Perdiendo lo virgen

Capítulo 11

Mientras la noche se extendía sobre la ciudad, Kagome e Inuyasha caminaban en silencio por las calles vacías hacia la casa de ella, la luz de los faroles apenas iluminaba sus pasos que resonaban suavemente. Inuyasha estaba físicamente allí pero su mente estaba en otro lugar y a medida que avanzaban, no podía evitar recordar todas las veces que había recorrido ese mismo camino con Kikyo. Las memorias eran vívidas: la calidez de su presencia, la manera en que ella solía caminar unos pasos delante de él, el leve aroma de su cabello en el aire.

Kagome, por su parte, notaba la distancia en los ojos de Inuyasha, aunque él no decía nada. Lo miraba de reojo, observando la manera en que su mirada se perdía en la distancia, en algo que claramente no era el presente y una ligera incomodidad comenzó a crecer en su pecho e intuía que él pensaba en algo que no quería compartirle.

El silencio entre ellos se hacía cada vez más pesado, y Kagome se debatía entre preguntar o no. Sabía que Inuyasha no se abriría con ella y temía que cualquier palabra pudiera romper esa delicada alianza que habían pactado. Así que decidió esperar, pensando que, si había algo que decir, él lo haría cuando estuviera listo o en su defecto, ella lo descubriría por sus propios medios.

Finalmente, llegaron a la puerta de la casa de Kagome. Se detuvieron, y por un momento, sus ojos se encontraron y Kagome, con una sonrisa tenue, Inuyasha la miró de vuelta con una expresión que mostraba una mezcla de tristeza y arrepentimiento.

—Bueno, Kagome —dijo Inuyasha, tratando de sonar relajado—, descansa bien. Mañana nos vemos en la escuela.

—Sí, mañana nos vemos —le respondió, tratando de mantener la sonrisa, aunque sus pensamientos le nublaban la cabeza.

—Buenas noches, Kagome —añadió él.

—Buenas noches, Inuyasha —dijo Kagome, entrando a la casa.

Inuyasha se quedó parado, mirando la puerta. No podía evitar pensar en lo extraño que era estar allí, cada rincón de esa calle le recordaba los tiempos en los que caminaba por allí con Kikyo y el contraste entre esos recuerdos y el presente le resultaba abrumador.

Finalmente, se giró lentamente sobre sus talones y comenzó a caminar de regreso, dejando atrás la casa que ahora parecía extraña. El camino de regreso a casa lo sintió largo y solitario y cada paso resonaba en su mente como un eco de la confusión que sentía.

Mientras, Kagome se asomaba por la ventana de su sala y observó cómo la figura de Inuyasha se desvanecía a la distancia.

Al entrar, su primera intención fue buscar a su abuela para discutir sus inquietudes sobre su padre. Sin embargo, al llegar a la sala, la encontró profundamente dormida en su sillón favorito, con una expresión de tranquilidad en su rostro que contrastaba agudamente con la tormenta de pensamientos en la mente de Kagome.

—Oh, abuela —susurró Kagome, sintiendo una punzada de desilusión—. Tengo tantas preguntas, pero no tengo el corazón de despertarte.

Decidida a no rendirse, se dirigió a su habitación con paso firme y cerró la puerta detrás de ella suavemente y se agachó para sacar una bolsa que había escondido bajo la cama. La bolsa contenía los documentos que había encontrado sobre el museo y la perla Shikon, documentos que a pesar de su aparente importancia, no le habían proporcionado respuestas claras.

Se acomodó en el suelo, frente a su cama, y comenzó a sacar los papeles. Al principio, los documentos parecían ser simples registros históricos, fragmentos de informes antiguos que detallaban la historia de la Perla Shikon y su conexión con el museo. Pero cuanto más leía, más notaba que la información estaba incompleta, como si alguien hubiera arrancado páginas enteras o borrado ciertos pasajes. A pesar de los huecos, una línea de tiempo comenzaba a formarse en su mente, relacionando los eventos del pasado con lo que estaba ocurriendo en el presente.

De repente, entre los papeles desordenados, algo captó su atención: la fotografía que ya había notado antes, la de la joven que tenía un parecido innegable con ella misma. Kagome frunció el ceño mientras observaba la foto, estaba segura que ella era Kykio, la chica con la que la había confundido Sango.

Observó la foto detenidamente y no pudo evitar admirar su belleza: sus rasgos delicados, su mirada tranquila, y el aura de serenidad que emanaba. "Es realmente hermosa", pensó, mientras un sentimiento de duda se apodera de ella ¿No era pretencioso de su parte pensar que se parecía a ella?.

Miró largo rato la fotografía y después de sostenerla largo rato, noto que el grosor de la foto era inusual. La curiosidad la llevó a examinar más de cerca, y logró despegar una esquina, descubriendo un papel escondido detrás.

El papel no parecía nada interesante, pero lo que llamó su atención fue que tenía un nombre escrito con una caligrafía delicada: "Inuyasha". El corazón de Kagome dio un vuelco al ver el nombre de Inuyasha en ese contexto tan inesperado.

—Inuyasha —murmuró Kagome, sorprendida —. ¿Qué puede significar esto?

Abrió el papel y descubrió una carta y el contenido revelaba una profunda declaración de afecto, expresada con un fervor que dejaba poco espacio a dudas sobre el sentimiento de quien firmaba la carta: Kikyo Higurashi. Las primeras líneas estaban llenas de ternura y devoción, pero el final era abrupto, como si las últimas palabras hubieran sido escritas con una urgencia inexplicable.

—¿Cómo es posible que esta carta esté aquí? —exclamó Kagome, con voz temblorosa—. ¿Qué significa esto?

Al examinar más de cerca el documento, Kagome comenzó a comprender que la carta tenía una importancia crucial, no solo por su contenido, sino por su contexto. Por el momento, la carta confirmaba su conexión con Kikyo, pues la firma confirmaba su parentesco al compartir apellido; pero también revelaba una conexión entre Kikyo y el robo del museo, pues tocaba este tema; lo que no quedaba claro exactamente era qué papel jugaba Kikyo en toda esta historia. Que esta carta estuviera entre los documentos del museo, con menciones de un robo y un peligro inminente, complicaba aún más la situación.

Kagome se quedó paralizada, con el corazón latiendo con una intensidad desconocida porque la carta revelaba otra cosa que la había impactado: que entre Inuyasha y Kikyo existía una historia de amor.

Sentimientos encontrados se agolparon en su pecho y, de pronto, se sintió traicionada y herida porque parecía como si Inuyasha le hubiera ocultado su relación con Kikyo. La imagen de Kikyo, tan hermosa y enigmática, le recordaba que había mucho sobre Inuyasha que desconocía. La omisión de su romance le dolió como una puñalada silenciosa, desgarrando de nuevo su confianza. ¿Por qué Inuyasha no le había hablado de ella? ¿Por qué había guardado silencio sobre una parte tan importante de su pasado?

—¿Por qué no me dijiste nada? —murmuró Kagome, en un susurro apenas audible, como si sus palabras pudieran alcanzar a Inuyasha a través de la distancia.

La duda la consumía. ¿Acaso Kikyo seguía siendo importante en la vida de Inuyasha? Una desilusión la invadió como una ola que se sintió como una punzada en su corazón, se trataba de un dolor honesto, casi irracional, pero imposible de negar.

Kagome de pronto se sorprendió y fue consciente de que lo que sentía eran celos, súbitos y punzantes. No debía sentirse así, lo supo de inmediato, pero no podía evitarlo. Guardó la carta con sumo cuidado, como si el simple acto de tocarla pudiera desatar más dolor.

La noche se extendía como un manto oscuro y silencioso, apenas interrumpido por el ocasional crujido de los animales nocturnos. Tanto Inuyasha como Kagome se revolvían en sus camas, incapaces de encontrar el descanso que tanto necesitaban.

Inuyasha, tumbado de espaldas, miraba al techo con los ojos abiertos. Su mente era un torbellino de pensamientos y emociones. Los rumores del día, la inquietud por el regreso a su vida de temas que había decidido dejar atrás como el robo de la Perla Shikon y la propia Kikyo se entremezclaban con recuerdos y preocupaciones. Sin embargo, había otra cosa que lo perturbaba y era el recuerdo del contacto inesperado cuando cayó al suelo sobre Kagome esa tarde. El roce fugaz de sus cuerpos, la proximidad inesperada, parecía haberlo dejado más intranquilo que cualquier otro pensamiento. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, la sensación del contacto, la calidez de la piel ajena, volvía a invadir su mente, impidiendo que pudiera relajarse.

—¿Cómo pude ser tan torpe? —se preguntaba Inuyasha en silencio, incapaz de sacudirse la incomodidad que sentía. El roce había sido breve, pero intenso, la proximidad de Kagome, su respiración casi imperceptible contra su piel, lo mantenía alerta y pensativo.

Por otro lado, en la habitación de Kagome, la situación era igualmente inquietante. Ella se revolvía bajo las sábanas, su mente atrapada en un mar de pensamientos turbulentos. El descubrimiento de la carta y la revelación de la relación pasada entre Inuyasha y Kikyo había dejado una marca profunda en su corazón.

Pero para ella, la verdad sobre lo que sentía era tan clara como el día, supo algo que ya sospechaba, los celos simplemente revelaron sus propios sentimientos. Le dolía haber descubierto la relación de Inuyasha con Kikyo tanto porque él le importaba. Sentía algo por Inuyasha y se dio cuenta de que lo que sentía era más profundo de lo que había imaginado, y esa revelación la golpeaba con la fuerza de una verdad ineludible.

Por esto, al recordar el momento en que ambos cuerpos se rozaron al caer; el contacto, aunque breve, encendía una chispa en su interior.

—¿Por qué no puedo dejar de pensar en eso? —murmuró Kagome, su voz un susurro en la oscuridad. La cercanía de Inuyasha, el calor de su piel, y el roce inesperado le habían dejado una marca indeleble.

Inuyasha se incorporó en la cama, decidido a tratar de comprender lo que sentía. Miró hacia la ventana, buscando algún tipo de respuesta en la oscuridad. Kagome, por su parte, se giró en la cama, tratando de encontrar una posición cómoda.

A medida que la noche avanzaba, ambos sabían que el camino hacia la resolución de sus sentimientos y la comprensión de sus emociones no sería fácil. Pero en ese momento, lo único que podían hacer era enfrentar la noche con la esperanza de que el día siguiente trajera claridad y paz a sus inquietos corazones.

A la mañana siguiente, la luz del día no trajo el alivio que Kagome esperaba. En lugar de eso, la claridad del sol parecía hacer que los problemas y las inquietudes de la noche anterior fueran aún más agudos. Decidida a obtener respuestas, se preparó rápidamente y se dirigió a la escuela con una determinación renovada.

Al llegar al edificio, Kagome se dirigió directamente a la oficina administrativa, donde se almacenaban los documentos y permisos de la escuela. Estaba segura de que, entre esos archivos, podría encontrar información relevante que le ayudara a resolver el enigma que rondaba su mente.

—Buenos días, señorita —la saludó la recepcionista, levantando la vista de su escritorio—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Buenos días —respondió Kagome con determinación—. Necesito revisar algunos documentos relacionados con los equipos deportivos antiguos. Estoy redactando un trabajo de la escuela sobre los campeonatos ganados.

La recepcionista frunció el ceño ligeramente antes de responder:

—Lo entiendo, pero para acceder a esos documentos necesitará un comprobante de autorización. Debe ser firmado por el maestro que esté a cargo, acreditando y justificando que realmente requiere esa información para su trabajo.

Kagome, sorprendida, trató de mantener la calma.

—Oh… claro. No sabía que era necesario un comprobante. Iré a buscarlo —dijo, ocultando la frustración que sentía.

La recepcionista asintió amablemente, pero su mirada era firme, indicando que no habría excepciones. Kagome salió de la oficina con la sensación de que cada paso en su búsqueda estaba plagado de obstáculos, pero su determinación solo se hizo más fuerte.

Ya en el salón se encontró con Inuyasha que entraba al salón y al verlo, ambos se sonrojaron. Inuyasha caminó lentamente hacia su asiento, seguido de Kagome. Se miraron nuevamente brevemente antes de que la vergüenza los obligará a apartar la mirada.

—Hola, Kagome...

—Hola, Inuyasha...

Ninguno sabía exactamente cómo actuar, entre todo lo que había pasado pero afortunada, o desafortunadamente, en ese momento Miroku entró al salón, que estaba a punto de saludar alegremente pero al observar la escena se acercó silenciosamente con curiosidad.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué están tan rojos y callados?

—¡Nada! No pasó nada...

Ambos respondieron al mismo tiempo, con un tono tan sincronizado que resultaba poco convincente que no hubiera pasado nada. Miroku los miró con una sonrisa maliciosa, sospechando que había algo.

—Hmm, claro, claro... Nada, ¿eh? ¡Qué interesante la nada!

Kagome bajó la mirada, sintiéndose más avergonzada por la insinuación de Miroku, mientras Inuyasha cruzaba los brazos, tratando de mantener la compostura; sin embargo, la tensión en el ambiente era evidente, y ninguno de los dos parecía capaz de romperla.

—¿Por qué no te sientas y dejas de hacer preguntas tontas?

Afortunadamente para ambos, la profesora de la primera clase entró en el salón y todos se acomodaron para comenzar la clase. La clase era de historia y la profesora comenzó a hablar sobre la historia de Japón.

—Y como saben, durante el período Sengoku, muchas batallas se libraron por el control de la tierra...

Kagome trataba de concentrarse, pero cada vez que levantaba la vista, sus ojos se encontraban con los de Inuyasha, cosa que la desconcentraba mucho. Miroku, quien está sentado a un lado, notaba la tensión y en un momento decidió preguntar con un comentario ligero.

—Inuyasha, ¿alguna vez has pensado en cómo habrías peleado en el período Sengoku? Seguro que habrías sido un guerrero formidable, pero con tu terrible forma de ser, tal vez hasta un demonio perro rabioso.— se burlo Miroku

—¿Y tú qué, Miroku? Seguro habrías sido el estratega que evita todas las peleas para quedarse con las recompensas.— le respondió Inuyasha que, debido al enojo que le causó la broma de su amigo, habló más alto de lo que quería, consiguiendo, sin querer, interrumpir y llenar la clase de risas.

—Está bien, está bien. Volvamos al tema.—dijo la profesora, haciendo una pausa para mirar a sus estudiantes— Nuestra ciudad tiene una historia que se remonta a una antigua civilización. Esta civilización fue notable por sus avances en medicina, su economía robusta y una religión que se mantuvo estable a lo largo de los siglos. Incluso durante el tumultuoso período Sengoku, cuando el país estaba sumido en el caos, esta ciudad logró preservar sus tradiciones y creencias.

Kagome, por el cambio de voz de la maestra, se inclinó un poco hacia adelante, captando cada palabra de la profesora.

—Uno de los tesoros más importantes de esta civilización —continuó la profesora— era la Perla Shikon, una joya sagrada creada para proteger a la ciudad de cualquier mal. Según la mitología, esta perla tenía la capacidad de purificar y sanar a quienes la poseyeran con intenciones puras. Sin embargo, también se creía que podía traer calamidades si caía en manos equivocadas.

Kagome se tensó. ¡Qué coincidencia que justo la maestra hablara de este tema ahora! No pudo evitar levantar la mano, interrumpiendo la lección.

—Profesora, ¿dónde está la Perla Shikon ahora?— Kagome sabía que la habían robado, pero tenía curiosidad qué era lo que decía la gente al respecto.

Sin embargo, cuando Kagome hizo la pregunta, Miroku casi se ahoga con su saliva. Tosió y tuvo que golpear su pecho para calmarse mientras miraba de reojo a Inuyasha, quien parecía tranquilo en realidad, o al menos, mantenía ese típico aire en el que no le interesaba nada.

La profesora, por su lado, frunció el ceño y le dedicó una mirada breve pero significativa a Inuyasha, para luego continuar:

—Bueno, eso nos lleva a un tema delicado. Hace más o menos un año se planeó construir un museo dedicado a la historia de nuestra ciudad. Este museo iba a albergar una gran colección de artefactos arqueológicos e históricos de la zona, incluyendo la Perla Shikon. El museo representaba una oportunidad para mostrar al mundo el valor de nuestra herencia cultural. Pero, desafortunadamente, el proyecto quedó paralizado debido a un robo.

Kagome se enderezó en su asiento, el corazón acelerado. Los murmullos entre los estudiantes comenzaron a hacerse más fuertes.

—¿Un robo? —preguntó — ¿Qué pasó con la Perla?

La profesora asintió, su expresión sombría.

—La Perla Shikon fue robada de su custodia poco antes de la inauguración del museo. Esta joya había sido mantenida en secreto por generaciones, y su pérdida fue devastadora. La noticia causó gran tristeza en nuestra comunidad, especialmente porque el valor de la Perla va mucho más allá del dinero. Era un símbolo de nuestra historia y espiritualidad.

El salón se llenó aún más de murmullos y los estudiantes comenzaron a mirarse entre sí, y muchas miradas se dirigieron hacia Inuyasha, quien había permanecido en silencio, mientras se rascaba de forma un tanto retadora las orejas.

—Inuyasha —dijo la profesora con voz firme, parecía que le molestaba la indiferencia que estaba mostrando el chico sobre el tema—, tu padre estaba muy decepcionado por el robo. Era uno de los principales fundadores del museo y se había volcado en este proyecto con todo su corazón. La Perla Shikon representaba un vínculo con nuestro pasado, y su pérdida fue un golpe duro para él y para todos nosotros.

Inuyasha se removió en su asiento, bufó y miró hacia la ventana colocando sus brazos detrás de su cabeza.

—Si claro, un golpe duro para su cartera

Los estudiantes seguían mirándolo, algunos con curiosidad, otros con incomodidad. Miroku, aún recuperándose de su episodio de tos, intentó aligerar el ambiente con un comentario.

—Vaya, parece que nuestra historia tiene más misterio de lo que pensábamos.

Kagome le lanzó una mirada llena de hesitación; también era consciente del ambiente tenso del salón y la atención que estaba recibiendo Inuyasha y se preguntó si podría tener por lo menos tres preguntas cada día; más tarde le preguntaría a Inuyasha. La profesora continuó.

—El museo iba a ser un lugar para preservar y compartir la historia de nuestra ciudad. Ahora, el proyecto está paralizado, y la Perla Shikon se encuentra en la caja fuerte de alguien, lejos de la vista del público. Es una verdadera pena que algo tan valioso esté oculto, especialmente cuando su valor no se mide en términos monetarios sino históricos.

Un silencio pesado llenó el aula. La mayoría de los estudiantes estaban inmersos en sus propios pensamientos sobre la Perla Shikon y su misterioso robo.

—¿Existirá alguna forma de recuperar la Perla? —preguntó con voz baja, para sí misma, pero la maestra la escuchó y le respondió.

—Es difícil decirlo.— La profesora sacudió la cabeza lentamente— La investigación sigue en curso, pero hasta ahora no se ha tenido suerte. La Perla sigue desaparecida, y el museo sigue esperando su oportunidad de ser completado. Lo único que podemos hacer es esperar y esperar que algún día la Perla vuelva a ser encontrada.

Kagome sintió un nudo en el estómago. La conexión entre la historia de la Perla Shikon y su propia experiencia estaba comenzando a formarse en su mente, y la preocupación por Inuyasha y el misterio que rodeaba a la joya era cada vez mayor. La clase continuó, y la atmósfera en el salón se fue relajando conforme pasaba el tiempo; una tras otras pasaron las clases, hasta que finalmente el timbre que indicaba el receso sonó y los estudiantes comenzaron a levantarse de sus asientos.

En un área verde de la escuela, Miroku estaba sentado con una expresión seria hablando con Kagome, mientras Inuyasha se recargaba contra un árbol, la con la cabeza recargada en una mano, escuchándolos. Kagome, por su lado, arrodillada sobre el césped, mostraba una expresión de sorpresa y preocupación.

—¡¿Queeeeeeé?! —gritó Kagome, con su voz cargada de asombro y frustración.

Inuyasha y Miroku levantaron la vista, sorprendidos por la repentina reacción de Kagome cuando le contarón algo que ella todavía no sabía.

—Calmate, Kagome —le dijo Miroku, intentando no llamar la atención de la gente en la cafetería.

—Pero ¡No puedo creer que todos piensen que Inuyasha es el culpable del robo de la Perla Shikon! —exclamó Kagome con sus ojos completamente abiertos—. ¿Cómo puede ser?

Inuyasha frunció el ceño, claramente molesto por la reacción exagerada, a su punto de vista, de la chica..

—¿Qué te sorprende tanto? —preguntó, su tono de voz marcado por la irritación—. ¿Y por qué estás gritando así en público?

Kagome se cruzó de brazos mientras se sentaba, tratando de calmarse pero sin poder ocultar la frustración en su voz.

—Es que todo esto me parece una locura. Como es posible que te estén culpando, sí más bien deberías ser un héroe. No entiendo por qué estás en el centro de todo esto cuando ni siquiera has hecho nada… ¿No es verdad?

Miroku, notando el tono elevado de la conversación, intentó intervenir para suavizar la situación.

—Kagome, todos piensan eso de Inuyasha porque estaba en la escena del crimen. La gente tiende a hacer suposiciones cuando hay una falta de información. No es justo, pero eso es lo que sucede.

Inuyasha miró a Kagome, halagado por la incredulidad de Kagome ante el hecho de que todos lo creían el ladrón o al menos cómplice pero ella todavía lo llamó héroe; pero rápidamente regresó a su humor regular.

—Sí, y no ayuda que tú estés gritando sobre el asunto. ¿Crees que eso va a resolver algo? Solo haces que todos piensen mal de ti. Estoy tan frustrado como tú por todo esto, pero no necesito que llames la atención

Kagome miró a Inuyasha, su mente agitada con preguntas sin respuesta. Sabía, por las palabras de Kikyo en aquella carta, que él estaba enterado del robo. No obstante, la misma carta insinuaba que, de algún modo, Inuyasha y su hermana podían haber sido cómplices. A pesar de ello, la confianza que Kagome albergaba en su corazón hacia Inuyasha no se extinguía. Había algo en su mirada, en sus gestos, que le inspiraba una fe inquebrantable, aun cuando las sombras de la duda trataban de oscurecer su juicio.

Sin embargo, no podía ignorar el vacío de honestidad que existía entre ellos. ¿Por qué no le había mencionado a Kikyo? Ese silencio la hería más profundamente de lo que estaba dispuesta a admitir, y aunque intuía que la verdad estaba allí, latente, había decidido no enfrentarlo por miedo a lo que pudiera descubrir.

Lo que más la angustiaba era la posibilidad de oír de los labios de Inuyasha lo que más temía: que estaba enamorado de Kikyo. Tal idea la asfixiaba, pues la mera posibilidad la llenaba de terror. Sumado a esto, en su interior, una culpa latente se agitaba, como si al callar sobre la carta estuviera evitando enfrentarse a la realidad. ¿Debería entregársela? La carta pesaba en sus manos como si fuera una sentencia, y su corazón batallaba entre la necesidad de saber la verdad y el temor, profundo e inconfesable, de perderlo.

—Lo siento, Inuyasha —murmuró Kagome, dando un paso hacia él, con una determinación nacida del miedo y el cariño. Sus manos, temblorosas, buscaron el rostro de Inuyasha, deseando aliviar aquella distancia dolorosa—. Estoy preocupada por ti, por todo esto. Quiero entender lo que está pasando, lo que pasó realmente.

Inuyasha tembló al sentir el contacto de su rostro con las manos de la chica, pero no rechazó el gesto y quedándose quieto la observó, relajando su expresión un tanto, aunque la tensión aún se reflejaba en sus ojos.

—Lo sé, Kagome. Pero debes comprender que también estoy tratando de manejar todo esto —respondió, con una mezcla de resignación y cautela—. La gente ya está hablando demasiado. Si realmente quieres ayudar, no avives el fuego más de lo que ya está.

Miroku observó a ambos con una mirada inquisitiva y sorprendida.

—¿Así que ustedes dos están trabajando juntos para descubrir quién robó la Perla? —preguntó con una mezcla de asombro y entusiasmo.

Kagome asintió ligeramente, mientras lanzaba una mirada a Inuyasha, cuyo rostro revelaba cierta incomodidad, aunque mantenía una expresión de determinación.

—¡Qué fascinante! —exclamó Miroku—. Cuenten conmigo. Entonces, ¿qué podemos hacer para encontrar al culpable? ¿Cómo procedemos?

Inuyasha lanzó una mirada rápida a Miroku, claramente incómodo, pero, sin decir más, tomó suavemente las manos de Kagome, que aún reposaban sobre su rostro. Sus dedos, cálidos y firmes, envolvieron los de ella, en un gesto tan íntimo como discreto, que no pasó desapercibido para Kagome, quien sintió su corazón acelerarse. Él apartó sus manos con suavidad, pero no las soltó, manteniéndolas unidas entre las suyas, como si en ese acto se sellara un secreto.

—Primero, tenemos que hablar con las personas que estaban allí y ver si hay algo que nos hayamos pasado por alto. Cuanto más en silencio nos movamos, más fácil será descubrir lo que está ocurriendo —dijo Inuyasha, su tono firme, pero sus ojos nunca dejaron de buscar los de Kagome, como si en ellos también hubiera una verdad que él ansiaba comprender.

Miroku, siempre perspicaz, asintió con seriedad.

—De acuerdo, haremos lo que sea necesario —respondió, antes de girarse hacia Kagome—. Tú debes ser nuestro vínculo con Sango. Ella es clave en todo esto.

Kagome frunció el ceño, visiblemente preocupada.

—Sí, pero no será fácil. Sango cree que Inuyasha es un traidor. Después de todo, fue quien envió a Kohaku al orfanato. ¿Cómo podemos convencerla de lo contrario?

Al oír esas palabras, Inuyasha se volvió hacia Kagome con una mirada intensa, sus ojos centelleando con curiosidad.

—Kagome, hay algo que me intriga —dijo él, con una voz baja pero penetrante, soltando finalmente las manos de ella al tiempo que se paraba y le daba la espalda—. ¿Por qué me crees? ¿Por qué confías en que no fui yo quien robó la Perla Shikon? ¿Qué te hace tan segura de que no cometí esas atrocidades?

Kagome, sorprendida por la pregunta directa, comenzó a balbucear, su rostro ruborizándose visiblemente. No esperaba que Inuyasha la confronta de esa manera.

—¡Bueno! No tengo una respuesta clara... —dijo, sintiendo cómo las palabras se le escapaban, y sus mejillas se encendieron aún más—. La verdad es que me lo he preguntado, pero... como te dije, he visto tu valor.

Su voz se fue apagando en un murmullo mientras Inuyasha se inclinaba ligeramente hacia ella, su proximidad tan electrizante que Kagome apenas pudo mantener el control sobre sus pensamientos. Él la observaba con una mezcla de curiosidad y diversión, y sus labios formaron una sonrisa leve.

—¿Por qué hablas ahora tan bajo? —le preguntó, con un toque de picardía en su voz.

Miroku, quien había estado observando la interacción con una sonrisa traviesa, se levantó de repente.

—Bueno, parece que tengo algo que hacer —dijo con una excusa poco convincente antes de desaparecer, dejándolos solos.

Inuyasha soltó una leve risa al ver a Miroku alejarse.

—Ese tipo es raro —comentó, mientras sus ojos volvían a posarse en Kagome.

Ella, aún sonrojada, lo miró, turbada por la cercanía y las emociones que bullían en su interior. Aprovechando el momento de intimidad, Kagome susurró:

—Inuyasha, tengo algunas preguntas para ti.

Inuyasha, sin darle mucha importancia, simplemente la miró con una expresión neutral.

—No es momento para preguntas. Mejor las hacemos juntos —dijo con firmeza, ofreciéndole su mano para ayudarla a levantarse.

Kagome lo miró desconcertada, pero su cuerpo respondió por ella y tomó su mano, sin levantarse. Al sentir el contacto de su mano, se dio cuenta que a pesar de lo poco conocía a Inuyasha, realmente le gustaba, y una batalla interna se libraba entre su deseo de confiar y su miedo a descubrir la verdad.

—¿Vas a quedarte ahí sentada toda la vida? —preguntó Inuyasha, con una mezcla de impaciencia y dulzura.

Kagome reaccionó y con un impulso se paró, en ese simple gesto sintió cómo la distancia entre ambos se acortaba, no solo físicamente, sino emocionalmente. Mientras caminaban hacia un rincón apartado, las sombras de los árboles les brindaban una privacidad inesperada, una pausa en medio de la tormenta que se avecinaba.

Continuará…

Hola, mis queridos lectores. Regrese con esta segunda temporada les pido una disculpa por el episodio corto, ahora tengo mucho trabajo, pero aunque sean episodios cortos, voy a intentar seguir con las actualizaciones semanales. Yo les mando abrazos, no tuve tiempo de responder mejor los comentarios, pero siempre sepan que sus comentarios me motivan a escribir, en serio, muchas gracias por tomarse su tiempo para interactuar:

MegoKa: Muchas gracias por tus comentarios, tan apasionados e involucrados. Espero te haya gustado este arranque de la segunda temporada donde todo ya van a ser respuestas… como que por fin al menos Kagome se dio cuenta de lo que siente, jijiji.

Jalil: te amo

Coneja: Linda, gracias por tu comentarío, espero lo hayas disfrutado

Rosa: Hermosa, muchas gracias por comentar, por compartir y todo 3

Cangrejita: jajajaja, amiga, espero ye haya gustado el capítulo.