Llegué a la universidad de Tokyo cargando mi pesada carpeta, maldiciendo la lluvia y jurándome a mí misma que me compraría una tableta gráfica con mi próxima paga para evitar cargar tantísimo peso, y que encima se mojasen todos los bocetos. Haciendo equilibrio con todos los documentos y mi bolso, me apresuré a cerrar mi paraguas y refugiarme dentro del inmenso edificio. Esperaba no haberme equivocado de ubicación, lo que me faltaba era que el departamento de historia estuviera en la otra punta del campus…

Deambulé por los pasillos de la facultad siguiendo los carteles que me condujeron hasta el aseo, donde pude dejar descansar mi pesado equipaje sobre el lavabo. Me atusé el pelo, comprobando que mi larga trenza seguía entera y recoloqué mi boina de color beis sobre mi cabeza, pues se había ladeado con el traqueteo. Me fijé en que mi conjunto, compuesto de un peto vaquero sobre un jersey de rayas rojas y amarillas, ambos cubiertos por mi anorak beis, me hacía parecer varios años más joven de lo que era. Reí para mis adentros, aún podía ser tomada por una estudiante más.

Una vez me hube recompuesto, cargada de nuevo de todas mis posesiones, me aventuré a subir las escaleras con la esperanza de no perderme.

El motivo de mi visita a la facultad de historia sin estar matriculada era simple: se trataba de trabajo. Había logrado ser aceptada como becaria en una importante firma de moda, donde me habían dado la oportunidad de diseñar mi primera colección, cumpliendo uno de los sueños de mi vida laboral. La única pega era que me habían impuesto la temática, y esta no era otra que inspirarme en el período Sengoku, todo gracias al drama histórico más popular del momento, Lluvia bajo el árbol sagrado. ¿A quién se le había ocurrido que era buena idea basar el diseño de ropa moderna en uno de los períodos más sangrientos, miserables y desoladores de la historia de Japón? ¿Por qué no el opulento período Edo, plasmados en las obras de Ukiyo-e, o la reforma Meiji, cuando comenzó a absorberse la influencia occidental?

Tras haber recibido el encargo, había ido a llorarle mis penas a mi amigo de la infancia, Tomoki, el cual se había graduado en historia hacía unos años, para pedirle consejo:

"

- ¿El período Sengoku? Hmm… - Reflexionó el muchacho dando un trago a su cerveza. – La verdad es que me pillas fuera de juego, mi especialidad es Muromachi, y tampoco es que sepa mucho de la moda de época…

- Muromachi fue justo antes de Sengoku, no puede ser tan diferente, Tomoki, hazme el favor… - Le supliqué, tirando de la manga de su jersey. – Podrían contratarme si lo hago bien.

El chico se rascó por detrás de la nuca con gesto apurado.

- Precisamente porque sé que te juegas mucho con esto creo que deberías contactar con alguien más especializado… - Explicó en tono pensativo, como si estuviese barajando opciones en su cabeza. - ¡Ya lo tengo!

Le observé expectante.

- ¿Tienes algún contacto?

- Algo así. – Admitió con una sonrisa de satisfacción. – En mi último año en la facultad se incorporó un nuevo profesor especializado en el período Sengoku, hablaba de él con tanto detalle que daba la sensación de que hubiera vivido en él. Lo recuerdo como una persona un tanto distante, pero no creo que rechace una cita si le digo que soy antiguo alumno.

- ¡Te debo la vida, mil gracias!

- No me des las gracias aún, ese profesor es un tanto peculiar, te cuento…"

Y de aquella manera, había acabado un viernes a las cinco de la tarde frente al despacho número 7 de la segunda planta de la facultad de historia, en la prestigiosa universidad de Tokyo. Tomoki me había advertido que el profesor Taisho era un hombre sumamente meticuloso, poco sociable, y que odiaba la impuntualidad por encima de todo. Suspiré. Comprobé la hora en mi teléfono móvil antes de tocar la puerta, notando que iba 7 minutos tarde. No era mucho para una persona normal, pero mi amigo había hecho mucho hincapié en lo estricto que era aquel profesor, por lo que maldecí el transporte público, la lluvia y toda el área metropolitana de Tokyo.

Respiré hondo para darme valor y golpeé la puerta con los nudillos sonoramente.

- Pase. – Se escuchó una voz ahogada desde dentro.

Sujetando mi carpeta con fuerza contra mi pecho, abrí la puerta del despacho con la mano que tenía libre y accedí aparentando una seguridad que no sentía. El profesor se encontraba sentado en su escritorio, tecleando a velocidad de vértigo, sin apartar sus ojos de la pantalla. Lucía una larguísima cabellera blanca como la nieve, recogida en una pulcra coleta sobre su nuca. Vestía un sencillo jersey de lana gris, sin ningún tipo de estampado que lo decorase. No pude evitar fijarme en la montura de sus gafas, de una reconocida marca, no demasiado económica para el sueldo de un profesor.

- Tenía una cita a las 5 de la tarde… - Informé, algo incómoda ante el hecho de que no me estuviese mirando siquiera.

El profesor Taisho observó de reojo la hora en su ordenador con desinterés.

- Creí que nadie se presentaría ya a estas horas. – Masculló sin ocultar lo molesto que se sentía. - ¿Clase? ¿Nombre?

Me cubrí la boca mientras tosía. Debía de haberme resfriado por culpa del mal tiempo y las bajas temperaturas.

- N-no soy alumna suya, Señor Taisho, mi nombre es Kaori Hanazono, vengo por recomendación de su antiguo alumno, Tomoki Yamaguchi. – Saqué de mi bolso mi tarjeta, con el logo de la empresa y mis datos de contacto, y se la ofrecí con ambas manos. - Me dijo que se había puesto en contacto con usted para ponerle sobre aviso.

Finalmente, el hombre dejó sus gafas sobre la mesa y se dignó a mirarme. Tenía un extraño color de ojos, ámbares como la miel. Su semblante cambió drásticamente a verme allí plantada, cargada de papeles y visiblemente afectada por el diluvio que caía fuera. Ya no se mostraba completamente ajeno al mundo que lo rodeaba, sino que mi presencia le había despertado algo de interés. Quizás estaba cansado de su rutina en la universidad.

- Disculpe mi rudeza, señorita, tiendo a ser demasiado estricto con mis alumnos. – El hombre se puso en pie con calma, acercándose para tomar mi tarjeta con una leve inclinación. Mientras le echaba un vistazo, me ofreció la silla frente a su escritorio. – Tome asiento, ¿me ha dicho que su nombre era…?

Había pasado de ser un antipático a lo más parecido a un "caballero" que se podía encontrar en tiempos modernos. No tenía ni idea de lo que podía estar pasando por su mente, era un tipo, cuanto menos, extravagante.

- Kaori. – Respondí. – Ah, bueno, seguramente Tomoki se habrá referido a mi como "Rin", ¿verdad?

El hombre no se inmutó mientras parecía hurgar en su memoria.

- Es posible. ¿Puedo saber a qué se debe el apodo?

Me pregunté si todos los profesores del área de investigación eran tan curiosos por cualquier detalle. Me adelanté para depositar mis documentos sobre la mesa mientras le explicaba:

- Con permiso. Tenía una amiga en primaria que solía llamarme "Kaorin" de forma cariñosa. Con el tiempo, el apodo se terminó quedando en "Rin", a secas, y siempre me sentí cómoda con ello. Es extraño, ¿no?

Aunque lo más raro de aquella situación era que yo misma estuviese siendo tan amigable, como si lo conociese de toda la vida. De hecho, mi carácter apocado ya me había traído problemas en anteriores trabajos, pero aquel hombre me hacía sentirme cómoda por alguna razón que desconocía.

- En absoluto. – Respondió con solemnidad. El hombre rodeó el escritorio para sentarse frente a mí, enlazando sus dedos y apoyando sus codos en la mesa. – Mi nombre es Sesshomaru Taisho, ¿en qué puedo ayudarle?

Se presentó de manera excesivamente formal y seria, elevando en exceso la categoría de aquella reunión.

- Creí que Tomoki le habría dado los detalles. Le explico. – Abrí mi enorme carpeta y comencé a sacar los archivos de la colección "Sengoku". – Soy becaria en la firma de moda juvenil Blue Dragon, ¿la conoce?

- Disculpe mi ignorancia, no estoy al tanto de esos temas. – Y tampoco parecía francamente interesado. Me daba la sensación de que ese hombre jamás prestaba atención a lo que vestía, ya que no conocer a Blue Dragon en Japón equivalía a no conocer Adidas o Prada en el resto del mundo.

- Es igual, no tiene importancia. – Respondí escuetamente para no dejar en evidencia a aquel profesor con aires de ratón de biblioteca. Confiaba en que fuera un experto en su campo, como había prometido Tomoki. – El caso es que me han encargado confeccionar una colección inspirada en el período Segoku, debido al reciente éxito del famoso drama, Lluvia bajo el árbol sagrado. – Esperaba que aquello le sonase más.

El profesor Taisho se frotó la frente con los dedos mientras se colocaba las gafas sobre el puente de su elegante nariz. ¿En serio acababa de pensar que una nariz era grácil?

- La dichosa televisión, cuanto daño ha hecho… - Comentó como un anciano cascarrabias.

- ¿Ha visto el drama, profesor Taisho?

- Ni hablar, pero tengo alumnos que mezclan entre el período Edo y el Sengoku por culpa de esa maldita producción, contiene demasiados errores en lo que a lo históricamente correcto se refiere… Prosiga. – Me animó a continuar hablar sin ocultar su desagrado.

Dejé escapar una risilla incómoda. Había estado basando todos mis bocetos en la ropa de la serie, esperaba que al menos eso no estuviese muy alejado de la realidad… Insegura, comencé a mostrarle las ilustraciones de los diseños.

- Sí, bueno, como le estaba comentando, es una marca de ropa juvenil, y querían aprovechar el éxito del drama para sacar esta colección especial basada en el período Sengoku. Sin embargo, como comprenderá, la vestimenta de época se escapa por completo de mi terreno, por lo que esperaba que pudiera asesorarme con sus amplios conocimientos. Aunque… han resultado desmejorados por culpa de la lluvia. – Admití perdiendo el aire profesional, abatida por el lamentable estado en el que se encontraba el trabajo de toda la semana. – Si no entiende alguna de las anotaciones, hágamelo saber.

El profesor de historia fulminó con la mirada todos los diseños que colocaba sobre la mesa, frente a él. Aquella expresión no presagiaba nada bueno. Suspiró profundamente, recolocándose la montura con expresión de hastío.

- Esto no es Sengoku. – Señaló de forma crítica. - ¿Cuál es la paleta de colores?

Todos mis bocetos estaban en blanco y negro, y con las anotaciones ilegibles era imposible conocer dichos detalles.

- Blanco hueso, dorados, algunos tonos otoñales como el marrón, añil o burdeos… - Me sentía más insegura a medida que recitaba los colores.

- Edo, Edo y más Edo. – Masculló el profesor entre dientes. – Señorita, ha creado usted unos diseños basados en la opulenta y pacífica etapa de nuestra historia llamada Edo. – Señaló uno de mis dibujos. - Mire estás mangas tan largas, recuerdan a un furisode, ¿cree que alguien vestiría ropas tan poco prácticas en un período lleno de pobreza y guerras como el Sengoku? Ni hablar, más centímetros de tela solo equivalen a un gasto innecesario de dinero. – Se contestó a sí mismo de forma tajante. - Los ropajes cortesanos son característicos de un período de paz y abundancia. Si lo que quieren es vender ropa con la imagen de esa producción cinematográfica de pacotilla, adelante, pero jamás podrán afirmar que esto es Sengoku.

La seguridad de ese hombre me aplastó por completo, pues sabía perfectamente de lo que hablaba y no mostraba rastro de duda. No había orden a desacato en su férreo razonamiento.

- Ya veo… - Balbuceé, desanimada por sus comentarios. – Si usted me asegura eso como experto, me encuentro en una situación comprometida. - ¿Qué era lo correcto: seguir las directrices del encargo o regirme por la veracidad histórica?

Los ojos dorados del profesor Taisho se clavaron en mí, como si me tratase de la acusada de un juicio. Su mirada era intimidante, por lo que comencé a recoger mis documentos, avergonzada por haber quedado en evidencia de aquella manera.

- ¿A qué se refiere? – Inquirió con un tono de voz más amable, quizás consciente de que había hundido mi estado de ánimo.

- Tendré que hablar con mi supervisor, si no es posible mantener una estética que se pueda relacionar con el dorama fácilmente y nombrarla "Sengoku". Eso no sería correcto, ¿verdad?

Lo peor que podía pasar era que se cancelase el proyecto, pero no era mi culpa que estuviese mal planteado desde un inicio y fuera imposible de llevar a cabo. No había sido mi idea. Sin embargo, yo sería quien acabase perjudicada sin no saliera adelante… Era un gran dilema, ya pensaría en cómo solucionarlo.

- Ha sido muy esclarecedor hablar con usted, profesor Taisho, muchas gracias por su tiempo. – Me despedí mientras me ponía en pie, cargando de nuevo mi pesaba carpeta entre los brazos.

- Eso ha sido rápido. ¿Va a rendirse así, sin más, señorita? – Me retó.

Aquellas palabras se clavaron en mi conciencia como un ataque personal.

- Si usted piensa que es inadmisible tendremos que reformular el proyecto, señor Taisho. Sin embargo, tenga claro que seguiré trabajando en ello. No pienso abandonar tan fácilmente. – Repliqué con decisión.

No había llegado tan lejos para que nadie se atreviera a poner en duda mi desempeño profesional. Si la colección no llegaba a producirse, que no fuera porque yo no hubiese insistido en hacerla realidad hasta el final. Me había propuesto sobresalir en aquella tarea, y tenía que apuntar lo más alto posible para alcanzar aquella meta.

El profesor de historia me observó unos instantes en silencio, sin decir nada. Parecía imposible haber dejado a ese hombre sin palabras. Entonces, una arrogante sonrisa asomo por su rostro.

- Es usted bastante más ambiciosa de lo que pensaba. Siento haberla subestimado.

Me impresionó que ese hombre supiera poner alguna expresión diferente al desagrado. Supe que no todo el mundo obtenía un cumplido de él todos los días, lo cual me hizo sentir más segura de mí misma.

- Si fuera posible, me gustaría pedirle que revise los diseños una vez los haya modificado. Facilíteme un presupuesto, me consta que su tiempo es valioso, le pagaré lo que me pida. – Recé internamente porque no pidiera una suma demasiado extravagante, no podía permitirme endeudarme con el banco.

- Puedes quedarte tu dinero. – Respondió, calmado. – Vivo bien con lo que tengo y me gustan tus agallas. – Por algún motivo, ese último comentario me hizo sonrojar. – No todo el mundo siente tanto respeto por la historia como tú, así que sólo por eso estaré encantado de trabajar contigo.

No me esperaba que fuera a comportarse de forma tan humilde, era todo lo contrario a lo que me había advertido Tomoki. ¿Impasible, huraño, estricto? Sesshomaru Taisho parecía excéntrico y reservado, pero nada parecido a las cualidades que se rumoreaba de él.

Lo único en lo que estaba de acuerdo con las habladurías era que poseía una belleza poco convencional. Su cabello largo y plateado era lo que más llamaba la atención, pero aquellos ojos dorados y su expresión enigmática resultaban hipnotizantes, haciendo difícil apartar la mirada de él. Su aura distante era el último factor que completaba la imagen de "príncipe de hielo" perfecta. Ni siquiera yo podía decir que fuera inmune a sus encantos, aunque no me había centrado demasiados en ellos dada la importancia de la reunión. Sin embargo, ahora que el ambiente se estaba destensando no podía evitar desear haber sido su alumna, para tener la oportunidad de escucharlo hablar por horas con aquella convicción y serenidad mientras observaba sus hermosas facciones.

- ¿Señorita Hanazono? – La profunda voz de aquel hombre me sacó de mi profunda ensoñación.

- S-sí, muchísimas gracias por todo hoy. ¿Puedo tener sus datos de contacto, para avisarle cuando tenga listos los nuevos borradores? – Le pregunté, luchando por sacar mi teléfono del bolso sin dejar caer todos mis documentos al suelo.

Sesshomaru tomó entre los dedos índice y corazón la tarjeta rosada que le había entregado al presentarme.

- Ya que tienes las manos tan ocupadas, te escribiré luego, si te parece bien. – Asentí, sacando el brazo del bolso y agarrando con firmeza mis pertenencias. El hombre rodeó su escritorio para cruzar la estancia y abrirme la puerta de su despacho. – Tenga un buen camino de regreso, señorita Hanazono.

Aquel gesto, a pesar de ser anticuado y casi prepotente, me hizo sonrojar una vez más. Frustrada conmigo misma, salí de allí como una exhalación tras dedicarle una ligera reverencia. Bajé las escaleras lo más rápido que pude sin despeñarme por ellas. Tenía que alejarme de allí lo antes posible para calmar los acelerados latidos de mi corazón. No tenía ni idea de en qué pensaba ese hombre, pero sentía que aquella mirada podía leer cada rincón de mi alma. No era como si tuviera algo que esconder, sin embargo, aquella sensación me provocaba un nerviosismo poco propio de mi yo actual. Me hacía volver a mis años de instituto, cuando me costaba relacionarme con lo demás por mis propias inseguridades.

Yo ya no era aquella chica desvalida, me había esforzado mucho en convertirme en una mujer adulta con todas las letras. Anduve diligentemente hasta la salida de la facultad hasta que… Me di cuenta de que seguía lloviendo a cántaros, maldición.

Una línea de tren, otra de autobús, un coche bañándome de arriba abajo al pasar por encima de un charco y una ducha más tarde, finalmente pude echarme en mi cama arropada por mi pijama con estampado de pingüinos. Había sido un día catastrófico en muchos sentidos.

Pero la paz aún no había llegado. En ese momento, sonó una llamada de mi supervisor que no podía ignorar. Dejé escapar un quejido antes de descolgar la llamada.

- Buenas noches, ¿señorita Hanazono? – La voz de mi compañero de trabajo sonó a través del altavoz de mi teléfono móvil, apoyando sobre la cama mientras yo despegaba la cara de la mullida almohada.

- Buenas noches, señor Miyazaki. – Le saludé con tono cordial, disimulando mi cansancio. - ¿Recibió mi correo?

- Por eso mismo te llamo, me tienes muy preocupado, muchacha. Tienes que entregar los bocetos del proyecto en menos de una semana, ¿en qué estás pensando para querer cambiar el concepto de la colección a estas alturas? La directora Ichijou me va a cortar la cabeza si esto no sale adelante.

Suspiré. Miyazaki era un manojo de nervios, por lo que siempre que se estresaba solía enloquecer, mandándome a hacer mil tareas irrelevantes que parecían alinear sus chakras y devolverlo a la calma. Aunque por primera vez, debía concederle que yo era la causa de su ansiedad, así que, en parte, esta vez merecía que se desquitase conmigo.

- Sí, bueno, no quiero cambiarlo drásticamente ni nada así. – Me expliqué, en un intento de tranquilizarle. – Sólo quería discutir algunos detalles menores, aunque preferiría hacerlo mañana, a la hora que le he comentado en mi correo, si le va bien. – Observé la hora que marcaba mi pantalla, ya eran pasadas las nueve de la noche. - Hoy es tarde, debería volverse a casa.

Pero Miyazaki seguía tan tenso como siempre, ese chico no parecía tener vida fuera de la empresa. De hecho, me había fijado en que me estaba llamando desde el teléfono fijo de la oficina, iba a perder el último tren a ese paso.

- Estos jóvenes de hoy en día, qué poco compromiso… - Rezongó mi supervisor, aunque tampoco era mucho mayor que yo. Sin embargo, era cierto que empezó a trabajar bastante joven en la industria. – Entonces, me despi…

- ¡Espere un segundo, señor Miyazaki! – Le detuve rápidamente cuando un fugaz recordatorio cruzó por mi cabeza.

- ¿Q-qué te pasa, chiquilla? – Inquirió, sobresaltado.

- Esto… ¿ha llegado alguna llamada al número de la oficina de alguien preguntando por mí hoy?

- Pues no, ¿de qué estás hablando? – Respondió con aires de superioridad. – Como si nadie te relacionase con la empresa, aún sólo eres una becaria.

Me mordí el labio para evitar responderle algo inapropiado.

- Está bien, gracias, Miyazaki. Buenas noches, descansa por hoy.

- ¡No eres nadie para darme órdenes!

Y colgué, agotada de la conversación. Era muy difícil tratar con alguien que se alteraba ante cualquier mínimo imprevisto, o cambios de "última hora", según su criterio. Es cierto que su extremada previsión y organización le ayudaban a conseguir unos resultados impecables en sus proyectos, pero trabajar bajo él era un suplicio, apenas me dejaba respirar o proponer ideas creativas.

Volví a revisar la bandeja de entrada de mi correo y las llamadas perdidas de mi teléfono personal, pero no había nada, ni rastro de Sesshomaru Taisho. ¿Podría haberse olvidado de contactarme? ¿Habría perdido la tarjeta? Pero yo necesitaba tener alguna manera de hablar con él durante el fin de semana, debería de haberle insistido en que el proyecto tenía plazos estrictos y a punto de vencerse…

Justo en aquel momento, como caído del cielo, recibí un mensaje de mi buen amigo Tomoki.

"Buenas noches, Rin, ¿qué tal ha ido todo con el profesor Taisho? Espero que no haya sido muy duro contigo."

Sonreí. La verdad es que no había sido tan terrible como me lo había pintado, quizás podía considerarlo el único imprevisto agradable de todo el día.

"No ha ido mal, era bastante agradable, de hecho. Creo que los rumores exageran"

"¡Dices eso porque no has sido su alumna!", replicó él seguidos de varios emojis con caritas llorando. "Sus exámenes eran terriblemente complejos, y si ibas a verlo a su despacho por una tutoría, siempre terminaba regañando al alumno por su falta de conocimientos, ¡es el demonio de la facultad!"

Aquello último sí que era cierto. Cuando habla de su materia se volvía extremadamente serio y meticuloso con la asignatura. Supuse que aquella maestría y exigencia eran las que le había logrado el puesto de trabajo que ostentaba en la prestigiosa universidad de Tokyo. Además, no parecía demasiado mayor para ser profesor de universidad, aparentaba estar en sus treinta,

"Tienes razón, era bastante estricto cuando hablaba de historia, eso no te lo voy a negar."

"¿Los ves? ¡Un auténtico demonio!", siguió lloriqueando Tomoki en sus mensajes de texto.

"Por cierto, Tomoki, ¿tienes su número de teléfono o alguna otra forma de contactarlo directamente? Llevo toda la tarde esperando su llamada para concretar algunos aspectos más, pero se le debe hacer olvidado…". Después de todo, él me había conseguido la cita con el profesor Taisho, debía de tener algún medio para haberlo hecho.

"Ah… La verdad es que no. Es decir, pedí la cita a través de la secretaría de la facultad, no a él directamente… ¿No puedes esperar al lunes?"

La fecha límite para el proyecto era el martes. Ni de broma podía esperar tanto, no me sobraban los días, teniendo en cuenta que estábamos en la noche del viernes. Sin embargo, aquello explicaba por qué Sesshomaru Taisho parecía tan sorprendido de ver en su despacho a una chica que no era su alumna, y que no tuviera ni idea de lo que había ido a tratar con él. Me molestaba pensar que aquel hombre podría haberme sacado de mi error negando en algún punto que no había hablado con Tomoki, qué corto de palabras era cuando no se trataba de su asignatura.

"Tomoki, por favor, ayúdame a contactarlo, te lo suplico." Esta vez fui yo la que abusó del emoji con las caritas llenas de lágrimas.

"Mañana te busco su dirección de correo electrónico de la universidad, aunque no sé si lo revisará durante el fin de semana."

"Me conformo con eso ahora mismo, lo que sea".

"Descansa un poco Rin, te noto agobiada".

Suspiré. SÍ, ESTABA ESTRESADA. Que mi sueño profesional despegase o acabase incluso antes de empezar dependía de aquel caprichoso y desdichado proyecto.

"Tienes razón, es tarde, Tomoki. Gracias por todo. Buenas noches."

No podía hacer nada más en aquel momento para solucionar mis problemas, y necesitaba desesperadamente hacerme una bola en la cama hasta el día siguiente. De aquel modo, apagué las luces de la habitación y enchufé el teléfono para cargar la batería. Recordé configurar el despertador para el día siguiente, ya que tenía que asistir a la oficina bien temprano para reunirme con Miyazaki. Mi estómago rugió, protestando por la ausencia de cena, pero una tenía sus prioridades, y aquella noche había ganado el sueño. Cerré los ojos y me hice un ovillo, en posición fetal, bajo las mantas. El repiqueteo insistente de las gotas de agua al caer no paraba de hacer ruido contra mi ventana.

Esperaba que al menos no lloviera al día siguiente.

Notas: Ahora sí que sí, ¿qué os parece este nuevo planteamiento e inicio para los personajes? Quizás solo soy yo, pero se me hizo mucho más dinámico y refrescante respecto a lo que estoy acostumbrada.

Ahora vengo a traer las "malas noticias". Por el momento, mi publicación principal hasta su finalización va a seguir siendo "Casada con un demonio", el cual actualizo cada dos semanas por motivos de gestión personal y ansiedad, principalmente, ojalá le pudiera dedicar más tiempo a la escritura. Lo que quiero decir es que aunque estoy escribiendo las dos historias simultáneamente, las publicaciones de "Under my skin", en principio, no van a tener una fecha de actualización definida.

Si me resulta posible, voy a intetar actualizar ambos fics el mismo día, es decir, una vez cada dos semanas, pero no me quiero comprometer ya que no sé si me va a dar la vida entre mi trabajo, compromisos, vida privada y demás imprevistos que pueda haber.

Muchísimas gracias por leerme y Feliz Año 3