Cap 58: Asamblea

En el lugar de los hechos, —unos minutos antes del ataque de los tres—, Shanti se quedó al lado de Talos, en cuanto el propio toro lo llamó. El objetivo era poder cubrirlo con su propio cuerpo para reducir el daño generado de manera colateral por los ataques de León. El guardián de la segunda casa permanecía con los brazos cruzados en una defensa impenetrable protegiendo al niño rubio. El santo de acuario sabía que eso no era lo mejor, puesto que limitaba los movimientos de Talos y lo volvía un blanco fácil para León quien no dejaba de arremeter contra él. Usando su cosmos helado congeló las piernas de León parcialmente reduciendo su velocidad lo suficiente para ir donde Shanti.

—Vete de una vez de aquí —ordenó al invidente una vez que lo tuvo cerca—. Aquí sólo estás estorbando —afirmó.

Aquellas palabras lograron repercutir en Virgo, porque lo que le dijo "Sísifo" en el bosque, era cierto: A pesar de ser un caballero dorado no sabía hacer nada. Sólo estorbaba en los momentos más necesarios. Nuevamente confirmaba una verdad que se había negado a admitir: él era una carga. El motivo para no ser incluido en el plan contra Hércules era precisamente su inutilidad. No podían pelear cómodamente contra el semidiós a la vez que cuidaban de su persona y por eso fue dejado de lado. Comenzó a llorar con fuerza nuevamente provocando que Ganimedes se distrajera pues nunca había visto al menor así. Generalmente, le habría respondido con alguna frase religiosa autoproclamándose vocero de los dioses y cosas de estilo. No alcanzó a darle consuelo debido a que recibió un fuerte puñetazo por parte de León.

—Pero qué... —dijo Ganimedes tosiendo con fuerza por el impacto.

—Intentaste congelarme las piernas —acusó con claro disgusto.

El santo de acuario bajó la mirada hacia las mismas viendo que León había derretido su hielo como si nada. Si bien no usó demasiado poder para no causarle un daño permanente, esperaba que bastara para hacerle ganar algo de tiempo en lo que ponía a salvo al santo de virgo y convencía a Talos de calmarse. Se miró así mismo el vientre, tocó con su mano donde recibió el impacto, sintiendo un punzante dolor. De no tener puesta esa armadura probablemente lo habría noqueado de un sólo golpe. Aunque no podía estar seguro de momento si no le rompió alguna que otra costilla el muy bestia. Talos viendo el peligro corrió y embistió a León usando todo el peso de su cuerpo para hacerle un placaje.

—Muy lento, vaca —insultó el guardián de la quinta casa mientras lo esquivaba de un salto sobre su cabeza.

—¡Cuidado! —gritó acuario al ver las acciones del ex almirante.

—Oh no —maldijo por lo bajo Talos cuando no fue capaz de evitar el golpe directo del puño de León con cosmos concentrado mientras caía.

El golpe mandó directamente al suelo al guardián de la segunda casa. Sin perder el tiempo, León ejecutó una serie de golpes concentrándose en el otro, quien a duras penas lograba desviar los peores golpes. Porque no estaba en condiciones de frenarlos adecuadamente.

—¡Ya basta ustedes dos! —ordenó el santo de la onceava casa volviendo a intentar congelar a ambos santos para restringir sus movimientos.

—Ganímedes —susurró el santo de tauro sintiéndose traicionado al ser objetivo de su ataque—. Ya entiendo —murmuró resoplando sonoramente por la nariz—. Estás de su lado —dijo señalando al castaño.

—¿Qué dices? —preguntó el azabache sin entender qué estaba diciendo.

—Debí suponerlo —suspiró el arconte del toro—. Ustedes se conocen de más tiempo. Era lógico que te pusieras de tu parte.

—¡Ja! —se río León quien había frenado sus ataques sólo para recuperar el aire—. Ese traidor siempre le tuvo envidia a mi niño. Nada le daría más gusto que muriera.

—¿Quién se supone que lo estuvo atendiendo todo este tiempo, idiota? —reclamó acuario al ver a esos dos tratarlo como el enemigo—. Ninguno de ustedes parece entender con palabras, así que los haré entender por las malas.

Dicho lo anterior, el ex copero de los dioses junto sus dos manos y las alzó encima de su cabeza concentrando su cosmos helado. A su alrededor la temperatura comenzó a bajar rápidamente. Sabiendo que se aproximaba un ataque realmente poderoso tanto Talos como León comenzaron a reunir todo el cosmos del que disponían en ese breve margen de tiempo otorgado por acuario. Podrían haber intentado atacarlo mientras preparaba su ataque, pero en el momento en que uno de ellos fuera por el azabache, el dorado restante podría atacarlos. Así que optaron por realizar un ataque tan poderoso que acabará con los otros dos de una sola vez.

Lo que se esperaba ocurrió. La energía de los tres chocando y ninguno de ellos dispuesto a ceder, causó que la tierra temblará y se abriera a su alrededor. Las aves volaron asustadas y la vegetación a su alrededor comenzó a quemar se incapaz de soportar la onda expansiva causada por la intensidad del poder expulsado.

Atena se manifestó delante de donde León, Talos y Ganimedes peleaban y creó una barrera para evitar que el daño se extendiera y matara a Shanti o a gente que no estuviera demasiado lejos. El cosmos divino aplacó rápidamente cualquier intento de lucha por parte de ellos aplastando sus cuerpos forzándolos a arrodillarse ante ella. Vio los destrozos a su alrededor notando la tierra antes llena de pasto verde ahora ennegrecida como si hubiera sido quemada. Los árboles estaban partidos a la mitad y el piso presentaba diversas fracturas y zanjas profundas que, sin dudas, serían el motivo de muerte de cualquier desafortunado que cayera allí por error.

—En cuanto Sísifo despierte le pondrá un nombre a esta técnica y la prohibiré —murmuró más para siempre misma que para los presentes—. ¿No les dije que una regla de mi santuario es que están prohibidas las batallas por motivos personales? —preguntó enojada.

Hizo que Nike girará en su mano y los mandó a volar contra algunos árboles cuando le dio un único golpe a cada uno de ellos. Ella apuntó a la armadura de oro de ellos para evitar dejarlos en coma como había hecho con Sísifo aquella vez que lo golpeó directamente en la cabeza sin protección alguna. Aunque ganas no le faltaba de dejarlos inconscientes algunos días para ahorrarse problemas.

—Yo intenté detenerlos, diosa Atena —apeló Ganímedes intentando que no lo incluyeran en eso.

—Sentí los cosmos de tres dorados en una pelea de índole personal, todos serán castigados por ello —decretó la deidad con enojo—. Pero luego decidiré sus castigos por ahora necesito que vengan conmigo a una asamblea para decidir el destino de Sísifo —ordenó crujiendo los dientes por el enojo contenido.

Mientras ella hablaba con los dorados, un joven griego de piel color canela se acercó al sitio donde estaba Shanti medio oculto. El menor temblaba como una hoja y no lograba procesar sus pensamientos y sentimientos acerca de lo que acababa de suceder. El aspirante conocía el estado actual de la situación, al menos a grandes rasgos, pero no dejaba de ser una sorpresa ser repentinamente teletransportado por la diosa Atena hasta el sitio donde tres santos dorados habían luchado. Todo con la única instrucción de llevar al santo de virgo a la enfermería.

—Maestro —dijo una voz que el niño rubio reconoció de inmediato.

—Aeneas —exclamó el ciego sorprendido por su aparición repentina—. ¿Qué haces aquí? —cuestionó sin entender.

—La diosa Atena me convocó y dio instrucciones de que te llevara a la enfermería —respondió su discípulo mientras ofrecía su brazo como apoyo para el otro.

Con temor de que algo más sucediera por su culpa, el niño ciego avanzó rápidamente, —o todo lo rápido que su malherida pierna le permitiera—, junto a su alumno. Se aferró a su brazo durante todo el camino y no dijo ni una sola palabra durante todo el trayecto. Ni siquiera se molestó en quedarse para escuchar de lo que hablarían los otros dorados con la diosa.

—¡¿Qué quiere decir con eso?! —preguntó alterado León a Atena siendo eso lo último que Shanti alcanzó a escuchar.

—Me ha llegado una nueva propuesta para intentar salvarlo y quiero discutirlas con todos presentes incluyendo a Sísifo —explicó la hija de Zeus con gran seriedad.

—¿Eso…? —preguntó el guardián de la quinta casa con una voz llena de incredulidad—. ¿Eso es verdad? —repitió para confirmar que no había oído mal.

—Sí —asintió Atena sin cambiar su expresión—, ya ordené a Pólux, Castor, Argus y Adonis que se dirijan a la enfermería, así que podrán ser atendidos y luego hablaremos —explicó la diosa viendo el estado de los dorados.

Aquellas palabras lograron llenar de nueva esperanza el corazón de León. Todavía había opciones. No todo estaba perdido. Quizás esta vez podría ayudar y asegurarse personalmente de que las cosas salieran bien. Aunque al intentar siquiera levantar su brazo sintió un gran dolor. Lo había reconocido. Eso mismo le había sucedido cuando atacaron a Hércules en conjunto. Al hacer arder todo su cosmos en un único gran ataque, su cuerpo se resintió. Probablemente a causa de la falta de condición física. Haberse descuidado desde que Sísifo cayó en coma le estaba pasando factura. Empero, no dijo nada, ni se quejó en voz alta por temor a ser descartado como opción en la nueva idea para salvar a su niño. No le importaba a donde hubiera que ir o contra quién debiera enfrentarse, lo haría y rescataría a su hijo como fuera.

—Entonces iré a la enfermería —anunció León a la diosa siendo el último en encaminarse a ese sitio debido a su conversación con Atena.

Acuario pese a sus heridas fue el más rápido en moverse. No porque estuviera ansioso por aquella dichosa charla sino porque necesitaba buscar medicina para tratar sus propias heridas. De momento poco y nada le importaba el estado de los otros dos que se atrevieron a atacarlo sin motivo alguno. " Par de imbéciles". Insultó acuario en su mente sin perder ni un minuto más en ese destrozado lugar. A su regreso se encontró con Tibalt y Nikolas en la enfermería. Había supuesto que habrían ingresado, pero no tenía claro si permanecieran allí tanto tiempo.

Al ver a Giles gimoteando en brazos de Miles, fue a revisarlo por si tenía nuevos síntomas, en ese acercamiento notó que el ex eromeno tenía la mirada distante, esa donde sus ojos estaban entre ausentes y a la vez no. Se negaba a moverse de su sitio pues podía jurar que nada más intentar poner un paso fuera de la cama la armadura del escorpión se movía. Y si su vista no fallaba, era como si quisiera acercarse a él, cosa que se negaba a permitir.

—Pero, ya había dejado de llorar y empezó otra vez —comentó Tibalt sin entender su reacción.

El motivo del estado del pequeño rubio era la pelea entre los santos dorados. Si bien a causa del llanto estaba algo desenfocado, cuando pudo calmarse lo suficiente, sus sentidos captaron el cosmos de Talos y León chocando mutuamente. Al cual se le sumó el de acuario. Eso lejos de calmarlo lo había hecho sentir peor, pues sino había un enemigo en común al cual apuntar, eso quería decir que pelearon entre ellos. Y la causa no era difícil de adivinar. Su disputa con Shanti había escalado lo suficiente para volverse un problema para los mayores. Ese era el motivo de su llanto. Saber que nuevamente metió en problemas a otros mientras él se quedaba atrás sin poder hacer nada. Ganímedes desconocía todo esto y estaba tratando de ver si estaba llorando por alguna afección, pero todo estaba normal

—¿Sientes alguna molestia o dolor en algún lugar? —interrogó acuario observando al pequeño rubio.

Como única respuesta lo vio negar con la cabeza desde los brazos del santo de escorpio. Sin embargo, no dejaba de gimotear y balbucear.

—¡Así no te puedo ayudar, Giles! —regañó el santo de acuario.

—Si le gritas será peor —habló Miles en un tono bastante frío que sorprendió al santo de hielo.

Lo observó fijamente dándose cuenta de que jamás le había hablado de esa manera. Él tampoco se veía bien, pero aún mantenía una actitud protectora hacia el menor. Luego entró Talos, tan sólo unos pocos momentos después, por lo cual no siguió insistiendo. Las heridas de Ganímedes estaban sin tratar recordándole que la lucha empezó por los menores y que de ser encontrado gritándole al blondo mientras continuaba su llanto, sólo se prestaría para que lo creyera el causante de sus lágrimas. Era mejor evitar tener otro altercado cómo el anterior. Suficientes problemas tenían ahora que estaba a la espera del castigo impuesto por la diosa Atena contra él. Pese a su actuar como mediador buscando impedir que esos dos se mataran fue visto como un participante.

Ganimedes tomó cierta distancia y continuó su búsqueda de medicamento. Esperaba que el guardián de la segunda casa se hiciera cargo de sanar las heridas emocionales o lo que fuera que tuvieran aquellos dos problemáticos. Como era de esperarse, Talos corrió a ver a Giles y se alegró de que Miles estuviera despierto, aunque lo vio algo triste. Eso lo desanimó un poco. Intuía que la experiencia fue de todo menos agradable por lo cual le preocupaban cuales podrían ser las secuelas que presentaría. Tenía experiencia lidiando con varias de ellas gracias al número de huérfanos que llegaban con él, pero no dejaba de parecerle un conocimiento realmente triste. Era necesario. Eso se lo repetía así mismo a menudo, puesto que no podría ayudar de manera eficiente sin conocer la causa y el procedimiento más adecuado. Empero, no era de piedra. Le era imposible dejar de pensar en cuanto habría deseado poder evitar directamente la causa del trauma.

Poco después entró León, aun molesto, porque lo regañó Atena, y estaba la incomodidad por estar Talos ahí. Cruzaron brevemente la mirada y el ex almirante no pudo evitar fruncir el ceño al ver a Miles despierto. Esa estúpida agua funcionó perfectamente en él, pero no en su niño. Aquella mirada fue captada por Talos, quien en otras circunstancias no le habría prestado atención, pero tras su pelea tenía los sentidos hiper sensibles. Captaba la envidia del otro de no haber obtenido el mismo resultado. De ser posible el santo de la quinta casa habría evitado estar en el mismo espacio que el arconte del toro. Pero se aguantó y fue donde Sísifo. Este no era momento de desviar su atención en ellos. No cuando quizás podrían salvar a su niño.

Los tres santos dorados que lucharon anteriormente se ubicaron lo más lejos posible el uno del otro. No estaban de ánimos de verse las caras y era probable que a la primera provocación retomarán lo que estaban haciendo antes. Aeneas captó aquello y evitó hablar. Junto al invidente habían llegado antes que acuario, pero fueron silenciosamente a una esquina donde permanecieron haciendo todo lo posible por pasar completamente desapercibidos.

El ambiente era extremadamente tenso, cosa que fue captada de inmediato por los gemelos, Argus y Adonis. Les había tomado bastante tiempo bajar por las escaleras de las doce casas. Eran los últimos en llegar y no podían más que asombrarse y compartir la incomodidad de los presentes. El santo de piscis notando el estado de su amigo se acercó a él primero para darle una mano. Era una especie de acuerdo tácito. Si uno de los sanadores estaba malherido, el otro lo sanaría primero para que le ayudara a curar después. En la mente del santo de las rosas el plan era sencillo: curar a Ganímedes para que luego se repartieran a los que necesitaban atención médica. Aunque por la cara que llevaba parecía más listo para matar a alguien que parar curarlo.

—Necesito que te quites la armadura —pidió Adonis al ex copero de los dioses.

El santo de acuario se retiró la armadura y se quitó la parte superior de la túnica para permitir que su compañero pudiera ver mejor sus heridas. En cualquier otra situación habría comentarios bromistas y subidos de tono por parte del ex eromeno, en cambio esta vez se mostró completamente indiferente. Como si estuviera viendo una simple piedra en el camino. Cosa demasiado extraña cuando se trataba de uno de los dorados a los que le hizo una confesión de amor anteriormente. Eso confirmó a Ganímedes que algo estaba pasando con Miles, estaba muy pensativo y no reaccionó ante su semidesnudes. Acuario mandó su armadura al lado de la armadura de Escorpio, lo cual hizo reaccionar un poquito al ex eromeno, porque tuvo que llevar su campo de visión al arácnido dorado enorme. Adonis y él estaban empezando a sospechar que Miles estaba afectado por ver su armadura a causa de esas reacciones.

—Estás muy golpeado —comentó Tibalt viendo el estado del cuerpo de Ganimedes.

—Deja el tema en paz —ordenó el santo de hielo—. Ellos te podrían escuchar y sería peor —dijo refiriéndose a León y Talos.

—Y pensar que te pregunté si podrías hacerte cargo de todo mientras yo hablaba con Atena —suspiró el santo venenoso—. Quién diría que ausentarme unos minutos causaría tanto daño.

—Deja el drama y apúrate a curarme —ordenó acuario viéndolo de mala manera.

—¿Dónde te alcanzó el relámpago de voltaje? —preguntó Adonis con un bufido mientras revisaba a Ganímedes.

Le habría gustado decirle un par de cosas más, pero se le veía demasiado irritable como para tolerar alguna broma de su parte luego de haberse peleado con los otros dorados. De momento era mejor hacer su trabajo y ya luego lo regañaría. Además, pronto tendrían una reunión con la diosa y debían recibir los primeros auxilios ante de la misma o no podrían aguantar conscientes. Lo último que querían era que se desmayaran en plena reunión debido a las heridas sin tratar.

—¿Ya revisaste a Miles? —interrogó el azabache más preocupado por su estado ausente que por sus propios golpes.

La conexión de Ganímedes y Adonis era tan cercana que cuando sus miradas se cruzaban se daban cuenta si ambos estaban pensando en lo mismo. Los ojos Ganímedes se habían desviado hacia el santo de escorpio por el rabillo de ojo tan sólo un momento. Aun así, el santo venenoso se dio cuenta que estaban mirando lo mismo: al ex eromeno. Quien tenía una mirada vigilante hacia su propia armadura. Como si realmente se tratara de un escorpión a punto de picarlo.

—¿Quieres revisarlo? —preguntó el dorado de cabellos claros a su compañero sanador.

—Apenas me curas superficialmente y ya me pones a trabajar —se quejó falsamente el santo de acuario.

—Si quieres descansa y yo... —ofreció el sanador.

—Olvídalo —dictaminó Ganímedes con firmeza mientras caminaba de nuevo hacia donde estaba el santo del escorpio—. Yo me ocupo, tú ve con Talos —ordenó a piscis—. No me apetece curar a los que me dejaron en este estado —refunfuño.

Podía ser su deber y todo lo que quisieran decirle, pero ese par de salvajes lo habían herido bastante. Y de momento ninguno de los dos se había disculpado por meterlo en el conflicto. Soltó un suspiro. Él mismo se sentía un idiota en su rol de sanador. Sólo porque vio a Giles llorando se le olvidó que debía de tratar sus propias heridas primero y luego las de los pacientes. No obstante, no se veía capaz de negarle tratamiento a los hijos de los cabeza hueca que lo golpearon sólo por hacerse el vengativo. Las cuentas con el toro y el león se las cobraría después.

—Deja ir a Giles para que pueda echarte un vistazo —pidió el guardián de la onceava casa con un tono de voz calmado cuando llegó donde Miles.

Ni siquiera hizo falta insistir o repetir la petición, dado que el muviano se escapó de los brazos del ex ladrón y corrió donde Talos para ver qué tan mal estaban sus heridas. Miles estiró la mano queriendo detenerlo, pero su brazo quedó congelado en el aire al percatarse del brillo malicioso de la armadura del arácnido. Por precaución, bajó su extremidad y retrocedió nuevamente. Todo aquello fue registrado mentalmente por el santo de acuario para diagnósticos futuros.

—¿Estás bien? —preguntó el santo de hielo.

Miles estaba distraído y no respondió a la pregunta.

—Voy a revisarte —avisó el sanador antes de mover su túnica buscando descubrir sus heridas.

Ganímedes al revisar a Miles si se dio cuenta de que tenía algunas picaduras de escorpión todavía inflamadas.

—¿Te duele? —cuestionó el sanador.

—Sí, es porque sigue inflamado —justificó Miles.

—Deberías descansar más —dijo Ganímedes viéndolo con preocupación tras terminar su chequeo rápido.

—Eso haré —respondió Miles sin ninguna emoción en particular.

Ganímedes estaba a punto de decir algo más, pero Adonis, quien había terminado de sanar a Talos pasó cerca suyo con intención de ir a curar a Shanti y le hizo una seña con la cabeza negando. Ese no era el momento para hablar. Menos cuando la propia Atena estaba haciendo acto de presencia ante ellos. Haciendo que no cumpliera con su tarea. También quería también curar a León, pero había retomado su posición como animal guardián del inconsciente Sísifo. Ni siquiera Caesar se atrevía a permanecer cerca del arquero pese a que los primeros días no se despegaba de su cama. El pobre cachorro había quedado bastante descuidado por parte de León y se podía notar claramente. Si no cuidaba siquiera de sí mismo menos lo haría con el pequeño animal.

—Ganímedes, Adonis —llamó la diosa Atena con seriedad—. ¿La vida de alguno de los presentes peligra a causa de sus heridas? —cuestionó con dureza.

—No, ninguna es una herida de cuidado —aseguró Ganímedes sin intención de sanar a nadie de momento.

—Yo ya he dado primeros auxilios a Talos y Ganímedes, así que el resto sanará con algo de descanso y seguimiento —explicó Adonis.

—Dejen la atención de los heridos restantes para después, necesito que todos los dorados pongan atención en esto —anunció mientras posaba su mirada en aquellos que no eran dorados—. Y ya que están los aspirantes, que se queden —ordenó observando a los que estaban presentes—. Por esta ocasión haré una excepción y les permitiré participar de esta asamblea.

Atena no podía hacer algo tan cruel como arrojar a los heridos fuera de la enfermería para llevar a cabo su reunión y los dorados no estaban en condiciones para ir a la sala del trono por cuenta propia. Aún si lo intentarán seguramente tardarían demasiado tiempo y dudaba que Talos y León quisieran abandonar por las buenas la enfermería donde descansaban sus hijos. Por dicha razón no les pidió privacidad. Además, Castor estuvo en la previa a la asamblea y era el primer testigo de la consciencia de Sísifo. Aeneas estaba conteniendo a Shanti, quien no dejaba de temblar nervioso y seguía malherido. La diosa notó que el santo de virgo ocupaba apoyo emocional de momento. Tibalt participó en la travesía anterior para ayudar a Sísifo. En cuanto a Nikolas, se vería muy mal que lo corriera a él únicamente. Por ello prefirió dejarlo ahí en vez de perder su tiempo echándolo a pesar de no figurar nada allí.

—Atena —llamó León ansiosamente en cuanto la vio—. Usted dijo que había una forma de salvar a mi niño —le recordó mirándola de manera afilada como si creyera que lo estaba engañando.

—Antes de realizar nada necesito confirmar el paradero de su alma —explicó la deidad mientras se acercaba a Argus—. Sostén la mano de Sísifo e intenta llamarlo —instruyó al aspirante.

—De acuerdo —respondió Argus haciendo caso a su pedido.

Se acercó caminando a paso lento, pero seguro hasta la cama. León lo vigilaba de aquella manera que tanto lo ponía de los nervios. Parecía un felino viendo pasar un ratón delante suyo. Uno al que le permitía el paso únicamente con la intención de alargar el momento de caza y la diversión. Argus sabía que estaba siendo puesto a prueba por el guardián de la quinta casa. En el momento en el cual mostrara un resultado contrario a lo que esperaba, sería su siguiente blanco. Tanto Ganímedes como Talos salieron muy heridos peleando con León, sin dudas un aspirante como él, no tendría oportunidad de sobrevivir. Hizo lo mejor posible por ignorarlo y centrarse en su tarea. Sujetó la mano del arquero y concentró su cosmos para hacerlo fluir como hizo la primera vez.

—¿Qué está intentando? —interrogó el ex almirante observando a la diosa.

El aspirante concentró su cosmos mientras entrelazaba sus dedos con los de sagitario. Entretanto, Atena colocó la palma de su mano en la espalda del menor haciendo fluir su cosmos divino para potenciar la habilidad natural de Argus y así llamar a Sísifo sin necesidad de que nadie trate de matarse en el proceso. Las veces anteriores que logró manifestarse además de la presencia de Argus había otros dos factores; uno era la fuerte concentración de cosmos debido a un dorado enloquecido y el otro era la presencia de un dios. La primera condición probablemente era una simple coincidencia, pero si ahora fallaba podría pedirles a los dorados que unieran sus cosmos para atraerlo.

—¿Dónde demonios estás, caballo enano? —preguntó la diosa enojada por la falta de respuesta—. ¡Responde, inútil! —ordenó perdiendo la paciencia por la cantidad de tiempo que estaba tardándose en manifestarse.

—Ya te oí, ya te oí, pequeña bruja —respondió irritado sagitario.

Aquello sorprendió a todos los presentes. No se esperaban poder oír la voz del arquero nuevamente y menos aun cuando su cuerpo seguía dormido. Incluso algunos giraron su cabeza hacia donde estaba descansando, creyendo que había despertado y había hablado. Empero, seguía en su mismo estado catatónico. Mas, ellos podían escuchar su voz con claridad no dejando lugar a ninguna duda. A eso debían sumarle que, aunque débil, todavía se podía sentir el cosmos del menor entre ellos. Era como si estuviera allí y a la vez no. En todas partes y en ningún lugar. Algo complicado de narrar en palabras.

—Mi niño —llamó León emocionado con su voz temblorosa por la alegría que le inundaba su corazón—. ¿Dónde estás? —preguntó con urgencia.

—Estoy en el Yomotsu o eso creo por las filas de almas —respondió Sísifo de manera pensativa.

No era ajeno a los dominios del dios Hades. No por nada estuvo durante quinientos años vagando por ellos. Él estaba acostumbrado a ir y venir como quisiera para contactar a los vivos. El Yomotsu era una de las zonas a las cuales iba con mayor frecuencia para poder hablar con los recién fallecidos. Sagitario sabía que después de caer por el pozo los mortales perdían todos sus sentidos, pero cuando apenas arribaban tenían algo de consciencia gracias al despertar del octavo sentido. Le era algo deprimente cuando alguna alma le parecía interesante, pues el octavo sentido no duraba mucho y pasaban a volverse caminantes del inframundo dirigiéndose a su infierno correspondiente tras ser juzgados.

—¿Por qué no regresas con nosotros? —interrogó Atena en tono imperativo.

—No estoy seguro, pero puede tener que ver con las heridas que me hizo el bastardo de Hércules —se quejó Sísifo bufando con sus labios.

—¿Heridas? —preguntó Adonis sin poder contener su curiosidad.

—Pero si están todas casi curadas por completo —mencionó Ganímedes indignado.

Los sanadores habían sido muy cuidadosos al tratar su cuerpo maltrecho. Aceleraron lo más posible su sanación hasta dejarlo casi en perfectas condiciones. El santo de acuario había sonado más ofendido de lo que hubiera querido, pero eso se debía a su reciente lucha contra los santos dorados. Se había cuestionado brevemente su rol como sanador dada la paga que recibía a veces. Por ende, el comentario de Sísifo le había echado leña al fuego sin quererlo. El arquero no estaba al tanto de los por menores de lo que estuviera sucediendo en el santuario, pero podía deducir que su comentario pudo haber sonado algo acusador hacia las habilidades de los encargados de curarle.

—Aunque soy un alma de alguna manera tengo las mordidas que me hizo en el cuello y la mano —explicó Sísifo mirándose su mano. Sabía que nadie más sabía lo que estaba sucediendo pues no podían verlo, pero él mismo veía las marcas de los dientes del semidiós en su mano y el cuello le dolía horrores—. Deben ser heridas divinas —concluyó tras meditar la causa de que sus compañeros lo creyeran sano, mientras él se veía tan lastimado así mismo.

A Sísifo se le hacía difícil regresar porque en el Yomotsu todos querían ir a la luz de ese cosmos divino y apenas si pudo hacerse notar con su voz brevemente para que los vivos alcanzarán a captarlo. Eso le frustraba, y como había muchos caminando hacia el monte para lanzarse, unos querían volver y le estorbaban, —los que sabían reconocer el cosmos debido a que despertaron su octavo sentido al morir, pero no desarrollaron la habilidad en vida—, y los que eran simples mortales que no hacían más que seguir empujando en la fila a Sísifo. Por lo cual había varios además de él intentando volver a la vida. Las heridas que tenía le debilitaban demasiado y le impedían mantener la consciencia para luchar como bien sabía hacerlo.

No poder volver le resultaba molesto, despertar y a la vez no, era un estado parecido al que tuvo cuando despertó su octavo sentido por primera vez. Sólo que esta vez sabía que él no estaba muerto, pero sus sentidos parecían apagados en contra de su voluntad. También le parecía extraña la ausencia de los dioses del inframundo. Decidió no compartir de momento esa preocupación, pero le daba mala espina. En el pasado, sólo bastó con que dejara de respirar unos minutos para que más de un dios notara dicho acontecimiento. Sus maestros le dijeron de la presencia de Thanatos cerca de la barrera queriendo reclamar su alma, pero ahora que estaba demasiado débil y malherido para escapar por su cuenta, ¿no aprovechaban la oportunidad? Algo debían traerse entre manos.

Del lado de los vivos todo estaba en silencio debido a que estaban pensando en sus palabras. Atena pudo confirmar que efectivamente el problema estaba en su alma, pero para poder sanar sus heridas divinas primero debían hacer que su alma volviera a estar dentro de su cuerpo. Sería imposible sanarlo estando separados y mientras más tiempo pasara su lazo con el mundo terrenal sería cada vez más débil. Finalmente terminaría muriendo. Al menos ya tenía una cosa menos de que preocuparse. Habiendo identificado el problema, ahora podían trabajar en la solución.

—Ya que estás hablando con nosotros creo que es justo que sepas como están las cosas de este lado —afirmó Nikolas rompiendo el mutismo.

—¡Nikolas! —llamó el espadachín con un tono y mirada de advertencia sobre lo que pudiera decir, siendo claramente ignorado por su amigo.

—Dime qué es lo que está sucediendo de ese lado —ordenó Sísifo en tono calmado, pero serio—. Pierdo la consciencia la mayor parte del tiempo debido a la influencia del inframundo y mis heridas, lo poco que sé desde que cerré los ojos es confuso —admitió con sinceridad.

—¡No! —negó León rugiendo al ver al hijo del juez imaginando lo que podría querer decir—. No te atrevas —advirtió queriendo acercarse a él, pero el cosmos de Atena lo mantenía lejos para que no iniciara una masacre.

El guardián de la quinta casa sabía que era el que más cosas tenía de perder. Ya todos se lo habían advertido. Si su niño viera las cosas que estuvo haciendo en su ausencia estaría muy decepcionado de él. En cuanto le pusiera las manos encima a ese charlatán no lo soltaría hasta que dejara de respirar. Debieron echarlo antes de iniciar la asamblea.

—Por favor, Nikolas piensa bien lo que vas a decir —pidió Tibalt queriendo hacerlo entrar en razón.

—¡Tú ni siquiera eres un santo dorado! —acusó León removiéndose en su sitio queriendo ir sobre él—. ¡No tienes voz ni voto en este asunto! —gritó buscando silenciarlo.

—La diosa Atena nos permitió participar a todos los presentes incluyéndome —se defendió el hijo del juez antes de volver a dirigirse a sagitario—. Sísifo —llamó para captar su atención—. La mitad de los presentes están heridos por tu culpa. Pólux, Tibalt, Miles y Giles fueron a la montaña Jandara a buscar el agua de la vida, cosa que no funcionó, pero dejó malheridos a Miles y Giles, además de que los cuatro casi mueren ejecutados por traición debido a tu regla —le recordó siendo que Sísifo fue el vocero encargado de comunicarlas.

—¡Tú ni siquiera participaste de eso así que no te metas, inútil! —acusó Pólux siendo abrazado por Castor desde atrás para evitar que hiciera lo que León estaba pensando.

—Además de eso tu padre se ha peleado con los otros dorados dejando malheridos a Talos, Ganímedes y hasta Shanti —reveló Nikolas sin detenerse—. También ha intentado atacar inocentes aspirantes.

—¡Tú no tienes nada de inocente! —gritó León con rabia desbordante.

No hubo respuesta de parte de Sísifo luego de aquello y no sabían si se debía a que no sabía qué decir o a que esperaba que continuara hablando.

—Lo más probable es que estén pensando en ir a buscarte al inframundo, pero todos los dorados están en pésimas condiciones y los demás somos simples mortales con poca experiencia usando el cosmos —explicó de manera racional las desventajas de una misión suicida en nombre de sagitario—. ¿Y bien? ¿Qué tienes qué decir al respecto, ángel de Atena? —preguntó Nikolas.

En esos momentos Sísifo agradecía que no pudieran verlo, pues le sería imposible fingir indiferencia ante lo que estaba oyendo. No esperaba que Tibalt con quien no llevaba una relación cercana fuera a buscar algo para sanarlo. Especialmente porque la última vez que hablaron reconoce que fue algo cruel con el príncipe. Miles si bien era buena persona tampoco creyó que fuera capaz de emprender semejante viaje por voluntad propia. Había sido forzado a traicionarlo debido al miedo que le causó la amenaza de Hércules, así que había tenido el concepto de que era del tipo de persona que se sacrifica por el bien de la mayoría. No del tipo que pondría a un infante como Giles en una situación riesgosa. Ese era otro al que sabía inquieto, pero no imaginó hasta qué punto.

Pero sin dudas el más sorprendente de todos fue Pólux. Lo que ellos tuvieron contra Hércules era una alianza para deshacerse de un enemigo común. No esperaba que hiciera tanto para ayudarlo. ¿Estaría tramando algo? Cabía esa posibilidad, pero no lo creía. O quizás simplemente no quería creerlo. Se había mostrado tan preocupado y diligente queriendo protegerlo de su medio hermano que se sentiría algo dolido de saberlo todo un mero acto. Estaba algo conmovido por sus acciones por su bien. No obstante, pese a la vergüenza y los sentimientos positivos en su interior no dejaba de preocuparle la situación actual.

—Tengo poco tiempo así que seré breve —habló sagitario con voz solemne sintiendo como su consciencia estaba volviéndose algo difusa. Clara señal de que pronto perdería de nuevo sus sentidos—. Atena —llamó dirigiéndose directamente hacia ella—. No olvides la promesa que nos hicimos cuando nos conocimos. No desperdicies las vidas de tus seguidores sólo por mi causa. Me las arreglaré para escapar de aquí por mi cuenta y si fallo simplemente significa que no he sido lo suficientemente fuerte.

—No digas tonterías —reclamó Atena—. Tú eres mi ángel, el líder del santuario y mi mano derecha.

—Si mi ausencia hace caer el santuario es porque hemos estado dirigiéndolo mal, Atena —expresó decepcionado de tantas cosas que no podría alcanzar a nombrarlas por el tiempo del que disponía—. Un buen rey crea reinos prósperos capaces de sobrevivir incluso si el regente cambia. Mientras haya alguien competente al frente debería bastar para mantener todo en orden, incluso sin mí hay otros santos dorados e incluso estás tú misma —le recordó.

—Tú no olvides tu promesa conmigo, Sísifo —advirtió Atena enojada.

—Escucha ambos somos estrategas —afirmó el arquero sin perder su tono de voz calmo. Aquel que utilizaba cuando aún era rey y debían discutir asuntos militares—. Sabemos que un sólo hombre no vale el costo de varias vidas y no pueden ponerse en un peligro que no podrán superar —advirtió con preocupación—. Aquí no están contra seres menores, se encontrarían con los jueces del inframundo o los mismísimos dioses de la muerte —advirtió con dureza—. Sus posibilidades de sobrevivir si eso sucede son tan escasas que lograrlo se le podría llamar milagro. No puedo permitir que muera gente inocente de forma absurda por mi culpa.

De hecho, había algo que estaba inquietando a Sísifo. Su consciencia apenas recuperada no terminaba de ajustarse a los recuerdos de los últimos sucesos y actualmente sentía que estaba debilitándose con el transcurso de la conversación. En consecuencia, no podía poner en orden sus pensamientos y recuerdos. Tenía la imagen del Dios Hades apareciendo frente a él mientras lo sujetaba con fuerza del brazo, pero nada más. Era incapaz de distinguir si fue una pesadilla causada por su preocupación de ser llevado nuevamente al tártaro o si se trataba de un encuentro fortuito. Empero, el problema persistía. Si Hades fue a su encuentro, ¿por qué estaba ileso? Le parecía imposible imaginar al rey del inframundo dejándolo tan campante luego de todas las veces que se atrevió a desafiar su autoridad.

—No puedes pedirme que no haga nada sabiendo que estás allí —reclamó León preocupado por su hijo.

—Entiéndelo es por tu propio bien no puedes venir —intentó convencer Sísifo—. ¿Recuerdas cuando te volviste un santo dorado? —preguntó sagitario con nostalgia—. No fui más que una carga para ti cuando me hirieron —admitió con pesar, pues fueron su padre y Atena quienes lo protegieron.

—Eso no habría pasado sino hubieras engañado a León —mencionó Atena con veneno en sus palabras.

—¿Qué... qué estás diciendo? ¿Cuándo tú...? —interrogó el ex almirante sintiéndose confundido.

—¡Cállate, pequeña bruja! –ordenó el menor con gran enojo.

—Oh, nunca le dijiste que lo enviaste en la dirección contraria al peligro a pro-pó-si-to —reveló la diosa de la sabiduría con una sonrisa maliciosa.

Si Sísifo quería hacerse el difícil ella no iba a permitírselo. Iba a presionarlo de todas las formas que se le ocurrieran.

CONTINUARÁ…