Los Dioses del Amor

Paternidad

–¡Oh, si! Nuestros hijos van a pertenecer a los sequitos de las sagradas princesas sin lugar a dudas, mejor que se vayan haciendo a la idea. Antes del bautizo, sus obligaciones como bebés en los pequeños séquitos es jugar, interactuar y aprender junto a las princesas para darles todo el estímulo que ellas necesiten para convertirse en dignas hijas de Alexandria, además...

–¡Papi, papi! Yo también. Yo también gyuuu.

Ferdinand observó a su hija mayor, mirándolo aferrando el bajo de su vestido con su labio inferior temblando y su precioso cabello azul medianoche recogido en dos pequeñas colitas de caballo adornadas con algunas diminutas flores de hilo entre amarillo y naranja. Un pequeño recordatorio de que pronto cumpliría dos años.

–Ven, Aiko. Supongo que puedo cargarlas a ambas si me siento por allá.

Su hija mayor soltó una risita de bebé que lo hizo sonreír, siguiéndolo sin más hasta un pequeño sofá de la sala de juegos.

Con Aiko sentada en su pierna, tamborileado contenta sobre la mano que la mantenía sujeta y Hoshi balbuceando sobre su otra pierna, aferrada a su mano y mirando a todas partes, Ferdinand podía sentirse… pleno por alguna extraña razón.

–Papá, ¡gyuu mí! ¡Gyuu y besho!

–Eres una pequeña descarada igual que tu madre, Aiko –se quejó el hombre sin para de sonreír, mirado en derredor y haciéndole una mueca a Justus en ese momento.

Pronto una mampara de madera con cuatro paneles que contenían pinturas de shumils jugando, leyendo, cantando y tocando instrumentos los cubrió a él y a sus hijas de miradas indeseadas. Una de las últimas innovaciones de su esposa para las madres que desearan amamantar sin ser vistas, lo que eran la gran mayoría en realidad.

Una vez Justus se puso de pie dándoles la espalda, Ferdinand se relajó, abrazando con un poco más de fuerza a sus hijas para luego besar a una y luego a la otra en la frente.

–Ouch. Hoshi, suelta mi cabello ahora.

La bebé en su regazo solo se rio. Aiko miraba atenta y con los ojos muy abiertos sin saber que hacer.

–¡Hoshi! Mi cabello no es un juguete.

Un tirón bastante fuerte lo hizo saber que su pequeña de más de medio año no planeaba obedecerlo, así que soltó a Aiko para tomar el problema en sus manos… literalmente.

–¡Papi! ¡Mi gyuu!

Sonrió tratando de retirar las manos de Hoshi hasta quedar libre, notando en ese momento como las trenzas que habían mantenido su cabello en orden detrás de su cabeza caían a ambos lados. Su peinado deshecho por completo… y Hoshi sonriendo mientras se llevaba el broche de zantse que su esposa le había puesto esa mañana.

–Esto va a ser problemático.

Hace un año que comenzó a dejarse crecer el cabello para complacer a todas sus diosas. Con algo de esfuerzo y mucha resignación su cabello llegaba ahora un poco por debajo de sus hombros, de modo que Rozemyne pudiera divertirse a su costa, trenzándolo ella misma cuando no había prisas y lavándolo ella misma casi todas las veces.

–¿Peinar papi?

Sorprendido, Ferdinand volteo a ver a su hija mayor, la cual lo observaba con demasiada fijeza ahora.

–No, nada de peinarme. Ese es el trabajo de otra persona.

–¡Peinar papi! ¡Aiko peinar papi!

Para cuando Rozemyne llegó con ellos, Hoshi estaba muy ocupada chupándole el pulgar y Aiko no dejaba de enredarle el cabello, de pie sobre sus piernas… con Justus haciendo un enorme esfuerzo por no reírse de toda la situación.

–¡Oh, dioses! Parece que las niñas te tienen bajo ataque.

–Todas mis diosas, te agradecería que dejes de burlarte y me ayudes con una.

Por supuesto, su esposa no tardó nada en retirarle a Hoshi y ordenar a Eckhart que le acercara otro de los sillones antes de mandarlo a él y a Justus a ver a sus respectivas hijas. Angélica y Margareth no tardarían mucho en tomar el descanso para lactar, después de todo.

–Hoshi tragona. ¿No podías esperar a mamá? ¿He? ¿Qué tanto de tu padre devoraste? ¿Mhm?

–¿Estás consciente de que no va a responderte, todas mis diosas?

Ambos se sonrieron. Ambos miraron a Hoshi, abrazada al pecho de su madre sin dejar de beber con avidez, provocando que Aiko también mirara.

–Aiko quele leche.

Ambos la miraron ahora. Aiko ya no estaba tratando de peinar a su padre y peleando para que su cabello se quedara en donde ella lo ponía. Ahora estaba mirando a su hermana con un pequeño puchero en los labios, el ceño fruncido y las manos aferrando su vestido.

–Aiko, ya eres muy mayor para…

–¿Quieres que mamá te de leche, Aiko? –interrumpió Ferdinand, tomando las manos de su hija para obligarla a mirarlo.

–¡Shi! Hoshi tiene leche, Aiko quele leche.

–Le diré a mamá, pero entonces no podrán darte galletas de chocolate, ni bolitas de carne, eso es comida para niñas grandes, no para bebés.

–¡Nooo! ¡Cocolate! –se quejó la pequeña de inmediato, poniendo una cara que solo demostraba que tan acorralada se sentía.

–Aiko, debes decidir si eres un bebé como Hoshi que aún toma leche de su madre o una niña grande que come galletas.

Aiko miró de uno a otro bastante tensa antes de soltar un suspiro y bajar los hombros.

–Aiko gande. Aiko come cocolate.

–Muy bien. Aiko es la niña grande de papá. ¿Está bien si papá te da un abrazo por ser una niña grande?

–Shi. Papi gyuu.

Su hija se dejó caer sobre él con los brazos abiertos y Ferdinand la envolvió de inmediato, peinándole los pequeños risos un poco largos y pintando círculos tranquilos sobre la diminuta espalda de su hija.

–Ojalá tuviera una cámara de fotos para grabar esta imagen.

No era la primera vez que su esposa hacía un comentario como ese. Quizás debería trabajar en ello y darle su artefacto mágico para crear retratos mágicos en cosa de instantes. Considerando que acababan de encontrar una variedad de árboles Fey en una de las provincias de Klassenberg que solían pertenecer a Eisenreich que actuaba de manera curiosa cuando era expuesto a cierto tipo de luces y sombras…

–Parece que terminaste temprano hoy, Ferdinand.

Él solo asintió, sintiendo el calor reconfortante de su hija recostada sobre de él como si estuviera en el mejor lugar del mundo.

–Me quedó un cuarto de campanada libre. Pensé que podría venir a ver a las niñas antes de ir a buscarte.

–Bueno, pues me alegro que lo hicieras. A veces es… aburrido sentarme aquí sola a amamantar, con todas las demás cubiertas por las mamparas, no puedo charlar con nadie.

–No existe nadie tan desvergonzada como tú, Rozemyne. Al menos no has intentado alimentar a nuestras hijas en medio del jardín.

–Sería agradable, pero no tiene caso. Las niñas están muy bien aquí. Estaba pensando en poner un jardín en la terraza para que los niños puedan ver plantas desde un lugar seguro. Incluso podría ordenar regaderas pequeñitas al gremio de herreros para que Aiko y los otros niños de su edad ayuden a regar las plantas.

–¿Qué sentido tendría darles a los pequeños el trabajo de los asistentes?

–¿Bwuhu? ¿Cómo que sentido? El cerebro de los niños se estimula bastante si pueden interactuar con diversos materiales, además tener pequeñas tareas que realizar reafirma en ellos su seguridad, su coordinación, les da una mejor autoimagen y ayuda a que se independicen, sin olvidar que se fortalece su sentido de la responsabilidad.

Lo consideró un momento. En realidad no le haría daño a los infantes prebautismales tener pequeñas responsabilidades, pero… ¿las harían?

Luego de tener hijas y pasarse cada tanto a la sala de niños a verlas, Ferdinand se había dado cuenta de que los niños así de pequeños solo hacían aquello que les pareciera interesante, incluso si ese algo los ponía en peligro. En cierto modo, eran pequeños eruditos en potencia… y eso volvía cuidarlos bastante complicado.

Por lo general, cuando Ferdinand entraba a ver a sus hijas podía notar algunos niños corriendo, otros jugando con los animales de felpa que tenían a mano, ya fuera que dijeran algo con pequeñas descargas de mana o no. También golpeaban cosas bastante seguido y algunos siempre estaban jaloneándose con los otros en un intento de quedarse con alguno de los tantos juguetes que Rozemyne insistía en tenerles a la mano.

–Convocaré a los jardineros en tres días, si estás bien con eso. No quiero plantas peligrosas cerca de las niñas.

–¡Por supuesto! Les pediré que traigan plantas que puedan crecer en macetas, que sean resistentes y seguras, además, si es posible, que tengan colores brillantes y que den flores en diversas temporadas. Así siempre habrá flores afuera para alegrar a los niños.

Ferdinand asintió tensándose un segundo al escuchar un pequeño ronquido en su oído. Reacomodando a Aiko solo para darse cuenta de que estaba dormida. Dos años y seguía sorprendiéndole que Aiko se durmiera entre sus brazos con tanta facilidad.

Estaba saliendo de la habitación de Aiko luego de tocarle una canción y encontrarse con que, de nuevo, algunas bendiciones habían escapado de su anillo para llover sobre ella y haciéndola reír, cuando se detuvo en la puerta del cuarto de Hoshi. Rozemyne estaba terminando de leerle un cuento sobre niños que iban y venían con las estrellas antes de besarla en la mejilla, poniéndose de pie y sonriéndole.

–Hoshi está dormida.

–Aiko estaba por caer también.

Rozemyne entregó el libro a una de las asistentes del ala de infantes y él le ofreció su propio brazo para escoltarla al comedor. La conversación casual sobre lo que cada uno estuvo haciendo después del trabajo compartido en la oficina, las observaciones de ambos sobre el crecimiento de sus hijas y alguna que otra de las locas ideas de todas sus diosas iluminaron el camino al área principal de su hogar como cada noche.

Hogar.

Su mesa siempre tenía comida suculenta y sabrosa, cargada de aromas estimulantes y texturas diversas de las que podía disfrutar sin preocuparse por caer envenenado.

Sus días se le iban en ser de utilidad a su ducado y saciar su curiosidad, por lo general gozando de poder ver a la mujer más hermosa e importante de su mundo. En ocasiones se sentía culpable. Él había educado a Rozemyne. Ella no era la mujer perfecta, en su frenético intento por preparar a una niña demasiado inteligente, con exceso de mana y conocimientos para ser una herramienta útil y luego para moderar la avalancha de innovaciones que suponía apoyarla, tanto él como los otros dos guardianes de Rozemyne se olvidaron por completo de darle tiempo suficiente con otras mujeres… con Elvira y Florencia más exactamente. Lo supo tiempo después, observando el desempeño de Lady Hannelore durante la semana del Interducados el último año que ambas amigas asistieron a la Academia Real y lo confirmó después, cuando pudo observar a su sobrina Charlotte durante su propia graduación… y aún así no cambiaría a su mujer por nada en el mundo.

–¿Todo bien, Ferdinand?

Ni siquiera se dio cuenta de en qué momento volvieron a su habitación para ser preparados para dormir, no hasta que ella lanzó su pregunta desde un lado, dentro de la cama que compartían.

–Todo bien, todas mis diosas. Descansa. Fue un día largo para los dos.

Su esposa no parecía de acuerdo. La mujer a su lado no tardó en besarlo una y otra vez, permitiendo que el escandaloso listón que sujetaba su ropa de dormir en su lugar cayera, dejando por completo desnudo su hombro blanco y de piel tersa y dulce.

En retrospectiva, Greifechan le estaba sonriendo demasiado, bañándolo en bendiciones que aún no estaba seguro de merecer.

¿Cuánto tiempo invirtió en evitar a las mujeres a su alrededor? Desde que despertó su detección de mana y se negó por completo a ingresar su espada en el cáliz de la desconocida que se le ofreció esa primera y lejana vez hasta… hasta que una aguerrida encarnación de Mestionora lo salvó de un turnisbefallen y atendió sus heridas. Luego siguió evitando a todas por sospecha hasta que se asentó el estúpido rumor de que, tal vez, Efflorelume no era de su agrado en modo alguno. Si Rozemyne no hubiera vuelto a presentarse ante él cuando tenía siete años, posiblemente hubiera llegado a convencerse que no necesitaba ni de Efflorelume ni de Elbberg, o que Brennwärme y Beischmacht solo podían darle sus otras bendiciones, las que nada tenían que ver con compartir un lecho.

Habría muerto sin aceptar cuan solo se sentía.

–¡Ferdinaaaaand, deja de pensar tanto! –le riñó su esposa luego de retirarle la camisa de dormir sin que él pusiera resistencia o tratara de desvestirla.

–Quizás solo quiero que hagas lo que quieras.

–Pero no es divertido así… quiero hacer el amor con mi esposo, no con un muñeco inflable.

La miró más que confundido. Comprendía las palabras pero no entendía el último término.

–¿Qué es un muñeco inflable?

La notó sonrojarse y voltear, demasiado abochornada, sacándolo del todo de sus deprimentes pensamientos para atarlo a ese momento.

Ferdinand se sentó entonces, tomándola de la mano para acercarla y obligándola a mirarlo.

–¿Rozemyne? ¿Es otro de esos juguetes parecidos a los de Drewanchel?

–… algo así.

Ella giró su rostro y él la siguió hasta ponerse en frente. La idea de que podía referirse a un muñeco de forma humana para pasar la noche le parecía cada vez más plausible… y extraña.

–Hay un material en el mundo de los sueños parecido al gumka… hubo un tiempo en que lo usaban para crear muñecas del tamaño de mujeres adultas con… agujeros… para entretener a hombres solteros en su mayoría…

–No estaba tan errado entonces –pensó Ferdinand en voz alta, notando al instante como ella se sonrojaba aún más–, y no creo que pudieran ser muy cómodos de usar… ¿Rozemyne?

–¡NO LO SÉ! Nunca usé uno, aunque llegué a verlos y… era… bueno, una vez Shuu me hizo entrar con él a una tienda para adultos, pensé que eran personas reales, estaba por disculparme con uno de ellos luego de haber chocado cuando me di cuenta de que no eran personas de verdad.

Solo la miró sin saber que pensar. Incluso los juguetes de Drewanchel tenían sus fallos en replicar la sensación real de las partes corporales que imitaban. ¿Qué tan avanzados tendrían que estar en ese otro mundo para confundir un juguete con una persona? ¿Quería saberlo acaso?

–Entonces, si no me muevo ni colaboró contigo… ¿sería como jugar al invierno con un juguete?

–Eso supongo –suspiró ella más que desanimada–. Digo, sé que algunos podían decir algunas frases, elevar su temperatura corporal y otras cosas porque Shuu me hizo leer un documento al respecto… creo que estaba considerando que tan factible era armar una para molestar a uno de sus amigos porque eran bastante caras.

Sonrió, atrayéndola para besarla y comenzar a desvestirla. Si bien hacía tiempo había hecho las pases con que tuvo un amigo tan cercano como Lutz en su vida anterior, uno llamado Shuu que parecía el descaro en persona, estaba bastante feliz de que lo siguiera eligiendo a él por encima de cualquier otro hombre.

–Entonces, no te basta con que hable y suba mi temperatura corporal. Eres una verdadera desvergonzada.

La escuchó reír y eso fue todo. Pronto ya no había ropa entre ambos. Las sábanas cayeron por un lado del colchón y ellos se dedicaron a tocarse y besarse por todos lados. Algo en no querer ser solo un muñeco inflable lo llevó a invocar su schttape y convertirlo en un juguete para introducirlo en la boca de su esposa sin dejar de penetrarla con su espada a un ritmo lento, mirando como ella tomaba más y más de él sin que su sonrojo disminuyera, atrapada contra su propia espalda entre él y el colchón de la cama.

Al final se sentó con ella en brazos para poder besarla tanto como quiso sin dejar de penetrarla con su espada y su schttape. Quería tenerla tan llena de él que no hubiera modo de ser comparado con uno de esos muñecos extraños, o de que ella deseara tomar más cónyuges por mera diversión. Luego de revisar todos los manuales diseñados por su diosa, a veces se preguntaba si su esposa no albergaba la fantasía de acostarse con más hombres al mismo tiempo… o de tomar alguna mujer como amante solo por diversión. Por fortuna, no parecía ser el caso. Ella siempre lo hacía sentir que él era suficiente cuando invocaba al invierno o jugaban en sus orillas y él no podía sentirse más agradecido.

.

–… eso es todo. Sthral, asegúrate de que los aprendices de caballero entrenen más en estrategia. Cornelius y Leonore pueden serte de ayuda.

–Si, Aub Ferdinand.

–Edelmira, que los Giebes involucrados en este problema vengan en dos días a la cuarta campanada conmigo. Aub Rozemyne está demasiado ocupada justo ahora para lidiar con ellos.

–¡Cómo ordene, Aub Ferdinand!

–Justus, que Margareth te explique bien sobre las cruzas de vegetales con que estuvimos experimentando en el laboratorio, quiero que los lleves a las provincias del norte y expliques cómo proceder para preparar la tierra, sembrar, cuidar y cosechar.

–Respecto a eso, Aub, ¿puedo llevarme a mi esposa conmigo? Creo que entre los dos haríamos más rápido el trabajo. Después de todo, estamos buscando que las provincias del norte puedan cosechar en primavera.

–Si ya consiguieron una niñera que pueda viajar con ustedes y Margareth está de acuerdo, lo permitiré. Rozemyne no parece que vaya a necesitar pronto las revisiones de tu esposa.

–Gracias Aub. Se hará como pide.

Eran las últimas órdenes que debía dar ese día, o al menos eso esperaba. Pensar que una disputa entre Giebes tendría tanto impacto por todas partes aunque tampoco debería sorprenderlo. La antigua Ahrensbach había lidiado con años de descuido. La tierra no estaba por completo sanada a pesar de todo el mana que daban los nobles, él y su Diosa, incluso con la fundación llena, parecía que los estragos de la familia archiducal anterior todavía darían problemas como estos por dos o tres años más si todo iba como esperaba.

–Aub Ferdinand, Lady Letizia lo está esperando para su fiesta de té.

–Gracias Sergiuz. ¿Aub Rozemyne está con ella?

–Así es, Aub. Estuvo supervisando su clase de giros.

Solo asintió, poniéndose en marcha y siguiendo al jefe de asistentes de la zona común del castillo hasta una de las salas de té acondicionada para albergar músicos y algunos bailarines. Rozemyne lo llamaba "salón de música" y era donde Letizia y otros nobles tomaban clases para girar o interpretar alguno de los nuevos instrumentos.

–¿Te gustaría que lo hiciéramos una vez más, Letizia?

–Por favor, madre. Creo que ya casi lo tengo.

La música comenzó a sonar y Ferdinand hizo ademán a Sergiuz de abrir despacio, permitiéndole ver a su esposa decir las palabras de oración junto a su hija adoptiva para luego ponerse ambas en pie y comenzar a girar al ritmo de la música. Verlas a ambas era una verdadera visión, si bien la técnica no era perfecta en ninguna de las dos, algo en sus movimientos y en sus rostros las hacían ver cómo diosas de la primavera danzando entre mortales. Estaba orgulloso.

La música terminó y algunas luces de bendición escaparon de ambas, volando a diferentes lugares. Algunas de las de Rozemyne no tardaron en llover sobre él con la calidez usual. Hasta ese momento se dignó entrar del todo sin dejar de mirarlas a ambas.

–¡Padre!

–¡Oh, Ferdinand! ¿cuánto tiempo llevas ahí mirando?

–El suficiente para no preocuparme por las bendiciones de recién.

Las dos le sonrieron entonces, Rozemyne dio algunas indicaciones a los músicos mientras sus asistentes se apresuraban a preparar la mesa para el té y Ferdinand se aseguró de estar listo para escoltarlas a ambas a sus asientos.

La mirada de Letizia parecía ocultar algún tipo de incomodidad, como siempre desde que tomarán el ducado, aún así, su sonrisa parecía sincera aún si no era tan grande como la de Rozemyne.

–Bueno, luego de un poco de ejercicio y mucho trabajo, nada como un poco de té en familia. ¿No estás de acuerdo, Letizia?

–Lo estoy, madre. Es agradable sentarnos todos a tomar el té y comer algunos aperitivos luego de esforzarnos.

Té, galletas de mermelada, pastas, algunos volovanes y pequeños pedacitos de fruta al horno fueron presentados y degustados. Su esposa y su hija adoptiva conversaban de manera animada sobre algunas modas nuevas, libros recién publicados, los nobles que estaban asistiendo al castillo para aprender a interpretar los diversos instrumentos y el coro que acababan de crear en el Templo con los huérfanos y algunos niños plebeyos llenaron la mesa, creando un ambiente cálido y amable.

Una herramienta antiescuchas de rango específico fue colocado y comenzó la conversación más apremiante.

–¿Ya has tomado una decisión, Letizia? –preguntó Ferdinand sin dar más explicaciones.

La joven los miró a ambos y luego miró su taza de té. Todavía dudaba según parecía.

–Letizia, Zent Eglantine abolió el decreto real que te obligaba a casarte con Hildebrand o a asumir la posición de Aub Ahrensbach. Te lo he dicho todos estos años. Quiero que sigas tu propio camino y seas feliz. No quiero que te sientas obligada a nada. Incluso seleccionarte un marido puede esperar.

–Gracias, madre.

Letizia lo miró de reojo un par de veces. Al parecer necesitaba que él también la reconfortara de algún modo. Años atrás les hubiera llamado la atención a ambas por perder el tiempo y habría exigido una respuesta… antes.

–Letizia, tu madre tiene razón. Eres joven. Si bien preferiría que seleccionaras un pretendiente, no hay una necesidad real de apresurarte.

–Gracias, padre –respondió la joven que pronto entraría a su último año en la Academia Real.

Al igual que a Rozemyne, Ferdinand educó a Letizia y la preparó para la Academia Real, el curso a candidata a archiduquesa y el de erudición. A diferencia de Rozemyne, Letizia tomó electivas en música y sanación durante los veranos, aprovechando el viaje de ida y el de vuelta para recibir a sus padres biológicos en la sala de té del dormitorio de Alexandría con la obvia aprobación de Rozemyne.

La joven tomó aire, se enderezó tanto como pudo y los vio a ambos con decisión.

–Madre, padre, he decidido que no deseo ser Aub, en su lugar me gustaría permanecer como un apoyo para ustedes. Estoy segura de que alguna de mis hermanas podría querer el asiento.

–Lo entiendo, Letizia. Gracias por confiar en nosotros y decirnos –la felicitó Rozemyne.

–Se hará como deseas, Letizia. Aún así, espero que no decidas perder tu tiempo y te esfuerces en la meta en la que hayas puesto tus ojos.

Letizia sonrió para ambos y él se relajó. No estaba seguro de poder confiarle el patio de juegos de ambos a Letizia a pesar de haberse vuelto una noble confiable y respetable. Si lo pensaba, aquella reticencia debía ser solo su propia negativa a moverse al son que otros dictaran.

–En cuanto a… un pretendiente –prosiguió la chica con algo de nerviosismo, mirando de nuevo su taza de té y luego la ventana por la cual podía verse el puerto principal de la ciudad–, ¿puedo aguardar un poco a la espera del baile de Bluanfah? Sé que lo más probable es que termine en un matrimonio político, como mis padres de Drewanchel, pero…

No dijo nada más, solo los observó a ellos. Si bien, Ferdinand pensaba que la chica había leído demasiados romances de Madame Erantura, tampoco podía fingir que no había amado a Rozemyne desde antes de comprometerse con ella. O que ella no lo amaba desde mucho tiempo atrás. La verdad era que ambos se habían amado desde mucho antes de que ese vínculo compartido tomara tintes románticos. Ella lo veía cómo parte de su familia desde antes de ser enviado a Ahrensbach… y él notó cuánto la atesoraba hasta que estuvo lejos, sintiéndose más solo y abandonado que nunca.

–Ferdinand, ¿podemos darle tres años? Sé que debe casarse y tener hijos a causa de la escasez de mana, pero me gustaría darle la oportunidad de tener un buen matrimonio.

¿Cómo negarse? Prometió cuidarla a ella y a los hijos que tuvieran, fueran adoptados o no y parte de cuidarlos era asegurarse de que tuvieran una vida con la mejor calidad posible.

–Tres años. Si no has elegido para entonces, te escogeremos a alguien de alguna familia en buena posición.

–Gracias, padre, madre. En verdad les agradezco.

El té fue cambiado, la herramienta retirada y luego de una breve conversación sobre el Festival de la Cosecha de ese año y los próximos festivales, Rozemyne se despidió y encaminó a la biblioteca para aprovechar su tiempo de lectura.

–¿Padre?

Ferdinand estaba de pie, a punto de irse a los laboratorios cuando Letizia lo alcanzó. Fuera de las clases que le daba, nunca se quedaban solos, siempre estaba algún profesor o incluso Rozemyne de por medio.

–¿Qué sucede?

La vio titubear y tomar aire, mirando a todos lados nerviosa sin acercarse más.

–¿Letizia?

–¿Estar bien yo no casar pronto?

La pronunciación y el uso del japonés no era el fuerte de Letizia, sin embargo tenía mérito que la chica se esforzará tanto en usarlo.

–Lo está, Letizia.

–¿Bien por qué yo no hija tuya?

Eso lo desconcertó. ¿Qué tenía que ver una cosa con la otra? Decidió entregarle a Letizia una herramienta antiescucha y agacharse un poco. Lo suficiente para que su cabello cubriera un poco su boca en tanto Letizia se apresuró a cubrirse con su abanico.

–Eres mi hija, Letizia. Te he educado lo mejor que he podido por años. Te he visto crecer y pasar de ser una niña pequeña y asustada a una joven refinada y segura…

–También educaste a madre Rozemyne… pero ella no es tu hija –comentó Letizia haciéndolo sentir incómodo–, además yo, yo te… ¿cómo podrías verme como a una hija luego de lo que te hice?

–Letizia, ¡basta!

Estaba asustada. Era como conocerla de nuevo por primera vez y en realidad no le gustaba.

Ferdinand soltó la herramienta un momento y ordenó a todos voltear a la pared, luego tomó de nuevo la herramienta antiescuchas y se dio algunos golpecitos en la sien antes de comenzar a hablar.

–Rozemyne es… nunca la vi como una hija o una sobrina. Ni una sola vez, de hecho solía olvidar que era una niña pequeña cuando la educaba o hacíamos trabajo administrativo en el Templo, incluso cuando llegaba a acompañarla a tratar con los comerciantes y los líderes de gremio. A ti en cambio siempre te vi como lo que eras. Una pequeña niña a la que debía preparar y educar. Nunca te vi como un igual, como me pasaba con Rozemyne, en cuanto a lo otro, ¿querías envenenarme, Letizia?

La joven negó de inmediato, asustada y arrepentida. Ferdinand soltó un suspiro. La vida de casado debía estarlo ablandando bastante si no estaba planeando reprenderlas por dedicar tiempo y energía a pensamientos innecesarios.

–¿Por qué lo hiciste, Letizia? ¿Sabías lo que pasaría?

Ella negó de nuevo con lágrimas formándose en sus ojos.

–Ella me dijo que lo hiciera… esa mujer malvada y tonta que iba a ser mi madre dijo que si no lo hacía, lo lamentaría mucho.

Su mano se posó entonces sobre la cabeza de Letizia, quién era apenas un poco más alta que Rozemyne, tratando de resarcirla y ayudarla a relajarse, obteniendo en cambio una mirada cargada de sorpresa.

–Entonces ya no importa, Letizia. No te guardo ningún tipo de rencor. Eres mi hija igual que Aiko y Hoshi. Voy a protegerte y a escucharte igual que haré con ellas cuando sean mayores.

–¿Estás seguro?

–Lo estoy.

La observó con atención mientras dejaba de darle palmaditas en la cabeza, esperando con paciencia mientras la joven paseaba su mirada por el suelo antes de mirarlo de reojo.

–Quiero dedicarme a las artes… música y danza… madre me llevó el año pasado al Templo de Kuntzeal y… quiero preparar música y danzas para presentar ahí. Quiero que otras personas se sientan maravillados como yo me sentí ese día.

Le parecía una perdida de tiempo y recursos haberla educado para que decidiera dedicarse a eso, sin embargo… su deber como padre era respaldarla. Al menos eso era lo que Rozemyne y su familia plebeya le habían estado enseñando desde tiempo atrás.

–Esperaba que te volvieras una Erudita del centro de investigaciones o que empezaras a aprender el trabajo de una ministra, pero… si quieres dedicarte a eso, si estás segura… hablaré con los músicos de tu madre. Te advierto que Rossina y yo no vamos a ser blandos contigo. ¿Lo entiendes?

–¡Si, padre!

–Que tu asistente me busque mañana a la segunda campanada y media para comenzar a organizar tus clases.

–¡Si, padre!

–Y Letizia… jamás, ni por un segundo, vuelvas a dudar de que eres mi hija. Si no te quisiera cerca, no te habría adoptado.

–Madre quería adoptarme. Ella siempre encontraba el momento de ir a visitarme al Templo para revisar como estaba… tú solo ibas para darme clases, padre.

Suspiró. La niña tenía razón en eso. Mejor explicarse bien para evitar más malos entendidos.

–Letizia, cuando… cuando todo pasó, había tanto que hacer y yo estaba tan reacio a muchas cosas. Desconfié de ti por mucho tiempo, pero nunca te odié. Sabía que no fue tu intención matarme, de haberlo sido, no habrías llevado las piedras que te di a Justus. De hecho… me sentí igual de desconfiado de Aiko mientras Rozemyne estaba con la carga de Geduldh. Eres mi hija, si es por sangre o por adopción no me importa. Firmé por ti. Hice una promesa por ti. Así que –ya no pudo seguirse conteniendo, tomando una de las mejillas de Letizia para pellizcarla un poco–, no quiero que vuelvas a dudar sobre lo que eres para mí. Eres MI hija y acabaré con cualquiera que intenté dañarte. ¿Entendido?

–¡Shi, palle! (Si, padre)

Ferdinand la soltó en ese momento, revisando la mejilla que acababa de pellizcar antes de darle una curación. Estaba un poco roja en realidad. Nada comparado con el estado en qué solían terminar las mejillas de Rozemyne.

Luego de eso, al fin pudo ir a su laboratorio a experimentar. Tenía algunos especímenes de madera de diferentes Ducados que acababan de ser procesados para crear papel y en verdad quería ver qué propiedades tenían antes de presentarlos a todas sus diosas para decidir que hacer con ellos.

.

La séptima campanada había sonado un rato atrás. Agradecía que le enviaran la cena en forma de sándwiches al laboratorio, sin embargo le preocupaba que Rozemyne se molestara con él por no acompañarlas a cenar a ella y a Letizia.

Cuando llegó a su habitación escoltado por Sergiuz, Grettia estaba esperando en la puerta para poder abrirle. Era la norma para evitar que los asistentes varones de Ferdinand pudieran verla en ropa de dormir.

La chica de cabellos plateados abrió la puerta y se despidió. Hasta ese momento se dio cuenta de que Matthias estaba montando guardia oculto por las sombras del pasillo. Ferdinand inclinó su cabeza como reconocimiento, él habría echo lo mismo.

–¡Bienvenido a casa, goshujinsama!

La palabra extraña llamó su atención. Sabía que era japonés pero no entendía a qué se refería, luego vio a su mujer en un vestido negro con un ámbito cuello blanco y una pequeña falda blanca cubriendo la parte de delante de su falda negra que le llegaba a las rodillas, dejando ver zapatos negros y brillantes con calcetas blancas lisas. Tanto la falda negra como las secciones de tela blanca eras bordados con encaje y listones lustros. La cintura de su diosa se veía a la perfección por lo entallado del atuendo en esa zona.

Dio algunos pasos al frente, incómodo de que su esposa estuviera doblada hacia el frente con las manos juntas sobre la falda, recordando que en el mundo de los sueños a eso solían llamarle reverencia.

–Rozemyne, que…

No pudo terminar de hablar, su esposa se enderezó y pudo ver qué tenía el cabello atado en una trenza un poco suelta, con una diadema blanca de holanes sobresaliendo sobre su hermoso cabello azul medianoche… de la cual salían las infames orejas azules de shumil que su diosa se pusiera cuando estaba esperando a Hoshi.

–¿Le gusta mi uniforme de sirvienta, goshujinsama?

Rozemyne giró despacio para él, dejándole ver qué la pequeña falda blanca iba atada a su espalda por un esponjoso moño de listón blanco, que la falda era bastante amplia y los brazos y la espalda también estaban ceñidos al cuerpo de su mujer, casi como si los hubieran pintado en lugar de vestido.

–¿Esto es algo del mundo de los sueños? ¿Así se vestían las asistentes allá?

–Solo en las casas ricas, goshujinsama. Permítame ayudarlo a prepararse para dormir.

Rozemyne se apresuró a caminar hacia él entonces, tomando con habilidad las cintas, cierres y botones de su atuendo para retirarlos, doblándolos de inmediato para colocarlos en una de las sillas.

La ropa le parecía bastante elegante a Ferdinand a pesar de los colores planos, aún si parecía más adecuado para la Soberanía que para Alexandría. Imaginaba que no podrían poner el color del Ducado por alguna razón de la cultura del otro mundo, así que solo observó hasta que su torso quedó desnudo y su esposa comenzó a mostrarse tímida. Seguro estaba fingiendo.

–¿Goshujinsama desea que lo ayude a darse un baño?

Lo consideró un momento, empezando a comprender de que se trataba el juego. Sonrió sin más, divertido por la perspectiva de ser recompensado en lugar de recibir un regaño por llegar tarde a dormir.

–Si. Prepara la bañera.

Otra reverencia y su esposa desapareció tras la puerta del baño.

Ferdinand se sentó en la cama para retirarse sus botas, el pantalón y la ropa interior. Cuando llegó junto a Rozemyne se congeló en el acto. ¿Dónde había quedado el elegante uniforme negro y blanco?

Su esposa estaba llenando la tina, en efecto, sin embargo, el vestido descansaba en una de esas perchas de metal que ella misma puso de moda para guardar la ropa y ahora portaba solo las medias blancas con filos dorados que terminaban a la mitad de sus muslos.

Un diminuto bikini azul verano con filos dorados cubriendo su jardín y sus asentaderas, decorado con encaje blanco como única tela a los lados dejaba ver una esponjosa cola azul media noche en el exacto punto donde la espalda terminaba, en medio de los adorables hoyuelos de Efflorelume de su diosa que habían quedado al descubierto por el corte tan pequeño de la tela.

Los senos de su esposa eran cubiertos también por una tela azul verano con filos dorados de la que salía el mismo encaje blanco para decorar las bendiciones otorgadas por Geduldh. La desvergonzada prenda parecía mantenerse en su lugar gracias a unas abombadas y pequeñas mangas blancas que le cubrían los hombros y el inicio de los antebrazos, unidos por pequeños rectángulos de tela azul verano a un trozo de tela blanca y rígida en su cuello cerrado con botones al frente y decorado con un listón azul medianoche cerrado en moño. Su collar de matrimonio parecía salir de ahí debido a que la extraña prenda escondía la cadena forjada con su mana.

En las muñecas Rozemyne llevaba más tela blanca y rígida, similar a la que envolvía su cuello, fue en ese momento que Ferdinand recordó que ese tipo de puños y cuello eran parte de un diseño de camisas que Rozemyne planeaba introducir como parte de la indumentaria noble masculina en algún momento de los próximos años… cuando logrará convencerlo de que la simplicidad de dichos diseños era elegante por si sola.

–Goshujinsama, su baño está listo.

Ferdinand se cubrió la cara un momento. El extraño adorno en su cabello suelto y las orejas de shumil seguían ahí… enmarcando el rostro de aspecto tímido y un tanto sonrojado de su esposa, cuyos ojos dorados no dejaban de estudiar su rostro y luego su espada, oronda y lista para entrar en acción en cualquier momento.

Ferdinand avanzó a la tina, sentándose en el asiento que sentía de escalón, disfrutando del agua caliente y observando como su mujer tomaba algunas botellas y una esponja para caminar hacia él y situarse a su espalda, donde le retiró con cuidado el broche de cabello y los pocos adornos/amuletos que llevaba puestos.

–Rozemyne, ¿qué significa con exactitud goshujinsama?

–Honorable amo –respondió ella mientras tomaba su rostro con cuidado para inclinarlo hacia atrás, enjuagando su cabello despacio para poder aplicar rinsham y comenzar a masajear su cuero cabelludo de manera agradable.

–¿Entonces eres mi esclava o mi asistente está vez?

–Un poco de ambos, goshujinsama.

Solo el saber el significado de esa palabra le provocó un escalofrío placentero cuando la escuchó llamarlo de ese modo una vez más. Decidió relajarse, incapaz de pensar una razón lógica para que su esposa decidiera recibirlo con este juego desvergonzado y atractivo a más no poder.

Pronto su cabello estuvo limpio, seco y atado en una cola de caballo a la mitad de su cabeza antes de sentir más agua resbalando por sus hombros y su cuello.

–Goshujinsama, voy a comenzar a limpiarlo.

Él solo asintió. Las manos jabonosas y fragantes de Rozemyne comenzaron a tallarle el cuello, los hombros, el pecho y la espalda. Pronto notó uno de los brazos de Rozemyne rodeándolo para lavarlo con una esponja y… al parecer estaba usando su propio cuerpo y el extraño atuendo como esponja para lavarle la espalda y el cuello. Estaba seguro de que sus orejas iban a derretirse por el calor furioso tornándolas rojas.

–¿Podría goshujinsama ponerse de pie, por favor?

Lo hizo sin decir nada, notando que estaba recibiendo el mismo trato en el resto de su cuerpo… excepto su espada. Su esposa parecía estarla evitando a propósito pero no dijo nada, solo la dejó terminar de asearlo y enjuagarlo antes de voltear.

Si quería jugar a qué él era el amo, sería el amo.

–Rozemyne, te faltó una parte.

–¿Goshujinsama?

Él solo se giró, retirándole la jarra con que acababa de enjuagarlo para sonreírle divertido.

–¡De rodillas! Boca abierta.

Su mujer obedeció de inmediato, mojando la extraña indumentaria sin protestar y abriendo la boca, dejándolo introducir su espada despacio. Tuvo que tragarse un jadeo ante la sensación conocida y placentera.

–Pule mi espada y mis sacos con la lengua hasta que estén bien limpios.

La cabeza de su esposa comenzó a moverse de inmediato. Te iba que admitir que luego de todos esos años compartiendo las bendiciones de Brennwärme y Beischmacht, Rozemyne conocía cada parte de su cuerpo a la perfección. Cómo y dónde tocarlo, en qué momento succionar, cuando cambiar la velocidad de sus movimientos, incluso sabía en qué momento usar sus dientes para complacerlo sin llegar a lastimarlo. Ferdinand por su parte dejó que una de sus manos se perdiera en el sedoso y suave cabello azul y brillante que tanto le gustaba, alcanzando una de las orejas falsas y simulando que de verdad eran parte del cuerpo de su esposa. Al parecer estaban confeccionadas con tela teñida por el mana de Rozemyne porque se sentían igual de reconfortantes.

Las llamas del placer estaban comenzando a elevarse demasiado, si la dejaba continuar se consumiría, dejando escapar su nieve en la boca de su diosa y la verdad es que se sentía bastante curioso por un par de cosas.

Ferdinand se aferró del cabello de Rozemyne ladrando un "¡Suficiente!" en medio de un gruñido que no podía ser su propia voz. La boca de su esposa se alejó de su espada de inmediato, mirándolo a los ojos todavía arrodillada dentro de la tina.

–Sal del agua, Rozemyne.

–¿Goshujinsama?

–¡Que te salieras!

Su esposa soltó un extraño "¡Puhi!" que intentaba sonar asustado, saltando para ponerse de pie y salir de inmediato, escurriendo agua sobre el suelo.

–Estás haciendo un desastre, Rozemyne. Washen –el hechizo la dejó limpia y seca de inmediato, sin acercarse a su cara, ya que no quería tirarle las orejas aún–. Ve a la habitación y espérame junto a la cama. Ya que tuve que limpiar tu desorden, tendré que aleccionarte.

–Si… Goshujinsama.

La observó caminar de espaldas antes de alcanzar las puertas y girar. La esponjosa cola de shumil seguía en su lugar de un modo antinatural, como si de verdad fueran parte de ella y no solo un accesorio.

Ferdinand salió entonces de la tina, secándose de inmediato y activando el círculo de purificación para que el agua pudiera ser reutilizada en otra ocasión. Luego se colocó una bata y salió a su habitación. Rozemyne estaba de pie junto a la cama con el descarado y vergonzoso atuendo mirando al suelo y con las manos juntas frente a ella… ¿Las orejas de shumil se habían movido o era su imaginación?

Lo primero que hizo fue tocar una, levantarla un poco y comenzar a examinarla, notando como temblaba cuando le inyectó un poco de mana, notando algunos círculos mágicos en algunas partes de la estructura que lo hicieron sonreír. Alguien se había estado divirtiendo con cosas sin sentido dejándolo fuera de la investigación.

Ferdinand se sentó entonces, observando a su esposa y considerando sus opciones.

–Así que… asistente shumil Rozemyne, estuviste haciendo investigaciones a mis espaldas y osaste dejar mojado el baño, obligándome a gastar mi mana. ¡Manos!

Ambas manos blancas y delicadas aparecieron frente a él. Las tomó entonces, tentado a besarlas y recordando que se suponía que iba a castigarla por un mal desempeño. Las tomó con fuerza en una mano para jalarlas al frente mientras colocaba su mano libre bajo el vientre de Rozemyne, dejándola inclinada sobre su regazo.

En esa posición podía ver a la perfección las orejas falsas moviéndose como si estuvieran tratando de escuchar algo, simulando a la perfección a un shumil nervioso en medio del bosque. Fijó su atención entonces a la cola esponjosa, pasando sus dedos por encima de manera superficial. Era de verdad muy suave. Todavía no entendía como era que se mantenía en su lugar pero al menos ahora podía apreciar el extraño corte en la prensa de ropa. Un profundo corte de medialuna que no tocaba en modo alguno la esponjosa y enorme borla algodonosa del mismo tono del cabello de su mujer.

El extraño rabo tembló un momento. Lo apretujó entonces, dejando escapar una diminuta descarga de mana y sorprendiéndose al escuchar a su mujer jadeando como si hubiera succionado uno de sus pezones.

Muerto de curiosidad, Ferdinand tomó la diminuta prenda azul y dorado para bajarla despacio hasta dejarla a la altura de las rodillas de esa versión animalesca de Rozemyne, pasando su palma por las asentaderas de su mujer, usando ambas manos para abrirlas en busca de respuestas, soltándole una fuerte palmada en cuanto comenzó a revolverse para no permitirle revisar.

–¡Ahhh! ¿Goshujinsama?

–No te di permiso de moverte. ¡Quieta!

–¡Puhii!

Se aguantó la risa que ese pequeño llorido le estaba provocando, fijando su atención de nuevo en la extraña cola de shumil a su alcance.

Otra descarga de mana y otro jadeo. No encontraba los círculos mágicos, así que decidió tomar el accesorio y levantarlo, notando que su esposa se levantaba también y dejaba salir un sonido extraño. Otra nalgada más fuerte que la anterior la hizo temblar y congelarse en muy poco tiempo. Soltando su espalda usó sus manos para volver a abrirla, encontrando está vez el secreto. Una delgada barra cilíndrica de un metal conductor de mana salía del rabo falso, amoldándose a la curvatura natural del derrier de su esposa, delgado para poder ocultarse entre la carne antes de meterse a…

–Alguien ha estado más que ocupada en investigaciones desvergonzadas, por lo visto. Esto amerita más de un par de nalgadas, Rozemyne.

Su mano no tardó en encontrar la parte que lo estaba "ofendiendo" un par de veces más, dejando escapar un sonido curioso ante el impacto de su palma contra la carne suave y abundante de su esposa, la cual no dejaba de lloriquear con sonidos de shumil, jadeando entre una nalgada y la siguiente debido a que él no tardaba nada en amasar el área afectada en círculos acompasados con toda la intención de mover el accesorio dentro y fuera como si se tratara de una espada delgada de largo indefinido.

Pensar que alguien podría haberla asistido, enterándose así del desvergonzado destino del accesorio no hacia más que forzar su mano de nuevo contra la piel de Rozemyne, dejándola del noble color de Geduldh luego de un rato.

Decidió curarla y detenerse. De pronto tenía otro tipo de planes para castigarla de verdad, pensando en las estupideces insensatas que los fanáticos podrían estar discutiendo si fueron ellos los que la ayudaron o algún otro erudito que pudiera imaginarse la razón de crear semejante artilugio.

La ropa, estaba seguro, la había cosido Tuuri. Tendría que vengarse también de su pobre cuñada, sometida a cumplir los caprichos insensatos de la idiota hermana menor, perversa y desvergonzada que los dioses le habían dado.

–¡De pie!

Está vez la notó temblando de verdad. Trató de no pensar en que tan fuerte le había pegado… no tendría que contar teniendo en cuenta que su palma testaba húmeda por las aguas de Flutrane que habían comenzado a mandar del cáliz de todas sus diosas luego de la tercera nalgada.

Quizás la duda fue lo que lo llevó a oler y luego lamer su mano, mirando fijamente a su esposa y notándola sonrojarse, poniendo un rostro sediento y sorprendido.

'Dos podemos jugar a este juego descarado, mi Geduldh.' Pensó sin dejar de mirarla, sonriéndole divertido y notando como el sonrojo se pronunciaba más en los pómulos de su esposa o la forma curiosa en que las orejas de shumil se movieron.

Ferdinand se puso de pie entonces, mirándola con detenimiento sin dejar de caminar despacio a su alrededor, paseando uno de sus dedos por la piel desnuda en el antebrazo de Rozemyne antes de acunar uno de sus senos, temblando y soltando un jadeo repentino. La soltó entonces, deteniéndose a su espalda y paseando esa misma mano por la oreja de shumil erguida de repente, dejando que su mana goteara mientras la apretujaba entre sus dedos, delineándola y notando a Rozemyne temblando y haciendo un esfuerzo por tragarse sus jadeos.

–Las manos sobre el colchón, ahora. Ni se te ocurra flexionar las rodillas.

Rozemyne obedeció de inmediato. La acarició con afecto un momento antes de dejar que su mano delineara la entrada al jardín, nota do hasta ese momento que la mayor parte del vello que escondía el cáliz no estaba.

Era vulgar, inapropiado… y demasiado estimulante para no arrodillarse detrás de ella y pasar su lengua un par de veces por la piel suave, decidiendo que en realidad le gustaba. Quizás debería empezar a colocarle él mismo los encantos y la ropa interior. De verdad esperaba que ni Grettia ni Liesseleta hubieran visto lo que esa insensata había hecho con sus partes privadas para estimularlo.

–¡Quieta! –le ordenó antes de apoyarse en las asentaderas de su esposa para ponerse de pie, abrir la bata y acercar su espada al cáliz.

Rozemyne estaba tan deseosa y húmeda que su espada solo se resbaló dentro de ella hasta el fondo mismo del cáliz, robándole a ambos fuertes gemidos de placer.

Ferdinand comenzó a moverse entonces, acariciando la piel a su alcance, nalgueando cada vez que recordaba que alguien debió ayudar a su diosa a preparar ese atuendo y usando el escandaloso rabo de shumil para penetrarla un poco más, asegurándose de dejar escapar mana cada vez que tocaba esa mota esponjosa y regodeándose en la música de Beischmacht escapando de la garganta de su mujer, acelerando un poco cada vez que la sentía convulsionar se a su alrededor.

En algún punto decidió agacharse para tomarla de los senos, besándola entre los cabellos la no encontrar piel que pudiera morder o succionar a la altura de su boca, amasando con desesperación y obligándola a enderezarse para penetrarla más rápido y sentir tanto de ella como fuera posible.

Cuando sintió que las llamas no tardarían mucho en consumirlo salió de ella, la volteó y derribó sobre la cama. Quería mirarla a los ojos.

Ella lo recibió de inmediato, llorando su nombre y deshaciéndose junto con él en las flamas de la pasión desbordante. Ferdinand se dejó caer sobre ella, besándola en el cuello con desesperación mientras se aferraba a ella, aprovechando las mejoras físicas para llenarla y penetrarla más rápido y fuerte de lo usual, escuchándola gritando de placer antes de poder alcanzarla.

Estaba seguro de que había soltado en ella más nieve de lo normal. Estaba respirando todavía con dificultad cuando la oyó cantar un waschen sin soltarlo. La besó entonces, dando por terminado el juego. Necesitaba recuperarse para ayudarla a quitarse el resto del atuendo. Estaba más que seguro de que no podría descansar con nada de eso puesto.

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–¿Pudiste hablar con Letizia?

Estaba acostado mirando el dosel con su esposa acurrucada sobre su pecho. Acababan de discutir cómo hizo para que las orejas falsas fueran tan receptivas como el rabo de shumil y que pudieran moverse con el mana de ella, también se había disculpado en caso de que la hubiera lastimado, recibiendo por toda respuesta una carcajada ligera y ninguna explicación adicional.

–Lo hice. ¿Tú sabías de…?

–Por supuesto que lo sabía. Ha estado arrepentida de lo que esa mujer odiosa y estúpida la obligó a hacerte desde que se dio cuenta de lo que pasaría. Eso sin contar que estaba aterrada. Me llevó años convencerla de hablar contigo. Estaba segura de que no la veías como parte de la familia.

–Tonterías. –gruñó él antes de besarla en el cabello.

–Te dije que la alabaras un poco más por sus logros.

–Lo hice.

–También que hablarás un poco más con ella de cosas que no fueran sus estudios.

–Pensé que lo hacía.

–Me refiero a sin mí en el medio para guiar la conversación.

Soltó un suspiro cansado. Fijando su vista en los círculos defensivos de Schutzaria bordados en la tela que los mantenía aislados hasta cierto punto.

–Contigo nunca fue tan complicado.

–Porque yo también estaba cuidando de ti. A diferencia de Letizia, aprendí a conocerte porque estaba preocupada por tu salud. Te he cuidado desde antes de que se me bautizara como una Linkberg.

Decidió no decir nada en absoluto por un rato. Justo algo por el estilo le tuvo que explicar a Letizia para señalar la diferencia entre ella y Rozemyne… sin admitir que Rozemyne solía actuar como Rihyarda para asegurarse de que él comiera y descansara de manera regular.

–Y es por eso que tú eres todas mis diosas y ella es mi hija. Igual que Aiko y Hoshi. Ahora a dormir, hay mucho trabajo mañana, puede que uno de los dos tenga que salir a las provincias del norte.

Un beso más y la envolvió del todo, sintiéndola relajarse sobre él y llevándolo con ella a rastras.

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Notas de la Autora:

Me llevó toda la semana, pero al fin lo terminé, tenía varias peticiones para este capítulo, ya saben, ver a Ferdinand como padre, pero también vestir a Rozemyne de sirvienta japonesa llamando Goshujinsama a Ferdinand... por no hablar de mi propia necesidad de verificar la relación entre Ferdinand y Letizia, con lo aprehensivo que es el hombre, la verdad no lo veía bajando la guardia de inmediato con Letizia luego de que lo envenenó y durante la semana terminé pensando en eso y en qué Letizia también es su hija ahora... lo ha sido por seis o siete años ya si mis cálculos no me fallan.

En todo caso, espero que hayan disfrutado con este episodio y que estén teniendo un excelente fin de semana.

SARABA