Isabel es una mujer amable y comprensiva, pero hasta ella tiene sus límites. Que el hombre con el cual comparte su vida la engañe es uno de ellos.
Ha pasado un tiempo desde que lo descubrió, lo cual no es una sorpresa. Él había dejado de mostrar interés en ella, lo cual no sería problema si no tuvieran una relación seria.
Sin embargo, ella no piensa en separarse. Sabe que todos ya están enterados de lo que pasa en su relación, que hay mujeres mirándola y pensando que es idiota, que lo mejor sería separarse, que ellas lo harían de inmediato, pero Isabel no podría.
Para empezar, no sería solo una separación, sino un divorcio, ya que está legalmente casada con el hombre en cuestión.
Tenía mucho sentido que la gente pensara que estaba siendo tonta, ¿pero por qué no se podían poner en su lugar? No era fácil fingir que nada pasaba, hacer como si fuera ignorante de los escapes obvios y los rumores sobre él que tenían más de una verdad.
¿Qué otra cosa podía hacer? Lo suyo era un matrimonio por conveniencia y si se separaba destruiría el objetivo del matrimonio.
Ella ni siquiera eligió casarse, fueron sus padres quienes hicieron el arreglo y a ella no le quedó otra que aceptar y arreglárselas.
Vivir con Arthur no era tan malo, es decir, era el tipo de hombre que se irritaba con facilidad, pero por lo general, era cordial, solo más molesto cuando bebía de más. Él sabía comportarse como un buen esposo y cómo tratar a su esposa, no era brusco, no la insultaba o le hablaba feo. Fue por esa razón por la cual sus primeros tres años de matrimonio no hubo problemas, más que algún que otro comentario o alguna escena hecha por alguna de las familias del otro.
Ninguno amaba al otro, pero se habían acostumbrado. A Isabel le gustaba tanto como podía gustarle un hombre desconocido que nunca había visto antes, que pasó a ser su esposo en el transcurso de unas semanas luego de presentarse.
Este el quinto año de matrimonio, de hecho, su aniversario. La forma en que llegó Arthur y los regalos que le dio podrían haberla hecho feliz, pero ella podía oler algo raro. Ya tenía sospechas antes, perfume, cabello y labial en una camisa. Cosas que no señaló, callándose, hasta descubrir exactamente el nombre de la mujer.
Cuando presentó las pruebas, Francis intentó hacerle creer que no era cierto.
Lo malo fue descubrir que no era solo una mujer, habían sido varias. Su esposo parecía creer que no estaba casado o simplemente quería volver a su vida de soltero cuando no lo estaba. Sea como fuera, ella no podía aceptar eso como su esposa.
Estaba la posibilidad de divorciarse, pero, ¿cómo es que eso resolvería algo? El daño ya estaba hecho. Divorciarse no cambiaría mucho. ¿O acaso borraría los años que sufrió aguantando y salvando las apariencias por el bien de su familia? ¿Le daría la satisfacción a su esposo para estar con su amante y hacerla su esposa? No lo haría. Tal vez la vieran como una mujer estúpida o loca, por ser muy amable, tragarse su orgullo o no dejar ir, pero Isabel no lo es. Y aunque en general era alegre y amable, también podía ser cruel y vengativa.
Por eso, es que ella decidió aceptar salir con el hombre diez años menor que ella que se le ofreció, sin decirle que estaba casada, por si acaso él se echaba atrás.
Feliciano era tan dulce.
