LOS DIOSES DEL AMOR
Brenwärme y Beischmachart
Rozemyne se estiró detrás de su escritorio, soltando un suspiro antes de mirar por la ventana.
Si la espalda no le doliera, habría seguido leyendo con gusto. Estaba a punto de retomar desde donde se quedó cuando Liesseleta entró, caminando hacia ella con su sonrisa noble.
—Aub, me alegra ver que haya despegado sus ojos de la página.
Suspiró derrotada.
Una de las primeras reformas que había echo dentro de su recién estrenado matrimonio era respetar los horarios de comida y sueño. Si bien su exigencia radicaba en la preocupación que sentía por la salud de su dios oscuro, también era cierto que el muy desgraciado se la había volteado, aceptando a cambio de que ella también respetara sus horarios. No existía una manera de leer un par de páginas más a menos que fuera en serio una cuestión de vida o muerte para ellos o Alexandria.
—¡Ah! Supongo que es todo por hoy.
Ni siquiera intentó llevar el libro a su recámara. Luego de que Ferdinand se llevara algunos documentos de una investigación a la cama dos días atrás, ambos habían acordado dejar trabajo y lectura fuera de la habitación a menos claro que fuera algo en verdad urgente… o que ella tuviera que estar descansando en cama todo el día…
—¿Ferdinand?
—De camino al comedor, Aub.
Suspiró derrotada, estaba segura de que su rey demonio salía cual reloj hacia el comedor con el único propósito de fastidiarle los pocos minutos de lectura que pudiera robarle al día, conteniendo a toda costa esa sexy y angustiante sonrisa venenosa que mostraba cuando se divertía a costa de otros.
—Muy bien, vamos entonces.
Rozemyne tomó una delgada tablilla de madera con la imagen de su dios oscuro mirando pensativo hacia las letras de su libro. La única ilustración detallada de él que tenía permitido conservar para marcar la página en que se hubiera quedado leyendo.
.
—¿Existe algún libro que hable sobre las artes de Brenwärme y Beischmachart?
Estaba segura de que Ferdinand estaba teniendo un error de procesamiento en ese instante. Se había quedado completamente inmóvil a su lado en la cama, mirando a la nada con los ojos muy abiertos.
Lo observó con atención, esperando con paciencia a que su dios oscuro volviera en sí.
Las orejas de Ferdinand se colorearon primero, luego sus pómulos, finalmente sus ojos dorados y resplandecientes comenzaron a vagar despacio hasta cruzarse con los de ella, dedicándole una mirada de incredulidad en tanto que su frente se arrugaba, dejando que una profunda arruga la cruzara de arriba abajo.
—¿De qué idiotez estás hablando ahora?
Suspiró exasperada. ¿Era en serio?
Primero tuvo que presentarle el papel vegetal y la imprenta a este mundo de fantasía, luego introdujo los libros ilustrados, los libros para niños, los libros de estudio e incluso, con ayuda de su madre noble, las novelas de romance… unas novelas tan al estilo Bollywood que si no amara tanto leer todo tipo de libros, seguro se habría dado por vencida con esos.
—¡Oh, diablos! también tendré que introducir eso entonces.
Se cruzó de brazos pensativa y frustrada, sorprendiéndose cuando las manos de Ferdinand la tomaron por los hombros, obligándola a encararlo, haciéndola notar el semblante preocupado y esa mirada de "¿qué estupidez planeas ahora, idiota?" que tantas veces le había visto poner a lo largo de su vida como Myne y luego como Rozemyne.
—¿Qué cosa planeas "introducir" exactamente?
No pudo evitar soltar una mueca amarga ante tanta desconfianza. ¿No había dicho ese hombre que la complacería siempre?, no era como si introducir el Kama Sutra en Yürgensmith fuera a generar otra guerra interna, ¿no? Lo que es más, si todos los hombres de este mundo carecían de inventiva en el lecho como había demostrado Ferdinand los últimos dos meses, entonces les estaba haciendo un favor bastante grande.
—Vamos, ¡habla! ¿qué estúpida idea acaba de desfilar por esa hermosa cabeza vacía?
¿Estaba halagándola o insultándola?, le sonaba más a un insulto que a otra cosa, pero ¿qué se le iba a hacer? Este hombre estaba más acostumbrado a ser un poco cruel con ella en ocasiones como esta.
—Hay… un libro en mi mundo de sueños… pensé que tendría su contraparte aquí.
¿Porqué se sentía tan cohibida ahora? ¿era el efecto de esos ojos astutos de mirada sagaz y profunda? ¿la marcada línea que dividía la frente de su dios oscuro en este y oeste luego de días de no aparecer en su habitación? ¿o tal vez no era tan desvergonzada como Ferdinand proclamaba cuando estaban a solas?
—¿Qué tipo de libro?
—Un manual.
El ceño de Ferdinand y su mirada se ablandaron un poco. La palabra no le era desconocida, por el contrario, una chispa de curiosidad apareció en sus ojos conforme parecía considerar que tipo de contenido podía tener este manual… luego le dedicó una mirada desconfiada, ¡oh, no!
—Rozemyne, estoy bastante seguro de que nombraste a Brenwärme y Beischmachart cuando preguntaste por un libro, el cual ahora dices que es un manual, ¡explícate!
Suspiró, cubriendo sus mejillas para protegerlas de los fuertes pellizcos que estaba segura recibiría durante su explicación… o cuando al rey demonio se le pasara el error de procesamiento que seguro tendría de un momento a otro.
—Este manual de mi mundo de sueños es llamado Kama Sutra, se escribió cientos de años antes de que yo naciera y… es conocido como un manual en las "artes amatorias"… debo decir que lo leí un poco después de entrar en la edad adulta… un par de años antes de mi muerte… tenía curiosidad.
Lo observó golpeando su sien con un dedo, o no había comprendido exactamente de qué estaba hablando o estaba considerando que tan buena idea era este libro.
—¿Ferdinand? —preguntó con miedo, dudando si debía soltar sus mejillas o seguirlas protegiendo.
—Música, danza, poesía… no recuerdo ningún arte que tenga que ver con el amor.
¡Oh, por todos los dioses! ¿por qué no se abría la tierra y se la tragaba de una buena vez? Casi sentía lo mismo que había sentido cuando la portada falsa de ese maldito libro se cayó al suelo accidentalmente frente a su madre durante la cena. Justo ahora recordaba claramente la vergüenza que había sentido, la mirada asombrada de su madre y el incómodo ofrecimiento que la mujer de mayor edad le había echo sobre resolver las dudas que pudiera tener y las preguntas aún más incómodas sobre si tenía alguna pareja. ¡Dioses! La madre de Urano se notaba tan entusiasmada y ¿aliviada?
—Bueno… en mi mundo de sueños, había más ramificaciones del arte.
Lo observó con reservas. Él asintió interesado, haciéndole un gesto sutil de que continuara.
—Música, danza, poesía, pintura, historia, literatura, arquitectura, cocina entre otras que realmente no quiero explicar en este momento.
—Parecen ser bastantes más —contestó su esposo con una mirada de consideración.
Rozemyne respiró más tranquila, bajando las manos con alivio, tensándose apenas sentir las manos de Ferdinand apresando las suyas propias.
—Aún no me explicas esto de las artes "amatorias".
El corazón estuvo a punto de salírsele del susto, la sonrisa venenosa de Ferdinand y su mirada aguda le decían que su dios oscuro estaba en modo Rey Demonio contra ella y lo peor es que lo estaba disfrutando demasiado.
—No, no, me queda claro, no existe aquí, ¿qué se le va a hacer? Ojojojojo.
Su patético intento por restarle importancia al asunto solo empeoró la situación. Ferdinand se acercó a ella como un felino peligroso. Su mirada le advertía que la obligaría a decirlo todo de un modo o de otro.
Rozemyne no pudo evitar lamentarse por el embrollo en que se había metido de forma estúpida, claro que esto no era su culpa, en definitiva, era culpa de la estúpida cultura machista, purista y atrasada de este mundo, era la única explicación que podía encontrar.
—Rozemyne —entonó Ferdinand con un tono de advertencia. Su voz profunda y aterciopelada provocándole escalofríos por todo el cuerpo, soltando una chispa de excitación entre sus piernas. ¡Estúpido cuerpo lleno de hormonas!
—No… no creo que quieras…
—Yo decidiré si quiero escucharlo o no, y la única manera de decidir es escuchándote, además, has demostrado a lo largo de los años que careces de la sabiduría para considerar adecuadamente las cosas que introduces en este mundo, prefiero estar prevenido de cualquier idiotez que pudieras estar a punto de cometer bajo mis narices.
Estaba muerta. ¡Estaba MÁS que muerta! Si la convertía en una piedra fey estaría siendo bastante piadoso y permisivo. ¿Cómo demonios le explicas el Kama Sutra y las artes amatorias al más conservador de los conservadores de un mundo medieval de fantasía?
—¿Y entonces? —la apresuró él sin piedad alguna, apretando ligeramente el agarre sobre sus muñecas, como dándole a entender que no se iba a librar de esta.
—Tener… actividades íntimas a solas… o con otra persona… o con varias personas puede considerarse como arte… en mi otro mundo.
Rozemyne levantó la mirada con algo de temor, encontrándose con el error de procesamiento en el rostro de Ferdinand tan claro como el agua de un washen recién invocado.
Esperó un poco, detectando el momento en que la mente de Ferdinand se destrababa.
—Es un manual que explica… cosas interesantes sobre… el placer y el funcionamiento del cuerpo… tiene posiciones… y explicaciones de qué zonas se estimulan en el cuerpo… incluso tiene dibujos detallados y…
—¿Porqué una dama noble querría un manual tan perverso?
Esto iba a doler… no quería decirlo en voz alta, en verdad no quería admitirlo… pero tampoco estaba dispuesta a jugar a la ruleta rusa con su relación, especialmente en el aspecto relacionado con la alcoba.
—Ahm… Ferdinand… yo también quiero tener [orgasmos] cada vez que tenemos [sexo].
Su dios oscuro ladeó la cabeza en confusión. Malditos fueran todos los estúpidos eufemismos nobles y la falta de vocabulario para esto.
Bajó la mirada, lanzando alguna que otra de soslayo sintiéndose abrumada y apenada a partes iguales.
—Quiero decir… disfruto mucho ofrendarte mis flores… pero… no siempre alcanzo el nivel de placer que tú obtienes al final.
Por el rabillo del ojo pudo notarlo sonrojándose, desviando la mirada y soltándola apenado, justo antes de comenzar a golpear una de sus sienes con el dedo.
No parecía molesto, solo un poco avergonzado.
—No pensé que sería tan diferente para un hombre que para una mujer —escuchó que Ferdinand murmuraba, entrando en modo científico loco.
Bien, si sus mejillas no estaban en peligro inminente de ser arrancadas a pellizcos, tal vez debiera explicarse un poco más.
—Disfruto mucho nuestros besos… o que cepilles mi cabello y la sensación de nuestros manas arremolinándose, es solo que… no puedes esperar que lo disfrute siempre si solo usamos la posición del [misionero].
La miró confundido de nuevo… maldito sea este idioma incompleto.
—[Misionero] es el nombre de una posición… una de las muchas que existen… no es la más estimulante para mí.
—¿Posición?
Asintió con fuerza, sacudiéndose la maldita vergüenza de encima.
Esto habría sido mucho más fácil de explicarle a un americano, a un europeo o a un australiano… claro que ya no estaba en ese otro mundo, donde una sencilla búsqueda de internet estimularía lo suficiente el lívido de su pareja para obligarlo a investigar y experimentar más con ella.
—Tú solo me tumbas sobre mi espalda, me tomas de las manos y luego me penetras… nuestro [juego previo] dura muy poco, a veces dura tan poco que ni siquiera estoy bien mojada cuando tú ya estás entrando y yo… en serio, quiero disfrutar de muchos [orgasmos] contigo, pero de esta manera es sencillamente imposible, soy bastante afortunada si logro tener uno pequeño antes de que tú te [vengas] dentro ¡y sospecho que la cosa va a empeorar una vez que esté embarazada! No puedo seguir esperando a que te duermas para [masturbarme] cuando me dejas especialmente [caliente] y ansiosa, ¡la culpa es demasiada para soportarla siquiera por algo por lo que no debería de sentirme culpable!
¡Se tenía que decir y se dijo!
Estaba exaltada y completamente decidida a traer una revolución sexual completa, por lo menos a su dormitorio, ya había logrado quitarle a Ferdinand la absurda idea de dormir por separado a menos que fueran a tener relaciones esa noche, ahora solo tenía que enseñarle a… ¡no otro error de procesamiento! ¡Aghhhhh!
Si no hubiera estado tan metida en el súbito arranque de ansias de justicia, habría encontrado la mueca de Ferdinand divertida y adorable.
Su dios oscuro la veía con los ojos muy abiertos y la boca abierta de un modo muy poco noble, si se le permitía decirlo.
Ella se cruzó de brazos a la espera, molesta luego de aceptar lo deplorable que era su vida sexual. ¡Al diablo con todo! ¡Haría el maldito libro con sus propias manos si con eso conseguía lo que quería!
Ferdinand pareció volver en sí, cubriendo su boca con los ojos todavía abiertos y mirándola tan pálido como si hubiera cometido un error terrible e imperdonable. Ella lo miró todavía con los brazos cruzados y el ceño fruncido, hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no decir nada más y esperar a que fuera él quien dijera algo.
—No entendí todo lo que decías, pero… no estás complacida con nuestras actividades nocturnas… ¿me equivoco?
Asintió con gravedad, tan seria como podía estarlo al discutir algo más que relevante.
—Y este… manual… explica cómo solucionar el problema.
Asintió de nuevo, aflojando su ceño y bajando un poco sus brazos, dejando de estar en guardia.
—Hay tantas cosas que parecen desconocer en este mundo… si bien nunca usé lo que aprendí en ese libro, no era algo que se desconociera, eran conocimientos de cultura general.
Ferdinand estaba reflexionando ahora, tomándoselo tan en serio como cualquier tema que le parecía importante y necesario. ¿Dónde estaba la prohibición de hablar de sexo? ¿No iba a discutirle que lo que hacían debía ser suficiente? ¿No iba a matarla por hablar de cosas tan desvergonzadas e impúdicas, a pesar de ser una dama noble?
—Si este conocimiento hará feliz a mi diosa del agua, estoy dispuesto a aprender.
Una sonrisa retorcida se le escapó a Rozemyne. Justo ahora recordaba porque amaba a este hombre con locura a pesar de conocerlo a fondo.
—Vas a tener que dejar de lado algunas… creencias, y escucharme, no importa que tan extraño te parezca lo que te diga.
Lo observó considerando sus palabras, negando un poco antes de asentir, mirando a la nada antes de observarla de nuevo.
—Muy bien, esta noche puedes mostrarme, yo seguiré tus indicaciones sin poner ninguna objeción… siempre que no incorpores a otras personas y que me muestres en otra ocasión ese libro con la herramienta para enlazar nuestras mentes.
Ella asintió justo antes de sonrojarse, sintiéndose confundida de repente.
—¿Otras personas?
—Dijiste que el libro habla del placer que puede obtener una sola persona, una pareja o varias personas… así que imagino que por alguna perversa razón ese manual incluye instrucciones para ofrecer flores en grupo… ¡demasiado vergonzoso!
Se lanzó a él, cubriéndolo de besos antes de mordisquear la punta de una de sus orejas.
—No necesito jugar con otros hombres o con otras mujeres si te tengo tan dispuesto a aprender. No es como que quiera ofrendar mis flores a alguien más.
Lo sintió alejarla de él, mirándola con incredulidad y algo parecido al asco.
—¿Otras mujeres?
Soltó una risa nerviosa, tomando las manos de su dios oscuro entre las suyas.
—Ay tantas cosas que ignoras, mi amado Ferdinand, no sé si quiero quitarte todo rastro de inocencia.
Notó el sonrojo avergonzado en la punta de sus orejas. Decidió hacerlo olvidar del modo más rápido posible.
Sus ropas volaron hasta el suelo. Los ojos de su amado la estudiaban embobados. A juzgar por los pliegues en la tela, podía jurar que él ya tenía una erección perfectamente lista debajo de sus ropas.
—¿Quieres que sea yo quien te desvista o…?
Imposible terminar su pregunta, su dios oscuro ya estaba igualando las cosas a paso rápido. En definitiva, quería sentir tanto placer como él.
Rozemyne levantó las sábanas para recostarse junto a él sobre su costado. Pasó las yemas de sus dedos delicadamente sobre el pecho de Ferdinand, sintiendo que podría suspirar como lo hacían madre y el resto de las admiradoras de su esposo ante la perfección de su cuerpo entrenado en las artes de la guerra.
—Tócame igual.
Él obedeció, dejando vagar sus dedos por su vientre, sus senos y sus clavículas, arrancándole suspiros placenteros ante las sensaciones que el tacto y el mana provocaban en su cuerpo.
Se acercó más, besándolo con calma, usando su mano libre para enredarla en los hermosos y sedosos cabellos azul claro de su marido, abriendo la boca antes de meter su lengua de manera tentativa, sintiendo como era imitada antes de permitir que un poco de su mana danzara con el de Ferdinand en su boca.
Como Urano, su experiencia práctica en el sexo no iba más allá de un par de masturbaciones al leer alguna novela erótica especialmente descriptiva, así que lo único con lo que podía comparar el baile del mana era con la sensación de su propia mano contra algunas partes erógenas de su cuerpo, si bien era mucho mejor, no era suficiente para llevarla al climax.
Recorrió la mandíbula de Ferdinand con su boca, humedeciendo sus labios un poco antes de atrapar su lóbulo entre los dientes para succionar despacio, lo suficiente para obtener un gemido bajo y gutural antes de continuar su camino de besos por su cuello y luego un hombro fuerte y tentador que no tardó mucho en morder sin lastimar.
Las manos de Ferdinand la atrajeron a él, podía sentirlo a punto de rodar para quedar sobre ella y entrar como acostumbraba. Juego previo demasiado corto.
—No aun —murmuró ella, deteniéndolo en el acto—, bésame igual.
Lo sintió reticente por un segundo o dos, luego los labios y la lengua de Ferdinand se desplazaban por su cuerpo de la misma exacta manera, haciéndola suspirar de placer, sintiendo como su excitación aumentaba poco a poco.
—¡Más abajo! —ordenó ella en un suspiro, deleitándose en los besos que poco a poco cruzaban entre sus clavículas, pasando por su escote.
Tal vez estaba demasiado desesperada por sentir más. Ferdinand se había limitado a amasar sus senos un par de segundos antes de penetrarla cuando tenía suerte, no era de extrañar que quisiera sentir más caricias en esa zona.
Acarició la cabeza de Ferdinand un momento antes de recostarse sobre su espalda para darle un mejor acceso a uno de sus senos.
La boca de Ferdinand se detuvo, podía sentir su respiración acelerada sobre el pezón que le estaba ofreciendo. Los ojos dorados de su esposo se enlazaron con los suyos. Había dudas en su mirada.
—¡Por favor! —suplicó ella, esperando que fuera suficiente para que él comprendiera lo que deseaba.
—¡No soy un bebé!
¡Oh, vaya! Así que era eso.
Rozemyne sonrió sin dejar de mirarlo o acariciarle el cabello.
—No solo sirven para alimentar a los bebés, también son [zonas erógenas], lo que significa que soy muy sensible, tus labios y tu lengua me complacerían mucho justo ahí.
Pareció dudar un momento antes de mirar de nuevo aquella invitante cima coronada. Pareció probarlo de manera tentativa, robándole un gemido agudo que lo obligó a mirarla con curiosidad… ¡fabuloso!, acababa de ponerlo en modo científico loco otra vez.
Ferdinand acunó sus senos, uno en cada mano, observándolos y manipulándolos de todas las formas que se le ocurrió antes de besarlos, pasear su lengua a todo lo largo y ancho, succionando y estimulando con la punta de su lengua y su pulgar luego de encontrarle el truco, incluyendo de pronto toques con su mana que intensificaban tanto las sensaciones, que por un momento pensó que así debían sentirse los afrodisiacos del otro mundo. Rozemyne gemía y suspiraba, aferrando la cabeza de su amado con fuerza cuando sintió una sacudida, la tensión de su cuerpo llegando a un punto de explosión que la hizo respirar con dificultad y gemir con fuerza el nombre de su dios oscuro, quien la soltó apenas notar los cambios, observándola como haría con un sujeto de pruebas en su laboratorio.
—¿Eso fue un…
—Un [orgasmo] —explicó ella casi sin aliento.
Ferdinand la miraba perplejo, luego pareció considerar algo antes de alejarse un poco de ella.
—¿Ferdinand? ¿qué pasa?
—Imagino que… querrás descansar ahora.
Le tomó un par de segundos comprender lo que pasaba. Cada vez que Ferdinand terminaba, salía de ella, se recostaba para abrazarla y al poco tiempo se quedaba dormido.
No pudo evitar reírse un poco, alcanzándolo y jalándolo de vuelta.
—Ferdinand, ¡quiero más!
—Pero… ¿no era esto lo que deseabas? ¿no ha sido suficiente?
Lo besó tan apasionadamente como pudo, delineando sus rasgos con uno de sus dedos cuando rompió el contacto entre ambos, sonriendo de forma descarada.
—Puedo tener más de uno si me estimulas de manera adecuada, incluso es posible que tenga varios a la vez, uno detrás del otro, siempre que esté lo suficientemente excitada y tú estés dispuesto a complacerme aún más.
La cara de Ferdinand pasó de la sorpresa al rostro serio y decidido que ponía cuando lograba desentrañar algún misterio.
—¿Cuándo acabará nuestra danza de esta noche entonces?
—Cuando tú hayas terminado, Ferdinand.
Lo observó de cerca. Su dios oscuro parecía considerar sus palabras.
—No parece muy justo… nada de esto.
Sonrió con tristeza, ella había pensado lo mismo la primera vez que leyó el dichoso libro que tendría que mostrarle a Ferdinand en sus recuerdos en algún momento de la siguiente semana.
Ahora no le parecía tan malo. No solo no estaba exhausta como él cuando lograba llegar al final, si era sincera, disfrutaba bastante saber que podía hacerlo terminar sin mucho esfuerzo, disfrutaba escuchar su voz profunda y aterciopelada gruñir y jadear de placer.
Notando que las sábanas estaban revueltas a un lado suyo, Rozemyne aprovechó que su marido descansaba boca arriba para enderezarse, pasando una de sus piernas al otro lado para rodear las caderas de su dios oscuro.
—¿Qué haces?
—Prometo que te gustará, solo relájate y… acaríciame mucho, por favor.
Recorrió el torso y los abdominales del hombre debajo de ella, delineando su ombligo un momento antes de continuar más abajo, enredando sus dedos entre los vellos azul plata que rodeaban la hombría de su dios oscuro, alcanzándola y sonrojándose un poco. En realidad, esta era la primera vez que lo tocaba con sus manos. Estaba excitada y apenada al mismo tiempo por no haberlo tocado antes, más al notar el enorme sonrojo en la cara de su esposo, cuya boca había dejado escapar un gemido bajo, corto y lleno de sorpresa y placer.
Con algo de torpeza, lo masajeó un poco arriba y abajo, lo suficiente para ver el rostro lleno de deseo que Ferdinand acababa de poner, colocándose en una posición en que pudiera frotarse de forma placentera con aquel miembro cálido y húmedo lo suficiente para jadear ella misma abriendo los ojos que había cerrado por el estímulo, regocijándose internamente al notar que las manos de su dios oscuro descansaban sobre sus muslos, intercalando caricias y apretones gentiles. Debía dejar de torturarlo ahora, de modo que lo colocó en su entrada, sentándose lentamente, deleitándose en la sensación de la llamada "espada de Ewigeliebe" entrando en su "cáliz" tan lentamente, que la sensación fue más duradera de lo usual.
Rozemyne se agachó por completo, abrazándolo entre jadeos antes de sembrar más besos sobre las mejillas, el cuello y los hombros de Ferdinand.
—Ferdinand, trata de aguantar, dame algo de tiempo para alcanzar mi propio placer.
Lo sintió aferrarla con fuerza por la cintura, inmovilizándola antes de devolverle aquella deliciosa lluvia de besos.
Apenas su agarre se aflojó lo suficiente, Rozemyne se enderezó, apoyando sus manos sobre el pecho de Ferdinand, comenzándose a moverse de distintas maneras a un ritmo lento.
Adelante y atrás, arriba y abajo, en círculos, decidiéndose por intercalar los movimientos conforme iba acelerando lentamente.
Ferdinand jadeaba debajo de ella con los ojos cerrados, el ceño fruncido y la mandíbula tensa. Al parecer, contenerse le estaba requiriendo un gran esfuerzo.
Lo sintió apretar con fuerza sus muslos, de modo que ella se detuvo de su cabalgata. Se agachó para besarlo despacio, recibiendo en su lugar un beso furioso y ardiente que solo la excitó más. Quería moverse, necesitaba moverse, pero él la tenía inmovilizada con tanta fuerza, que estaba segura de que dejaría marcas en sus muslos al día siguiente.
Con algo de dificultad, pasó una mano por en medio de ellos hasta alcanzar ese nódulo que sabía le daría la estimulación que tanto necesitaba. Sus dedos pasaron por sobre aquel pequeño órgano hinchado, manejándolo de forma violenta ante su necesidad de seguir. Ferdinand no tardó en empujarla para que ella volviera a sentarse sobre él, arrancándole un gemido placentero antes de mirarla con atención.
—¿Puedo…
Su marido debía estar muy cerca del final, respiraba con dificultad, su frente estaba perlada de sudor y sus ojos dilatados la veían con un hambre que no le había notado antes, ni siquiera cuando llegó a salvarlo de su cautiverio tiempo atrás.
Rozemyne dejó de masturbarse, aceptando en cambio la mano varonil que temblaba antes de colocarse sobre ella.
La joven encarnación de Mestionora se dobló hacia atrás por puro instinto para permitirle un mejor acceso a su amante, tomando la mano ajena con la propia para guiar sus movimientos hasta encontrar los que le parecían más agradables, gimiendo sin apenas contenerse, soltando a Ferdinand, quien siguió aumentando la velocidad de sus caricias, soltándola justo al borde de ese abismo de placer y sorprendiéndola de manera repentina.
Ferdinand se sentó entonces, girando lo suficiente para bajar sus piernas de la cama, aferrándose a ella con una mano y comenzando a bombear con desesperación dentro de ella.
Más tarde, Rozemyne llegaría a la conclusión de que Ferdinand nunca la había penetrado de forma tan salvaje como esa noche, claro que ¿quién podría culparlo?
La joven se aferró a su pareja con desesperación, sintiendo que era arrastrada por fuertes ondas que viajaban desde su propio centro con una violencia inusitada, gimiendo más que nunca y gritando el nombre de Ferdinand en el proceso, dejando que su cuerpo convulsionara tanto, que no podría seguir aun si lo intentara.
Estaba terminando, las ondas cada vez más sutiles y calmas cuando sintió el mana de Ferdinand y algo más entrando en ella con la misma furia, provocándole un tercer orgasmo esa noche.
Ambos estaban exhaustos, jadeando en brazos del otro con sus cuerpos ardiendo de placer.
— Brenwärme y Beischmachart, estarán complacidos, luego de esta noche —murmuró Ferdinand entre jadeos cansados.
—Yo estoy… más que complacida, podría dormir, profundamente ahora.
Lo besó una vez más. Un beso dulce y tranquilo esta vez.
—Te amo tanto, que en verdad, eres todas mis diosas.
Frotó su rostro contra el de su esposo, sintiendo que volvía a enamorarse de este hombre maravilloso que tanto había hecho por ella.
—También te amo, mi dios oscuro.
Se quedaron así un poco más, al menos, hasta que Ferdinand la obligó a moverse para liberarse de su abrazo, quedando expuesto ante ella por completo. Se sentía tan cansada que solo quería dormir, a pesar de saber que debía ir a asearse ahora.
—Tu mundo de sueños —dijo Ferdinand cuando ella comenzó a bajar sus pies para levantarse, deteniéndola y captando su atención—, tienen razón en llamarlo arte.
Ella sonrió orgullosa, besándolo en el cabello antes de ponerse en pie.
—Y eso, que solo has experimentado una, pequeñísima parte, de la cultura del [sexo] que teníamos en mi otro mundo.
—Estoy ansioso por saber aún más, así que, asegúrate de pedirle a Liesseleta que despeje tu tarde y tu noche dentro de tres días.
No pudo terminar de levantarse, más que nada por curiosidad.
—¿Tres días?
—Intuyo, que es el tiempo que me tomará, hacerme de la herramienta mágica que necesitamos.
Podía notar una sonrisa ladina en los labios de Ferdinand, así como la mirada decidida que ponía cuando estaba en modo de científico loco.
—Tres días entonces, puedes convocarme como si fuera una "emergencia" si la herramienta te llega antes.
Él la tomó de la mano, jalándola para besarla de nuevo y dejarla ir. Lo escuchó usar washen en si mismo, lo consideró por un momento, descartando la idea. Su sexo estaba tan abultado que apenas podía caminar, suponía que el hechizo la haría morir de placer dado lo sensible y receptiva que había quedado si no caminaba al menos hasta la habitación de aseo que tenían junto a la recámara.
¿No era esto lo que quería? ¡Oh si! ¡Esto era lo que había deseado! Y estaba más que dispuesta a que las siguientes noches de su vida fueran tanto o más estimulantes que esta.
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Notas de la Autora:
Hola de nuevo.
Espero haber escrito correctamente los nombres de todo (dioses y lugares), y bueno... algo más entretenido este capítulo, espero. Ojalá hayan disfrutado leyendo tanto como yo escribiendo.
No sé cuando vuelvo a publicar, puede que pronto porque voy a estar lejos de mi propio dios de la oscuridad casi un mes, jejejeje, pero bueno, solo para que no se me olvide, el próximo debería explorar esos recuerdos para ver como reacciona Ferdinand ante tanto descaro y perversión terrestre... y no sé... ¿mezclamos en el que sigue a ese un copy paste?... jajajajajaja, no sé, tal vez lo del copy paste espere hasta que haya leído ese capítulo... lloro porque no se cuantos capítulos me faltan para llegar, pero en fin, cuídense mucho, saludos a todos, abríguense si están en el hemisferio sur, suerte con el calor si están en el norte.
SARABA
