Notas: De vuelta otro domingo más, os quería comentar un dato curioso sobre este capítulo. He estado rebuscando entre mis borradores, y me dado cuenta de que hace aproximadamente un año que escribí la primera versión de este capítulo. He de decir que el contexto ha cambiado bastante, aunque el contenido troncal en sí es prácticamente el mismo; apenas he cambiado nada, sólo he añadido descripciones y detalles.

De hecho, me he dado cuenta que en breve hará un año que comencé a publicar "Under my skin", lo cual me ha descolocado un poco, porque en mi cabeza llevaba mucho más tiempo trabajando en ello. Supongo que con tantos saltos temporales en la historia mi propia noción del tiempo se ha debido de distorsionar un poco también.

Pero en general, me siento muy feliz de poder seguir aquí, compartiendo y publicando mi historia. Sabiendo que hay quien la lee. Que hay personas que disfrutan de todo el esfuerzo que invierto en dar forma a mis ideas. Esas que casi nunca comento a mis personas más cercanas por vergüenza, miedo e inseguridad.

Siento que me repito cada día más, pero de verdad, no sabéis cuánto significa para mí saber que hay alguien al otro lado de la pantalla. Gracias, de corazón.

Os dejo con el POV de Sesshomaru, el cual, por primera vez en esta historia, comienza en el presente.

TRIGGER WARNING: SANGRE, GORE, VIOLENCIA Y LENGUAJE EXPLÍCITO. Si te desagrada este tipo de escenas, puedes ignorar la parte de este capítulo que está subrayada, no es necesario que te recrees en los detalles grotescos para enterarte de lo ocurrido.

En el silencio de la noche, escuchaba el distante eco de neumáticos derrapando sobre el asfalto y retazos de conversaciones dispersas a lo lejos. Aunque ambos tenues sonidos quedaban ahogados por la profunda respiración de Kaori, quien dormitaba apaciblemente sobre mi regazo. A pesar de que aquella mujer parecía más que conforme con pasar la noche en el asiento trasero de mi auto, estaba seguro de que su descanso sería mucho más reparador en su cama.

- Kaori. - La llamé en un suspiro, tratando de no sobresaltarla con mi voz. – Despierta, no es bueno que duermas aquí.

La joven se revolvió con el ceño fruncido, negándose a regresar del apacible sueño que había conciliado.

- Cinco… Minutos más… - Balbuceó.

No pude evitar sentirme enternecido por su débil intento de resistencia. Suspiré, resignándome a la idea de que aquella chica no iba a levantarse por su propio pie. Con toda la paciencia y cuidado del mundo, la cargué en brazos como la primera vez que había estado allí. Me tomé la libertad de recuperar sus llaves de su mochila en esta ocasión, para evitar perturbar su descanso de nuevo, y entramos al portal.

Una vez subí por el ascensor y logré a acceder a su apartamento, me dirigí directamente a su habitación para depositarla entre las sábanas, envolviendo su cuerpo con cuidado. Me obligué a mí mismo a casi no mirarla mientras lo hacía. A no ser embrujado por su atractiva esencia. A no sentir la tentadora temperatura de su cuerpo bajo el mío.

Resultaba tan complicado no caer víctima de mis impulsos. Esos que aullaban en mi interior que la marcase. Que no la dejase escapar. Que la hiciese mía por siempre, antes de que nadie pudiese volver a arrebatármela.

Pero sabía que no podía salir nada bueno de dejarme guiar por mi bestia interior. Y mucho menos cuando sus deseos se entremezclaban con mis más profundos miedos. Si esperaba a que pasara la noche, estaba seguro de que aquellos pensamientos intrusivos desaparecían.

Aunque era demasiado consciente de que, en las noches de la luna llena como aquella, mis instintos adormecidos volverían a manifestarse. Si tan solo no me hubiera visto obligado a transformarme, estos se habrían mantenido en estado de hibernación, tal y como me había acostumbrado en los últimos siglos… Pero en aquel punto, sólo me quedaba extremar la precaución en noches como esa. El resto del tiempo… Casi sentía podría actuar como una persona normal. No como una bestia sedienta de su compañera. Sin que Kaori notase ningún comportamiento extraño por mi parte.

No estaba seguro de si podría soportar volver a percibir su miedo hacia mí. Quizás no podría volver a confiar en mí mismo. Quizás tendría que volver a plantearme hacer lo que me gritaba el raciocinio casi a diario: "aléjate de ella".

Cuando me estaba retirando para dejarla a solas, sin embargo, Kaori se aferró desesperadamente a mi mano, obligándome a quedarme a su lado.

Exhalé una larga bocanada de aire, tensado cada músculo de mi cuerpo para mantenerme completamente rígido en el sitio. Me obligué a grabar en mi mente el pensamiento racional de que no quería herirla. No debía sacar mis garras y ni mis colmillos. No iba a probar su sabor aquella noche… No, ni nunca. Ella era Kaori. Una persona importante a la que proteger. Una frágil humana.

Y no quería repetir mis errores del pasado.

Mi bestia interior pareció comprender aquellos sencillos mensajes, por lo que comenzó a apaciguarse, no sin resistirse. Cuando finalmente hube calmado mis más primitivos impulsos, tomé asiento en el borde de la cama mientras finalmente me permitía contemplar el dulce rostro dormido de Kaori. Me atreví entonces a acariciar su sien distraídamente, sintiendo su tibia piel rozando las yemas de mis dedos.

No dejaba de sorprenderme que esa mujer aún desease mi cercanía tras todo lo que había pasado, a sabiendas de que yo era un monstruo.

Aquella misma noche en la que ella se asía a mi mano con fuerza, yo había olido el terror que había vivido Kaori al ser testigo de mi verdadera apariencia como demonio, una vez más… Por lo que había asumido que allí terminaría todo de forma definitiva.

Pero su determinación era la más poderosa que había conocido jamás. Ya había perdido la cuenta del número de veces que había asumido el final de nuestra relación, cuando ella había vuelto a repetirme que quería seguir ahí, conociéndome.

El rostro de Kaori parecía encontrarse sumido en un plácido sueño, lo cual me reconfortaba. No podría perdonarme volver a convertirme en el antagonista de sus pesadillas…

Ah, maldición, lo estaba haciendo otra vez.

Kaori no era Rin. Y por mucho que no me cupiese duda a nivel racional, cuando veía su rostro y sus expresiones, tan similares a las de ella… Mi corazón volvía a traicionarme una vez más. Como siempre hacía.

Cerré los párpados pesadamente. Sospechaba que aquella noche, como muchas otras, tampoco podría dormir. No cuando la culpa me consumía de aquella manera. No, cuando la mujer que más había amado estaba tan cerca, y a la vez tan lejos de mí.

Y no me cabía duda que también albergaba sentimientos por Kaori, pero no podía dejar de sentirme atado emocionalmente al primer amor de mi vida. A cómo había condenado su alma porque era incapaz de dejarla ir sin más.

Mis oscuros pensamientos me llevaron de vuelva a la conversación que habíamos tenido los dos en el coche, sobre la masacre de Kobayakawa. Si quería darle a Kaori una versión de los hechos que su conciencia pudiera soportar, no me quedaría más remedio que rescatar una vez más aquel vívido recuerdo…

Para poder decidir todos los detalles escabrosos que podía omitir de aquella sangrienta noche.

Aseguré los cierres de mi silla de montar sobre el caballo que se suponía iba a llevarme de vuelta al palacio junto al mar, aunque no tenía intención alguna de llegar hasta allí. Aún estaba decidiendo cómo ejecutar mi plan, pero había tomado la firme decisión de sacar a Airin de su nuevo hogar, hablar con ella todo lo que no había podido confesarle en aquellos años, y retirarnos a vivir alejados de la sociedad y políticas humanas. No tenía ni el más menor interés en seguir jugando a ese juego por más tiempo.

A mi alrededor, en los mismos establos, mis dos acompañantes parloteaban ansiosos:

- No sabía que la seguridad aquí fuera tan estricta. Se nota que su líder es un militar.

- A mí también me habría gustado ver a la Princesa después de tanto tiempo, debe de estar destrozada por la noticia…

Aquellos centinelas que actuaban como mi escolta habían tenido que esperar fuera mientras yo comunicaba las nuevas a quien había sido su Señora desde su más tierna infancia, dado que no admitían más de un visitante externo de forma simultánea. Puesto que habían visto crecer a la joven, no era de extrañar que se sintieran profundamente molestos por aquellas normas que les habían impedido encontrarse con ella. Aunque no podía negar a mí me había alegrado poder verla a solas.

A pesar de que, al final, mis palabras no habían llegado a su alma… Y me había echado con aquella fría mirada.

Pero ahora que tenía la certeza de que las cosas solo podían ir a peor, había obtenido la resolución de que tenía que actuar lo antes posible.

- Partamos rumbo a Palacio. – Indiqué a los soldados, guiando a mi caballo hacia el exterior. – Antes de que caiga la noche.

El cielo ya se había teñido de color carmesí, por lo que era imposible regresar antes de que cayera el sol, pero siempre sería más seguro evitar las horas más cercanas a la medianoche. Después de todo, los demonios y las malas personas se volvían más activos a aquellas horas.

Una vez fuera de los establos, los tres montamos a caballo y nos despedimos de aquel Palacio regido por leyes marciales, partiendo en dirección al Este.

- Señor Sesshomaru. – Se dirigió uno de ellos hacia mí. - ¿Qué crees que sucederá a nuestro regreso, ahora que nuestro Señor ha fallecido?

- Yo he escuchado rumores de que vos seréis nombrado como nuevo cabeza del clan, que así ha sido indicado en su testamento.

Vaya molestia. Era más que consciente de que el padre de Airin me tenía en muy alta estima, y había depositado su plena confianza en mi criterio, pero no tenía ningún interés en asumir dicho título.

- Hmm… Dudo mucho que vaya a ser así. – Contradije a los dos soldados, calmado.

- ¿Por qué no? ¡Eres la persona más capaz, sin duda!

- ¡Opino lo mismo! Por mucho que vuestros orígenes como erudito sean humildes, poseéis el conocimiento y modales más que suficientes para poder ascender a la nobleza.

Ilusos humanos... ¿Acaso pensaban que lograrían forzarme a aceptar una posición similar a la que mi propia Madre no había logrado encadenarme en siglos? ¿Ellos, unos simples y narcisistas mortales que se creían por encima del resto de criaturas…?

Recordé en ese preciso instante por qué me provocaban tanto rechazo los seres humanos. Porque a pesar de ser débiles, eran tan estúpidos como para no ser conscientes de ello, autoconvenciéndose de que podían doblegar el mundo a su voluntad. Como si ese fuera el orden natural de las cosas. Como si fuesen los legítimos herederos de la tierra y el aire que compartían otros los seres vivos. Como si tuviesen derecho a eliminar todo aquello que se interpusiese en su camino.

Y no había nada que odiase más que ser presionado, en especial cuando se trataban de escoria como aquella, quienes no tenían ni un ápice de poder de decisión sobre mí.

Claro, eso era… Siempre había sido al contrario. Los humanos eran la presa y yo el depredador. ¿Cómo podía haber olvidado algo tan fundamental y evidente…? ¿Por qué había estado agachando la cabeza, obligándome a vivir entre ellos, cuando tenía poder más de que sobra para hacer que se cumpliese mi voluntad?

Detuve la marcha de mi caballo abruptamente para apearme de él. Mis acompañantes recularon con incredulidad.

- ¿Señor Sesshomaru…? – Musitó uno de ellos, confundido.

- No necesito ningún título. – Les informé tajantemente. – Si a vuestro regreso realmente he sido designado para tal puesto, ruego comuniquéis mi expreso rechazo.

- P-pero… - Trató de interrumpirme uno de ellos al observar cómo comenzaba a desandar el trecho que habíamos recorrido. - ¿A dónde os dirigís?

Sin mirar atrás, les advertí una única vez:

- No hay necesidad de involucraros en esto. Os recomiendo que sigáis vuestro camino y no echéis la vista atrás. En caso de que queráis mantener en vuestros recuerdos esa impecable imagen de mí, claro está.

Tampoco era como si me importase su opinión. Ya no tenía necesidad de seguir cumpliendo aquel patético papel por más tiempo. Tenía claro qué era lo que tenía que hacer para recuperar a mi esposa. Ahora sólo restaba pasar a la acción.

Después de todo, la luna llena que se preveía aquella noche estaba de mi parte.

Sin esperar respuesta alguna por parte de los soldados que me acompañaban, observé cómo los últimos rayos de sol desaparecían del cielo. En ese preciso instante, desaté todo el poder que había mantenido contenido durante años y me convertí en la bestia que siempre había sido. Fui recibido entonces por una sed de sangre que no había sentido en mucho tiempo. Mi parte demoníaca se encontraba enrabietada, reclamando a la única alma que reconocía como suya.

Entonces rugí, alzando la vista al cielo. Aquel era mi grito de guerra, alertando de que pronto el caos se desataría en aquellas tierras. Y nada iba a detenerme hasta que Rin volviese a estar a mi lado.

Haciendo acopio de todas mis fuerzas, comencé una carrera en dirección al oeste.

Rápidamente, cubrí toda la distancia que me separaba de la fortaleza donde se encontraba recluida Airin. Al otear mi llegada a lo lejos, los arqueros apostados en el muro no tardaron en afianzarse en sus puestos, arrojando un aluvión de flechas sobre mí. No hice siquiera el amago de esquivarlas, puesto que sabía que no surtirían efecto alguno sobre mi grueso pelaje.

De un poderoso salto ingresé al patio exterior, donde los sirvientes huyeron despavoridos hacia el interior, mientras que los guerreros desenvainaban sus espadas para enfrentarme. En mitad de aquel tenso ambiente, recuperé mi forma humanoide para poder hablar, sin ocultar en esta ocasión las facciones purpúreas de mi rostro.

Quería que supieran a quién se enfrentaban.

- Entregadme a la esposa de vuestro Señor y nadie saldrá herido. – Exigí en voz alta, modo que todos pudieran escucharme nítidamente.

Percibí el silbido de una nueva flecha volando en mi dirección, por lo que alcé una mano para detener el proyectil en el momento justo, sujetándola entre los dedos índice y corazón. Ante la atenta mirada de aquellos aterrorizados mortales, fundí el objeto con mi corrosivo veneno en apenas unos instantes.

- ¿Acaso no he sido suficientemente claro? – Gruñí con impaciencia, mis ojos cambiando de color, amenazando con volver a transformarme nuevamente en una criatura de pesadilla.

Uno de los generales dio un paso adelante, enfrentándome con el filo de su espada.

- No digas tonterías, demonio. Te superamos con creces en número. No saldrás vivo de aquí.

Una sádica sonrisa acudió a mis labios. Si aquel hombre deseaba enfrentarme, tendría lo que quería. No me encontraba de buen humor. Y no había nada que me fuera a ayudar a más a liberar mi frustración que desquitarme con quien quisiera enfrentarme.

Aquel combate no merecía siquiera que desenvainase mi espada, por lo que me limité a alcanzar su cuello con mi látigo venenoso. El pobre diablo comenzó a retorcerse para intentar liberarse. Otro de sus compañeros se lanzó envalentonado contra mí para defenderle, al cual alejé de una poderosa patada, descargando todo mi desprecio contra su especie.

Resoplé, enfurecido. Realmente no deseaba tener que lidiar con más patéticos ataques. No funcionaban ni como burdo entretenimiento. Pero tampoco había necesidad de manchar mis manos de sangre contra enemigos tan inferiores.

Me repugnaban.

- No me hagáis repetirme… - Mascullé. – Entregadme a la mujer.

Un tercer soldado cargó contra mí con su naginata y esta vez no tuve piedad, comenzando a perder la paciencia. Le arrebaté el arma con la misma facilidad con la que se le podía robar a un niño, y atravesé el cráneo del sujeto a través de la barbilla, matándolo en el acto. Les había dado avisos más que suficientes, pero si se negaban a escuchar mis palabras, esperaba que mis acciones fueran más convincentes.

Sin embargo, aquellos militares amaban la guerra más que nadie, por lo que la amplia mayoría de ellos se lanzaron a por mi cabeza. Una parte de mí, la que seguía pensando en Rin, hubiera preferido resolver aquella situación diplomáticamente… Pero no me estaba dejando más remedio que acabar con todos y cada uno de ellos, y mi bestia interior no podía sentirse más que complacida ante aquella oportunidad de tomar las riendas de la situación.

Oleadas y oleadas de soldados acudieron a mi encuentro, tratando de obtener mi cabeza. En un inicio, me contentaba con alejarlos de mí, sin herirlos de muerte. Mis sentimientos por la humana que me había enseñado a amar y mi raciocinio parecían estar ganando la batalla que libraba en mi mente. Sin embargo, la violencia constante, sumada a la frustración contenida de no haber podido asesinar a Zero años atrás, en venganza por la muerte de Rin, acabaron desencadenando mi más perversa sed de sangre. Junto con mi bestia, empecé a disfrutar del olor de la muerte, de sentir los desesperados intentos de los soldados por huir de mis garras, de vivir la caza en su estado más puro… Hasta que perdí la noción de cuantas personas había asesinado aquella noche, desquitándome por una espina clavada en mi pecho que poco tenía que ver con ellos. Pero en aquel momento no me importaba, y tampoco era la primera vez que acababa con tantas vidas.

Después de todo, yo era el temible demonio Sesshomaru. Descendiente del demonio unificador del Oeste, Inu no Taisho. Y nadie podía oponerse a mis deseos.

Para cuando no quedaba ningún guerrero dispuesto a hacerme frente, congelados en su sitio de puro terror y mojando sus hakamas, una nueva figura surgió del interior del castillo. Se trataba del desgraciado que había desposado a Airin, quien respondía al nombre de Hitohide. Me miraba altivo desde la escalinata que daba acceso al castillo, mínimamente oculto entre las sombras de la noche.

- Conque Sesshomaru, ¿eh…? He sido informado de que has venido a por mi esposa, ¿no es así? Aunque no entiendo por qué tanto revuelo por una sola mujer, no valía la vida de las decenas de soldados leales que me has arrebatado. – Masculló sin ocultar su enfado.

Fue su desagradable voz la que me hizo volver finalmente a mis sentidos. Contuve el primitivo impulso de partirle en dos en aquel momento, ya que no podía permitirme perder los nervios nuevamente. Tenía un objetivo, y no podía volver a perderlo de vista por el placer la guerra.

Entre la densa amalgama de olores a sangre del lugar, no lograba discernir con precisión la estancia en la que se encontraba Airin, pero no me cabía duda de que su esencia seguía allí para cuando yo me había llegado en mi forma de bestia a la fortaleza. No podía arriesgarme a que se la llevasen de ese lugar mientras registraba cada maldita habitación, ni derribar cada pared hasta encontraba por miedo a herirla.

Maldición. La ira y la impotencia estaban sacando lo peor de mí. Normalmente, mis planes eran mucho más cuidadosos y elaborados. Me estaba dejando llevar demasiado por mis emociones.

- Entrégamela y nadie más saldrá herido. – Respondí con ira contenida.

- Acompáñame, pues. – Me invitó a pasar el huraño dueño del castillo.

Aquello me daba muy mala espina. Pero le seguí igualmente, a sabiendas de que aquel insecto jamás podría tocarme siquiera. Sólo deseaba que me llevase hasta Airin para sacarla de allí lo antes posible.

- ¿Sabes? Mi esposa siempre te ha tenido en muy alta estima… - Comentó el general militar mientras recorríamos los desiertos pasillos. Era como si hubieran evacuado el pabellón principal por completo. – Desde el inicio, he sospechado que nuestro matrimonio no iba bien por los sentimientos que albergaba por ti, me has dado muchos dolores de cabeza. – Apreté la mandíbula para evitar responderle, no debía hacer caso a sus provocaciones. Solo tenía que encontrarla y marcharme de allí. – Cuando ha escuchado ese aullido no ha tardado en darse cuenta de que ese monstruo debías de ser tú. Me ha llorado y suplicado que no te hiciéramos daño… - El hombre se detuvo frente a la puerta del recibidor donde había hablado con ella la última vez. – Le he prometido que le haría el favor si me complacía por una vez, pero como siempre, es tan frígida conmigo…

El guerrero descorrió el shoji que permitía la entrada a aquella oscura estancia. Con los puños apretados para contener las ganas que tenía se asesinar a aquel desgraciado, me convencí a mí mismo de no apresurarme, y asegurarme de que Airin se encontraba allí dentro antes de cometer ninguna locura.

Y, en efecto, la princesa estaba en aquella habitación… Con las vestimentas rasgadas, su espalda apoyada contra la pared y las piernas abiertas en el suelo… Completamente inmóvil y lánguida, sin signos de vida presentes.

Ni una sola de su sangre había sido derramada, pero aun así… Resultaba evidente que Airin estaba muerta.

- Así que bueno, - Continuó el militar mientras disfrutaba de mi expresión de desconcierto ante aquella grotesca escena. – hemos tenido una pequeña discusión de enamorados, nada fuera de lo común… Aunque creo que ahora será más sencillo y placentero follársela sin aguantar sus quejidos. Toda tuya, demonio.

A pesar de la ausencia de luz, percibí claramente cómo Hitohide alcanzaba la empuñadura de su espada en el cinto. Seguramente esperaba que me distrajese al examinar el cuerpo de Airin para poder asestarme un golpe a traición…

¿Realmente pensaba que me atraería un cadáver? Quizás incluso creía que iba a devorarla, pues era el pensamiento más común extendido entre los humanos. Incluso aunque hubiera sido así, ¿de verdad esperaba tener una remota posibilidad contra mí en duelo uno contra uno?

Aquella situación se volvía cada vez más, más… Insultante. Mi sangre ardía en deseos de cobrar venganza. Hasta el punto de concederle permiso expreso a mi bestia interior para hacer lo que la complaciese.

- ¿Has terminado? – Mascullé entre dientes.

- ¿Cómo? – Inquirió el militar, sorprendido por mi aparente calma.

Cegado por una monstruosa ira, dejé de contener la rabia asesina había estado ebullendo en mi interior, estampando a aquel sujeto contra la el suelo mientras le sujetaba por el rostro con una sola mano. El fuerte impacto de su espalda contra el tatami creó un agujero en él, dejando al humano sin aire unos segundos.

Patética criatura…

Cuando Hitohide abrió su boca en busca de recuperar el aliento, sujeté con mis garras la parte inferior y superior de su dentadura. Extrayendo todas mis fuerzas disponibles y dando rienda suelta a mi sed de sangre, jalé de su mandíbula inferior hasta desencajarla por completo, acompañado de desagradable sonido a rotura ósea seguida de un grito ahogado por parte del sujeto.

- Espero que estés satisfecho con tus últimas palabras, porque no podrás volver a pronunciar ninguna más. – Me burlé mientras lo dejaba caer en la zanja del tatami.

La desgraciada sabandija se retorcía como el patético gusano que era, sangrando abundantemente. Sin intención alguna de tener piedad o contenerme, pisoteé sus testículos con fuerza, disfrutando con una sádica sonrisa de su más que evidente agonía. El hombre chilló, empleando todo el aire de sus pulmones.

- Da gracias de que me resultes demasiado repulsivo como para tocarte. Si no fuera así, te arrancaría las pelotas. – Le amenacé en un grave susurro, mis fosas nasales intoxicándose de abrumador olor a sangre fresca. La expresión de Hitohide se encontraba sumida en el más puro terror, observándome con los ojos muy abiertos. - ¿Oh? – Me agaché junto a él para agarrarle del cabello, estudiando su rostro muy de cerca. - ¿Por qué me miras como quien tiene a un monstruo frente a sus ojos? – Siseé mientras él comenzaba a gimotear. Detecté un penetrante olor a orín en el aire. – No te confundas. – Le reprendí, alzando el puño que tenía libre. – Quien ha cometido actos aberrantes eres tú, sucio hijo de puta.

Aún no le había castigado lo suficiente. Sentía que aún no había sufrido ni una cuarta parte de lo que había hecho pasar a Airin, por lo que, con movimientos precisos y calculados, clavé mis dedos índice y corazón en las cuencas de sus ojos, haciendo reventar casi al instante sus globos oculares. Aunque aquel desgraciado iba a agradecer no poder mirarse en un espejo nunca más.

El infeliz militar trató desesperadamente de gritar por auxilio, pero sólo consiguió que de su garganta brotaran grotescos gemidos sin significado alguno.

A pesar de aquel baño de sangre, mi bestia interior seguía sin estar satisfecha con aquella caza. Aún quería más. Sin cuestionarme este visceral deseo ni dedicarle un segundo pensamiento, clavé mis garras justo por debajo de su estómago, donde comencé a inyectar veneno mientras buscaba sus entrañas. Cuando alcancé sus intestinos, tiré de ellos con brutalidad, vertiendo sus vísceras fuera de su cuerpo.

Por mi mente cruzó el racional pensamiento de que darle muerte a aquel desgraciado era lo mejor que le podía pasar, por lo entonces me obligué a detenerme en seco. Le dejé caer sobre su sanguinolento lecho de muerte, poniéndome en pie con deliberada lentitud mientras el humano no paraba de lamentarse y retorcerse de dolor, a punto del desmayo.

- No pienso rematarte, por mucho que supliques. – Recité con ira helada. – Te desangrarás lentamente hasta tu final, y si tuvieras la fortuna de sobrevivir a todas tus heridas… Espero que recuerdes cada tortuoso y agónico día de tu existencia me lo debes a mí.

Le di la espalda al miserable humano, haciendo caso omiso a los desagradables sonidos que brotaban de su garganta para dirigirme al frío cuerpo de mi amada. Al acercarme para examinarla, percibí alrededor de su cuello signos de estrangulamiento, la cual debía de haber sido la causa de su muerte. Si aquel desgraciado la hubiese herido con un arma de filo, yo había detectado inmediatamente el olor de su sangre en el aire, pero no había tenido tanta suerte… La pobre chica había sido asfixiada hasta la muerte.

Esa misma joven que, según Hitohide, había intentado protegerme a mí, un demonio. ¿Desde cuándo se había percatado de mi verdadera identidad? ¿Acaso le había mostrado en algún descuido mi naturaleza durante nuestros momentos de intimidad? ¿Por qué una frágil humana había intentado defenderme de su cruel esposo a costa de su vida, a sabiendas de que yo era un demonio? ¿Por qué nunca me dijo que se había dado cuenta…?

Tantas preguntas sin respuesta, cuando todo lo que tenía para interrogar era el frío cascarón que alguna vez había albergado el alma de mi persona más querida.

Desenvainé la Tenseiga en mi cinto con determinación, sin poder despegar los ojos de la desgarradora expresión de angustia que atravesaba el rostro sin vida de la adolescente. No quedaba ni rastro de la luz que aquellos ojos de cervatillo habían irradiado en vida. Esperé pacientemente mientras la observaba en silencio, con el filo de la espalda en alto, pero los sirvientes del más allá no aparecieron.

¿Había llegado demasiado tarde? ¿O se trataba de que ya había utilizado el poder de Tenseiga sobre su alma, incluso si había sido en otra vida?

La mano que sostenía a la Tenseiga comenzó a temblar sin mi permiso. Incluso si hubiera podido traer de vuelta a Airin, ¿realmente hubiera sido lo correcto? ¿Qué tipo de vida le quedaba? Había sido estrangulada hasta la muerte por su abusivo marido, impuesto por su clan. Ella poseía un sentido del deber tan fuerte que jamás podría vivir en paz consigo misma mientras se cargaba a sí misma la culpa de aquella alianza fallida, por no haber sido capaz de concebir un heredero ni abandonar sus sentimientos por mí…

Eso, sin contar el horror que le provocaría tras su despertar el saber que Hitohide había sido desfigurado hasta aquel grotesco estado por mí. Su persona de mayor confianza. Una bestia sanguinaria. Un demonio asesino.

Derrotado, finalmente bajé el arma para envainarla con pesar. Quizás era mejor que ella pudiera descansar en paz. Pues aquella vida había terminado de la peor forma posible.

Recogí el frío cuerpo de Airin con cuidado, como si se tratase de una delicada obra de arte. La transporté fuera del palacio, en dirección a las profundidades de bosque. En el trayecto, al atravesar el patio exterior, esquivé los cadáveres derramados en a mis pies, cuerpos sin rastro alguno de vida. La única marca que dejaron en mí aquellos hombres sin nombre ni rostro, los cuales habían perecido bajo mis propias manos, fueron las gotas de su sangre impregnadas en mi ropa. Sin embargo, aquella cruda escena no sacudió en absoluto mi conciencia, pues sólo tenía ojos y sentimientos para el frágil cuerpo que cargaba contra mi pecho.

Tras una larga noche de caminata, perdiéndome entre la maleza sin rumbo fijo, alcancé un claro lago de aguas limpias. Entonces, repentinamente exhausto tras aquella noche en vela, deposité el cadáver de Airin sobre su superficie, dejando que flotase libremente en él.

Al inspeccionarla bajo la trémula luz del amanecer que comenzaba a despuntar en el horizonte, descubrí en su cuerpo múltiples magulladuras, así como moratones en la cara interna de sus muslos, sus muñecas, pecho y cintura. Algunos se veían recientes, de aquella misma noche, probablemente; mientras que había otros de antigua data que se habían desvanecido casi por completo.

Apreté la mandíbula, furioso conmigo mismo por la impotencia. Si me hubiera dado cuenta antes, si hubiera actuado antes de dejar que las cosas llegasen hasta aquel punto… Sólo era una vana suposición, pero me torturaba pensar que podría haberla salvado de aquel fatídico final. Una vez más.

La había vuelto a dejar morir.

Mis aún ensangrentadas manos recorrieron los parches púrpuras de su cuerpo, como si estuviera tratando de limpiar con ese gesto el sucio tacto de su esposo. Aunque no debía de ser de mucha ayuda que el carmesí recubriendo mis dedos perteneciera a la misma persona que la había herido en vida. Resultaba repugnante.

Incapaz de soportar por más tiempo la visión de su cuerpo violentado, recoloqué sus ropas rasgadas sobre su cuerpo, como quien vestía a una inerte muñeca. Devastado como estaba, apenas noté una serie de presencias familiares tras de mi hasta que escuché el sonido de sus pasos entre la espesura.

- ¿A-Amo Sesshomaru…? – Inquirió en un hilo de voz Jaken, acercándose con cautela.

Ah-Un emitió un lastimero sonido justo por detrás de él. Al darme la vuelta, además de mis dos fieles siervos, me encontré con las compasivas miradas de mis hijas y de Riku, muchacho al que Towa se encontraba aferrada, tratando de no mirar directamente hacia el cadáver que flotaba a mis espaldas.

Un gruñido escapó de forma inconsciente de entre mis labios. Aún no me había calmado del ataque de ira que había experimentado, y me encontraba incómodo por ser tratado con aquella piedad que no recordaba haber pedido. Me hacía sentir patético.

- ¿Qué diablos hacéis aquí? – Mascullé, a la defensiva.

En esta ocasión, quien se atrevió a dirigirse hacia mi sin titubear fue Setsuna:

- Padre… Esa chica es la reencarnación de nuestra Madre, ¿no es así?

Lancé una mirada de soslayo al cuerpo sin vida que flotaba sobre el agua.

- Lo era. – Musité, confirmándoles la muerte de Airin.

Durante unos eternos instantes, ninguno dijo nada. Yo tampoco tenía nada que añadir. Sólo quería que se marchasen y me dejasen a solas con mi lamento, pero no tenía fuerzas para confortar a tantos de mis seres queridos a la vez. Sabía que juzgarían mi decisiones, y no deseaba que mi mal humor sacase lo peor de mí una vez más. Ninguno de ellos se lo merecía.

- Señor Sesshomaru, si me lo permite… - Fue el pequeño sapo verde el que finalmente rompió el silencio, adentrándose en el agua para hablar conmigo. – No creo que sea buena idea que pase más tiempo solo. Sé que debe estar dolido por todo lo que ha pasado, pero… Su aullido de esta noche me ha puesto los vellos de punta mi Señor, considero que está fuera de sí…

- Jaken. – Le espeté, obligándole a callar. – No recuerdo haber pedido tu opinión.

El pobre demonio suspiró pesadamente.

- Lo sé, mi Señor. Aun así, le ruego me permita…

Esta vez le di la espalda deliberadamente, conteniendo la rabia que se había prendido nuevamente en mi interior. Yo sabía bien que ninguno de los sentimientos negativos que albergaba eran su culpa. Pero había sido el único insensato que se había ofrecido voluntario para convertirse en el objetivo de mi rabia. Él me conocía lo suficiente para saber que no lograría negociar conmigo en aquel estado.

Quizás el pobre diablo incluso creía que me sentiría mejor desquitándome con él. Como había hecho siempre.

Consintiendo el mal genio del caprichoso rey sin corona en el que me había convertido.

- No soy tu Señor, ni el de nadie, Jaken. – Gruñí, tajante. – Tú servías al hijo de Inu no Taisho, heredero al trono del Reino del Oeste.

- Yo siempre os he servido única y exclusivamente a vos, mi Señor. – Insistió él, sin alzar la voz. – No soy fiel a ninguna nación, sólo deseo poder serle de utilidad.

Me giré para encarar de frente a mi pequeño siervo, aquel que no había hecho más que acompañarme a través de mis peores momentos, cómplice de muchos de mis errores. ¿Qué había hecho yo para ganar su devoción ciega?

No lo entendía, pero pensaba liberarle de la carga que suponía soportar mi agrio temperamento. No tenía otra forma de compensarle por tantos siglos de lealtad.

- Ahora mismo no me eres de utilidad ninguna, Jaken. No deseo que me acompañes nunca más. - El pequeño demonio se encogió sobre sí mismo, claramente afectado por mis palabras. – Y llévate a Ah-Un contigo. Rin fue quien le puso nombre, por lo que tampoco tiene nada que ver conmigo ya.

- Padre… - Trató de intervenir Setsuna, dolida por aquella escena.

- Entiendo, mi Señor Sesshomaru. – Accedió Jaken, sus bullentes emociones contenidas dentro de su pequeño cuerpo. – Encontraré de forma de serle útil, incluso si no es a su lado.

Cabizbajo, el demonio retrocedió para agarrar las bridas de Ah-Un entre sus zarpas.

- No me debes nada, Jaken. No tienes que intentar nada más por mí. – Le insistí, viendo de soslayo cómo se montaba en el lomo de la criatura de dos cabezas.

- Lo sé, Amo Sesshomaru. – Respondió él con una amarga sonrisa. – Cuídese.

Y con aquella amarga despedida, Jaken y Ah-Un se perdieron en el cielo nocturno.

- Eres lo peor. – Gruñó Towa, aferrándose con fuerza a la mano de aquel hombre tan preciado para ella.

En realidad, parecía ser él quien la estaba reteniendo con su calma para evitar que mi hija mayor se abalanzase sobre mí.

- Padre. – Me llamó Setsuna, adentrándose en las aguas del lago hasta llegar a mi lado. – Coincido con Towa en que ha estado fuera de lugar ese trato tan frío que le has dado a Jaken. Él siempre ha velado por tu bienestar y el de nuestra familia. Te ha sido leal, y no ha sido justa esa despedida que le has dado.

Cerré los ojos, evitando la mirada llena de decepción de la chica.

- Es por eso mismo que le he pedido que se marche. No me merezco a alguien como él a mi lado. – Respondí, devolviendo mi atención al cadáver de Airin. – Ahora marchaos, deseo estar solo.

Setsuna siguió discutiendo conmigo en tono reprobatorio:

- Estás haciendo lo mismo que con mamá. – Me recriminó con el mayor tacto que fue capaz. – No sirve de nada guardar un cadáver, no va a despertar por mucho que te tortures a ti mismo, tienes que salir de este bucle.

Ella tenía razón, y sabía que así era. Pero incluso sabiéndolo, no me sentía capaz de alejarme del cuerpo sin vida a nuestro lado. No podía perderla para siempre, no de forma tan injusta. Ella…

Tanto Rin como Airin habían merecido una mejor vida.

Una que yo jamás había tenido capacidad de brindarles.

- Mis respetos, Señor Sesshomaru. – Intervino por primera vez el joven que acompañaba a mi hija mayor. Su voz sonaba afeminada, como su rostro, y su tono era delicado como un susurro. – Si me permitís…

- ¡Riku, no lo hagas! – Le reprendió Towa.

Me giré hacia ellos, para ver cómo el joven se retiraba un pendiente de lóbulo izquierdo y me lo ofrecía. Sentí a Setsuna estremecerse.

- Ha llegado a mis oídos la ofrenda que le hizo Moroha para facilitar la reencarnación de la venerable Rin en un ser humano. Si quisiera aceptar esta Perla Índigo para traer de vuelta de nuevo el alma de su fallecida esposa, con mucho gusto se la entrego.

Las gemelas corearon al unísono el nombre de Riku, claramente disconformes con aquella idea. Yo alcé una ceja.

- ¿Haces esto porque crees que así aceptaré de mejor grado que seas la pareja de Towa?

- ¡Padre! – Gruñó la aludida en mi dirección.

- En absoluto. – Respondió el muchacho con una astuta sonrisa. – Sólo deseo aliviar vuestro dolor en la medida de mis capacidades. Yo tampoco sería capaz de seguir viviendo si le ocurriera algo así a la persona que más amo.

Aunque no terminaba de fiarme de las intenciones de aquel desconocido, terminé aceptando una nueva perla arcoíris, bajo la promesa de mantenerse en contacto con mis hijas y no aislarme del mundo exterior a partir de ese momento.

No sería sencillo para mí, pero… Sabía que era más que posible que perdiera la cordura que me quedaba si permanecía de brazos cruzados esperando a volver a reencontrarme con Rin.

Notas: Os confieso, ahora que ya lo habéis leído, que el pasaje de la muerte de Hitohide fue el que inspiró en gran medida la trama para "Under my skin", lo que le dio vida. Es verdad que ya le había estado dando vueltas a algunas ideas. La mayoría de ellas para "Casada por un demonio", aunque no sabía cómo encajarlas en esa historia, por lo que en ese momento asumí que se quedarían en el tintero a la espera de hacer algún día algo con todas ellas. Pero entonces, se dieron unas circunstancias, las cuales ya ni siquiera recuerdo, que me hicieron concentrar muchos sentimientos negativos y turbulentos. Durante esa época, cuando tomé papel y bolígrafo para dar rienda suelta a aquel torbellino de emociones, mezclándolo con las ideas sueltas que tenía acumuladas entre mis notas, fue cuando nació esta escena con total nitidez en mi cabeza.

Recuerdo haberme quedado muy a gusto después de haberme desprendido de esa "violencia" interior, pero a la vez, me quedé completamente vacía y exhausta. Espero que ese sentimiento de detenerse en seco tras haber atravesado emociones tan intensas, propias de una persona cegada por la rabia, hayan quedado plasmadas en estas líneas. Ojalá haya podido transmitir la devastación que yo sentí aquel día.

La ira, aunque pueda satisfacer dejarla tomar las riendas en el momento, nunca resuelve nada. Es más, puedes llegar a cometer cosas de las que te arrepientas algún día. Esa es reflexión de Sesshomaru al pensar en retrospectiva en la masacre que llevó a cabo.

No sirvió para salvar a Airin. Tampoco le ayudó a sentirse mejor. Sólo hizo mucho daño, a algunas personas que se lo merecían más, y a otras que menos, o a completos inocentes.

Lo siento si me estoy mostrando demasiado emocional y vulnerable estos días por aquí. Sé que no me conocéis de nada, pero estoy un poco bloqueada, y no sabía muy bien cómo explicarlo. Aún tengo capítulos en la recámara, pero necesito darles una vuelta antes de la publicación, y me está costando horrores concentrarme últimamente. Es quizás por esto que siendo la necesidad de explicarme de más.

He de decir que los comentarios y ver los votos sí que me ha dado un pequeño empujón para seguir avanzando, pero me sigue costando. Es por eso que voy a volver a bajar el ritmo, así no actualizaré a la semana que viene, sino a la siguiente. Es decir, volvemos a la rutina de un domingo sí y uno no.

Gracias por vuestra infinita paciencia para aguantar mis desvarías y lloriqueos. Nos leemos en dos semanas, espero que merezca la pena cada vez que os hago esperar un poco más.