Notas: ¡Feliz domingo! No me puedo creer que ya hayan pasado dos semanas, aunque no puedo alegrarme más por ello.

La verdad es que he estado muy ocupada porque me estoy mudando finalmente con mi pareja 3 Así que están siendo días intensos, pero muy gratificantes para mí (la tengo aquí al lado por primera vez mientras actualizo).

Y sé que la última vez os dejé en un punto bastant crítico, así que espero que tengáis ganas de seguir leyendo! Aunque empezamos con el punto de vista de Kaori antes que con el de Sesshomaru porque me gusta ser mala y dejaros con la intriga.

¡Que disfruteis la lectura!

Un palpitante dolor de cabeza me atravesaba el cráneo. Abrí los párpados lentamente, a pesar de que se sentían pesados, y logré identificar que me encontraba tumbada sobre una superficie que reflejaba mi imagen como un espejo.

Al apoyar mis manos para incorporarme, ondas similares a las del agua en movimiento surgieron de la presión de mi cuerpo contra el suelo. Sin embargo, el terreno se sentía liso y completamente seco al tacto, como la superficie de un cristal. Levanté el rostro con cautela y me di cuenta de que me rodeaba una densa bruma que no dejaba ver más allá de una oscuridad interminable.

¿Dónde me encontraba, exactamente? Me estrujé los sesos para rememorar mis últimos pasos.

Primero, Sesshomaru se marchó del ryokan. Yo intenté hacer tiempo mientras le esperaba, ensayando mentalmente las palabras con las que debía cortar aquella relación, o lo que fuera que tuviéramos, sin encontrar nada suficientemente adecuado. Pedí algo de cena al servicio de habitaciones para obligarme a dejar de llorar, y aunque trajeron raciones de sobra para dos, acabé por cenar sola, incapaz de contener por más horas los quejidos de mi hambriento estómago. Había vuelto a llorar desconsolada después de eso. Entonces, incapaz de conciliar el sueño de madrugada, decidí darme un baño para limpiarme el sudor provocado por los nervios que sentía de sólo pensar en mi decisión de comunicarle al demonio nuestra inminente ruptura…

Recordaba haber añadido unas hierbas aromáticas al agua, cortesía del hotel, para sumergirme completamente desnuda en la bañera. Comencé a sentir que el calor entumecía mis miembros, dejándolos atontados, por lo que me estiré para modificar la temperatura en el moderno panel de control que regulaba el agua dentro de la tina.

¿Y después?

Quizás había estado tan mareada que no pude alcanzar ese simple botón. ¿Y si había perdido el conocimiento? ¿O todo lo que veía era el baño a oscuras, envuelta por el asfixiante vapor del agua caliente?

Al examinar mi cuerpo, sin embargo, me di cuenta de que estaba vestida con la ropa cómoda que había llevado durante el viaje en coche con Sesshomaru. Y a mi alrededor no era capaz de distinguir ninguna figura, ni de la bañera, ni de la puerta, ni nada salvo la niebla sobre un fondo oscuro.

Sentí el pánico ascender por mi garganta. ¿Y si…? ¿Había muerto? ¿Cómo todas las demás…?

Contuve un grito de terror y me obligué a erguirme sobre mis dos piernas. No tenía ni idea de dónde me encontraba, pero no me quedaría esperando sentada sin obtener respuesta.

Caminé sin dirección, perdida en la neblina, hasta que mis ojos atisbaron lo que parecía un diminuto claro en la espesura. Di largas zancadas hasta alcanzar aquel ventanuco, y me asomé al agujero.

Allí no había más nada. Sólo otro rincón poblado de sombras y niebla. Fruncí los labios, calmando mis nervios para no echarme a llorar allí mismo, a pesar de que me sorprendería que aún me quedasen lágrimas que derramar. Traté de colar mis manos por la pequeña fisura en forma de ventanuco que flotaba en la niebla por si aquello podía convertirse en una vía de escape.

Sin embargo, una pared invisible se alzaba justo en aquel punto, cortándome el paso. Estiré los brazos y me puse de puntillas, comprobado que no podía rebasar aquella barrera por encima. Sin embargo, haber descubierto que aquel espacio estaba delimitado y no se extendía de forma infinita me ayudó a devolverle un mínimo de cordura a mi cerebro. No estaba perdida en la nada más absoluta. O, al menos, eso decidí creer.

Al menos ya tenía más información que cuando acababa de despertar.

Ansiosa por respuestas, dejé una de mis palmas apoyada sobre el muro invisible y comencé a caminar a su lado, recorriendo todo el borde físico que trazaba. A juzgar por su regular curvatura, parecía formar la figura de un círculo perfecto, de modo que en algún momento debía de volver a encontrarme con el claro que ya había visitado, como mínimo. Así sabría que había completado una vuelta.

Como para contrarrestar de forma inmediata aquella teoría, me encontré con otro ventanuco que estaba completamente segura de que no se trataba del mismo que antes. Y podía afirmarlo con seguridad, porque en esta ocasión estaba enmarcado entre los postes de un enorme torii lacado en color dorado.

Me mordí el labio y me acerqué a la potencial vía de escape. Aunque, igual que antes, el muro invisible me impedía avanzar por debajo del arco que se cernía sobre mi cabeza. Parecía completamente impenetrable. No había percibido ninguna imperfección o fisura en mi recorrido hasta allí.

Por pura curiosidad, me asomé al nuevo agujero que flotaba en la niebla, para contemplar con asombro que lo que había allí entro era una habitación de hospital. Había ramos flores junto a la ventana, delgadas vías desparramados por el suelo y un colchón desvencijado al fondo.

Arrugué la nariz, confundida. Las sábanas deshechas daban la inconfundible sensación de que allí vivía alguien. Como si hubiesen sido removidas hacía poco tiempo.

- ¡Cáspita! – Exclamó una vivaz voz de origen desconocido. - ¡Hola! – Apenas escuché aquel saludo, un par de ojos marrones se alinearon con mi visión, haciéndome dar un respingo hacia atrás con un grito ahogado. Casi me caigo de culo al suelo por el sobresalto. – Así que ya andas por aquí tú también.

Contemplé absorta el rostro que asomaba por el ventanuco. Y no sabía si me calmaba o si me aterrorizaba aún más que su rostro fuera completamente idéntico al mío.

- ¿Q-quién eres…? – Tartamudeé, manteniendo el equilibrio a duras penas. Me fallaban las piernas y me sentía desfallecer.

- ¡Oh! – La joven cruzó los brazos detrás de su espalda y se inclinó para dedicarme un juguetón saludo. – ¡Soy Marin! Puedes llamarme así. – Añadió con una aniñada sonrisa.

Me acerqué con paso cauteloso al torii, examinando con detenimiento a la chica frente a mí. Aquella muchacha no debía superar los 20 años, a juzgar su apariencia jovial. Aunque resultaba complicado determinar la franja de edad exacta de una persona que vestía con un impersonal pijama de hospital. Al estudiarla con más detenimiento, me percaté de tenía las mejillas chupadas, y la ropa le colgaba holgada sobre su raquítica figura.

Su aspecto era completamente enfermizo.

Al reconocer el tejido de aquel conjunto, sentí como el corazón se me caía a los pies. Yo había soñado con los recuerdos de aquella muchacha. Aquella escena en la que Sesshomaru la consolaba sobre lo que parecía una condición incurable, tumbada sobre la camilla que me imaginé debió de convertirse en su lecho de muerte al final…

- ¿Conoces a Sesshomaru? – Le increpé, con las manos sudorosas.

Como si necesitara confirmación externa de que mis sueños no habían sido simplemente eso. Y que se trataban de los recuerdos de otras mujeres que se habían cruzado con el antiguo Lord del Oeste en el pasado.

- Claro que sí. – Respondió con una tímida sonrisa. – Como todas nosotras, ¿no?

Mi corazón latía a mil por hora. En efecto, se trataba de otra de las reencarnaciones…

- ¿En qué año… naciste? – La interrogué, aún más nerviosa que antes.

La joven frente a mí dejo escapar una sonora y alegre carcajada.

- Preguntas mucho para una persona que aún ni siquiera se ha presentado. – Apuntó, guiñándome un ojo de forma coqueta.

Parpadeé sorprendida antes de que un caliente rubor ascendiese por mis mejillas. Aunque tuviera la misma apariencia que yo, no podía olvidar que se trataba de otra persona, real, de carne y hueso, a la que le debía el mismo respeto que a cualquier otro ser humano.

- Oh, tienes razón… - Asumí, tragando saliva para deshacer el nudo en mi garganta. – Mi nombre es Kaori, Kaori Hanazono. Y vivo en el siglo XXI. – Agregué, respondiendo yo en primer lugar a la pregunta que le había formulado para ganarme, de alguna manera, el derecho a que me contase sobre ella.

- ¿Siglo XXI? – La chica se llevó los dedos bajo la barbilla, pensativa. – Ah, en calendario gregoriano, ¿no? Yo nací en el año noveno de la era Taisho. No sabría hacer la conversión ahora mismo. – Dijo, encogiéndose de hombros en actitud despreocupada.

No podíamos ser más distintas. Ella parecía tan relajada como una colegiala en un patio de recreo, mientras que yo… Luchaba por mantener mis piernas erguidas para no caer al suelo de bruces. Lo último que necesitaba era romper el cristal bajo mis pies y ahogarme en un océano de lo que fuera que yaciese allí abajo.

Si es que no se trataba de un abismo de un vacío interminable.

- Claro, en mi época es más común medir el tiempo en base al calendario importado de occidente… - Le expliqué con la mayor calma que fui capaz de fingir. - Tu era pertenece a comienzos de siglo XX, así que he nacido después de ti…

- Bueno, eso ya me lo imaginaba. Todas hemos llegado aquí siguiendo el orden cronológico de nuestros fallecimientos.

Mis rodillas terminaron de ceder, congeladas por la información que acababa de obtener. ¿En qué momento yo había…?

¿Estaba muerta?

¿No había perdido simplemente el conocimiento?

- ¡H-hey! – Me llamó Marin, preocupada. - ¿Te encuentras bien?

- N-no… - Sollocé, al borde de un ataque de pánico. - ¿Qué es este lugar…? ¿Y por qué estamos aquí?

La muchacha al otro lado del torii dorado me dedicó una amarga sonrisa. Como un médico que no quería dar una mala noticia a un paciente terminal.

Porque sabía que no estaba preparada para lo que estaba a punto de transmitirme.

- Yo tampoco estoy segura del todo… - Admitió, apesadumbrada. – Pero tras haber hablado mucho con Rinako, hemos llegado a la conclusión de que esto es el interior de nuestra alma, la cual almacena todas y cada una de nuestras vidas tras su fin.

- ¿Rinako…? – Aquel era un nombre completamente desconocido para mí. - ¿Q-quién…?

- Ah, hablo de la mujer al otro lado del torii púrpura. – Indicó, señalando a sus espaldas con el dedo pulgar. – Seguramente la escena que proyecta mi tumba espiritual te impida verlo, pero está justo al otro lado. La tumba espiritual lo que ves a mis espaldas, muestra el lugar donde exhalé mi último aliento. – Tuvo la amabilidad de explicarme.

Eché un nuevo vistazo a mi alrededor, donde sólo flotaba una densa niebla. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza.

- ¿T-tú puedes ver algo en mi t-t-tumba espiritual…? ¿U-una bañera, por casualidad…?

Marin se inclinó hacia adelante para examinar mi lado del torii dorado y frunció el ceño, confundida.

- No, qué raro. Sólo veo niebla. – Ella ladeó la cabeza, pensativa. - ¿Puede ser que aún no hayas fallecido?

Aquella suposición, por incierta que resultase, permitió que el aire volviese a fluir bidireccionalmente a través de mis pulmones. Con algo de cordura recobrada, decidí que tenía que obtener toda la información posible para salir de allí y poder recuperar la consciencia.

Si es que mi cuerpo seguía respirando para entonces, claro.

Pero tenía que ser fuerte.

- Marin, disculpa que te acribille a preguntas, pero… Estoy muy confundida. Aparte de Rinako, ¿tienes contacto directo con alguien más?

- No, creo que sólo nos encontramos ubicadas pared con pared con nuestra vida directamente previa y posterior. Rinako me dijo que aparte de mí, podía seguir en contacto con Iori, quien al parecer fue una costurera durante el período Edo.

La era Edo había sido muy larga, abarcando desde inicios del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX, si no me fallaba la memoria. Al parecer, mi cerebro había logrado retener algo del interminable discurso académico que Sesshomaru me había soltado mientras me ayudaba con mis diseños para la marca Blue Dragon.

Pero eso no era lo importante en esos momentos, sino que había conseguido obtener el nombre de esa misteriosa costurera que había sido asesinada de forma tan repentina. ¿Conocería ella la identidad de su asesino? ¿Aquello podía ayudar a aclarar el enigma tras aquella serie de trágicas desdichas?

- ¿S-sabes quién acabó con su vida…? – Pregunté, con la voz temblorosa mientras me obligaba a ponerme en pie para encaramarme de nuevo al ventanuco que flotaba bajo el torii.

Marin abrió los ojos como platos y carraspeó mientras apartaba la mirada de mí.

- Eso… No tengo ni idea de cómo falleció siquiera, no la conozco personalmente. ¿No estás asumiendo demasiado rápido las cosas? – Parecía especialmente molesta porque una persona viva como yo se inmiscuyese con aquel descaro en las muertes de las demás. - Además, tampoco nos gusta hablar mucho de nuestros últimos momentos, ¿sabes?

Fruncí los labios, sintiendo el interior de mi boca pastosa.

- ¿Porque tú también acabaste de forma violenta? – Me atreví a preguntar, escrutándola con atención. Como Sesshomaru habría hecho. Con la intención de analizar todo lo que pasase frente a mis ojos.

Marin se llevó los puños a las cadenas mientras su gesto se torcía en una expresión de cabreo monumental. Como poco, debía de haber tocado algún punto sensible para ella.

Maldije en ese momento que el demonio aún no hubiera llegado a contar nada de esa reencarnación.

- ¿Qué? – Inquirió, indignada. - ¡Claro que no! Fue una enfermedad desconocida la que se me llevó, pero… - Marin se obligó a sí misma a calmar su temperamento. Entonces comenzó a hablarme con la delicadeza de una profesora de infantil que trataba de reconducir al niño más problemático de la clase. El tipo de criatura, que, aunque no dejaba de ser inconsciente de sus maldades, y por lo tanto no tenía sentido dirigir su enfado hacia él, era necesario explicarle el funcionamiento del mundo a su alrededor para mantener una convivencia pacífica. - Como comprenderás, no es agradable pensar en la extinción de una misma, tal y como te ha ocurrido a ti al pensar en esa posibilidad.

Me abracé a mí misma, sintiendo un gran arrepentimiento por mi falta de tacto. Estaba claro que a nadie le gustaría ser interrogado por una experiencia tan traumática como perder la vida. Pero, a pesar de la culpabilidad… Sabía que no podía permitirme dejar pasar aquella oportunidad de aprender la verdad de lo que había estado sucediendo.

Porque si aún seguía viva, podía ser que esa condición no durase mucho tiempo si no acababa con aquella sucesión de muertes que parecía una maldición.

- Lo comprendo, y lo siento mucho por insistir, pero… Es muy importante para mí obtener respuestas. – Le supliqué, clavando mi mirada en aquellos ojos idénticos a los míos. - ¿Y Rinako? ¿Sabes si su muerte ocurrió en trágicas circunstancias?

La muchacha bufó, exasperada y ofendida por mis constantes transgresiones.

- Como ya te he dicho, no hablamos de ello entre nosotras, está más que implícito que no nos apetece recordarlo porque nos trae de vuelta muchos recuerdos dolorosos, cosas que dejamos sin hacer en vida y sus consecuentes arrepentimientos... – Su semblante perdió el deje de reproche mientras hablaba, ablandándose ante la presencia de una joven que le rogaba de todas las maneras posibles. - Pero teniendo en cuenta que Rinako tiene apariencia de anciana y su espacio es un campo de flores junto a una iglesia, diría que fue una muerte apacible. – Me facilitó toda la información que disponía, a pesar de sus reservas.

Mis temores no tenían sentido alguno, entonces. Iba a terminar volviéndome loca en mitad de aquellos destinos entrelazados de forma tan caótica que era imposible determinar la conexión entre unos y otros.

Airin murió a manos de su cruel marido. Himawari terminó suicidándose. Iori fue asesinada por un desconocido en su propia casa…

¿Y ahora resulta que las tales Rinako y Marin habían perecido por causas naturales? ¿En qué momento habían cambiado las cosas? ¿Y por qué?

Lo único que podía concluir en aquel punto era que el único factor común a todas las historias era el demonio de nombre Sesshomaru.

¿Y qué era lo que implica aquel hecho realmente?

¿Acaso él trataba del detonante directo de todas aquellas muertes? ¿Y si las que parecían por causas naturales tampoco lo habían sido?

¿Y si la vida se me estaba escurriendo de los dedos en ese mismo instante? Sin previo aviso, sin la oportunidad despedirme de mis padres, de Mai, de la señora Takahashi, Towa, Tomoki, Momoka, Ayumi…

- Mira, como te veo histérica, voy a preguntarle a Rinako, ¿vale? – La repentina intervención de Marin me sacó de mi espiral interior de desesperación. El terror absoluto que me había paralizado de pies a cabeza debía de ser suficientemente evidente como para hacerla realizar aquella concesión. - A ver si puedo obtener algo más de la información que tan desesperadamente necesitas sobre Iori. Pero no puedo prometerte nada.

En aquel momento, la joven del pijama de hospital se me antojó como un ángel caído del cielo.

- Gracias, oh muchísimas gracias… - Balbuceé, a punto de dejarme caer en el suelo de rodillas una vez más.

- Con una condición. – Señaló ella, aun clemente, pero más seria.

- Lo que sea. – Escupí sin pensarlo un instante.

- A cambio, quiero que me hables… De cómo es Sesshomaru ahora.

Tras pactar aquel intercambio de información me quedé a solas en la más profunda oscuridad, aguardando su regreso. Y para qué ocultarlo, también me eché a llorar desesperadamente mientras me hundía en los peores escenarios posibles que creaba mi cabeza, temiendo no volver a salir jamás de aquel extraño lugar.

Rin daba vueltas por la habitación extasiada, haciendo giras los volantes de su minifalda denim. Reía con inocencia infantil, una situación que había sido tan cotidiana para mí…

Siglos atrás, por supuesto.

Mi esposa se paró frente al espejo de la habitación para arreglarse el lazo que rodeaba el cuello de su blusa rosa pastel. La observé con una mezcla de sensación de irrealidad y culpa por haberla vestido con las ropas de Kaori sin permiso. Pero no podía permitir que siguiera desnuda en aquel clima otoñal, o podría caer enferma.

Y yo temía a las enfermedades que padecían los frágiles cuerpos humanos más que ninguna otra cosa.

- Es un poco inusual sentir tanto aire entre los muslos, ¡pero la ropa es monísima en esta época! – Exclamó Rin, observando su reflejo con las pupilas brillantes de ilusión. Mis ojos la seguían como hipnotizado, incapaz de articular palabra desde que me había golpeado la certeza de que la persona que estaba frente a mí no era otra que mi fallecida esposa. Aquella por la que había luchado hasta el borde la desesperación, a la cual había perseguido hasta la locura más desquiciante… Apenas podía creer que la tenía frente a mí, con las mejillas sonrosadas y la vida que había visto extinguirse frente a mis ojos. – Tu atuendo también es extraño, amor. – Comentó ella volviéndose hacia mí, quien seguía sentado al borde de la cama completamente disociado. – Acentúa muy bien tu figura.

La sequedad ocular me obligó a parpadear de una vez por todas, haciéndome salir del trance.

- Rin… - Conseguí musitar, aunque me resultó imposible formular ninguna frase coherente a continuación.

- ¿Sí, Sesshomaru? – Pronunció mi nombre con tanta dulzura que sentí todo mi ser derretirse. Débil y casi sin respiración, no pude hacer más que contemplar su etérea belleza frente a mí. - ¿Estás bien? – Me preguntó ella, preocupada. Jamás me había visto quedarme sin palabras de aquella manera. Normalmente, mis silencios eran medidos y deliberados.

Rin se acercó a mí con una tranquilizadora sonrisa llena de confianza y complicidad, colocándose entre mis rodillas. Entonces se agachó ligeramente para colar la palma de su diminuta mano bajo mi flequillo, comprobando si tenía fiebre. Un cálido y nostálgico gesto que había repetido con nuestras hijas en innumerables ocasiones cuando estas habían mostrado cualquier síntoma de malestar.

Conseguí alzar mis temblorosas garras para acunar sus mejillas entre mis manos, acariciándolas con los pulgares, incapaz de creer que aquello estaba ocurriendo. Mi corazón se sintió envuelto por el cálido abrazo de sus palabras. Ella era tan… Tan cariñosa como siempre.

Me trataba con un mimo tan íntimo y especial que me hacía olvidar por un instante que yo había nacido concebido como un monstruo depredador ante los ojos de su especie. Y, sin embargo, allí estaba esa pequeña humana vulnerable, tocándome sin miedo alguno a ser devorada.

Porque se trataba de la única persona en el mundo que había aceptado todo mi ser por completo.

- Oh, Rin… No sabía que… - Balbuceé con la voz tomada por la emoción. – Seguías… Aquí. Pensaba… que… Que te habías marchado para siempre.

La joven sostuvo mis manos entre las suyas con una sonrisa radiante como la de una diosa. Tan luminosa que la propia Amaterasu se vería corroída por la envidia.

- Desde que cerré los ojos por última vez, no he deseado nada más que volver a encontrarme contigo, amor mío. – Su susurro acarició mi rostro con la suavidad de una pluma, embriagándome con su mera presencia. - No podía soportar la idea de que pudieras estar sufriendo por mi ausencia.

Mis manos descendieron hasta sus hombros, despacio. Aunque sabía que mis afiladas garras no la asustaban después de todo lo que habíamos vivido juntos, no quería realizar ningún movimiento brusco que pudiera apartada de mi lado ni que fueran unos centímetros.

- No sabes cuánto te he extrañado. – Expresé en voz alta casi sin darme cuenta.

Rin me observó con ternura mientras se sentaba sobre mi regazo con completa naturalidad. Hipnotizado por sus movimientos, no pude hacer más que admirarla en silencio. Sumido en un trance, ni siquiera intenté reaccionar cuando inclinó su rostro sobre el mío, tirando del cuello de mi camisa con anhelo contenido. En el preciso instante en el que sus labios rozaron los míos, sentí una descarga eléctrica recorrer todo mi cuerpo de punta a punta. Su roce era el más delicado y devoto que había conocido jamás. Aquello no se trataba de ningún sueño o ninguna ilusión. Rin había vuelto a mí.

Por fin.

La envolví entre mis brazos para atraerla contra mi pecho con desesperación. La besé, saboreé sus labios y aspiré su embriagador perfume mientras medía mis fuerzas para no cortarle la respiración.

Mi bestia interior aullaba, exigiendo que reclamase aquella alma que siempre había sido mía. Que jamás había dejado de serlo.

Cegado por una lujuriosa sed de pecado, pasé mis brazos por debajo de su falda y la sostuve un segundo en el aire antes de depositarla sobre la cama impoluta, con el mismo cuidado que si se tratase de una figura de porcelana. Los ojos de Rin me observaban llenos de deseo, aquel al que había tenido que renunciar en sus últimos años de vida debido a la punzante maldición que habían debilitado su cuerpo como espinas incrustadas en la piel.

Y a pesar de todo, aquí la tenía. Tendida, disponible, deseosa y abierta por completo para mí…

Me incliné sobre su cuerpo y la arrinconé contra el colchón, colocando mis manos a ambos lados de su cabeza. Rin sacó la lengua justo antes de que mi boca entrase en contacto con la suya, encendiendo aún más mis más oscuros deseos.

Oh, cuánto la había extrañado. Cuánto la había necesitado.

Succioné su labio inferior con cuidado, imitando su tímido gesto cuando no sabía cómo comunicarse su deseo. Y en esta ocasión fue ella quien clavó las uñas en mis omóplatos, sus piernas rodeando mi cadera para atraerme hacia el interior de sus muslos.

Extendí mis dedos por su aterciopelada garganta, haciéndole echar la cabeza hacia atrás. Rin cerró los ojos y se estremeció al sentir la humedad de mi lengua recorriendo el camino que trazaban sus venas. Capturé un trocito de su tierna piel entre los labios y lo saboreé, lo besé despacio antes de succionar su tentador pulso. Casi pudiendo notar el sabor de su sangre en mi boca, mis colmillos se extendieron en toda su longitud, asomando inevitablemente por fuera de los labios.

Rin gimió bajo el peso de mi cuerpo, temblando de anticipación por aquellos juegos que habíamos repetido tantas veces en la intimidad. Yo, su depredador; y ella, la presa. Ambos anhelantes, esclavos de lo deseos del contrario.

Feral, hambriento como nunca, mis mandíbulas se separaron para poder hundirse en su cuello. Donde podría sorber la vida que ella me había ofrecido, la que me había prometido como suya, la que había puesto en mis manos para proteger por toda la eternidad.

Sin embargo, en mitad de mi pasional locura, me di cuenta…

De que aquel seguía siendo el cuerpo de Kaori… Y ella nunca me había dado permiso para profanar su cuerpo con la marca de un demonio.

¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Cómo podía haberme dejado llevar de esa manera tan pasional?

Retrocedí despacio, mis manos hundiéndose en las sábanas a ambos lados de su rostro. Me mordí el labio, incapaz aún de replegar mis colmillos y calmar mi sed animal, provocándome un pequeño sangrado de forma involuntaria. Tragué mientras observaba los castaños ojos de mi esposa mirarme expectantes, bañados en una palpitante lujuria y la más profunda de las añoranzas.

- Rin… - Jadeé, colocando un mechón de cabello tras su oreja para evitar que mis manos alcanzasen otro destino más sugerente. – No podemos hacer esto… Tengo mucho que contarte… Y otras tantas preguntas que hacerte.

Le acaricié el rostro mientras le sostenía la mirada, conteniendo cada célula de mi ser. Mi esposa no dijo nada, y simplemente cerró los ojos para disfrutar de mi roce. Despacio… La acaricié lentamente, con delicadeza. Rin alzó su rostro en la dirección de mi mano, como un animalillo que exigía más atención de la que ya estaba recibiendo.

Me concentré en la esponjosa textura de sus mejillas, llenas de viva y color. Cálidas bajo mis dedos. Exhalé un profundo suspiro antes de abrir la boca, tan lejos de la suya que dolía:

- ¿Podemos hablar, esposa mía? - Le supliqué, con el corazón golpeando mi pecho violentamente.

Ella rodeó mi cuello con sus brazos, atrayéndome hasta apoyar su frente contra la mía.

- Por supuesto que sí, mi amor. – Susurró, enterrando sus dedos en mi cabello, haciendo vibrar cada fibra de mi ser. Su cercanía resultaba tan familiar y reconfortante que creía estar de vuelta en un pasado distante. - No esperaba que pudiéramos actuar como si nada hubiera sucedido, Sesshomaru… Pero me ha gustado poder disfrutar de esta normalidad al menos durante unos minutos. – Permanecí en silencio, completamente incapaz de negarle cualquier cosa que ella desease. Ante mi falta de respuesta, fue ella quien decidió comenzar el interrogatorio. - ¿Cuánto tiempo ha pasado?

Me balanceé hacia atrás, dejando caer el peso de mi cuerpo sobre mis caderas y talones, liberándola de la prisión de mis brazos contra la cama.

- Más de quinientos años. – Respondí en tono amargo, recorriendo con la mirada los mechones de cabello húmedo de mi esposa desparramados sobre el lecho.

Me abstuve de puntualizar cuán eterno e insoportable se me había antojado aquel tiempo sin ella. Sabía que podía llegar a sentirse culpable por haberse desvanecido, incluso cuando no había sido su culpa, ni mucho menos.

Ella abrió mucho los ojos y se incorporó con cautela. Mi esposa se sentó sobre sus talones, como había acostumbrado a hacer en la cotidianidad de la cabaña que había construido con sus propias manos. Una forma de tomar asiento que, desgraciadamente, se estaba perdiendo con el pasar de los siglos y la influencia occidental.

Y que ella acababa de revivir en todo su esplendor en un sencillo momento.

- Eso es mucho tiempo. – Aseveró ella, frunciendo los labios. – Lo sien…

- Ni se te ocurra pedirme perdón, esposa mía. – Le espeté.

Me arrepentí al instante de haberla interrumpido con aquella brusquedad, pero no había podido evitarlo. Respiré profundamente y me senté con las piernas cruzadas por delante mientras estudiaba su rostro.

Rin parecía a punto de echarse a llorar en cualquier momento, haciéndome sentir como escoria por haberle alzado la voz mínimamente. Pensaba que ya había dejado atrás aquella dinámica de poder que siempre me había hecho creer que tenía derecho a decidir por mi mujer lo que necesitaba, sin darle tiempo a expresar sus necesidades reales.

Carraspeé, en un intento de aclararme la garganta para poder empezar de nuevo.

- ¿Siempre has estado ahí…? ¿Esperándome? – Le pregunté con el tono más suave que era capaz de emitir.

Rin ladeó la cabeza, clavando sus almendrados ojos marrones en el pedazo de colcha que nos distanciaba.

- Yo… - Musitó. – No estoy muy segura.

Asentí, a pesar de que ella no me estaba mirando.

- ¿Quieres contarme qué es lo que tú has experimentado todo este tiempo?

Quería animarla a hablar sin tapujos, pero sin forzarla a ello, si no se sentía con fuerzas o ánimo para hacerlo. No tenía intención de volverme a imponer mi criterio ni una sola vez más.

Cuando ya creí que mi esposa iba a permanecer en silencio por todo lo que quedaba de noche, alzó sus temblorosas pupilas hacia mí.

- Al principio… No veía ni sentía nada. Era como estar atrapada en el fondo de un bote de tinta, oscuro y aparentemente interminable. – Murmuró Rin, sus pestañas parpadeando como el aleteo de una mariposa. – Hasta que, es algún punto… Apareció frente a mi un hermoso torii lacado con un exquisito tono escalata.

- ¿Un torii…? – Repetí, comprobando que la había comprendido correctamente.

- Sí. – Afirmó, segura. – Fue en ese momento que pude caminar sobre un suelo invisible en dirección a aquella majestuosa construcción. Sin embargo, no podía pasar. Ni por los laterales, por donde se supone que deben transitar los vivos; ni por el centro, por donde sólo pueden pasar los espíritus. El camino estaba completamente bloqueado, como si no me estuviese permitido alcanzar el más allá. – La escuché con atención, respondiendo a su relato con silenciosos asentimientos de cabeza. – Terminé por pensar que aquel era mi castigo por haberme desviado del camino de la moralidad, por haberle ofrecido todo mi ser a un demonio, aunque… En ocasiones, lograba escuchar tu voz, llamándome. Tu calor, haciéndome saber que estabas muy cerca… Pero tú no podías escucharme, o al menos, yo no oía respuesta alguna, sin importar cuán desesperadamente respondiese a tus llamados, gritando tu nombre.

Entonces, un día, de repente… En el espacio de nada más allá del torii carmesí apareció una chica. – Contuve la respiración, conteniendo los millones de preguntas que mi mente disparaba en todas direcciones. – Me sorprendió mucho que tuviera exactamente la misma apariencia que yo. Sin embargo, vestía finos ropajes como las de una mujer de alta cuna y me aseguraba que su nombre era Airin.

Sentí mi pulso caer en picado, y agradecí por segunda vez en lo que iba de noche estar sobre una superficie firma en lugar de sobre mis propias piernas.

- Airin… - Murmuré, saboreando el regusto amargo que me había dejado aquel nombre en mi paladar.

- La conoces, ¿verdad? – Preguntó Rin, su tono más vivaz que antes. – Ella me habló de ti.

El alma se me partió en dos en aquel preciso instante.

- ¿De… mí?

- Sí. – Asintió ella. – Me confesó que estaba enamorada de ti, pero que no le quedaba más remedio que casarse con otro hombre al que no conocía… - No había lugar a dudas, había establecido contacto con la adolescente con la que yo me había involucrado tras haber utilizado el poder la perla carmesí. – Me dijo que lo último que recordaba era estar tomando un baño de hierbas antes de la ceremonia, y que no sabía cómo había llegado hasta allí.

Le dije que yo tampoco podía ofrecerle una explicación, pero que, si deseaba escapar de aquel matrimonio de conveniencia, que no dudase en pedirte ayuda. – Rin se frotó los nudillos, nerviosa. – Quizás hablé de más, y me disculpo de antemano, mi amor, pero… Le confesé cuál era tu verdadera naturaleza, le aseguré que podrías defenderla de cualquier peligro que se presentase, pensado que eso disiparía sus reservas, pero… Pero la joven se veía destrozada, decía que no tenía opción, pues tenía que salvar a su clan… Y que, de todos modos, quién era yo para saber tanto sobre ti. Que cómo sabía de tus garras, tus colmillos, y las marcas púrpuras de tu rostro. - La expresión de mi esposa se oscureció mientras relataba aquel episodio. - Cuando le respondí que tenía pleno conocimiento de ello porque era tu esposa… Su cara se volvió roja de pura ira. – Parpadeé, sorprendido por aquella visceral reacción. – Aseguró que tú eras suyo, que era lo único que había podido poseer por voluntad propia en toda su vida… Y que, si ella no podía tenerte, mucho menos pensaba compartirte con nadie.

Mis recuerdos no podían parar de retroceder a los días previos a la ceremonia de boda de la princesa Airin. Me había parecido escuchar a las criadas algo sobre preparar un baño purificador para la novia…

¿Acaso eran aquellas hierbas el detonante que había permitido a Rin hablar con Airin en aquel punto concreto? ¿Era por esa misma exposición que había logrado que su conciencia emergiese en el cuerpo de Kaori?

- Siempre fue una niña caprichosa. – Comenté, avergonzado por el vergonzoso comportamiento de mi pupila y amante.

- A mí me suscitó mucha lástima. – Reconoció Rin, entristecida. – Sonaba completamente destrozada, como si de verdad no se le hubiera permitido nada de lo que quería hacer… Salvo el estar contigo. Puedo entender que la asustara pensar que alguien más podía robarle el único amor de su vida.

- ¿Y tú cómo te sentiste…? ¿Al saber de la relación que mantenía con ella?

Mi esposa dejó escapar una risa nerviosa, rascándose la nuca como Towa solía hacer cuando no quería hablar de algo. Era un gesto muy característico que claramente había heredado de su madre.

- No se lo dije a esa pobre chica, pero me sentí muy celosa. De no poder ser yo quien estaba a tu lado… Aunque racionalmente comprendía que no podías guardar luto por mi para siempre. – Rin guardó silencio unos instantes, meditando muy bien sus próximas palabras. - En parte… También me reconfortaba pensar que estabas intentando seguir adelante.

- Rin, yo… No tenía que haberlo hecho. – Le dije, sosteniéndola por los hombros para que su mirad dejase de esquivar la mía. – Airin no era más una adolescente, más joven incluso que cuando tú y yo…

- Lo sé. Pero lo comprendo. - Mi esposa cortó mi confesión llena de culpabilidad acariciando mi mandíbula en sentido ascendente. Su delicado tacto me llenó de una paz indescriptible, como si todos mis pecados pudieran ser expiados por la benévola diosa que tenía frente a mis ojos. - Si yo te hubiera perdido en primer lugar, Sesshomaru, seguramente también me hubiese prendado de la primera persona que más se hubiera parecido a ti, no podía haberlo evitado, incluso a sabiendas de que está mal… No me parece justo que te tortures por una reacción tan… humana. – Bajé la vista hacia su regazo, incapaz de recordarle que yo no había sido criado como ella, con las emociones a flor de piel, y que no tenía excusa para haberme dejado llevar por ellas de aquel modo.

Y, en realidad… - Continuó ella, sus dedos deslizándose por mi mentón para obligarme a mirarla a esos ojos de oscuro color chocolate. - Me ayudaba mucho sentir que no te habías olvidado de mí. Que, de alguna manera, seguías a mi lado… A través de ella.

Al menos, hasta que tu presencia y tu voz se desvanecieron por completo, dejándome sola en la profunda oscuridad de nuevo.

Acaricié su cabello a la altura de la nuca, tratando de reconfortarla (aunque de manera tardía) por la terrorífica experiencia que había atravesado. A Rin nunca le había gustado la completa ausencia de iluminación. La asustaba tanto que solía dejar al menos una vela encendida en la habitación cuando dormía sola.

- Seguramente coincidió con su matrimonio. – Le expliqué, tratando de darle un sentido a la pesadilla por la que había tenido que pasar. – Airin se marchó a otro palacio a vivir con su marido impuesto… De modo que nos vimos obligados a separarnos.

Mi esposa curvó sus labios en una amarga expresión, sin embargo.

- Entiendo... – Las distraídas caricias de sus dedos me ponían la piel de gallina a media que descendía por mi cuello, deteniéndose justo debajo de la clavícula. - Entonces, tras otro largo período de silecio y vacío… Airin regresó al espacio al otro lado del torii rojo. A su alrededor se formaron las vigas del interior de un palacio, con ornamentos y decoración de salón, como una sala de estar de la corte o un recibidor. Sin embargo, esa chica no volvió a dirigirme la palabra, enclaustrándose en su soledad.

Y ni siquiera tuve que preguntarle por qué para saber la respuesta. – Rin suspiró, cerrando sus manos en puños sobre mi pecho. - Sabía que no podía contestarme. Toda la estancia estaba rociada de sangre, sus ropas manchadas, raídas… Y tenía el cuello retorcido en una extraña posición que me hizo pensar que había sido estrangulada hasta la muerte.

Y pienso que allí es cuando finalizó su vida porque no volvió a marcharse. Se quedó en ese lugar, como yo, aunque ella estaba atrapada en una cúpula traslúcida de destellos rojizos que no había aparecido hasta entonces.

Notas: Quizás me odiéis por iniciar más preguntas ante que dar respuestas, pero espero que algunas piezas del puzzle al menos estén empezando a encajar o tener más sentido, por lo menos. Aprovecho para decir que me costó mucho describir el mundo de las almas en el que se encuentra Kaori, espero que no haya quedado muy extraño.

Y sí, aún queda contenido de Sesshomaru y la Rin original (para quienes temieran que la hiciera desaparecer muy pronto), les vamos a dar algo más de tiempo, tienen mucho de lo que ponerse al día.

¡Espero que os haya gustado, leo vuestras opiniones en comentarios! Se vienen más cositas en la siguiente parte de esta escena~