Los Dioses del Amor

Festival de Verano en Alexandría

Benno se miró al espejo para retocar su cabello y su ropa una vez más. Los años que había pasado tratando con la extraña y peculiar mocosa a quien había seguido hasta un ducado marítimo y a quien ahora llamaba Aub lo habían entrenado para mantener la calma y domar su estómago tanto como le era posible.

Sonrió sin dejar de mirarse. Si bien había hecho una fortuna siguiendo al gremlin de cabellos azul medianoche, suficiente como para hacer reír y aplaudir a la mismísima Greifechan, también era cierto que su corazón anhelaba otro tipo de satisfacciones.

—¿Mark?

—¡Todo en orden, señor!

—Bien —suspiró el hombre de cabellos color arena antes de mirar a su principal socio y heredero—. Lutz, quedas a cargo hasta que vuelva. Ni una palabra a esas víboras de Klassenberg.

—¡Entendido!

Benno sonrió divertido al ver la actitud de uno de sus mejores aprendices hasta ahora. El matrimonio y la convivencia continua con la familia biológica de Aub Alexandria estaba comenzando a dejar secuelas visibles. Gunther, capitán de los soldados de la ciudad principal de Alexandria debía haberle pegado ya sus hábitos de soldado al rubio que tenía por yerno, lo cual era divertido en cierto modo.

Benno abordó el carruaje y partió con rumbo al castillo. Apenas llegar comenzó a intercambiar saludos y bromas con el resto de los líderes de los diversos gremios en Alexandría, ya fueran viejos o nuevos gremios, todos parecían hervir de emoción conforme eran conducidos al salón de conferencias donde las sillas habían sido reacomodadas. En lugar de tenerlos sentados a modo de público frente al matrimonio responsable de administrar y guiar al "nuevo" ducado, el día de hoy las sillas estaban acomodadas a modo de círculo con una enorme mesa al centro donde lo único que podían ver era una mesa con arena blanca desparramada casi hasta las orillas.

'¿Qué demonios planea hacer ahora esa tonta?' pensó Benno con un aire de diversión.

Para él, Myne y Rozemyne eran sinónimo de grandes ideas problemáticas. Cada una de sus ideas era interesante, revolucionaria, productiva y en ocasiones, demasiado loca para ser traída a la realidad. Eso no había impedido que esa monstruosa máquina de novedades se saliera con la suya más de una vez.

—¡Aub Rozemyne y Aub Ferdinand han llegado! —anunció la demasiado familiar voz del sacerdote Harmut, uno de los vasallos de Rozemyne cuyo fanatismo era más que conocido al menos en dos ducados del reino.

La pareja entró, tomando asiento donde debería estar ubicada la cabecera del enorme grupo de mercaderes, músicos y artesanos reunidos. La archiduquesa que él podía recordar como una pequeña niña plebeya demasiado enfermiza para su propio bien, se quedó de pie junto a su esposo, mirándolos a todos con una enorme sonrisa satisfecha antes de dar sus saludos comerciales y dar a todos una bendición real… como se había vuelto costumbre en Alexandría.

Los otros a su alrededor sonrieron. Benno se cruzó de brazos. Aub Ferdinand podría arrancarle la cabeza sin mucho remordimiento, Aub Rozemyne, en cambio, lo veía como a un miembro más de su familia, de modo que podía relajarse un poco para poder pensar con la cabeza fría y rebatirle cualquier anomalía o exageración que pudiera notar… cosa que Ferdinand parecía agradecerle siempre.

—Cómo saben, nuestro primer festival de Elpberg y Erwashlehren está a solo cuatro días de dar comienzo para agradecer a los dioses y despedir al verano. Aub Ferdinand y yo hemos leído y escuchado sus quejas, sus sugerencias y puesto todo en consideración para que este festival les gane las bendiciones de Greifechan, pero también se honre a Kuntzeal y a Besuchweg.

Ferdinand se puso en pie en ese momento, acercándose a la enorme mesa con la arena blanca y comenzando a murmurar algo que nadie más pudo escuchar debido a las palabras de la voz amplificada de Rozemyne.

—Quisiéramos mostrarles ahora un modelo a escala de como pensamos que podría funcionar el festival. Si fueran tan amables de acercarse a la mesa para observar. Mi marido y yo agradeceremos sus observaciones y comentarios para mejorar la experiencia tanto de vendedores y expositores como de asistentes, recordando que los comerciantes que han venido de tierras lejanas partirán al día siguiente de terminado el festival.

Todos se acercaron. Benno miraba impresionado como la arena blanca, bajo las órdenes de Ferdinand, se convertían en una réplica miniatura de la ciudad de Alexandría. Un vistazo más de cerca y pudo notar algo que no existía en realidad ahí.

Puestos ambulantes. Escenarios callejeros. Áreas don pequeños muñecos que simulaban ser personas practicando competencias. Decoraciones diversas.

De pronto, todos los arreglos que los diversos gremios habían estado preparando a parte de la producción usual cobró todo el sentido del mundo. Ante sus ojos podía ver como las bendiciones de Greifechan lloverían sobre la ciudad casi de manera literal, llenando las calles con la belleza de Kuntzeal en su máximo esplendor.

Un vistazo alrededor y pudo notar que el resto de los líderes estaban tan impresionados como él. Enormes sonrisas y miradas llenas de ambición desmedida se volvieron algo demasiado obvio.

Alguien levantó la mano y comentó sobre como uno de los escenarios estorbaba para la circulación adecuada de carruajes en una zona bastante concurrida. A diferencia de lo que habría pasado en otros ducados, Aub Ferdinand se tomó de la barbilla, asintiendo sin dejar de mirar el punto que había sido señalado antes de preguntar que soluciones se ofrecían. Algunos otros de los líderes se aventuraron a dar sus opiniones respecto a donde colocar dicho escenario y por arte de magia, el escenario en cuestión desapareció, siendo cambiado por carruajes en miniatura, apareciendo después en cada una de las locaciones que los demás habían estado proponiendo hasta encontrar una zona donde dejarlo.

A partir de ahí, la junta fluyó como los ríos de Flutrane. La representación a escala de la ciudad sufrió algunos reacomodos más hasta que todos estuvieron de acuerdo. En ese momento, Benno se dio cuenta de la verdadera función del sacerdote/erudito en la sala. El pelirrojo estaba copiando todo el diseño en una hoja de planos de esas nuevas que Rozemyne introdujera en la imprenta apenas Ferdinand le dio permiso de volver a salir, luego del nacimiento de su primera hija.

La ciudad en miniatura se convirtió de nuevo en arena. Un grupo de asistentes entró en ese momento para recolectar hasta el último gramo del material. Luego, otro grupo de asistentes ingresó con rapidez para colocar comida y bebida.

Rozemyne los invitó a todos a servirse algunos aperitivos mientras se terminaban de hacer los últimos ajustes, ya que los siguientes días, todos estarían demasiado ocupados con esta nueva festividad.

Un cuarto de campanada después, Benno era el único que quedaba en la sala de conferencias con Mark parado detrás de él.

Los Aubs le hicieron una seña y ambos se pusieron en pie, siguiendo a la pareja archiducal en tanto varios asistentes entraban, doblaban las novedosas sillas para eventos creados en el gremio de herreros y el gremio de telas. Cuando al fin llegaron a la pequeña sala de té donde solían encontrarse para dar reportes, intercambiar ideas u ordenar cualquier cosa, Benno tomó asiento, agradeciendo a Mark por la taza de té y notando como Justus y la joven de cabellos grises que asistían al matrimonio servían el té. Alguien colocó una fuente con nuevos tipos de galletas y pastelillos dentro de una torre de madera decorado con encaje. Rozemyne hizo la tradicional prueba de veneno al té, las galletas y los pastelillos solo por protocolo. Benno tomó uno de los dulces nuevos antes de hacerle un gesto de desagrado a sus anfitriones.

—¿No te gustan, Benno? —preguntó Rozemyne como si hubiera olvidado a qué estaban jugando ahí dentro.

—Están deliciosas, Aub, solo me preguntaba porque sigue usted inventando más y más dulces. Coucoucaloura seguro estará feliz, pero también obesa con tantos postres nuevos.

El asistente de Aub Ferdinand comenzó a temblar con una mano cubriendo su rostro. Una diminuta sonrisa se formó en el hombre de cabellos azul claro y notó la mirada divertida que un par de ojos de un dorado más claro que los de su alumna le dedicaban a la misma… al parecer, no era le primero en decirle que dejara de centrarse en los dulces.

—Todavía no le sacamos hasta la última gota de provecho al chocolate… por no hablar de las semillas de khafi —se defendió la chica sonriendo antes de dar un sorbo a su taza de té—. En todo caso, estos son meros prototipos. Quiero perfeccionarlos antes de que Letizia vuelva a la Academia para comenzar a presentarlos como una nueva tendencia.

Benno soltó un leve suspiro, divertido de notar que la mujer frente a él seguía igual.

—Aub Rozemyne —dijo Mark entonces—, Aub Ferdinand, le permitirían a mi maestro ir al grano de la conversación. Estoy seguro de que estarán más ocupados que nosotros mismos luego de su reciente regreso de Dunkelferger.

Ferdinand parecía aliviado mientras daba su consentimiento. Rozemyne solo sonrió con amabilidad, asintiendo para dejarlo hablar. Benno dejó la taza y el plato en la mesa mirando a ambos antes de organizar sus palabras.

—Bien, voy a evitar el baile con Gramaratura para esto —dijo el hombre antes de tomar toda la determinación de que era capaz, lanzando una mirada alrededor que Ferdinand interpretó de inmediato, haciendo que Justus colocara y activara una herramienta antiescuchas de rango específico—. Karin, la chica que los comerciantes de Klassenberg abandonaron en la sede de Plantin en Ehrenfest hace tanto tiempo, volvió. Quiero desposarla.

El rostro estóico de Aub Ferdinand no mostró ningún cambio. El hombre incluso se llevó una galleta a la boca que desapareció de inmediato. Rozemyne, por su parte, parecía asombrada, mirando a Mark quien no tardó en asentir para corroborar lo que él había dicho. Los ojos de Rozemyne se posaron en él, irradiando una calidez y una felicidad que no había esperado del todo. Luego una mueca extraña que no le gustó nada apareció en el rostro de su antigua pupila, provocándole un escalofrío desagradable.

—¡Oh, cielos! ¿No deberías pedirle permiso al padre de Karin, Benno? ¿O es que al ser tu Aub, ahora me ves como una figura materna? Te adoptaría con gusto como a un hijo, pero sería mucho más extraño que haberme casado con Ferdinand.

La pequeña broma pareció írsele de las manos a Rozemyne, quien puso una cara de dolor por un segundo, antes de mirar a Ferdinand. No tenía idea de lo que el hombre le había hecho, pero lo agradecía.

—¡Tonta! Benno vino a preguntar si hay algún problema esta vez —explicó Ferdinand con un tono de voz un poco molesto. No era para menos.

—Pero… no entiendo porqué necesitaría verificar algo como eso aquí. Ese estúpido contrato que Sylvester me hizo firmar no tiene ningún efecto aquí en Alexandria. ¡Y en verdad quiero verlo feliz! No estaría mal ver un pequeño Benno correteando por ahí cuando vamos de visita.

Podía sentir el calor de un sonrojo subiendo por su cara. Benno se apresuró a tomar un sorbo de té antes de hablar de nuevo.

—No soy el único tomando una esposa extranjera. Mark también planea casarse con una chica de otro ducado.

Mark lo miró con un sonrojo ligero y una ceja levantada, como preguntándole qué necesidad había de hacer dicho comentario ahora. Estaba tratando de hacerle saber a Mark que no necesitaba que se molestara ahora cuando ambos escucharon una risa cantarina frente a ellos. Apenas voltear, Benno se encontró con Rozemyne tratando de controlar la risa poco refinada pero bastante sincera que salía de detrás de su abanico.

Benno se relajó. Mark también. Ferdinand en cambio se había tensado, mirando a su esposa con mala cara antes de decir algo cuyo sonido no les llegó de modo alguno.

Rozemyne pareció recomponerse entonces, mirando a Ferdinand con una disculpa en la mirada y su boca todavía oculta detrás de su abanico con motivos de verano, el cual cerró antes de tomar aire.

—Benno, Mark, muchas felicidades por sus matrimonios. Agradezco que me hayan informado, estaré practicando para que la bendición de unión de las estrellas que les dé no sea demasiado ostentosa. Espero que ambos sean felices.

Benno sonrió agradecido, tomando las galletas y comiéndolas con más calma, comentando algunas cosas más antes de terminarse lo que se le había servido y despedirse.

Para cuando los dos hombres salieron, Benno solo tenía una cosa dando vueltas en su cabeza que nada tenía que ver con asuntos de Greifechan sino con los de Bluanfah… necesitaba pensar en una manera adecuada de darle la noticia a Karin y hablar con los padres de la joven, quien estaría quedándose en la casa de Benno una vez que terminara el festival. Tenía muchos preparativos que hacer para poder casarse en el otoño, pensando que, a diferencia de en Ehrenfest, él no tendría que preocuparse por entrenarse lo suficiente para cargar a su futura esposa y ponerla a salvo de la húmeda tradición de evadir frutas de parte de los solteros envidiosos. No. Aquí la gente lanzaba hojas en el otoño y la novia lanzaba pequeñas caracolas marinas para "transmitir" un poco de su suerte a las mujeres solteras… Tendría que invertir un poco de dinero en esas caracolas, pero valdría la pena.

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–¡Lutz! ¡Deja de jalar mi blusa!

Tuuri le dio un manazo al rubio que la miraba con una enorme sonrisa traviesa, agitando su mano como si intentará sacudirse un dolor que, en realidad, no sentía.

–Pero, Tuuri…

–¡No, Lutz! ¡Estate quieto! –rio la artesana tratando de terminar de arreglar su peinado, sonriendo cuando colocó el palillo con flores para mantener su trenza levantada en su lugar y sonriéndole a su reflejo.

Ser la diseñadora exclusiva de accesorios de cabello de su hermana le había valido para tener más mobiliario del que pudiera soñar dentro de su propia casa sobre la compañía Plantín.

Estaba decidiendo si debería aplicar un poco de bálsamo rosado y tal vez colorete sobre sus pómulos cuando los brazos de Lutz le rodearon la cintura y la cara del rubio se asomó, apoyada en su hombro sin dejar de mirarla a través del espejo.

–¡Lutz! –se quejó ella, notando un brillo atractivo en la mirada de su esposo.

–Es el primer día que nos dan libre desde que empezó el festival –murmuró él. Sus dedos pintando caricias sobre su vientre, subiendo despacio por encima del vestido castaño que usaba ella ese día–. Déjame estrujarlos un poco, Tuuri, por favor.

Aguantó la risa como pudo, tratando de mostrarse molesta cuando no lo estaba.

–Te estás portando de un modo muy infantil, Lutz.

–¿Prefieres que me comporte un viejo odioso y gruñón? Lo siento, pero no estoy de humor para portarme como si esto fueran solo negocios.

No pudo soportarlo más, soltando una risa cantarina cuando las manos de Lutz comenzaron a alcanzar sus senos, dejando pequeñas caricias entre la piel de sus curvas y la de su vientre.

–¡No tienes remedio, Lutz! –suspiró derrotada antes de voltear un poco el rostro para besar al hombre a su espalda, disfrutando de la sensación de sus manos traviesas amasando su cuerpo por encima de la tela y otra boca jugando con la suya.

Ambos sonreían cuando el beso se rompió. Tuuri se giró entre los brazos de Lutz, disfrutando que el hombre se irguiera en toda su estatura, quedando una cabeza más alto que ella.

–¿Vas a estar satisfecho solo con eso? –preguntó sabiendo de sobra la respuesta.

–Bueno –le sonrió él de un modo tonto, rascando entre sus cabellos sin que su otra mano la soltara–… con las enormes bendiciones que Geduldh y Efflorelume te han dado… no es suficiente.

Tuuri negó despacio, sin dejar de sonreírle a Lutz. No estaba segura de si él tomaba esa actitud infantil y juguetona de vez en cuando porque ella era mayor que él o para que lo viera a él sin pensar en nadie más.

Tuuri suponía que todavía había días en que era un poco difícil para Lutz estar con ella. Si bien, su esposo estaba comenzando a mostrar algunos de los hábitos de soldado de su padre, cómo pararse derecho y en firmes cuando se le daban indicaciones, también era cierto que había adoptado algunos de los hábitos de Benno.

La manera en que discutía con los clientes o con posibles aliados comerciales. Lo estricto que se volvía y sus palabras duras cuando algún producto no obtenía la calidad que buscaba. Algunos de sus gestos eran, de hecho, un espejo de Benno al grado de que cuando llegaron a Alejandría, muchas personas se habían sorprendido de que no fuera el hijo del nuevo Maestro del gremio de comerciantes.

Tuuri se recargó en la pequeña mesa con espejo que su hermana insistía en llamar "tocador". El mismo donde guardaba sus pocos productos de belleza, redactaba cartas de vez en cuando y guardaba la mayor parte de su ropa interior y sus propios accesorios para cabello.

Lutz no tardó nada en mostrarle una sonrisa agradecida antes de soltar el nudo que mantenía la tela de su blusa en su lugar, cubriendo sus senos, mismos que el hombre no tardó nada en dejar al descubierto.

Las manos y la boca de Lutz no tardaron en apoderarse de ellos. Besos y caricias excitantes que la obligaban a apretar la quijada y los puños para no soltar ni un ruido. Que su habitación estuviera cerrada bajo llave no significaba que su pequeño hijo no pudiera oírlos a través de los muros o las puertas.

Los brazos de Lutz la rodearon. La cara de su esposo comenzó a frotarse en medio de sus pechos con afecto, robándole una sonrisa al ver la mata de cabellos rubios entre ellos.

Su esposo la tomó entonces con fuerza de las caderas, cargándola lo suficiente para obligarla a sentarse sobre la superficie de madera gruesa en qué descansaba su espejo.

–¡¿Lutz?! –gritó ella entre risas.

Su marido no tardó nada en arrodillarse frente a ella y levantarle la falda y el fondo del vestido, soltándolo la ropa interior con demasiada habilidad.

–¡Vamos, Tuuri! Prometo que vas a disfrutarlo. Estuve estudiando ese libro impúdico que nos regalaron.

Estaba por decir algo cuando la cabeza de Lutz desapareció entre su ropa y sintió el momento exacto en que la boca y la lengua de su esposo hacia contacto con su piel. Tuuri tuvo que tapar su boca con fuerza para que el sonido de su gemido no llegara hasta la puerta.

Estaba disfrutándolo más de lo que nunca se atrevería a admitir. Lutz en serio se estaba esforzando está vez. Las sensaciones eran intensas, así que mantenerse callada conforme seguía jadeando era difícil. Una de sus manos se enredaba con afecto entre los cabellos rubios de Lutz cuando escuchó como uno de sus cajones era abierto y luego el seguro del fondo falso retirado.

La boca de Lutz abandonó su cuerpo por un par de segundos, tiempo suficiente para asomarse y notar la pequeña colección de juguetes que ambos habían adquirido en la extraña tienda para entretenimiento de adultos en esa playa a la que su hermana había insistido que fueran varias estaciones atrás, poco después del nacimiento de su pequeño.

Estaba tratando de descifrar que había tonado Lutz cuando sintió como algo húmedo y rugoso era introducido en ella, luego la boca de Lutz asistiéndola con singular alegría para llevarla demasiado cerca del cielo, haciendo que su cuerpo se estremeciera al extremo, su corazón enloqueciera y su respiración le fuera tan rápida y difícil como si hubiera estado acarreando agua del pozo hasta su vieja casa en lo alto de un edificio del sector sur de la ciudad de Ehrenfest.

Cuando se recuperó se dio cuenta que sus piernas habían estado apretando a Lutz con fuerza. No era sorpresa que el hombre hiciera las telas que lo cubrían hacía un lado para dedicarle una mirada divertida y arrogante, antes de mirarla con la amabilidad que siempre lo habían caracterizado.

–Alguien está disfrutando demasiado –parecía reclamarle sin dejar de penetrarla con lo que fuera que sacará del cajón oculto.

–No me digas –murmuró ella con una sonrisa cómplice antes de voltear a la puerta.

Por un segundo o dos recordó aquella vez en que había sorprendido a Myne y Dino haciendo algo similar sobre la mesa de casa de sus padres. Menos mal que ellos solo se dejaban llevar dentro de su propia casa.

–Si. Creo que lo estás disfrutando más de lo que lo disfruté yo hace un momento.

–¡Oh, cielos! –suspiró ella cubriendo su boca, siguiéndole el juego a su esposo–. Tendremos que remediar… está injusticia.

Lutz se levantó despacio, tomándola del mentón con una mano para poder besarla con ternura.

Sus besos siempre eran así. No importaba si eran apenas un roce de labios o un beso profundo en medio de la intimidad. Lutz rebozaba ternura y gentileza en su forma de tocarla desde que se habían casado.

–Te amo, Tuuri –murmuró el hombre sobre sus labios, todavía besándola.

–También te amo, Lutz –respondió ella.

De pronto aquello que estuvo acariciando sus profundidades salió de su cuerpo y de entre sus ropas, dejado a un lado sobre el tocador y bañado en fluidos.

Tuuri miró el dirudo color crema con pequeños bultos flexibles alrededor que brillaba debido a la humedad que le había robado, sonrojándola sin que pudiera evitarlo, distrayéndola suficiente tiempo para que no notara en qué momento Lutz había abierto su pantalón y bajado su ropa lo suficiente para proseguir.

No fue sino hasta que el rubio volvió a besarla y comenzó a restregarle el pito entre las piernas que se dio cuenta de que esto no pararía hasta llegar a sus últimas consecuencias.

–¡Lu~tz! –gimió ella cuando lo sintió entrar, abrazándose a él de inmediato.

Continuaron en esa posición un rato más, gimiendo juntos cuando ya no pudieron más, tratando de respirar con normalidad todavía entre los brazos de otro, besándose con calma antes de que Tuuri ocultara su rostro en el hueco del hombro de su esposo sintiendo la piel de su vientre pegajosa otra vez.

–El jefe quiere que vaya a Ibiza el mes entrante para verificar unas reparaciones a la imprenta –dijo Lutz, acariciándola en la espalda sin atreverse a salir de su interior.

–No quiero saber si te paseas por ese… templo desvergonzado –murmuró ella haciendo un puchero, apretándolo más contra ella.

Lutz comenzó a temblar entre sus brazos, luego la risa lo abandonó del todo. Podía sentirlo sembrando besos en su cabeza que intentaban relajarla. En realidad quería prohibirle que se acercara al templo lleno de flores y personas dispuestas a vender su cuerpo, mordiéndose la lengua. No le gustaba parecer celosa o posesiva en realidad.

–¿Ni siquiera si vas conmigo?

Tuuri se hizo hacia atrás, mirando a Lutz con la boca torcida y el ceño fruncido.

–Escuché por parte de los herreros que llevaron bastantes de esos colchones extra suaves además de tinas para amueblar las habitaciones. Estuve averiguando. Al parecer puedes decidir si solo rentas una de sus habitaciones, sin tener que rentar a una… bueno… quiero llevarte y que disfrutes de una habitación de nobles conmigo.

Era tentador, pero ella tenía trabajo. Por otro lado, podría ser un paseo interesante para su hijo, que ya caminaba, disfrutar de la arena bajo los pies y jugar un rato a huir de las olas del mar.

Lo consideró un momento, haciendo cuentas rápidas del dinero que tenían a su disposición y los precios que recordaba.

–¿Estás seguro?

–Si –sonrió él de inmediato.

Tuuri lo empujó un poco, sintiendo como terminaba de deslizarse fuera de ella antes de cruzarse de brazos.

–¿Qué hay de Fritz? No podemos dejarlo solo.

Lutz soltó un suspiro, caminando hacia el aguamanil que tenía cerca, mojando la toalla de mano para humedecerla y limpiarse antes de doblar la tela hacia el otro lado y caminar hasta ella, arrodillándose para comenzar a limpiarla.

–Kamil va a ir también. Tu madre me pidió que lo mantuviera alejado del templo de flores. Igual tu padre. Dice años es muy pronto para que vaya a un lugar como ese.

–¿Quieres que mi hermano cuide de Fritz? ¡Lutz!

Le dio un golpe en la cabeza con los dedos de su mano, escuchándolo reír y viéndolo encogerse antes de retirar la tela húmeda que no tardó en lanzar a la cesta de ropa sucia para luego comenzar a reacomodarle la ropa

–Como si fuera más difícil que cuidar de Myne cuando cumplió cinco. Solo será media campanada de todos modos.

Una punzada de algo desagradable la asaltó un momento. No sabía que sentía Lutz cuando ella mencionaba a Benno, pero ella sí que sentía un poco de celos cuando él hacía mención de los viejos tiempos, cuando su hermana era una pequeña niña enfermiza que comenzaba a inventar todo tipo de cosas extrañas para mejorarles la vida.

Soltó un suspiro y con ello su malestar. Amaba a su hermana. Confiaba en Lutz. Solo era un poco complicado a veces. Myne era afortunada. Era bien sabido que Dino nunca se había sentido atraído por nadie… no hasta que su hermana comenzó a verse como un adulto, al menos. Lo mismo para Myne. La muy despistada había tardado mucho tiempo en aceptar que se había enamorado de su tutor. Ser una noble, asistir a una escuela donde le enseñaran cosas que ella no podía siquiera imaginar y codearse con la realeza no había hecho mucho para que su hermana comprendiera lo que albergaban en su interior. Fue casi un alivio cuando logró aceptar lo que sentía meses antes de casarse.

Para cuando Tuuri salió de sus pensamientos, Lutz estaba terminando de arreglarse a sí mismo y la miraba con una enorme sonrisa. Ella bajó del mueble y se volteó para revisarse en el espejo.

Nadie notaría lo que habían hecho justo antes de salir.

De nuevo, Lutz se asomó desde su hombro para verla desde el otro lado del espejo.

–Es una pena que no pueda soltar tu cabello y recoger solo una parte. Te verías como una diosa de la primavera allá afuera.

–Lutz, eres un coqueto. ¡Compórtate!

–¿Por qué? Soy el menor aquí. Creo que puedo portarme un poco mal de vez en cuando.

Ella sonrió y él le plantó un beso en la mejilla antes de soltar la y salir.

–¡Fritz! ¿En qué momento…? –llegó la voz de su marido desde el pasillo. Seguro había olvidado cerrar la puerta.

–Lutz, querido –sonó la voz de su madre, congelándola–, espero que no te moleste que lo haya arreglado. Cuando llegué y no los vi afuera, pensé que estarían ocupados.

–Ajajajaja –escuchó la risa nerviosa de su esposo, quién debía estar sonrojado de pies a cabeza–. Gracias, señora Effa… perdón por la demora, yo…

–No necesitas explicar nada, Lutz. Yo también fui joven una vez –pareció burlarse su madre.

Fritz entró a la habitación en ese momento apoyándose en la pared. Su enorme sonrisa con apenas cuatro dientes haciéndola sonreír.

Tuuri se arrodilló junto a su tocador y abrió los brazos. Su bebé no tardó nada en reír contento antes de dar un par de pasos todavía apoyado para luego soltarse y caminar cada vez más rápido, tropezando tan cerca, que ella pudo atraparlo antes de que se cayera.

–Ojalá Dino fuera un poco más… –sonó la voz de su madre en una queja antes de soltar un suspiro derrotado-. Bueno, supongo que no se puede hacer nada con ese rostro inexpresivo que tiene si no le enseñaron a usarlo, ¿no?

Tuuri abrazó a su hijo y se puso en pie aguantando la risa. Si su madre supiera que Dino podía hacer unas caras de lo más curiosas cuando no lograba quitarle las manos de encima a Myne… claro que para eso tendría que acusar a su hermana de su pequeño desliz.

Tuuri negó. Ellos no habían vuelto a hacer algo tan inapropiado en casas ajenas, así que su madre no tenía por qué enterarse de que Dino era más apasionado de lo que pudieran esperar.

–Dino es el único ser viviente capaz de contener a Myne y mantenerla sana. Solo con eso, imagino que el cansancio le impide mostrar otras expresiones.

Tuuri salió de su cuarto a tiempo de ver a su madre riendo divertida ante el comentario de Lutz. Tenía que estar de acuerdo con él en eso. No podía ser fácil evitar que su hermana destruyera el mundo teniendo el poder para mover un Ducado completo.

–Tienes razón, Lutz… Tuuri, querida, ¡Te ves radiante!

–Gracias, mamá.

–Tu padre está afuera esperando con Kamil, Dino y tu hermana. Incluso trajeron a la pequeña Aiko. Tu padre se ha negado a devolvérselas desde que llegaron… temo que esa es la razón de que viniera tan puntual por ustedes.

Tuuri solo sonrió, dejando que Lutz le colocara un sombrero blanco y le reajustar el collar de matrimonio adornado con perlas en su lugar, tomando a Fritz para que no pudiera despeinarla.

–No los hagamos esperar más. –dijo Tuuri antes de salir de su casa y reunirse con el resto de su familia.

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Fritz se removía mucho entre sus brazos, era como si todo le llamara la atención a su pequeño hijo. No era para menos, él y Tuuri habían estado tan ocupados que Fritz se la había pasado encerrado en alguno de los talleres, siempre restringido por uno de esos corrales de madera para bebés que Myne introdujera al inicio de la primavera.

La ciudad se veía muy diferente de lo usual.

Las calles rezumaban vida entre los coloridos puestos de comida, de adornos, de ropa e incluso algunos pocos con juegos de destreza donde los participantes pagaban para intentar ensartar aros de madera en cuellos de botellas, alcanzar una bandera escalando sogas de cuerda que daban la vuelta si no se tenía cuidado, lanzaban dardos intentando atinarle a pequeños círculos blancos o rojos en un tablero o bien tratar de derribar una torre de cubos de madera con pelotas de gumi moka.

Lutz sonrió cuando pararon en uno de estos últimos para que Myne y Tuuri trataran de derribar una de las torres sin mucho éxito. El chico recordó cuando uno de los comerciantes había propuesto utilizar frutos de Taue y torres de madera hueca.

¡Eso es muy peligroso! —había dicho Benno de inmediato—. Si algún noble toma una de esas… son plantas fey, algo terrible pasaría si los nobles deciden participar del festival.

Lutz observó a las dos hermanas discutir un poco por su incapacidad de tirar una torre completa en tres intentos. Además de Myne, Lutz había visto a los nobles del séquito de los archiduques merodeando por el festival y mezclándose entre la gente para participar en los juegos y disfrutar de la comida. Menos mal que nadie intentó usar esos frutos peligrosos.

—Esto es una pena, yo de verdad quería uno de esos juguetes para Aiko.

El rubio sonrió al ver a las dos hermanas mirando con desconfianza el juego. Turri con los brazos en jarras, el ceño fruncido y su boca formando un adorable mohín. Myne por su parte se veía exactamente igual… solo que con los brazos cruzados y su ceño difícil de ver a causa del velo negro que cubría la mitad superior de su cara, colgando de su sombrero para evitar que la reconocieran.

—Lo intentar…

—¡Si mis hijas quieren uno de esos, entonces lo intentaré!

Lutz miraba ahora de Dino a Gunther. Los dos se notaban determinados a conseguir los premios. Gunther con esa sonrisa retorcida que mostraba cada vez que se metía en una pelea o presumía de haber atrapado a algún delincuente y Dino con una abierta mueca de fastidio por un segundo o dos, con sus orejas sonrojadas y demasiado a la vista. Se veía distinto cuando ataba su cabello… ¿lo llevaba más largo?

—¿Quieres que lo intente, Tuuri? No soy tan fuerte como esos dos, pero…

—¿Lo harías, Lutz? —preguntó su esposa con una mirada de súplica tan brillante, que solo pudo sonreír y entregarle al pequeño Fritz.

—Dino, nada de magia —escuchó que Myne advertía por lo bajo.

Dino solo resopló con fastidio antes de volver a su mueca estoica, robando las miradas de las jóvenes que pasaban cerca como era usual. Lutz sonrió divertido. Era un alivio que Myne nunca notara la atención que robaba su esposo cada vez que se le ocurría obligarlo a salir con ellos a recorrer las calles de cualquier parte del ducado.

El tendero les entregó las pelotas de gumi moka. Lutz apretó una con curiosidad, sonriendo ante la textura del material, tan elástica y a la vez ofreciendo resistencia…

—Ja, ja. Ganaré esas muñecas y seré el héroe de mis lindas hijitas. ¡No podrán conmigo!

—Señor Gunther —se apresuró a intervenir Lutz, más preocupado de lo que pudiera causar ese reto que por sentirse molesto—, no es necesario que…

—Acepto el reto —respondió Dino con una pequeña sonrisa que le heló la sangre a Lutz.

'¡Oh, no! Justo lo que quería evitar.'

Lutz observó a los dos hombres apenas un momento. Ambos confiados y con un aura tan oscura, que de pronto nadie se acercaba demasiado al puesto, aunque si que se habían parado varias personas a observar.

Lutz tragó con dificultad. El tendero se quitó del frente y dio la señal de que podían empezar. Las primeras dos bolas salieron disparadas, tirando dos torres sin mucha dificultad con un ruido curioso provocado por los cubos cayendo al suelo y las pelotas golpeando la tela de atrás antes de rebotar al frente y caer junto a los cubos.

Hubo algunos aplausos y gritos de admiración. Lutz volteó al puesto, encontrando con que en ambas torres había quedado un cubo en pie. ¿Cómo era eso posible?

—Papá, ese ha sido un gran tiro, pero… —dijo Tuuri ignorando la pose de orgullo que Gunther había adquirido sin dar un segundo vistazo al puesto.

—Es cierto, ambos fallaron un bloque —completó Myne.

Cualquiera que no conociera bien a Dino pensaría que el hombre estaba tan tranquilo y sereno como un lago, golpeando despacio una de sus sienes. Él en cambio lo había observado por años lidiando con el templo de Ehrenfest y las locuras de Myne… que las comisuras de su boca estuvieran hacia debajo de manera casi imperceptible no era bueno.

—Ya veo. Así que hay que tirar todos los cubos de esas torres piramidales de un solo tiro —replicó Dino al cabo de un par de segundos con su voz calmada.

—En realidad, tendrían que tirar una sola torre en tres… —intentó explicar el tendero.

—Así que la torre entera, ¿eh? —continuó Gunther, ignorando del todo al dueño del puesto—. Esto se pone interesante.

Ambos hombres sonrieron… aun si en Dino apenas y era perceptible.

El encargado del puesto pareció temblar, quitándose de inmediato cuando notó a los dos hombres tomando posición con sus respectivas pelotas, salvándose de ser golpeado de puro milagro.

Esta vez las pelotas impactaron den el centro de otras dos torres piramidales, con las pelotas rebotando con un ruido tan fuerte, que Lutz temió que rompieran la cortina de atrás.

De nuevo, ninguno había logrado derrumbar las torres, dejando esta vez los cubos de ambas esquinas en cada caso.

Gunther parecía confundido y molesto, muy molesto. La gente detrás de él había dado un par de pasos atrás casi por puro instinto. El mismo Lutz quería irse de ahí y fingir que no los conocía. Dino en cambio… estaba sonriendo… estaba luciendo una brillante y hermosa sonrisa que no hizo más que llamar la atención de más mujeres, las cuales no tardaron mucho en rodearlo, manteniendo su distancia por mero decoro en tanto Myne… ¿Parecía aterrada?

—Dino, eh, recuerda que solo es un juego, ¿si? Es solo para divertirse y, y, prometiste que no harías…

—Si lo prometí, lo prometí. No usaré eso y ganaré uno de esos juguetes para Aiko.

Algo no le estaba cuadrando nada a Lutz, quien de pronto se sentía bastante más inquieto que la vez que intentaron secuestrar a Myne y a Tuuri muchos años atrás.

—Oigan, pero el tendero dijo que…

Fue inútil, ninguno lo escuchó. Padre y yerno voltearon a verse con miradas dignas de Leidenshaft y sus doce exaltados, Lutz casi podía notar chispas saltando entre ambos cuando asintieron en completo acuerdo, mirando luego el puesto con ojos cargados de un odio y una determinación, que Lutz solo pudo sentir lástima por el puesto.

El tendero se apresuró a reacomodar los cubos en tiempo record antes de quitarse del camino. Dos bolas de gumi moka salieron disparadas con tanta fuerza, que Lutz casi no logra verlas impactando contra las torres. El impacto fue tal, que la pelota de Gunther perforó la tela de atrás de la tienda, dejando tras de si un solo bloque en pie, mientras que la pelota de Dino giró un poco más sobre la tela del fondo, rebotando con suficiente fuerza para dar un último golpe al único bloque de su pirámide que seguía en pie, empujándolo hasta casi tirarlo… casi. El infeliz se atrevió a seguir ahí, en pie, en una posición tan precaria en la repisa que un leve soplo de Schutzaria podría derribarlo sin problemas.

Lutz miró a los dos hombres observando con todo su odio los cubos que habían permanecido en su lugar, Dino con una sonrisa todavía más brillante y amplia en tanto Gunther se tiraba al suelo de rodillas, incrédulo, sujetando su cabello con ambas manos.

Lutz miró a la muchedumbre atrás, deshaciéndose entre un montón de murmullos y las caras de las chicas entre incrédulas y aliviadas de que la cosa no pasara a mayores. Luego miró a su pequeño Fritz en brazos de su madre, mirando con anhelo uno de los peluches con forma de shumil que colgaban de uno de los postes del puesto.

—Bueno, supongo que ya puedo intentar —suspiró Lutz buscando una de las torres que seguían intactas, lanzando la primera pelota.

Tal y como había pasado con su suegro y su concuño, la pirámide cayó al suelo, dejando tan solo tres cubos apoyados en forma de una pequeña pirámide sobre la repisa.

Lutz tomó una segunda pelota, apretándola un poco y tratando de apuntar, derribando esta vez dos de los cubos. Con su último tiro, preocupado por lo pequeño del blanco, Lutz lanzó con fuerza, sonriendo cuando el último cubo cayó al suelo con un reconfortante sonido de /tud/

—¡Tuuri, lo logré! —intentó festejar Lutz, mirando la sonrisa complacida de su esposa, la cara sonriente de Fritz y…

—¿Qué no debíamos derribarlas de un solo tiro? —se quejó Gunther.

—Si, ¿en dónde decía que eran tres tiros para derribar esas cosas? —apoyó Dino todavía sonriendo, haciéndolo sudar por un momento, lleno de preocupación.

—¡Señor, muchas felicidades! Aquí está su premio, esperamos que lo disfrute mucho —interrumpió el encargado entregándole a Lutz un shumil de peluche gris plata del tamaño exacto que había tenido Fritz cuando era un recién nacido.

El chico solo sonrió, entregando el juguete a su hijo, quien comenzó a balbucear ¡sumil, sumil! Alegremente antes de que Lutz mirara a los dos hombres que habían estado compitiendo y que ahora lo miraban con promesas de venganza.

—No es mi culpa si ustedes estaban tan metidos en su competencia que no escucharon las indicaciones. Ahora, si me disculpan, creo que la competencia de música estaba por comenzar.

Lutz tomó el brazo de su esposa, jalándola hacia él y caminando con tanta naturalidad como le fue posible. La verdad es que estaba muerto de miedo por dentro. Meterse con el capitán de los soldados de la ciudad y con el Aub no podía ser algo sabio.

—Lutz, gracias —le murmuró Tuuri al oído antes de depositar un beso en su mejilla, haciéndolo sonrojar, sonreír y olvidar que tenía dos personas tras él con ganas de matarlo en ese momento.

—Lo que sea por mi familia —dijo él olvidando porqué razón había estado tan nervioso un segundo atrás, tomando la mano libre de su esposa para caminar sin dejar de sonreír.

El resto del día fue mucho mejor.

La familia entera consiguió lugares cerca del escenario, de modo que pudieron disfrutar con las muestras de música, canto y baile del concurso en el cual se anunció que los ganadores, además de obtener cinco oros grandes, se ganarían un contrato de dos temporadas en el Templo de Kuntzeal.

Myne parecía divertirse un poco después, cuando obligó a Dino a subir con ella a otro de los escenarios a bailar un poco de música junto con otras parejas que parecían haber practicado con antelación o bien, estaban aprendiendo. Tuuri terminó arrastrándolo a él también un poco después. Al principio, Lutz se había sentido tan torpe y carente de gracia como un grun, más luego de ver bailando a Dino y Myne, sin embargo, la sonrisa de Tuuri y verla divirtiéndose le hizo olvidar que era su primera vez bailando, relajándolo lo suficiente para disfrutar con las dos piezas de música.

Poco después de la sexta campanada, la familia entera estaba en la casa de Gunther y Effa, sobre el taller de teñido que ahora dirigía la madre de su esposa.

—¡Me he divertido tanto hoy, que casi no puedo contenerme! —dijo Myne bastante emocionada cuando la puerta de la casa se cerró detrás de ella—, ¡Alabados sean los dioses!

De inmediato la habitación se llenó de un montón de luces que comenzaron a volar fuera del edificio, aturdiéndolos a todos un segundo o dos.

—¿Pero qué crees que estás haciendo, tú, gremlin despreocupado? —la regañó Dino con una cara obvia de frustración y molestia en tanto sus manos le pellizcaban las mejillas a Myne, quien, por suerte, había dejado que su padre cargara a Aiko cuando iban de vuelta a casa.

—¡Awww, Awwww, Fewiwang! ¡Awww!

Dino soltó a Myne, apretándose el puente de la nariz y murmurando algo que no alcanzó a comprender, como si estuviera hablando en otro idioma o algo así para luego recitar una pequeña oración y poner su mano frente a la cara de Myne. Unas pocas luces verdes salieron del anillo de Dino, volando de inmediato a la cara de su amiga, cuyas mejillas pasaron del rojo al crema de inmediato.

—¿Deberíamos decirles algo? —le murmuró Tuuri en el oído.

—¿En serio crees que van a escuchar? Hasta parece que están acostumbrados, además, el maestro Benno también solía castigar a Myne de un modo similar cuando se descontrolaba.

Miró a Tuuri. Por alguna razón, su esposa se tensaba un poco cuando él mencionaba al maestro Benno junto con algún recuerdo de antes de que Myne tuviera que irse. Esta vez su esposa lo miró un momento antes de mirar a su hermana y cubrirse la boca y las mejillas.

—Si ya dejaron de coquetear ustedes dos —mencionó Effa mirando a Dino y a su hija menor—, les agradecería que ayudaran a poner la mesa. Compré algunas cosas para cenar… ahora que… olvidé preguntarles si querrían…

—¿Podemos quedarnos un poco más? —preguntó Myne de inmediato, viendo a Dino con una súplica en sus ojos, casi como si la lluvia de bendiciones y el jalón de mejillas no hubiera pasado en primer lugar.

Dino miró a todos lados, cruzándose de brazos y observando a su esposa antes de soltar un pequeño suspiro, casi imperceptible.

—Solo un cuarto de campanada, todas mis diosas. Aiko necesita ir a su cama a dormir.

—¡Gracias Ferdinand! —gritó Myne emocionada, brincándole encima a su esposo y abrazándolo con fuerza, depositándole un beso en la mejilla que provocó que las orejas del pobre hombre cambiaran de color a rojo en un instante—. ¿Qué platos pongo, mamá?

Tuuri y Lutz comenzaron a reír con disimulo notando lo tenso que se había puesto Dino o como se tocaba la mejilla con los ojos muy abiertos, las orejas todavía rojas y la mirada muy abierta y perdida.

Gunther no tardó en sacarlo del trance, dando una fuerte palmada en la espalda a su yerno de cabellos azul claro con una enorme sonrisa en el rostro.

—Gracias por pasar parte de su día con nosotros, Dino. Sabemos que están muy ocupados. No quiero ni pensar en todos los arreglos que tuvieron que hacer para venir desde la tercera campanada.

El nombrado se recompuso de inmediato, volviendo a su rostro carente de emociones para asentir antes de alcanzar a Myne y ayudarla a colocar vasos y cubiertos en la mesa.

Lutz sonrió. Nadie le creería nunca que los archiduques de Alexandría ponían la mesa en casa de sus suegros como si fueran plebeyos comunes y corrientes.

—¿Hay algo en lo que podamos ayudar nosotros? —ofreció Lutz.

—Por supuesto. Tuuri, ayúdame a servir la comida, por favor.

—Si, mamá.

—Lutz, deja a Fritz con Gunther y trae la botella con vize que está en la bodega.

—Entendido.

La cena que siguió fue amena. Risas y comentarios iban y venían alrededor de la mesa llena de comida que había comenzado a acabarse. En algún momento Lutz notó a Dino cargando a Aiko y alimentándola con una de esas novedosas botellas de vidrio y gumi moka que tenía poco habían comenzado a vender para alimentar a los bebés cuando la madre no estaba cerca. Fritz por su parte estaba más entretenido con una galleta cuando Myne los miró a todos con una sonrisa enorme que les llamó a todos la atención.

—Tengo un anuncio que hacer —canturreó ella.

—¿Vas a inventar otra cosa, Myne? —se burló Tuuri con Fritz en brazos—, si es así, por favor espera a que terminemos de comer. No quiero que la comida se me atore en la garganta tan pronto.

Hubo algunas risas por la broma. Myne no se inmutó, solo cubrió su boca con la mano, riendo bajito.

—No, no. Ahm… ¡Vamos a tener otro bebé!

—¡Si! ¡Voy a ser tío de nuevo! —festejó Kamil de inmediato.

Las reacciones no se hicieron esperar. Gunther brillaba y gritaba emocionado sus felicitaciones. Effa se cubrió la boca un momento por la sorpresa antes de pararse a abrazar a Myne con afecto y felicitarla, seguida por Tuuri casi de inmediato. Fritz estaba ahora en brazos de Lutz, quien sonreía contento antes de notar el rostro pálido de Dino y sus ojos llenos de angustia.

El muchacho no pudo evitar correrse en la banca hasta quedar lado al lado con el otro padre, ignorando adrede a la feliz familia que festejaba por la nueva vida gestándose en el vientre de la más enfermiza.

Aiko no parecía notar nada, roncando y aventando un poco la botella vacía, todavía en brazos de su padre, quien parecía seguir congelado en su sitio.

—Oye, Dino —le llamó Lutz palmeándole la espalda un momento.

El aludido volteó a verlo. Parecía horrorizado, casi enfermo. Por un momento Lutz recordó cuando se habían conocido. Le parecía que ese hombre llevaba una vida un poco miserable si estaba tan demacrado a pesar de ser un noble que vivía en el templo.

—Sé cuanto miedo da todo esto, pero ella no puede verte así.

—Lutz —trató de responderle el otro, todavía asustado.

—No importa cómo te sientas, cuida de Myne, déjala sentirse tranquila y cuando creas que no puedes más, ven a buscarme. Sé lo que es preocuparse por algo como esto. Sé lo que es preocuparse por Myne.

Lutz volteó a ver a Tuuri por un segundo. Era como si la chica hubiera olvidado que habían perdido un niño dos temporadas atrás… o que ella casi se muere en el proceso.

Cuando devolvió su mirada a Dino, el hombre lo miraba agradecido. La preocupación seguía ahí. El miedo seguía ahí, pero debía sentirse aliviado en cierto modo de tener a alguien que pudiera comprenderlo.

Lutz no lograba sentirse feliz por Myne en ese momento. Los recuerdos de todas las veces que estuvo a punto de morir siendo una niña, de sus fiebres, sus desmayos, incluso la angustia que todos habían sentido cuando se enteraron de que estaba dormida dentro de una poción sanadora en la cual permaneció por dos larguísimos años… no tenía idea de cuanto había mejorado su salud luego de eso, pero comprendía a la perfección que el futuro padre no se sintiera nada feliz con la noticia. Si era sincero, él habría evitado tener hijos con Myne a toda costa si se hubiera casado con ella.

Más tarde, cuando las familias se despidieron y él, Tuuri y Fritz partieron a su propio piso, Lutz no pudo dejar de pensar en cuanto admiraba al hombre que gobernaba el ducado junto a su amiga de la infancia. No sabía como había sobrevivido al primer embarazo de Myne teniendo en cuenta su largo historial de mala salud y debilidad, pero…

—¿Estás bien, Lutz? —preguntó Tuuri.

Lutz sonrió, esperando a que su esposa abriera la puerta para que él pudiera entrar a acostar a Fritz en su cama, suspirando agradecido porque su hijo pudiera tener una habitación propia, a diferencia de él y su esposa, quienes habían compartido habitación con sus padres y hermanos durante la infancia debido a la pobreza en que habían vivido.

—Si, solo… me acordé de algo triste.

—¿Estás… celoso?

Se sorprendió de oír aquello, mirando a su esposa tan desanimada, que parecía que caería enferma en cualquier momento.

—Tuuri, ¿de qué tendría que estar celoso?

La vio torcer la boca antes de empezar a morderse la uña de una mano. Lutz la detuvo, jalándola para besar su mano sin dejar de mirarla, confundido.

—Mi hermana… todavía… ¿todavía sientes lo mismo… por ella? ¿no estás celoso de que… tendrá otro hijo… con otro hombre?

Así que era eso.

Lutz jaló a Tuuri para besarla y abrazarla, haciendo un esfuerzo para cargarla y llevarla a la cama donde la acorraló, mirándola a los ojos con tanta seriedad como pudo.

—No estoy celoso de nadie. Solo recordé… Dino se veía preocupado, ¿sabes? Más preocupado que feliz y puedo entenderlo. Si me dices que estás embarazada de nuevo, yo…

Era demasiado. Su cabeza parecía demasiado pesada para sostenerla encima. Lutz se acurrucó contra el cuerpo de Tuuri, abrazándola con fuerza, restregando su rostro en aquel cuerpo para llenarse con el aroma a jabón y flores que emanaba de ella. No sabía como iba a lidiar con un tercere embarazo y el miedo que le sobrevendría.

Tuuri debió entenderlo porque le devolvió el abrazo, peinándole el cabello antes de besarlo. Lutz volteó entonces, encontrándose una sonrisa sincera y una mirada cansada en el rostro de su esposa.

—También me duele lo que pasó. No creo que pueda dejar de doler. Hay días en que solo recuerdo lo que pasó y creo que voy a morir de tristeza, pero, luego los veo a ti o a Fritz y sé que estaré bien.

Asintió un poco, jalándola para refugiarse en ella un poco más.

—Lutz, iré contigo a Ibiza.

Fue como si su corazón se saltara un latido, haciéndose para atrás de modo que pudiera mirarla, haciendo un esfuerzo por ocultar su asombro.

—A cambio… ya no quiero que termines fuera de mí, por favor. No quiero que Fritz crezca solo.

—¡Pero, Tuuri…!

—Perdimos un hijo y eso duele mucho, Lutz… pero quiero tener al menos dos más, ¿por favor?

La súplica en los ojos de Tuuri eran algo que simplemente no podía ignorar. Soltando un largo suspiro de resignación, Lutz la besó en los labios, odiándose por lo que iba a hacer, comprendiendo de pronto como era que Myne había terminado embarazada una segunda vez.

—Si eso es lo que quieres…

—Eso quiero. Seré más cuidadosa esta vez. Vivimos bien, casi no tenemos carencias. Prometo trabajar menos y salir acompañada de alguien más si me embarazo de nuevo, así que…

—Lo prometo. Ya no terminaré afuera, solo, promete que me avisarás a mi primero, ¿si?

Tuuri le sonrió, besándolo empujándolo sobre la cama antes de ser ella quien se acurrucara contra él esta vez.

Las siguientes temporadas iban a ser largas y difíciles, todo con tal de tener feliz a la mujer de la que se había enamorado poco a poco. La que le había sanado su corazón roto.

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Notas de la Autora:

¡Y al fin he vuelto!

Pido disculpas por la larga espera, si bien estuve participando un poco con otros proyectos, la verdad es que no había escrito mucho.

Y bueno, ¿qué les ha parecido este capítulo? Mark y Benno se nos casan, ¡YEY! tendré que trabajar en la lista de niños plebeyos de la siguiente generación, supongo, jejejejeje (si, llevo un listado de quienes son hijos de quien y más o menos cuando nacen). ¿Se esperaban lo del final? ¿No? La neta yo tampoco, pero bueno, esperemos que Ferdinand se lleve este embarazo más tranquilo y que Lutz tampoco se agobie demasiado cuando les llegue el segundo.

Y bueno, haré lo posible por tener el siguiente capítulo listo lo antes posible.

Cuídense mucho, gracias por los favs, follos, y reviews y respondiendo a una pregunta que me dejaron... SARABA o sarabada significa "Hasta Nunca" en japonés. Tenía 15 cuando comencé a utilizar esa palabra como despedida y 20 cuando me di cuenta lo que significaba pero... bueno, ya la había agarrado como palabra de despedida y ya saben lo que dicen de los malos hábitos, son muy difíciles de cambiar, así que tomen mi SARABA como un Hasta Luego.

SARABA