Notas: Feliz domingo! Hoy traigo la maravillosa noticia de que he salido de mi bloqueo de escritura así que no parece que vaya a haber retrasos en las próximas actualizaciones^^
Espero que disfrutéis mucho la actualización de hoy, ya que la cosa se va poniendo interesante :3
- ¿Asesinada… así… de repente?
Sesshomaru dejó escapar un pesado suspiro. Sentados uno junto al otro en el sofá de mi apartamento, la temperatura parecía haber descendido dramáticamente a pesar de tratarse de una de las noches más calurosas de todo el verano.
- Así es. – Me confirmó, su voz vacía de emoción.
Quizás se trataba de que no había tenido la oportunidad de relacionarse tan directamente con aquella reencarnación, pues no había sonado tan afectado como en el resto de ocasiones que me había narrado su final.
- ¿No lo encuentras extraño? – Inquirí, estrujándome los sesos en busca de una explicación para aquel suceso. – Quiero decir, se trataba de un taller de costura de un barrio humilde, ¿no? ¿Por qué nadie iba a marcarse como objetivo de un atraco ese lugar con tan pocas posibilidades de albergar algo de valor…?
- Kaori. -Me interrumpió el demonio, clavando su penetrante mirada dorada en mí. – Te he hablado de esto porque prometiste que no te ibas a involucrar más de la cuenta. Te agradecería que no hicieras más preguntas.
A pesar de la advertencia, su tono no se volvió frío ni distante, sino más bien, suplicante. No le estaba poniendo en una situación sencilla si le pedía distancia emocional, únicamente para después regresar al nivel de implicación previo.
No estaba siendo coherente con mis propias resoluciones, por lo que me sentí como una completa inconsciente al recibir aquel amable recordatorio.
- T-tienes razón. – Coincidí con él, las manos descansando sobre mi regazo. – Lo siento. – Me disculpé con la cabeza gacha.
Me costaba mucho mirarle de nuevo a los ojos tras aquella metedura de pata. Sin embargo, él se mostró comprensivo, rodeando mi cintura para atraerme hacia él con suavidad. Un cosquilleo ascendió desde la nuca hasta acariciar mi oreja con su cálida respiración.
- Está bien, no tienes que disculparte. – Me aseguró él en un reconfortante susurro.
Tranquilizada por aquel delicado gesto, me permití cerrar los párpados, recostándome sobre el hombro del demonio. A pesar de la punzada de culpabilidad, mi mente no podía dejar de darle vueltas a todo lo que sabía hasta el momento.
Los patrones extraños de las muertes en las reencarnaciones no parecían producto del simple azar.
Airin, asfixiada hasta la muerte por su propio esposo justo cuando Sesshomaru había decidido rescatarla… Himawari, quitándose la vida en el preciso instante en el que el demonio trataba de hablar las cosas con ella. Y la costurera de nombre desconocido, asesinada tras el simple acercamiento de Lord Taisho…
Era casi como si hubiese alguien que estuviese tratando de evitar activamente que Sesshomaru volviera a estar junto a una humana, rompiendo su corazón a pedazos con cada siglo que pasaba atrapado en aquella desesperante espiral de incomunicación. Aquella teoría hizo que un escalofrío me recorriese el espinazo, encogiéndome sobre mí misma en el sofá.
El inesperado sonido metálico de mi horquilla al cerrarse me trajo de vuelta a la realidad. Desordenados mechones de cabello comenzaron a caer sobre mis hombros, el recogido deshecho en su totalidad. Sorprendida, volteé a mirar al demonio sentado a mi lado, el cual sostenía la pieza que había estado sujetando mi peinado con una media sonrisa.
- ¿S-Sessh…? – Comencé a musitar su nombre, con el corazón dándome un vuelco en el pecho.
- Se está haciendo tarde. – Respondió él, recorriendo mi mentón con sus dedos lentamente. - ¿No crees que va siendo hora de que te pongas cómoda?
La cadencia aterciopelada de su voz me atraía de forma inexplicable. Pero lo que me terminó de capturar fue su mirada: sedienta, llena de deseo contenido y oscuras promesas.
Desde que nos habíamos conocido, el profesor Taisho jamás se había permitido a sí mismo mostrarme abiertamente su deseo. Al menos, no con la intensidad implícita en la que lo estaba haciendo en aquel momento. Como si únicamente estuviese esperando mi confirmación para poder devorarme de pies a cabeza.
Entreabrí los labios, sintiendo una creciente opresión en el vientre.
- ¿P-por qué no te quedas esta noche…?
Apenas hube terminado de formular aquella proposición, la boca del demonio se cernió sobre mí para poseerme. Anhelante, el hombre frente a mí echó mi cabeza hacia atrás, presionando mi mentón con su pulgar. Entonces su lengua viajó recorriendo mi cuello de arriba hacia abajo antes de cerrar sus labios sobre mi pulso.
No pude evitar gemir bajo la estimulación de sus colmillos sobre mi sensible piel. Aquellos punzantes alfileres eran afilados que podían desgarrar mi cuello con suprema facilidad. En cambio, en su lugar, Sesshomaru los empleaba para acariciarme en un roce tan tierno que me erizaba el vello. El demonio derramó una bocanada de su cálido aliento antes de besar y succionar mi piel con ávido deseo, dejando marcas de pasión a su paso.
Yo me dejé hacer, completamente vulnerable entre sus brazos, gimoteando y retorciéndome bajo sus manos las cuales, desesperadas por encontrarse con mi calor, se colaron entre los pliegues de mi falda. Un escalofrío me recorrió el cuerpo seguido de un gemido cuando Sesshomaru alcanzó el centro de placer entre mis piernas.
No había modo de que pudiera resistirme a dejarme llevar por la pecaminosa seducción de aquella pecaminosa criatura de la noche.
Aquel fogoso encuentro enterró por completo mis más siniestros pensamientos y preocupaciones. Sesshomaru me elevó hasta un paraíso tan dulce que esa noche terminé soñando con un hermoso campo de flores. Uno en el que se alzaba la imponente figura de un árbol en la suave pendiente septentrional del paisaje.
Se sentía como flotar en el lugar más acogedor de todo el planeta.
Suspiré aliviado al percibir la respiración regular de Kaori. Parecía estar durmiendo plácidamente, sin pesadillas acechando su descanso. Eso me dejó más tranquilo mientras estrechaba su cuerpo desnudo entre mis brazos.
Besé su sien en un gesto protector, enterrando mis garras entre las hebras castañas de su cabellera. Observé de reojo las piezas de tela blanca que yacían en la penumbra del suelo de la habitación, en un reguero en dirección a la puerta. Me había costado toda mi fuerza de voluntad y autocontrol no romper en pedazos la ropa que ella me había regalado con tal de poder unirme con ella lo antes posible.
Un gruñido satisfecho resonó en mi interior. Obligué mis colmillos a replegarse, incluso si no había nadie que pudiera verlos entre las sombras que se proyectaban sobre las sábanas. Por norma general, no me dejaba llevar por mis instintos más salvajes, en especial en noches de luna llena como aquella. Desde que había conocido a Kaori, había evitado la intimidad bajo aquellas circunstancias, sobre todo después de haberla herido con mis garras meses atrás.
Pero en aquella ocasión había decidido ceder voluntariamente a mis deseos carnales para acallar su curiosidad. Aunque mentiría si tratase de convencer a nadie de que lo había hecho sólo por su bien.
Había comenzado a sentir un poderoso deseo desde que la había visto vestida con ropas tradicionales japonesas. Mis recuerdos habían desatado el impulso deshacer su obi mientras la ayudaba a recoger su cabello, de detener las rotativas y encerrarla gimiendo bajo mi cuerpo por toda la noche. Y lo había reprimido, al menos hasta que nos habíamos quedado en completo silencio sobre el sofá.
Entonces su aroma había nublado mis sentidos, permitiéndome centrarme únicamente en la tierna piel descubierta de su cuello. Mi bestia interior aullaba por marcarla, por teñir el brocado de su yukata con gotas frescas de su sangre.
Pero tuve que recordarme una y otra vez que ya no podía llevar a cabo de nuevo aquellas prácticas. No con Kaori. Porque ella me había expresado expresamente el terror que le suscitaba mi verdadero ser.
La muchacha se acurrucó contra mi pecho, con un hilillo de saliva descendiendo por la comisura de sus labios. Me incliné para recorrerlo con la punta de mi lengua, extasiado por su sabor y la temperatura de su piel. Ella suspiró plácidamente, profundamente sumida en sus sueños.
Recorrí con mis dedos la curva de su cadera, ascendiendo por su cintura lentamente. Sería tan sencillo clavar mis garras en su piel para deleitarme con el vibrante color de su sangre derramándose… Apretar hasta quebrar sus huesos de modo que aquella humana jamás pudiera volver a escapar de mí en esta ni en ninguna otra de sus vidas…
Me obligué a enterrar aquellos monstruosos pensamientos con un bufido involuntario. Racionalmente, sabía que yo jamás la lastimaría de ese modo. Sin embargo, la pecaminosa fantasía de tener el poder para romperla por completo, propia de un demonio, siempre había rondado los rincones más oscuros de mi mente. Aunque jamás había sentido tanta repulsión por sentir los instintos de mi naturaleza como en ese momento.
Clavé la vista en el techo, esquivando la visión de la tentadora piel de Kaori. Y entonces comencé a recordar con pesar sus interminables preguntas al respecto de mi pasado.
No podía negarle que las circunstancias de la muerte de la costurera habían sido sumamente extrañas y repentinas. Pero esa chica del siglo XXI no conocía la violencia indiscriminada de épocas pasadas, lo efímera e insignificante que resultaba la vida humana por aquel entonces.
O, al menos, eso prefería pensar para no sentirme como un monstruo que había maldecido el destino de aquella inocente alma con su mera presencia.
Tras haber escuchado las devastadoras noticias, regresé a Palacio como si nada hubiese ocurrido. Después de todo, eso era lo que tenía que hacer, seguir operando con completa normalidad. No podía dejar que me afectase la muerte de una joven a la que no conocía más allá de un par de conversaciones superficiales.
Incluso si compartía el angelical rostro de mi esposa.
Sin embargo, una sombra debía de haberse quedado reflejada en mi rostro de forma irremediable tras haber pasado por el taller de costura. Una que a Setsuna no le pasó desapercibida, pues sus ojos violetas me vigilaron con sospecha durante todo día.
Al caer la noche, me encerré en mi alcoba, separada de la que compartían las gemelas. Apuré una copa de sake mientras cerraba los ojos, tratando de ahogar el injustificado dolor que comprimía mi pecho. Aunque el alcohol que producían los humanos apenas lograba hacerme efecto, por lo que no esperaba pudiera paliar el malestar que sentía. Mientras ese pensamiento cruzaba por mi mente, escuché unos golpecitos en la puerta de la habitación.
Con profunda irritación, me pregunté a quién diablos se le ocurría venir a molestarme a aquellas horas.
- ¿Quién va? – Inquirí, alzando la voz de forma autoritaria.
Nadie respondió al otro lado de la puerta. Aún más crispado por la interrupción, me obligué a ponerme en pie para no repetirme. No había nada que odiase más que decir lo mismo dos veces seguidas.
Descorrí el shoji sin ocultar mi mal humor, fulminando con la mirada a quien se estuviese atreviendo a perturbar mi solitaria noche. Al hacerlo, un vibrante color amarillo nubló mi vista por completo.
Delante de la puerta se encontraba de pie Setsuna, vistiendo el kimono que había confeccionado para mí la costurera que acababa de ser asesinada en el pueblo. Permanecí en completo silencio mientras la escrutaba, analizando lo distinta que se veía de su madre, a pesar de haber heredado y mantenido su larga cabellera de color castaño. Ese color tan cálido que se sentía como el regreso a mi remanso de paz perdido.
- ¿Podemos hablar un momento, Padre? – Inquirió mi hija menor con el rostro completamente inexpresivo.
La frialdad de su tono me recordaba mi propio comportamiento tras la muerte de Inu no Taisho. Poniendo distancia entre el mundo entero y yo, desertando cualquier sentimiento que consideraba innecesario, cuando lo que en realidad estaba tratando era de ocultar mi dolor. Y, sobre todo, tratando desesperadamente de que nada más pudiese volver a alcanzarme y hacerme sentir dolor. Esa asociación añadía combustible a la punzada de culpabilidad clavada en mi conciencia.
- Adelante. – Me hice a un lado para invitarla a entrar, incapaz de sostenerle la mirada.
La joven accedió a mis aposentos mientras yo corría la fina lámina de la puerta corredera a sus espaldas.
- ¿No vas a preguntarme por la ropa que llevo? – Preguntó ella, mirándome por encima del hombro.
Suspiré pesadamente, volviéndome hacia ella.
- No voy a reprenderte por tomarlo sin permiso de mi arcón. – Respondí con suavidad, con el ánimo apagado tras verla vestida de aquel modo que me resultaba tan dolorosamente familiar. - Puedes quedártelo, es mejor que haya alguien dándole uso.
Setsuna alzó una ceja, suspicaz.
- Sé de dónde has sacado este kimono, Padre. – Explicó ella, recorriendo los detalles púrpura que cruzaban la tela de las mangas con fingido desinterés. – Y también he escuchado lo que le ha ocurrido a la costurera en el pueblo.
Lo sabía. Por supuesto que había hecho las conexiones pertinentes. No hubiera tenido sentido que mi hija no me hubiera estado supervisando en mis salidas de palacio después de lo sucedido con Himawari.
Ella jamás habría permitido que se volviera a repetir la misma tragedia.
- No me he involucrado en su vida de forma personal esta vez. – Traté de justificarme, acongojado ante la perspectiva de volver a decepcionar a una de mis hijas. – No he tenido nada que ver con el terrible incidente…
- Lo sé. – Admitió ella, entornando los ojos. - Por eso mismo he venido. Estaba preocupada por ti.
Parpadeé, confundido. No se me había pasado por la cabeza ni por un solo instante que mi hija estuviera allí para consolarme. Cuando yo ni siquiera pensaba tenía derecho a sufrir por la pérdida de una persona a la que no había conocido, por más dolorosa que me resultase esa realidad.
No tenía derecho a pasar duelo por aquella tragedia que no tenía nada que ver conmigo.
Mientras me debatía con mis propios sentimientos, la menor de las gemelas tomó asiento sobre uno de los cojines del suelo y se sirvió una copa de sake con gesto elegante.
- ¿Cómo te sientes al respecto de su fallecimiento? – Me preguntó abiertamente ante mi sepulcral silencio.
Crucé los brazos sobre el pecho, reflexivo.
- No lo sé. – Exhalé con completa sinceridad.
- ¿Esperabas encontrar la respuesta gracias a la influencia del alcohol? – Quiso saber Setsuna, agitando el recipiente casi vacío para estimar la cantidad de líquido restante.
Me encogí de hombros, casi sin fuerzas bajo aquel interrogatorio.
- No… Simplemente, no se me ha ocurrido nada más que hacer esta noche...
Mi hija frunció los labios en una fina línea. Por primera vez desde que había llegado a aquel palacio, logré vislumbrar un atisbo de emoción en lo más profundo de sus ojos lilas.
- ¿Te encuentras hastiado de la existencia, Padre?
Sentí la boca seca y pastosa con aquella pregunta. Hacía mucho que la vida había perdido por completo el sentido para mí, sin lugar a dudas. Pero sabía que no tenía forma de escapar de ella.
De modo que sólo la iba a preocupar innecesariamente si confesaba que aquella desesperación seguía latiendo dentro de mí. Pero tampoco deseaba volver a mentirle. Y tampoco era como si fuera a lograr ocultárselo eternamente. No a aquella perspicaz mujer.
- Durante la guerra… - Musitó Setsuna con la mirada perdida. – Jaken vino a avisarnos de que estabas intentando acabar con tu vida. – El pequeño diablillo con piel de sapo. No sólo había alertado a mi medio hermano, sino que también había mantenido al tanto a mis hijas de mi situación. No sabía si sentirme traicionado por aquella circulación de información sin mi consentimiento, o reconfortado de que siguiera habiendo alguien que velaba por mí a pesar de que no me lo mereciese. Me evocaba un sentimiento complicado que no lograba catalogar con precisión. – Towa quiso que fuéramos a detenerte, pero yo me opuse. No quería entrometerme en tus asuntos, si era lo que realmente necesitabas para encontrar la paz contigo mismo. Por mucho que doliese la desoladora imagen de ti que Jaken nos había transmitido. – Asentí en silencio, dejándola continuar sin interrupciones. - Por eso, me sorprendió mucho sentir tu presencia acercándote a nosotras. Temía que hicieras algo imprudente en tus intentos de destruirte a ti mismo. – Admitió ella, no sin mostrar cierto arrepentimiento por haberme recibido con la guardia tan alta. - ¿Aún piensas en acabar con tu existencia, Padre? ¿Querías ganarte nuestro perdón antes de poder abandonar este mundo? ¿Es por eso que viniste a por nosotras?
Ante mi asombro, mi hija menor se estaba abriendo conmigo. Me estaba mostrando su vulnerabilidad y sus preocupaciones con completa transparencia, tal y como había hecho cuando vivíamos juntos en la cabaña del bosque.
Conmovido por aquella muestra de que había recuperado parte de su confianza, me senté frente a ella, mirándola a los ojos como siempre había hecho. Al igual que aquellas noches que nos habíamos reunido alrededor de la lumbre en nuestro humilde hogar.
- Sabes muy bien que hace siglos que he estado sintiendo que he perdido mi razón de existir, junto con vuestra Madre. – Reconocí abiertamente, apoyando las palmas de mis manos sobre mis muslos. – Al verme incapaz de recuperar lo que tenía con ella en sus siguientes vidas, llegué a la conclusión de que lo único que podía hacer era dejar de causar sufrimiento a los demás y a mí mismo. No podía seguir persiguiendo un deseo tan ponzoñoso, que además jamás se volvería realidad.
Sin embargo, por culpa de la maldición del Seiryuu, la que obtuve para salvar la vida de Rin, parece que me ha sido arrebatado el derecho de acabar con mi propia existencia. De ese modo, no me ha quedado más remedio que seguir en este mundo, donde parecía que se me había olvidado que lo único que me quedaba sois vosotras. – Me abstuve deliberadamente de mencionar el encuentro con Inuyasha y Moroha por ahorrarme explicaciones adicionales y llegar rápidamente al punto que quería exponer. – Si no puedo hacer que mi vida sea satisfactoria para mí mismo, al menos quería dedicaros a vosotras todo lo que pudiera de mí. Reparar el daño causado, dejar de ser motivo de vergüenza o deshonra… Y ayudaros en todo lo que estuviese en mi mano.
Ese es el motivo por el que regresé, Setsuna.
Los ojos de mi hija menos refulgieron en la penumbra de la habitación, llenos de la emoción que habían carecido en el momento de mi disculpa. Era como si por primera vez le estuviesen llegando mis verdaderas intenciones, como si no me hubiese podido creer hasta ese momento.
Con la voz tomada por la emoción, Setsuna musitó:
- Entonces, ¿quieres decir…? – La joven se detuvo un instante para tomar aire antes de continuar. - ¿Que sólo sigues viviendo por y para nosotras?
Aunque seguía albergando anhelos egoístas como tratar de acercarme a la costurera con el rostro de Rin, ya me había resignado a que no podría comenzar una nueva vida con ella. Por lo tanto, en realidad, si yo estaba en aquel Palacio, mezclándome con los seres humanos y tratando de llevar una existencia honrosa…
Únicamente se debía a mi desesperada necesidad de reparar todo el dolor que les había causado a las gemelas. No tenía ningún otro motivo real para las acciones que estaba llevando a cabo.
- Así es. – Le confirmé tras mi finalizar mi reflexión interna, cerrando los párpados.
Setsuna también agachó la mirada, perdiéndose en los bordes irregulares de la vacía copa de sake. Recorrió con sus dedos el recipiente, examinándolo concienzudamente.
- Eso es cruel contigo mismo, Padre. – Sentenció ella, su voz recobrando su firmeza habitual. – Toda criatura debería tener objetivos vitales para que su existencia tenga sentido.
Negué con la cabeza, llevándole la contraria en el susurro más amable que pude emitir:
- No me quedan deseos propios. Sólo mis preciadas hijas, a las que nunca les he servido de ayuda. Hasta ahora. O, al menos, eso estoy procurando.
La emoción contenida volvió a sacudir el rostro de mi hija menor. Contrariada, se revolvió en su asiento para abrazarse a sus propias rodillas. Una posición nada propia de la recta señora del Palacio.
Pero un gesto más que común en la pequeña Setsuna, la cual siempre se había sentado de aquel modo en un rincón de la habitación a lidiar con sus inseguridades. Ella había seguido aquel ritual de autorregulación en completa soledad, al menos, hasta que Towa o su madre la animaban a reunirse alrededor de la mesa, sacándole una tímida sonrisa.
Reconocer a aquella niña en algo tan sencillo como su forma de tomar asiento me ablandó el corazón. Quería iluminar su expresión, tal y como su hermana o Rin había hecho en el pasado.
Pero yo no encontraba las palabras. Aún me sentía tan torpe con situaciones altamente delicadas, tan bloqueado por el temor irracional a equivocarme una vez más por culpa de un juicio errado…
Después de todo, un demonio que había sido criado sin cultivar sus emociones como yo, no tenía las mejores cartas para ganar una partida de aquel juego.
- …Tú derrotaste al Seiryuu, Padre. – Murmuró Setsuna mientras seguía encogida sobre sus rodillas. - Eso quiere decir… Que debe ser posible destruirte a ti también. Para liberarte de ese peso.
Parpadeé, sorprendido por su implícita sugerencia. No era ético. Un hijo no tenía por qué preocuparse de cómo gestionar las heridas emocionales de su progenitor. No podía permitir que Setsuna se echase ese peso que no le correspondía sobre los hombros.
Además, no era como si yo no hubiera explorado ya todas las opciones posibles.
- ¿Y permitir que cualquier monstruo herede tamaño poder de regeneración? – Repliqué, exponiendo los contras que conllevaba su proposición. - Si éste llegase a caer en malas manos, tal cantidad de poder podría convertirse en una amenaza para el mundo entero, mayor incluso que la Perla Shikon fue en su tiempo. – Aseveré, dejando que el peso de cada una de mis palabras calase en la conciencia de la medio demonio frente a mí. – Pondría en peligro la tierra en la que vivís Towa y tú. Por la que habéis luchado y en la que os seguís desviviendo para mantener la paz.
No es una opción, dado que jamás podría arriesgar el futuro que habéis estado construyendo con tanta dedicación.
Setsuna frunció el ceño, pensativa. Pero por mucho que se devanase los sesos, no había forma de deshacerme del milagroso don que había obtenido sin transferírselo a alguien más. Lo había probado todo para acabar con mi existencia, con el mismo resultado de que me veía condenado a seguir respirando un nuevo día más.
- ¿Y si…? ¿Y si lo hiciera yo? – Sugirió la menor de las gemelas, alzando el rostro hacia mí. - Si te arrebatase ese poder… Tú podrías descansar en paz, a sabiendas de que ese poder no ha caído en manos malvadas.
Abrí los ojos como platos, completamente horrorizado por su proposición.
¿Cómo iba a cargar con el peso de mi maldición a mi propia hija? ¿Cómo iba a pedirle que me asesinase con sus propias manos?
¿Cómo podía entregarle ese poder, a sabiendas de la desesperación que acarreaba la vida eterna? Más cuando ella podía acabar exactamente igual que yo…
Con el corazón hecho pedazos para siempre. Más allá de la salvación.
- Hija mía… No puedo pedirte que hagas eso. No te corresponde. – Me negué en rotundo.
- ¿Pero tú te marcharías en paz, Padre?
- No se trata de eso. Tú… - Respiré hondo antes de pronunciar unas palabras de las que era probable que me terminase arrepintiendo. Aunque no se me ocurría ningún otro argumento lógico o ético que pudiera hacerla escuchar. No me quedaba de otra que apelar a su delicado corazón. – No quiero que te conviertas en alguien como yo… Condenada a extrañar dolorosamente, cada día de tu existencia, a la persona que más has amado, y que, además, ya has perdido a manos de su propia mortalidad.
La joven se enderezó al escuchar mis palabras, sorprendida.
- ¿A quién te refieres, exactamente…? – Me interrogó ella con sus profundos pozos azules, comenzando a temblar como el mar antes de la tormenta.
Me disculpé mentalmente con Towa por de revelar que tenía conocimiento de aquella información que jamás debía de haber llegado a mis oídos. No había querido descubrirla, pero no se me ocurría otro modo de alcanzar a Setsuna en aquellos momentos.
- A esa persona por lo cual te iniciaste en la música… Y por la cual sigues, incluso a día de hoy.
Setsuna suspiró, clavando la vista en el techo. Su labio inferior tembló ligeramente antes de que volviese a abrir la boca:
- ¿Towa te ha hablado de Hisui, entonces?
- Únicamente me lo ha mencionado, asumiendo que yo ya estaba más que enterado de su existencia. – Reconocí con pesar, tratando de evitar un conflicto entre hermanas por aquel motivo. – Desconozco todo lo referente a esa persona, pero… Sabiendo que es el motivo por el que sigues tocando cada noche de luna llena, no puedo evitar pensar que se trata de alguien tan importante para ti como Rin lo es para mí.
Ante mis asombrados ojos, la menor de las gemelas esbozó una tierna sonrisa. Una cargada de añoranza, la cual escondía las lágrimas que se negaba a dejar asomar bajo sus pestañas.
- Hisui era el único hijo varón de Sango y Miroku. – Me explicó ella, zambulléndose en sus recuerdos. – Su tío Kohaku nos instruyó a ambos en las técnicas de los cazadores de demonios a la par durante los años que viví con su familia, de modo que pasamos mucho tiempo juntos. Fuera de los entrenamientos, a él… Hisui decía que le gustaba mucho escucharme cantar, por lo que aprendió a tocar la flauta para acompañarme. – La joven se llevó un puño al pecho, encogiéndose ante las poderosas emociones del recuerdo.
Pero yo me distancié de él tras la muerte de nuestra madre, al mudarme a la cabaña que habíamos reconstruido Towa y yo. En ese entonces, estuve demasiado centrada en superar mi propio luto y asistirte en tu duelo, Padre. Y también debíamos recolectar las Perlas Arcoíris antes de que cayesen en malas malos... – Setsuna suspiró, agotada de rememorar aquellos días. - Para cuando comencé a estar disponible emocionalmente, con algunas de las joyas multicolor en nuestro poder, y tú completamente desaparecido… Me encontré con que Hisui ya se había convertido en un padre de familia. Con otra mujer. Humana, como no podía ser de otra manera. – Era la primera vez que la veía expresar pesar por no haber nacido completamente de humana. Después de todo, cuando niña siempre había lamentado no albergar tanto poder demoníaco como su hermana. Un cruel destino el de los mestizos, nunca suficientemente mortal o bestia para ninguno de los mundos.
Debido a la corta esperanza de vida de los humanos, por supuesto, él no había podido esperar a que yo terminase de poner en orden mi vida como para poder forjar un futuro conmigo. Yo tampoco le había pedido que lo hiciera, pero quizás tampoco esperaba… - La joven suspiró, dejando escapar con pesar casi todo el aire de sus pulmones. - Que los humanos fueran tan efímeros, después de todo. Saber que mi Madre se había marchado de forma prematura hizo que confiase demasiado en la longevidad de su especie… – Admitió como si le doliese reconocer en voz alta aquella realidad. - Sobra añadir que él falleció antes de que obtuviésemos todas Perlas, pero… Me alegra saber que fue feliz, incluso con otra persona que no pude ser yo.
Es por eso, Padre… que siempre he entendido mejor que nadie que hayas querido darle una mejor vida a las reencarnaciones de nuestra Madre, para intentar enmendar tus errores. Porque yo también me he arrepentido de no haberlo hecho lo mejor posible cuando tuve la oportunidad de estar con Hisui… Siempre he intentado apoyarte, incluso cuando Towa me advertía de que estaba alimentando tus delirios, y a estas alturas, creo que… Hemos dejado esto ya se vaya demasiado lejos.
Déjame ofrecerte un trato, Padre. – Dijo Setsuna con una firme resolución, poniéndose en pie con los ojos brillantes de la emoción. - Te daré otra de las perlas arcoíris. Para que puedas devolver el alma de nuestra Madre al Samsara de los seres humanos. Towa y yo nos aseguraremos de que estar a su lado en su próxima vida, de darle todo lo que tú hubieras querido. De ese modo… ¿Te irías sin arrepentimientos? ¿Dejarías de soportar una existencia vacía para ti?
Sopesando cada uno de mis movimientos con cautela, me levanté para poder mirar a mi hija atentamente. Su expresión suplicante era tan adorable como la de su difunta madre. Tan llena de ternura y de servicial anhelo.
Incluso sin que me lo dijera, ahora comprendía todo lo que había callado simplemente para evitar que me preocupase por ella. Al final, yo no dejaba ser una carga para Setsuna, quien siempre me iba a ver como alguien de quien cuidar, porque comprendía el dolor de mi pérdida mejor que nadie. Y sabía que nadie más me entendía, así como ella lo hacía.
Por lo tanto, mientras yo siguiera en este mundo, Setsuna seguiría irremediablemente devotando su vida a mí. Sin avanzar. Sin olvidar.
Pero si yo desapareciera…
- …Sólo si me prometes que pasarás página y que tratarás de rehacer tu vida. No deseo que quedes atrapada en el tiempo como yo. – Le supliqué, tomando sus manos entre las mías.
Towa se recuperaría poco a poco de las heridas provocadas por su ruptura amorosa, pudiendo emprender un nuevo camino en cualquier momento. El alma de Rin se vería arropada por sus hijas. El único final feliz que me restaba para poder aceptar su proposición de irme en paz era asegurarme de que Setsuna también iba a buscar su felicidad.
- Os lo juro, Padre. – Dijo ella con solemnidad.
El día siguiente a la conversación con mi hija menor, me escabullí en la oscuridad de la noche hasta el taller de costura del pueblo. El lugar donde había residido la reencarnación del alma del Rin.
Cargado con la perla esmeralda que había recibido de manos de Setsuna, a pesar de las objeciones de Towa, me disponía a desear el regreso de aquella alma como un ser humano. Aunque en realidad no tenía ninguna prueba de que necesitase encontrarme físicamente cerca de su cadáver para hacerlo, se sentía correcto ir a presentarle mis respetos. Dado que no podría hacerlo más adelante, porque esperaba haber abandonado el mundo para entonces.
Accedí a la vivienda por la puerta del taller, siguiendo la tenue fragancia a jazmín que aún permanecía adherida a los rincones de la casa. Deslizándome en silencio entre las estancias, acabé llegando al altar familiar, en una esquina del humilde salón.
Dentro del pesado mueble se encontraban tres recipientes que contenían las cenizas de los difuntos. Dos de ellas probablemente correspondían a los padres biológicos de la nueva cabeza de familia del taller. Entre las antiguas vasijas de cerámica se alzaba una más nueva y compacta, la cual aún desprendía un rastro de esencia floral.
Cerré los ojos y me arrodillé frente al pequeño monumento. Recé por su alma, antes de desear su regreso al Samsara de los humanos. Mientras la perla esmeralda se deshacía entre mis dedos para cumplir mi ruego, escuché el amortiguado sonido de unos pasos avanzar en mi dirección.
Más no me moví ni un solo ápice. Esperé, creyendo que, si no emitía ruido alguno, no llamaría la atención hacia aquella estancia. Más había vuelto a subestimar la intuición de los seres humanos.
- ¡¿Qué demonios haces aquí?! – Tronó la voz de Hinata, la hija del sastre, a la par que descorría el shoji con un golpe seco.
A pesar de que habían pasado unos días desde el deceso, el olor a jazmín de mi esposa seguía impregnado en la piel de esa mujer. Debían de haber compartido lecho por un largo tiempo. Era posible que incluso se estuviera negando a lavar las sábanas que las habían envuelto para conservar su esencia un poco más de tiempo.
Me puse en pie lentamente, evitando sobresaltar aún más a la mortal.
- Sólo quería presentar una oración. – Respondí con voz queda, preparado para darle la espalda y marcharme.
La muchacha dio un pisotón sobre el tatami con sus pies descalzos, descargando toda su frustración e ira contenidas.
- ¡Una oración, dices! – Chilló ella, con la voz temblando por las lágrimas que asomaban en ojos de color negro como la noche. – ¿Cómo puedes tener la desfachatez de afirmar eso cuando todo esto ha sido culpa tuya?
Aquella acusación fue un ataque directo a mi torturada conciencia. De modo que, aunque no tenía sentido permanecer más tiempo allí, me di la vuelta. Incapaz de moverme. Removido hasta la médula.
- ¿Cómo dices? – Inquirí, ofendido. Alcé una ceja en señal de irritación.
Aquella humana no tenía ni idea del calvaria que había pasado para llegar hasta allí. Todos los siglos de arrepentimiento, todas las noches en vela pensando en un método de proteger la vida de mi amada, el autocontrol que había ejercido para no llevármela conmigo cada vez que me reflejaba en sus ojos castaños…
¿Y ella sin atrevía a señalarme sin pruebas?
- Esa mujer… - Balbuceó la costurera, amedrentada por mi ominosa presencia. - ¡Esa mujer que entró en mitad de la noche y la asesinó…! Tú tenías algo que ver con ella, ¿verdad? ¡Por eso vino a buscarla al taller, muerta de celos de la atención no solicitada que le dabas! ¡Mujeriego, infiel, monstruo sin escrúpulos…!
La muchacha parecía más que dispuesta a enfrentarse físicamente conmigo, alzando el puño en el aire. Pero yo no deseaba tener que recurrir a hacerla pedazos para hacerla callar.
Tras esquivar su embiste con una ágil finta, la rodeé lo más rápido que me permitió mi velocidad sobrenatural y me marché de ayer como una exhalación, incapaz de seguir escuchando. No tenía por qué demostrarle mi inocencia, porque yo no había tenido nada que ver en esta ocasión. Aunque tan convencida como estaba de volcar su odio en mí, no creía que hubiera prueba para calmar la furia de Hinata.
Aun así, sus palabras llenas de rencor se habían quedado forjadas al rojo vivo en mi memoria. La culpabilidad crepitaba dentro de mí, aunque yo no había tenido ninguna relación amorosa que hubiera podido desencadenar un acto tan violento como un asesinato. Todas habían sido concubinas que ya me creían casado con la señora del Palacio.
Aquello no tenía sentido, ninguna concubina podía permitirse sentir celos aquella manera tan visceral. Pero si descargar todo el dolor por la pérdida de su amada contra mí permitía a aquella mortal calmar su alma…
Yo no era nadie para negarle el buscar consuelo por una pérdida irreparable. Hubiera acontecido por mi culpa o no. No creía que hubiera pruebas suficientes en el mundo de mi falta de conexión con aquel asesinato que pudieran paliar su dolor, de modo que me parecía bien que se descargarse con la figura del Lord Taisho hasta el final de sus días.
Si eso la ayudaba, aunque fuese un poco, a sanar. Aunque, por experiencia propia, estaba bastante seguro de que Hinata jamás podría olvidar lo sucedido y abandonar su visceral furia contra el mundo entero. Por haberle arrebatado a la mujer de su vida injustamente.
Al abrir los ojos, lo primero que me encontré fue el resplandor del familiar cabello plateado de Sesshomaru. Nunca antes me había despertado con él a mi lado, por lo que mi primer impulso fue abrazarme a su cuerpo para asegurarme de que seguía allí. De que no se trataba de otro sueño tras el del campo de flores donde habíamos hecho el amor.
- Buenos días, Kaori. – Me saludó él, con la voz rasposa. - ¿Has descansado bien?
- Hmm-hmm… - Asentí, aún adormilada. - ¿Y tú… Sesshomaru?
El demonio esbozó una sonrisa ensayada, por lo que supe que estaba mintiendo cuando me dijo:
- He dormido como un bendito.
Notas: Creo que en este punto se abren finalmente melones que llevan mucho tiempo en el aire, como la sucesión de extrañas muertes de las reencarnaciones o la evolución de la relación de Setsuna con su padre. Lo cierto es que la conversación que tienen en este capítulo es bastante importante, por lo que me he esforzado mucho en representar bien los sentimientos de ambos en este punto.
Aviso que en dos semanas se resolverá una de las dudas que más curiosidad os han generado desde casi el principio de la historia, así que estad pendientes jejeje
¡Hasta entonces, nos leemos en comentarios!
