Los dioses del amor

Baño para dos

Estaba sentada esperando a que Lieseta terminará de arreglar su cabello cuando Ferdinand se agachó para quedar frente a ella.

–Lamento mucho que no podamos tomar juntos el desayuno.

–Me siento igual. Por favor no te saltes el desayuno o la comida y regresa en cuanto puedas, después de todo, es una provincia cercana, ¿O no?

La mano de Ferdinand sobre su mejilla era lo más reconfortante del mundo, era su manera de decirle que se cuidaría y que esperaba que ella se cuidara también.

Cubrió aquella mano con la suya, sonriendo levemente justo antes de saborear el mana de Ferdinand directamente de sus labios. Un beso dulce que solo intentaba transmitirle afecto.

–Trataré de cenar contigo, si no puedo, enviaré un ordonance.

–Buen viaje, Lord Ferdinand.

–Volveré pronto.

Ferdinand se irguió cuan alto era, despidiéndose con un gesto rápido de la mano que ella imitó con más lentitud, mirando como su esposo salía de la habitación que compartían. Hasta ese momento se dio cuenta de que su asistente no se movía.

–¿Pasa algo, Lieseleta?

–¿Eh?, ¡N-no, no es nada, Aub Alexandrian?

Sintió un tirón en su cabello y las manos de su asistente temblando. Imposible no voltear para confrontar a la joven a cargo de su aspecto personal.

–¿Lieseleta… porqué estás tan roja?

Su asistente hizo lo posible por no responder, mirando a otra parte sin que se le pasara el sonrojo. A Rozemyne le había tomado un poco de paciencia y una herramienta para evitar que otros escucharán para que su joven asistente confesara lo incómodo que le resultaba presenciar momentos tan íntimos entre la pareja archiducal cada vez con más frecuencia.

Si lo pensaba, Ferdinand se había vuelto un poco más demostrativo con ella cuando estaban dentro de la habitación, quizás un efecto secundario de sus recientes prácticas basadas en el Kamasutra.

Rozemyne sonrió sin poder evitarlo.

Hacía una semana que habían usado los aros mágicos para enlazarse y revisar los recuerdos de Urano sobre su lectura del manual, bastante moderno y bien detallado… no sabía si era una suerte o una desgracia que no revisaran un poco más, llevaba un par de días preguntándose cómo habría reaccionado su amante de haber notado de primera mano que Urano se había tocado un par de veces después conforme estudiaba el manual, encerrada en su habitación. El sonrojo no tardó en llegar a su rostro al mismo tiempo que su peinado del día era terminado y su puerta abierta para permitirle pasar.

Tomó aire para sacar de su cabeza todos los recuerdos de la última semana y las fantasías que habían producido tan deliciosos encuentros, después de todo, tenía mucho trabajo por hacer, debía apurarse si quería estar libre para la hora de cenar.

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–Así que, ¿un nuevo postre?

Aun si para otros no era notorio, ver la sonrisa de Ferdinand a juego con una mirada llena de curiosidad la hizo sentirse bastante orgullosa.

–Se llama cremme brulé, pensé que sería bueno experimentar un poco con el azúcar recién aprobada en el laboratorio.

El interés de su esposo se incrementó, podía notarlo en el brillo de sus ojos dorados que la miraban atentamente antes de dar algún vistazo ocasional al famoso postre, el cual se encargó de explicar antes de dar una pequeña prueba de demostración con una cucharita para té. Su corazón saltó alegre al notar como el hombre, aparentemente inexpresivo, devoraba hasta el último pedacito del postre a su disposición.

Sonrió complacida sin dejar de comer el suyo. ¿Tal vez debería intentar replicar la crema batida? Sonrió sin poder evitarlo al pensar en todas las posibilidades si además lograba crear una lata como las que tenían en la Tierra… Ferdinand haría un postre más que delicioso con un poco de crema batida y…

–Todas mis diosas, estás descuidando demasiado tus gestos.

Saliendo de su ensueño se dio cuenta de que su rostro debía estar diciendo demasiado, las orejas de Ferdinand estaban rojas hasta su base.

–Lo lamento, estaba pensando que otros postres debería introducir a continuación.

La mirada cargada de sospecha de Ferdinand le provocó un escalofrío, en realidad ella no había mentido, solo había omitido información, estaba segura de que compartirla habría sido muchísimo peor.

Estaba tratando de aguantar una risa divertida cuando notó que Ferdinand tomaba la servilleta de su regazo para comenzar a limpiar su boca. Justus ya estaba al lado de su señor, listo para conducirlo al baño.

–Hem… Justus, Lieseleta, necesito darles algunas indicaciones justo ahora.

Si Ferdinand no estuviera viéndola con esa mirada que parecía tratar de leerle la mente y con el ceño un tanto fruncido, seguro habría evitado sonrojarse… bueno, ya mejoraría en esto de preparar sorpresas.

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La puerta del baño de la habitación principal se cerró dejándolos solos y con batas de toalla cubriéndolos desde el cuello hasta los tobillos. Está vez no intentó disimular su risa divertida, notar la cara de completo asombro de Ferdinand sin que pudiera disimularla con su máscara inexpresiva era suficiente para ella.

–¿Myne?

Que la hubiera llamado por su nombre verdadero solo lo hacía aún mejor.

La joven tomó la mano de su esposo para guiarlo a la gran tina que antes no se encontraba ahí.

–Hice remodelaciones –explicó la peliazul deteniéndose junto a la tina, más parecida ahora a un pequeño baño romano y lleno de agua caliente, burbujas con aroma fresco y vapor.

–¿Cuándo…? ¿Cómo…?

–Aproveché que estarías fuera para experimentar un poco con el entwiklen… Harmut me ayudó con el dibujo del diseño, fue bastante complicado de hacerse.

Al parecer, le había provocado un error de procesamiento a su dios oscuro, así que hizo lo único que se le ocurrió… quitarse la bata e introducirse despacio en la tina, apoyándose de los dos escalones en la esquina antes de sentarse.

–Prometiste que tomaríamos un baño juntos, pero era imposible con la pequeña bañera que había.

Eso pareció traer a Ferdinand a la realidad. El hombre de cabello azul claro la observó con las orejas coloradas, luego a su alrededor.

Estaban solos.

–Sospecho que tendré que bañarte.

–Y yo te bañaré a ti, todo es parte de la diversión.

No parecía muy seguro conforme se retiraba la bata, colgándola a un lado antes de introducir un pie y luego el otro, sentándose con un rostro que demostraba lo nervioso y poco convencido que estaba.

–¿Qué te parece?

–Es… extraño.

Si era sincera, parte de elegir este diseño era por la ilusión de tomar un baño japonés a futuro, usando la tina para descansar en agua caliente una vez limpia… la otra parte, por supuesto, era disfrutar un baño en pareja, la cosa ahora era… ¿por donde empezar?

Rozemyne se acercó hasta sentarse a horcajadas sobre Ferdinand con la idea de besarlo, idea que se perdió al sentir el ardor y dolor de sus mejillas siendo pellizcadas y estiradas de una forma demasiado familiar.

–Awww…¡Feilan!...wuele.

Su marido la jaloneó un poco más con el ceño fruncido antes de liberarla y cruzarse de brazos, luciendo aterrador a pesar de estar desnudo y rodeado de burbujas.

–¡Idiota! ¿Tienes idea de todo lo que pudo haber ido mal por tu remodelación? ¿Porqué no me esperaste para que te ayudará?

Rozemyne estaba sobando sus adoloridas mejillas con los ojos llorosos, tentada a ocultarse entre las burbujas sin llegar a hacerlo.

–¡Quería sorprenderte cómo tú a mí con esa cama en mi habitación oculta!

El ceño de Ferdinand se relajó en ese momento. El hombre sobre el cual estaba sentada ahora estaba dando pequeños golpes en una de sus sienes, cómo recapacitando un poco ante la relación entre ambos sucesos.

–Comprar una cama y su ropa, para luego transportarlas desde la ciudad baja por el círculo de transportación no es ni un poco peligroso en comparación con usar entwiklen para remodelar un edificio que, sospecho, seguía ocupado por personas vivas. ¿Acaso Mestionora te abandona durante el día?

No estaba muy segura, pero parecía que Ferdinand acababa de encontrar un eufemismo para llamarla idiota… ¡Cuánta falta de romance!

–Si, bueno, pero nadie salió herido y por alguna razón, ¡nadie hace tinas de este tamaño!

Por la mirada que le dedicaban esos ojos dorados, estaba segura de que no estaba comprando su excusa.

Suspiró derrotada justo antes de volver a su posición original, sentada a un lado de Ferdinand convencida de que, de alguna manera, lo había echado a perder.

Con la excitación completamente apagada, la anticipación en el olvido y un fuerte arrepentimiento, Rozemyne alcanzó la pequeña jarra de agua que sabía estaba conectada a un recipiente mucho más grande lleno de agua caliente y comenzó a enjuagar su cabello. Apenas terminar, tomó la botella azul ultramarino con flores talladas en qué almacenaban su rinsham para dejar caer un poco en su mano.

Apenas una gota y la botella le fue arrebatada.

–¿Se puede saber qué haces ahora?

–Iba a lavar mi cabello –respondió un poco deprimida sin atreverse a mirar a su interlocutor.

Lo escuchó suspirar, luego notó como el frasco era devuelto a su posición detrás de ellos y después un par de manos ajenas comenzaron a frotar su cabello despacio.

–… no puedo evitar preocuparme de que te metas en problemas y salgas herida de algún modo… no podría verte a los ojos sabiendo que te has lastimado por mi culpa.

Miró las burbujas que los cubrían en silencio. Podía comprender bien a Ferdinand, quién había debido protegerla y corregirla desde su bautizo y hasta ahora. Que en verdad hubiera buscado otra solución para hacerse con esa gran bañera y terminará lanzándose de cabeza en este proyecto peligroso por no esperar era lo de menos.

Dobló sus rodillas contra su pecho y las abrazó, recargando su cabeza en ellas cuando sintió que las manos de Ferdinand se alejaban de su cuero cabelludo. Quizás habría seguido sintiéndose deprimida si su cabello no hubiera sido echado sobre uno de sus hombros para que unos labios afectuosos comenzarán a besarla en el hombro contrario.

Se relajó entonces, volteando para mirar al hombre cuyo rostro estaba recargado sobre su hombro, abrazándola contra su pecho en medio de toda el agua jabonosa.

–¿No vas a lavar mi cabello?

–Debes enjuagar el mío antes.

–¿Debo enjabonarte después o prefieres enjabonarme tú a mi?

Ferdinand le besó la punta de la nariz y luego los labios. ¡Con que facilidad podía hacerla sentir mejor y arrancarle una sonrisa!

–Yo te enjabono primero.

Podía sentir un sonrojo surcando sus mejillas sin que le importará demasiado. Él sonreía, besándola de nuevo justo antes de soltarla para alcanzar la jarra con motivos de mar antes de comenzar a enjuagarla, pasando su mano y sus dedos por su cabello, masajeando despacio.

Una vez libre de rinsham, Rozemyne se volteó por completo antes de alcanzar la botella azul claro con la talla de un árbol para tomar un poco del rinsham de su esposo y comenzar a lavarle el cabello.

Estaba disfrutando bastante de frotarlo y jugar con su cabello, sorprendiéndose al escuchar un gemido bajo y cavernoso escapando de la boca de Ferdinand. Solo para confirmar que no lo había imaginado, Rozemyne comenzó a dibujar pequeños círculos sobre el cuero cabelludo con las yemas de sus dedos, masajeando con calma hasta escuchar otro pequeño gemido mal contenido.

Tuvo que besarlo en el hombro antes de enjuagarlo divertida.

—Espero que no hagas esos sonidos cuando tus asistentes te ayudan a asearte —bromeó ella, depositando otro beso en la base del cuello de su esposo.

—Idiota —farfulló Ferdinand tan bajo, que le costó escucharlo, además de que el hombre había recostado su cabeza contra el hombro de ella antes de cubrir la mitad superior de su cara con una mano. Parecía más abochornado de lo usual.

Decidió ignorarlo, alcanzando el paño suave con que la enjabonaban para mojarlo en el agua jabonosa, sonriendo sin poder evitarlo al comenzar a pasar dicho paño por sobre el pecho de Ferdinand, recorriendo sus brazos, sus hombros y su costado sintiéndose tan relajada, que parecía mentira que estuviera haciendo todo esto como un juego previo.

Ferdinand pareció relajarse también, besándola en la quijada antes de subir sus brazos lo suficiente para abrazarla un poco.

—¿Puedo lavar tu espalda ahora? —preguntó Rozemyne divertida, jugando a ser la asistente de Ferdinand.

—Por supuesto.

Él se enderezó y ella comenzó a frotar. Recordó que alguna vez, cuando todavía era Urano, había escuchado algo de lavar la espalda de alguien con los senos… se sonrojó un poco, luego retomó su determinación de bañarlo con un paño y nada más. Era más sencillo de ese modo, además, estaba intentando hacer de esto una especie de juego de roles, lo que no sabía era cuanto tardaría Ferdinand en comprenderlo.

—He terminado, ¿puede mi Lord ponerse en pie ahora?

El Ligero escalofrío recorriendo la espalda de su esposo no le pasó desapercibido, o el tono rosado en las orejas de él. Se habría reído de buena gana si Ferdinando no hubiera volteado a verla confundido.

—¿Rozemyne…?

—Es un juego de roles… quiero ser tu asistente mientras estemos dentro… ¿o algo así?

Ferdinand comenzó a golpearse las sienes dándole la espalda, ella sonreía divertida, esperando con paciencia, escuchándolo suspirar con pesadez luego de un rato.

—¿Cómo voy a ayudarte a bañarte si eres mi asistente?

—Puedes ser mi asistente después, ¿no? Se puede jugar por turnos.

En verdad quería soltar la carcajada que parecía intentar escapar de su pecho, este hombre a veces era demasiado cuadrado, en especial tratándose de las convencionalidades sociales establecidas.

De repente, con los hombros caídos, Ferdinand se puso en pie. Su cuerpo húmedo y lleno de espuma la hizo sonreír. La excitación y la anticipación estaban de vuelta. Ella simplemente se levantó un poco sobre sus rodillas para comenzar a frotar con cuidado, aguantando como pudo las ganas de depositar besos por los muslos y las piernas de su esposo.

Cuando terminó, Rozemyne tomó la jarra para comenzar a enjuagarlo, asegurándose de frotar un poco con su mano para quitarle el jabón de encima antes de dejar la jarra y luego guiarlo para sentarlo en el extremo contrario de la tina cuadrada. Entonces tomó el paño de nuevo, sentándose frente a él para tomarle un pie y comenzar a frotarlo con cuidado, procediendo luego con el otro pie.

—¿Le gustaría a mi Lord que lo ayude a relajarse un poco más?

Parecía confuso ahora, seguramente jamás había escuchado algo como eso. Le sonrió entonces, esperando con paciencia. Pronto él dio su consentimiento en silencio, en ese momento ella reacomodó su propio cabello antes de tomar delicadamente las piernas de Ferdinand, abriéndolas con calma para ubicarse en el medio y tomar su miembro entre sus manos, masajeándolo un poco antes de dar una probada tentativa, deleitándose en el dulce sabor de su mana concentrado y el gemido de sorpresa y placer escapando con la voz de Ferdinand.

—¿Roze…myne?

—¿Si, mi Lord?

Lo miró sin dejar de masajearlo, notando que el hombre se debatía internamente con el rostro cruzado por un sonrojo de lo más obvio.

Le dio una probada más, observando la reacción en él y sonriendo orgullosa por lo que había logrado.

—Mi Lord, apoye sus manos un poco más atrás y relájese, prometo detenerme en cuanto usted me lo pida.

No esperó una confirmación o que él se reacomodara, simplemente abrió la boca y fue por todo.

La sensación era curiosa y agradable. El mana de Ferdinand siempre había sido algo que disfrutaba demasiado, apenas esa semana había notado que la primera vez que lo probara era solo una niña pequeña, bebiendo una poción desconocida antes de que le colocaran una corona mágica en la cabeza y sus ojos se sintieran tan pesadas que comenzaran a cerrarse sin permiso. Era una suerte que no lo hubiera sabido antes, no estaba segura de que habría podido aguantar las ganas de robarle besos a Ferdinand solo para degustar aquel sabor dulce una vez más, en especial después de que él la obligara a tomar las desagradables pociones reconstituyentes debido a su débil constitución física.

Rozemyne experimentó un poco, divirtiéndose bastante al darse cuenta de lo difícil que la estaba pasando Ferdinand al tratar de no hacer demasiado ruido. El hombre debía estarlo disfrutando inmensamente, negándose con terquedad a dejar salir del todo los sonidos que la recompensarían por un trabajo bien hecho.

Pudo sentir una mano sobre su cabeza, acariciando sus cabellos con afecto. Decidió soltarlo para depositar besos aquí y allá, paseando su lengua por la piel suave y cálida entre beso y beso antes de sentir como era movida por la cabeza para volver a lo que hacía antes. No pudo evitar sonreír complacida antes de abrir la boca y engullirlo de nuevo. Un poco de crema batida realmente haría de esta una mejor experiencia, más divertida al menos.

—¡Para! —ordenó la voz de Ferdinand al tiempo que la mano entre sus cabellos la obligaba a separarse de él.

Lo miró a la casa sin soltarlo. El rostro de su esposo difícilmente mostraba sus emociones con tanta claridad como en ese justo momento. Y todo por culpa de ella. Si lo pensaba, ese debía ser el mejor cumplido de todos los que Ferdinand pudiera darle.

—¿Desea algo más, mi Lord?

El silencio duró unos pocos minutos, los suficientes para que la respiración errática de su dios oscuro volviera poco a poco a la normalidad y el enorme sonrojo fuera cada vez menos visible, hasta abarcar tan solo la punta de sus orejas.

—Rozemyne… es hora de que dejes de ser mi asistente.

Ella asintió, sentándose en el centro de la tina sin dejar de observarlo divertida, preguntándose si él imitaría lo que ella le había echo o… ¡oh no!, había invocado al Rey Demonio otra vez, por alguna razón, Ferdinand iba a buscar algún tipo de retribución mal sana ahora. ¿Porqué este hombre no podía solo aceptar las cosas que le sucedían de buen grado? ¡Las cosas buenas!

—Rozemyne, ponte de pie, por favor.

¡Oh, diablos! Él no iba a jugar a ser su asistente, ni siquiera seguían jugando a que ella era la asistente.

—¿Ferdin…

—¡Amo Ferdinand para ti!, ahora ¡obedece y ponte de pie!

¿Qué demonios?

Por alguna razón se sentía un poco aterrada, su cuerpo obedeciendo la orden en tanto su mente no dejaba de gritar una y otra vez pidiendo auxilio.

Ferdinand la tomó de la barbilla, obligándola a levantar la cara para mirarla a los ojos. Se acercó a ella como si fuera a besarla solo para soltarla antes de obligarla a pararse derecha, caminando a su alrededor como si la estuviera examinando luego de darle una de esas tareas imposibles de realizar para otras personas.

—Demasiadas burbujas, esto no servirá.

¿De qué demonios estaba hablando aho…?

—Washen —dijo Ferdinand con su schtappe en la mano, guiando la burbuja de agua por todo su cuerpo, deteniéndolo a voluntad sobre todas y cada una de sus zonas erógenas por turno, pasando el hechizo por entre sus piernas y moviéndolo lentamente, estimulándola hasta hacerle difícil mantenerse en pie. Solo cuando sus rodillas comenzaron a flaquear el hechizo se desvaneció.

—Esto servirá —murmuró de forma maquiavélica la voz profunda y gruesa de su esposo justo antes de sentir como una mano le rodeaba la cintura y otra bajaba lentamente por sobre su vientre, pasando por entre sus piernas antes de obligarla a levantar una, con la de su cintura sujetándola con fuerza.

Podía sentir el cuerpo de Ferdinand bajando un poco, así como su boca recorriéndole el cuello, su base y uno de sus hombros de un modo tan delicioso que seguro le dejaría algunas marcas. Luego la mano en su muslo acariciándola hasta alcanzar su centro y después… después la violenta penetración, posible a causa de lo lubricada que estaba y la mano de Ferdinand de nuevo ayudándola a sostenerse sobre una pierna.

Los gemidos de placer no tardaron en escapar de su boca, la cual fue cubierta en algún momento por la de su esposo, quien no tardó en introducirle un pulgar que ella aceptó y comenzó a succionar, bajando el volumen y la intensidad de los sonidos saliendo de su boca.

Justo cuando estaba por terminar, la estimulación se detuvo. Su cuerpo y el del Rey Demonio ya no estaban unidos. Él la obligó a voltear, tomándola de nuevo de la barbilla para besarla con desesperación, un beso un tanto asfixiante y bastante pasional que terminó cuando Ferdinand se alejó apenas lo suficiente para morderle el labio inferior sin llegar a lastimarla.

Las manos de Ferdinand parecían quemar su piel. Sentirlas vagando por su espalda, delineando y dejando escapar su mana antes de tomarla de los glúteos y obligarla a saltar, levantándola para entrar de nuevo, la tomaron desprevenida.

Tuvo que abrazarse a su cuello para no caer a pesar de lo fuerte que Ferdinand la estaba sosteniendo. También acomodó sus piernas para que sus pies se sostuvieran la parte trasera de las piernas de Ferdinand, sintiendo como todo este acomodo generaban penetraciones más profundas que las de un rato antes.

El la miraba de manera escrutadora, pendiente de cada gesto, cada movimiento y cada sonido que ella pudiera dejar escapar, manteniendo su quijada apretada para no dejar escapar ni un solo gemido con toda seguridad. Este aspecto de Ferdinand, con la sonrisa del Rey Demonio decorando su rostro de mirada profunda, el raro brillo en sus ojos dorado pálido y el cabello azul escurriendo todavía fueron demasiado para ella, estaba segura de que se habría venido aún sin la estimulación adicional, comprendiendo por primera vez como se habían sentido las mujeres desmayándose durante el concierto que diera Ferdinand años atrás.

Su orgasmo transcurrió con Ferdinand saliendo de ella y bajándola hasta el agua donde él se sentó de nuevo, atrayéndola y obligándola a sentarse sobre él de espaldas, entrando de nuevo y comenzando a moverse de inmediato.

—¡Amo Ferdinand! —gimió ella sintiendo que entraba en éxtasis una vez más, y luego de nuevo cuando él la sujetó con fuerza, moviéndose con desesperación en su interior.

Una mano demasiado familiar la apresó de uno de sus senos, la otra se colaba entre sus piernas, masajéandola, insitándola a seguir al tiempo que ella luchaba por reajustar su respiración a un a menos errática.

—Esto no ha terminado aún —advirtió esa voz que tanto amaba, más cavernosa y sensual que nunca antes a pesar del tono de demanda.

—¿Qué debo hacer ahora, amo Ferdinand?

Sintió como el cuerpo a su alrededor la estrechaba con fuerza ante la palabra "amo". Un poco de lucidez la hizo darse cuenta de que era posible que hubiera descubierto un fetiche en este hombre tan imposiblemente perfecto para quienes no lo conocían.

El la obligó a descansar sobre su pecho, acomodando su rostro para poder besarla con algo de dificultad debido a la posición.

—¡Levántate!

Ella obedeció, tratando de que o fuera demasiado obvio que sus rodillas estaban a medio camino a convertirse en gelatina.

—Siéntate por allá y coloca tu cabeza en los escalones.

—¡Si, amo!

Imposible no notar el escalofrío recorriendo el cuerpo de Ferdinand o como su sonrisa malévola se ensanchaba un poco más. Ella también sonrió sin poder evitarlo. Si las circunstancias fueran otras, ya habría subido la altísima escalera por el miedo… equivalente a la anticipación que estaba sintiendo ahora. Si bien lo estaba disfrutando, sonrió más al pensar en como se iba a desquitar por esto en alguna otra ocasión. ¿Debería atarlo a la cama la próxima vez?

Ferdinand entro de nuevo, besándola y moviéndose de tal modo, que pequeñas olas de agua caliente y espuma iban y venían estrellándose en su piel como si fuera la costa de Alexandría a mitad de una tormenta marítima.

Ninguno pudo soportarlo más. El gemido ronco de Ferdinand llegó antes que su propio gemido de liberación.

Los dos respiraban con dificultad ahora, bañados en espuma por todas partes, intercambiando algunos pocos besos dulces conforme Ferdinand salía de su interior y la ayudaba a sentarse, negándose a soltarla por completo.

—¿Algo más en lo que pueda complacerlo, Amo Ferdinand? —dijo ella, haciendo lo posible por ronronear la última parte, mirando como su esposo se cubría el rostro en un gesto que demostraba cuan avergonzado estaba ahora.

—Rozemyne, yo…

—Está bien, fue divertido, no sabía que fueras un [sádico], aunque tampoco debería de extrañarme.

Los hombros de su marido parecieron relajarse ante sus palabras, sus dedos se abrieron, revelando un ojo dorado pálido asomándose entre ellos con timidez.

—Por supuesto, espero que recuerdes que no soy una santa. —advirtió ella divertida cuando la actitud tímida de Ferdinand dio paso a su usual ceño fruncido y su boca apretada.

—Sospecho que debo lavar tu cabello otra vez —murmuró él a desgana, haciéndola reír abiertamente ahora.

—Me quedaré muy quieta para que no tenga que castigarme… ¡amo Ferdinand!

—¡Idiota! —murmuró él temblando un poco, su sonrisa demoniaca asomando apenas antes de que tomara la botella de rinsham para empezar de nuevo con el proceso para asarle el cabello sin que Rozemyne pudiera dejar de sonreír.

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Estaba seca y a gusto, abrigada por su bata de toalla cuando ambos salieron a la habitación donde Justus y Lieseleta los esperaban, ambos con los rostros sonrojados y mirando hacia otro lado.

Se detuvo confundida mirando de uno a otro. ¿Exactamente que había pasado?

Se revisó a sí misma, notando que estaba bien arropada, luego miró a Ferdinand, quien venía detrás de ella, cubierto por completo por su propia bata de baño sin dejar que asomara ni un poco de piel. Él también los observaba a ambos. El entendimiento pareció llegar a sus ojos, la punta de sus orejas se puso de un hermoso color rosado antes de que él siguiera caminando con su máscara inexpresiva hacia el lado de la habitación que le pertenecía, siendo alcanzado por Justus.

Confundida por aquello, Rozemyne decidió imitar a Ferdinand, caminando hasta su lado de la cama, sentándose para que Lieseleta pudiera cepillar su cabello y comenzara a cambiarla en su ropa de dormir. Luego de lo que había sucedido en el baño, estaba segura de que esta vez si iba a amanecer con sus ropas puestas.

—¿Pasa algo, Lieseleta?

—No, n-nada, Aub Alexandria.

Intentó desestimar sus propias preocupaciones de que había echo algo que no debía, de que de alguna manera algo había avergonzado profundamente a su asistente y el de Ferdinand. Por supuesto, la mente de Rozemyne no iba a dejar el asunto por la paz pronto.

—¿Estás segura, Lieseleta?

La joven evitaba mirarla, peor aún, estaba todavía más sonrojada que antes.

Con la boca torcida por la frustración, Rozemyne sacó un dispositivo antiescucha y se lo pasó a su asistente, deseando con todo su corazón saber el origen del estrés en los dos asistentes para evitarlo a futuro.

—Habla con claridad, por favor, no sé que error he cometido esta vez.

Volteó a mirar a su asistente cuando el silencio fue demasiado, la chica seguía ahí de pie, sonrojada y mirando al piso antes de darle un vistazo que la hizo sonrojar aún más.

—Lord Justus y yo creemos… que tal vez… deberíamos haberle permitido colocar las herramientas antiescucha de distancia fija.

—¿No dijeron que necesitaban estar pendientes de que no tuviéramos algún accidente?

Se sentía más que confundida ahora.

—Aub… Lady Rozemyne… temo que Lord Justus y yo nos dimos cuenta demasiado tarde que si algo pasaba, ustedes dos son perfectamente capaces de atender al otro ante cualquier accidente… me temo que escuchamos… cosas que no pretendíamos escuchar.

Le tomó un par de minutos a Rozemyne darse cuenta de lo que había sucedido, sintiendo como su rostro, cuello y hombros cambiaban de color ante la vergüenza de darse cuenta de las implicaciones.

—¡PERDÓN! ¡LIESELETA, LO SIENTO TANTO! ¡NOSOTROS NO…!

—No se disculpe, Aub —respondió Lieseta todavía avergonzada y sin poder mirarla a la cara—, ha sido… esclarecedor saber los usos que pueden darse a diferentes habitaciones… después de todo, por favor, asegúrese de recordarnos que ustedes gustan de hacer un uso más… flexible de las diferentes instalaciones del castillo.

Sin decir una sola palabra más, Lieseleta devolvió la herramienta, Rozemyne la guardó en completo silencio, poniéndose de pie y dejando que su asistente terminara de prepararla para dormir. Jamás en su vida se había sentido tan avergonzada por dejarse llevar por sus ideas sin pararse a pensar en las consecuencias.

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Notas de la Autora:

JAJAJAJAJAJAJAJA, perdón, no pude evitar poner a un Ferdinand un poco sádico, después de todo, el hombre parece disfrutar bastante con sus complots y castigar a la gente que le desagrada... además nadie salió herido... bueno... Lieseta parece que estará traumatizada por un tiempo, nada que no pueda solucionarse con algo de tiempo, jajajajajajajaja, Justus podría tratar de sacar algo de información después de pasar la sorpresa inicial.

Por otro lado, estuve releyendo el anterior y pido una enorme disculpa por todos los dedazos, prometo arreglar eso después... en algún momento, posiblemente cuando suba el siguiente capítulo, sigo indecisa entre el copy paste y poner en marcha el maquiavélico plan de atar a Ferdinand y decorarlo con crema batida, muajajajajajajajaja, ambas cosas son tentadoras, ¡oh si! y bueno, espero se hayan divertido con esto, nos veremos en otro capítulo.

SARABA