Los Dioses del Amor

Semillas de Bluanfah I

Aub Rozemyne y su esposo se encontraban sentados en la Academia Real, observando el juego de ditter desarrollándose por parte de los alumnos de Alexandria. Se sentía orgullosa mirando lo bien coordinados que estaban. Se sintió dichosa cuando se anunció que sus niños habían quedado segundos después de Dunkelferger.

–[Se siente extraño estar aquí contigo y no allá abajo con Letizia y los demás, cariño]

–[¿Preferirías estar con ellos?] –bromeó Ferdinand despacio, modulando su voz y provocándole un escalofrío.

–[Sabes que no] My love [no hay otro lugar en todo Yurgesmich dónde deseé estar]

Ferdinand sonrió de manera socarrona, mirándola con tal intensidad, que los recuerdos de sus manos recorriéndola esa misma mañana le hicieron difícil mantenerse quieta y bien sentada.

Hold me tight, my love, and kiss me tenderly –murmuro el hombre de cabello azul claro en su oído, arrancándole un suspiro a Rozemyne.

Aub Alexandria apretó la mano de su consorte, llevándola a sus labios para besarlo, sosteniéndole la mirada y sonriendo de tal forma, que cualquiera que los viera notaría a Bluanfah bailando alrededor de ambos.

Ese día, luego de haber felicitado a todos los estudiantes por su esfuerzo y haber premiado a los mejores, Rozemyne se quedó en blanco frente a la sopa de pescado que se le había servido en su habitación.

–¿Todas mis diosas, sucede algo?

–La sopa sabe, extraño. No puedo comerla.

Rozemyne observó con desconcierto cómo Ferdinand alcanzaba su plato, probándolo antes de mirar a Justus, quien no tardó en tomar una cucharada para someterla a diferentes pruebas en busca de veneno.

–¿Estás segura, todas mis diosas?

Ella asintió, sintiéndose avergonzada cuando Justus volvió confundido, alegando que la sopa estaba bien.

–Tal vez estés enfermando –comentó su dios oscuro, golpeando su sien con dos dedos–, pediré que te sirvan lo demás y podremos subir para que te revise.

–De acuerdo.

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Era obvio que había algo raro con el cuerpo de su esposa, el problema es que no sabía el qué.

Su pulso era un poco más rápido. Su temperatura estaba bien. Su flujo de mana parecía un poco acelerado, nada demasiado notorio.

Resoplando con fastidio, Ferdinand se cruzó de brazos tratando de encontrar alguna dolencia o padecimiento que pudiera estar afectando a su esposa.

–Ferdinand.

El aludido volteó a ver a su única diosa. Se relajó conforme desechaba toda preocupación. Ella se veía bien. Un poco preocupada por no saber si debía preocuparse o no, pero estaba bien.

–Te revisaré a detalle cuando volvamos a casa –explicó antes de besar a Rozemyne en los labios, para luego acostarse con un brazo abierto y el otro dando ligeros golpes en su pecho.

Su joven esposa se acomodó entonces, usando su pecho como una almohada y abrazándolo también, justo después de depositarle algunos besos por todo el rostro con una sonrisa alegre.

–Entonces, hoy solo vamos a dormir, ¿Cierto?

El la besó entre sus cabellos, peinándola con afecto y un poco de resignación.

–Tu salud es lo más importante, todas mis diosas. Lo demás puede esperar.

Ella le sonrió y le pidió una canción para dormir, acurrucándose para poder relajarse.

Ferdinand le canto esa nostálgica canción sobre Geduldh que habían compuesto juntos algunos años atrás, cayendo dormido también.

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–Mi señora debe estar con la carga de Geduldh –mencionó Grettia a la mañana siguiente de que todos volvieran a Alexandria.

Rozemyne le había estado contando como había sido incapaz de comer consomé y cualquier platillo que incluyera mariscos mientras su asistente la vestía y esa fue la respuesta que recibió.

–¿Tú crees?

–Aub Rozemyne, usted y Aub Ferdinand rezan de manera continua para atraer a Entrinduge. ¿No cree que es hora de que los dioses los escuchen luego de mostrarse tan determinados a conseguir la carga de Geduldh?

Ambas se sobresaltaron al escuchar el ruido de una silla cayendo al otro lado de la cama.

En un momento Ferdinand estaba ahí, con su ropa sin abrocharse aún. Su rostro estaba más pálido de lo usual y su respiración parecía errática.

Justus apareció detrás de él con una mueca de disculpa sin dejar de mirar a su maestro cada tanto.

–Grettia, fuera, que nadie entre. Justus, el círculo de examinación, ¡ahora!

Los dos asistentes corrieron en ese momento. Ferdinand no se movía de su lugar y tampoco dejaba de verla con una mirada cargada de preocupación y angustia.

Ella tuvo que levantarse entonces, más asustada por el estado de su marido que por el repentino diagnóstico.

–¿Ferdinand? ¿Estás bien?

Intentó alcanzar su rostro para acariciar la profunda arruga que se formaba en medio de su frente, sintiendo decepción cuando el hombre se hizo para atrás, lo suficiente para que ella no logrará tocarlo.

Sin saber cómo tomarse aquel rechazo, Rozemyne abrazó su propia mano sin dejar de mirar a Ferdinand. Estaba cavilando si debía intentar acercarse de nuevo cuando la puerta se abrió y Justus colocó con rapidez el círculo mágico para revisar el mana.

–Justus –dijo está vez la joven de cabellos azules–, quiero a los eruditos haciéndose cargo de nuestro trabajo en la oficina, por favor. Qué alguien suba nuestro desayuno y lo deje afuera de la habitación. Dale mis disculpas a Letizia.

–Si, mi señora.

El peligris apenas cruzo los brazos sobre su pecho y salió corriendo fuera de la habitación.

–Por favor desnúdate, Rozemyne.

La voz de Ferdinand era fría y cortante. Otra persona habría confundido miedo con furia. No ella, que había pasado más tiempo con él que con cualquier otra persona.

Se quitó todo. Calzado. Vestido. Amuletos. Medias. Adornos de pelo. Incluso se retiró su ropa interior antes de caminar hacia la tela con el círculo mágico bordado en él.

Ferdinand se agachó entonces, vertiendo mana en el circulo para hacerlo funcionar antes de observarla con ojo clínico.

Cuando el examen terminó, Ferdinand estaba sentado en el suelo, cubriendo su rostro con ambas manos y las rodillas demasiado cerca de sus brazos.

Rozemyne se colocó solo la ropa interior antes de correr a abrazarlo, cantando la canción en inglés que le enseñara antes de unir sus estrellas, la razón de enseñarle inglés además de japonés al hombre entre sus brazos.

–Vamos a estar bien –le susurró al oído, besándolo entre sus cabellos, sintiendo que sus manos eran aferradas por las de él–, mientras estemos juntos, todo saldrá bien, mi Dios oscuro.

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Ferdinand se levantó con náuseas.

Era la segunda semana que el malestar lo aquejaba apenas levantarse. Se sentó al borde de la cama, tomando el vial que había colgado del poste más cercano del dosel e ingirió el remedio del que había estado dependiendo.

–¿Estás bien, Ferdinand?

La voz adormilada a su lado lo obligó a voltear. Sonrió lo más tranquilo que pudo sin moverse demasiado.

–Lo estaré pronto, no te preocupes. Descansa, todas mis diosas.

–Estoy harta de estar encerrada, Ferdinand –dijo su esposa en un suspiro, sentándose también y bostezando–, estoy embarazada, no enferma. Ni siquiera tengo síntomas.

–¡No, claro! –respondió él con sarcasmo antes de tomar los pantalones descansando junto a su cama para comenzar a vestirse–. Solo eres incapaz de comer mariscos.

La sintió abrazarlo y depositar una cadena de besos en su espalda y su mejilla. Tan cálido. Tan nostálgico. Tenía tanto miedo de lastimarla o de sentir al intruso en su vientre, que se había abstenido de tocarla desde antes incluso de que empezaran las malditas molestias.

–Tú eres quien debería descansar, ¿Sabes? Tienes náuseas todas las mañanas y no hay día que no cenes pastel de alfodinas.

–Estoy bien –dijo Ferdinand, volteando para besar a su esposa en los labios cuando dejó de sentir el estómago revuelto.

–Justus dijo que ayer perdiste el equilibrio al salir de la oficina —comentó ella, apoyando su mentón en el hombro de su esposo.

–Fue solo un mareo momentáneo –explicó el hombre al tiempo que retiraba con cuidado las manos que lo retenían, besando cada una y saliendo de la cama para colocarse el resto de su ropa–. Ahora descansa. Le pediré a Philline que envíe los libros nuevos que acaban de llegar para que puedas catalogarlos. Clarissa te traerá cualquier documento que dependa solo de tu autorización.

Se apresuró a salir. Comenzaba a faltarle el aire ahí dentro, no podía permitir que ella se diera cuenta también de este otro malestar.

—¿Ferdinand?

La escuchó recorrer la cortina, él ya estaba en el umbral, a punto de abrir la puerta.

Desde que se confirmara su estado, Ferdinand no había permitido que nadie entrara, salvo por Clarissa y Grettia. En contra de sus deseos se había documentado tanto como había podido sobre la razón de que las mujeres se dieran de baja de sus labores durante el embarazo. Quería exponer a todas sus diosas lo menos posible a cualquier tipo de complicación.

En realidad, no le importaba si la criatura se perdía por falta o exceso de mana, pero ella lo lamentaría para siempre, sería una herida que no podrían curar jamás. No podía perderla.

—¿Puedo ir a dejar mana en la fundación?

Suspiró con fastidio. Le había preguntado lo mismo todas las mañanas y él había insistido en que no lo hiciera. Letizia estaba entregando su mana a la fundación y desplazando un poco del mana de Rozemyne de algunas piedras fey que la peliazul había insistido en llenar poco a poco todos los días. Él era el que aportaba más mana por el momento. No le molestaba en lo absoluto. El cansancio y los mareos valían la pena si podía mantener a su esposa lo más lejos posible de cualquier eventualidad. Pero la conocía de sobra, se estaba impacientando por no poder cumplir con su rol como Aub.

—Prometo volver temprano esta noche para revisarte, después de eso, lo consideraré.

—Ya te dije que puedo manejar bien el suministro de mana, Ferdinand, ¡por favor! No me gusta volver a sentirme inútil.

Podía sentir los ojos de ella mirándolo con insistencia. Con dificultad giró la manija, abrió la puerta y tomó aire.

—No eres inútil, Rozemyne. Nunca lo has sido. Ahora descansa, por favor. Te veré esta noche.

Luego de eso cerró la puerta y salió, ignorando con todas sus fuerzas la voz llamándolo al otro lado de la puerta.

Nunca se había sentido tan aliviado de que ella le devolviera su nombre. Al menos de este modo no había manera en que ella lo obligara a ser negligente.

Ferdinand miró al caballero de turno y a los cuatro shumils guardando la recámara a los cuales les dio mana suficiente para seguir funcionando dos días más y se fue a tomar el desayuno. Le esperaba otro larguísimo día de trabajo que tendría que cortar a la hora de la cena para revisar a su mujer, de lo contrario, no dejaría de suplicar que le permitiera salir de su confinamiento.

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—¡Todos fuera, ahora! —ordenó Rozemyne entrando al laboratorio principal del acuario.

Los eruditos la miraron sorprendidos antes de salir, evitando tocarla a toda costa. Les habría dicho algo, molesta porque ese tipo de actitudes la hacían sentir como si tuviera lepra y ya estaba harta de llorar sola.

Ferdinand solo se enderezó en su asiento, sin atreverse a voltear, volviendo a garabatear algo en el papel que tenía en frente cuando la puerta se cerró.

—¡Ferdinand, a la cama, AHORA!

—Ya casi acabo, vuelve a la recámara y duerme.

Según sus cuentas, debía estar a la mitad del segundo trimestre de embarazo y estaba más que fastidiada. Ferdinand había ido solo a la Conferencia de Archiduques luego de autorizarla a entregar tanto mana como Letizia a la fundación durante su ausencia para darle algunas piedras fey que llenar, una por día, para que Letizia pudiera dedicarlo en su lugar.

Ya no cenaba con ella. Ya no la abrazaba en las noches. Era como si estuviera evitándola a toda costa y esa mañana, que tuvo que levantarse pasada la primera campanada para ir al baño, lo sorprendió vistiéndose para irse sin decir nada.

No sabía si eran las hormonas o el abandono del que se sentía víctima. No estaba segura de si eran las palabras de Elvira, preguntándole si Ferdinand estaba aportando mana al bebé, lo cierto es que en ese momento quería aplastarlo hasta que se disculpara escupiendo sangre.

Caminó hasta él, empujando el escritorio con fuerza para colarse entre sus brazos y sentarse en sus piernas, llorando cuando notó que no le estaba devolviendo el abrazo y que incluso había volteado su rostro hacia la pared.

—Ya no me amas, ¿verdad?

Lo sintió tensarse y por primera vez en días, ese par de ojos oro pálido la miraron de verdad.

—¿De qué estás hablando?

Parecía ofendido e incrédulo. Aun así, las manos de Ferdinand seguían aferradas a la madera de la silla y no a ella.

—No me tocas. No me miras. No me abrazas cuando estamos durmiendo. ¡Ya ni siquiera te veo más que cuando me levanto al baño en la noche! ¡No lo entiendo!

El volteó de nuevo a otro lado, evitándola, lastimándola en el proceso. Ella se aferró aun más a él, volteando para asentarse a horcajadas y rodear su cuello con sus brazos.

—Deja de comportarte de manera tan desvergonzada, Rozemyne. Alguien podría entrar y verte en…

—He estado en posiciones más comprometedoras contigo aquí adentro —respondió con amargura, apretando la ropa de su esposo con fuerza y respirando para detener las lágrimas que no paraban de salir.

—Si es porque aún no me he ido a acostar, yo…

—¡Te extraño! —gritó sin poder contenerse, enderezándose un poco y dejando algo de espacio entre ambos antes de tomar una de las manos de Ferdinand, besándola y obligándolo a acunar su mejilla—, te extraño demasiado.

—Estoy aquí, no entiendo porque dices eso.

—¡Estas, pero no estás! ¡Me duele que te portes así de indiferente! ¡Por todos los dioses! Entiendo que sea difícil para ti, pero… yo… está siendo muy difícil de tolerar que me ignores.

La miró de nuevo, arrancándole una sonrisa triste. Entonces guio su mano por su cuerpo, obligándolo a masajear uno de sus senos un momento antes de hacerlo que bajara de nuevo.

—Rozemyne, no… —suspiró derrotado. Lo sabía—. No quiero lastimarte. No voy a complacerte si eso puede lastimarte.

—No es eso lo que necesito ahora —lo corrigió ella, sonrojándose antes de detener la mano de Ferdinand sobre su vientre apenas redondeado.

Clarissa y Grettia afirmaban que si estaba bien vestida, no se notaba su embarazo. En ese momento solo llevaba su ropa de dormir y una bata, de modo que Ferdinand pudiera notar la hinchazón en cuanto ella abriera su bata.

Y él lo notó. Lo supo en el momento que vio el miedo reflejarse en sus ojos. El mismo segundo en que intentó retirar su mano como si fuera a deshacerse.

—No soy la única que necesita de ti ahora.

Estaba molesto y no le importaba mostrarlo en su semblante. Lo sintió forcejear un poco con ella antes de rendirse, cerrando su mano en un puño ya que no podía soltarse.

—Escúchame, por favor —suplicó Rozemyne acunando el rostro de su esposo con su mano libre y sin moverse de su lugar sobre sus piernas—, este pequeño milagro que llevo dentro no surgió por una obligación. No fue un accidente. Ni siquiera es fruto de la lujuria. Es una semilla de Bluanfah, ¿no lo ves?

Había captado su atención. El ceño de Ferdinand estaba más relajado ahora. Sus ojos ya no le mostraban solo su enfado o su reticencia. Miedo y dolor se mezclaban ahí con un poco de curiosidad. Una chispa que era casi asfixiada por las otras emociones, pero estaba ahí y era todo lo que necesitaba ahora.

—El amor tiende a crecer, Ferdinand. Voy a amarte más y más hasta que me sea imposible seguir en este mundo, estoy segura de eso, así como estoy segura de que este pequeño de aquí es resultado de ese amor que siento por ti. ¿Y sabes que obtienes de usar amor para engendrar algo?

Él la seguía mirando, golpeando una de sus sienes con los dedos de su mano libre antes de negar despacio.

—Obtienes amor.

No estaba segura de si él estaba incrédulo, decepcionado o algo que no podía reconocer. Solo sabía que había dejado de forcejear con ella y que había abierto la palma de su mano.

—Madre habló conmigo hace poco. Me dijo algo que no sabía.

—¿Qué te dijo? —preguntó resignado.

—Nuestro retoño necesita del mana de su padre… y yo también. No es necesario que hagamos el amor para eso, aunque sería la mejor manera, pero, necesito que me abraces. Los dos lo necesitamos. Necesitamos que permitas que tu mana se funda con el mío para sostener al bebé. Estoy dándole el doble del mana que debería darle para suplir tu ausencia. Entonces, por favor, ¿podrías ir a la cama ahora?

Tristeza y preocupación se reflejaban en los ojos de su esposo junto con duda. Era como si no creyera del todo en sus palabras. A pesar de ello, se sintió un poco reconfortada cuando él limpió las lágrimas que ella había derramado sin darse cuenta. La besó como hacía mucho no la besaba y la envolvió en sus brazos, pintándola con su mana como hacía un par de meses no lo hacía.

—No pienso jugar contigo un ditter de Beischmachart mientras… siga ahí.

—Está bien.

—Y no quiero que vuelvas a salir de la habitación, en especial sola, a estas horas y en ropa de dormir.

—No lo haré si no me obligas a hacerlo de nuevo.

Lo sintió apretarla más, robándole una sonrisa. Lo sintió suspirando y soltando su agarre antes de llenarle la cara de besos, para luego tomarla de los hombros y ayudarla a ponerse de pie, justo antes de levantar la pluma que se había caído al suelo para colocarla de nuevo en el escritorio y salir del laboratorio sin soltarla de las manos.

Lo besó cuando llegaron a la puerta. Un beso húmedo y hambriento de afecto, mordiéndolo tan fuerte por la desesperación que lo había hecho sangrar un poco.

—Rozemyne —suspiró él—, nada de [sexo] mujer desvergonzada.

—[Aguafiestas]

No insistió más, conformándose con dormir al fin entre los brazos de su esposo, dándole la espalda para obligarlo a envolverla por completo y tocar su vientre. El hombre tenía que empezar a acostumbrarse a la idea de que había un bebé creciendo y que él era el padre.

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—Desearía que hubiera parues en otoño —murmuró su esposa durante la cena.

Estaba por finalizar el embarazo. Si bien el vientre de Rozemyne había crecido bastante, era menos de lo que había imaginado, en especial si recordaba la única vez que había visto a su suegra Effa embarazada de Kamil.

—Pronto, todas mis diosas. Gunther prometió que irían a Erenfhest a visitar a la familia de Lutz este invierno y te traerían parúes. ¿Podrás esperar hasta entonces?

La vio sonreír, calentándolo por dentro ante su respuesta. No era uno de esos malditos antojos que debías satisfacer para no sentir que no podrías volver a comer nada de no comer lo que tu cuerpo te pedía. Era pura nostalgia.

—Este pequeño podrá probar leche de parúes para entonces —bromeó ella sin que él comprendiera del todo la broma.

—¿Has pensado en un nombre? —desvió la conversación limpiando su boca y juntando los trastes sucios antes de ayudarla a levantar.

—Pensé que me ayudarías con eso —se quejó ella.

No quería pensar en un nombre para el bebé. No sentía que tuviera el derecho de participar de algo como eso.

Luego de que ella fuera a buscarlo a los laboratorios una temporada atrás, él había buscado el consejo de Karstedt, el de Sylvester y el de Gunther.

Los dos primeros lo habían regañado por no estar ofreciendo su mana al bebé.

Sylvester se ofreció a prestarle un par de libros con ideas de lo más interesantes para que él pudiera satisfacer la necesidad de contacto físico de Rozemyne y la de mana del bebé sin tener que preocuparse por lastimarlos. Él se negó. Estaba demasiado aterrado de lo que pudiera pasar si perdía el control de si mismo.

Karstedt le habló sobre dormir con ella seguido solo para que el mana de ambos fluyera de manera natural hacia el bebé.

Gunther se dedicó a contarle anécdotas de todos los embarazos de Effa. Desde el de su primogénito, que se perdió a mitad de camino, hasta el embarazo de Kamil, el último que habían tenido. El hombre, que había contado hasta las tragedias con una enorme sonrisa, no había hecho más que incrementar sus temores, aunque también fue el único que no le exigió darle mana a su esposa.

—Preferiría escuchar tus propuestas de nombres —dijo él, haciendo un poco de tiempo para interferir lo menos posible.

—Sobre eso, ahm, estuve pensando que debería tener dos nombres distintos.

La ayudó a levantarse, guiándola a la cama donde la ayudó a retirarse la ropa y el calzado, colocándole un camisón especial que la mantuviera caliente sin necesidad de usar mana antes de meterla entre las gruesas cobijas del lecho.

—¿Dos nombres? Eso es inusual, ¿no te parece? Tu nombre ya es bastante largo teniendo dos apellidos.

Ella se rio con ese sonido cantarino cuando algo le causaba un poco de gracia, contagiándolo mientras se cambiaba a su ropa de dormir, justo antes de poner mana en una piedra fey junto a su cama para llamar a Grettia a la habitación.

—No me refiero a eso, mi dios oscuro —comenzó a explicar ella usando el manos libres, haciéndolo poner una mueca de disgusto porque estuviera usando mana—. Tú tienes un nombre que solo se usó antes de tu bautismo. Yo también tengo un nombre que se usó antes de bautizarme como noble. Me gustaría que nuestros hijos tengan dos nombres de ese modo también. Uno de nacimiento y uno bautismal.

Se metió en la cama, debajo de las cobijas y cerca de ella, abriendo sus brazos para cobijarla una vez se hubo acomodado.

—[¿Quieres darle un nombre secreto?]

—[¿Quién podría robarle el nombre de ese modo?]

Lo consideró por un momento. Era una idea de lo más atrayente. Solo los más cercanos y leales podrían saber el nombre de su hijo. Rozemyne estaría más tranquila con eso entonces.

—[Es una buena idea. ¿Qué te parece si eliges los nombres en tu antiguo idioma?]

Ella lo miró ahora. Fascinación, alegría y entusiasmo se reflejaban en sus ojos. Él no tendría que pensar en un nombre ni explicarle su sentir al respecto y ella podría estar feliz con un pedacito de su otro mundo protegiendo al bebé.

—Bien, pensaré en un nombre adecuado entonces. Tendría que ser un nombre corto por si visitamos a papá y mamá o a Tuli y Lutz. Pero quiero que el significado sea lindo también.

Se sintió más tranquilo ahora. Su pequeño shumil estaría ocupada divagando por un tiempo, de modo que él podría seguir encargándose de Alexandría y de sus investigaciones sin que ella se preocupara.

—Por cierto, ¿vas a permitirme salir cuando el bebé nazca? —preguntó ella, obligándolo a mirarla inconforme.

—Ya lo veremos. Por ahora descansa. Gunther y Karstedt me contaron algunas historias escalofriantes sobre el parto. Vas a necesitar todas tus fuerzas muy pronto para recibir esta… semilla de Bluanfah.

La sintió sonriendo y asintiendo sobre su pecho, justo antes de tomar aire y relajarse sobre él. En ese momento empezó a dejar fluir su mana, abrazándola, tocando su vientre con un poco de reticencia cuando la criatura lo golpeó, negándose a dejar de hacer contacto con la nueva fuente de mana. La última vez que los revisara con el círculo mágico, le había parecido que todo estaba en orden. Solo faltaba esperar.

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—¡Necesitamos agua caliente! ¡Y más trapos limpios! —dijo Effa al lado de la cama, limpiando el sudor de su hija de su frente antes de lanzar una mirada reprobatoria al hombre sosteniendo a Rozemyne desde la espalda—, y Dino tiene que salir de aquí. Un parto no es lugar para hombres.

—¡Aub Ferdinand se queda! —exclamó Elvira abrochándose una bata de cuero y guantes aislantes, caminando hacia la puerta para dar indicaciones—, él tiene que estar aquí.

Effa miraba a Ferdinand con seriedad. Si Rozemyne no hubiera estado sintiendo una dolorosa punzada abriendo su cadera, se habría reído.

—Puedes creerme, Effa –comentó Ferdinand con voz grave y seria–, quisiera estar afuera esperando con Gunther o con mi primo.

—¡No! —se quejó Rozemyne, respirando mejor ahora que el dolor había pasado—, tú no vas a ir a ningún lado, ¡tú me hiciste esto y ahora te quedas hasta el final!

La mujer de cabellos azules miró arriba, encontrándose con que su esposo había volteado a otra parte, mordiendo su labio para no decir una sola palabra más. Ojalá le estuviera jalando las mejillas o siendo sarcástico, se sentiría menos preocupada por él, lo que también disminuiría las molestias que estaba padeciendo ahora.

—Traigo las cosas —anunció Elvira antes de destapar del todo a la parturienta, descubriendo una pequeña manta con un círculo mágico descansando debajo de sus piernas.

—¿Qué es eso? —preguntó Effa confundida.

—Esa es la forma en que se recibe a los nobles —le explicó Elvira, pasándole las cosas que había solicitado.

Effa tomó un poco de agua para comenzar a lavar a su hija, antes de que Elvira le retirara las manos.

—¿Qué haces? ¡Podemos usar washen para lavarla!

—No es magia lo que ella necesita ahora, sino ayuda para aligerar el dolor. Esto debería ayudar a su cuerpo.

Rozemyne lanzó un quejido, sintiendo que su cuerpo se tensaba y se rompía un poco. Las lágrimas no dejaban de escapar de sus ojos y el mana de Ferdinand, aunque era tranquilizador, no le estaba quitando del todo las sensaciones dolorosas de su cintura para abajo.

—¿Cómo pasaron por esto tres veces, ustedes dos? —se quejó la futura madre cuando pasó la contracción.

—Lo entenderás pronto, querida —le sonrió Elvira antes de mirar a Ferdinand—. Necesitan más mana, solo un poco más.

Ferdinand asintió y Rozemyne comenzó a sentirse un poco menos cansada y menos adolorida. Apretó los brazos que la tenían sujeta con afecto y miró al hombre con quien había decidido compartirlo todo. Estaba pálido, con una sonrisa tan brillante, que si Rozemyne no estuviera tan adolorida, se sentiría más preocupada.

—No quiero tener más, por favor, ¡si vuelvo a pedirte uno, convénceme de lo contrario!

La sonrisa se deshizo un poco. Ferdinand asintió, apretándola un poco más.

—Hija, la próxima va a doler mucho, así que relájate mientras puedas —instruyó Effa—. Quiero que pujes en cuanto empieces a sentir el dolor y no te detengas hasta que te lo digamos.

—Vas muy bien, querida —la alentó Elvira—, ¿quieres saber de que color es su cabello?

—¿Pueden verlo?

Las dos mujeres le sonrieron entonces. Podía sentir más lágrimas saliendo de sus ojos. Estaba a punto de decirles que sí cuando sintió la siguiente contracción.

Ella pujaba con todas sus fuerzas. Ferdinand la sostenía más fuerte ahora, su cuerpo haciendo de respaldo para ella, que estaba entre sentada y recostada por el esfuerzo. Sus dos madres la alentaban y le daban todo tipo de indicaciones. Un esfuerzo más y escuchó un llanto.

—¡Es una niña! —anunció Elvira mientras Effa sostenía a la criatura en una de las toallas que había solicitado.

Ferdinand la besó en la frente mientras ella veía como su madre biológica limpiaba a la recién nacida antes de dedicarle una mirada llena de orgullo.

—Es igual a ti, Myne. Es como si hubieras nacido de nuevo.

—Descansa un poco, querida. Effa y yo debemos atar el cordón y cortarlo antes de entregártela. Ferdinand, sostenla un rato más, no vayas a curarla todavía.

Estaba feliz. Miró hacia arriba y se dio cuenta de que su esposo estaba horrorizado. Tuvo que obligarlo a mirarla ahora para sonreírle. Estaba cansada, muy cansada, pero feliz también escuchando a su pequeña hija llorando todavía.

—Dino, ya que estás aquí, descúbrele el pecho, por favor. Debemos colocar a la sobre su pecho para que se tranquilice.

Elvira miró a Effa con curiosidad, sin decir nada. Ferdinand dejó de mirarla un momento para mirar a la bebé antes de volver a mirarla y obedecer a su suegra. Ella sonrió, frotando su rostro contra el cuello de Ferdinand antes de mirar al frente de nuevo y recibir a su pequeña hija envuelta en una manta suave y delgada.

—Hola pequeña, bienvenida.

Era apenas un pequeño bulto sonrosado con pelusa azul medianoche coronando su cabeza. Sus ojos estaban cerrados y tenía el ceño fruncido cómo su padre.

Effa colocó a la bebé contra su piel y la niña dejó de llorar en ese momento, frotándose contra ella, quien no tardó en acunarla. Sonrió mirando como la pequeña se removía antes de abrir su pequeña boca sin dejar de moverse de manera descontrolada.

—Parece que tiene un poco de hambre —sonrió Effa—, esa es una buena señal. Es una bebé sana y fuerte.

—Antes de que la alimentes, necesito que pujes de nuevo, cariño. Hay que sacar la placenta para que Ferdinand pueda curarte a ti y luego a la niña.

Madre e hija se miraron confundidas. Entendía que fueran a curarla, lo que no entendía era la curación de su hija.

—La bebé es perfecta, Lady Elvira, ¿qué tendría que curarle Dino?

—Debe curar su ombligo, de ese modo cicatrizará de inmediato y el cordón se caerá.

Su mamá parecía sorprendida por lo que su madre había dicho. Rozemyne pujó hasta sentir que algo abandonaba su cuerpo. Luego Effa la ayudó a acomodar a su hija hasta poder amamantarla, sintiendo que la bebé le arrancaba algo desde dentro. Entonces el dolor pasó.

—Ya puedes curarlas a ambas, Ferdinand —indicó Elvira y él hizo lo que se le solicitó.

Su hija se quedó dormida de pronto, soltándola. Parecía que ambas estaban exhaustas luego de aquella odisea. La séptima campanada se escuchó en ese momento y Rozemyne suspiró. Era obvio que estaría cansada si las contracciones habían dado inicio a mitad de la primera campanada de ese mismo día. Su mamá y su madre debían estar igual de cansadas, ya que ambas habían recibido el aviso por parte de Ferdinand a la vez.

—¿Qué nombre decidiste al fin, todas mis diosas?

Rozemyne miró a su recién nacida sin dejar de sonreír, conmovida por tener a su pequeña entre sus brazos.

—Aiko, que significa niña amada.

—¿Aiko? —murmuró Effa—, es un hermoso nombre, Myne.

—Lo es, querida —respondió Elvira guardando todo lo que se había usado para recibir a la pequeña, salvó por la ropa aislante que seguía portando—, aunque no es un nombre noble. ¿Estás segura que no quieres cambiarlo?

Rozemyne sonrió, mirando a su pequeña.

—Aiko es su nombre provisional, Elvira —explicó Ferdinand por ella—, le pondremos un nombre adecuado cuando llegue su bautizo. Solo los más allegados conocerán este nombre para evitar que alguien pueda tomarlo a la fuerza.

—Entiendo. Es una idea muy inteligente, a decir verdad.

Las dos mujeres se levantaron entonces. Effa caminó hasta el tapiz por el que había entrado aquella mañana. Gunther salió de ahí cargando a un bebé de algunos meses con el cabello rubio dormido como si no hubiera un mañana. El orgulloso abuelo entregó el bebé a su esposa y se acercó para ver a su nueva nieta sin dejar de sonreír antes de mirar a su esposa con el ceño fruncido.

—¿Porqué está Dino con ella en la cama? ¡Un parto no es lugar para un hombre!

—Cosas de nobles. Ahora vamos, estoy segura de que Fritz preferiría estar durmiendo en nuestra cama justo ahora.

—Gracias por venir —dijo Rozemyne—, lamento que tuvieran que estar aquí con el hijo de Tuli todo el día.

—Tonterías, Myne –la tranquilizó su padre–. Tu hermana debería volver mañana con Lutz. Fue muy considerado de parte de tu familia noble llevarlos a ambos a Erenfhest para la cosecha de parúes, después de todo, no pudo ser fácil someter ese enorme monstruo de las tormentas hace una semana.

Ella sonrió de nuevo y sus padres salieron de ahí. Por lo que sabía, Harmut debía estarlos esperando al final del pasillo en su sala de lectura privada, listo para guiarlos a través del círculo de transportación que tenía instalado en su habitación oculta.

Karstedt entró después, felicitando a los dos padres primerizos y acariciándole el rostro a ella antes de darle una bendición a la pequeña.

Esa fue la primera noche que los tres durmieron juntos en la cama. Era una pena que Ferdinand se estuviera esforzando por permanecer a su lado.

—Gracias —le murmuró ella más tarde, cuando la pequeña la había despertado buscando algo de comer.

Al parecer, Ferdinand había estado despierto todo el tiempo, observándolas y nada más, dejando que Aiko le sostuviera un dedo con su pequeña manita.

—¿Porqué?

—Por no salir huyendo. Por seguir con nosotras a pesar de todo.

—¿Todavía quieres que te detenga de tener más hijos? —preguntó él mirándola de mejor humor ahora.

Ella se rio en ese momento, apretando un poco a la recién nacida entre sus brazos antes de acariciar la cara de su esposo. Ferdinand cerró los ojos ante la caricia, tomando su mano para besarla.

—No. Mamá y madre tenían razón. Puedo pasar por esto de nuevo algunas veces más.

—¿Algunas?

Rozemyne comenzó a reír un poco ante la cara de pánico de Ferdinand, atrayéndolo a ella para besarlo.

—No de inmediato, no te preocupes, solo no vuelvas a tomar tés, ¿si? Dejemos que nuestras semillas de Bluanfah lleguen cuando sea oportuno.

Él suspiró y ella lo besó de nuevo, reacomodándose para dormir cuando la pequeña la soltó.

—Estamos juntos en esto, Ferdinand. Créeme, no hay nadie más con quien quisiera ser madre. Descansa ahora, aun si Letizia va a hacerse cargo de todo con los eruditos mañana, deberías descansar.

Lo escuchó suspirando derrotado de nuevo. Sintió la cama moverse bajo el peso de Ferdinand. Aiko soltó a su padre, dormida y conforme con su toma, luego ambos se relajaron, tomándose de las manos con la pequeña Aiko en medio.

—¿Ferdinand?

—¿Mhh?

—Soy mala para pensar en nombres nobles, así que tienes siete años para pensar en un nombre adecuado para nuestra pequeña.

Lo escuchó suspirando de nuevo y lo sintió besarle la mano una vez más.

—Cómo desees, todas mis diosas.

Después, Schaltraum los guio a los tres al reino de los sueños para que pudieran descansar.

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Notas de la Autora:

Aun si no fue sexoso, espero hayan disfrutado con este capítulo.

Yo sé, yo sé, la actitud de Ferdinand es... despreciable en cierto modo y algo desesperante, sin embargo cuando lo escribí tomé en cuenta un par de cosas. Kazuki sensei dijo alguna vez que para Ferdinand sería muy dificil un embarazo de Rozemyne a causa de todos los traumas que tiene por haber sido concebido como una piedra fey y luego por todo el abuso que padeció frente a Verónica. La buena noticia es que no va a quedarse así de... incómod alrededor de la pequeña Aiko. Otra cosa que tomé en cuenta es la dificultad de enfrentar un embarazo que no se desea realmente. Cómo educadora se me habló acerca de la importancia de que un niño sea deseado por sus padres y el rechazo que puede sentir alguno de ellos ante un embarazo no deseado. Por supuesto, hay ocasiones en las que felizmente se resuelve una vez que el bebé nace o conforme este va creciendo, por desfracia no es en todos los casos, así que solo tomé eso en cuenta para modelar la actitud de Ferdinand aqui.

Este sábado tenemos actualización normal y en horario, jejejeje, así que ya saben, estaré posteando y, no sé, tal vez les adelante su regalo de navidad a todos, solo debo terminar de afinar un par de cositas con un proyecto sidestory de esta misma historia.

Y bueno, muchísimas gracias a todos aquellos que han dado follow, fav y en especial a quienes han dejado algún comentario. Incluso a través de las dificultades, no saben como brillan sus palabras para mí y como levantan mi ánimo para seguir adelante, así que muchísimas gracias por ello.

SARABA