Los Dioses del Amor
De anticoncepción y fecundación
Rozemyne sonreía, sosteniendo un raffel a medio comer en su mano sin dejar a mirar a Ferdinand con una mirada lasciva y divertida.
Estaba sentada en el regazo de Ferdinand en un pequeño sofá dentro de la habitación que les habían prestado en la mansión de invierno de Giebe Berdornen con solo una toalla atada alrededor de su cuerpo, justo igual que Ferdinand.
–¿No quieres probarla entonces? –insistió la joven Aub con una sonrisa retorcida, mostrando la fruta con varias mordidas alrededor.
Ferdinand la veía con una cara un tanto amarga y las orejas rojas sin soltarla.
–¿No habíamos acordado dejar el pasado EN el pasado?
Ella sonrió de nuevo, observando los platos que les habían dejado en la mesita a un lado del sofá justo después de que ella pidiera que los dejaran solos hasta la mañana siguiente.
–Y lo habría echo, si esto no me resultará tan familiar –dijo ella sonriendo, dejando el raffel en el plato y tomando un rezzuch asado.
Ferdinand suspiró, cubriendo sus ojos luego de mirar los platos en la mesa.
Había carne asada con rezzuch en cada plato y una cesta con raffels frescos.
Rozemyne sonrió aún más, sentándose a horcajadas sobre su esposo antes de dar una pequeña mordida a su rezzuch, suspirando luego de ingerirlo, notando un ojo dorado asomando entre los largos dedos de Ferdinand.
–Seria aún más perfecto si este fuera el desayuno y estuviéramos dentro de Lessy, ¿no crees?
Ferdinand dejó de cubrirse ahora, soltándola del todo y estirando sus brazos a ambos lados sobre el respaldo del sofá.
–¿No me quieres también recién sanado, todas mis diosas?
Ella sonrió antes de negar despacio sin dejar de mirarlo.
–Sabes que no deseo verte en un estado similar nunca más, mi Dios Oscuro, solo no pude resistirme a recordar esa época en la que estabas más hormonal.
Ferdinand volteó a un lado, con el ceño fruncido y el sonrojo cruzándolo de un lado al otro.
Si bien habían acordado no volver a mencionar los viajes de Rozemyne al pasado, también era cierto que había algo nostálgico en los platillos presentados.
Rozemyne dio una mordida más a su verdura asada, feliz de poder saltarse la cena de ese día con los nobles de esa zona montañosa cuando Ferdinand la tomó de los hombros, besándola, arrebatándole la comida de la boca antes de empujarla un poco hacia atrás, masticando sin dejar de mirarla y haciéndola sonrojar cuando tragó todo y se relamió los labios.
–Tienes razón, el sabor de tu mana en la comida es nostálgico –murmuro él, cerrando los ojos un momento antes de quitarle la comida y ponerla en los platos, tapándolos con la pequeña herramienta para detener el tiempo que Raimund rediseñara el año anterior para ocasiones como aquella.
–¿No vamos a comer entonces?
–Si todas mis diosas desea esto para el desayuno –sentenció Ferdinand con una sonrisa de Rey demonio imposible de ignorar–, entonces lo tomaremos en el desayuno, incluso dejaré mordidas en tu comida si eso deseas.
La chica sintió como se sonrojaba al mismo tiempo que la toalla se deslizaba por su cuerpo, haciéndola soltar un grito de sorpresa.
Ferdinand cubrió su rostro, su pecho desnudo y todo él temblaba mientras un sonido raro salía por entre sus dedos.
–¡No es gracioso, Ferdinand! –se quejó ella levantando la toalla para tratar de cubrirse de nuevo con una mano, pegándole en el pecho a su esposo con la otra.
Ferdinand la tomó de la mano, jalándola hacia él y besándola, encarcelándola entre sus brazos y sembrando todo tipo de besos por su cara y su cuello, haciendo caso omiso a la pataleta que ella estaba haciendo para que la soltara.
Estaba exhausta después de reír y forcejear con el hombre debajo suyo, de modo que solo se reacomodó, dejando de preocuparse por la toalla que debería estarla cubriendo ahora.
—¿Ferdinand?
—¿Mhm?
Sonrió al notar que su dios oscuro seguía besándola en un hombro, tomándose su tiempo en ello.
—¿No debería estar tomando algo para evitar la carga de Gedhuld?
Los besos se detuvieron en ese momento apenas un poco. Una de las manos de Ferdinand se coló bajo su cabello, delineando su columna con la suficiente velocidad para provocarle escalofríos.
—¿Porqué deberías? ¿Qué nadie te explicó que son los hombres los que debemos tomar tés y pócimas para eso?
—¿Qué?
Se empujó hacia atrás, quedando aun dentro de su abrazo pero a una distancia prudente para conversar, mirándolo a los ojos con sorpresa.
—¿Los hombres? ¿En serio?
Ferdinand la miró con el ceño fruncido y su boca inclinada hacia abajo de un lado, molesto por haber interrumpido sus jugueteos.
—¿Florencia no te lo dijo mientras te daba la educación de dama?
—¿Educación de dama? ¿cómo, bordar y eso?
Ferdinand la miró incrédulo por un momento, antes de calmarse e intentar de nuevo.
—Entonces Elvira debió darte la educación de dama, ¿cierto?
—¿Qué es eso de "educación de dama"? no he oído nada al respecto en Erenfhest.
Ferdinand parecía conflictuado ahora, sus orejas rojas sin dejar de mirarla.
—Es la educación que le dan a las mujeres para prepararlas para cumplir con sus obligaciones de esposas y conocer más sobre sus cuerpos… como lo referente a la carga de Gedhuld.
—¡Oh, la charla sobre [sexo]! —dedujo Rozemyne golpeando su palma izquierda con el puño derecho antes de hacer un esfuerzo por recordar cualquier cosa relacionada con sexualidad de parte de alguna de sus madres, sintiéndose nerviosa de pronto—. Temo que nadie me dio nada de eso, ni siquiera mamá Effa.
Ferdinand la bajó de su regazo, inclinándose al frente y cubriendo su cara como si estuviera horrorizado e incrédulo.
—¿Estás segura?
—¡Muy segura!
—Pero… cómo es que tú… tú sabías lo que estábamos haciendo durante nuestra noche de las estrellas, sabías lo de la espada en el cáliz.
Se sintió extraña ante el eufemismo curioso, imaginando una espada abandonada dentro de un cáliz dorado e incrustado de gemas.
—Oh, ¿así que así es como le dicen aquí?
Ferdinand la miraba ahora con el ceño y la boca fruncidas. Al parecer no estaba nada contento con su respuesta.
—¿Cómo, en el nombre de los dioses, es que nadie te dio una educación adecuada?
—Bueno, recibí una educación adecuada en [Japón], ¿sabes? Mis maestros se encargaron de decirme las partes más técnicas y luego mi madre me dio una plática cuando sospechó que estaba interesada en salir con alguien.
—¿En la escuela? ¡Que desvergonzados!
Observó un momento en tanto las orejas de Ferdinand cambiaban de crema a rosa a rojo, pasando al rosa una vez más antes de quedarse rojas hasta la base misma. Su marido había estado golpeando su sien durante todo el proceso, antes de llegar a una conclusión y cubrir su boca con su mano, teniendo los ojos muy abiertos. Al parecer, había decidido explicarle pero, o no deseaba hacerlo, o no sabía cómo.
—Ferdinand, ¿está bien si te digo o que yo sé? De ese modo, puedes corregirme y aclararme, creo que sería mucho más fácil de esa manera.
—Supongo que tienes razón —suspiró él en una actitud derrotada, robándole una sonrisa divertida.
—Bien, entonces, cuando vivía en [Japón] teníamos muchos [métodos anticonceptivos].
—¿Qué significa eso? ¿[Métodos anticonceptivos]?
La palabra extraña había activado a medias el modo científico loco de Ferdinand, haciéndola sonreír. Sería más sencillo para él de este modo.
—Se refiere a formas diversas para evitar la carga de Gedhuld.
—Oh, ya veo. ¿Y qué formas tenían para evitarlo?
—Bueno, para los hombres había [preservativos], ahm, una especie de fundas que ponían en sus… espadas… de esa manera el [semen] podía quedar atrapado ahí y no entrar en contacto con los [fluidos vaginales] y por tanto con el [óvulo].
—Rozemyne, hay demasiadas palabras extrañas en tu explicación, aunque creo que lo entiendo. Entonces, ¿estas fundas se usan para mantener la nieve de Ewigelieb lejos de la fecunda tierra al interior del cáliz de Gedhuld?
Le costó mucho trabajo no reírse al imaginar nieve real cayendo del cielo a una maceta con forma de cáliz, mientras un Ferdinand en forma chibi corría de un lado a otro con una funda de almohada, tratando de atrapar todos los copos de nieve, como si se tratara de un videojuego de celular o algo así.
—¿Qué es lo que encuentras tan gracioso? —inquirió Ferdinand con una deslumbrante sonrisa noble, demostrando que estaba más molesto de lo que era saludable en lo que ella intentaba, sin mucho éxito, reírse de la imagen en su cabeza.
—No lo entenderías, Ferdinand, perdón.
Tuvo que respirar un par de veces para calmarse, recordando de pronto los cambios que Harmut y Clarissa habían hecho en los diagramas que ella había diseñado para ser impresos en el primer manual de las artes amatorias. Ahora era un poco más fácil no reírse al imaginar la realidad.
—Si, estás en lo cierto, Ferdinand. Otros [métodos anticonceptivos] consistían en… ahm… dejar que la nevada cayera fuera del cáliz…
—Eso suena un poco desagradable.
—No tienes idea de cuantos hombres parecían disfrutar de algo así —murmuró Rozemyne pensando brevemente en una imagen sobre un bukake que había visto alguna vez en uno de los mangas que Shuu ocultaba bajo su cama—, también se usaba el método del ritmo, sacando cuentas y evitando a toda costa los días fértiles de la mujer…
—¿Días fértiles?
—Si, ya sabes, cuando el [óvulo] es expulsado y avanza por las [trompas de Falopio] donde puede ser fertilizado para luego incrustarse en el [endometrio], dentro del [útero].
Ferdinand la miraba ahora con los ojos muy abiertos y la boca cerrada. Al parecer, acababa de provocarle un error de procesamiento.
Rosemyne repasó su explicación, luego trató de repasar en su mente los términos nuevos en los diagramas. Ferdinand pareció regresar de su error de procesamiento entonces.
—Bien, veamos, ahm… hay una ¿semilla de Entrinduge? En las… ahm, joyas del cáliz, la semilla se expulsa desde las joyas, viaja por las asas y si se encuentra con las semillas de un hombre, entonces esas semillas se combinan, luego se adhieren al fondo del cáliz que es… apto para sostener un niño en su interior. ¿Es más comprensible de ese modo?
Ferdinand comenzó a golpear su sien antes de mirarla confuso.
—Pensé que no te habían dado la educación de dama, ¿cómo sabes el nombre de las semillas y porqué piensas que las mujeres también las producen?
Abrió mucho los ojos, si no tenía cuidado, todo su plan para el manual se iría al infierno ahí mismo y sus mejillas sufrirían también.
—Yo, ahm, bueno, Liesseleta me dijo algunas cosas cuando fue a avisarme de que no podría seguir asistiéndome porque está esperando un bebé y, ehm, Clarissa tuvo que ayudarme a comprender algunos de los eufemismos… ¿estás seguro de que no hay "semillas" en las mujeres?
—No, no las hay… o al menos, es lo que yo tengo entendido según la educación que me dio Justus dos semanas antes de anudar mis estrellas a las tuyas.
Fue el turno de Rozemyne de mirar a Ferdinand con sorpresa.
—¿Qué? Pero… bueno, eso explica que aquí no haya medicamentos para que las mujeres eviten embarazos… ni siquiera deben tener la [pastilla] del día siguiente.
Ferdinand la miraba con curiosidad, así que la chica terminó de explicarle sobre todos y cada uno de los métodos que utilizaban las mujeres en su mundo. Desde el más natural, hasta el más invasivo.
Para cuando terminó, ambos tenían en sus manos un par de hojas de papel Ilgner sencillo con unos pocos esquemas de preservativos, pastillas, inyecciones, DIUs y otros sistemas utilizados en la Tierra.
—Y teniendo solo esta información, ¿no se te ocurrió preguntar ANTES cómo evitamos la carga de Gedhuld aquí?
Rozemyne se sonrojó ante lo obvio. Si Ferdinand no hubiera estado informado desde antes, podía asegurar que para este momento estaría pujando para expulsar un bebé de su cuerpo y no disfrutando de su último día en la gira para el Festival de la Cosecha como Suma Obispa de Alexandria en compañía del Aub consorte.
—Lo… olvidé.
Ferdinand la miraba con la misma mueca con que la había mirado de niña, cuando ella lanzaba todo tipo de ideas para ser lanzadas y él le decía que no era viable todavía o que se había olvidado de algún paso fundamental en el inicio de la nueva empresa imaginaria.
—Según la información en [Japón], ¿qué se necesita para que una mujer tenga la carga de Gedhuld?
Rozemyne lo pensó un momento, luego dio vuelta a las dos hojas, tomando la única con una cara limpia para dibujar un aparato femenino y un calendario básico arriba. Aub Alexandria explicó entonces a su marido sobre el ciclo menstrual. Al parecer los hombres no sabían que era cíclico y, Rozemyne sospechaba, las mujeres no habían encontrado la correspondencia con la fecundación. Luego pasó a explicarle sobre el recorrido del óvulo hasta convertirse en un feto, o ser desechado.
—Entiendo, eso explica los días incómodos en que no me dejas tocarte.
—Sé que el mana tiene algo que ver aquí, solo no entiendo cómo.
Ferdinand se notaba resignado ahora, cubriendo sus ojos a pesar de que sus orejas estaban sonrojadas.
—Bueno, es simple. Necesitas que los colores combinen y que el mana sea de un rango similar para que la semilla de Entringuge se plante en la tierra del Gedhuld y germine dentro de la copa.
Tuvo que hacer un esfuerzo enorme por no imaginar todo eso de manera literal, relacionándolo cuanto antes con la extraña teoría que se tenía antes sobre los bebés naciendo en los campos de coles en Francia.
Era una creencia estúpida, pero estaba familiarizada con ella lo suficiente como para no reírse esta vez.
—Pero si no hay una de estas "semillas" por parte de las mujeres, ¿por qué seguimos sangrando?
Ferdinand y ella estaban observando el diagrama frontal que ella acababa de dibujar. Lo observó darle la vuelta al dibujo, golpeando su sien de manera reflexiva.
—Ya veo —anunció de pronto su esposo—, es posible que los dos estemos en lo correcto.
—¿Cómo?
—Si lo que dices es verdad y tomamos en cuenta lo que sabemos sobre el mana y sus efectos en el de otras personas, las dos semillas deben estar cargadas con mana de algún color. Si el mana del hombre es demasiado alto, deshará la semilla de la mujer, si es demasiado bajo, sus semillas jamás tendrán la oportunidad de juntarse con las de su esposa porque el mana los destruirá.
—Tiene sentido —acordó Rozemyne en ese momento, mirando todavía el esquema—, aunque sigo sin comprender como entran en juego los colores aquí.
—Atracción —dijo Ferdinand como si eso lo explicara todo.
Rozemyne lo miró con mala cara, torciendo la boca y frunciendo un poco el ceño, ladeando su cabeza antes de soltar un suspiro, mirando hacia el suelo de manera contemplativa.
—Ferdinand, ¡a veces eres tan tacaño con las palabras!
Fue el turno de Ferdinand de mostrarse desencantado por el comentario. El hombre tomó aire entonces, pensando con los ojos cerrados antes de explicar más a detalle.
—Si tocas por mucho tiempo a una persona con otro color de mana, el suficiente para que el mana de ambos trate de mezclarse, puede sentirse desde incómodo hasta desagradable. Entre más cercanos sean los colores, más tolerable o deseable es la interacción. Incluso el sabor del mana se percibe diferente en base a la combinación en los colores de una pareja. Por eso la mayoría toman pociones de sincronización. No espero que lo entiendas del todo siendo que tu mana y el mío siempre han sido excesivamente compatibles.
Se sonrojó ante ese último comentario, sonriendo sin poder evitarlo y agachándose un poco, justo antes de voltear y besarlo en los labios.
—Entonces —trató de resumir ella—, dos semillas del mismo color o de un color similar serán atraídas, en tanto que semillas con colores discordantes se repelerán, impidiendo de ese modo la [fecundación] y por tanto un embarazo.
—Justo así, Rozemyne.
—Eso se parece mucho a la ley de la atracción —murmuró la peliazul, antes de sentir que era despojada de su toalla y luego arrinconada contra el pequeño sofá.
Sus labios siendo reclamados por unos labios hambrientos que no paraban de besarla y morderla a pesar de la risa que esto le provocaba.
Las risas dieron paso a otro tipo de sensaciones, guiadas por los besos. El mana de ambos se mezclaba, girando y bailando a su alrededor, dando a cada beso un sabor dulce y una sensación de embriaguez a la que Rozemyne no podía resistirse de modo alguno.
—La lección ha durado demasiado —le murmuró Ferdinand al oído, mordiendo un poco la caparazón del mismo, succionando el lóbulo libre y provocándole un escalofrío placentero—, ahora estoy más interesado en estudiar las bendiciones de Bremwärme.
Rozemyne soltó una risilla ante el comentario, acunando el rostro de Ferdinand con ambas manos para obligarlo a detenerse y mirarse a los ojos.
—¡Qué desvergonzado de tu parte! —lo regañó ella a modo de burla.
—¿Quieres que sea un desvergonzado, todas mis diosas? —amenazó el peliazul, abrazándola y poniéndola en pie.
Rozemyne sintió que Ferdinand la obligaba a voltearse, parando de reír en cuanto el hombre movió sus cabellos a un lado, besando y mordiendo su otro hombro sin dejar de amasar sus senos, estimularla entre las piernas y frotarse contra sus nalgas. ¿Hace cuanto que su marido estaba listo?
—¡Ferdinand!
No respondió, tan solo la obligó a levantar una de sus piernas para apoyarla sobre el asiento, acariciándole la pierna sin dejar de besarla ahora en el cuello, pintándola con mana de un modo tan descarado, que Rozemyne pensó que de tener una cámara harían una buena película porno de regreso en su mundo.
La mano en su pecho descendió hasta su cadera, afianzándola, como si tuviera que evitar que ella escapara. La mano en su pierna había desaparecido, sin embargo, podía sentir algo húmedo y suave frotándose en su entrada, cada vez más rápido y exigente, robándole un gemido o dos antes de sentir que su cuerpo se fundía con el de su esposo un par de veces, antes de que el hombre saliera de ella y la soltara, dejándola impactada ante la falta de calor y estímulo.
—¿Ferdinand?
Podía sentir la lujuria apoderándose de ella tan solo por mirar a su marido dándole la espalda, caminando sin apuro hasta la cama, al otro lado de la habitación, deteniéndose a un lado, con la cortina del dosel en su mano.
Una sonrisa diabólica apareció en el rostro de Ferdinand, enmarcada por sus ojos dorados y brillantes que la miraban hambrientos y divertidos.
—Deberíamos ahora, ¿no lo crees, todas mis diosas?
Fue su turno de sonreír, sentándose con una pierna todavía arriba del sofá, acariciándose un poco, sosteniendo aquella mirada dorada y perversa.
—¿Porqué? ¿no deberías venir y terminar lo que empezaste?
—Ahora tú estás siendo una desvergonzada —la acusó Ferdinand sin dejar de sonreír en absoluto.
Lo miró desaparecer dentro de la cama. Rozemyne hizo un mohín, incorporándose despacio antes de verlo aparecer de nuevo con las sábanas en una mano y una almohada en la otra.
Ferdinand la alcanzó de pronto, botando su carga en el suelo junto al sofá, sentándose a su lado, trazando un camino con su dedo desde sus labios, a través de su cuello y su escote, llenándola de mana sin dejar de bajar.
—Si vamos a danzar al son de Beischmachart fuera de la cama, no puedo permitir que te lastimes.
Rozemyne atrapó la mano de Ferdinand, sonriéndole divertida, lanzándole una sonrisa cómplice al mismo tiempo que se llevaba el dedo que la había estado pintando a la boca, saboreando y acariciándolo con su lengua sin dejar de ver como Ferdinand cerraba los ojos, aguantando un gemido que terminó por robarle apenas comenzar a succionar.
—Tengo al mejor médico del mundo —aseguró Rozemyne apenas liberar a su presa—, [coger] en un sofá o en el suelo no va a lastimarme.
La miró divertido, relamiendo su dedo antes de tomarla en brazos de nuevo.
—¿El mejor, dices?
La chica sintió como sus piernas eran tomadas y jaladas, haciéndola reír por la manera tan poco caballerosa en que la estaba tratando ahora, quejándose al sentir que la mordía con ligereza en una de sus piernas, antes de lamer la otra.
—¡Ferdinand! —lo llamó entre risas, antes de sentir como sus mejillas eran jaladas y estiradas hacia los lados—, oiwe, ¿awowa que hiwe?
—¿Que qué hiciste? Si no fueras tan imprudente no habría tenido que mejorar mis habilidades como médico, ¡tonta!
Sus mejillas fueron soltadas y sanadas de inmediato. Sus muñecas fueron apretadas, jaladas y mordidas sin que las acciones de su esposo llegaran a lastimarla de nuevo y un escalofrío le recorrió la columna al notar esa mirada penetrante de Ferdinand sobre su cuerpo. Rozemyne imaginó que, si este hombre llegaba a abusar del alcohol algún día, esa sería la mirada que pondría cuando estuviera ebrio del todo.
—Pequeño gremlin desvergonzado —murmuró Ferdinand sin dejar de besarle uno y otro brazo hasta alcanzar su rostro y besarla de manera apasionada, repasando sus brazos y sus costados con mana de las yemas de sus dedos.
Rozemyne sonrió antes de abrazarse a él, atrapando sus labios, succionando el labio de abajo, sintiendo como una lengua intrusa repasaba sus dientes y el interior de su labio superior, embargándola de anhelo.
El beso se cortó, ella estaba sentada y entre sus brazos, sorprendida cuando el hombre la obligó a voltear en la misma posición que antes, con una pierna arriba del sillón. Esta vez notó como Ferdinand apoyaba una de sus rodillas en el sofá antes de penetrarla con fuerza, aprisionando su cintura con una mano y pintando su espalda con la otra, llenándola de besos y haciéndola suspirar y gemir una y otra vez.
Sujetándose con fuerza del respaldo, la joven Aub alcanzó su propia liberación, sintiendo como su cuerpo había roto en sudor y sus pulmones batallaban para conseguir suficiente oxígeno, dejando su cabeza revuelta en un mar de nubes y arcoíris vibrantes.
—¿Cansada tan pronto, todas mis diosas?
Lo sentía aferrado a ella, repasando su nariz sobre su cuello, aspirando el aroma de su cabello con toda seguridad.
—No veo que esto, vaya a lastimarme, Ferdinand.
Sintió el momento en que él salía de su cuerpo, volteándola, besándola, amasando sus nalgas con fuerza, antes de nalgearla y volver a amasar, haciéndola reír en medio de su beso. No habría esperado que él hiciera algo como eso, no era un gesto muy "noble" de su parte.
La risa se fue sin que él dejara de besarla o acariciarla con más suavidad, moviéndola, empujándola hasta dejarla recostada en el suelo, con la almohada debajo de sus hombros y no de su cabeza.
—¿Te importa si hago un experimento? —preguntó Ferdinand en tono cortés, haciéndola soltar una risita tonta por el cambio de actitud.
—No. Mi Dios Oscuro puede hacer lo que desee conmigo esta noche.
Él le sonrió.
Ella le devolvió la sonrisa.
Él se arrodilló frente a ella, tomándola de las caderas y obligándola a levantarlas, instándola a rodearle la cintura con las piernas. Lo vio tomar su hombría y manipularla, posicionándola para que pudiera entrar de nuevo en ella, aún si no parecía que estuvieran en la posición correcta.
Ambos soltaron un gemido satisfecho cuando el miembro de su esposo resbaló dentro de ella sin muchos problemas. Luego lo notó morderse el labio sin dejar de empujar.
—Creo que me he quedado a medio camino —murmuró su amante con desgana, moviendole sus pies hasta quedar sobre ella con las rodillas dobladas.
—¿Estás decidido a ver que tan elásticos somos? —bromeó ella, sonriendo como una tonta al notarlo batallar con la posición.
—No, solo quería verificar que la imagen que recordaba era siquiera posible.
Ella seguía doblada, con sus caderas en alto y sus brazos estirados a ambos lados en el suelo. Él estiró sus manos, sosteniéndose a ambos lados de ella antes de comenzar a moverse, penetrándola con más profundidad de la usual, haciéndola removerse al sentir algo distinto.
—¿Te lastimé? —preguntó Ferdinand confundido.
—No, solo… no sé que tocaste ahí dentro. Se siente extraño.
—¿Es agradable o desagradable?
Rozemyne trató de pensarlo, sin necesidad de recurrir mucho a su memoria. Ferdinand se retiró apenas lo suficiente para volver a penetrarla, entrando aún más profundo y replicando la sensación de un par de segundos atrás.
Rozemyne gimió sin poder evitarlo y Ferdinand sonrió, repitiendo los movimientos una y otra vez hasta encontrar un ritmo que mantuvo hasta escucharla respirar agitada y gimiendo su nombre con fuerza.
Entonces volvió a salir, ayudándola a recostarse en el suelo para que pudiera descansar un poco.
Ferdinand le besó la punta de la nariz, los pómulos, la frente y los labios. Pequeños besos dulces y amables que le regalaba despacio, cómo tomándose su precioso tiempo con esas caricias inocentes hasta que Rozemyne volvió a respirar con tranquilidad.
–Te amo, Ferdinand –murmuro ella, tomándolo de los hombros y acercándolo para besar su rostro también.
–Y yo a ti, todas mis diosas. No me creerías si te dijera cuántas veces sembraste e hiciste crecer una rifa en mi interior.
Dejó de besarlo, mirándolo a los ojos sin poder creer lo que le acababa de confesar.
Él le sonrió, acariciando su rostro con ternura y afecto.
Rozemyne recordó las veces que había dormido acurrucada con versiones cada vez más pequeñas y jóvenes de él, ya fuera para protegerlo, para cuidar de su salud o solo para mantener el calor y evitar que se resfriara. Y en cada ocasión había sido él quien le pidiera los brazos.
Conmovida, Rozemyne su abrazó a él de manos y piernas. Ferdinand no tardó en penetrarla de nuevo, manteniendo esta vez un ritmo tan suave y dulce como una canción de cuna.
Besándose, todavía abrazados, incrementando la velocidad poco a poquito, Rozemyne percibió el momento en que Ferdinand llegaba a su climax, arrastrándola con él en un torrente de sensaciones placenteras y coloridas por un tiempo más largo de lo normal.
Para cuando su esposo cantó washen, su miembro estaba casi del todo encogido y a punto de salir de ella. La joven de cabellos azules lo aferró con más fuerza con manos y piernas. La necesidad de fundirse en uno solo era demasiado fuerte. El deseo de no separarse de modo alguno parecía asfixiarla ahora.
Escuchó una risa corta que hacía reverberar el pecho desnudo de Ferdinand. Lo sintió besarla en la frente una última vez y luego, desenredándose de ella, el hombre se puso en pie, tambaleándose un poco antes de sentarse de nuevo en el sofá.
—No recuerdo haberte visto mareado antes —se burló ella.
—No te burles —le pidió Ferdinand con una sonrisa cansada y las orejas rojas—, siempre hay una primera vez para todo. No esperes que algo así se repita.
Mirándolo desde su lugar en el suelo, Rozemyne se sentía traviesa a pesar del cansancio. Rodó sobre si misma, gateando hacía él despacio, imaginando que se convertía en un gato enorme, un zantze buscando un ruelle lleno de mana en un gran árbol durante la noche. Solo que ella no era un zantze, ni Ferdinand un ruelle, ni el sofá un árbol. Aún así, el hombre se sonrojó de manera obvia, con los ojos muy abiertos y su miembro tratando de levantarse una vez más.
Cuando lo alcanzó en el sofá, Rozemyne no pudo evitar reírse, besando a Ferdinand en la mejilla antes de abrazarlo de nuevo, bostezando de pronto al sentirse en calma.
—Rozemyne, ¿debo pedirle a Elvira que te dé esa educación de dama la próxima vez que venga a visitarte?
La aludida se recostó en el regazo del peliazul, mirándolo con una cara de Angélica que había perfeccionado a lo largo de ese año.
—¿Te parece necesario?
—No es propio de una dama bostezar tan fuerte… o de manera tan obvia.
La miraba con los ojos entrecerrados y el ceño un poco fruncido, haciéndola sonreír.
Elevando su mano, la chica acarició la leve arruga en el semblante de su compañero sin dejar de sonreírle, complacida cuando lo vio relajarse.
—Lo lamento, solo estoy demasiado cansada ahora.
—Ve a dormir, todas mis diosas. Prometo alcanzarte cuando retome el control sobre mis piernas.
Sonrió más al verlo sonrojarse de nuevo, avergonzado por confesar cuan débil se sentía luego de haber consumado su amor sobre el suelo.
Rozemyne se incorporó entonces, besándolo en la punta de la nariz antes de caminar hasta la cama, tomando el lugar donde todavía había una almohada y acomodándose. Su cuerpo aún conservaba el calor remanente de haber hecho el amor con su esposo, de modo que podía esperar a que las cobijas y Ferdinand la alcanzaran.
El sueño no tardó en acogerla, lo cual era una bendición en sí. Al día siguiente, ella y Ferdinand deberían agradecer a Giebe Berdornen por su hospitalidad. El festival de la cosecha había sido un evento largo y cansado. Tener a Harmut, Letizia y los pocos sacerdotes azules llevando a cabo las ceremonias para los Giebes del norte y del oeste les había aligerado la carga bastante.
Rozemyne sonrió entre sueños. Al día siguiente podría volver a casa con Ferdinand y tal vez, solo tal vez, recibiría noticias alentadoras sobre su proyecto secreto para mejorar la vida de nobles y plebeyos en su ducado.
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Notas de la Autora:
En uno de los comentarios, alguien había comentado que era un alivio que Ferdinand estuviera cuidándose para que Rozemyne no se embarazara todavía, de modo que pudieran seguir con sus cosas un tiempo más y eso me dejó pensando, ¿cómo porqué se cuidan los hombres en Yurgensmich?
Tengo esta idea de que son los hombres quienes toman cosas en ese mundo por una razón. En el canon, cuando están presionando a Silvester para que tome una segunda esposa, le echan en cara que embarazó a Florencia y que por SU descuido, Florencia no puede seguir proveyendo mana al ducado por un tiempo y no hay nadie para auxiliarlos con eso. Entonces llegué a la conclusión de que son los hombres los que se cuidan ahí, pero, ¿porqué? Y bueno, llegué a esta conclusión. La gente de ese mundo desconoce acerca de los óvulos de las mujeres. Tiene lógica si recordamos que ellos ven el útero como el cáliz de Gechuld y es a esta diosa a la que se le asigna el color de la tierra, por lo tanto, haciendo referencia a como relacionan las historias de su propia mitología con lo que sucede a su alrededor y tienen estas "semillas" como algo que pueden ver y tocar sin mucho problema... pues es lógico pensar que son los hombres los que se tienen que cuidar.
Espero que lo hayan disfrutado y por cierto, respondiendo a otra pregunta que me hicieron por ahí... Si van a tener descendencia y SÍ vamos a ver a los pequeños gremlins de Rozemyne y Ferdinand correteando por Alexandría en algún punto. De hecho, quiero hacer otro fanfic (uno no sexoso) con drabbles sobre los hijos de este par. Ya tengo los nombres. Ya tengo las edades. Incluso he pensado en la dinámica de algunos de ellos... porque son más de dos, jejejeje, están peor que shumils en primavera este par y no tienen problemas para mantener varios hijos hablando en el ámbito económico y de mana, así que... muajajajajajajaja Letizia se va a llenar de hermanitos, solo que no aún.
Gracias a quienes siguien dando Follow y Favorite a esta humilde y calenturienta historia, les agradeceré que me dejen su amor, su odio y sus dudas, chistes o recomendaciones por medio de un comentario también, nunca se sabe que de todo lo que ustedes me dicen puede encender esa chispa de inspiración que termina detonando en mi teclado.
SARABA
