pierdas la fe.

—Ya veo —murmura, sentándose a su lado— ¿Y es cierto que es un conde poderoso?

—Bueno…—el rubio rasca su nuca, malogrado—. No lo sé. ¿Puede alguien ser un conde sin un condado que cuidar?

—No lo sé —la menor se encoge de hombros— ¿Puede un árbol sin hojas, seguir siendo un árbol?

Buen punto…—el ojiverde hace una pausa, sorprendido—. Oye, eres bastante madura para ser tan chiquita. ¿Qué edad tienes?

—Nueve.

—Ah, nueve —redunda, cabizbajo—. Que curioso. Me recuerdas mucho a alguien. Tiene el mismo color de cabello que tú…

—¿Alguna amiga en particular? —lo observa curiosa.

—Mh…algo así. Para hoy, ya debería de tener tu edad —sisea nostálgico el galeno—. La extraño mucho…

—Ya veo —la fémina se sobrecoge, retomando el rumbo hacia el tumulto de personas—. Será mejor que te des prisa en encontrar esa cura, doctor. La madre ya está aquí.

—¿Qué? ¿La madre? ¿Qué est-…? —se paraliza— ¿Qué fue eso? ¿A dónde se ha ido? — ¿Podría ser…? —da un brinco en su lugar y coge su morral— ¡Nino! ¡Debemos volver a la campiña!

—¿Qué dices? —reclama el moreno—. Pero si ni si quiera hemos terminado de vend-…¡Oye! ¡¿A dónde vas?! ¡Arg! El negocio de cierra señores. Con permiso.

Condado de Verdún. Provincia de Rúan. 12:20PM.

—¿Estamos perdidos? —pregunta el aldeano, atiborrado de curiosidad. Ha echado una ojeada rápida al sector y ni su caballo parece inmutarse—. Este sitio es un campo de batalla abandonado.

—Te sorprendería saber que, en sus mejores años, fue el hogar de increíbles bailes de la corte —explica la condesa, bajando de su corcel—. Ah…sí. Eran buenos tiempos. Se comía muy bien. La música y la bebida eran de la mejor calidad. Esos viñedos secos de allá, alguna vez dieron la uva mas dulce de todas —agrega, nostálgica.

—¿Solías venir mucho para acá? —examina Fathom, acompañándola en su recorrido—. Por la forma en la que hablas.

—Digamos que era mi lugar favorito. O al menos lo fue, por algún tiempo —añade, caminando hacia una gran casona—. Vamos, entremos.

—Vaya… —inquiere Couffaine, confundido—. Este lugar parece bastante descuidado. Pareciera que aquí vive un pordiosero. O algún científico loco. Cuanta chatarra suelta.

—Jajaja, no estás muy alejado de la realidad —carcajea la muchacha, hurgueteando por la cocina—. Uff, que bien. Hay sopa de calabaza. Siéntense, chicos. Les serviré un poco. De seguro tienen hambre.

¿Estará bien que estemos en una morada ajena? —piensa Graham de Vanily, obedeciendo de manera servil a su mandato—. Hay muchísimos libros…

—No te emociones mucho —bufa Marinette, sirviendo comida, agua y pan en la mesa—. Al dueño de casa le gusta leer porquerías. No encontrarás nada interesante ahí. ¡Hey! No toques eso —fulmina a Luka.

—Pe-perdon…—traga saliva el ojiazul, ensimismado—. Es que esa botella luminosa me llamó la atención…

—Por tu bien no te recomiendo abrir nada de eso —narra Dupain-Cheng, masticando un trozo de pan y queso—. De seguro te explota en la cara y te transforma en sapo.

—¿Sapo? —traga saliva, espantado—. Con todo respeto. Puedo preguntar ¿De quién es esta casa?

—Mia —revela la chica, despreocupada.

—¿Esta casa…es tuya? —repite Félix, pasmado con la noticia.

Era, tuya —interrumpe una voz masculina.

Esa…voz…

Hacía tanto que no la escuchaba, que llegué a pensar que se trataba de un sueño de infancia. Al girarme, me percaté que no estaba delirando. Era real. Mucho mas varonil, grave y madura, claro. Pero esos cabellos despreocupados, el semblante honesto, el porte poco estoico de un muchacho criado en campo y no en ciudad, me sacaron de toda duda. Todos rasgos del único familiar vivo que me quedaba. Creí que no me reconocería, vistiendo estos andrajos de sacerdote. Sin embargo, todo atisbo de malos amigos hizo abandono de su rostro cuando nuestras miradas conectaron al instante. Cual, de los dos, mas boquiabierto que el otro.

—¿Félix? —masculle Adrien, estupefacto— ¿Eres tú…?

—Adrien —contesta el monje, suspicaz— ¿Qué haces aquí?

—Te haría la misma pregunta a ti, después de tantos años sin vernos —espeta el Agreste, frunciendo el ceño—. Pero en realidad me preocupa más, que haces con Marinette

—¿Disculpa? —Fathom hace una pausa, volteándose a su compañera— ¿Entonces ustedes son amigos?

Silencio sepulcral en el ambiente.

—Emm…—Nino da un paso hacia atrás, siseando en el oído de su compañero— ¿Debo ir por la soga y las cadenas?

—¡Uff! ¡Por dios! ¡Cuánto melodrama que arman los hombres! —vocifera la chica, terminando su merienda a gusto—. No, Nino. No hace falta que vayas por nada. No voy a volverme loca ni a sacarte los ojos de un mordisco.

—Muy graciosa, Marinette —protesta Lahiffe, totalmente acobardado detrás de Adrien—. La última vez que dijiste eso, quemaste el granero.

—Eso te pasa por estropear mi vestido favorito con tus estupideces —advierte.

—Ni si quiera te gusta usar vestidos —repele el escudero.

—Cierto —ni modo.

—Este pan de trigo está muy sabroso —comenta Luka, de la nada— ¿Alguien quiere un pedazo?

—No comas eso —señala Adrien—. Está hecho con heces de res.

Luka sale corriendo a vomitar.

—Les dije que no tocaran nada de este tipo —exhala ofuscada la fémina, golpeándose la frente con la mano—. Está completamente loco con sus experimentos.

—¿Sí? —gruñe Adrien, malogrado—. Pues adivina de quien es la culpa, señorita aventuras.

—A mi no me miren —se encoge de hombros—. Yo te conocí sano y coherente. Que hayas perdido la cabeza después no es mi problema.

—Supongo que entonces en eso somos dos —se cruza de brazos, agraviado—. Primo, será mejor que te alejes de Marinette. Por tu bien, te lo digo. Cuando estas cerca de ella, nada bueno sale.

—Eres un mal agradecido, Agreste —refunfuñé Dupain-Cheng, levantándose para encararlo ya bastante colérica— ¡Te di mis mejores años! ¡¿Y así fue como me pagaste?! ¡¿Encerrándome en ese castillo horrible?!

—¡Yo no te encerré! —se defiende el rubio— ¡Tú te encerraste sola!

—¡Porque no me dejaste otra opción, idiota! —impugna— ¡¿Qué querías?! ¡¿Qué el rey te cortara la maldita cabeza?! ¡Ni si quiera pensaste en Emma!

—¡Ni te atrevas a hablar de Emma en estos momentos, porque te juro qu-…!

—¡Por todos los apóstoles, ya cierran la boca! —objeta Félix, hastiado hasta el culo—. Será mejor que me digan de una buena vez que carajos está pasando aquí, porque les juro que como hay un Dios mirando ¡El único que va a enloquecer soy yo! —Marinette y Adrien se separan, cada uno dándose la espalda totalmente importunados— ¿Y bien? ¿Me quieren explicar? ¿Alguien?

—Escucha, primo —esclarece el galeno, más sereno—. No tengo problemas en explicarte todo con lujo y detalles. Pero debes hacerme caso cuando te digo que debes alejarte de Marinette. Ella no está bien.

—¿Tu como sabes eso? —refuta el monje—. Llevo viajando con ella durante una semana y media y jamás me hizo nada malo. Al contrario. Es una mujer muy valiente.

—No tiene nada que ver con su valentía, Félix —balbucea el doctor, cabizbajo—. Se trata de su condición. Marinette est-…

—Adrien —interrumpe Marinette, abatida—. Por favor…déjame ver a mi hija.

—Lo siento. Pero eso no es posible —niega el francés—. Y tú lo sabes mejor que nadie. Está mejor con sus abuelos.

—¿Hija? ¿De que hija hablas? —Fathom hace una pausa, sorprendido— ¿Tienes una hija?

Tenemos, una hija en común —sentencia el Agreste.

—¿Acaso tu y Marinette son…?

Éramos —aclara la condesa, incomoda con las interrogantes. Realmente, lo que menos deseaba era indagar en su pasado—. No te hagas muchas ilusiones. Eso ya fue y está enterrado. Adrien es…ah…—exhala, rendida—. Es mi exesposo. Y el padre de Emma, mi hija. No hay nada mas que contar.

¿En que lio me he metido? —Graham de Vanily da un paso hacia atrás, dejándose caer sobre la silla bastante pensativo. Intenta procesar la información lo mejor que puede—. Vale. Creo entenderlo todo mejor. Supongo que hay mucho de lo cual hablar para ponerse al corriente. ¿No?

—Yo no tengo nada que hablar —sentencia la muchacha, tomando una posición defensiva—. Si vine hasta aquí, fue porque quiero ver a Emma.

—Un momento —dilucida Félix, barajado—. Ese no fue el trato. Quedamos en que me ayudarías a encontrar a mi tío.

—¿A mi papá? —cuestiona su primo, enrarecido por su afirmación— ¿Por qué querrías hablar con él?

—Tenemos sospechas de que Gabriel Agreste está detrás de todo esto —relata Fathom, decidido—. Todo al menos calza con su versión. El comercializa con el causante del virus.

—¿Marinette te dijo eso? —el joven doctor se toca la sien, desalentado.

—No sé de qué habla el monje —Dupain-Cheng se hace la desentendida—. Ya dije. Quiero ver a Emma.

—Oye —Félix la reprende.

—¿Marinette te engañó? —se mofa Nino, de forma infantil— ¿Por qué a nadie le extraña? ¡Jajaja!

—Y después se quejan de que quemo weas —la condesa lo asesina con la mirada.

—Nino, ve por la soga y las cadenas —sentencia Adrien, decidido—. Lo siento mucho, Marinette. Pero no debiste venir hasta aquí. Sabías que esto pasaría.

—Basta —le intercepta el inglés, volcado a interponerse entre ambos. Incluso si el joven escudero ya había vuelto con las herramientas necesarias—. No permitiré que apresen a una mujer. No veo motivos para semejante injusticia.

—Félix. Entiendo que como hombre de fe quieras interferir en un acto que, para tu credo, consideres fuera de juicio —relata Adrien, templado—. Pero debes entender que Marinette no está bien. Y dada su condición, debemos tomar resguardos.

—Ni si quiera me has dicho de que condición hablas —replica el religioso, pasmado—. Si está enferma de algo, podemos tratarla.

—¿No te lo dijo? —comenta Nino, con voz relajada—. Marinette está infectada.

¿Cómo que…infectada? ¿Infectada en que sentido? ¿Tipo de gripe? ¿Cólera? ¿Dengue? ¿Peste? ¿O solo no se lavó las manos antes de comer y pescó gusanos intestinales? En cuanto me voltee a verla, ella yacía en completo mutis delante de mí. Había estirado ambas muñecas, rendida a ser encadenada como un esclavo delictual. El poco color que tenia en el rostro me abandonó. Sentí un escalofrío gélido recorrerme la espalda. De esos que te instigan a sentir el estomago nauseabundo y terminar vomitando de la impresión. No podía creerlo. Todo este tiempo viajé al lado de una persona que, en cosa de segundos, podría haberse transformado y comerme vivo. ¿Por qué…?

Adrien me tocó el hombro y asintió, dándome permiso para darme cuenta yo mismo de la verdad. Ella no se resistió a mi examen. Fue cuestión de levantar un poco la manga de su brazo derecho y vi en perfecto estado, un piquete que se ramificaba por sus venas, haciéndolas conmutar de un morado intenso a un amarillo pastoso. No era una mordedura o un desgarro de piel. Parecía ser mas bien como si le hubieran metido algo a la fuerza. Por las barbas de satán. ¿Qué está pasando realmente aquí?

Tentado a buscar respuestas en los ojos ajenos, ella rehuyó de mí. Sutilmente abochornada, permitió que Lahiffe la esposara y la llevara hasta una de las habitaciones que según vi, ya había usado antes. Luka regresaba del baño un poco mas compuesto que antes. Aunque más confundido que nunca y sin contexto alguno. El ambiente era de ultratumba.

—¿De qué me perdí? ¿Quién murió?

—El amor, querido amigo. El maldito e infame amor —mofó el moreno, dándole una palmada en la espaldita—. Que tal si dejamos a los primitos hablar tranquilos y… ¡Ah! Tienes cara de ser herrero. ¿Me quieres ver la herramienta?

—Eso suena medio homosexual. Acepto.

Otro silencio incomodo.

—Bueno…este…Félix, jeje —Adrien suelta una sonrisa afable, sobando su cabeza con ternura—. Hola. Tantos años sin vernos. No sabia que ahora eras…monje —pero su camarada no responde. Posiblemente, aun sigue en shock con toda la información— ¡Oye! Amm…sé que eres religioso, pero, ustedes igual beben alcohol ¿No? ¿Qué tal una copa de vino con tu primo favorito?

—¿Sabes qué? Si. ¿Por qué no? —decretó Fathom, tedioso ya con tanta presión—. Adelante. Después de todo, tuve un viaje largo y agotador para llegar aquí y la verdad, no tengo ganas de fingir por hoy.

—¿Qué estas…?

Al diablo. Me quité todo. Si. Como lo leen. Me deshice del maldito habito, las botas, el rosario, las armas, todo lo que me atara a este ligero vestir, con tal pesado porvenir; hasta quedar en un simple pantalón de tela gris muy delgado y una musculosa blanca casi transparente. Ropa "fina" que no debería estar usando ¿No? ¿Quién usa seda hoy en día? Porque mas allá de ser un servidor del señor, en el fondo soy lo que soy.

—Soy inglés. Soy un noble. Soy un Graham de Vanily. No lo olvido.

—Para mí, siempre serás ese Félix —murmura su familiar, con orgullo. Le sirve un trago—. Pero ¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó con mi tía Amelie? ¿Colt? ¿La empresa familiar? La última vez que te vi, estabas comprometido con la hija mayor de los Bourgeois y trabajabas para la corte haciendo actos de magia.

—Todo se fue al carajo, Adrien —relata Félix, tomando un sorbo extenso de su bebida—. Mi madre está bien. Mas firme que un roble como siempre. Pero dadas las circunstancias, tuvo que donar todos los bienes de la familia a caridad. El rey la obligó a pagar las deudas que el idiota de Colt dejó, luego de meterse en problemas con algunos peces gordos. Producto de lo mismo acabó colgado en la horca —añade, sirviéndose otro trago—. Y solo para aclarar eso ultimo. Me obligaron a comprometerme ¿Sí? Chloé no es precisamente el tipo de mujer con el cual quisieras formar una familia, créeme. Fue solo…una estupidez de adolescentes, que ambos cometimos. Estábamos en una fiesta. Habíamos bebido. Ya sabes…

—No me digas que tu…—el joven Agreste calla de golpe, evitando soltar una burla muy sonora—. Bueno, te pasa por inmaduro.

—Tenía 17 años, Adrien —resopla abatido, el inglés—. La mayoría de los varones a esa edad estaban entrenando para la guerra. Mientras que las chicas de la corte ya sangraban. ¿Tu que carajos hacías a los 17, a ver?

—Es verdad. Discúlpame —le endosa su primo, bosquejando una sonrisa comprensiva—. Yo estaba ayudando a papá con el trabajo. Pasaba más enlodado que otra cosa.

—Fue un error y ya. Lo asumí, luego de que Colt me diera una paliza —se encoge de hombros, resignado—. "Es la ley de este sistema" me dijo. "Si la deshonras, tienes que hacerte cargo". Tsk. Como si el idiota me hubiera enseñado si quiera algo de ese tema. Lo peor es que ni si quiera llegué a la boda.

—¿La dejaste…plantada en el altar? —lo escucha y no lo cree.

—Es una larga historia. Creo que vamos a necesitar más de una botella.

—Pues si tu me cuentas la tuya —confiesa el médico, chocando su copa contra la suya—. Yo te cuento la mía. ¿Te parece?

No pretendía sonar como un desalmado al cual, no le importaba en lo más mínimo la vida de su primo hermano. Después de todo, no nos veíamos desde que teníamos 19 años. Sin embargo, hubiese sido malicioso de mi parte falsear el poco interés que sentía por él. En el fondo, el agudo sentimiento de incredulidad me atraía forzosamente como un imán, al cuarto donde estaba Marinette. No necesito detalles para saber que su matrimonio fracasó. Tengo mis propias aprensiones sobre Adrien. Lo que ciertamente me quitaría el sueño, era la historia detrás de esa marca en su brazo. Mi primo me dio un breve preámbulo de los hechos, recalcando que todo fue "fortuito". Lo cierto es que la historia del como llegó a volverse "paranoica" era inquietante. Pero lo era mas aún, involucrar a su hija. Era cruzar una línea roja muy delgada para una joven madre. Todo cobraba sentido, encajando cada pieza de su relato como un rompecabezas perfecto.

El reto no era llegar a creer o no, lo sucedido. O con que afán se intentó solucionar sin efecto. La verdadera prueba para mi era, seguir en esto o retirarme en silencio.

¿Quién está detrás de este virus que ataca a las personas? ¿Cómo es posible que Adrien no sospeche de su padre? Y en tal caso de que Emma esté con él, en estos momentos. ¿Seguirá estando segura? ¿Qué fue del socio comercial misterioso? ¿Era Marinette una chica de confianza? ¿O tan solo me estaba usando para sus propósitos?

Eran las interrogantes…que estaba a punto de descifrar.