Los Dioses del Amor
Estragos Literarios III
La Conferencia Archiducal no tardaría mucho en concluir, dos días más y cada cual debería regresar a su propio Ducado.
–Buenos días… Ferdinand.
El aludido sonrió sin dejar de observar a su esposa como había estado haciendo desde hacía unos minutos.
Ferdinand no pudo reprimir el impulso de acomodar un cadejo de cabello rebelde detrás de la oreja de Rozemyne, respondiendo el saludo.
–Buenos días, todas mis diosas. ¿No deseas dormir un poco más? Todavía falta un rato antes de la segunda campanada.
La joven negó entonces, acercándose a él para besarlo y abrazarse a él, frotando su cara en el pecho de él con una sonrisa complacida, contagiándole el buen humor.
Ferdinand se reacomodó en la cama, apoyando su espalda en el colchón y sus hombros y cabeza en las almohadas para abrazar mejor a su esposa. Rozemyne decidió que un abrazo era insuficiente, subiendo sobre él para usarlo de cama, dejándolo percibirlas desde los pies. No era fácil respirar así pero tampoco se quejó, descansando una mano en la almohada, por encima de su cabeza antes de comenzar a peinar a Rozemyne con la izquierda.
–Dos días más y volvemos a casa, ¿cierto? –le comentó ella antes de suspirar, notándose cómoda en esa posición.
–Si. Dos días más y podré reclamarte en la tina.
Su joven esposa lo besó un momento antes de comenzar a dibujar y escribir cosas sobre su pecho con los dedos. Estaba tan relajado, que incluso elevó una oración a Dreganhurn para que hilara mucho más despacio al menos para ellos dos.
Su Rozemyne, tan inteligente y dulce. A veces le costaba creer cuan afortunado era por haberse casado con ella. A veces incluso se sorprendía a sí mismo por la bendición que Aiko había resultado. La pequeña lo miraba con sus grandes ojos dorados cada vez que estaban en la misma habitación, balbuceando como si intentará hablar con él, sentándose para pedirle los brazos e incluso gateando con más velocidad cuando lo escuchaba.
No podía creer lo orgulloso que se sentía cada vez que su pequeña de seis meses se acercaba a él balbuceando o lo feliz que era cuando la niña hacía gorgoritos sin dejar de mirarlo.
Si. Ojalá Dreganhurn pudiera hilar muy, muy despacio para que él pudiera disfrutar de toda la felicidad que implicaba su pequeña familia.
–¿En qué piensas, darling? —cuestionó su avatar de Mestionora, mirándolo con esos grandes ojos de luna que poseía.
La miró de nuevo, sonriendo un poco.
–Nada importante. Solo disfrutaba de lo pacífica de esta mañana.
Ferdinand dobló una de sus piernas, asegurándose de mantener el cuerpo de su esposa entre sus piernas y no importunarla demasiado, cepillando su cabello sedoso y brillante con los dedos.
–Yo me preguntaba en qué momento haces ejercicio. Tu cuerpo no puede ser tan perfecto así de la nada.
Por muy orgulloso que lo hiciera sentir el comentario, era un poco molesto que estuviera siendo tan superficial. Bueno, no es que todas sus diosas fuera una mujer común… aún si a veces parecía coincidir con las demás.
–¿Recuerdas esas… piscinas que insististe en colocar en la parte alta del castillo?
Rozemyne abrió mucho sus ojos, enderezándose un poco para acercar su rostro al de él, usando su pecho como apoyo para sus manos.
–¿Estas practicando [natación]? Pensé que habías dicho que las piscinas eran algo inútil y desvergonzado.
Suspiró con calma, mirándola con seriedad y un poco fastidiado porque le lanzarán sus propias palabras prejuiciosas de ese modo.
–Sigo pensando que tu idea de tener hombres y mujeres al mismo tiempo en el agua es desvergonzado… pero tengo que admitir que es interesante la cantidad de ejercicios que se puede hacer ahí en contraste con el desgaste mínimo que implica. Además, es bastante placentero.
Su esposa hizo exactamente lo que pensó que haría… sonreírle bastante orgullosa y a punto de alardear de lo grandioso de la idea.
–¿Deberíamos hacer el amor en la alberca? –lo sorprendió ella con la pregunta–. Cuando era Urano, recuerdo a varios conocidos hablando sobre sus fantasías de nadar desnudos o tener [sexo] dentro de una piscina.
Ferdinand ladeó la cabeza, recordando que se había casado con un gremlin disfrazado de shumil… y con la misma tendencia a reproducirse, menos mal que ese asunto dependía de él.
–¿Quieres hacer uso de la piscina de ese modo?
–¿Y porque no? Tengo curiosidad y si es con Ferdinand, quiero probarlo todo.
Sintió sus orejas sonrojarse conforme desviaba la mirada, sintiendo como su esposa le robaba un beso antes de recostarse de nuevo sobre él.
–¿Crees que debería comenzar a practicar natación yo también de manera regular? Ya tengo bastante resistencia y una mejor salud. No estaría mal tener un cuerpo a la altura del tuyo.
¿De que estupidez estaba hablando ahora esa idiota?
–Creo que no comprendo cuál es tu preocupación.
La notó sonrojarse, ocultando su rostro entre sus brazos un momento antes de acostar su cabeza hacia un lado, mirando a una de las cortinas de la cama.
–Mi marido tiene un cuerpo tan perfecto y sensual que parece un [super modelo], mientras que yo… no soy tan atractiva. Tengo algunos [gorditos] en la cintura desde que nació Aiko… y mis muslos tienen algunas [varices]. No me extrañaría que un día dejes de encontrarme atrayente.
La miró incrédulo. En serio, ¿de dónde había sacado semejante idea? ¿A qué Chaosipher debía matar para que no volviera a susurrarle mentiras a su esposa?
–Por no hablar de mis senos… han crecido mucho con la lactancia, pero a veces quedan disparejos. ¡Se ven tan raros que me siento como un monstruo! Por no olvidar lo avergonzada que me siento cuando te salta leche encima y… ¡Ferdinand!
No podía seguirla escuchando quejarse así de si misma. ¿Cómo una mujer tan brillante podía ser tan idiota?
El peliazul no tardó mucho en tomarla de la cintura, girar con ella y bajar hasta tomar entre sus manos los hermosos senos de que se estaba quejando ahora para besarlos y succionarlos, llenándose la boca de leche importándole poco que hubiera sido producida para su hija. De todos modos, Liesseleta tenía algunas herramientas de detención de tiempo con botellas de leche materna para su pequeña Aiko y seguro a la bebé no le importaría donarle esta toma para abrirle los ojos a la insensata de su madre, así que no había problema en que la vaciara.
Tanto amasó sus senos que un poco de leche no tardó en saltar, mojando sus mejillas y haciéndolo detenerse, mirando a Rozemyne con seriedad, notándola sonrojada y un poco preocupada antes de limpiarse con la mano para luego llevársela a la boca, tratando de demostrarle que en realidad no le importaba antes de beber un poco más.
Cuando estuvo satisfecho y la notó vibrando, Ferdinand la soltó, besando el vientre de Rozemyne por todas partes sin dejar de descender, recreándose en introducir su lengua en el ombligo de su esposa, aprovechando que parecía más profundo de lo usual.
Cuando llegó a sus piernas, pintó sus muslos con mana, besándolos antes de mirarlos a detalle, paseando su lengua por los caminos de piel apenas un tono más clara de lo usual. Esas debían ser las famosas [varices] de las que su mujer se había quejado.
Cuando estuvo satisfecho de jugar con ella, separó las piernas de todas sus diosas, besando y pintando con mana el interior de sus muslos antes de dar algunos besos y caricias más a su flor, escuchando con atención cada gemido y jadeo escapando de la garganta de Rozemyne.
Al final, Ferdinand decidió que ya había tenido suficiente de [preliminares], arrodillándose antes de jalarla de las caderas e introducir su espada de una sola estocada fuerte y rápida, orgulloso al escucharla soltar un grito de sorpresa que terminó en gemido placentero.
–¡Nunca! –dijo Ferdinand al salir y volver a entrar con fuerza sujeto de las rodillas de Rozemyne–, ¡JAMÁS –clamó con otra estocada salvaje–, vuelvas, a dudar, de cuan, hermosa, y seductora, eres!
Ya fuera por la seriedad en sus palabras o que las había acentuado con estocadas, su esposa se veía más sonrojada de lo usual. En lugar de su sonrisa o su rostro extasiado, lo miraba con curiosidad, la boca medio abierta en forma de o y las manos sosteniéndose de la almohada, un poco más arriba de donde ella estaba acostada.
–¡Pero…!
No la dejó decir ni una palabra más, penetrándola con fuerza al sentirse molesto con quién fuera que la hubiera convencido de que no era atractiva, besándola de inmediato e introduciendo su lengua en su boca para acallar las palabras necias y carentes de sentido que intentaban salir.
Cuando pareció olvidar su enfado entre las piernas de Rozemyne, la sostuvo de las caderas, girando para dejarla arriba, mirándola más tranquilo, acariciándole una mejilla y sonriendo cuando ella se recargó en su mano cómo un shumil buscando afecto.
–No quiero que vuelvas a pensar que no eres atractiva – pidió Ferdinand en calma–. Aún embarazada, ni siquiera Efflorelume se compara contigo, y sin importar cuántos años pasen, para mí eso nunca va a cambiar.
Rozemyne se quedó en silencio un momento, inmóvil, mirándolo con los ojos muy abiertos y las mejillas sonrojadas antes de lanzarse a sus brazos para besarlo, moviendo de nuevo su cadera antes de ocultar su rostro en el hueco de su cuello.
–Aun así… quiero hacer esto, contigo, en la piscina.
La besó en la frente, sonriendo un momento antes de soltar un gruñido de placer, abrazándola y paseando sus manos por su cuerpo.
–Desvergonzada –murmuró él antes de besarla de nuevo.
De sobra sabía que la dejaría salirse con la suya.
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Matthias se sentía inquieto, dudando de que la idea hubiera sido buena y pensando si debería golpear con más fuerza de la usual a Ekhart la próxima vez que lo viera.
O al menos, eso había pensado antes de escuchar un suspiro de parte de su prometida.
Grettia estaba sentada al lado de él en el mirador de la diosa del tiempo, observando a su lado el momento exacto en que comenzaba a salir el sol.
Le había tomado tiempo decidirse a invitarla, no estaba seguro de que citarse con la mujer de sus sueños poco antes de que sonara la segunda campanada para llevarla afuera funcionaría, pero ahora tenía la impresión de que lo hacía.
Podía sentir chispas entre incómodas y excitantes en sus dedos, provenientes de las puntas de los dedos de Grettia sentada a su lado sin que quitara los ojos del cielo de la mañana.
El joven sonrío, dejándose llevar y acomodando un mechón de cabello gris detrás de la oreja de su compañera, disfrutando el hermoso sonrojo adornando la punta de la oreja visible.
–¿Te gusta, Grettia?
La chica no lo miró, solo asintió con su rostro neutral y los ojos llenos de sorpresa y un brillo especial.
Cuando la corona de la Diosa de la Luz terminó de salir e iluminarlo todo y el color del cielo se estabilizó, Matthias adelantó un poco su cuerpo para mirar la cara de Grettia.
Podía notar una sonrisa apenas insinuada en su rostro y su mirada llena de una emoción que no había visto ahí a menudo.
–Me alegra que lo disfrutaras. Espero no haber sido… demasiado molesto… con mi petición para vernos tan temprano.
Grettia lo miraba ahora, negando muy apenas sin que la diminuta sonrisa tímida desapareciera de sus facciones.
–¡Ha sido encantador… Matthias! Muchas gracias. Atesoraré esta vista para siempre.
El caballero se arrodilló entonces, tomando del todo la mano con la que había intercambiado un poco de mana minutos atrás.
–Si lo deseas, puedo traerte cada año para ver el amanecer.
El sonrojo comenzó a cubrir de manera tenue los pómulos de Grettia, dándole un aire adorable que provocaba que Matthias quisiera tomarla en brazos y besarla una y otra vez, conteniéndose al no desear espantarla.
–¿Lo harías?
–Tienes mi palabra. Si algún año me es imposible, buscaré un lugar en Alexandria dónde ofrecerte una vista similar.
Grettia cubrió su mejilla con su mano libre en tanto un poco más de mana era intercambiado por sus manos unidas.
Matthias sonrió, llevando los dedos a su slcance a su boca para depositar un beso apenas insinuado sin dejar de mirarla a los ojos, escuchando el suspiro de sorpresa antes de ponerse en pie y ofrecerle el brazo.
–Temo que debo ir a entrenar ahora, Milady. Sería todo un honor escoltarle antes a sus aposentos.
Sonrió aún más al verla cubrirse ambas mejillas con las manos por un momento antes de aceptar su brazo y ponerse en pie.
Ambos caminaron en silencio hasta el lugar donde descansaba la bestia alta de Matthias, quién montó antes de ayudar a Grettia a subir también, tomando altura de inmediato y disfrutando el aroma a rinsham emanando del cabello de Grettia, abrazándola un poco más con la excusa de evitar que la joven pudiera caer de la montura.
Cuando al fin llegaron a las escaleras que daban a las alcobas de las chicas, Matthias besó de nuevo la mano de Grettia, quién sonreía de modo más notorio ahora.
–Que tengas un día apacible, guiado por las suaves aguas de Flutrane –deseó Matthias, dejando escapar una pequeña bendición de su anillo, sintiéndose divertido ante la mirada sorprendida de Grettia.
La peligris se llevó las manos de inmediato al pecho, como si estuviera sosteniendo su órgano de mana para que no fuera a escapar de su pecho sin dejar de mirarlo.
–Que Leidenshaft le bendiga durante su entrenamiento, Lord Matthias, y Dreganhurn permita que nuestros hilos se entrelacen de nuevo bajo el auspicio de los calmados ríos de Flutrane.
Grettia debía estarlo sintiendo en verdad, o su mana debía estar un poco descontrolado porque una bendición verde y azul no tardó en alcanzarlo desde el anillo en su dedo.
Matthias hizo una leve reverencia con la cabeza antes de dar la vuelta y seguir su camino. Le habría gustado besar una de las mejillas o los labios de Grettia luego de las bendiciones, sin embargo, la chica necesitaba un poco más de tiempo antes de sentirse cómoda con un mayor contacto.
–Pensar que ahora le debo una bolsa de galletas a Eckhart.
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La Conferencia de Archiduques había terminado sin mayores incidentes. Además de Neuhausen, Ehrenfest había recibido la aprobación de Alexandria para sumar otros tres ducados al gremio del papel de manera exitosa y oficial. Dos ducados pequeños de zona boscosa y un ducado mediano que, era más que seguro, recibirían la bendición de Greifechan ahora que más escritores habían comenzado a surgir.
Elvira se sentía más que orgullosa de su maravillosa e inteligente hija, quien había logrado la introducción de dos nuevos géneros literarios: Terror y Fantasía, ambos de la pluma de Roderick, quien había configurado un alias diferente para cada género al igual que ella.
—Es una pena que no podamos mudarnos a Alexandría, ¿no crees, querido? —inquirió la erudita, revisando el listado de información que había recabado durante la conferencia sobre Alexandría—. Su ducado no va a tardar mucho en alzarse como el primero si sigue haciendo innovaciones.
De algún modo, su pequeña se las había ingeniado para pasarle algunas ideas de construcción novedosa a los plebeyos de su ducado para crear "fuentes de energía pura" como las había llamado ella. Según el informe entregado por Harmut, los plebeyos de la ciudad de Alexandría, así como los de Ibiza ya no utilizaban velas para iluminar sus casas. Habían construido "molinos de viento", "presas" y "molinos de agua" así como antenas de "pararrayos" en zonas clave que convertían la energía de los elementos en… "electricidad" según parecía.
Esta famosa electricidad solo se usaba para encender bombillas de cristal que habían dado un ingreso extra al gremio del vidrio en Alexandría. De más está decir que algunos de los ducados más pequeños se habían acercado cuando se ofreció planos y asesoramiento energético a un costo personalizado… Elvira suspiró al recordar la sonrisa de comerciante en el rostro de su pequeña cuando entró a la sala de té más grande para cerrar tratos al respecto e informar a algunas primeras damas de otros ducados sobre el funcionamiento y los beneficios de los jardines de Beschugweg. Sin duda, Benno debía estar más que orgulloso de su alumna.
—No lo sé, Elvira. Sylvester sigue decidiendo cuando debería dimitir. Creo recordar que comentó que iba a esperar a que Melchior llegara a la mayoría de edad para decidir quien de sus dos hijos sería el sucesor.
Elvira asintió. Tanto Henrietta, la cuarta hija de Florencia, como Alistar, el único hijo de Brunhilde eran muy pequeños. Sylvester a veces parecía a punto de ahogarse ante las mejoras que ser vecinos de Alexandría y el parentesco entre las dos casas archiducales exigía ahora.
Elvira sonrió. Este nuevo estilo de vida le había valido pasar un rato bastante ameno con su hija mientras ambas debatían sobre la mejor estructura para conseguir energía para los plebeyos de Ehrenfest.
—Por otro lado… no sé si pueda ver a Ferdinand a la cara por un tiempo.
Elvira volteó intrigada. Su marido, siempre serio, mostraba un sonrojo más que visible en las puntas de sus orejas y el cuello. ¿Qué había pasado ahora?
—¿Nuestro Aub decidió seguir molestando a su hermano y Lord Ferdinand al fin usó la espada de Gramarature?
Una sonrisa ladina bailaba en sus labios. No era un secreto que Elvira admiraba mucho a Lord Ferdinand, así como tampoco era un secreto, al menos en su casa, que Sylvester disfrutaba hacer bromas demasiado pesadas de las que Lord Ferdinand nunca había podido defenderse. Ya fuera por estatus o por respeto a su lugar como medio hermano menor en edad, el inteligente hombre siempre había aguantado en silencio las burlas de Aub Ehrenfest… al menos hasta últimas fechas.
—¡Oh, Dioses! Fue peor de lo que crees.
Solo eso terminó de picar en la curiosidad de Elvira, quien atrajo a su esposo a la cama, aprovechando que ambos habían sido cambiados en sus ropas de dormir un poco más temprano y en ese momento se encontraban en la alcoba principal del Lord Comandante.
Sentados en la orilla con sus manos juntas, Elvira sonrió con ternura ante la mirada evasiva y el rostro mostrando indecisión. No era propio de Karstedt para nada.
—Veras —comenzó a explicar Karstedt con un suspiro—. Sylvester estaba alardeando de… algo sobre las maravillas de tener dos esposas… demasiado vergonzoso…
Poco a poco, su esposo continuó con el recuento de la pequeña reunión entre los dos hermanos de la casa archiducal. Debido a que Karstedt no podía leer los labios y conocía demasiado bien a Sylvester, el hombre tendía a permanecer dentro del rango de escucha cuando se colocaba algún aparato, así que había escuchado todo. Los desvaríos de Sylvester. La escueta respuesta de Ferdinand sobre no necesitar a nadie más. La intromisión del consorte Anastasius. La demostración de los extraños aparatos de Drewanchel y luego… lo más vergonzoso de todo… la respuesta de Ferdinand sobre la falta de interés de Rozemyne en los objetos lúdicos para habitación. Al parecer su hija no había dejado de innovar, solo había sido refrenada de compartir su conocimiento, eso no evitó que Ferdinand usara ese mismo conocimiento como un contraataque.
—¿Para qué inventaría ese hechizo? —musitó el caballero cubriendo sus ojos con una mano y las orejas todavía rojas—. ¿Qué sentido tendría si se supone que Ferdinand y ella…? ¡Ughh! Ni siquiera puedo terminar de procesar que esas imágenes de los libros sean…
Elvira se sentía sonrojada también y un poco fuera de lugar.
Lord Ferdinand había vivido en celibato por elección. Que su hija no solo lo sacara de ello, sino que además lo empujara a experimentar tanto… Elvira estaba sin palabras. Su pequeña no dejaba de sorprenderla.
Volviendo al hombre lamentándose en la cama, la mujer hizo lo único que podía. Lo abrazó.
Al ser una dama noble no era común que le diera abrazos a su marido si no era bajo las bendiciones de Bremwärme y Beischmachart, recibiendo el invierno en alguna de las dos habitaciones a su disposición… claro que siempre había excepciones, como esta.
—Tranquilo, Karstedt. ¿Recuerdas la hermosa nieta que nos presentaron? ¿Cómo creías que la habían traído?
—No lo sé. Había esperado que Ferdinand se inventara… algo para no tocar a mi hija.
Elvira cubrió su boca sin dejar de reír divertida, besando a su marido en la frente sin poder evitarlo.
—¿En serio crees que Rozemyne habría permitido eso? ¿En especial luego del incidente en la conferencia de hace dos años?
Karstedt negaba ahora despacio, como si no quisiera aceptar la cruel verdad. Su hija no solo había escrito los textos que tanto placer habían llevado a su habitación y la de tantas otras parejas… incluso había experimentado la información antes de transmitirla. Según Ferdinand, habían experimentado todas las que incluyeran una pareja y nada más. Claro que luego de hablar sobre el hechizo recién inventado por su hija, Elvira dudaba de que solo hubieran experimentado con esas. Sabía de buena fuente que había un cuarto volumen en proceso de revisión por el Aub (o más bien, siendo acaparado por el Aub) y luego del comentario inicial de Karstedt, casi podía imaginar de lo que se trataba… lo cual explicaría porque su hija necesitaría un hechizo para convocar una espada… o más incluso.
Apenas sentir que había pasado el tiempo necesario, Elvira tomó a Karstedt de los hombros, apretándolos y soltándolos apenas un poco en sucesiones lentas para ayudar a su marido a relajarse antes de soltar otra bomba que lo reanimara.
—¿Te imaginas lo incómoda que se sentiría nuestra pequeña si descubriera que yo también escribo para su género desvergonzado de libros de alcoba?
El comentario pareció surtir efecto. Karstedt temblaba ante la risa mal contenida, devolviéndole el abrazo y soltando un suspiro que pareció llevarse toda la tensión acumulada.
—Tienes razón. Una suerte que seamos padres más responsables y no estemos pensando en avergonzar a la pobre criatura.
Elvira sonrió de forma más abierta ante eso último, observando como su caballero comandante volvía a erguirse como el hombre fuerte que siempre había sido.
Si bien ninguno era el padre biológico de Rozemyne, desde niña había tenido algo que los hacía olvidarse de ese hecho con regularidad. No podía hablar por su esposo, pero ella en verdad la sentía como su hija por completo, sin ninguna duda. Le había dolido el recordatorio de que ella no la había parido cuando llegó a Alexandria para ayudar al parto de Aiko, encontrándose con la mujer plebeya que lo había hecho…
Era un sentimiento extraño y contradictorio. Rivalidad y agradecimiento a partes iguales con la otra mujer quien, a diferencia suya, no solo había podido mudarse a Alexandría para seguir a la hija que compartían, además tenía más acceso a la pequeña familia archiducal… eso en definitiva era envidia. Ella también quería tener cerca a Rozemyne y visitarla cada tanto… o recibir visitas de ella, aún no estaba segura de cómo funcionaba ese asunto.
—¿Y entonces, te gustaría ayudarme a redactar otra historia, querido?
Los ojos de Karstedt refulgieron con lujuria, acunando una de sus mejillas con su enorme y cálida mano antes de besarla con suavidad.
—¿Qué te gustaría hacer esta vez, querida?
—No lo sé —confesó ella divertida ante el súbito rejuvenecimiento de su esposo—. ¿Qué tal algo sobre un músico enamorado de su señora?
Karstedt sonrió divertido, besándole ambas manos antes de pararse para ir a buscar algo a su guardarropa. Posiblemente su flauta o tal vez un harspiel… luego recordó que Brunhilde les había mostrado a todas los nuevos inventos de Drewanchel y eso le dio una idea.
—Karstedt, querido, ¿porqué no la flauta? Prometo usar un washen sobre ella cuando hallamos terminado.
—¿Un washen? —repitió su marido antes de voltear a verla con sorpresa, golpeando su frente en el enorme mueble en que había estado rebuscando momentos atrás.
Elvira hizo una seña un tanto desvergonzada y nada sutil que su esposo pareció captar de inmediato porque una mirada lasciva y una sonrisa divertida habían asomado de inmediato.
—Muy bien. Si mi señora quiere una flauta y una espada, entonces tendremos que darle una flauta y una espada.
Elvira se levantó entonces, caminando con calma a su balcón, corriendo las ventanas y abriendo la puerta que daba hacia la pequeña terraza que tenía ahí antes de mirar a su marido con una sonrisa ladina.
—Un concierto a la luz de la luna parece… bastante romántico, ¿no crees querido?
—¡Por supuesto!
—Y el clima es cálido esta noche… creo que pondré algunas herramientas antiescucha en el balcón.
La risa de Karstedt ya no podía ser contenida, deteniéndose solo cuando el hombre encontró el instrumento de música que no tardó en sostener en alto como una espada llamando a la guerra.
—¡La encontré! Me pondré algo más adecuado para un músico, mi señora. Esperemos que el manto del dios oscuro sea suficiente para mantenernos ocultos de ojos indiscretos.
Elvira sonrió. ¿Qué podía ser más divertido que invocar a los dioses del amor y la pasión en un lugar abierto a esas horas de la noche?
Para cuando la mujer terminó sus preparativos y se sentó en el barandal de mármol blanco, recostada contra el muro de su habitación, se preguntó si esa sensación de peligro era lo que llevaba a su hija a hacer las cosas más descabelladas. Porque Elvira estaba al tanto de los lugares en que su hija invocaba al invierno, incluso había conseguido esa información durante la Conferencia y, en verdad, le parecía algo de lo más divertido en ese preciso momento, mientras fingía ser otra persona a espera de un amante bendecido por Kuntzeal con el corazón latiendo tan rápido, que bien podría escaparse de su pecho en cualquier momento.
¡Que excelente época para estar viva!
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Notas de la Autora:
Me tomó algo de tiempo, pero en definitiva me divertí mucho escribiendo.
Yo sé, yo sé, los fans de Elvira querían verla en acción... pero será otro día, jejejeje conformnese con saber que la señora hace juegos de rol con Karstedt para mantenerse inspirada en sus historias eróticas.
Por otro lado, la primera escena es por completo culpa del grupo de facebook "Spoilers Pesados y Macizos" no recuerdo quien fue el que subió esa imágen de Rozemyne desnuda acostada sobre Ferdinand... pero en serio, amé la imagen. No debería, pero incluso la traigo en mi celular. Shame on me! es que es demasiado hermosa, en serio.
Para los fans de Grettia y Matthias, aqui su primer intercambio de mana... tan tiernos estos dos, van a paso de caracol, yo sé, pero es Grettia siendo Grettia y Matthias siendo Matthias, así que... van a tardar en aflojar esos dos, lo lamento.
Y ya para terminar, un pequeño regalo para los lectores de Semillas de Bluanfah. Estuve jugando bastante en la página Picrew y luego en Canvas... y pues, terminé con tres imágenes sobre nuestras hermosas semillitas a los siete años y luego de adultos, solo tienen que ir a Deviantart y escribir "Semillas de Bluanfah" para que aparezcan las tres imágenes. Si, tengo cuenta en Deviantart pero no soy dibujante... no practiqué lo suficiente para eso, preferí volcarme en las letras que en las líneas.
En fin, nos vemos la próxima semana con otro capítulo... Sylvester va a buscar una retribución luego del error de procesamiento sufrido por parte de Ferdinand... No más spoilers, HASTA EL PRÓXIMO CAPÍTULO.
SARABA
