Notas: ¡Feliz domingo! Para esta actulización vengo más animada que en la anterior. Para quienes estuviérais preocupados de que la progresión de la historia del pasado se viera paralizada, os traigo este capítulo para que veáis que no va a ser así.
Hay un pequeño guiño a mi otra historia, para quienes vengáis de "Casada con un demonio", a ver si lo notáis. Si no, tampoco pasa nada^^ ¡Espero que os guste!
Esa noche Sesshomaru y yo habíamos quedado para ir juntos al festival de verano que se celebraba esa noche en el parque Miyashita. Y a pesar de lo ilusionada que me hacía sentir el evento, no podía evitar dar vueltas en la cocina, hecha un manojo de nervios. Mientras esperaba a que el demonio subiese al apartamento, volví a alisarme la falda del yukata.
Había decidido ponerme el conjunto de dos piezas de color blanco que me había mandado Mai en nombre de la marca Nadeshiko. El estampado de camelias esparcidas las mangas y la falda hacían juego perfectamente con la peineta roja de motivos florales que sostenía entre los dedos, pero que había sido incapaz de integrar en mi peinado. Después de todo, no estaba acostumbrada a recogerme el pelo de forma tan elaborada, y maniobrar a mis espaldas tampoco facilitaba la situación.
Cuando le había explicado al profesor Taisho que iba a demorarme un poco más en arreglarme debido a aquellas circunstancias, él había insistido en subir a ayudarme. No era que no estuviese agradecida por su asistencia, pero no podía evitar sentirme inquieta. En aquel punto, no tenía ni idea sobre lo que pudiera opinar sobre el yukata que yo mismo había diseñado.
- Buenas noches, Kaori. – Saludó él, asomándose por el resquicio de la puerta.
- Ah, h-hola, Sesshomaru... - Le respondí torpemente mientras me apuraba a recibirle, dando pasos cortos por culpa del estrecho diseño que rodeaba mis piernas. – Gracias por haber subido...
El demonio vestía un sencillo yukata de algodón, teñido de color añil, anudado con un oscuro obi negro como la noche. Se había dejado el cabello suelto sobre los hombros, rompiendo la fantasía de la parte de mi cabeza que secretamente había deseado verle con una coleta alta aquella noche. Y, sin embargo, a pesar de la sencillez del conjunto, Sesshomaru seguía viéndose majestuoso. La ropa tradicional japonesa le sentaba como un guante, y no cabía duda de que se le veía más cómodo en ella.
A la par que yo admiraba su aspecto, el demonio también se había quedado parado en seco, escrutándome fijamente.
- M-me veo rara así vestida, ¿no es así...? – Le pregunté, rascándome el mentón con nerviosismo.
Sesshomaru parpadeó un par de veces, como saliendo de algún tipo de ensimismamiento.
- No, en absoluto... - Me rebatió él, dedicándome una amable sonrisa. – Estás preciosa.
Con aquel sencillo cumplido, sentí que mi respiración se detenía por un instante. Recé internamente porque el maquillaje tapase por completo el sonrojo que amenazaba con instalarse en mis mejillas.
- ¿D-de verdad? – Musité, aún embriagada en los efectos de su halago. - ¿Te gusta el yukata? Lo he diseñado yo... - Admití en un hilo de voz.
Aquella información pareció capaz su atención, haciéndole abrir los párpados con interés. Sus orbes dorados volvieron a escanear atentamente mi conjunto antes de que tomase mi antebrazo con suavidad, admirando las camelias que adornaban la manga.
- Por supuesto que me gusta. – Su comentario se sintió como una cálida caricia, ascendiendo por mi brazo hasta el rostro. - La camelia es mi flor favorita. Y su color resalta el tono claro de tu piel.
A aquel paso, el rojo del yukata iba a terminar haciendo juego con toda mi cara, pensé mientras comenzaba a acalorarme. Ni siquiera se me había ocurrido pensar que Sesshomaru podía tenía algo como una flor favorita... Algo en mi interior pareció agitarse con aquella información.
¿Y si acaso eso era una señal de que debía, por lo menos, mostrarle el otro yukata que había diseñado...? De repente, ya no me sentía tan altamente insegura.
- E-entonces... - Balbuceé, tratando de recuperar la compostura. – Hay algo que quiero enseñarte, Sesshomaru.
Dejé la peineta que había estado cargando distraídamente sobre la encimera de la cocina y conduje al demonio hasta el salón, donde seguía esperando el mismo paquete que había abierto hacía semanas. Una vez allí, saque las piezas del conjunto y las comencé a extender la tela sobre la mesa para que pudiera verlas con claridad.
- Este fue el segundo diseño que le di a Mai. – Le expliqué tras haberle hablado del trato que me había propuesto la marca Nadeshiko. – En realidad, siempre te tuve a ti en mente mientras lo dibujaba... Así que había pensado en regalártelo, aunque me preocupaba que te pareciese demasiado extravagante o diferente a lo que solías vestir en el pasado...
Hubiera podido jurar que el demonio entreabrió los labios en señal de fascinación. El yukata masculino tenía el estampado de camelias ubicado sobre la solapa izquierda en sentido ascendente hacia el hombro, formando figuras casi geométricas. El remate de las amplias mangas también se encontraba salpicadas por un el motivo floral, de forma mucho menos tupida que en el caso del diseño femenino, dándole un mayor protagonismo al inmaculado fondo de color blanco.
- En realidad, los colores se parecen mucho a un furisode que usaba a menudo... – Confesó él, siguiendo recorriendo con sus dedos la fina tela. - ¿De verdad que puedo quedármelo? – Preguntó, dirigiéndome una apasionada mirada.
- Si te gusta, es todo tuyo, por supuesto. – Le respondí, ofreciéndome a doblar el conjunto, con el pecho henchido de puro orgullo y satisfacción.
Jamás le había visto tan emocionado por un objeto material. Lo cual me confirmaba que, incluso si no comprendía exactamente el origen, todos los símbolos que había empleado significaban mucho para él.
- ¿Puedo llevarlo esta noche? – Preguntó el demonio. – Para que vayamos a conjunto.
Lancé una mirada furtiva a mi conjunto antes de devolverla al que le había regalado a Sesshomaru...
- C-claro. – Accedí, tratando de contener la emoción.
Sin necesidad de mi asistencia, Sesshomaru se cambió del yukata azul que había traído puesto al blanco y rojo que yo había diseñado. Con su piel pálida el color rojo resaltaba aún más, como si lo hubiese diseñado específicamente para él. Me resultaba tan natural contemplarle con aquella apariencia, como si lo hubiese visto mil veces antes...
- ¿Dónde está la peineta con la que estabas teniendo problemas antes, Kaori?
Casi había olvidado el motivo original por el cual Sesshomaru había subido a mi casa. Aunque no podía estar más feliz de que lo hubiese hecho.
- Creo que me la he dejado en la cocina antes...
Tras haber recuperado el accesorio, el demonio lo colocó con facilidad en mi cabello. Antes de salir por la puerta, ambos nos paramos frente al espejo que había junto a la entrada. Arrugué la nariz al notar que un rebelde mechón al lado derecho de mi rostro había escapado al recogido que había estado horas peinando.
- Siempre igual, es como si mi pelo tuviese vida propia... - Me lamenté, barajando la posibilidad de rehacer de nuevo todo el peinado.
Sin embargo, todo hilo de pensamiento racional fue cortado de raíz cuando el demonio me tomó de la mejilla, girándome hacia él para besarme con dulzura. Sentí sus dedos esconder mi mechón de cabello por detrás de la oreja, produciéndome un cosquilleo con la punta de sus uñas.
- Estás perfecta así, Kaori. – Aseguró él con una tierna expresión.
Al llegar al festival me sorprendió una afluencia de gentío, incluso mayor a la que había esperado. Había subestimado la popularidad de Shibuya y su poder para atraer a gente tanto a población local como a una importante cantidad de turistas. El parque Miyashita casi no daba abasto para tantas personas.
Lancé una mirada de reojo a Sesshomaru, quien luchaba por no dejar que su incomodidad se reflejase en su rostro.
- Lo siento mucho. – Dije, afianzando nuestras manos entrelazadas. - ¿Quieres que vayamos a otro festival más periférico? Estoy segura de que tiene que estarse celebrando otro no muy lejos, dadas las fechas que son...
El demonio clavó sus ojos en mí.
- Está bien, Kaori. Hoy querías ver la presentación de Ayumi con su grupo aquí, ¿verdad? No deberíamos marcharnos sin haberla visto antes.
A nuestros alrededores observé algunas pancartas publicitarias del evento, el cual también debía de haber atraído a forofos del mundo idol a aquel festival en específico. Supuse que eso también explicaba la gran concentración de gente aquella noche en ese lugar.
Suspiré, envolviendo la grande palma de Sesshomaru ente mis manos, volviéndome hacia él.
- Apreciaría mucho poder ver la actuación de Ayumi, pero... No quiero que sea a costa de que pases un mal rato.
El profesor Taisho dejó escapar una ligera risa.
- ¿No crees que estás siendo un poco sobreprotectora? ¿Dónde quedó tu resolución de no cargarte el peso de mis demonios por tu propio bien?
Su recordatorio fue tan sereno y cálido como una caricia en el rostro. Aquel hombre que tenía de pie frente a mí era el mismo que se había atormentado durante siglos por su propia existencia. Y, sin embargo, me estaba sonriendo, enternecido por mi preocupación.
Cerré los párpados unos segundos, tratando de tragarme aquel instintivo comportamiento de protegerle con mi ser por completo. Si seguía mis antiguos patrones, no tenía sentido alguno habernos distanciado aquel verano, ni tampoco todo sobre lo que había reflexionado conmigo misma.
Y Sesshomaru me estaba avisando de que estaba volviendo a cometer el mismo error.
- Tienes razón, lo he vuelto a hacer. – Le concedí en un suspiro. – Vamos a ver el concierto juntos, entonces.
A partir de ese momento, ambos avanzamos hacia el corazón del festival tomados de la mano para evitar separarnos entre la multitud. No fueron pocas las cabezas que se giraron en nuestra dirección al pasar, bien fuera por lo llamativos que resultaban nuestros yukatas a juego, o por la etérea belleza de la criatura inmortal que caminaba a mi lado. Aunque no podía evitar inclinarme más hacia la segunda opción, pues yo misma me encontraba tan cautivada como si lo estuviese viendo por primera vez.
Por un instante me pregunté si Rin también se vio atraída de la misma manera por el porte elegante y casi celestial que le concedía la ropa tradicional a Sesshomaru. De haber sido así, ni siquiera estaba segura de que una pudiese llegar acostumbrarse a verlo irradiar tal belleza sin perder el aliento.
A medida que nos acercábamos al escenario preparado para el concierto predebut del grupo de Ayumi, nos encontramos con que todos los fanáticos ya se habían concentrado en los alrededores, cargados de pancartas donde podía leerse el nombre de "Quartz" y palos de luces para animar. La música ya estaba sonando, y apenas podía distinguir a las cuatro figuras bailando sobre el tablado.
El público coreaba con tanto entusiasmo que me costaba creer que aún no hubiesen debutado oficialmente. Me pregunté si alguna de las miembros ya tendría algún tipo de popularidad previa que justificase aquella avalancha de luces y sonidos que me impedían disfrutar de la función.
Sesshomaru me observó con los labios fruncidos. El demonio entonces se agachó ligeramente para hablar en mi oído, de modo que su voz no quedase ahogada por el griterío a nuestro alrededor:
- ¿Estás bien, Kaori?
Yo me puse de puntillas para alcanzar su sien con mayor facilidad, con las palmas cerradas alrededor de la boca para que mis palabras sonasen lo más nítido posible:
- Es un poco frustrante porque estamos muy lejos y apenas consigo ver nada con tanta pancarta y brazos en el aire...
El demonio me tomó de la cintura, asiéndome contra su costado.
- Puedo cargarte sobre mis hombros, si quieres. – Se ofreció él, más que dispuesto.
- ¡Oh, no, no hace falta...! – Me negué rápidamente, apoyando las manos sobre su pecho. – Molestaríamos a los que están detrás de nosotros, y además... Llamaría demasiado la atención. – Añadí, sintiendo cómo mi cara se ponía colorada.
Sesshomaru asintió, sin insistir más en aquella posibilidad. Sin embargo, parecía decidido a resolver aquella situación.
- Déjame tu teléfono móvil, pues.
Le facilité el dispositivo con fe ciega, observando con la atenta curiosidad de un niño pequeño cada uno de sus movimientos. El demonio abrió la aplicación de la cámara y comenzó a grabar por encima de casi todos los obstáculos visuales gracias a su altura. Gracias al zoom, acerté a distinguir los limpios pasos de baile de Ayumi en la pantalla.
En aquel momento, la melodiosa voz de mi exnovia resonó a través de los altavoces y no pude evitar sonreír. Todo su duro esfuerzo estaba dando sus frutos al fin.
Una vez finalizó el concierto le dejé un mensaje de felicitaciones a mi amiga, adjuntándole fragmentos de los vídeos que había grabado Sesshomaru. Quería que supiera habíamos estado allí, apoyándola, para que no olvidase que no estaba sola.
Una buena parte del público afortunadamente también abandonó el festival tras que se hubiesen apagado los focos, de modo que finalmente pudimos pasear con tranquilidad entre los diversos puestos del festival.
En mitad de nuestro paseo, una pequeña tienda de abalorios capturó la atención de los ojos del demonio, el cual se detuvo a curiosear. El dependiente saludó con un enérgico discurso al que el profesor Taisho apenas respondía con un silencioso asentimiento a intervalos. Su silenciosa actitud hizo vacilar al vendedor, pensando que el potencial cliente no estaba tan interesado en su mercancía.
Para paliar el incierto ambiente, decidí intervenir en la conversación:
- La verdad es que todo lo que tenéis aquí es precioso. – Comenté, echando un vistazo la bisutería expuesta. Mis ojos se detuvieron en una delicada pulsera de cuentas ambarinas traslúcidas.
- Veo que algo le ha llamado la atención, señorita. Tienes usted muy buen gusto. – Dijo el vendedor, frotándose las manos con satisfacción anticipatoria.
- ¿Lo quieres, Kaori? – Me preguntó el profesor Taisho con su habitual calma.
Lo cierto era que el objeto me había llamado la atención por el color tan similar que compartía con los irises dorados de Sesshomaru. Me transmitía la misma tranquilidad y calidez.
- Es preciosa, pero... No hace falta, de verdad.
El demonio decidió sacar su cartera para comprar el objeto, a pesar de mis reservas.
- Quería regalarte algo para agradecerte por este yukata. – Me explicó él mientras el tendero buscaba cambio en una caja metálica. – Me ha hecho muy feliz.
Mi corazón aún me palpitaba desbocado cuando Sesshomaru colocó la fría pulsera alrededor de mi muñeca.
Tras haber quedado satisfechos con la visita al festival, salimos del recinto mientras cargábamos con comida para llevar, puesto que aún no habíamos tenido la ocasión de cenar nada. Nos habíamos sentado en un parque alejado del ruido, haciendo de aquel sitio nuestro lugar para descansar y comer en paz.
- Es una pena que Towa no haya venido con nosotros. – Me lamenté en voz alta.
- No podía permitirse parar de estudiar en estos momentos. – Dijo Sesshomaru, con aire melancólico. – Después de todo, se encuentra en la recta final. El examen es la semana que viene.
Acalorada por la pegajosa humedad de la noche, me aflojé las solapas sobre el cuello para que entrase algo de aire.
- Sí que se ha pasado rápido el verano...
- Lo cierto es que sí. – Coincidió él.
Sobre la superficie metálica del banco, la mano de Sesshomaru descansaba encima de la mía. El ambiente a nuestro alrededor era apacible y cómodo, haciéndome sentir como en una nube.
- Oye, Sesshomaru... ¿Me contarías cómo te reconciliaste con tus hijas? – Quise saber, llena de curiosidad.
El demonio me dedicó una cautelosa mirada.
- Kaori... ¿No querías dejar de involucrarte tanto?
- Sí, pero... Quiero seguir conociéndote. Esta vez no para curarte, o sanarte. Te lo estoy preguntando desde el prisma de saber más sobre la persona que me gusta. No creo que eso esté mal o sea incompatible con mantener una distancia emocional saludable...
Sesshomaru exhaló una amplia bocada de aire antes de alzar la vista al cielo. Quizás, sopesando mis argumentos. O puede que simplemente mentalizándose del momento de su larga existencia que le tocaría revivir aquella noche.
- Sólo quiero escucharte. – Prometí. – Sin involucrarme emocionalmente en tu pasado. Lo juro.
El antiguo Lord del Oeste fijó sus insondables pupilas en mí, reflejándose en ellas una profunda preocupación antes de una amarga aceptación. Sin ocultar sus reservas.
- En ese caso... - Y entonces comenzó a evocar sus vivencias con siglos de antigüedad.
Apenas pude ponerme en pie por mí mismo, abandoné la compañía de Inuyasha y Moroha sin cruzar una sola palabra de despedida con ellos. Una vez me hube alejado lo suficiente, empleé mis mermadas energías para transformarme en mi forma demoníaca. De ese modo, podía dar comienzo a la caza nocturna. No fue complicado encontrar presas gracias a mis desarrollados instintos, aunque sí que pude notar una escasez de demonios de mediano y gran tamaño. Todo lo que pude encontrar en los bosques se trataban de yokais de rango menor, ocultos de la vista que cualquier ser mortal. Cada ejemplar no resultaba demasiado nutritivo, aunque seguían poseyendo más valor nutricional para mí que la simple carne de animal, por lo que me dediqué a aquella tarea hasta el amanecer, cuando hasta que la última de mis heridas acabó por cicatrizar de forma definitiva.
Aunque no sin dejar un recordatorio permanente sobre la piel de mi pecho del fracaso de mis ideaciones suicidas.
Al llegar la primera luz del alba, decidí permanecer un tiempo más en mi forma canina, pues me sentía con la cabeza mucho más despejada de aquel modo. Había una libertad indescriptible en correr sin rumbo sobre las cuatro patas, animales y seres humanos huyendo despavoridos en dirección contraria al cruzarse casualmente en mi camino, incluso cuando no mostraba interés alguno en ellos. En una ocasión, juraría que incluso llegó a mis fosas nasales la pestilencia del orín de un monje que no esperaba encontrarse a una bestia como yo bebiendo pacíficamente de un río, entre otros encontronazos similares.
Pero, en el fondo, sabía que mi salvaje método de viaje se trataba de una forma de procrastinación para retrasar la inevitable confrontación que tenía pendiente. Pues día a día, iba siguiendo el rastro del olor de mis hijas. Me reconfortaba sentir sus presencias en la misma dirección y distancia, signo de que no se habían separado. Pero me aterrorizaba pensar en la posibilidad de que no quisieran volver a mirarme a la cara, sabiendo que estarían en todo su derecho de no dirigirme la palabra jamás.
Cuando ese miedo visceral ascendía por mi garganta, me obligaba a mí mismo a recordar por qué no podía seguir actuando de forma vergonzosa. En honor a la memoria de Rin. Por el padre que Towa y Setsuna merecían. Por la persona en la que quería convertirme para ellas.
Con aquella firme resolución, acabé llegando a mi destino. Contra todo pronóstico, el rastro de mis hijas me había llevado a la puerta de un palacio, el tipo de fortaleza humana que me traía malos recuerdos de la masacre que había cometido en un lugar similar.
Al acercarme al frontón, una pareja de guardias me detuvo el paso sin dudar un solo instante. No tardaron en tomarme por un mendigo ahora que había regresado a mi forma humanoide, ocultando cualquier señal que pudiera identificarme como criatura demoníaca. Sin embargo, mis ropajes raídos tras haber viajado a la intemperie no ayudaban a crear una buena impresión. Mientras trataba de darles un buen motivo por el cual debían dejarme pasar, las puertas comenzaron a abrirse detrás de ellos.
- Mi Señora... - Los centinelas saludaron con una cortés reverencia a la mujer que emergió del interior de la fortaleza.
- Dejad pasar a este hombre. – Ordenó ella con un tono de voz monótono y autoritario.
El aura sofisticada de aquella noble me llevó de vuelta por un instante al Palacio del Oeste, donde mi Madre había reinado con mano de hierro. La única diferencia que encontraba en ese momento entre aquella soberana e Inukimi eran el color de cabello y de ojos.
Aquella visión hizo mis entrañas retorcerse, pues jamás hubiera podido imaginar que Setsuna pudiera emitir un aura e imagen tan similar a la de su abuela.
- ¿Qué demonios estás haciendo aquí, Padre? – Me increpó Towa, sobresaltada por mi repentina aparición en su alcoba.
La mayor de las gemelas se había cortado el cabello por encima de la barbilla, dándole un aspecto masculinizado, más acorde con su personalidad.
La hermana menor avanzó por delante de mí con absoluta calma. Setsuna había mantenido un sepulcral silencio mientras me había conducido hasta aquel lugar, sin ofrecerme explicación alguna a la silenciosa interrogación presente en mi fija mirada.
- No alces la voz, Towa. – Pidió la joven de cabello castaño, levantando por fin su sigiloso castigo. Me miró fijamente mientras se posicionaba junto a su hermana, la cual se había levantado de un salto de su futon. – ¿Podrías decirnos qué es lo que te trae de vuelta a nosotras, Padre? – Me interrogó ella de forma implacable, sin rastro de emoción en la voz ni en el rostro.
Un escalofrío me recorrió el espinazo al percibir cómo su personalidad se había agriado de la misma forma que sus antecesores inugamis. El inocente brillo en sus ojos, el cual había hecho su expresión suplicante parecerse tanto a su madre, se había desvanecido sin dejar rastro de la niña que había sido.
- Towa, Setsuna... - Musité sus nombres mientras les dedicaba sendas miradas llenas de desasosiego. Mi hija menor permaneció inmutable mientras la mayor, aunque recelosa, se mostraba algo más esperanzada con mi aparición. Tragándome todo el orgullo del que me habían llenado desde mi nacimiento, me arrodillé antes las medio demonios sin dejar de observarlas ni un solo momento. – He venido a disculparme con vosotras. – Me agaché hasta topar el suelo con mi frente. Exhalé un profundo suspiro antes de continuar. – Por todo lo que os he hecho pasar hasta ahora, incluyendo todo lo concerniente a la muerte vuestra Madre y hasta el desastre en la villa en la que vivíais tan pacíficamente... Lamento el sufrimiento que os han causado todos y cada uno de mis errores profundamente.
Un pesado silencio siguió a mi patético proyecto de disculpa, la más larga que había emitido en toda mi existencia. Había sonado mucho mejor en mi cabeza todas las veces que me había parado a seleccionar las palabras que quería emplear. Pero aún se sentían insuficientes, como si no lograsen abarcar la extensión del infortunio que les había causado a lo largo de sus vidas.
Entonces escuché un ahogado sollozo que me hizo alzar la cabeza lentamente. Towa se cubría la mitad inferior del rostro con las manos, conteniendo brillantes lágrimas en sus párpados mientras lanzaba una mirada de reojo a su hermana. Setsuna, en cambio, tenía la vista clavada en el tatami con expresión vacía.
- Es bueno ver que has reflexionado sobre tus acciones pasadas, Padre. – Murmuró la menor de las gemelas, recomponiendo su inescrutable máscara. A tientas, sostuvo la mano de Towa, quien temblaba ligeramente a su lado. – Pero una disculpa no repara nada de lo que has hecho, ni devuelve la cantidad de vidas que se han perdido por tu culpa.
La dura reprimenda de aquella emperatriz de hielo me hacía imposible reconocer a mi hija en aquella muchacha frente a mí, que no perdía la compostura ni por un solo instante. No quedaba ni rastro de la chiquilla que pasaba sus días junto a mí en una humilde cabaña, dedicándose a la música con ojos risueños...
Primera había sido Towa, y ahora Setsuna... Aquellas niñas que habían corrido hacia mí con la ilusión de abrazarse a mi cuerpo se habían esfumado por completo. Y sentí un terror tan atroz ante la posibilidad de perderlas para siempre, que comencé a suplicar con la voz hecha añicos:
- Estoy dispuesto a hacer lo que veáis justo para reparar en la medida de lo posible el daño generado por mis acciones... Si me dais una oportunidad...
Setsuna lanzó entonces una cautelosa mirada a su hermana, esperando a que ella se pronunciase. La muchacha de cabello plateado se mordió el labio, enfado y pena a partes iguales refulgiendo en sus ojos. De las dos muchachas, quizás ella era la que más tiempo había estado esperando una toma de responsabilidad por mi parte.
- ¿Cuál es tu intención detrás de todo esto? – Inquirió Towa, mostrándome abiertamente su desconfianza. No se trataba una negociadora que ocultase sus cartas como Setsuna, por lo que resultaba dolorosamente sencillo leer sus emociones encontradas en el rostro. - ¿Por qué te disculpas a estas alturas con nosotras?
- Porque considero que es lo mínimo que os merecéis por mi parte. No albergo ninguna otra motivación oculta, Towa. – Le respondí, en un miserable intento de recuperar su confianza en mí. - Ni siquiera tenéis que perdonarme, si no os nace. – Añadí, las palabras pesando sobre mis extremidades como grilletes de acero. - Estáis en todo vuestro derecho de no hacerlo.
Las dos gemelas presentaban señales de dificultad para confiar en mis palabras, y no podía culparlas por ello. Tomando su silencio como señal de que no estaban preparadas para darme una respuesta en firme, me puse en pie lentamente, dedicándoles una última reverencia a modo de cortés despedida. No deseaba importunarlas por más tiempo con mi más que evidentemente indeseada presencia. Ante la duda, lo mejor sería mantenerme oculto de ellas durante un tiempo más...
- ¡Espera! – Exclamó Towa, dando un sonoro pisotón en mi dirección. – No te vayas todavía...
Me giré lentamente para observarla. A pesar del dolor recibido y del aún latente enfado, podía ver en su mirada que ella estaba dispuesta... Más bien, deseaba con todas sus fuerzas creer en mí. Igual que su madre había hecho en vida.
Me mantuve de pie sobre el tatami, a la espera de que Towa completase su frase, más ella misma parecía no saber qué palabras emitir en aquel punto. Su mente debía de ser una caótica vorágine de sentimientos y sentimientos contradictorios.
Setsuna dejó escapar una profunda expiración antes de adelantarse, rebasando a su hermana mayor con paso lento y elegante.
- Te daremos la oportunidad de redimirte, Padre. – Recitó ella lentamente, dejando espacio para que su hermana la interrumpiese en cualquier momento en caso de no estar conforme con la solución que estaba a punto de proponer. – Asistiéndonos en nuestro proyecto. Para ello... Trabajarás codo a codo con seres humanos.
Mis hijas me pusieron al corriente del transcurso de los hechos que las habían llevado hasta aquel palacio, donde ambas se habían convertido en las cabezas políticas.
Tras el revuelo causado por la cortesana Kiku en la aldea, más pronto que tarde la exiliaron por considerar que había caído en una espiral de locura. La mujer comenzó a vagar por los pueblos cercanos, alarmando igualmente sobre la existencia de los yokai y su hambre voraz por la carne humana. Ella misma mostraba un terror sin igual a ser perseguida y asesinada por una de estas criaturas.
Tal terror era el que había impreso en ella la imagen de mi cerniéndome sobre el cuerpo de su compañera, con los labios y el cuello manchados de sangre.
Nadie la tuvo demasiado en cuenta durante unos largos cuarenta años, hasta que un día desapareció sin dejar rastro. A pesar de que lo más probable fuese que hubiese fallecido por hambre o enfermedad, la intranquilidad que había plantado en el corazón de todos los aldeanos que la habían escuchado alguna vez se convirtió en histeria colectiva. Todos lo que alguna vez habían vivido cualquier experiencia sobrenatural (o simplemente creían haber sido testigos de una) comenzaron a pronunciarse en contra de los demonios.
El terror ante el enemigo común unió a todas las aldeas vecinas en un mismo movimiento: el de exterminar a todos los demonios de la zona antes de que ellos pudieran atacar. Contrataron a cazadores de demonios para aprender a localizarlos y masacrarlos sin piedad, sin importe cuán evasivos o agresivos se mostrasen en combate.
Towa no podía quedarse de brazos cruzados mientras la guerra sin cuartel tenía lugar, por lo que pronto estuvo de acuerdo con Setsuna en que tenían que intervenir para detener aquel baño de sangre. Sin embargo, Riku había expresado su disconformidad ante el plan de las gemelas. Habían estado huyendo de poblado en poblado durante décadas, huyendo de los rumores iniciados sobre Kiku sobre demonios habitando camuflados entre humanos por temor a ser descubiertos, por lo que se sentía muy cansado de emplear tantos esfuerzos para simplemente cumplir el capricho de vivir entre ellos.
Por supuesto, esta forma de pensar creó una brecha tan insalvable entre ambos que fue imposible de salvar. Riku y Towa terminaron su relación de pareja a la par que las gemelas se ataviaban de uniforme militar para integrarse en el bando de los humanos.
Sobra recalcar que eran más poderosas que cualquier otro soldado mortal, por lo que no tardaron en acumular méritos militares. Aunque, siempre que podían, en lugar de matar a sus enemigos, los perseguían hasta un lugar alejado del resto de tropas humanas y les advertían que se alejasen de la zona, que los humanos no los buscarían más allá de sus dominios. Con esta estrategia, el bando de las gemelas pronto creyó que habían ganado, dado que apenas quedaban demonios en los alrededores. Y los pocos que quedaron se ocultaban perfectamente de sus herramientas de detección, por lo que podían vivir en paz.
Entonces fue cuando todos vitorearon a los héroes de guerra y les instaron a casarse para consolidar una alianza entre todas las poblaciones que habían participado en la guerra. Sí, los humanos nunca supieron que ellas eran hermanas, y tampoco sospecharon jamás que Towa podía ser una mujer. Las gemelas les habían vendido desde un principio la historia de que eran primos lejanos con una relación muy íntima para evitar que ningún humano tomase interés en acercarse a ninguna de ellas y no pudieran darse cuenta de su naturaleza mitad demoníaca.
De ese modo, se habían convertido en las señoras de aquel palacio y compartían una alcoba como marido y mujer de cara al público. Su relación era tan estrecha que nadie dudó jamás que pudiera ser una farsa
Sin embargo, los años habían pasado y las muchachas seguían viéndose tan jóvenes como el primer día. Setsuna había logrado simular signos de edad gracias al maquillaje, los opulentos vestuarios que la hacían parecer más corpulenta y su pétrea expresión; pero Towa poseía una complexión demasiado menuda y estrecha para un hombre adulto, por lo que había fingido una grave enfermedad por varios años para no salir de sus aposentos.
En mitad de ese frágil equilibrio era donde entraba yo: me tocaba convertirme en el Señor de aquel palacio, aquel que finalmente se había recuperado de su enfermedad milagrosamente. Gracias al vínculo familiar que nos unía, nadie sospechó que les pudieran haber dado el cambiazo, y fui aceptado rápidamente. Los únicos que pudieran haber tenido algo de sospecha eran los guardias que me habían interceptado el día de mi llegada, pero fueron trasladados a otro puesto en la ciudad de modo que no quedasen testigos que pudieran cuestionar mi aparición.
Y de aquel modo, me convertí en el señor del feudo Taisho, apellido que mis hijas habían escogido en honor a su abuelo, y que además se había correspondido con el rango de "general" que Towa había alcanzado en el ejército.
Notas: Bueno, ¿localizásteis el guiño?
Así es, en mi anterior fic, "Casada con un demonio", Rin le pregunta a Sesshomaru apenas al prinicipio qué flores le gustan y él le termina contestando que camelias. Esta escena se convierte en un recuerdo tan preciado para él que por eso ahora, siglos después, dice que son sus flores favoritas (¿ME OÍS LLORAR?). Os juro que casi me muero de ternura al hacer todas estas conexiones en mi cabeza.
Aunque en realidad, mi idea original era que la propia Rin le regalase camelias a Sesshomaru, al final no encontré ninguna situación que se prestase a ello durante el transcurso de "Casada con un demonio". Así que le he pasado el testigo a Kaori, quien se las termina relajando en forma de kimono :') Ya está, que me emociono yo sola, pero necesitaba compartirlo.
Por otro lado, ¿qué os parecen las disculpas de Sesshomaru con sus hijas? La verdad es que estaba bastante preocupada al escribir esta parte, espero que se haya entendido todo bien. En la próxima actulización ya conoceros a la próxima reencarnación de Rin, ¿tenéis ganas?
¡Nos leemos!
